sábado, 26 de febrero de 2022

Correlación de fuerzas en febrero 2022

En esta fecha, febrero 2022, la legislatura del Gobierno de coalición resulta legislativamente fructífera, pero también frustrante, si no se explica lo conseguido. El Gobierno procede con lentitud, con excesivo miramiento, cuidando las formas y con el deseo de no encabronar a la derecha, pero le falta pedagogía, explicación sobre lo que va haciendo. No intenta romper con hechos la hegemonía de la derecha en la opinión pública basada en mentiras e intenciones. El Gobierno no logra hacer visible entre amplios sectores de las clases subalternas ni siquiera lo que hace bien. Y eso es lo que hay que explicar: la correlación de fuerzas; la pugna permanente entre las fuerzas y recursos del capital y las menguadas fuerzas del trabajo, y el ímprobo trabajo que cuesta modificar esa correlación.

No conviene olvidar un rasgo importante de la política en España respecto al conflicto entre las fuerzas políticas que representan al capital y al trabajo.

La derecha, que es muy fuerte, persigue sus objetivos con tenacidad y sin atisbo de duda. Cuando encuentra una ocasión propicia -un gobierno con mayoría absoluta o una izquierda en estado débil-, destruye, con prisa y a conciencia, lo obtenido en favor de las clases subalternas, con un odio de clase que no busca sólo recuperar lo perdido o lo que considera injustamente arrebatado a las clases propietarias, sino destruir las fuerzas de la izquierda -un enemigo, más que un adversario-, para impedir que vuelva a corregir, en favor de los más débiles, el injusto y secular reparto de la riqueza del país.

Lo contrario sucede cuando la izquierda recompone sus fuerzas y halla una coyuntura favorable, o con apoyos condicionados, como ahora, y trata de volver a la situación anterior para recuperar lo perdido. Debe hacerlo espacio, reconstruye con cautela, pero realmente no recupera todo lo perdido, porque la posibilidad de recibir indemnizaciones correspondientes a lo perdido y por lo que se podría llamar “lucro cesante” en la etapa de deterioro no se contempla. La izquierda se ve obligada a hacer borrón y cuenta nueva, y volver a empezar, de cero o casi desde cero, como la leyenda de Sísifo. Esta es la moraleja del conflicto entre el capital y el trabajo desde hace siglo y medio en este país.    

 

viernes, 18 de febrero de 2022

Casado quiere ser presidente

Al concluir la campaña electoral en Castilla-León, las encuestas matizan el inicial apoyo al Partido Popular. No indican que vaya a perder las elecciones, pero es posible que no gane por goleada, que es lo que pretendía. Por lo menos, lo que Casado pretendía, porque lo necesita.

Casado quiere ser presidente; es un botarate, pero quiere ser presidente. Es joven, sueña y tiene aspiraciones, pero no tiene madera; no da la talla como dirigente, imita a los jefes, pero lo hace mal; no percibe el momento político, porque es dogmático y va a piñón fijo -no, no, no; bronca, bronca, bronca-, tiene desconcertado a un sector del PP con tantos noes, escoge mal a sus aliados y maltrata al que más necesita; se acerca a Vox y luego huye, pero le imita, y anda de acá para allá como pollo sin cabeza. Y más importante todavía, carece de programa. Él cree que gritar a Sánchez y acusarle de tener amistadas poco fiables y hacer cosas que el PP ha hecho en otros momentos, le exime de tener programa. Y no es así; el programa es necesario, aunque sea tan falso como el de Rajoy, que llevado a la práctica resultó ser lo contrario de lo que había dicho antes. Ya se lo advirtió Aznar bien clarito -Llegar a la Moncloa, ¿para qué?-, pero Casado no se dio por aludido.

Y es que quiere ser presidente; cree que ya le toca, porque lleva mucho tiempo de meritorio.

Nota el aliento de Ayuso en la nuca y ve el crecimiento de Vox y eso aumenta la tensión y la prisa por llegar a la meta, pero para alcanzarla necesita los triunfos que no obtiene enfrentándose a Sánchez, que es un tipo frío y correoso, que, a pesar de la precariedad de su gobierno y la calculada deslealtad de sus socios, está logrando aprobar presupuestos y sacar adelante reformas que parecían imposibles y afrontando, al mismo tiempo, la pandemia del covid, para la cual, Casado ha carecido de estrategia en positivo, salvo tres propuestas aisladas, que, en el tiempo, han sido bajar los impuestos, declarar una jornada de luto nacional y proponer una ley de pandemias. Esta, más acertada, ya al final, esperando que, con una ley nacional, Sánchez logre hacer de Ayuso, lo que él no ha conseguido hasta ahora, pues la teme, pero la necesita.

Casado necesita triunfos, y Ayuso los tiene; tiene un triunfo electoral reciente y tiene caché en el PP y más a la derecha.

En esta situación, Casado prepara su estrategia imitando la de Madrid; se trata de adelantar las elecciones autonómicas y sorprender al adversario, y de paso al socio para librarse de él, y ganarlas, primero, en Castilla-León; luego convocar en Andalucía, y ganarlas, con eso y la victoria en Madrid, ganar las autonómicas de 2023 y, así, de triunfo en triunfo, llegar a la Moncloa. Es como un niño, que sigue los pasos del cuento de la lechera sin haber leído el final. 

¿Y qué hacer en la campaña electoral castellana? ¡Vaya pregunta! Pues lo que salga; lo mismo que ahora: criticar a Sánchez, orillar los problemas regionales y plantar cara al gobierno central, ya que no se trata de responder de lo hecho y atender necesidades de Castilla y León, donde el PP lleva décadas gobernando, sino salvar a España de un gobierno bolivariano y sacarla de la etapa más oscura de su historia. Los temas de debate, o sea, de bronca, los proporcionarán la torpeza y la maldad del propio Gobierno, o sus socios, o ETA y sus presos, o los indultos del “procés” o Maduro, pues todo vale contra Sánchez, que es la pieza a abatir desde cualquier rincón de España donde gobierne el PP, convertido en un fortín contra la Moncloa. Y así se ha hecho.

La campaña empezó con la encendida defensa de la calidad de la carne, de las granjas y macrogranjas, con una mentira sobre lo que no dijo el ministro de Consumo, que sirvió para no hablar de lo que había hecho Mañueco sobre el tema y acusar al Gobierno de cosas que ni había dicho ni tenía intención de hacer. Pero una vez tomado ese camino tan propicio a la confusión y a la demagogia, la campaña adoptó un aire bucólico y rural y devino en peregrinación de altos cargos del PP llegados como refuerzo -O viene Ayuso o perdemos- por granjas y criaderos, secaderos de jamones, prados, cebaderos y rediles, con escenarios propicios para posar en fotografías con animales domésticos -¡Mi reino por una vaca!-, con el riesgo de convertir el PP en un partido pastoril -¡A ver, niño, acércame esa oveja!-.

Como resultado de estos recorridos, los votantes se han enterado de que en Castilla surgió la Hispanidad, que es el acontecimiento humano más importante desde la romanización, de que Ciudadanos es el culpable del adelanto electoral, de que les amenaza algo peor que un gobierno Frankenstein, de que Zapatero no quiere viajar a Venezuela, por eso Casado se lo pide con vehemencia; de que ni la carne es mala, ni el azúcar es veneno, ni el vino es droga. Y de que se ha atacado la remolacha, y ahí Casado se pudo meter en un lío al mentar la remolacha en la tierra de Onésimo Redondo.   

Al final de la campaña, en la que han salido a colación los Reyes Católicos e incluso el conde Drácula (todo sea por halagar a la nobleza), el PP ha señalado a castellanos y leoneses los dilemas a los que deben dar respuesta en las urnas.

Uno es el de la guerra fría, planteado por Ayuso con la consigna “comunismo o libertad”. La presidenta de la Comunidad de Madrid tiene un repertorio corto, pero imperecedero. O la trampa balcánica, desvelada por Casado, que lleva a elegir entre un gobierno del PP o de los amigos de Bildu y Esquerra. O el dilema aún mayor de hacer frente a un futuro apocalíptico: un gobierno del PP o el caos.

Vale, pero mientras tanto, ¿qué hacemos con la remolacha?  

12 de febrero, 2022


Suspiros de Spain

 Dejo para otro día comentar la sesión parlamentaria del día 3, destinada a aprobar o no la nueva reforma laboral, porque el espectáculo, digno de aparecer en la pista central del famoso circo Barnum, donde actuaba el audaz trapecista y simpar mujeriego conocido como el Gran Sebastián, en una película de don Cecil B. De Mille, merece ser tratado con mejor humor y más detenimiento. Y vamos con los suspiros en aquella jornada de verdadero “suspense”, que diría el maestro Hitchcock.

Suspiró con alivio el Gobierno, tras el susto de la primera lectura de los datos, corregida por la inclusión del telemático voto positivo de un diputado del PP -un voto en conciencia, pues según Freud, el subconsciente no se engaña-, que corrigió en parte la defección de los diputados discrepantes de UPN, que dijeron votar en conciencia. Por un solo voto de diferencia -175 síes, 174 noes-la nueva reforma laboral quedó aprobada; un voto raspado, que se presta a varias lecturas y a una constatación preocupante, pero útil para el propósito perseguido. Suspiraron los diputados del PSOE, UP -con un diputado menos (el “rastas”)-, Ciudadanos, PDeCat, Más País, Compromís, PRC, Coalición Canaria, Nueva Canarias y Teruel Existe, que aprobaron la Ley.

También suspiraron los desleales socios del Gobierno -ERC, PNV, Bildu y BNG-, que reaccionaron como siempre, anteponiendo la identidad nacionalista a un problema social, y general, como es una reforma laboral que afecta a los trabajadores de toda España. De no haber sido aprobada la reforma, a ver con qué cara se presentaban “los negacionistas” en sus respectivas naciones, para explicar a sus votantes que, por el bien de la patria (chica), habían rechazado una reforma laboral que mejoraba su situación, y que, por tanto, seguían bajo las condiciones dictadas por el “gobierno del 155”.  

Un suspiro de alegría recorrió los escaños de quienes votaron que no a la reforma, que fueron los habituales -PP, Vox, UPN desmintiendo a su partido, y Foro Asturias- más el Mixto, Junts y los radicales señoritos de la CUP. Alegría que se tornó clamor de protesta cuando se conoció el disputado voto del señor Casero.  

Y, desde luego, quienes más y más hondo suspiraron fueron los asalariados del país, trabajadores y trabajadoras de cualquier región que, con esta reforma, que no es la mejor posible, verán mejoradas sus condiciones laborales e incluso las de sus vidas.

Otro día hablaremos de la vida política, de lo que sucede en el Congreso de manera habitual, de las dificultades entre los diputados no ya para entenderse, sino para escuchar y tratar de debatir con sensatez, en comparación con lo que trae detrás esta ley, que son largas jornadas de debate de miembros del Gobierno con delegados de la patronal y de los sindicatos, que, en definitiva, representan los dos pilares fundamentales de la economía, que son el capital y el trabajo. Y ellos sí paree que pueden discutir e incluso llegar a un acuerdo.

Dado el clima imperante en la cámara, de haberse intentado elaborar la ley en el Congreso, es dudoso que hubiera acabado el trámite. Hubiera quedado, como tantas otras reformas necesarias, arrumbada por la bronca.

Lo que hace falta es que la ley se aplique bien, con largueza, y pronto.  

La "ignoranta" imparte clases de historia

 Hace unos días, la presidenta (en funciones) de la Comunidad de Madrid, aprovechando la oportunidad que le brinda la campaña electoral en Castilla-León decidió instruir a los posibles electores con un poco de cultura.

Huyó del pecado de la carne y del azúcar y utilizó el camino abierto por Casado al hablar de los Reyes Católicos (mención inoportuna, pues se ignora si estaban a favor o en contra de las macrogranjas), para defender la monarquía frente a la república, porque ha ido muy bien -dijo- con la monarquía y las dos repúblicas que hemos tenido han acabado muy mal.

No sabemos por qué sacó a colación este tema en unas elecciones autonómicas, salvo para criticar al Gobierno y a sus socios, pero lo hizo. Y cada vez que Ayuso habla de la monarquía tiemblan en la Zarzuela, porque el tema es delicado.

Ayuso, claro está, no explicó quienes acabaron con ambas repúblicas, ni que fueron un remedio a dos defecciones de los monárquicos, ni falta que hacía, pues afirmó en su día que “Madrid, España y la monarquía son inseparables” como si fuera un hecho incontrovertible, con lo cual la ignorancia se tapa con un latiguillo y santas pascuas. Pero las cosas no son así; sucedieron de otro modo.

La Casa de Borbón llegó a España con un conflicto europeo, pues eso realmente fue la Guerra de Sucesión, aunque mal entendido por algunos catalanes.  

No es que los Austrias fueran mejores, pero agotada la dinastía, se asentaron los Borbones y, de todo hubo, desde reyes activos e ilustrados hasta necios y fementidos, atados por los pactos de familia a sus primos franceses e incapaces de ver lo que se dirimía en Europa a fines del siglo XVIII y principios del XIX.

Un gran agravio para un pueblo invadido por una potencia extranjera es que sus reyes emigren al país agresor, se pongan al amparo del soberano invasor y le cedan la corona, que este traspasa a su hermano. Divino gesto del corso.

Pero mayor agravio es que, acabada la guerra y expulsado el invasor, cuando el “rey deseado” (eso decían) regrese, en 1814, de su dorado exilio francés se apresure a abolir la legislación efectuada al amparo de la primera Constitución del país, y además entierre a la propia “Pepa” y encierre a quienes han defendido su trono. El intento de restaurar la Constitución sin abolir la monarquía en 1820, se salda, en 1823, con la entrada de los Cien Mil Hijos de San Luis para devolver al “deseado” el ansiado poder con pocas trabas, que no evita que se pierda la mayor parte del imperio americano (menos mal que aún no había nacido Pedro Sánchez, aunque sí Simón Bolívar).

Una década -ominosa- después, muere el infame y deja como heredera a una niña, y un hermano ambicioso, y aún más retrógrado, que quiere gobernar de modo absolutista y clerical. Y ahí tenemos el problema carlista, que provoca tres guerras civiles, y está anidado en los nacionalismos periféricos.

Sobre el reinado de Isabel II, casada con un…. bueno, un inútil, para lo que se esperaba de él, que era un heredero, Isabel Ayuso debería conocer algo de aquella corte y de aquella España, para explicarse la revolución del 68, el exilio de la reina, el breve reinado de Amadeo y la llegada, como remedio, de la I República, a la que se le pidieron demasiadas cosas en muy poco tiempo. Algunos de sus impacientes partidarios no ayudaron, ya lo dijo Engels, que no era de derechas precisamente, pero la verdad es que no tuvo ni siquiera tiempo de aprobar un proyecto de constitución federal, pues el federalismo exacerbado en la rebelión cantonal -¡Viva Cartagena!- la hirió de muerte. Esta vez no fueron tropas francesas las que pusieron “orden”, fue el general Pavía quien acabó con el primer ensayo republicano.

El pronunciamiento del general Martínez Campos -inmortalizado a caballo en el parque del Retiro frente a Florida Park-, en diciembre de 1875, en favor de restaurar la monarquía, trajo desde Inglaterra al joven Alfonso XII.

Con la llamada Restauración, que fue en realidad la segunda, se abría el largo período conservador, ideado por Cánovas, en que se perdieron los restos del imperio en América y Filipinas -el “98”-. Conviene recordar este asunto, porque a los muy patriotas se les suele olvidar quien gobernaba entonces.  

Le sucedió Alfonso XIII, el rey pornógrafo, en una etapa de gran inestabilidad social -lucha de clases, dicho a la brava- y de conflicto en África -guerra colonial mal dirigida, dicho también a la brava-. Un golpe militar, en 1923, sostuvo la monarquía, a la que sus partidarios abandonaron en 1931, y llegó la II República como efecto indirecto de unas elecciones municipales. La Casa Real abandonó el país y se abrió una etapa tensiones y precario equilibrio de fuerzas.

Cierto es que la República tuvo apoyos muy divididos y pocos incondicionales, y que, igual que a la primera, las clases subalternas le exigieron mucho en poco tiempo; que la crisis económica de 1929 llegó a España con cierto retraso, pero golpeó con fuerza a las clases económicamente más débiles y mermó la capacidad financiera del Gobierno para atenderlas. Y también es cierto que, mientras tanto, en Europa iban surgiendo gobiernos autoritarios, dictatoriales o directamente fascistas, y que, en España, un sector de la derecha vio en ellos una solución favorable a sus intereses.

En realidad, las derechas, tras el desconcierto provocado por la caída de la monarquía se dedicaron a reorganizar sus filas y a conspirar contra la República. Y cuando creyeron tener la fuerza suficiente, intentaron acabar con ella con un golpe militar. No lo lograron en 1932, con Sanjurjo, tampoco en 1936, que dio paso a la guerra civil, pero sí, con la victoria de Franco en 1939. Y ese es el origen de la III Restauración borbónica.

Franco no emitió un pronunciamiento militar al estilo del siglo XIX, pero lo que hizo fue algo así y además aplazado, pues propuso, para cuando él faltase, restaurar la monarquía en la figura del príncipe Juan Carlos, saltando el orden sucesorio, ya que el heredero era don Juan. O sea, que Franco no restauró el poder de la vieja dinastía borbónica, según los usos de la monarquía, sino una nueva versión, a partir del hecho excepcional de un golpe de Estado. El que medien 36 años entre un hecho y otro, no priva a la monarquía de ese origen espurio.   

Resumiendo: 1) Las dos Repúblicas, breves en comparación con largos períodos monárquicos que no estuvieron exentos de problemas, acabaron sus días, en parte por falta del apoyo de sus partidarios y fácticamente por intervención militar. 2) Que la monarquía borbónica ha sido restaurada varias veces teniendo detrás el apoyo militar, unas veces pacífico y otras violento. 3) Que la monarquía carece de la expresa legitimación popular, por mucha que sea la simpatía que despierte la Casa Real. Y este es un problema que se debieran plantear, sobre todo, los monárquicos, como defensores de la institución que consideran legítima y compatible con un régimen democrático.