En
una de esas innecesarias adscripciones a las que nos tiene habituados, Pablo
Iglesias se ha declarado peronista.
Ha
sido en Argentina, con ocasión de una visita al país austral, en la que ha
recibido un doctorado honoris causa por la Universidad de Buenos Aires, el
premio Rodolfo Walsh de Periodismo y ha realizado un viaje a la Patagonia para
ser recibido por la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, a la que ha calificado
de figura histórica al nivel de Evita Perón.
El
peronismo, recibido en una versión teórica o académica a través de la obra de
Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, pesa mucho en Podemos, por lo cual, la declaración de Iglesias, aficionado a
mostrar los múltiples perfiles políticos de su polifónica personalidad
-marxista, comunista, populista, socialdemócrata- no sorprende pero tampoco
ilustra, ya que bajo la misma denominación -peronismo, justicialismo- coexisten
varias tendencias políticas, de modo que se puede decir, que en Argentina casi
todo el mundo es peronista a su manera, pero sin que haya un gran acuerdo sobre
lo que el peronismo realmente es, pues abarca desde los privilegiados
habitantes de la Casa Rosada a quienes malviven en los arrabales de Buenos
Aires y otras ciudades compartiendo la olla comunitaria.
Inspirado
en el Estado corporativo de Mussolini, conocido por un viaje de Perón a Italia
en los años treinta del siglo pasado, desde los años cuarenta el peronismo quiso
ser una tercera vía entre el comunismo y el capitalismo para establecer la
justicia social y superar la lucha de clases.
Con
un ambicioso programa para desarrollar el capitalismo -afirmación nacional, crecimiento
económico, antiimperialismo, nacionalización de servicios públicos- y a la vez dotar
de derechos a los trabajadores, el justicialismo agrupaba a una extensa base
social formada por una inestable alianza de clases -proletariado, empleados,
pequeña y mediana burguesía, sectores profesionales, militares y eclesiásticos-,
que componían un extenso movimiento presidido por la figura carismática del
coronel Juan Domingo Perón y por la de su esposa Eva Duarte –Evita-, convertida
en hada madrina de los desposeídos -“los descamisados”-.
El
peronismo se ha sostenido sobre el recuerdo mitificado de los primeros años de
gobierno a Perón (1946-1955), en los que el país avanzó económicamente, desarrolló
su industria y protegió la producción nacional mediante aranceles, se nacionalizaron
servicios como el transporte colectivo urbano, el ferrocarril, el Banco
Central, el gas y la electricidad, se construyeron escuelas y viviendas, y una
extensa legislación sancionó derechos laborales y civiles, entre ellos el
derecho al voto de las mujeres. Hubo algún reparto de tierra, pero permaneció
la estructura de la gran propiedad de la tierra, las grandes estancias de la
oligarquía agrícola y ganadera, vinculada al sector exportador de carne y grano,
que sería el más firme bastión de los adversarios del justicialismo.
Perón
fue derrocado en 1955 por un golpe de Estado, y sus partidarios esperaron
durante años su regreso del exilio en España, convencidos de que el peronismo,
como el Ave Fénix, volvería a resurgir de sus cenizas con su más bello plumaje.
Pero, en 1973, en los casi 20 años transcurridos, el mundo había cambiado, Argentina
no era el mismo país, ya que sufría una larga etapa de inestabilidad, sacudido
por continuos cambios de gobierno, ni lo era Perón, que regresaba con 78 años y
murió al año siguiente de volver, ni lo era tampoco el peronismo, escindido
entre tendencias enfrentadas, como se pudo comprobar el 20 de junio de 1973,
cuando en el aeropuerto de Eceiza, un grupo de extrema derecha tiroteó a la
multitud que esperaba la llegada del avión en que Perón regresaba, ocasionando una
docena de muertos y un centenar de heridos.
Se
dijo que el organizador de la matanza fue José “Joe” Rucci, secretario general
de la Confederación General del Trabajo, quien poco después era dinamitado
dentro de su coche en una calle de Buenos Aires. Su muerte se atribuyó a los
Montoneros, peronistas de izquierda, también al Ejército Revolucionario del
Pueblo (grupo guerrillero de inspiración marxista) e incluso a López Rega, en
un intento de llevar el peronismo hacia el anticomunismo, en la deriva que
estaba llevando el Cono Sur hacia dictaduras militares de extrema derecha. En
todo caso, la muerte de Rucci no fue la única en la burocracia sindical, pues
otros dirigentes sindicales habían muerto violentamente, entre ellos Augusto
“Lobo” Vandor”, acusado de traidor por intentar erigir un peronismo sin Perón.
En
1983, inspirado en la novela homónima de Osvaldo Soriano, Héctor Olivera reprodujo
en la película “No habrá más penas y olvidos”, protagonizada, entre otros, por
Federico Luppi, las luchas intestinas entre peronistas de izquierda y derecha.
Así,
pues, al regreso de Perón el peronismo no sólo estaba internamente roto sino
que sus facciones solventaban a tiros sus diferencias. El intento de moderar la
tensión entre sus tendencias y de reeditar el modelo de gobierno de antaño, con
el mandato indiscutible de Perón en la Presidencia, acompañado de su mujer,
Isabel Martínez -Isabelita-, en la Vicepresidencia, para que cumpliera el papel
de animadora de las masas como antaño lo hizo Evita, no se pudo realizar y
además fue breve. La muerte de Perón, en julio de 1974, rompió el precario
equilibrio entre bandos, pues Isabelita, aliada al ministro de Asuntos
Sociales, el siniestro López Rega, buscó el apoyo de los sectores más
derechistas del justicialismo. A partir de ese momento, cuando crecía la
violencia en el país, el peronismo entró en un abierto enfrentamiento entre el
sector más derechista, que ocupaba el Gobierno y recurría al terrorismo de
Estado, con organizaciones secretas como la triple A, y los Montoneros, un
grupo que postulaba la revolución socialista, organizado militarmente, que
desafiaba al Gobierno en la creencia de poder vencerlo.
Richard,
Gillespie, en 1987, publicó “Soldados de Perón. Historia crítica de los
Montoneros”, donde relata la locura que se apoderó de un grupo de jóvenes de
clase media y alta, católicos, y en general de familias acomodadas, que condujo
a muchos de ellos a la muerte en choque con el ejército y la policía, al exilio
y a ser detenidos, torturados y juzgados por la Junta Militar, que puso fin, en
marzo de 1976, al intento de gobierno peronista sin Perón, implantando una de
las más crueles dictaduras de América del Sur.
Hay
una frase de Borges sobre la problemática identidad de los argentinos -“el
argentino es un italiano que habla español, piensa en francés y querría ser
inglés”- que se puede usar para expresar la confusión ideológica del peronismo
de hoy, porque bajo la misma etiqueta cohabitan, cuando cohabitan y no se
despedazan, no dos almas o dos sentimientos políticos, sino varios cientos de
ellos.
Por eso, la reivindicación
peronista de Pablo Iglesias no sólo aclara poco, sino que añade confusión a su habitual ambigüedad.