viernes, 28 de agosto de 2020

Notas sobre 1968 (y 9). Final


En 1967 y 1968, España vivió un momento crucial, pues fueron años en los que, además del crecimiento económico, la llamada “apertura política”, iniciada con los gobiernos de 1963 y 1965, alcanzó su máximo grado de liberalización.
Tras haber superado el Primer Plan de Desarrollo (1964-1967), el Gobierno aprobó el segundo (1968-1971), con lo cual, desde el punto de vista productivo España se acercaba con rapidez a los parámetros de los países desarrollados, aunque respecto a la evolución de sus instituciones políticas distaba de poder homologarse con los países de su entorno, a pesar de los avances en el ámbito periodístico y cultural.
Uno de los cambios más perceptibles en este campo fue la posibilidad de plantear la discusión sobre algunos problemas nacionales que hasta entonces había tenido lugar en cerrados círculos intelectuales y en altas instancias del mundo académico, o bien en el exilio.
A pesar de sus limitaciones, la Ley de Prensa e Imprenta de 1966 permitió a las empresas editoriales ampliar el catálogo de sus publicaciones con temas que habían estado proscritos y ofrecer a un número creciente de lectores, tanto aspectos de la historia cercana, teorías y actuales debates políticos, como una noción de la realidad del país (económica, política, sociológica y religiosa) que divergía de las ensoñaciones del Régimen.
De este modo, problemas y debates sobre temas nacionales e internacionales llegaron a un público más amplio, pero siempre minoritario, por medio de la prensa y la industria editorial, que forzando el incierto límite de lo permitido por la ley de Fraga, tendía a ser rebasado por algunos diarios y revistas, que, claramente o entre líneas -y entre multas-, abordaban asuntos hasta entonces vetados por el Régimen. Es decir, rompían el tabú que impedía, primero, conocer y, después, opinar, proponer y debatir. Nada extraordinario en los países del entorno europeo, pero que, en España, exigía mucha audacia y arrostrar no pocos riesgos.
Revistas como Destino o Gaceta Ilustrada aportaban información de actualidad nacional e internacional, y, sobre todo, la primera, temas referidos al campo artístico y cultural. Otras, más politizadas, como Índice, Cuadernos para el diálogo, Triunfo, Realidad (editada en Roma), Cuadernos Ruedo Ibérico (editada en París) y El ciervo, fueron obligada referencia de un pensamiento político más abierto, tanto desde la perspectiva religiosa como civil, cristiana, socialista e incluso marxista, al difundir una conciencia política moderna y dar cimiento a posiciones democráticas que hicieron posible el cambio de régimen.
Los años 67 y 68 fueron los años de máxima apertura, pues a partir de 1969, el Régimen se endureció ante el aumento de las tensiones sociales, experimentó una involución política y tendió, por la presión del sector más intransigente, a cerrarse sobre sí mismo.
El movimiento estudiantil, afectado por el estado de excepción, por la división interna, y desorganizado por la represión policial, cedió el protagonismo a los movimientos obrero, vecinal y nacionalista.
Mientras tenía lugar una rearticulación de la oposición interior con la aparición de nuevas fuerzas políticas más radicales, que alcanzarían su consolidación en la década siguiente, se confirmaba la división entre los reformistas del Régimen y los involucionistas, partidarios de no dar ni un paso atrás y reafirmar los valores originarios; facción que luego sería conocida como “el búnker”.
Dos asuntos principales estaban en el centro de estas diferencias, en un debate acuciado por la edad y el estado de salud de Franco. Uno era la posible evolución del Régimen hacia una democracia atemperada o la continuidad de un franquismo sin Franco, cuando ocurriera lo que eufemísticamente se llamaba el “hecho sucesorio”.
El otro asunto era la plena integración en Europa, es decir, la entrada en el Mercado Común, apetecida por los sectores más dinámicos del capital. Ambos asuntos estaban emparentados, pues restaurar un régimen político que fuera homologable con los sistemas europeos era condición indispensable para que España pudiera ser admitida en el selecto club mercantil europeo.
Democracia, sí, pero ¿cuál y cuánta? Partidos políticos, sí, pero ¿cuáles? ¿Hasta dónde  permitir la representación electoral sin facilitar al mismo tiempo la desnaturalización del Régimen?
Una corriente admitía que, por la izquierda del espectro político, el límite de la representación popular podía llegar hasta la socialdemocracia, otra defendía un simple maquillaje, y una tercera postulaba una democracia de élites, con unos partidos que dieran expresión política “moderna” a las viejas familias del régimen y a algunas más; en cualquier caso, el comunismo carecería de representación parlamentaria.
Europa provocaba sentimientos encontrados. Para unos suscitaba admiración, pues suponía la modernización y, además, un mercado extenso; para otros, rechazo, pues apegados a un españolismo rancio con nostalgia del viejo imperio, mostraban desdén por la democracia no "orgánica" y devoción por la monarquía católica y autoritaria. 
La década de los sesenta, que empezó en 1959 con el Plan de Estabilización, concluyó en 1970 con el proceso de Burgos. El punto de inflexión se produjo en 1969, que supuso un retroceso en la etapa aperturista.
En ese año se pueden señalar los siguientes hechos importantes: la muerte “accidental” del estudiante Enrique Ruano, en enero, estando detenido por la policía, seguida de un estado de excepción de tres meses en todo el territorio nacional; el nombramiento, en el mes de julio, del príncipe Juan Carlos de Borbón como sucesor de Franco en la Jefatura del Estado a título de rey, con lo cual, de cara a la sucesión, todo quedaba, según Franco, “atado y bien atado”, quien contaba con otra pieza fundamental para la estabilidad del Régimen: el almirante Carrero Blanco en la Vicepresidencia del Gobierno.
Se destapó el asunto Matesa, un caso de corrupción política que desató la tensión entre falangistas y tecnócratas del Opus Dei, generando una crisis que se saldó con la designación de un nuevo Gobierno, con mayoría de ministros “tecnócratas”.
Se agrandó la separación entre la España oficial y la España real, con el crecimiento de las fuerzas de oposición, y de una parte de la Iglesia y el Estado -con la cárcel de Zamora como uno de los exponentes-, con nuevas tensiones entre la Curia (casos Cirarda y Añoveros) y el Gobierno. Y finalmente, la instrucción de un juicio militar sumarísimo contra 16 miembros de ETA, que tuvo lugar al año siguiente.
En medio de la repulsa internacional y de movilizaciones de protesta en el interior, en diciembre de 1970, comenzó, en Burgos, el proceso contra los 16 encausados, para los cuales el fiscal solicitó diversas penas de cárcel y nueve penas de muerte, que luego fueron conmutadas por penas de prisión perpetua.
El año 1970 acabó con un estado de excepción en todo el territorio nacional, que duraría hasta junio de 1971.
Creyendo tener el futuro “atado y bien atado”, el régimen franquista se dirigía hacia su ocaso.

https://elobrero.es/opinion/56120-notas-sobre-1968-y-9-final.html

lunes, 24 de agosto de 2020

Notas 1968 (8). Canciones y protestas

Como otros recitales clandestinos, semiclandestinos o semiautorizados, que se daban en el país, el recital de Raimón -No, jo dic no, diguem no-, celebrado el día 18 de mayo en Madrid, fue mucho más que una mera expresión artística.

Con el vestíbulo de la facultad de Económicas de abarrotado por un público entregado, se convirtió en un abierto acto de reclamación política -Al vent, la cara al vent-, en una universidad enfrentada a la dictadura, cuyas autoridades respondían sancionando a alumnos y profesores, clausurando aulas, cursos, facultades o universidades enteras, según fuera el nivel alcanzado por las protestas.

Interpretado en catalán, el recital fue también un acto de reivindicación cultural y afirmación identitaria, cuyo origen estaba más atrás. 

En los primeros años sesenta, como reacción a la copla andaluza, a la canción aflamencada y a la música comercial nacional y extranjera, que saturaban el espectro radiofónico, y, sobre todo, como afirmación de las culturas autóctonas,  regionales, surgió una corriente musical más comprometida con el momento, interpretada en catalán, gallego, vascuence y castellano. Aunque también recibió la influencia de la música de autor, que, desde el extranjero, se colaba por las rendijas de la censura.

Sin que las autoridades pudieran evitarlo, el aire de la libertad llegaba con la vecina chanson, no sólo con el “pop” comercial de la canción ye-yé para bailar, sino con la canción para escuchar, de autores como Georges Brassens, Leo Ferré, Jacques Brel, Jean Ferrat, Juliette Greco o Georges Moustaki, donde latían la nostalgia, el romanticismo, la queja y la denuncia, el anarquismo, la bohemia o el existencialismo, y con la canción de protesta de Estados Unidos, compuesta en baladas con ritmos y armonías del blues, el folk y el country, de juglares como Woody Guthrie, Pete Seeger, Joan Báez, Phil Ochs, Bob Dylan, el Kingston Trío, Peter, Paul y Mary y tantos otros, denunciando lo que no funcionaba en la sociedad opulenta y avisando de que el tiempo estaba cambiando, sin que hiciera falta escuchar el parte meteorológico para saberlo. Los tiempos están cambiando -vuestro sistema se está haciendo viejo, los tiempos están cambiando- es una canción de Bob Dylan del año 1964; La respuesta está en el viento, otra inquisitiva balada meteorológica, es del año anterior.

El grupo catalán Els setze jutges[1], formado por músicos, cantantes, escritores, actores y periodistas, abrió camino a un tipo de cultura autóctona y coetánea, que pretendía separarse de la rancia, encorsetada y centralista cultura oficial, para hacerse eco de la etapa de cambios que vivía España, aún con cierto retraso respecto al resto de países del bloque occidental.

En el campo musical, este grupo pretendía ensayar nuevas formas, abordar otros temas en las letras, conservar sonidos tradicionales o incluso recuperar música antigua, aunando tanto la protesta, como la creación y la investigación.  

En la canción interpretada en catalán, mallorquín o valenciano, las figuras más relevantes de esa corriente, conocida como la nova cançó (la nueva canción) fueron Nuria Feliu, Francesc Pi de la Serra, Teresa Rebull, Pau Riba, María del Mar Bonet, María Dolors Lafitte, Guillermina Mota, Raimón, Joan Manuel Serrat, Lluís Llach, Jaume Sisa, Ovidi Montllor, Marina Rossell y Xavier Ribalta, entre otras. Barcelona, mucho más cosmopolita que Madrid -capital del Estado, pero todavía un mesetario poblachón-, se convirtió en centro de difusión de la nova cançó y de la emergente cultura contestataria, no sólo catalana, lo que parecía coherente con su condición de capital editorial del país y territorio culturalmente más avanzado que el resto por su ubicación fronteriza.

En otras latitudes se percibía un espíritu semejante, orientado a la búsqueda de raíces populares, del sentido profundo y verdadero de la cultura “del pueblo” -de los “pueblos”-, extraviado por la guerra civil, sofocado por el desarrollo capitalista y sepultado por la cultura de pacotilla que patrocinaba el franquismo.

De ahí procedía el interés de buscar en romances, cancioneros, villancicos, coplillas, canciones infantiles, refranes y cantigas, y en la obra de poetas, el auténtico sentir popular, incluyendo melodías y armonías, y recuperando, incluso, instrumentos antiguos para lograr ejecuciones más fieles al sonido original.

Surgió así una legión de modernos juglares en lengua catalana, gallega y vascuence, además de la castellana, con sus diversos acentos y variedades fonéticas; autores de sus propias canciones o compositores de música para los versos de poetas como Antonio Machado, Salvador Espríu, Gabriel Celaya, Miguel Hernández, Rafael Alberti, Gabriel Aresti, García Lorca, Rosalía de Castro, Celso Emilio Ferreiro, Joan Vergés, León Felipe o Blas de Otero.

Entre estos juglares estaban Paco Ibáñez, Luis Eduardo Aute, Joaquín Díaz, José Antonio Labordeta, Chicho Sánchez Ferlosio, Vicente Araguas, Benito Lertxundi, Mikel Laboa, Lourdes Iriondo, Xabier Lete, Imanol, Suso Vaamonde, Urko, Hilario Camacho, Julia León, Luis Pastor, Adolfo Celdrán, Elisa Serna, Rosa León, Patxi Andión, Amancio Prada, Víctor Manuel y tantos otros y otras…Y grupos como Aguaviva, Nuestro pequeño mundo, Almas humildes, Canción del pueblo, Jarcha, Nuevo Mester de Juglaría, Voces Ceibes, Los Sabandeños, La bullonera, Oskorri…, que representaban lo que entonces, por huir del término anglosajón folklore, se llamó música de raíces, canción protesta o canciones “con mensaje”, como había películas “con mensaje”, entendido como el sentido oculto dirigido a los espectadores para burlar la vigilancia de la censura. Era un efecto del hábito de leer “entre líneas” lo que publicaba la prensa, para intentar desvelar lo que el Régimen ocultaba.

Despacio, abriéndose costosamente paso entre las trabas administrativas a la difusión, grupos corales y cantautores fueron mostrando a un público creciente el cambio que se estaba produciendo en la expresión cultural y en la propia evolución del país. Canciones convertidas en himnos del momento y en señas de identidad de una generación señalaron, en competencia con influencias de procedencia extranjera, la modernización y diversificación, que se estaba generando en el país homogeneizado culturalmente por el franquismo, y acompañaron las quejas de la gente, las demandas de las incipientes fuerzas de la oposición, las luchas de los trabajadores, de los estudiantes y del movimiento vecinal, durante los últimos años de la dictadura y la etapa de la Transición.

Después, una vez restaurado el régimen democrático, la superficial subcultura de la movida, que musicalmente fue la banda sonora del narcisismo, de la despolitización y el desencanto, acabaría con los cantautores.

Silenciosamente desaparecieron de escena, acallados por el bullicio de una música intrascendente, que difundía el mensaje frívolo, hedonista, individualista y políticamente alienante de una nueva generación, presta a disfrutar de lo alcanzado por el esfuerzo económico y político realizado por la precedente. Los tiempos estaban cambiando, pero el aire soplaba ya en otra dirección.

 

Cantautor a tus trincheras

con coronas de laureles

y distintivos de honor,

pero no des más la lata,

que tu verso no arrebata

y tu tiempo ya pasó…

 

¿Qué fue de los cantautores?

Aquí me tienen, señores,

aún vivito y coleando

y en estos versos cantando

nuestras verdades de ayer,

que salpican el presente

y la mierda pestilente

que trepa por nuestros pies…

Luis Pastor: “¿Qué fue de los cantautores?”


Todo ello estaba presente intelectual y emocionalmente en el público que entonces asistía a recitales como el de Raimon en la Facultad de Económicas, el cual, a pesar de estar autorizado por el decano, concluyó con cargas de la policía, una manifestación de protesta y la prohibición, al cantante, de volver a actuar en Madrid. Lo uno por lo otro; protestar tenía su coste.


[1] “Dieciséis jueces”. Alude a un juego de palabras que pone a prueba la maestría del hablante en la pronunciación del catalán. “Setze jutges d’un jutjat mengen fetge d’un penjat; si el penjat es despengués es menjaría els setze fetges dels setze jutges que l’han jutjat”. (Dieciséis jueces comen hígado de un ahorcado; si el ahorcado estuviera descolgado se comería los dieciséis hígados de los dieciséis jueces que lo han juzgado).

domingo, 23 de agosto de 2020

Notas 1968 (7). El pulso del bajo clero con el Estado

A las circunstancias aludidas en la entrega anterior, hay que añadir los primeros actos de terrorismo de ETA, que aumentaron la tensión en el País Vasco y, en consecuencia, el conflicto entre la clerecía de base y la Curia y, de rebote, entre ésta y el Gobierno.

Más que un conflicto entre la Iglesia y el Estado, pues la Iglesia formaba parte del propio Estado franquista, que era confesional, lo que realmente se acentuó fue la tensión del bajo clero y la feligresía con el Gobierno.

Estos son los hechos más relevantes del año, en el ámbito que nos ocupa.

El 23 de enero, el TOP condenó a Alfonso C. Comín (miembro del PSUC) a 16 meses de cárcel por un artículo publicado en un semanario católico francés.

El 6 de febrero, comparecían ante el TOP cuatro sacerdotes vascos, acusados de participar en una manifestación.

El 10, un tribunal militar condenó a un soldado a 6 años de cárcel por negarse a prestar servicio en sábado, porque lo prohibía su religión. Según Amnistía Internacional, 50 objetores de conciencia estaban en la cárcel por negarse a prestar el servicio militar.

El día 17, el Gobierno autorizó la enseñanza del vascuence en las escuelas públicas.

El día 10 de marzo, el clero vasco emitía una nota de protesta por la detención de diez militantes nacionalistas en Vitoria.

El 14 de abril, Pascua de Resurrección, el Gobierno desplegó, en el País Vasco, la policía para impedir la celebración del Aberri Eguna (Día de la patria vasca).

En Madrid, el día 10 de mayo, se produjo un hecho que mostró un rostro bien diferente de la Iglesia, cuando 300 personas asistieron a una misa por Adolfo Hitler y los que fallecieron defendiendo la “civilización occidental y cristiana”. No fue la única vez.

El día 7 de junio, el asesinato del guardia civil José Pardines, en un control de carretera, por Javier Echevarrieta, miembro de ETA, y la muerte de este, por disparos de la guardia civil, en otro control, reavivaron la tensión entre la Iglesia y el Gobierno.

El día 10, un grupo de sacerdotes ocupó durante varias horas el obispado de Bilbao, en protesta por la represión ejercida por la policía sobre los asistentes a las misas por el alma de Javier Echevarrieta.

En julio, presionada por una carta de trabajadores, la Conferencia Episcopal expresó su apoyo a la libertad sindical y al derecho de huelga. En el mismo mes entró en funcionamiento la cárcel concordataria de Zamora.

El día 1 de agosto, seis sacerdotes ingresaron en la cárcel de Zamora y otro en la prisión de Basauri por el impago de multas gubernativas.

El día 2, tras el asesinato del comisario de policía, Melitón Manzanas, a manos de un comando de ETA, el Gobierno decretó el estado de excepción en Guipúzcoa durante tres meses. Para facilitar la labor represiva de la policía, pocos días después aprobó el Decreto-Ley sobre Represión del Bandidaje y el Terrorismo, cuya aplicación en todo el país generó arbitrariedades, malos tratos y torturas, y, pronto, las lógicas protestas.

El día 15, la Confederación Internacional de Sindicatos Cristianos denunció la oleada represiva en el País Vasco, y el día 16, cuarenta sacerdotes ocuparon como protesta el obispado de Bilbao.

El día 1 de septiembre, en las iglesias donostiarras se leyó una carta pastoral del obispo que acusaba al Gobierno de emplear la violencia y de vulnerar el Concordato. El obispado de Bilbao rechazó el proceso judicial incoado a 66 sacerdotes por firmar una carta denunciando la represión gubernamental.

El 17, era detenido el etarra Juan José Etxabe.

El 27, un consejo de guerra condenó a dos años de cárcel a José María y a Agustín Ibarrola.

El dos de octubre, falleció Aureli Escarré, abad de Montserrat. Más de 15.000 personas asistieron a su entierro, que se convirtió en un acto de afirmación catalanista. 

El 29 de octubre, el Gobierno prorrogó tres meses el estado de excepción en Guipúzcoa.

El 4 de noviembre, 60 curas se encerraron en el seminario de Derio (Bilbao), en protesta por el silencio de la Curia ante la represión policial. Solicitaban la dimisión del obispo y la renuncia de la Iglesia a los privilegios del Régimen.

El día 6, el TOP solicitó penas de 10 a 16 años de cárcel para cuatro jóvenes acusados de pertenecer a ETA.

El 12, en Bilbao, dos de los sacerdotes encerrados en Derio asistieron a un coloquio en la Facultad de Económicas. El obispado les amenazó con la suspensión “a divinis”.

El día 18, 550 sacerdotes bilbaínos enviaron una carta al Vaticano solicitando que interviniese en la diócesis. Designado administrador apostólico por Roma, monseñor Cirarda se hizo cargo del obispado de Bilbao el día 20.

Ese mismo día, la Conferencia Episcopal recibía un escrito de 39 enlaces sindicales del Metal solicitando su ausencia en las Cortes cuando se aprobase la Ley Sindical.

Tras casi un mes de encierro, el día 29, los 60 sacerdotes abandonaban el seminario de Derio y denunciaban la represión para aniquilar la etnia vasca y al pueblo trabajador.

Doce de diciembre. Detención de 11 militantes nacionalistas en Bilbao. En Madrid, 14 mujeres, madres y esposas de presos políticos, se encerraban en la iglesia de los jesuitas. El día 15, doscientas personas se congregaron ante la iglesia de Caño Roto para exigir mejor trato a los presos de Carabanchel.

En 1969, la Encuesta Nacional del Clero indicaba que casi la mitad de los sacerdotes españoles simpatizaba con ideas políticas cercanas a la izquierda; casi la mitad -el 47%- de los curas jóvenes era partidaria del socialismo y sólo el 10% del clero defendía a la dictadura.

 

miércoles, 19 de agosto de 2020

Notas 1968 (6). Curas rebeldes


Otro factor de erosión de la dictadura fue la movilización contra el Gobierno emprendida por una porción del bajo clero, comprometido con la cuestión social y la cuestión nacional.
La actividad opositora de seminaristas y curas jóvenes revelaba la división en la Iglesia entre una jerarquía vinculada al Régimen y un sector disidente del clero llano y la feligresía, más sensibles a los cambios en el mundo y proclives a aceptar las enseñanzas del Concilio Vaticano II, que en España cayeron como una pedrada, según el cardenal Tarancón, pues la Curia permanecía uncida a la dictadura y aferrada a los privilegios obtenidos en la cruzada.
Pero el clero joven, comunidades de base y un sector minoritario de la Curia en regiones donde crecía el sentimiento nacionalista se fueron apartando del Régimen y señalando cuál debía ser el lugar de la Iglesia, que era lejos del poder y cerca de la gente. La jerarquía debía separarse del Estado dictatorial y acercarse a la sociedad.
Con frecuencia la crítica más radical desbordaba los propósitos del Concilio y se extendía a la situación de la Iglesia en el mundo, instalada en el sistema capitalista y cerca del poder político o económico, despótico o democrático, siempre que le permitiera acomodarse a su amparo.
La Curia respondía a estas críticas ejerciendo la autoridad -Roma locuta, causa finita-, imponiendo silencio, trasladando a los disidentes y amenazando con la “suspensión a divinis” o la excomunión.
Frente a la poderosa institución -uniformada, jerárquica, burocrática, intolerante y plenamente integrada en las hechuras del Régimen- dirigida por la Curia con la misma frialdad que una empresa multinacional -una multinacional de la fe-, surgía desde abajo una queja que reclamaba el derecho a expresarse dentro de la Iglesia, trataba de parecerse a la gente corriente, viviendo y vistiendo como ella -la sustitución de la sotana por el clergyman (el alzacuellos) suscitó una gran polémica-, y demandaba sencillez, autenticidad y pobreza franciscana ante una jerarquía privilegiada y prepotente.
Curas de base y grupos cristianos fomentaban la vida comunitaria, las liturgias sencillas y participativas, la misa como asamblea -ecclesia-, más cercana y espontánea, y ofrecían una visión distinta de la religión -religare, volver a unir, o relegere, volver a leer-, pues frente al Dios autoritario y justiciero, aliado del poder, mostrado por la Curia, que justificaba la dictadura en cartas pastorales, homilías, sesiones de catequesis y obligatorias asignaturas sobre el dogma católico, las comunidades de base mostraban un Dios misericordioso, justo y liberador, que estaba al lado de los pobres y los perseguidos, y, sobre todo, un Cristo políticamente rebelde y más bien tercermundista.
De las bases, como una natural prolongación política de la caridad y de la compasión, surgía un humanismo socialista o un ingenuo comunismo cristiano, radical e igualitario, derivado de la tajante afirmación de que Jesús fue el primer comunista, que espantaba a la jerarquía, pero acercaba la iglesia militante a la izquierda menos dogmática, creando un marco propicio para un diálogo entre católicos y comunistas, entre cristianos y marxistas, que iba aún más allá, al mostrar la relativa facilidad para pasar de las filas de uno a las del otro, como se pudo comprobar poco después, pues una sociedad democrática y sin clases estaba más cerca del ideal evangélico que una sociedad clasista con un gobierno dictatorial.
En este contexto surgió el fenómeno de los curas obreros, curas de izquierda, algunos de ellos seguidores del socialismo, el comunismo o los nacionalismos regionales, como Juan Mari Zulaica, Felipe Izaguirre, Mariano Gamo, Francisco García Salve, Jesús Fernández Naves, José María Xirinachs, Xabier Amuriza, Francisco Botey, José María Llanos, Carlos García Huelga, Diamantino García, Pedro Casaldaliga y Vicente Couce, entre otros muchos, animados por el debate sobre las enseñanzas del Concilio, suscitado por José María Díez Alegría, José María González Ruíz, Enrique Miret Magdalena, Jordi Llimona o Josep Dalmau, inspirados, a su vez, por las interpretaciones conciliares de teólogos como Hans Kung, Yves Congar, Karl Rahner y Edward Schillebeeckx, entre los más innovadores o, quizá, los más audaces.
Los curas obreros, casi un millar, pero un auténtico revulsivo para la Iglesia y el Régimen, representaban la parte del clero más cercana a los ciudadanos y, en particular, a la clase obrera, al movimiento vecinal y a los grupos sociales más desfavorecidos. Afirmaban que su labor no estaba sólo en los templos, sino, sobre todo, entre la gente, en las fábricas, las minas y los barrios populares, y que los templos debían estar abiertos a las necesidades de la gente, por lo cual muchas parroquias dieron cobijo a la incipiente oposición clandestina.
Los curas obreros fueron parte del movimiento más activo contra la dictadura, participaron en protestas de todo tipo, en organizaciones sindicales y partidos políticos clandestinos, socialistas y comunistas (“Cristianos en el partido, comunistas en la Iglesia”, afirmaba Alfonso C. Comín), y en los movimientos nacionalistas.
Muchos de ellos, además de medidas disciplinaras eclesiásticas, recibieron sanciones gubernativas, multas y penas de cárcel, que debieron cumplir, en virtud del Concordato, en la prisión provincial de Zamora, apartados de otros presos.
La cárcel concordataria de Zamora, una penitenciaría para curas, fue una versión española de la ergástula mamertina de Roma, donde la leyenda dice que fueron encerrados el apóstol Pedro y el propagandista Pablo de Tarso.
Alberto Gabikagogeastoa fue el primer “huésped” de la concordataria. Ingresó en julio de 1968, condenado a seis meses de cárcel y al pago de 10.000 pesetas de multa por una homilía que el TOP consideró subversiva. Hasta su cierre en 1977, más de un centenar de sacerdotes, en su mayor parte vascos, pasó por las celdas zamoranas.
Similar escisión se vivía en las organizaciones llamadas de apostolado seglar, como la Juventud Obrera Católica (JOC), Juventud Estudiante Católica (JEC), la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) y la Vanguardia Obrera Social (VOS), producida por la contradicción existente entre la posición de la jerarquía dentro del Régimen y el contacto directo de estas organizaciones con los sujetos más frágiles de la sociedad.
La base más activa evolucionó desde los valores del mensaje evangélico, como la fraternidad, la compasión, la caridad y la esperanza de obtener, por las penalidades de la vida terrenal, una justa recompensa en la otra vida, a reclamar derechos laborales y políticos, un reparto equitativo de la riqueza, mejores salarios y condiciones de trabajo, viviendas decentes para procurar una vida digna a los trabajadores y sus familias, escuelas, servicios sanitarios y dotaciones en los barrios populares, crecidos de forma apresurada en la periferia de las grandes ciudades con el impulso de la industrialización y la especulación inmobiliaria.
En un mundo, y en un año, en que crecían por doquier las protestas contra el orden establecido, España debía cambiar más por la exigencia y la acción de los humildes, que por la hipotética largueza de los poderosos, amparados en la hipócrita retórica de la jerarquía eclesiástica. Y un socialismo cooperativo y democrático, sin colectivismo autoritario ni persecución religiosa, aparecía en el horizonte como alternativa necesaria al capitalismo explotador y alienante.
Así que no pocos miembros de organizaciones de apostolado seglar pasaron a hacer apostolado sindical como miembros o fundadores de asociaciones como las Comisiones Obreras, la Unión Sindical Obrera, la Asociación Sindical de Trabajadores, la UGT y los sindicatos de corte nacionalista. Y otros muchos acabaron nutriendo las filas de los partidos de izquierda y extrema izquierda, que a finales de la década se estaban gestando.
Una interpretación más radical de lo dicho, la hicieron los curas guerrilleros, que participaron o dirigieron grupos armados en América Latina y, en España, se acercaron al nacionalismo violento, singularmente el vasco.

lunes, 17 de agosto de 2020

Notas 1968 (5). Con el sudor de la frente

 

En el ámbito laboral, las reclamaciones de los trabajadores habían aumentado desde principios de la década, indirectamente favorecidas por la Ley de Convenios Colectivos de 1958, que pretendía estabilizar los precios al suprimir las subidas generales de salarios, haciéndolas depender de los acuerdos entre empresas y trabajadores. Fragmentaba, además, las reclamaciones laborales, dividía las luchas, reducía la resistencia a los planes patronales y despolitizaba los conflictos, al desviar las demandas hacia el capital privado en vez de hacia el Gobierno.

Como un efecto del Plan de Estabilización de 1959, que tuvo un coste muy alto para los asalariados, pues pagaron el saneamiento del sistema económico con deterioro de su situación de vida y trabajo -congelación salarial, contracción del consumo, reducción de plantillas, paro, migración interior y exterior y aumento de impuestos indirectos-, las protestas de los trabajadores fueron en ascenso, extendiéndose desde la minería asturiana, en 1962 y 1964, a otras ramas y provincias, principalmente al sector del metal y a zonas industriales.  

La industrialización produjo el aumento y la concentración de trabajadores en  grandes ciudades y zonas y polos de desarrollo, lo cual tendió a unificar las condiciones de trabajo y facilitar la organización y coordinación de las luchas, y atizó la tensión con los empresarios en la disputa por el reparto del excedente obtenido en la producción de bienes y servicios; es decir, reprodujo el conflicto entre el capital y el trabajo, entre los salarios y los beneficios; la lucha de clases, en suma, que el Régimen creyó haber desterrado suprimiendo los partidos políticos y sindicatos de clase y uniendo a patronos y trabajadores en un solo sindicato nacional, bajo control estatal.  

La tímida liberalización auspiciada por los ministros tecnócratas que pretendía ofrecer una imagen menos politizada del Régimen favoreció ese clima. En el Código Penal se modificó la tipificación de la huelga como delito de sedición, aunque conservó ese carácter para funcionarios y empleados públicos; en 1964, con motivo de cumplirse los “XXV años de paz”, se decretó un indulto parcial, en 1965 se promulgó la Ley de Asociaciones y en 1966 la Ley de Prensa e Imprenta.

Por otro lado, el Régimen quiso revitalizar su burocratizado sindicato a través de unas elecciones, en las que los trabajadores pudieran elegir a sus representantes (enlaces sindicales). El artífice de esta operación de “maquillaje” fue el polimórfico José Solís, que intentó, sin éxito, que la Organización Sindical Española fuese reconocida por la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

Ese clima de limitada tolerancia permitió que las candidaturas obreras impulsadas por las comisiones obreras obtuvieran bastantes representantes en las elecciones sindicales de 1966, en algunos lugares en puestos de cierto nivel.

Fue después de que CC.OO. convocase a miles de trabajadores en dos jornadas de protesta, en enero y octubre de 1967, en las principales zonas industriales,  cuando el Gobierno percibió su verdadera dimensión y decidió declararlas fuera de la ley y perseguirlas sañudamente.

Una sentencia del Tribunal Supremo, que consideró CC.OO. como organización ilícita y subversiva, abrió el camino a sucesivos procesos judiciales contra sus militantes, de los cuales el más conocido fue el Proceso 1001, incoado a su plana mayor.

Pero, desde el punto de vista laboral, 1968 fue un año poco agitado, pues se negociaron pocos convenios, por lo que las protestas y las jornadas de lucha fueron menores que el año anterior. Fue un breve paréntesis entre 1967 y 1969, años más conflictivos y sometidos a la represión, ya que el Gobierno decretó sendos estados de excepción.

No obstante, en 1968 hubo jornadas de lucha a primeros de mayo y protestas contra la nueva ley sindical, con la cual el Régimen intentaba hacer frente a las luchas obreras y Falange asegurarse el control de los trabajadores, que se le escapaba. Hubo encierros de mujeres en apoyo de trabajadores sancionados o detenidos, así como huelgas en empresas importantes como Pegaso, Standard Eléctrica, SEAT y en la minería, en HUNOSA, con la consiguiente represión patronal y policial. Hubo también continuas vistas en el Tribunal de Orden Público contra trabajadores y sindicalistas por participar en huelgas y protestas, así como contra estudiantes, militantes nacionalistas y sacerdotes, que fueron muy activos en ese año. 

En 1968, se contaron 551 conflictos colectivos frente a 1.595 en 1970, ocurridos con preferencia en Asturias y el País Vasco; el 41 por ciento en el sector minero, el porcentaje más alto, seguido del siderometalúrgico, con el 17 por ciento.

Por otra parte, a diferencia del movimiento estudiantil, los acontecimientos del extranjero ejercieron escasa influencia sobre el movimiento obrero, que fue más autónomo y original en sus reclamaciones y tácticas de lucha.

Respecto a los hechos más relevantes del año en el ámbito laboral, hay que recordar que, en marzo, la policía desalojó violentamente una asamblea de trabajadores en la factoría de Pegaso (Empresa Nacional de Autocamiones), en Madrid, detuvo a 25 trabajadores y 40 fueron despedidos por la dirección de la empresa, lo cual provocó una huelga de protesta.

El 29 de marzo, el TOP condenó a 9 mineros asturianos a penas que iban de 6 meses a 4 años de cárcel, y a 4 trabajadores que protestaban en Bilbao por los despidos en Laminación de Bandas en Frío. Días después, los sindicalistas Marcelino Camacho y Julián Ariza comparecieron ante el TOP.

El mes de abril concluyó con la ocupación de la fábrica Rockwell-Cerdán, en Gavá (Barcelona), por los trabajadores, y con las detenciones en toda España con que la policía trató de impedir los días de lucha decididos por CC.OO. con motivo del día 1 de mayo, en solidaridad con las huelgas de Pegaso y Standard en Madrid y SEAT en Barcelona.

El día 30 de mayo, presidido por el Delegado Nacional de Sindicatos, José Solís, se celebró en Tarragona el IV Congreso Sindical, que aprobó la nueva ley sindical, ya rechazada por representantes de los trabajadores.

El 18 de junio, el TOP impuso diversas penas de cárcel a una docena de trabajadores asturianos, miembros del PSOE y de UGT.

El 22 de julio, una delegación de obreros del metal solicitó a la Conferencia Episcopal que rompiera su silencio y defendiera la doctrina social de la Iglesia respecto a los derechos laborales. En respuesta, la Curia declaró que apoyaba la libertad sindical y el derecho de huelga.

El 15 de octubre, el Tribunal Supremo confirmó el carácter ilegal y subversivo de las Comisiones Obreras y el día 29, diez mil mineros fueron a la huelga en protesta por el despido de varios compañeros.

El 19 de noviembre, la policía detuvo, en Valencia, a 21 sindicalistas, y el día 20, treinta y nueve enlaces sindicales de la rama del metal entregaron un escrito a la Conferencia Episcopal, solicitando que ningún prelado asistiera a la aprobación de la Ley Sindical en las Cortes.

El 28 de noviembre, 15.000 mineros asturianos se declararon en huelga por la muerte de tres compañeros en accidente laboral. Al entierro asistieron más de 20.000 personas. HUNOSA amenazó con no pagar las indemnizaciones si no se reanudaba el trabajo.

A mediados de diciembre, en Madrid, grupos de mujeres de presos políticos se encerraron en iglesias para exigir mejor trato a los presos de la cárcel madrileña de Carabanchel.

En vísperas de Navidad, 43 presos políticos de la cárcel de Soria, entre ellos Marcelino Camacho y José Sandoval, miembros de las comisiones obreras, iniciaron una huelga de hambre, que se extendió a otras prisiones.

viernes, 14 de agosto de 2020

Notas 1968 (4) Tormenta en las aulas

El reverso de la España existente, entregada a las actividades habituales bajo la mirada de un gobierno vigilante, eran los hechos que mostraban la España emergente.
El país del mañana, representado por nuevas ideas, nuevas actitudes y nuevas propuestas políticas, aparecía planteado en medios intelectuales y universitarios, y confusa y abruptamente impulsado por la porción más activa de las nuevas generaciones; por los ciudadanos del futuro. La respuesta musical a La vida sigue igual, de Julio Iglesias, podría ser Los tiempos están cambiando de Bob Dylan o del extremeño Luis Pastor.
En 1968, el Régimen, reacio a los cambios por su naturaleza, tenía que afrontar un juicio crítico que iba en aumento, efectuado al margen de los escuetos cauces de opinión admitidos y acompañado con demandas colectivas planteadas por medio de actividades callejeras, a las que respondía con torpeza y brutalidad.
La oposición interior más activa se mostraba en tres (ilegales) movimientos sociales -estudiantil, obrero y nacionalista-, que, en los últimos años  habían ido en ascenso, y por una parte del clero llano.
Vayamos, primero, con el movimiento estudiantil. Crítico con el sistema docente, inadecuado para lo que demandaba el país, y con la jerárquica estructura universitaria, había crecido desde los años 1964 y 1965, al oponerse al Sindicato Español Universitario (SEU) y al organismo con que Falange pretendió reemplazarlo -las Asociaciones Profesionales de Estudiantes (APE)-.
Arrumbados los intentos falangistas, en 1966, en la “capuchinada” de Barcelona, se fundó el Sindicato Democrático de Estudiantes, que en 1967 y 1968, se fue extendiendo a otras universidades como un instrumento adecuado para plantear la reforma de la universidad -en objetivos y estructura-, que, para servir a una sociedad democrática, también debía ser democrática.    
Desde el mes de enero, con una huelga en la universidad de Madrid, hasta los incidentes en la de Barcelona, en diciembre, el curso académico estuvo recorrido por la tensión entre el movimiento estudiantil y las autoridades académicas y las fuerzas de la policía, ya que, para el Gobierno, lo que sucedía en las aulas era un problema de orden público, fomentado por el comunismo internacional.
Nada más reanudarse las clases, tras el paréntesis navideño, en la universidad de Madrid se declaró una huelga como protesta por las sanciones impuestas a  delegados del Sindicato Democrático. Pocos días después, un grupo de estudiantes entró en el rectorado de la universidad de Barcelona, quemó una bandera oficial y arrojó por la ventana un busto de Franco. Ocho de ellos comparecieron ante un juez militar acusados de injuriar a Franco, al Ejército y a la bandera. Mediado el mes, la agitación estudiantil se había extendido a los campus de Sevilla, Málaga, Oviedo, Valencia, y Valladolid.
A finales de mes el Gobierno formó un cuerpo especial de policía para intervenir en las aulas y más adelante, un servicio de información -“los sociales”, miembros de la Brigada Político Social- para neutralizar a los grupos subversivos.
En marzo, una oleada de protestas recorrió las mayores universidades del país, y el ensayista francés Jean Jacques Servan-Schreiber fue abucheado cuando presentaba su libro El desafío americano en la universidad de Madrid.
En abril, el Gobierno cesó al ministro de Educación, Manuel Lora Tamayo, y lo reemplazó por José Luis Villar Palasí, católico del Opus Dei.
En mayo, grupos de estudiantes participaron en las protestas de los trabajadores y representantes de estos asistieron a asambleas de estudiantes, donde fueron ovacionados. Mediado el mes, se celebró el recital de Raimón en la universidad de Madrid, que concluyó con una manifestación, y en los días siguientes, el eco del mayo parisino aumentó la movilización de los estudiantes.
El mes acabó con la clausura de la facultad de Filosofía de Madrid, tras el intento de ser ocupada por estudiantes, pero la represión gubernamental no se detuvo ahí: tres recitales de canciones y una veintena de coloquios fueron prohibidos, cuatro diarios y tres revistas fueron secuestrados por la policía y se impusieron multas a periodistas y directores. Se suspendió durante dos meses la publicación del diario Madrid, vinculado al sector aperturista del Régimen.
El mes de junio empezó bajo el impacto producido por el asesinato del guardia civil José Pardines por Javier Echevarrieta, miembro de ETA, quién a su vez fue muerto por la guardia civil al intentar eludir un control de carretera, y por los efectos de estos sucesos en la sociedad y en la Iglesia vascas.
El curso académico 67-68 ofreció un balance que reflejaba la crisis que sufría la Universidad: prohibición de asambleas, manifestaciones, cierre de facultades y universidades, cientos de estudiantes sancionados, casi 2.000 detenidos, y un ministro y varios altos cargos académicos relevados de sus cargos.
El último trimestre del año, menos revuelto, acabó con graves incidentes en la universidad de Barcelona, con manifestaciones y barricadas en la calle; en Madrid con choques entre policías y estudiantes, en el curso de los cuales fueron detenidos varios de ellos, acusados de arrojar “cócteles molotov” a los “grises”.
Desde 1965, el movimiento estudiantil había crecido en claridad política,  organización y movilización, con diversas iniciativas para impulsar las luchas -asambleas, marchas, ocupaciones, encierros, cartas, manifestaciones, recitales, jornadas, coloquios, edición de prensa clandestina y acciones de comando, hasta llegar a enfrentarse a la policía, si bien en desigualdad de condiciones y de manera defensiva.
La alusión de Franco, en el discurso de fin de año, a la subversión universitaria, fue un reconocimiento explícito de la importancia adquirida por la movilización de los estudiantes en el año 1968.

jueves, 13 de agosto de 2020

Notas 1968 (3) Historias de dos ciudades



Los resultados de la evolución económica del país y de su progresiva apertura al comercio mundial aparecían regularmente en las exposiciones y ferias de muestras que, cada uno o dos años, se celebraban en las ciudades más importantes. De ellas, vamos a tomar como muestra sólo dos, las celebradas en Madrid y en Barcelona, como dos visiones distintas, a veces enfrentadas (además de por el fútbol) y al tiempo complementarias del país, en esos años de acelerada y contradictoria mutación.  

Ambas ferias fueron llevadas al cine en dos películas modestas que no tenían más pretensiones que servir de documentales dramatizados por unas cuantas caras conocidas de actores y actrices del momento[1]. “Historias de la feria”, sobre la Feria de Muestras de Barcelona, fue rodada por Rovira Beleta en 1957, y “Días de feria”, sobre la Feria del Campo de Madrid, rodada por Rafael Salvia, data de 1960.  

Como si nada ocurriera al otro lado de los Pirineos, ni hubiera huelgas y barricadas en las calles parisinas, el 22 de mayo de 1968, Franco inauguró en Madrid la VIIª Feria Internacional del Campo, prueba del peso económico, social y cultural que todavía conservaba la España agropecuaria en la década del desarrollo industrial.

La edición, que amplió el número de países visitantes con Rusia, que concurría por primera vez, tuvo un gran éxito de público, ya que recibió la visita de tres millones y medio de personas, que se acercaron al recinto madrileño a interesarse por la faceta rural del país. Muchas de ellas, recién emigradas al fragor capitalino en busca de empleo, regresaron durante unas horas al entorno laboral y cultural de sus orígenes.

Por unos días, la burocrática capital del país adoptó un aire bucólico y pastoril. Madrid, sin dejar de ser la capital del capital, volvió a ser el poblachón manchego colmado de subsecretarios, que decía Camilo J. Cela, y se convirtió en temporal muestra de la diversidad de “los hombres y tierras de España”, en palabras del Caudillo, y realmente en exposición de peculiaridades regionales, de todo tipo de artesanías y productos de color local, variedades gastronómicas servidas en los  pabellones que imitaban las construcciones típicas regionales y en “pasarela” de seleccionados animales de crianza: caballos de fina estampa, la yeguada militar jerezana, percherones de tiro y cartujanos de silla o de calesa; ovejas churras y merinas, separadas para no confundir; cabras que tiraban al monte; vacas tudancas, pasiegas, blancas, negras, rubias y berrendas; lustrosas terneras gallegas y abulenses -promesa de suculentos chuletones-; tiernos lechones destinados al horno, gorrinos de pata negra -jamón, jamón-; mulos gerundenses, garañones zamoranos, novillos cebones, toros sementales y otras bestias excelentes de nuestra cabaña ganadera, que competía dignamente con la de los países visitantes.

Y, además, exposición de tractores y novísima maquinaria agrícola, pues el campo también se modernizaba y caían en desuso los viejos aperos: el trillo de madera, el bieldo y el cernidor, la hoz (y, desde luego, el martillo), la tartana con yegua, el borrico con cántaros y botijos, la carreta de bueyes y, tras dos mil años de prestar servicio en el agrum hispánico, el arado romano tirado por acémilas.

Mientras tanto, las ferias de muestras de Barcelona y de Bilbao, como privilegio de la burguesía cómodamente instalada en el reluciente neocapitalismo español, eran escaparates de lo más avanzado en innovación industrial y tecnológica.

Entre los días 1 y 15 de junio, se celebró en Barcelona, en el marco incomparable de Montjuich, con su gran escalinata y sus coloreadas fuentes luminosas para pasmo de payeses y turistas, la 28ª Feria de Muestras, con la participación por vez primera de Méjico y la República Popular de China.

Gesto inaudito y audaz con que Franco, mostrando las dotes de gran estadista proclamadas por sus incondicionales, se adelantaba a la diplomacia del ping-pong de Richard Nixon. Amazing!, pensaría tricky Dick, que decidió apropiarse de la idea, pero añadiendo un par de raquetas y una pelotita. Minucias.

En esa edición se presentaron, entre otras interesantísimas novedades, juguetes de Alemania, una maqueta de reactor nuclear, potente maquinaria checoslovaca pesada y de precisión, cristalería de Bohemia, confección norteamericana, ¡un supermercado!, lo último en receptores de televisión, entre ellos un televisor español con la carcasa transparente para dejar ver el interior, y una amplia gama de aparatos electrodomésticos “para las amas de casa”, que así se vendían. Novedades en el salón náutico, sólo para ricos con vocación marinera y la buchaca rebosante, y claro está, lo más moderno en el pabellón del tejido y el calzado, con exhibición en la pasarela de los diseños más actuales para las cuatro temporadas y donde, por primera vez, las modelos desfilaron en bikini para mostrar la moda veraniega.

En el Salón del Automóvil, ya reconocido por la Organización Internacional de Constructores de Automóviles, se exhibieron los prototipos más logrados de la industria nacional de automoción, aunque con patente extranjera.

Se presentó el SEAT 124, de la factoría catalana, berlina ideal para miembros de la clase media en ascenso -los nuevos españoles-, que dejaba literalmente atrás en técnica, potencia y prestaciones, y, desde luego en la carretera, al popular utilitario SEAT 600, hasta entonces el rey del asfalto, y al modelo intermedio SEAT 850, ni chicha ni limoná, salvo la versión “coupé” de dos puertas y apariencia deportivizante -un quiero y no puedo para postineros-, adecuado para ligones aficionados sacar ventaja al amigo peatón.

También el Mini Cooper 1275 cc, fabricado en Pamplona, caro y fardón, con un toque “Carnaby”, pero rápido y versátil; muy útil para robar furgones cargados de lingotes de oro, como hacían Michael Caine y su cuadrilla en la película de 1969 “Un trabajo en Italia”, que fue la mejor promoción de la marca británica sobre los múltiples usos del funcional matchbox.

Sin olvidar el Renault Alpine110, de la FASA (Valladolid), de aspecto deportivo, indicado para competir en “rallies” y para los amigos de aumentar las ventas de la CAMPSA pisando el acelerador.



[1] María Rosa Salgado, Antonio Vilar, Mara Lane, Manolo Morán y Gila, en la primera, y Tony Leblanc, José Luis López Vázquez, Pepe Isbert, Gisia Paradís y Pilar Cansino en la segunda.

sábado, 8 de agosto de 2020

Notas 1968 (2) La vida sigue (aparentemente) igual


El relato de la prensa sobre lo ocurrido en España en 1968 suele recordar los primeros asesinatos de ETA en el País Vasco y unas cuantas efemérides, como la repentina fortuna del acertante de una quiniela de catorce resultados y dos sucesos musicales protagonizados por Massiel y Julio Iglesias, y para quienes gozan de más cultura política, el recital de Raimon en la universidad de Madrid. Pero otros hechos merecen ser recordados, tanto referidos a la España oficial, como a la España real o social; a la España existente y a la España emergente, que mostraban el anverso y el reverso del país. Veamos, primero, lo que se podría considerar el anverso de lo sucedido aquel año.
El día 6 de enero, en Barcelona, José María Sanjuán recibía el premio Nadal por su novela Réquiem por todos nosotros, y el día 30, nacía en infante Felipe de Borbón, actual Rey de España. Impensable, entonces.
El día 6 de febrero, Sabino Moral, acertante de 14 resultados de la jornada de fútbol, recibió un premio de 30 millones de pesetas.
El día 6 de abril, Massiel se alzó con el triunfo en el Festival de Eurovisión, celebrado en el londinense Albert Hall. En el corazón del imperio británico, la cantante madrileña derrotó, con su “La, la, la”, al “Congratulations” de Cliff Richard. ¡Toma ya, pérfida Albión, Tratado de Utrecht! ¡Viva Barbate!
El día 1 de mayo, fiesta de San José Obrero, tuvo lugar en el estadio Bernabéu la tradicional demostración sindical, folclórica y gimnástica, con asistencia del Caudillo y personalidades del Régimen. Días después, el Real Madrid se proclamó campeón de Europa de baloncesto.
En mayo se celebró también, aunque sin pena ni gloria, el V Festival de la Canción de Mallorca. Y falleció al conocido actor de cine José Luís Ozores.
El 18 de mayo, en el vestíbulo de la facultad de Económicas de Madrid, atestado por un público entregado, tuvo lugar un recital del inconformista juglar valenciano Raimón, que acabó con una manifestación estudiantil y la prohibición al cantante de volver a actuar en Madrid.
En mayo se celebró la Feria del Campo en Madrid y en junio la Feria de Muestras de Barcelona; historias de dos ciudades, que veremos aparte.
En junio, acabó el curso universitario, que había sido bastante movido, y en Berlín, Manuel Santana venció en el torneo internacional de tenis.
El 17 de julio, un futbolista retirado triunfó, en el Festival de Benidorm, con la canción “La vida sigue igual”, de letra más bien fatalista o continuista. Había nacido Julio Iglesias como “estrella de la canción”, padre de “estrellas de la canción”, patriota de Miami y famoso de la “jet set” y las revistas del corazón.
La letra parecía recomendar paciencia a los adversarios del Régimen, que andaban revueltos, aunque no tanto como en Francia, porque era un República y ya se sabía lo que pasaba en las repúblicas (que tenían hasta cabarets). 
El 18 de julio, hubo la tradicional recepción del Caudillo a los cortesanos del Régimen, en los versallescos jardines del palacio de la Granja de San Ildefonso, con el encendido de fuentes y surtidores. 
El día 25 se hizo pública la encíclica papal Humanae Vitae sobre regulación de la natalidad. Con ella, el Vaticano y particularmente la Curia española intentaron dejar zanjado el tema del control de nacimientos, y en particular el uso de una pastilla -“la píldora”- ingerida por las mujeres. Roma locuta, causa finita, así que, en adelante, el único método de control permitido a los católicos, o sea, a toda España, sería el método contable del doctor Ogino… y confiar en la suerte. Y nada de “relaciones” prematrimoniales; casta abstinencia y duchas frías contra el fuego de Satán.
El 1 de septiembre, monseñor Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, recibió, a petición propia, el título de Marqués de Peralta. Humildad, monseñor.
El 10 de septiembre el Gobierno aprobó el II Plan de Desarrollo (1968-1971). El salario mínimo se fijó en 102 pesetas diarias. Se consolidaba el “milagro económico” español.
El 18 de septiembre, murió en su exilio mejicano el poeta español León Felipe. Ese día, el doctor Martínez Bordiú, yerno de Franco, realizó un trasplante de corazón; el paciente no sobrevivió.
El curso se reanudó en octubre, con menos conflictividad, y día 12, fiesta de la Hispanidad, las colonias españolas de Guinea Ecuatorial, Fernando Po y Río Muni obtuvieron la independencia.
El día 27 se clausuraron, en Méjico, los XIX Juegos Olímpicos, pero los atletas españoles no obtuvieron ninguna medalla. Se dijo que era a causa de la altura, pero el podio olímpico tenía las dimensiones de siempre.
Las fiestas navideñas, con lo que las rodeaba -reuniones familiares, belenes, tarjetas de felicitación, adornos en las calles, el sorteo de la lotería, aguinaldos y villancicos, panderetas y zambombas-, iban perdiendo el tono tradicional para irse inclinando hacia el comercio y el consumo. Pero los Reyes Magos todavía reinaban en los sueños infantiles sin la competencia de personajes extranjeros.
En el mensaje de fin de año, Franco apeló a restablecer la autoridad en las aulas.
Concluyó 1968 con la gala de RTVE, con presentación de Massiel, brindis por el nuevo año y actuación de cantantes y grupos musicales: Rosalía, Los Iberos cantando en inglés, muy en la onda californiana, Los Javaloyas, el rockero Bruno Lomas, la rumbita flamenca de Rosa Morena, el toque místico-melódico de Bety Misiego, el ritmo caribeño de Los Rivero y Los Cinco del Este, que no eran checos ni búlgaros sino mallorquines. Y la Orquesta Maravella.
Las doce campanadas anunciaron la llegada del año 1969, que sería conflictivo. Pero eso aún no se sabía, aunque algunos lo barruntaban.

Notas sobre 1968 (1) España y “los sesentayochos”


En Occidente, el año 1968, síntesis de una época económicamente opulenta, políticamente agitada, culturalmente fecunda y musicalmente feraz y ruidosa, fue copioso en acontecimientos políticos, económicos y sociales, en una década que también lo fue, favorecida por el cambiante contexto internacional.
Vistas en perspectiva, las masivas movilizaciones de protesta en los países más avanzados del planeta fueron una prolongación de los movimientos y las guerras de descolonización, surgidos en el Tercer Mundo como reacción al bipolar orden político, económico y militar, acordado por las dos grandes potencias vencedoras -Estados Unidos y la URSS- en la II Guerra Mundial.
Ante ese orden, que en los países desarrollados de Occidente corresponde a la etapa dorada del capitalismo (quasi) regulado por el pacto social, del que surge el Estado del bienestar, reaccionaron las nuevas generaciones rechazando el modelo político y productivo propuesto por las generaciones adultas.
Era el “gran rechazo” juvenil, del que hablaba Marcuse, y la propuesta de diversas alternativas de cambiar dicho modelo, pero del que emergía, de momento, un mundo desordenado. Ahí, empezó a romperse, en Occidente, el orden acordado en las conferencias de Yalta, Potsdam y Teherán, y en Bretton Woods y San  Francisco.  
Los sucesos del año 1968, en singular en primavera, son de sobra conocidos, por lo que sólo merecen un rápido repaso para avivar la memoria: en Estados Unidos, el problema racial y la defensa de los derechos civiles, la oposición a la guerra de Vietnam, el inicio de conversaciones con el Gobierno de Vietnam del Norte, los asesinatos de Martin Luther King y Robert Kennedy, la desdichada convención demócrata en Chicago y el triunfo electoral de Nixon.
En Alemania Federal, las protestas en la Universidad Libre de Berlín, las campañas contra la Ley de Excepción y el magnate de la prensa Axel Springer, y el atentado contra Rudi Dutschke. En Francia, la revuelta estudiantil resumida en el mes de mayo -“un electroshock”, según Edgar Morin-, que dio nombre a un año y a una época. En Holanda, la disolución de los “provos” y la actividad de los “kabuters”. En Italia, la suma de protestas de estudiantes y trabajadores, que continuarían en 1969, con el “otoño caliente”.
En Inglaterra fue menos intenso, pero hubo manifestaciones contra la guerra de Vietnam, aunque, en la vecina Irlanda, la violenta disolución por la policía de una manifestación sería el anticipo de una década sangrienta.
El año fue violento en Japón por la oposición de los radicales zengakuren, a que aviones de Estados Unidos despegaran de suelo nipón para bombardear Vietnam. El año comenzó prometedor en Checoslovaquia, con el proyecto de Alexander Dubcek de fundar un socialismo con rostro humano, pero la llamada “primavera de Praga” acabó “manu militari”, en agosto, con la entrada de tropas del Pacto de Varsovia.
Fue dramático en Méjico, por la represión, también “manu miltari”, con que el Gobierno quiso impedir una concentración en la plaza de Tlatelolco, que podía deslucir los primeros Juegos Olímpicos en un país de América Latina.
En España, comparado con lo ocurrido en otros países, el año 1968 fue modesto en acontecimientos de relieve internacional, sin querer decir que a escala doméstica nada importante ocurrió, pues fue uno de los años centrales de la etapa de desarrollo industrial -el “milagro económico”- y en los que se puso a prueba la capacidad del Régimen para acometer una tímida reforma política y cultural, la llamada “apertura”.
Respecto al mundo, España era periférica y subalterna, pues, encerrada en la férrea burbuja de la dictadura franquista, estuvo al margen de los grandes asuntos mundiales y de las convulsiones de aquel año, que llegaban matizadas por el filtro de la censura, a pesar de la relativa apertura informativa de la ley de Prensa e Imprenta de 1966.
La prensa del Régimen pintó un agudo contraste entre lo que ocurría fuera, incidiendo en el lado negativo -desorden y violencia en el extranjero- frente a los recientes 25 años de paz, desarrollo económico y progreso social. Mientras los jóvenes inconformistas percibían, magnificado, lo que ocurría en países de los que sabían realmente poco. Pero era un fresco viento de libertad que venía de fuera, ante el aire viciado de la dictadura.
Lo sucedido en España en 1968 quedó oscurecido por los “sesentaiochos” con nombre y fama, y sepultado, sobre todo, por el peso del cercano mayo francés -¡ah! “la grandeur”-, y sólo recordado por unos cuantos tópicos periodísticos. Como tantas veces, no hemos sabido ver, ni “vender”, lo que tenemos.
Los textos que siguen tienen la modesta intención recordar algunos hechos hoy poco conocidos o ya olvidados de un año que también fue importante para nuestra historia reciente, debiendo señalar un aspecto importante de su singularidad: que en España había una dictadura de verdad. Y esta era una diferencia sustancial respecto a los otros “sesentayochos”. En eso y en otras cosas, España era diferente.
En el ministerio dirigido por Manuel Fraga, alguien, quizá inspirado por el éxito popular de la canción “Eres diferente”, que quedó finalista en la segunda edición del Festival de Benidorm en 1960, había acuñado, en 1963, el lema publicitario Spain is different, con el propósito de animar a los europeos a conocer la cara amable, folclórica y soleada del franquismo pasando unas vacaciones typical spanish en las playas españolas, asistiendo a unas noches de zambra en un tablao flamenco o a las faenas taurinas de Manuel Benítez, El Cordobés.
Y, en efecto, Spain era bastante different. Verdaderamente different; con una peculiar mezcla de lo nuevo y lo viejo, luchando pero coexistiendo; un anverso y un reverso muy marcados.

https://www.elobrero.es/cultura/historia/54886-notas-lecturas-y-recuerdos-del-anyo-1968-1.html

lunes, 3 de agosto de 2020

Recuerdos 1968. Quince y "la loca"

Tras esperarla durante quince meses, una mañana de abril -no recuerdo la fecha exacta- sonó la “loca”. Era el habitual toque de diana señalando el comienzo de la jornada castrense, pero aquel día se me antojó que sonaba en la versión floreada, especialmente dedicada a mí; era, por fin, la “loca”.

Me quedan quince y “la loca”, decían ufanamente los soldados veteranos a los reclutas que tenían toda la “mili” por delante, indicando, con los toques de diana, los días que les faltaban para volver a casa tras recibir la licencia, de momento, provisional. Y luego iban restando cada día que pasaba, como hacía el capitán de caballería Jonathan Brittles (John Wayne), en la película La legión invencible, hasta que llegaba la última diana, la definitiva, la “loca”, que a mí también me llegó; tardó, pero llegó.

En adelante, en vez de un toque de corneta, un simple reloj despertador o un receptor de radio indicarían la hora de levantarme, sin tener que hacerlo con prisa para salir a formar la compañía y dar al oficial de semana el primer parte de novedades del día, después del madrugón.

Realicé los trámites burocráticos, recibí la cartilla militar -la “verde”- con las firmas y sellos pertinentes, el oficio indicando el lugar donde debía pasar la obligatoria revista anual, hasta recibir, a los cuarenta años, la licencia definitiva, y cuál era el regimiento de destino, de artillería, en mi caso, al que me debía incorporar en caso de ser movilizado. Después entregué el saco petate, las botas y el correaje, los uniformes de faena y de paseo, y los dos gorros, el redondo de paseo, con visera, y el ajado de faena -vikingo, le llamaban-, apetecido por los reclutas -“se lo cambio, por el mío”- por esa circunstancia -por tener encima “mucha mili” y por el galón de cabo primero (no deseado, pero si un capitán decide que seas cabo y después cabo primero, lo serás aunque no quieras; lo será por “galones”, dicho finamente)-.

Vestido de paisano, me despedí de los colegas, crucé la larguísima explanada flanqueada por edificios bajos de estilo colonial y traspasé por última vez la puerta del campamento, custodiada rutinariamente por los soldados del cuerpo de guardia.

Me fui sin mirar atrás y prometiendo no volver por allí (aunque he vuelto con mis hijas), pero orgulloso de haber superado una molesta etapa obligatoria y también inquieto ante lo que tenía delante, que era adaptarme a la vida civil tras quince meses de inmersión castrense, sólo interrumpidos por un permiso de trece días, y hacerme adulto, porque, entonces, una vez cumplido el servicio militar, ya no había escapatoria: la juventud quedaba definitivamente superada y se entraba, de verdad, en la edad adulta, en la edad de sentar la cabeza, decían, claro está, los muy adultos, y de aceptar lo que había por delante: una vida de trabajo y asumir las correspondientes responsabilidades familiares; un horizonte poco esperanzador.

Se habían acabado los sueños juveniles y debía aceptar que la vida, más aún en la España de Franco, quedaba muy lejos de lo ofrecido por los tebeos, las novelas y el cine de intriga y aventuras.

Terminar unos estudios que no me gustaban, vegetar en un empleo y cargarme de familia y de deudas quedaba muy lejos de los mares del sur, de las galopadas por las praderas de Dakota, de los abordajes piratas y la búsqueda de las minas del rey Salomón, de tesoros en el Caribe o en tierra de incas; de las carreras de cuadrigas y las luchas de gladiadores en el Coliseo; de los duelos en el Atlántico, en el aire -temibles, los Stukas de la Luftwafe-, bajo el mar -con el último torpedo- o en el OK Corral; del asalto a las diligencias, a los trenes, a los fuertes de troncos y a los castillos medievales; de los safaris y las cacerías y la legión extranjera; del desembarco en las playas de Normandía o de Iwo Jima; de las pesquisas de detectives con gabardina y sombrero; de los gangsters, los pistoleros y los jefes indios; de los corsarios y los piratas tuertos; de Robin Hood y los arqueros del bosque; de Ivanhoe y los caballeros del rey Arturo, y de los caballeros que las preferían rubias; del capitán Nemo y Phileas Fogg, de Búfalo Bill y Wyat Earp; de Toro Sentado, Cochise y Caballo Loco; de Dick Turpin, D’Artagnan y el Conde de Montecristo; de Pancho Villa, El Zorro, el Coyote, los dos hombres buenos y el Capitán Trueno y, desde luego, de las bellas mujeres que les acompañaban en sus aventuras, aventureras algunas de ellas, fatales, otras, y siempre guapas e interesantes todas.

Quedaba atrás todo aquel mundo ficticio, que parecía más auténtico y, desde luego más interesante que el verdadero, que había sido otra escuela de la vida en un bachillerato complementario, aprobado con nota alta en los cines de barrio.

Así, pues, estaba condenado a ser adulto, plenamente adulto -a veces creo que aún no lo he logrado-, en un mundo construido por adultos, que no me gustaba, aunque en 1968 estaba agitado por esperanzadores signos de cambio, y en un país raro, atrasado e ingrato, que parecía tercamente empeñado en no cambiar en un mundo agitado, gobernado, además, por un anciano y despótico militar y una patulea de personajes despóticos, ambiciosos y mediocres. Pero cambios sí que había; el más evidente, en mi salud.

Unos anómalos días de mucho frío en una zona habitualmente cálida, soportados con uniformes de verano, habían causado estragos en la compañía y me habían provocado una fortísima bronquitis, que se me reprodujo a los pocos días de licenciarme, en una de las drásticas bajadas de temperatura, frecuentes en la Meseta.

Afección, que se repetiría en los inviernos siguientes, y de la que me costó bastante tiempo y esfuerzo librarme, aunque no del todo, pues quedé resentido de esa zona. Décadas después, la radiografía de una neumonía, mostró los efectos de la primera bronquitis; que no era una herida de guerra, sino una modesta y molesta dolencia de “mili”, que me hizo la puñeta durante años.

El segundo cambio fue de orden laboral. Nada más volver a casa -a casa de mis padres, claro- me reincorporé a mi antiguo puesto de trabajo, en el que fui advertido de que la empresa cesaba en su actividad, por lo que, a partir del mes de agosto, perdería el empleo. De momento, el mundo de los verdaderos adultos se mostraba más bien disuasorio.

Durante los meses de “mili” me había carteado con amigos y familiares, leído la prensa cuando podía, pero, sobre todo las revistas, Índice, Triunfo y Cuadernos para el diálogo, allí difíciles de encontrar.

Había conocido, además, a desventurados galeotes de otras provincias movidos por inquietudes políticas similares a las mías, así que estuve informado de lo que ocurría, pero el servicio militar, prestado en un campamento situado lejos de núcleos urbanos en una de las provincias más atrasadas del país, no dejaba de formar un mundo aparte y llegado a mi escenario habitual quise ansiosamente ponerme al día.

Lo que sigue no es tanto un relato de mis modestas peripecias vitales, cuanto una reconstrucción de lo acaecido en ese célebre año, efectuada con apoyo de lecturas posteriores para ayudar a la memoria y facilitar la reflexión, pues uno vive inmerso en los hechos, influido por el espíritu de la época y por el clima de opinión del momento, sobre todo de los círculos más cercanos, pero sin pensar demasiado sobre ellos, en particular, si los hechos son muchos e importantes, como los de aquel año lo fueron, sobre todo fuera de España.

Es después, cuando se conoce el desenlace de procesos cuyo curso estaba entonces por definir y se percibe la verdadera dimensión de lo ocurrido, cuando llega la reflexión.

Y lo sucedido en el mundo, aquel año, requería mucha reflexión, pero también lo acaecido en España, menos espectacular, que, como país subalterno, quedó oscurecido por los acontecimientos de los países punteros en producir noticias.

Pero ya lo había advertido el sagaz Fraga, desde el Ministerio de Información y Turismo: Spain is different.

Y, en efecto, la Spain de Franco era bastante different.

 Vera, 3 de agosto de 2020.


En la próxima entrega, Massiel, Julio Iglesias, Raimón y otros asuntos.