Las
aguas estancadas hieden, y algunos cargos públicos del Partido Popular desprenden
un penetrante olor a muerto, sobre todo en Madrid y en Valencia.
En
Madrid, Esperanza Aguirre se ha dado prisa en sacrificar a algunos de sus cercanos
colaboradores, que ya no le son de utilidad, antes de que las responsabilidades
derivadas del caso Gurtel la alcancen y ella misma acabe convirtiéndose en un
cadáver político.
Pero
en Valencia, Camps y Costa siguen actuando como si la cosa no fuera con ellos,
asumiendo, incluso, actitudes triunfales. Se comportan como si todavía fueran
personajes políticos con un futuro prometedor, pero realmente su vida política
la tienen detrás; son zombis, muertos vivientes que creen que están vivos, pero
ya son cadáveres políticos con trajes a medida y relojes de marca.
Rajoy
sigue pensando en cual debe ser su papel en todo este lío. Y parece que se
decanta por el de embalsamador. No se atreve a pronunciar el conjuro que acabe
con los zombis rebeldes para enterrarlos de una vez y opta por conservarlos con
la mortaja de Young Style o de Milano Dessign o como se llame la firma, con la
intención de que ganen batallas después de muertos, como hizo el Cid, pero no a
lomos de Babieca sino a bordo de coches de 65.000 euros.
Rajoy se las prometía muy
felices creyendo que la coyuntura le era propicia. Sin necesidad de hacer el
esfuerzo de presentar alguna medida verosímil ante la recesión, pretendía ganar
las elecciones esperando tranquilamente a que los efectos de la crisis hicieran
pasar por delante de su despacho el cadáver de Zapatero, pero a lo mejor el
muerto es él.
Nueva Tribuna, 9-10-2009.
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