Good morning, Spain, que es different
Con
la llegada del PSOE al Gobierno -ZP.
Zapatero, presidente-, en abril de 2004 y el desplazamiento del Partido
Popular a la oposición aparecen los factores coyunturales, que, unidos a los
factores estructurales que emergen en el período, como el estallido de la
burbuja inmobiliaria y financiera (la propia y la ajena), la crisis de las
instituciones y el desvelamiento de numerosos casos de corrupción, sobre todo
en el Partido Popular, ponen fin al relato triunfal sobre España y aparecen en
la ciudadanía el desconcierto, la desafección y un hondo pesimismo.
En
la primera legislatura, el moderado triunfalismo de Zapatero, que asumió sin
reservas el modelo de crecimiento económico legado por Aznar y no combatió el
discurso neoliberal imperante, estuvo en gran parte neutralizado por el ruidoso
y negativo discurso del Partido Popular, que pasó de predicar el milagro
aznariano a anunciar el Apocalipsis provocado por su sucesor en la Moncloa;
discurso que, ante el errático rumbo del Ejecutivo socialista, se hizo
dominante en la segunda legislatura.
Cuando
llegó a la Moncloa, Zapatero no recibió la España maravillosa de la que
alardeaba el Partido Popular, sino un legado muy complejo. Y cuatro años antes,
cuando fue elegido Secretario General en el XXXVº Congreso del PSOE, se había
hecho cargo del partido en una situación difícil.
Zapatero
heredó, en la etapa de bonanza económica, un modelo productivo boyante pero
asentado sobre la inestable base del gigantismo del sector de la construcción
pública y privada, alentado por la entrada masiva de capital extranjero,
principalmente francés y alemán, nutrido por el crédito barato, los incentivos
fiscales y la abundancia de mano de obra poco cualificada procedente en gran parte
de la inmigración. El resultado fue la burbuja inmobiliaria y financiera que
reventó en 2008, cuando cambió la tendencia de la economía mundial.
Tampoco
fue envidiable la relación heredada del gobierno central con la periferia, que
intentó paliar con la conferencia de presidentes autonómicos, en particular con
Cataluña y el País Vasco, donde la llegada de Zapatero a la Moncloa se recibió con
grandes reservas (el PNV no votó la investidura de Zapatero pero facilitó la de
Aznar). No es ocioso recordar los antecedentes: el Pacto de Estella, el fracaso
de la negociación del Gobierno de Aznar con ETA, el Plan Ibarretxe y el nuevo estatuto
de autonomía promovido por el gobierno tripartito catalán. Todo ello, junto con
el empeño de Zapatero de discutir el Plan Ibarretxe en el Congreso y reanudar
el diálogo con ETA, facilitó la campaña del Partido Popular contra el Estatut y el demagógico mensaje sobre la
balcanización de España.
En
el campo de las relaciones exteriores, el orgulloso servilismo ante Washington y
la actitud prepotente de Aznar dieron paso a un titubeante estilo de Zapatero,
sin programa pero con talante, deseoso de contentar a todos.
A
causa de la incondicional adhesión de Aznar a la estrategia del Ejecutivo
norteamericano secundado por el británico, Zapatero heredó una relación difícil
con el gobierno de Estados Unidos, con la Unión Europea, en particular con
Alemania, muy tensa con el reino de Marruecos por motivos económicos, pero
agravada por el incidente militar del islote Perejil, y por la adhesión
española a la belicosa estrategia antiterrorista de George W. Bush, concretada
en el envío de tropas españolas a Iraq y a Afganistán.
El
optimista Zapatero, partidario de un cambio tranquilo, se topó con un Partido
Popular enfurecido y desleal, que hizo de la oposición a las reformas civiles y
de una delirante teoría sobre una conjura socialista-vasco-islamista para
desalojarle del Gobierno mediante los atentados del 11 de marzo, los ejes de su
labor de oposición en la primera legislatura socialista, y de la crítica a las
medidas del Gobierno ante la crisis económica, sin aporte positivo alguno, el
eje de la segunda. No había que ayudar al Ejecutivo, ni aun para evitar que
España se hundiera; si España se hunde,
nosotros la levantaremos, decía Montoro, pues todo valía con tal de
desgastar a Zapatero y obligarle a convocar elecciones anticipadas, con las que
el Partido Popular esperaba volver al gobierno del que creía haber sido
arteramente desalojado por una conjura vasco-islamista urdida por el PSOE.
Frente
a una derecha crecida y rencorosa, instigada por una Iglesia igual de
vengativa, Zapatero contaba con el parco auxilio de un partido dócil, pero “muy
verde” en varios sentidos. En primer lugar, por la bisoñez política de la
mayoría de los miembros del gabinete tras el relevo producido en el XXXV
Congreso. En segundo lugar, por la debilidad ideológica contenida en el
programa de la Nueva Vía, improvisado por el grupo de jóvenes (Zapatero,
Trinidad Jiménez, José Blanco, Jesús Caldera, Jordi Sevilla, Miguel Sebastián)
que logró tomar el control del partido en el 35º Congreso (21-23 junio de
2000). La Nueva Vía era una versión española de la descafeinada Tercera Vía
promovida por Giddens, Blair, Schroeder y Jospin, que, tras la desintegración
de la URSS y el ocaso del comunismo, mostraba la rendición de la
socialdemocracia europea ante el neoliberalismo victorioso.
Y
en tercer lugar, por los efectos de una crisis del Partido, mal resuelta con
repetidos relevos en la secretaría general en poco tiempo (González, Almunia,
Chaves, Zapatero). Si a eso se une el oscilante estilo de gobernar del último,
tendremos un cuadro aproximado de la situación, pues a la dureza de Aznar, que
reforzó el neoliberalismo económico con el tono duro y autoritario del
franquismo, le sucedió el “buenismo” espasmódico de Zapatero, que se apuntó sin
cautelas al discurso económico triunfalista y alardeó de gobernar un país poco
menos que inmune al vendaval financiero que sacudía Europa y el resto del mundo.
Fue su ruina.
Pero,
en vez de analizar críticamente lo ocurrido en esos años y obrar en
consecuencia, los socialistas creyeron salir del brete del mismo modo con que
habían zanjado la etapa de Felipe González, que fue cambiando al secretario
general. Así, parche tras parche, y refugiado en las instituciones, el PSOE ha ido
sobreviviendo ensimismado mientras la sociedad cambiaba profundamente.