La "España plural", una acepción frecuente en las conversaciones entre los partidos de izquierda y los partidos nacionalistas, es una formulación engañosa, porque parece que existe el acuerdo sobre el tema, cuando en realidad expresa dos opiniones contrapuestas.
Hay una noción ecológica que supone la convivencia de distintas especies en el mismo hábitat -ecosistema-, pero para los nacionalistas la pluralidad es el orden del parque zoológico: muchas especies, que no conviven, pero están próximas en un mismo recinto, porque están separadas en jaulas que agrupan animales de la misma especie. La pluralidad está en el parque -el Estado español- no en cada una de sus recintos -las "naciones"-, que son social, racial y políticamente homogéneas.
Los nacionalistas son contrarios a la pluralidad en lo que consideran sus territorios; su lucha va encaminada a "construir" la nación, es decir a generar sociedades homogéneas, no plurales o diversas, que son sociedades impuras, adulteradas por elementos extraños.
martes, 28 de enero de 2020
De “Junts pel Sí” a “Ahora ya no”
Ayer,
en el Parlament, tuvo lugar otra sesión histórica -histriónica, más bien- del
sainete en que se ha convertido la actividad política en Cataluña.
El
President vicario del President fugado fue despojado de su acta de diputado,
por una orden de la Junta Electoral Central, respaldada por el Tribunal
Supremo, que fue acatada por el republicano Roger Torrent, presidente del
Parlament, lo cual supuso un paso más en la progresiva separación de ERC y
JuntsperCat.
La
pérdida del acta fue la consecuencia de otro tropezón con la justicia de quien,
aprovechándose de su cargo de President, ha tenido hasta ahora como única
actividad institucional el impulsar la independencia provocando incidentes y
desafiando las leyes, como si fuera un mozalbete de los CDR. Y con los jueces
se ha encontrado.
Es
decir, Torra parece dedicado a seguir el camino opuesto al de ERC de
desjudicializar la política (sin que sepamos en qué se va a concretar eso)
suscitando la apertura de un caso judicial tras otro contra su propia persona.
Por cierto, y hablando de tribunales, el juez pide imputar a otros doce altos
cargos de Convergencia por su (presunta) participación en la trama de
corrupción del 3%. También está pendiente de declarar el Sindic de Greuges,
Rafael Ribó, clarísimo ejemplo de la deriva ideológica de la izquierda
pesebrista, por aceptar favores en especie. Pero volvamos a lo de ayer.
Muy
enfadado por la deslealtad de su socio, y hasta hace cuatro días comparsa del
disparate, salió de la cámara llevándose a los suyos y ahí quedo eso: es decir,
los Presupuestos.
Torra
parece dispuesto a desbaratar el intento de ERC de avenirse a dialogar -ahora
todo es diálogo- con el Gobierno de Sánchez para sacar a su gente de la cárcel.
Y a veremos cómo lo consigue. Lo cual exige aflojar la tensión, pero Torra cree
que cuanto peor vayan las cosas, mejor para el “procés”, que está agonizando.
Junqueras ha insistido en llegar a un refrendo negociado y ayer sólo se
reunieron doscientas personas en la calle para apoyar a Torra. Y quemaron un
contenedor de basura. Un acto simbólico.
De aquello de la lista del President y de Junts pel Sí,
hemos pasado al “Prou. Ara ja no”. Pero el Gobierno de España depende de ese
manicomio.
lunes, 20 de enero de 2020
Oscuro y tormentoso
Ya tenemos Gobierno; cogido con alfileres, pero
Gobierno. Con hipotecas, pero Gobierno. El primero de coalición desde la II
República, que ya es paradoja. Y ha empezado a funcionar, aunque con tropiezos,
como proponer a Dolores Delgado como fiscal general del Estado. Un error de
bulto, aunque no le falten méritos para el cargo y la decisión no sea ilegal.
Pero es un gesto feo, que denota obcecación y complica el inicio de una
legislatura que no será tranquila (nunca lo es cuando gobierna la izquierda).
Con apoyos dudosos y una oposición arriscada,
Sánchez tiene por delante un mandato tan oscuro y tormentoso como el reinado de
Witiza, según recordarán los seguidores de Francisco García Pavón, el Simenon
manchego inventor de la novela policíaca al hispánico modo.
Pronto veremos lo que Sánchez es capaz de sacar
adelante, ya que, dejando aparte una oposición feroz, que le considera un
presidente ilegítimo y hará todo lo posible para que la legislatura sea breve, el
Gobierno depende -o pende- de un interesado, heteróclito y ajustado respaldo
parlamentario, en particular de los partidos regionalistas y nacionalistas -¿O
regionalistas son todos, pero jugando en ligas de primera y de segunda
división?-, y, sobre todo, de ERC, cuyos portavoces, amigos de pedir favores a palos,
se muestran muy crecidos y obstinados en exigir que se cumpla, antes que nada,
el pacto para “resolver el conflicto político” catalán. O se pone en marcha la Mesa
de gobiernos -espejismo de una negociación entre estados, y en Cataluña una
Mesa de Partidos, como una independentista Asamblea de Cataluña-, o el Gobierno
central tiene los días contados. Y ahí están los Presupuestos Generales como
primera prueba a superar.
Ínfulas no han faltado a Rufián y a Montserrat
Bassa para señalar la fragilidad del Ejecutivo respecto a un pacto opaco y, por
lo que se sabe, ambiguo, que se presta a varias interpretaciones, pues el “sit
and talk”, lo mismo puede concluir con un “The game is over, Spain;
goodbye forever”, si se toma como referencia la opinión de Quim Torra (“lo
volveremos a hacer”), que con un “take the money and run” (“¿Y esto,
quién lo paga?”, que preguntaría Jordi Pujol), aceptable para los pragmáticos
que prefieren “brass in pockett”, antes que otro “Independence Day”
acabe, como el “rosary of the dawn”, en el “one hundred fifty five”.
Pero ni eso, ni otros puntos del programa del
candidato, se pudieron debatir en las sesiones de investidura, porque el
nacionalismo de una u otra manera se convirtió en el tema casi monográfico de
los debates por el pertinaz empeño de sus portavoces de recordar una y otra vez
su aspiración a cumplir el programa máximo, y por la insistencia de las
bancadas de la derecha, que siempre muerde el anzuelo, en utilizarlo como pieza
de artillería pesada para acusar a Sánchez de todo lo que se les pasó por la
cabeza y pronosticar un aluvión de males sin cuento si llegaba a la Moncloa.
No era el momento de poner en duda la
legitimidad de Sánchez y de algunos diputados por haber realizado, según Vox, un
juramento fraudulento, tampoco de poner en duda la monarquía, hablar del 1 de
octubre de 2017, de la situación de Junqueras, de discutir si ETA ha ganado -¡Qué
duda, cielo santo!- o de sus víctimas y las del GAL, de la violencia de género
o de la patria en peligro de romperse (que no lo está, ni precisa la
intervención del ejército para impedirlo, como ha sugerido algún bárbaro).
Extemporáneos asuntos que dieron mucho juego a
los principales espadachines de la oposición, que combatían entre sí a la vez
que lanzaban estocadas al candidato, pero que, respecto al meollo del asunto
-un programa de gobierno-, ofrecieron poca luz a los ciudadanos, aunque dejaron
claro lo que algunos entienden por cortesía parlamentaria o incluso mera
educación (estuvo acertado Baldoví, con la tila). En ocasiones, con tanto fuego
de artificio -¡Vive le Roi!; ¡Vive la nation!-, parecía que estuviéramos
en la Asamblea francesa, en el verano de 1789.
Como no es posible otro gobierno, las jornadas
de la investidura tendrían que haber servido para conocer a fondo el programa
del candidato, comprobar su consistencia y evaluar el cómo, el cuándo y el
cuánto de un proyecto reformista con innegable contenido social.
No pudo ser. Así que millones de personas que
esperaban claridad y algunas certidumbres sobre el futuro, se quedaron con las
ganas.
Pero ya tenemos gobierno. Ahora a gobernar y a
poner en marcha la reforma fiscal, que esperemos grave las rentas más altas, la
derogación (por ahora parcial) de la reforma laboral, suba las pensiones (por
ahora con tacañería), no sólo derogue la ley Wert, sino que proponga una nueva
ley de Educación (y que la considere un pacto de Estado, para que dure; y otro
para la investigación), derogue la “ley mordaza”, reforme la ley de justicia
universal y regule el derecho a morir dignamente, acometa con decisión la lucha
contra el fraude fiscal y la corrupción, limite los aforamientos, renueve con el
criterio más objetivo posible el Consejo General del Poder Judicial y el
Tribunal Constitucional, asuma como un importante y urgente problema nacional
la falta de expectativas de la juventud de origen social modesto, a causa del
empleo precario, de los bajos salarios y la dificultad de acceder a una
vivienda, que es otro problema nacional, provocado, entre otras razones, por el
raquítico parque de vivienda pública, cuyos fondos en los Presupuestos del
Estado han pasado de 1.500 millones de euros en el año 2009 a 450 millones en
2018, lo que no sólo ha contribuido a encarecer el precio de los pisos en el
mercado de la vivienda, sino que ha generado un mercado de infraviviendas,
destinado a la población cuya existencia está marcada por el estigma del “infra”
o del “sub”, como nueva categoría sociológica (subempleo, infravivienda, infrasalario,
subconsumo, subcultura, subalimentación y otras precariedades), que la define y
condena como una subclase.
La España vacía, o vaciada, es otro de los
problemas que el Ejecutivo tiene delante, que le enfrenta al reto de paliar y,
a ser posible, revertir el éxodo rural.
Mayor es el desafío de la “vicepresidencia
verde”, que debe afrontar, luchando contra el tiempo, las consecuencias del
cambio climático o, quizá mejor, de la crisis del clima, que no sólo se
resuelve reduciendo la emisión de gases con efecto invernadero, sino que exige cambiar
el modelo económico y energético por otro más eficiente y menos contaminante
(de nuevo la investigación como factor fundamental).
Plan ambicioso, que, si quiere ser efectivo,
tiene afectar también a los hábitos de trabajo y consumo de toda la población. Lo
cual plantea un problema de Estado, que exige el consenso parlamentario con
quienes niegan el cambio climático, creyendo estar a salvo de sus
consecuencias, y una rigurosa y pormenorizada explicación a la ciudadanía.
20/1/2020
miércoles, 1 de enero de 2020
Nuevo año
En Europa y buena parte del mundo occidental
regido por el mismo calendario, comienza el año 2020 de la era cristiana, sin
que se pueda afirmar que nos hemos acercado mucho a los deseos de su fundador,
aquel hijo de un carpintero de Galilea, como para dar un nombre tan solemne a
una era tan larga como pródiga en desmanes y crueldades, sin sentir cierta
vergüenza.
También nos hemos alejado de otros ideales no
presididos por credos religiosos sino humanistas, comunitarios, solidarios o
utópicos, que, en diversos momentos de la historia, han señalado el alba de
nuevas eras que intentaban corregir los yerros, los excesos o las carencias de
las anteriores.
Desde antes de la primera revolución industrial,
pero sobre todo a partir de ella, los sentidos religioso y humanístico en la noción
del tiempo quedaron enterrados por la mercantil utilidad del calendario como
configuración racional del tiempo a largo plazo, complementado por el reloj
como medidor del tiempo a corto plazo, en un sistema económico impelido por el deseo
de producir la mayor cantidad de mercancías en el menor tiempo posible.
La intención de producir para satisfacer
apremiantes necesidades humanas quedó pronto desbordada por la lógica de
producir simplemente más y mejor; producir más, en menos tiempo, con el menor
coste posible y con el mayor beneficio para quien decidía qué producir y ponía
los medios materiales -capital- para hacerlo; producir no sólo para atender
necesidades apremiantes, sino para satisfacer necesidades que se podían
incentivar, estimular o crear en un proceso que fuera creciente e ilimitado, en
el que cada deseo tuviera su satisfacción y cada sujeto sus objetos deseados, a
cambio, naturalmente, de que su producción y su venta generasen un beneficio
económico.
Desde esta perspectiva, los seres humanos eran convertidos
en agentes de un sistema en el que actuaban como productores y consumidores, o
mejor, como productores y no consumidores o muy productores (contra su
voluntad) y poco consumidores (también contra sus deseos). El mercado era el
marco en el que libremente se relacionaban unos con otros, bien como oferentes
o bien como demandantes de bienes y servicios, entre los cuales se hallaba la
disposición a trabajar para otro, cediendo determinado esfuerzo físico y mental
durante cierto tiempo, a cambio de una contraprestación en moneda o en especie,
o en ambas.
Presentados, en teoría, como actores soberanos,
productores y consumidores quedaron en la práctica como juguetes de un mercado
que escapaba a su control e incluso a la comprensión de la ciega lógica que lo
impulsaba.
Bajo la engañosa impresión de que el ser humano
había conquistado, por fin, su papel de rey de la Creación dominando la
naturaleza, en vez de vivir sometido a ella como el resto de los animales, la
Tierra se concibió como un gigantesco almacén, que hacía las veces de mina y de
vertedero, pues dispensaba lo necesario para producir, por muy insensata que
fuera la producción, como la energía y las materias primas y después asimilaba los
productos terminados y los residuos, y lo hacía sin límite de tiempo ni
aparente coste económico; eso era el progreso, el desarrollo; un proceso
creciente y sin fin.
Mirando a lo lejos desde este año que empieza, sólo
se percibe en el horizonte este modelo económico, el capitalismo, como sistema
productivo, pero a la vez anárquico, poco eficiente, despilfarrador de recursos
que ya son escasos y, por si fuera poco, inestable y dado a sufrir periódicas y
destructivas conmociones.
Un capitalismo sin antagonista, aunque con
variantes: un capitalismo regulado (y en franca retirada), un capitalismo
cimarrón o asilvestrado, un capitalismo salvaje, un capitalismo más o menos
social; un capitalismo incipiente y un capitalismo maduro; un capitalismo de
mercado o de monopolio; un capitalismo local y un capitalismo global; un
capitalismo con democracia o sin ella, con derechos civiles o despótico; un capitalismo
ateo o confesional; un capitalismo de partido único o un capitalismo con varios
partidos también únicos, si persisten en alcanzar el mismo fin.
Este capitalismo sin visible alternativa a
corto plazo, aunque con crecientes muestras de instintivo rechazo social, ha
topado con un límite, no humano, sino natural, que es la crisis climática, en
realidad una revolución del clima que está en sus albores, cuyas señales de
alarma se perciben con más frecuencia y mayor intensidad.
El reto de esta década es hacer frente, de modo
urgente y coordinado -no hay otro- a esta revolución, porque sus efectos son
difíciles de imaginar.
El gran desafío de la especie humana está en
comprobar si seremos capaces de reemplazar este sistema productivo por otro y de
limitar la destrucción de la naturaleza poniendo los medios para facilitar su
regeneración, que será también la nuestra como humanos, en un planeta que no
hemos dominado ni entendido, y que además no nos pertenece como individuos,
porque, dada nuestra breve estancia en él, sólo somos temporales usuarios, ni
como especie, porque pertenece a todos los que habitan y habitarán en él.
Y nada importa que algunas, o demasiadas
personas, por ignorancia o interés en mantener este sistema, nieguen la crisis
climática, porque la naturaleza no se va a detener, no va a esperar a que los
reacios se convenzan, porque no concede treguas ni admite diálogo; la
naturaleza es soberana y la especie humana no lo es, porque depende de ella.
Si,
además de hablar, no hacemos pronto algo efectivo, quizá nos demos cuenta, demasiado
tarde, de que ya ha pasado nuestra oportunidad para intervenir con algún
resultado y de que estamos expuestos a sufrir la venganza de la Tierra, que
puede ser brutal e imparable.
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