miércoles, 31 de agosto de 2016

Vergonzante investidura

Good morning, Spain, que es “different”

Hay días, y ayer por la sesión de investidura fue uno de ellos, en que España es verdaderamente un país “different”, una tierra distinta, una región peculiar; una anomalía en el sur de Europa.
Y la anomalía no es sólo el discurso, llamemos así a la aburrida perorata sobre conocidas fábulas con que Mariano Rajoy se adornó para eludir la obligación constitucional de ofrecer un programa de gobierno, si aspira a ser investido presidente. No fue una anomalía la sarta de lugares comunes y frases hueras que envolvieron mentiras sin convencimiento e imprecisas promesas difíciles de creer a estas alturas, dichas con la rutina imprescindible para cumplir un trámite. Fue tal el tono de la intervención del candidato, adobada con apocalípticas profecías -la alternativa sería “un gobierno de mil colores, radical e ineficaz”-, que se diría que no aspiraba a convencer ni a los suyos ni a sus ocasionales aliados, porque no le interesa gobernar, sino sólo mantenerse en el Gobierno, aforado y lejos de la acción de la justicia, y entre tanto dejar hacer, dejar pasar, aplicando dócilmente lo que dicte la canciller alemana.    
La verdadera anomalía de la jornada es que el peor Jefe del Gobierno de la etapa democrática, el hombre que, lejos de la moderación de la que alardea, ha arremetido sin piedad contra las condiciones de vida y trabajo de la población asalariada y los perceptores de rentas bajas, para atender los intereses de las clases altas y sanear con fondos públicos bancos y negocios quebrados por mala gestión privada, se haya presentado como candidato a ser investido presidente.
La verdadera anomalía es que quien ha convertido en espina dorsal de su mandato la privatización de bienes del Estado, el recorte del gasto público y el expolio del patrimonio colectivo mediante un trato opaco y preferente con agentes privados, se atreva a presentarse como el candidato ideal.
La anomalía es que quien ha dividido profunda y trasversalmente el país, al  fomentar que la brecha entre ricos y pobres haya aumentado como nunca en treinta años, se presente con el adalid de la unidad de España.
La anomalía es que quien ha conseguido que España alcance las cotas más altas de deuda pública (más de un billón de euros) desde hace un siglo, tenga una deuda externa de 1,8 billones de euros, incumplido un año tras otro el déficit público acordado con la Unión Europea, lo que ha merecido una amonestación, y ha aprobado con trampa el presupuesto de 2016 para tratar de engañar a los socios de Bruselas, se ofrezca como el mejor gestor posible.     
La anomalía es que quien ha sido un Jefe de Gobierno ausente, displicente, que ha gobernado de forma opaca y despótica, sin consultas, debates ni diálogo con otros partidos, sin admitir ni contestar preguntas y sin rendir cuentas al Congreso, a los ciudadanos y a la prensa, se postule ahora como el campeón del diálogo y el muñidor de futuros acuerdos.
La anomalía es que una persona trapacera, astuta y maniobrera, que encabeza un Gobierno en funciones, que en diez meses no se ha sometido al control del Congreso porque no tiene su confianza, y que con la reforma de la administración de Justicia, la Ley de Enjuiciamiento Criminal (ley de “punto final”), la Ley de Seguridad Ciudadana (“ley mordaza”) y la Ley de Seguridad Nacional ha promulgado un paquete legislativo de excepción, que no se corresponde con la situación real del país, tenga la desfachatez de postularse como presidente de un gobierno ¡moderado!
La anomalía es que el candidato a presidente, que representa un capitalismo de amigotes y una democracia de parientes y clientes, se presente como garantía de transparencia y regeneración cuando arrastra una abultada lista de miembros  de su partido, ya condenados o en curso de investigación, por casos que ofrecen una amplia gama de dejaciones, abusos, faltas y delitos cometidos al amparo de cargos públicos de todos los niveles.

Y la anomalía es que el candidato se postule respaldado por una pírrica victoria electoral, conseguida con una ley tramposa, todo hay que decirlo, y que la vituperable base de su relativo respaldo es haber convencido a buena parte de los votantes de que la corrupción del partido gobernante es un justificable y merecido pago adicional por servir a España lealmente y que la impunidad de los políticos corrompidos es una prueba de inteligencia y de la magnanimidad de la ley. 

martes, 30 de agosto de 2016

La herencia de Rajoy

Pronto hemos llegado al final de la XIª Legislatura, una legislatura anómala, excepcional por su brevedad -apenas cuatro meses (desde el 13 de enero al 3 de mayo)-, por el comportamiento del Gobierno actuando en funciones y por el carácter preelectoral de toda ella, concebida por los partidos más grandes como la antesala de unas elecciones definitivas -una oportuna segunda vuelta-, en las que los electores podrían modificar el sentido de sus preferencias políticas de manera suficiente como para formar gobierno sin verse forzados a negociar, ya que la disposición a escuchar, dialogar, entenderse y acordar, tan necesaria en quienes se dedican a la gestión de los asuntos públicos -y, por tanto, comunes, compartidos-,  es, empero, bastante escasa en las élites políticas de este país.  
Pero persisten los mismos problemas que hace seis meses, algunos agravados por la acción (o la inacción) del mismo gobierno y por la interinidad legislativa, concurren los mismos partidos, con las mismas debilidades y carencias y con los mismos dirigentes, que, por cierto, suspenden todos en las encuestas, incluso los nuevos, y persiste el mismo tramposo sistema electoral que altera la voluntad de los ciudadanos, por lo cual, los resultados de la jornada del 26 de junio no pueden ser muy distintos de los del pasado 20 de diciembre, aunque sí pueden ser peores, dado que los sondeos sobre las preferencias electorales sitúan al Partido Popular como el partido más votado.
En este posible interregno entre dos gobiernos de Rajoy (¡ojalá no nos maldiga el destino!), ocupado también por un gobierno de Rajoy en funciones, el Partido Popular ha mostrado los peores rasgos de su repertorio (los mejores no se  conocen), en particular su tendencia a gobernar con autoritarismo y a encubrir los casos de corrupción que salpican a sus dirigentes.  

En funciones
Por una de esas jugadas del destino, el peor gobierno de la etapa democrática ha recibido el inmerecido regalo de mantenerse en el poder más tiempo del estrictamente necesario, con lo cual se ha prolongado el castigo a los ciudadanos peor tratados por las medidas anticrisis. Pero lo más curioso del caso es que este gobierno, resultado de una legislatura obsoleta, se ha negado a rendir cuentas ante el parlamento salido de las urnas el pasado 20 de diciembre.
En el Partido Popular justifican este desafío al poder legislativo con la argucia de que se trata de un gobierno en funciones, cuando esa misma situación interina no le ha impedido tomar decisiones que tendrán vigor durante más de medio siglo. Aducen que careciendo de la confianza de la cámara, el Gobierno no debe someterse a ella, cuando esa debe ser la razón más poderosa del Congreso para someterlo a su control y evitar que se exceda en las limitadas funciones que le competen. Es una interpretación tan interesada como paradójica argüir que un gobierno en funciones (provisional) está menos sometido a control parlamentario que otro que goza de la confianza de la cámara, pero delata el ideal autoritario de gobernar sin testigos ni controles.
La Vicepresidenta ha utilizado de modo torticero la separación de poderes como argumento de autoridad para justificar la independencia del Gobierno respecto a las Cortes. Según esta nueva teoría de la democracia, de la que los ciudadanos han conocido su aplicación práctica en los últimos cuatro años, las urnas sirven para elegir a los diputados, pero después de nombrado el gobierno la ciudadanía se disipa, desaparece la soberanía nacional y sólo queda el Ejecutivo, que manda y dispone a su antojo sin rendir cuentas de sus actos. El hecho de que el Gobierno esté en funciones no altera la sustancia de la teoría, pues continúa investido de todos los poderes del Estado, debido a que todavía controla la cúpula de las instituciones que ha ocupado durante la legislatura con una mayoría absoluta ya periclitada. El Ejecutivo subsume al Estado, al Partido y también a la Nación, que deja de ser soberana, para ser una colectividad dependiente de lo que decide un gobierno investido de poderes ya caducos pero extraordinarios. Lo cual, como afirma Carl Schmitt, lo convierte en el verdadero soberano, porque decide sobre lo excepcional, sobre lo que no está legislado o está por encima de lo legislado, en este caso, su forma de actuar al margen del Congreso y de la Constitución, que, por otra parte, ha sido abolida concienzudamente, a golpe de decreto, durante la Xª Legislatura en lo que atañe a los derechos civiles y sociales de la ciudadanía.   
Lo que ocurre no es sorprendente, si se tienen en cuenta el origen y la trayectoria del Partido Popular desde hace décadas y cuál es su habitual forma de gobernar, tan llena de resabios franquistas.
Mariano Rajoy ha utilizado la mayoría absoluta para gobernar como un autócrata, ha sido el Jefe del Gobierno que más veces ha utilizado un procedimiento de urgencia (más que Aznar, incluso), como es el decreto-ley, para legislar de forma ordinaria sobre asuntos de tanta trascendencia como la reforma laboral o el rescate de la banca (decidido sin debate), y hacerlo desde bien pronto (el primer año: 16 leyes y 28 decretos); en total 75 decretos de una suma de 145 proyectos de ley; de los 163 tramitados, 59 lo han hecho por la vía de urgencia. Es un Gobierno que ostenta el demérito de haber reformado 26 leyes de una vez y sin debate parlamentario, y que más veces ha rechazado la comparecencia de Rajoy y de los ministros en las cámaras y ante los periodistas.
Rajoy ha sido el gran ausente del Congreso, el silencioso líder de un gobierno que no comunica, que actúa y guarda silencio, y también el gran mentiroso; en los tres primeros años y medio de legislatura el Gobierno fue opaco: el Partido Popular rechazó el 63% de las peticiones de comparecencia; en 105 ocasiones vetó la de Rajoy, en 22 ocasiones la de Ana Mato, aunque también las de otros miembros del Gabinete, como la ministra Báñez, el ministro de Defensa o el de Interior. La norma ha sido negarse a explicar, a rendir cuentas y eludir cualquier responsabilidad política.
Rajoy ha estado ausente del 85% de las votaciones, y a pesar de las numerosas peticiones de los partidos de la oposición, sólo ha comparecido en el Congreso dos veces de forma extraordinaria: una vez, el 1 de agosto de 2013, a propósito del caso Bárcenas, y fue para mentir a la cámara; la segunda, el 4 de abril de este año, para dar cuenta del acuerdo de la Unión Europea con Turquía sobre el incierto destino de los refugiados de Siria. Por su parte, la Vicepresidenta sólo ha comparecido una vez en cuatro años en la Comisión Constitucional, en la que debía dar cuenta de su actividad.
La reforma de la administración de Justicia, la Ley de Enjuiciamiento Criminal (ley de "punto final"), la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional, la Ley de Seguridad Ciudadana (“ley mordaza”) y la Ley de Seguridad Nacional forman un paquete legislativo de excepción, que no corresponde a la situación real del país, pero se acerca a la forma ideal del Gabinete de ejercer el poder, que muestra al PP como un partido no democrático, que soporta mal las consecuencias del régimen representativo, porque, como herederos del franquismo, sus dirigentes albergan el sueño de los dictadores, que es mandar sin rendir cuentas de sus decisiones a los ciudadanos y remitirse a Dios, a la historia o a otras mudas y solemnes instancias para no responder de sus actos de gobierno.
Este anómalo “gobierno de excepción en funciones” parece el adecuado colofón a un mandato cuajado de desplantes al Congreso y a la opinión pública, y pródigo en actos atrabiliarios para entorpecer la investigación de los casos de corrupción que le anegan y justificar unas medidas que han hecho retroceder el país a situaciones que creíamos ya superadas.

La corrupción que no cesa
A pesar de las trabas puestas a la investigación de jueces y policías, la justicia ha seguido (penosamente) avanzando en la instrucción de causas por diversos delitos de corrupción, y en estos meses interinidad legislativa hemos conocido una serie de nuevos episodios que sitúan la corrupción en el partido del Gobierno en cotas que eran difíciles de imaginar hace sólo unos años.
La décima legislatura se despidió con el descubrimiento de las actividades de dos diputados, Arístegui y Gómez de la Serna, que, como antes Trillo y Pujalte, simultaneaban su labor en la Cámara con la de opacos comisionistas, pero la lista de personas implicadas en presuntos o probados delitos aumenta cada día; las últimas son Patricia Herrero, exdirectora general de Empleo de la Comunidad de Madrid; Pablo Sanjuanbenito, codirector del Parque Nacional de Guadarrama; Torres Hurtado, el ya ex alcalde de Granada, y dos concejales, por delitos en proyecto inmobiliario; dos cargos sanitarios del Gobierno de Feijoo, por negar fármacos a enfermos de hepatitis C; Francisco Díaz, viceconsejero de Festejos de Melilla (Operación “Tosca”), y el ministro Alfonso Alonso, por pagar un precio excesivo en un alquiler cuando era alcalde de Vitoria.
En la Comunidad Valenciana, convertida cada una de sus provincias en una satrapía, los imputados se cuentan por docenas y a los casos más conocidos -Gurtel, Fabra, Brugal, FUDERSA (Blasco), Fórmula 1, IVAM, Imelsa, Terra Mítica, EMARSA, Noos, FITUR, Acuamed, Palau de les Arts, Canal 9, etc- hay que añadir nuevos imputados: Juan Cotino, vicepresidente de las Cortes valencianas, y otras 23 personas, por diversos delitos relacionados con la visita del Papa en 2006 (la fe mueve montañas, y al parecer, dinero); Alfonso Grau, vicealcalde de Valencia, Rita Barberá y 47 personas (operación “Taula”) por blanqueo de dinero y por presunta financiación ilegal del Partido, dirigido ahora por una comisión gestora. Pero Rajoy, que “desea acabar cuanto antes con esta lacra” y no se acuerda de su apoyo a Camps cuando se conoció el asunto de los trajes pagados por la Gurtel -“Estoy contigo, Paco”-, asegura que no ha tomado medidas antes porque no lo sabía -“ni yo ni mi partido teníamos ni idea de lo que pasaba en Valencia”. Claro, en el diario “Marca”, no suelen aparecer estos asuntos.
Si de la taifa valenciana pasamos a la satrapía madrileña, cambiamos de lugar pero no de costumbres tanto en el Ayuntamiento como en la Comunidad, núcleos de las tramas Gurtel y Púnica y ejemplos de despilfarro de dinero público, donde la Unión Europea ha detectado deficiencias graves en la administración de los Fondos Feder entre 2007 y 2013, se investiga la venta de 2.935 viviendas sociales de la Comunidad madrileña (IVIMA) y 1.860 pisos del Ayuntamiento a compañías especuladoras (comprar pisos del IVIMA a 68.000 euros cada uno para venderlos a 140.000 euros), con pérdida para las instituciones (32 millones de euros para el Consistorio), y se investigan las cuentas de la Fundación Arpegio, de Fundescam y de una serie de empresas públicas, semipúblicas y privadas (Canal de Isabel II, Mercamadrid, Madrid Calle 30, Telemadrid, Gowex, Cofely, Aneri, Madrid Network, AENA, Madrid 2016, Informática ICM, Servicios Funerarios, Ifema y Madridec, entre otras), con extrañas inversiones, generosas donaciones, misteriosos contratos y fantasmales servicios privados prestados a precio de oro.
La taifa murciana tampoco es manca, pues 35 de sus 45 municipios están o han estado afectados por casos de corrupción de sus ediles, de los cuales, salvo dos, todos son del PP. La justicia investiga ahora el caso del auditorio de Puerto Lumbreras, de donde era alcalde el actual presidente de la Comunidad, Pedro Antonio Sánchez, y otros dos grandes casos que afectan a la presidencia de Ramón Luis Valcárcel (1995-2014), como la construcción del aeropuerto (sin aviones) de Corvera y la desaladora de Escombreras, adjudicada a una trama de empresas encabezada por la ACS de Florentino Pérez.
En el partido de los patriotas y de las “personas normales” (¿qué entenderá Rajoy por “normales”?), algunas de estas personas (normales) han ido a hacer las Américas, como han desvelado “los papeles de Panamá”, por los cuales hemos sabido que el ya ex ministro José Manuel Soria (el del impuesto al Sol) era administrador de una empresa familiar ubicada en un paraíso fiscal, lo mismo que Micaela Domeq, esposa de Arias Cañete (salpicado también por el caso Acuamed), beneficiada también en su día por la amnistía fiscal decretada por el Gobierno siendo ministro su marido.
Tras no pocas objeciones, la dirección del PP se ha visto obligada a entregar un aval por la fianza de 1,2 millones de euros, solicitada por el juez, como responsable civil subsidiario en el caso Bárcenas por la supuesta existencia de una doble contabilidad (caja B) en la administración central del partido, cuando aparece, por ahora de forma presunta, otra caja B, en la trama de la “Púnica”, en la que Granados, también presuntamente, actuaba como recaudador para el Partido, además de para sí mismo y para su socio (David Marjaliza). Y finalmente, una inspección fiscal ha llegado a las cuentas del “Liderísimo”. El Ministerio de Hacienda ha impuesto a José María Aznar el pago de 199.052 euros, en una declaración complementaria, y una multa de 70.400 euros por sus irregularidades fiscales.
Así que, ante una campaña electoral en ciernes, el Partido Popular ostenta como “garantía” de transparencia y honradez una abultada lista de cargos de todos los niveles, ya condenados o en curso de investigación, por casos que forman una amplia gama de dejaciones, abusos, faltas y delitos cometidos por sus militantes ocupando cargos públicos.
Dejando de lado los posibles méritos políticos de todos ellos, más bien escasos, un partido que, sin autocrítica, ha defendido o defiende la honorabilidad de Rato, Mato, Soria, Matas, Cañete, Fabra, Bárcenas, Puerta, Naseiro, Barberá, Camps, Costa, Castedo, González Panero, Díaz Alperi, Betoret, Granados, González, Cañellas, Matutes, Cotino, Grau, López Viejo, Baltar, Blasco, Conde, Areal, Gómez de la Serna, Arístegui, Pujalte, Ripoll, Trillo, Van-Halen, Lamela, Güemes, Crespo, Torres Hurtado, Rus, Rambla, Ciscar, Castellano, Alonso, Botella, Aznar y decenas de otros, y, como se desprende de la documentación incautada por la policía, sobre el que hay fundadas sospechas de que casi toda la plana mayor percibía sobresueldos en negro durante los peores años de la crisis, mientras exigía a los ciudadanos apretarse el cinturón, un partido así, repito, no debería concurrir otra vez a unas elecciones legislativas sin haberse depurado profundamente.

La cuestionable “recuperación”
Ayudada por factores externos como el descenso del precio del petróleo, la compra de deuda por el Banco Central Europeo, la depreciación del euro y la flexibilidad en el plazo para reducir el déficit público decidida en Bruselas, y por factores internos como el saneamiento de la banca con fondos públicos, la rebaja de los seguros sociales y los impuestos a las empresas y, en muy buena medida, por las condiciones leoninas impuestas a los trabajadores con la reforma laboral, la economía española crece (el 3,2% del PIB en 2015), pero, contra lo afirmado triunfalmente por el Gobierno, no es la que más ha crecido en Europa en los dos últimos años.
La economía crece, pero lo hace de modo insuficiente, lento, titubeante, y ahora, otra vez, con atonía, pero sus beneficios se reparten de manera desigual, pues se dirigen hacia los estratos sociales con rentas altas y muy altas, mientras la crisis se ha asentado firmemente entre los perceptores de rentas bajas y muy bajas, que son los estratos bajos de la clase media y de las clases asalariadas y populares. La recuperación no ha llegado a todos los hogares y, de seguir por este camino, dejará atrás por largo tiempo a la tercera parte del país, mientras las dos partes más afortunadas se alejarán. Y eso no es justo, aunque esta calificación moral carezca de validez ante los agentes económicos. 
Hay que proteger el crecimiento, sí, con condiciones, claro está, pero sobre todo hay que repartir mejor sus beneficios, destinando una proporción sensiblemente mayor a sacar a flote a quienes han soportado a sus expensas los peores costes de la recesión, sin ser culpables ni de sus causas ni de sus (malos) remedios.
El principal argumento de Rajoy y de los suyos de cara a las elecciones es que la llegada al Gobierno de otro partido, en particular si es la coalición de Podemos e Izquierda Unida, puede malograr lo que, con notoria intención propagandística, llaman pomposamente “la recuperación”, y poner en peligro la futura creación de empleo. Utilizan otra vez la promesa de la zanahoria cuando preparan el palo con nuevos recortes -10.000 millones de euros pide la Unión Europea-, debidos en parte a la falsía de los Presupuestos Generales de 2016, amañados para tratar de engañar a los votantes españoles antes de las elecciones del 20-D-2015, pero inútiles a la hora de confundir a los técnicos de Bruselas.
La justificación para reducir el gasto público asistencial, arremeter contra el Estado de bienestar, recortar derechos laborales y civiles, rebajar sueldos y congelar pensiones, introducir copagos y privatizar bienes y servicios públicos para entronizar una versión hispánica de capitalismo salvaje (pero católico); la razón aparente de las medidas de austeridad, en suma, ha sido la imperiosa necesidad de reducir el déficit público y la deuda externa, provocados, según su parecer y el de Merkel, por haber vivido por encima de nuestras posibilidades. Así que los recortes han sido como un merecido castigo a nuestras travesuras consumistas.
Pero los resultados obtenidos con tales medidas han quedado bastante lejos de las expectativas que han exigido tanto sacrificio a los ciudadanos, en particular a los estratos medio y bajo de la clase media, a los asalariados y clases sociales más populares. Veamos algunas grandes cifras[1], con un apunte previo sobre la recesión. Un nuevo análisis del INE sobre el descenso del PIB en los años de crisis, estima que la segunda recesión, con una caída del 5% del PIB entre 2011 y 2013, fue más severa que la primera, que generó una caída del 3,6% del PIB, entre 2008 y 2009; en total un descenso del 8,6% en vez del 7,3% del PIB, calculado al principio.
En 2015, la deuda externa alcanzó la cifra de 1,8 billones de euros. Por lo que hace a la deuda pública, en marzo de 2016, las administraciones públicas tenían una deuda acumulada de 1,095 billones de euros, la cifra más alta desde 1909.
En 2015, el déficit público fue del 5,1% del PIB, el pactado con Bruselas era del 4,2%. Con este dato, Rajoy no ha cumplido ni un solo año el déficit pactado, y en 2015, con una desviación cercana a los 9.000 millones de euros, que anuncia un nuevo recorte, ha logrado colocar a España como el segundo país de la Unión Europea con mayor déficit, detrás de Grecia. Por ese incumplimiento, Bruselas amenaza con sancionar a España con una multa de 2.000 millones de euros.
Respecto a los ingresos del Estado por impuestos, a pesar de lo dicho, el Gobierno de Rajoy acabó la legislatura con una carga fiscal mayor que la de Zapatero. La demagogia de bajar un poco los impuestos al final de la legislatura después de haberlos subido mucho nada más llegar a la Moncloa, arroja un saldo de 17.500 millones de euros más, que es la diferencia entre la subida de impuestos de 23.000 millones en 2011 y las rebajas electoralistas de 2015, que rondaron los 5.500 millones de euros.
Pero son las familias y las empresas las que hasta ahora han logrado reducir su nivel de endeudamiento recortando sus créditos a un ritmo de 70.000 millones de euros al año. Los préstamos a familias y particulares ascendieron a 912.000 millones de euros en noviembre de 2008 y el nivel máximo de endeudamiento para las empresas se alcanzó en abril de 2009, con 1,2 billones de euros. En 2016, las empresas acumulan todavía 908.000 millones de euros en préstamos y las familias 717.000 millones de euros, pero han reducido sus deudas en un 28% y en un 21%, respectivamente.
El año 2015 acabó con 678.200 parados menos, y en ese año y en 2014 se crearon 959.000 empleos, que el Gobierno exhibe como resultado positivo de su gestión. Sin embargo las cifras son relativas: entre 2012 y 2013, primeros años de aplicación de la reforma laboral, se destruyeron 1.017.800 empleos, que son más que los empleos creados hasta el final de 2015 (959.000). Téngase en cuenta también que la población activa se ha reducido y que parte del descenso se debe a que un millón de residentes extranjeros ha abandonado España. En 2011, había 761.400 personas que llevan un año sin trabajar y 1.431.000 que llevaban dos; en 2015, las personas que llevan un año sin empleo eran 1.212.000  y 2.100.000 las que llevaban dos años.
Al acabar 2015, había 4,8 millones de parados, el 22% de la población activa, de los que 1,4 millones llevan en paro más de tres años, y del total sólo 1,3 millones percibe alguna ayuda.
Ahora el desempleo supera el 21%, pero hasta el año 2019 no se espera que baje del 15%.
Salvo en los discursos, el drama del paro no parece preocupar mucho al Gobierno, pues, al Plan Juncker, dotado con 21.000 millones de euros para reanimar la economía de la eurozona, que se gastan según proyectos nacionales para animar la inversión privada, España ha presentado proyectos por valor de 615 millones de euros, con los que espera movilizar 2.500 millones de aportación privada y crear 5.500 empleos. Los países que más fondos han obtenido al presentar planes más ambiciosos, son Francia, Italia y Gran Bretaña, a la espera de celebrar el refrendo sobre el “brexit” (ni dentro ni fuera de la UE, pero cojo lo que puedo), que están en mejor situación que España.
En 2014, el Gobierno concibió un plan de 1.200 millones de euros para ayudar a 400.000 parados de larga duración con un subsidio de 426 euros al mes durante 6 meses. Pero en 2015, de ese colectivo sólo 14.000 personas habían hallado empleo, del plan se habían gastado 182 millones y habían recibido las ayudas 105.000 parados. Lo cual mostraba un nuevo caso de picaresca gubernamental, ya que los recortes no acaban en el Presupuesto sino que siguen en la ejecución, al recortar en el desembolso sobre lo ya recortado en la aprobación. Con Rajoy, los parados han perdido, como media, 56 euros mensuales de subsidio. 
La reforma laboral de 2012 ha arrojado al paro a 900.000 jóvenes. En el Plan de Formación y Empleo Juvenil de la UE, a España le habían correspondido 943 millones de euros. Al acabar 2015 sólo se había gastado el 12% de esos fondos a pesar de tener un paro juvenil del 46% (el 66% en los que tienen entre 16 y 19 años). ¿Mala gestión o simple indiferencia ante los dramas ajenos?
Quizá ambas cosas, que contrastan con la celeridad con que el gobierno atiende las quejas de los grandes grupos económicos. Un caso flagrante de servilismo a un oligopolio es el impuesto a la luz solar para impedir la producción doméstica de energía eléctrica. Otra petición empresarial atendida con premura por el Gobierno ha sido la del grupo ACS, al suspenderse, por provocar seísmos, la actividad del proyecto “Castor”, que pretendía construir un depósito subterráneo de gas frente a la costa de Castellón. El Estado ha indemnizado pronto y bien a la empresa con 1.350 millones de euros, pero varias asociaciones aseguran que para los consumidores el coste real del fracasado proyecto supera los 4.700 millones de euros.     
La reforma laboral también ha abierto dos brechas -de salarios y de duración de los contratos- entre los antiguos y los nuevos empleos: se crea empleo, pero es malo, precario, temporal (la duración media de los contratos ha bajado de 79 días en 2006 a 53 días en 2015), con bajos salarios, pocos derechos y horarios extenuantes, lo que ha hecho aparecer una nueva categoría social: la del trabajador pobre (y sobreexplotado), cuyo salario no le basta para subsistir. En promedio, en 2015, el poder adquisitivo de los salarios retrocedió al nivel de la recesión de 1993, que siguió a los “fastos” de 1992 (Olimpiadas, Expo Universal y Vº Centenario).
En 2015, el 35% de los asalariados percibía un sueldo medio de 9.034 euros al año, en 14 pagas de 645 euros. El grupo mayor de asalariados, 3,69 millones de personas (el 22% del total), percibía un sueldo medio de 1.840 euros anuales, 153 euros al mes, y el 50% de los asalariados recibía menos de 14.000 euros anuales. En 2011, los trabajadores percibieron salarios por valor de 531.000 millones de euros, en 2015 han sido 510.000 millones, por lo que en cuatro años han perdido 21.000 millones de euros en conjunto, así que son más pobres; el 55% de las horas extras realizadas no se cobran y, desde 2012, ha aumentado un 31%; tres de cada diez contratos temporales duran menos de una semana y se pueden enlazar uno tras otro con la misma empresa.
Uno de cada cuatro españoles corre el riesgo de caer en la pobreza y en la exclusión social. Tres millones de personas han abandonado la clase media para descender de estrato social; la clase baja de la sociedad ha pasado de representar el 27% de la población en 2007 al  38,5% en 2013. Hay un millón y medio de familias donde todos los miembros carecen de empleo, 800.000 hogares sin ningún ingreso y 500.000 en pobreza severa. El 14% de las familias asegura tener dificultades para que sus ingresos lleguen a fin de mes; a pesar de todo ello, España dedica a la protección infantil y familiar sólo el 1,4% del PIB, casi la mitad de la media de los países de la Unión Europea, y el 0,2% del PIB a luchar contra la pobreza, menos de la mitad de la media europea. Pero somos el tercer país con la gasolina más cara de Europa, y la luz ha subido un 10% en esta legislatura (el 80% desde 2003).
Rajoy, con un remanente de 32.481 millones de euros, se ha gastado la mitad del fondo de pensiones -66.000 millones de euros- que dejó Zapatero.
CC.OO. estima en 78.000 millones de euros los recortes efectuados en servicios públicos entre 2009 y 2014. Entre 2011 y 2015, las administraciones públicas han perdido 166.560 empleos: la central 54.000 empleos, las entidades locales 48.000, las comunidades autónomas 57.000 y las universidades algo más de 7.000. Según la federación de Enseñanza de CC.OO., entre 2009 y 2015 ha habido un aumento de 1.037.000 alumnos en la enseñanza pública, pero 29.931 profesores menos, mientras hay 12.537 profesores más en la enseñanza privada. Se ha reducido un 92% el presupuesto destinado a la educación compensatoria (para los que tienen más dificultades en aprender el normal sistema reglado) y un 93% el destinado a la formación de profesores.
Un innegable sentido del privilegio, gobernar para los suyos como expresa la ley Wert (LOMCE, Ley Orgánica 8/2013) y asegurar la hegemonía de la derecha en el futuro a través del adoctrinamiento de las nuevas generaciones. Es una ley elaborada pensando en los niños como futuros votantes del Partido Popular y en establecer desde la infancia la selección social de quienes irán hacia los estudios superiores, para ser cuadros técnicos y directivos e incluso formar parte de la élite dirigente de la sociedad, y quienes se habrán de encaminar hacia empleos menos específicos para ser sólo y trabajadores subalternos y ciudadanos corrientes.
La ley Wert establece desde muy pronto la estrategia para reproducir en las aulas los valores ideológicos de la derecha y los comportamientos de clase. Pensada  contra los niños de las clases populares. Ley Wert aprobada sin diálogo con la comunidad educativa (docentes, padres, alumnos) ni consenso parlamentario, pero tuvo muy en cuenta las opiniones de la Curia y de FAES, quita poder a padres y profesores en los colegios y refuerza el de las administraciones de que dependan. Pensada en el mercado laboral, prepara para engarzar con la reforma neoliberal de la enseñanza superior, en contra de la pública y apoyo a la enseñanza privada y concertada. Más peso académico a la religión católica al hacerla evaluable  (aumento del 150% en matrículas de la asignatura), quitárselo a las Humanidades, a la ética ciudadana y a los derechos civiles.

Antes de concluir, unas noticias sobre un gremio, que parecen un chiste: en 2014, 119 banqueros españoles cobraron más de un millón de euros al año (cada uno de ellos, claro está). La remuneración media de los banqueros españoles fue de 2,39 millones de euros anuales por cabeza, superior (en esto sí) a la media europea, que es 1,9 millones, que tampoco está mal. La banca española supera en eficiencia a la alemana, la francesa y a la italiana, pero, según un estudio de FUNCAS, en los próximos tres años cerrarán 3.000 oficinas y 15.000 empleados se irán a la calle. En 1995, la banca y las cajas de ahorros daban empleo de 233.000 trabajadores, en 2015 a 175.000 (58.000 menos; el 25% menos).
En el Informe anual 2015, el gobernador del Banco de España, Luis Linde, afirma que, “ante un crecimiento modesto de la productividad”, es necesario rebajar los salarios de los empleados y reducir la protección de los contratos indefinidos, pero él tuvo, en 2014, unos ingresos de 176.000 euros, un 5,8% de aumento sobre el año 2013, y en 2015, unos ingresos de 183.969 euros, un 4,5% más que el año anterior, unas subidas quiméricas para cualquier trabajador.
Por todo lo expuesto, que no es un relato exhaustivo de lo acontecido en estas dos desiguales legislaturas, sino un breve recordatorio de algo de lo sucedido, el Partido Popular debería renunciar a presentarse a las próximas elecciones y cambiar por completo de actitud: es decir, colaborar con la justicia en esclarecer los muchos casos de corrupción que le afectan y regenerar sus filas para hacerlo merecedor del respeto y del voto de los ciudadanos.
Como eso no va a suceder, en vista de lo dicho y de lo hecho en estos cuatro años y medio, el día 26 de junio el Partido Popular debería ser castigado con severidad por sus electores, en buena parte perjudicados como asalariados y consumidores por su política económica, como contribuyentes por sus fraudes y sus medidas fiscales y como ciudadanos por el recorte de derechos civiles y por su autoritaria y opaca manera de gobernar. Pero es de temer que no sea así, pues España es un país bastante raro por sus estructuras políticas y por la conducta casi general de sus ciudadanos.
Las primeras son formalmente representativas, pero, en realidad, tras el objetivo de facilitar la formación de gobiernos estables, definen un aberrante régimen oligárquico y cada día más plutocrático, y respecto a los segundos, una porción no desdeñable y numéricamente decisiva de los electores ofrece preocupantes muestras de vivir de espaldas a nuestra historia, al no haber comprendido la importancia de los derechos civiles en las sociedades complejas, ni haber asumido de forma consciente los derechos y deberes del ciudadano moderno, que es el único soberano. Claro está que los partidos políticos han ayudado poco en la necesaria función pedagógica de difundirlos, sin la cual difícilmente puede existir un régimen democrático digno de tal nombre, y que el Estado, siempre cicatero con los derechos de los gobernados, ha contribuido bastante a perpetuar esa minoría de edad, y procura mantener a la ciudadanía en la ignorancia penalizando la educación y la cultura y ofreciendo, con la eficaz colaboración de la iniciativa privada, pan y circo, o mejor dicho mermadas raciones de pan pero generosas sesiones de circo, o sea, elevadas dosis de propaganda, mucho fútbol y programas de evasión y de intrascendente cotilleo televisivo.
Entre tanto, los sondeos preelectorales dan como primera fuerza en número de votos al Partido Popular… a pesar de la herencia de Rajoy.
España es un país muy extraño.

Trasversales nº 38, edición digital, junio 2016.





[1] Otras cifras y la marcha de la legislatura se pueden seguir en otros números de la revista: “La derecha que viene”, Trvs 24; “El programa de Rajoy”, Trvs 26; “Instalados en la crisis”, Trvs 31; “Post data”, Trvs 35; “Esto se acaba”, Trvs 36.

lunes, 29 de agosto de 2016

¡Hasta nunca!

Lo que la cita del día 26 de la ciudadanía con las urnas debería decidir no es sólo el final del Gobierno de Rajoy, el peor gobierno del régimen democrático, sino acabar con la etapa histórica comenzada en 1996, cuando José María Aznar llegó a la Moncloa para acometer lo que llamó la “segunda transición”, que Rajoy, contando con unas condiciones interiores y exteriores muy favorables para aplicar con extremo rigor su desigualitario programa, ha continuado hasta ahora.
En 1996 se puso en marcha una vasta operación para cambiar de arriba a abajo el país y ajustarlo de manera rápida a las nostalgias del pasado franquista y al discurso neoliberal conservador, internacionalmente dominante, con el objetivo de acabar con las reformas progresistas de los gobiernos del PSOE y restaurar formas, símbolos y conductas de la periclitada dictadura.
Se cambió la forma de gobernar con la ocupación del Estado y el uso partidista de sus aparatos, se manipularon las instituciones para convertirlas en dóciles instrumentos del Ejecutivo, se acomodó la administración de justicia a lo que habría de venir, se implantó otra forma de gestionar bienes y servicios públicos (para acabar con ellos), se reorientó la política exterior, se quiso reevangelizar el país (y aumentar el patrimonio de la Iglesia), se impulsó un modelo de rápido crecimiento económico basado en la construcción y el crédito barato, se corrigió a favor de las empresas la relación de fuerzas entre el capital y el trabajo, se fundó un poderoso aparato de propaganda política y clerical y se difundieron entre la población los mitos y falacias neoliberales para enseñar a los ciudadanos a conciliar el credo católico con las exigencias de la competitiva España de las "oportunidades". Se trató, en suma, de restaurar las hechuras de la España ancestral y, a la vez, acomodarlas al modelo del neoliberalismo anglosajón recién descubierto.  
Hoy recogemos los amargos frutos de aquellos desvaríos, no imputables sólo a Rajoy sino al programa del Partido Popular, aplicado en dos tandas y sólo parcialmente neutralizado por Zapatero, y asistimos indignados, pero al parecer impasibles, al fracaso del modelo económico sin intentar reemplazarlo, a la crisis de legitimidad del Estado y al deterioro de las instituciones sin abordar su  reforma, al desprestigio de la clase política sin corregir sus yerros y de la clase empresarial sin cambiar sus malos hábitos, al desapego de los ciudadanos respecto al sistema de representación política sin intentar renovarlo, y a una profunda crisis moral, pero centramos la atención en nimias cuestiones de poder, en problemas a corto plazo y seguimos entretenidos en interminables disputas internas; y no sólo eso, sino que como país estamos perdidos, sin brújula fiable ni adecuada cartografía.
Un anómalo gobierno con la fecha de caducidad vencida pero autoinvestido de poderes extraordinarios deja como herencia un país devastado por el saqueo legal e ilegal de bienes públicos y por el saneamiento, con fondos del mismo origen, de bancos y empresas privadas quebradas por mala gestión; hastiado por el uso partidista de las instituciones del Estado, por la gobernación opaca y autoritaria, las ausencias y displicencias del Presidente, la irresponsabilidad del Gabinete, el ninguneo de la oposición y la irrelevancia del Congreso y del Senado, resultado de una especie de cesarismo sin César o de cesarismo televisado en diferido, y saturado por un sistema de propaganda en permanente campaña de intoxicación de los ciudadanos, con el que el Gobierno actúa como oposición de la oposición.
Rajoy deja un capitalismo de amigotes y una democracia de parientes y clientes, trufada de extensas tramas de corrupción política, que la administración de justicia trata de investigar y castigar con pocas ganas, lentitud y escasos medios, lo cual permite que muchos delitos políticos y económicos queden impunes y dejar constancia del doble rasero empleado para juzgar, por un lado, a las personas ricas o bien situadas y, por otro, a los pobres y a los trabajadores.
Deja también una reforma fiscal que grava el consumo general, perjudica a las rentas medias y a los asalariados y beneficia a las rentas altas, favorecidas, además, con una amnistía que premia el fraude.
Una economía, rescatada por la Unión Europea, en desigual crecimiento, cuyos beneficios se dirigen hacia las rentas altas, mientras las medias no han salido del todo de la recesión y las bajas se han hundido.
Una deuda externa de 1,8 billones de euros, que ha superado el PIB, y una deuda pública que ha superado el billón de euros (1,095 billones de euros). El Gobierno no ha cumplido ni un solo año con el déficit acordado con Bruselas.
Un país con menos personas trabajando, una tasa de paro superior al 20% de la población activa, más empleos temporales, menos empleos indefinidos, más contratos a tiempo parcial, jornadas laborales más largas, más horas extras no pagadas y salarios más bajos. Más facilidades para despedir, más parados de larga duración, más parados sin subsidio; más jóvenes parados y más jóvenes laboralmente exiliados. España “exporta” doctores y licenciados.
Hay más pisos vacíos y viviendas más caras, y más personas sin vivienda. Las pensiones están congeladas y la caja de la Seguridad Social al 50% de lo que tenía hace sólo cuatro años, que será difícil volver a llenar con menos trabajadores cotizando, salarios más bajos, empleo temporal y a tiempo parcial. La Ley de Dependencia carece de fondos y, sobre todo, de ganas de aplicarse. El Estado del bienestar se ha reducido y está privatizado parcialmente; disponemos de peores servicios públicos, menos camas hospitalarias, menos médicos, menos personal y medios sanitarios; menos profesores, menos aulas y menos colegios públicos; recortes de presupuesto en las universidades, olvido de la investigación científica, de la innovación y del desarrollo tecnológico; la cultura está maltratada.
Somos un país con menos habitantes por el retorno de los inmigrantes a sus lugares de origen, por el aumento de los españoles que emigran y por la falta de nacimientos; en 2015 los fallecimientos superaron a los nacimientos. Es difícil formar nuevas familias por la escasa ayuda a los hijos y la casi imposible conciliación de la vida familiar y laboral para las mujeres. ¿Vuelta al hogar como piden los obispos?
Tenemos más familias sin ningún ingreso y más familias con ayudas de subsistencia. Más personas dependientes de la solidaridad pública y privada y de los bancos de alimentos. Más desigualdad y desequilibrio entre las rentas más altas y las más bajas. Hay más ricos y más pobres, y pobres más pobres que antes de la crisis; más personas amenazadas de exclusión, vulnerabilidad y desamparo. Somos una sociedad escindida, con una tercera parte muy bien situada, que ha salido de la crisis igual o mejor que entró, otro tercio, que capea como puede el temporal, y un tercio que se va quedar atrás durante décadas. Según el INE, tres millones de personas han dejado de pertenecer a la clase media.
Padecemos una ensoberbecida Conferencia Episcopal, que se entromete en la actividad política y ha contribuido a saquear el país al haberse incautado de propiedades públicas a través de una argucia legal proporcionada por el gobierno de Aznar; el país soporta leyes civiles, conductas de gobierno y sentencias judiciales más inspiradas en interpretaciones retrógradas de la religión católica que en los principios constitucionales.
La Constitución está congelada de cara a su reforma, pero ha sido parcialmente abolida a golpe de decreto; los ciudadanos tienen menos derechos civiles y laborales que antes de la crisis y se han promulgado como ordinarias leyes que corresponden a situaciones de excepción.  
El mundo nos viene grande. Carecemos de política exterior: el Gobierno muestra una disposición servil ante la canciller de Alemania, pero su presencia es inapreciable en el resto de foros internacionales, salvo para hacer bulto.
En resumen: España es hoy un país empobrecido, endeudado, dependiente y ensimismado, que ha perdido importancia en el entorno europeo y es irrelevante en el concierto mundial.
Esta es la patriótica obra de Aznar, de Rajoy y del Partido Popular.

14 de junio de 2016. Revista Trasversales nº 38, julio 2016.

domingo, 28 de agosto de 2016

La desaparecida moral

A propósito de una entrevista de Orencio Osuna con Enric Juliana (Nueva Tribuna, 17-X-2012)

Está bien. En general de acuerdo, pero con matices. Pero eso de que los mercados han gobernado siempre no lo tengo tan claro. Ni Marx es taxativo con eso; lo es si se le despoja de su parte humanista, de su parte de rebelde moralista y radical, y se queda uno con una parte del Marx economista (impulsado por un materialismo grosero, en la izquierda ha habido mucho economicismo). Me parece que aceptarlo como algo que no admite discusión es el gran triunfo del neoliberalismo, que ha logrado, al cabo de mucho tiempo de esfuerzo y de dinero invertidos, naturalizar el capitalismo; ha logrado que la reflexión sobre la moral -el eterno tema de las pasiones humanas- haya quedado arrumbada por la reflexión sobre el mercado, el lugar del intercambio. Ha logrado que todo el mundo discuta de precios, de pérdidas o ganancias, y enfoque su vida con este perspectiva -gano o pierdo-, no de si se hace el bien o el mal a alguien. La moral ha desaparecido de los actos humanos, en particular de los actos económicos (y también de los políticos), para quedar circunscrita a los asuntos privados, del sexo o del delito, pero en la esfera económica el planteamiento moral no cuenta. En esa medida, efectivamente, el mercado manda, pero la moral, lo amoral o inmoral sigue actuando, pues, si la codicia es buena, las viejas pasiones no han desaparecido. Para que mande el mercado hacen falta los sujetos que ejecuten sus mandatos y los tenemos: son el modelo del hombre nuevo, no el que querían crear los socialistas utópicos, los comunistas, los anarquistas, el sujeto libre, solidario y entregado a la causa de los trabajadores y los oprimidos, sino el creado por el neoliberalismo: el triunfador económico. 
En general, este enfoque está ausente en el debate sobre la independencia y el federalismo.
Para Colectivo Red Verde. 18-X-2012