El tercer viaje de Benedicto XIII
a España hay que situarlo en el contexto de la involución doctrinal de la
Iglesia impulsada por los dos últimos papas, que tiene como objetivo estratégico
restaurar lo sagrado como principio preeminente en la sociedad y, sobre todo,
en el ámbito de la política. Es un proceso contrario a la evolución del mundo
en los tres últimos siglos, contrario a lo que significó la Modernidad: la
autonomía del sujeto, el ciudadano como soberano, la autoridad civil, la
capacidad legislativa de los parlamentos, el gobierno no vinculado a la moral
religiosa, los derechos civiles, el principio no confesional de lo público, el
voto, la información y la libre opinión, la investigación científica, el
derecho no canónico y la religión como un asunto de la conciencia personal, no como
cuestión de Estado, que chocan con la estructura, las relaciones internas y los
órganos de decisión de la Iglesia, que son medievales.
En este intento de retornar a los
tiempos de la contrarreforma católica surgida del Concilio de Trento, no sólo
hay que ver el afán altruista de preocuparse por la salud del alma de los
habitantes de este mundo, que se podría compartir, sino una ofensiva del cuerpo
sacerdotal para restaurar un orden social que justifique su poder a la sombra
del presunto poder de Dios. Pero el resultado de este proceso no depende sólo
de los clérigos sino en especial de la actividad de los seglares, de ahí vienen
los esfuerzos de la Curia para convertirlos en militantes activos a favor de
restaurar lo sagrado como principio rector de la sociedad y, con ello, la
recuperación del poder que antaño tuvo la clerecía.
El
Sínodo de los Obispos (Roma, octubre, 2005) criticó la tibieza de los políticos
católicos que en su actividad pública no dan testimonio de su fe. Dios está
proscrito de la vida pública (…) La tolerancia que admite a Dios como
opinión privada pero lo niega públicamente en la realidad del mundo y en
nuestra vida, no es tolerancia sino hipocresía, afirmó el Papa en el
discurso de apertura. El presidente del Consejo Pontificio para la
Familia, el cardenal colombiano López Trujillo, apostilló el razonamiento del
Papa: No puede ser un problema privado aceptar leyes que ponen en peligro
del futuro de la
sociedad. El hombre no se puede separar de Dios, ni la
política de la moral. Es
contrario al derecho divino, al mandato de Dios, y una negación de la ley
natural. Y el estadounidense monseñor Levada, sucesor de Ratzinger en la
Congregación para la Doctrina de la Fe, señaló la responsabilidad que contraen
los católicos cuando eligen a sus representantes políticos: Es pecado votar
a políticos que no combaten el aborto o ignoran doctrinas morales fundamentales.
Empero, en esta reafirmación
doctrinal, la actitud de la Iglesia católica no es mística, sino épica. Los
mensajes del Papa no apelan al recogimiento y a la meditación de los católicos,
ni a renunciar a las pompas de este mundo, buscando, con la reflexión interior,
la comunicación con Dios. Sus discursos no son llamadas a la introspección
interna, a la perfección individual, a cultivar una fe íntima y ascética
mediante la lucha interior, sino a lo contrario: a la cruzada, a la
reconquista. Son toques a rebato, llamadas al compromiso militante para salir del
ámbito privado y ocupar el espacio público, en gobiernos, parlamentos,
instituciones, universidades, medios de información, asociaciones y también en
la calle.
Los mensajes del Papa son
instrucciones pastorales -órdenes- para que los creyentes ocupen lugares
destacados en la sociedad y sobre todo en los centros de poder, con el fin de gobernar
el mundo según el dogma católico. Por eso ha formado sus tropas de choque con
gente que, por edad o convicción, no haya conocido o haya renunciado al ideal ilustrado
del individuo autónomo, plasmado en el lema kantiano -Sapere aude!- de
atreverse a saber, a entender por sí mismo, sin tutelas. Son personas obedientes
a las que la Curia inculca una fe intransigente y con frecuencia fanática -Dios
no se equivoca, afirma el Papa-, de ahí el apoyo del Vaticano a
congregaciones nuevas, pero no más modernas, moralmente más dogmáticas y
políticamente más conservadoras, como los Legionarios de Cristo, Comunión
Neocatecumenal, los Focolares o Comunión y Liberación, además del Opus Dei (un
pilar del pontificado de Juan Pablo II), que, ante la marcha del mundo difícil
de entender, creen que Sólo de Dios puede
venir el cambio decisivo del mundo.
En manos de los laicos está el hacerles comprender que no debe ser así.
Nueva tribuna, 20 agosto de 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario