domingo, 30 de septiembre de 2018

Terremoto (2)

Ayer, en un comentario a un post de mi "primo" Luis, largué un apresurado discursete, que ahora pretendo explicar mejor. No sé si lo he conseguido. Ahí va.
El relevo en la Moncloa se produjo a destiempo, lejos del optimismo popular que habían suscitado las elecciones de diciembre de 2015 y la ilusión de lograr un cambio de gobierno en 2016, como culminación de las protestas sociales contra los efectos de la crisis financiera y las medidas de austeridad dictadas por la “troika”, aplicadas por el gabinete de Rajoy (y algunas, antes por Zapatero).
Como en otras ocasiones y confirmando la separación entre la España real, activa, exigente y necesitada de cambios, y la morosa España oficial, reacia a ellos, se constató el divorcio entre la lentitud de las instituciones para renovarse y abordar reformas en profundidad y las exigencias de la parte más consciente y dinámica de la sociedad, acuciada por la crisis y el deterioro democrático, que, entre otros efectos, afectaba al régimen de partidos, en particular al bipartidismo establecido por PSOE y el PP.
La llamada “desafección ciudadana”, registrada años antes, y la crisis económica agravada por las medidas de austeridad han provocado en España y en Europa un movimiento telúrico del cual todavía no hemos salido. La brutal recomposición social llevada a cabo en los últimos diez años ha removido el espectro político y afectado al sistema de partidos y a la correlación de fuerzas.
Frente a la burocratización de los partidos tradicionales, desde los movimientos sociales se ha querido mejorar la representación política para hacerla más directa, democrática y sensible a las necesidades populares, pero hasta ahora el intento de vincular de forma orgánica partidos políticos y movimientos sociales no ha hallado una solución satisfactoria, como revela la orla de grupos políticos en torno a Podemos, que ofrece la imagen de un magma en permanente ebullición. Así, pues, no sólo persiste el bipartidismo, aunque debilitado, sino que ha emergido un bipartidismo subalterno que coexiste con el primero y aspira a reemplazarlo. Está formado por Podemos y la inestable y condicional cohorte que le rodea y por Ciudadanos, un producto “centrista” de laboratorio, que evoluciona como recambio del PP.
La dificultad que comporta esa recomposición de las fuerzas políticas se debe también al doble efecto que ha tenido la recesión económica como crisis social y como crisis territorial, donde la polaridad entre clases sociales se ha mezclado con la polaridad entre territorios; si la polaridad social expresa la diferencia de rentas, oportunidades, nivel y calidad de vida entre las clases ricas y las clases no ricas y en particular las pobres (la crisis ha aumentado el número de millonarios y el de pobres y excluidos); la polaridad territorial aparece por las diferencias entre regiones ricas y regiones pobres, y el intento de las primeras de desentenderse de la suerte de las segundas. En ambos casos persiste la pugna política por el modo de repartir el excedente social: acentuando la brecha entre clases sociales y entre territorios, según el propósito de la derecha neoliberal, al primar a los grupos sociales y a las zonas más prósperas, con el consiguiente aumento de la desigualdad, o paliando la brecha entre regiones y grupos y clases sociales con medidas de reparto compensatorio -discriminación positiva- y solidaridad, que debería ser la opción de la izquierda.
Todo esto, junto con las indecisiones, los errores, la prisa o la falta de experiencia de las nuevas izquierdas y el recelo y la debilidad ideológica de las viejas, explica que la ilusión y el impulso social de los primeros años de la crisis se haya ido apagando y que el relevo en el gobierno haya llegado cuando la atonía y el desencanto han prendido en la ciudadanía.
Debilitado el impulso social, el cambio de gobierno estuvo lejos de ser una conquista social surgida de las urnas y quedó como resultado de un complejo acuerdo entre partidos con representación parlamentaria con el objetivo loable de sacar del Gobierno, mediante un instrumento legal, a un partido anegado por los casos de corrupción.
Aun así, la moción de censura fue necesaria, no sólo por decencia democrática, sino porque abría la oportunidad de acabar con una etapa aciaga, marcada por el retroceso en conquistas laborales, sociales y derechos civiles, como resultado de la lucha de clases impulsada por el Gobierno de Rajoy con la implacable decisión de doblegar la resistencia social y sentar las condiciones adecuadas para facilitar, por mucho tiempo, la hegemonía del gran capital.

Nuevo Gobierno y difícil coyuntura


Por primera vez en la historia del actual régimen democrático, una moción de censura ha provocado un cambio de gobierno. También por vez primera se ha debido a que un partido judicialmente sentenciado por corrupción se ha negado a asumir responsabilidades políticas derivadas de su ilícita y pertinaz conducta.
En junio, se puso fin al Gobierno del PP, nefasto para las clases subalternas, en particular para los trabajadores, y para el propio sistema democrático, y el PSOE llegó a la Moncloa con intención de devolver el prestigio a las instituciones y normalizar la actividad política mediante la negociación y el consenso. Con lo cual aparecía la posibilidad de intentar revertir algunos de los peores efectos de la legislatura de Rajoy y reorientar la política general, a pesar de la dificultad de gobernar dependiendo de tan distintos y condicionales apoyos y teniendo, por demás, asegurada la desleal oposición del PP y la de C’s, que en algún aspecto parece querer rebasarle por la derecha.
No se puede negar al nuevo gobierno, académicamente bien cualificado y con mayoría de mujeres, la intención de hacer reformas ni prisa por anunciarlas, lo que ha llevado con frecuencia a tener que matizarlas o a desdecirse, dando con ello gratuita munición a sus oponentes, en particular al PP, que, como ya es habitual, se considera despojado ilegalmente de un poder que cree le pertenece por naturaleza.
No obstante, a pesar de la pesada herencia recibida, de los titubeos y teniendo que negociar de manera permanente con sus dispares aliados, el Gobierno ha mostrado la intención de abordar un ambicioso programa de reformas, algunas en curso, para elevar el techo de gasto, restablecer las prestaciones de sanidad para los inmigrantes residentes, volver a la situación anterior en RTVE, aumentar la inversión en educación y la financiación autonómica, suprimir el peaje en tramos de autovías, paliar la subida de la luz, apoyar las energías renovables, gravar el gasóleo, personarse en el caso de las viviendas públicas malvendidas a fondos “buitre”, subir los impuestos a las rentas altas y a la banca y bajarlos a las medianas y pequeñas empresas y algunas otras más. Y también, acabar con el aforamiento de senadores y diputados, impulsar una ley sobre la eutanasia y revisar las inmatriculaciones de edificios públicos realizadas por la Conferencia Episcopal al amparo de un cambio en la ley hipotecaria efectuado por el gobierno de Aznar. Muchas de ellas son medidas controvertidas que exigirán complejas negociaciones y renunciar, en no pocos casos, a los máximos objetivos, por lo cual, dada la oposición que van a ofrecer en las fuerzas de la derecha, parece necesario el apoyo de la movilización social.
En lo que se podría llamar normalización o revitalización democrática, y para soltar lastre del pasado, el Gobierno se propone exhumar los restos de Franco, entregarlos a su familia y dar otro uso al Valle de los Caídos -en esto también ha habido cambio de ideas-, apoyar la localización de fosas de la etapa franquista, facilitar el rescate de restos a las familias y retirar la medalla y la correspondiente pensión económica al ex policía torturador Juan Antonio González Pacheco, “Billy el Niño”.
Planes que dependen, en buena medida, de la aprobación de los Presupuestos Generales, el gran obstáculo para asegurar la continuidad del Gobierno, aunque  la avenencia de Podemos le revela como el socio más fiable.
Igualmente el Gabinete de Sánchez ha mostrado su apuesta por la transparencia al solicitar, tras algún titubeo, la dimisión de dos ministros -Maxim Huerta y Carmen Montón-, lo que, a pesar de sus críticas, no ha hecho el PP, desalojado del Gobierno con 29 condenados por corrupción y 5 ministros reprobados por el Congreso y cuyo nuevo presidente ostenta una dudosa cualificación académica, sin que se le vea intención de dimitir ni de facilitar la investigación de su máster.
Hay que mencionar también un drástico cambio de talante respecto al problema del independentismo catalán, que se aleja de la cerril postura mantenida durante años por el PP, que califica los encuentros del Gobierno con la Generalitat de amenazas a la unidad territorial y exige que se aplique el artículo 155 de la Constitución con cualquier pretexto. Aunque, en el esfuerzo gubernamental por aliviar la tensión en una situación tan delicada, no han faltado las opiniones precipitadas y las subsiguientes matizaciones sobre asuntos que dependen de los jueces. En un otoño lleno de efemérides para los independentistas, la situación es complicada pero se atisban algunos cambios, tímidos todavía, como la decisión de la Generalitat de acudir a la mesa de financiación autonómica. 
Se percibe en el Ejecutivo de Sánchez la intención de tener un papel más activo en el exterior y en el seno de la Unión Europea para llenar el hueco dejado por la provinciana actitud de Rajoy, de obedecer y callar o de ausentarse, en un momento en que se está revisando la estrategia comunitaria en varios campos -la inmigración; el euro, la reorientación del Banco Central sobre la compra de deuda y los tipos de interés- y la intención de dotarse de más políticas comunes, o de todo lo contrario. Pues frente a la tendencia federal y, en definitiva, el fortalecimiento de la Unión, ha emergido una corriente poderosa hacia la confederación o incluso hacia la desintegración, promovida por partidos y movimientos populistas de derecha, que gobiernan o han cogido fuerza como oposición, que propugnan el cierre de fronteras, el nacionalismo y la xenofobia. Tendencias reforzadas desde el exterior por los gobiernos de Trump y de Putin, a quienes les interesa que Europa sea un actor político irrelevante en el foro mundial. El Gobierno español, que con el de Portugal va a la contra de esa preocupante corriente, puede jugar un papel positivo con otros partidos progresistas para neutralizar tales intentos. 
En este escenario tan poliédrico, donde se libran batallas simultáneas en muchos frentes no conviene perder de vista el cercano horizonte electoral, que explica muchos de los movimientos de los partidos para llegar a mayo de 2019 en las mejores condiciones posibles, no sólo para ampliar su poder local y autonómico sino como plataforma para enfrentarse a las elecciones generales de 2020.
El Gobierno tiene por delante una carrera de obstáculos llena de zancadillas y el más importante es aprobar los Presupuestos, elevando el techo de gasto en 5.000 millones de euros para aumentar el gasto social, propósito que e l PP y Cs, mostrando un claro sentido de clase, se esfuerzan en boicotear.
Conseguir que Pedro Sánchez tire la toalla y llegue a las elecciones habiendo fracasado es la gran baza del Partido Popular, que no va escatimar esfuerzos ni juego sucio para lograrlo, por eso el Gobierno debería ajustar su estrategia de comunicación y reducir la “polifonía”, mejorar la coordinación interna y no dejarse amilanar por las presiones de sus aliados ni por las maniobras de sus adversarios. 

Editorial de Trasversales nº 45. 

Gris marengo

Se veía venir... 

Gris marengo tirando a negro se le está poniendo a Camps el asunto de los trajes. El presidente valenciano, finalmente, ha logrado declarar ante el juez y contar la verdad. Con las ganas que él tenía de contarlo todo… Pero no sabemos si lo ha contado todo o es que el juez no se lo ha creído del todo, porque después de declarar sigue imputado por un presunto delito de cohecho.
Y eso que al juzgado acudió bien acompañado. Uno, que es un poco paleto en estas cosas, creía que cuando un juez le citaba bastaba acudir con un abogado, por aquello de “tiene derecho a nombrar un abogado, y si no, se le nombrará uno de oficio”, que dicen en las películas americanas, pero el rey de la guata llevaba a su vera tres vicepresidentes autonómicos, la alcaldesa de Valencia y varios alcaldes de la zona, que ignoro la utilidad que podían tener en el caso, porque no se trataba de inaugurar algo. Y tratándose de dilucidar el incierto destino de la factura de unos trajes, cree uno en su ingenuidad que lo mejor hubiera sido acudir acompañado del sastre que se los hizo, pero no, Camps ha preferido llevar la alcaldesa de un puerto de mar, que debe saber mucho de la tela marinera que queda por cortar.  
La factura de los trajes no apareció, dijo que lo paga todo al contado, que cogió el dinero de la caja de la farmacia que regenta su señora esposa, y que no guarda las facturas. Mal hecho, porque siempre puede haber un sastre rencoroso que le ponga en un brete, aunque no es el caso de este probo alfayate. Los trajes, pues, eran un regalo de su amigo el del huevo, o mejor el de los bigotes al que quiere un huevo, el cual ha admitido haber hecho el regalo pero sin pedir nada a cambio. Pues claro, los regalos son eso: regalos, lo otro son sobornos. De todas maneras, las versiones han ido cambiando: primero se dijo que no había regalos, también se ha dicho que los trajes eran prestados y ahora se admite que sí hubo regalos. Su colega Ricardo Costa, el otro Petronio con músculos de sastre, ha afirmado que los hechos son anteriores a la toma de posesión de sus cargos en el PP y en el parlamento valenciano. O sea que si le regalan algo antes de llegar al cargo, no se mosquea por lo que le puedan pedir después,
El asunto de los trajes es una minucia, unas facturas de un par de <kilos de pelas> pagadas por una empresa que ha conseguido suculentos contratos del Gobierno valenciano. Y ahí está el quid del asunto, en cómo se consiguieron esos y otros contratos, sistemáticamente negados a la vigilancia de la oposición, porque parece que se trata de una verdadera epidemia de adjudicaciones a dedo, no siempre al Bigotes, pero sí a unos cuantos privilegiados, animada por regalos de ropa a otros beneficiarios de la generosidad de Orange Market (el nombrecito se las trae).
Cabe preguntarse por las razones que un presidente autonómico y otros cargos importantes de su gobierno han tenido para aceptar tales dádivas, que como sobornos son una bagatela, y que si son regalos les comprometen. Y hay que recordar lo ocurrido a Pilar Miró, cuando era directora general de RTVE. Un asunto de ropa, de mucho menos importe, contribuyó lo suyo para que dejara el puesto después de armarse una bronca fenomenal. Entonces gobernaba Felipe González y el PP estaba en la oposición, pero ahora la pelota está en el campo de la derecha. Y esperamos que se expliquen; con un poco menos de jeta, a ser posible.     

Nueva Tribuna, 22 de mayo de 2009.

viernes, 28 de septiembre de 2018

Terremoto social y político


Comentario a otro de Luis Roca Jusmet

Europa y España están sufriendo un movimiento telúrico, un verdadero terremoto; tras una brutal recomposición social por la crisis financiera, se ha removido también el espectro político. En España, todas las tendencias están sometidas a tensiones en grado variable, a derecha y a izquierda, en el centro y en la periferia, en los constitucionalistas y en los separatistas. El nacionalismo vasco está dividido respecto al nuevo estatuto y el independentismo en retroceso; el PSOE sufre una crisis tremenda, y más aguda en el PSC; el PP, con la dimisión de Rajoy y Santamaría y pendiente de evaluar la gestión de Casado, sobreexcitado por la vitamina A, tiene una crisis larvada por resolver, acentuada por la corrupción. Ciudadanos, tras la expulsión del sector socialdemócrata, busca ahora su perfil centrista pero ensaya un sorpasso al PP por la derecha. Podemos, un ensayo de fórmula alternativa a los partidos tradicionales a partir de un movimiento social, ha fracasado como partido y ha acabado con el movimiento. Y en Cataluña existe a expensas del soberanismo. Y los soberanistas están divididos en la táctica -las municipales- y en la estrategia: la república. Mientras tanto, unos y otros hablan, se acercan o alejan, prometen o conceden, amenazan o asustan, pero no aparecen programas claros, sino propuestas, ocurrencias, parches y remiendos... pero no aparece una mirada a lo lejos (ni alrededor: clima, Europa, EE.UU., Brexit, etc, etc) ni un dictamen sobre la situación general del país, ni un eje articulador de intervención a corto y a largo plazo con una docena de actuaciones prioritarias y negociables. Me imagino, que el primero que tenga un discurso coherente sobre este asunto se colocará por delante de los demás.

jueves, 20 de septiembre de 2018

El valle de lágrimas

Crónica serrana:

Para espanto de algunos amigos, el domingo pasado me planté, con un par…., en el Valle de los Caídos. Era un día luminoso y con buena temperatura, que invitaba a acercarse a la sierra, a tomar el sol casi otoñal y respirar aire limpio.
Ya había estado antes en Cuelgamuros (“Cuelgaduros”, decían los bromistas), de adolescente con el “cole” y de adulto con colegas, profesores extranjeros que se quedaban con la boca abierta al ver aquel obrón y conocer lo que significaba, y no es para menos. Así, que, a pesar de las reticencias de mi santa esposa, que al final accedió a acompañarnos, llevé a mis hijas a verlo.
No tengo ninguna simpatía por Franco ni por su régimen, pero el Valle de los Caídos, además de un excesivo mausoleo que indica la adoración del dictador  hacia sí mismo y el deseo de pasar si no a la eternidad, por lo menos, a la historia, es una dramática metáfora de este país, que revela una parte no precisamente buena de nuestro pasado, y todavía de nuestro presente. Y pensé que mis hijas lo debían conocer.
Recordaba, de otras veces, la enorme, omnipresente, cruz de 150 metros de altura en la cima del risco de la Nava, signo del poder de la Iglesia, presidiendo todo el valle y debajo, en el frontispicio, encima del pórtico, la escultura de una virgen, y sobre todo madre, cubierta la cabeza y sosteniendo el cuerpo inerte de su hijo, un Cristo de 12 metros de largo; una “Piedad” de piedra gris, obra de Juan de Ávalos, de la misma factura que las colosales esculturas de los cuatro evangelistas (18 metros de altura cada uno), en la base de la cruz, y un poco más arriba, adosadas al fuste, las virtudes cardinales -prudencia, justicia, fortaleza y templanza-, que mucho escasearon en aquel régimen tan católico y tan dado a los extremos.   
Traspasado el umbral y rebasada la reja y las hornacinas con los dos ángeles guardianes de bronce, que a izquierda y derecha parecen custodiar la entrada espada en mano, se accede a la nave central, que sigue tan débilmente iluminada como antes, con luces que generan alargadas sombras, que acentúan el ambiente tenebroso y refuerzan el estilo imperial y mortuorio del recinto.
No obstante, en esta ocasión el ambiente solemne y recogido, proporcionado por la estructura, la simbología, la decoración y las mortecinas luces, estaba neutralizado por el constante ir y venir de la gente.
Se veían algunos nostálgicos por la reverencia con que se acercaban a las tumbas de Franco y de José Antonio, algunos con banderas -pocos-, muchos curiosos, gente joven con indumentaria veraniega y familias con niños. Era difícil aproximarse a las tumbas de José Antonio, la primera, delante del altar, muy sobrio, y de Franco, detrás, rodeadas por decenas de personas que pretendían retratarlas o hacerse una foto junto a ellas -un “selfie” histórico-. 
Sobre el altar, se alza la cúpula decorada con un mosaico de figuras cuyo estilo es reconocible en iglesias construidas en los años cincuenta. El mosaico tiene como centro la figura bizantina de un “Pantocrátor”, rodeado de un grupo de santos y mártires españoles, y, en la parte opuesta, la Asunción de la Virgen, llevada al cielo por unos ángeles desde la cima de la montaña de Montserrat, por voluntad de su autor, el catalán Santiago Padrós. Rodean a la Virgen un grupo de civiles, religiosos y militares caídos en la guerra civil. Todo ello poblado con ángeles de grandes y puntiagudas alas. A izquierda y derecha del altar hay dos capillas desde las que se accede a los columbarios.
El monumento fue ideado por Franco para conmemorar la victoria en la guerra civil y enterrar con honores a quienes habían muerto combatiendo en el bando de los sublevados, pero en 1957 se decidió convertirlo en un monumento a todos los caídos y enterrar allí sin distinción, ni separación física, a los muertos de ambos bandos. Unos 33.000 allí reposan, juntos y revueltos, después de haberse matado en vida.
Una locura, pero algo hemos avanzado: ahora las dos España entran en liza por un quítame allá esos “másteres”.

domingo, 16 de septiembre de 2018

Sueldazos

"En cuanto al remedo de “República Catalana pura y sin mácula” en que ya está convertida la semidictatorial Generalitat, 240 cargos del Govern (240, no 24) cobran más que el propio Sánchez. Frente a los 81.000 euros anuales de éste, Torra el Tenebrós percibe 147.000, y encima tiene a su servicio 413 “personas de confianza” —413— con sus abultados salarios. Los consellers reciben 110.760 euros, un 55% más —un 55%— que los ministros del Gobierno estatal. Los directores de TV3 y de Catalunya Ràdio, Vicent Sanchis y Saül Gordillo, no les van a la zaga, con 109.080 cada uno. No es extraño que actúen como felpudos. También son cuantiosos los sueldos para los famosos fugados: 82.210 euros para Meritxell Serret, 85.000 para Lluís Puig, etc, etc. El virus demuestra que Cataluña es tan brutalmente española como Andalucía o Madrid. Si la “República” iba a ser “incorruptible y sin tacha”, es obvio que la infección ha prendido en ella con aún más virulencia que en ningún otro lugar" (del texto de J. Marías: "Qué raro virus", El Paúis, semanal, 16/9/2018. 

viernes, 14 de septiembre de 2018

Pistas


(para Maravillas Cora).

1ª pista. Cinematográfica. Jerry Webster (Rock Hudson en “Pijama para dos”), un publicitario neoyorkino (Mad men) con malas artes, para tapar uno de sus líos soborna a una testigo ofreciéndole rodar un anuncio para la tv. El anuncio se rueda pero el producto no existe y Jerry no piensa emitirlo. Pero su inútil y acomplejado jefe (Tony Randall), imitando lo que él cree que haría Jerry, ordena emitir el anuncio del inexistente producto mediante una campaña de saturación en televisión. Vende humo.

2ª pista. Propaganda: insistir en las mismas y pocas ideas, que deben ser sencillas y fáciles de comprender, es fundamental para influir en la gente. Gobbels resumió la idea de la saturación con la frase: una mentira repetida mil veces acaba por convertirse en una verdad. El movimiento nazi era una consecuencia política del irracionalismo filosófico y del romanticismo alemán, en consecuencia, su propaganda no iba dirigida a la racionalidad de la gente (ratio-propaganda), sino a excitar sus sentimientos más primarios (senso-propaganda), entre ellos la fe.

3ª pista. Políticas. Los movimientos totalitarios utilizan la senso-propaganda para mantener en estado de excitación permanente a sus seguidores y poder movilizarlos con facilidad. Sin movilización continua de las masas no hay movimiento totalitario.

4ª pista. Religiosa. “A Cataluña la hizo Dios, no los hombres; los hombres sólo pueden deshacerla” (obispo Torras y Bages). Estas y otras ideas semejantes de los “padres fundadores” del nacionalismo afirman la existencia de una Cataluña imperecedera y cristiana. “El Orfeo catalán fue Cristo”.

5ª pista. Derecho. El derecho cambia, pero los indepes, rechazan someterse al derecho vigente, primero, porque es del Estado opresor; segundo, porque es artificial, una convención reciente; tercero porque el único derecho que cuenta es el histórico, asentado en los usos de la vieja Cataluña cuyo orden está emanado de la naturaleza. “Al dogma falsísimo de que la mayoría todo lo puede menos convertir a una mujer en hombre, oponemos el principio del respeto a la obra de los siglos, a la congruencia de la naturaleza, a los órganos esenciales de la sociedad, a las entidades naturales en que el hombre nace, vive y muere” (Torras y Bages).   

6ª Localismo. Congruente con la noción natural y cristiana es la defensa de lo local, de lo regional, como lo puro, lo primario, lo incontaminado, alejado del “hedor de la ciudad” y de “las concupiscencias que desatan los apetitos humanos”. La región es el paradigma, que luego deriva hacia la región independiente: la nación (pero igual de paleta). “La forma regional, repetimos, es una extensión de la familia, se basa en ella; cada región es una federación de familias unidas entre sí con estrechísimos lazos naturales, viniendo quizá todas de un mismo origen” (T y B).

Para Maravillas Cora (2)

7ª pista. Heurística.
El mundo bipolar de la guerra fría sigue deshaciéndose -de forma pacífica pero no exenta de tensiones y también violentamente- impulsado por grandes lógicas políticas, ideológicas, científicas, económicas y financieras, que repercuten de diferente manera en los países, según sean su tamaño, su desarrollo económico y científico, su potencial militar, su ubicación geográfica, sus alianzas políticas y comerciales, su zona de influencia, su proyección estratégica, el vigor de sus instituciones, la actitud de sus ciudadanos, etc, etc.
Han emergido nuevos grandes actores que aspiran a reemplazar a los viejos en la orientación del planeta y nuevas corrientes ideológicas con programas de confrontación, que pugnan por desplazar a los viejos programas de consenso. Estas mutaciones no se perciben sólo en los campos citados, sino en el ámbito de la cultura, del arte, de la literatura, de la música, del ocio o de la moda, e implican nuevos valores, nuevas propuestas de vida, nuevas actitudes, que apelan a los ciudadanos a adaptarse a ellas de buen grado o mediante coerciones marcando la vida cotidiana.
Todo ello es recogido por los medios de comunicación -los tradicionales y los nuevos, todos ellos con sus intereses- que, mediante un aluvión de noticias muy diverso origen y consideración, ofrecen diariamente una visión actual y dinámica del mundo, pero también desordenada, incoherente y, en definitiva, confusa. La rabiosa actualidad es cambiante,  engañosa y desconcertante
Así, pues, la percepción del mundo que diariamente recibimos a través de los medios de comunicación -no tenemos otra forma- es la de un laberinto en el cual es difícil orientarse, pues intentarlo exige un gran esfuerzo.
Este puede ser -grosso modo- el panorama general, el gran escenario de la representación del mundo, cuyas tensiones se reproducen en el escenario nacional, a las que se añaden los problemas particulares -los diablos familiares-, problemas coyunturales y problemas estructurales. En el caso que nos ocupa, Cataluña, un problema estructural, se añaden los problemas de coyuntura: el agotamiento político de CiU, la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut, los efectos de la recesión económica y de las medidas de austeridad sobre la población catalana, la desafección ciudadana respecto a la clase política en general, el deterioro de la Casa Real, la fuga de CiU respecto a su responsabilidad política en la situación social de Cataluña y penal respecto a la corrupción (3%, Palau y un largo etc), las políticas del Gobierno central (Madrid), la politización de una generación que no conoció la dictadura y que descarga la responsabilidad de todo lo que sucede en la Transición.  Y todo esto, con sus correspondientes luchas políticas, aparece diariamente en los medios de comunicación, unido a lo que llega del escenario mundial, con lo cual aumenta la confusión y se precisa un gran esfuerzo para procesar toda esa información, gran parte de la cual cambia cada día, por lo menos de aspecto, y ordenarla en un discurso coherente, que pueda dotar de sentido a la realidad y a la propia vida dentro de ella, esfuerzo que no todo el mundo quiere o puede realizar. Y ahí está la gran baza del nacionalismo, con un discurso pertinaz, monocorde, sencillo y profético.
El nacionalismo, por su visión romántica de la historia, elude las tensiones del presente remontándose a un pasado idealizado, donde en lugar del dinamismo actual reinaba la quietud a largo plazo manifestada en la permanencia de las costumbres, en la tradición de las instituciones y donde en lugar de los conflictos sociales reinaba la armonía de las extensas relaciones de parentesco y, en vez de la competencia en el mercado imperaba la pequeña producción precapitalista. La Cataluña eterna y plena, de ayer, de hoy y de mañana, es un imaginario retrato medieval.          
El discurso nacionalista pretende trascender eras y fronteras, tiempo y espacio, eludir los grandes retos que tiene pendientes la sociedad catalana, atravesada por las mismas lógicas que la española, que la europea y que muchas otras, y, en un intento de saltar por encima de las complejidades, ignora los desafíos que se libran a escala planetaria, para proponer como remedio refugiarse en un país pequeño volcado sobre sí mismo para mantener una impostada identidad a toda costa.  
Frente a la dificultad de ofrecer salidas políticas y económicas verosímiles a la globalización, el nacionalismo interpreta como nadie la situación del mundo y se alza con una respuesta inobjetable: la independencia y el advenimiento de una mágica república que sólo traerá prosperidad, bienestar y recuperada plenitud.
Este discurso es eficaz porque se repite machaconamente, salta por encima de las dificultades y de las concreciones y asegura el éxito de la empresa gracias a la existencia de una nación excepcional por su laboriosidad, sensatez y saber hacer y, en las últimas versiones, por su superior calidad moral y racial. Y se aduce como prueba que es un pueblo que ha permanecido idéntico a sí mismo durante siglos y que esa misma voluntad de ser ha de prevalecer en el futuro.
Y muchas almas sencillas y otras tantas que lo parecen se dejan convencer por este discurso: el mundo está muy mal y es muy difícil de entender, pero gracias a Dios y a la Moreneta, tenemos a Puigdemont, a Junqueras, a Artadi, a Torra y a Torrent que no sólo explican la causa de esos males, sino que tienen la solución.

martes, 11 de septiembre de 2018

¿Quién lo paga?


Diada 2018
Y esto, ¿quién lo paga? Era una pregunta típica de Jordi Pujol ante cualquier evento que supusiera un gasto que le parecía excesivo. La pregunta, siempre oportuna en un servidor público, le acreditaba como un gobernante preocupado por el gasto bajo su control, lo cual ratificaba el tópico que ha acompañado hasta hace poco a los catalanes como gente prudente y con una habitual perspectiva económica en los asuntos cotidianos, a veces excesiva, lo que también les ha dado fama de tacaños. Aunque, después de lo que se ha visto y oído sobre las cuentas de la familia Pujol y las de la Generalitat, quizá la pregunta tuviera que ver, también, con la correspondiente “tasa condal” del 3%. Cualquiera sabe.
Pero, en el día de hoy, esta pregunta retórica acerca del coste no se refiere tanto al presupuesto de gastos necesario para celebrar con toda solemnidad el acto, como al objetivo político que lo sustenta, que es la independencia. La Diada, perdido hace años el tono de fiesta común de todos los catalanes, refuerza este año el carácter independentista, no catalanista sino sobre todo independentista.
¿Cuánto puede costar, si se lleva a cabo, la independencia? Dejando aparte los perniciosos efectos sociales (la fragmentación de la sociedad) y el coste político, la verdad es que la independencia ya ha tenido unos costes económicos -la pérdida de turistas, la fuga y el cierre de empresas-, pero existe otro que es una espada de Damocles sobre la nueva república, que los independentistas suelen eludir, porque han presentado la “desconexión” de España, como una operación que sólo podía reportar ventajas, no sólo políticas y sociales, sino económicas y financieras. La “desconexión” augurada por Mas más parecía una “desconexión” respecto a la realidad, porque voluntariamente ignora la abultada deuda pública de Cataluña.  
Según datos de la Generalitat, la deuda pública prevista para 2017 era de  77.000 millones de euros, a los que hay que añadir la deuda de ayuntamientos y diputaciones, lo que la elevaría, según algunas fuentes, a una cifra que ronda los 82.000 millones de Euros.
Para financiarse la Generalitat emite títulos de deuda pública (es decir, con la garantía de la institución), que las agencias de riesgo califican de bono basura, de la cual Estado español se hace cargo religiosamente del 70%.
Como hasta el momento de romper, Cataluña formaría parte de España, en caso de desgajarse tendría que asumir la parte que le corresponde de la deuda española en función de su participación en el PIB, cifra que, según unas fuentes, está por encima de 150.000 millones de euros y según otras por encima de los 180.000. La nueva república nacería con una deuda de entre 25.000 y 35.000 euros per cápita.
La suspendida ley de transitoriedad prevé que la nueva república se haría cargo de las propiedades del Estado español en suelo catalán, pero poco dice de asumir el pago de las deudas pendientes y del coste que supondría la ruptura. Cálculos que deberían estar más presentes en el discurso de los dirigentes independentistas para disipar la impresión en los candorosos catalanes de que la independencia será  un premio a la constancia.

domingo, 9 de septiembre de 2018

¿Qué se celebra en la Diada?



Una derrota que no fue tal y la imaginaria postración de la “nación catalana” a partir de 1714.
“Ferrán Soldevila, Pierre Vilar y Jaime Vicens Vives coinciden en un punto fundamental: el siglo XVIII es un siglo de integración progresiva de Cataluña en la vida económica y política de toda España. La monarquía borbónica -bajo Carlos III, especialmente- había iniciado y llevaba adelante un proceso de unificación económica y política del país: libertad de comercio, abolición de las aduanas interiores, fomento de la industria, construcción de rutas con fondos del Estado, edificación de museos, de escuelas superiores, de bibliotecas, de canales, etc.
Los catalanes seguían el movimiento. Soldevila ha podido hablar con acierto del paso del separatismo al intervencionismo, del esfuerzo por la hegemonía y del esfuerzo por convertirse en provincia como actitudes básicas de los núcleos dirigentes catalanes a finales del siglo XVIII (…) Los intelectuales y la burguesía se acercan a la Administración central y viceversa, se unifica la cultura, las clases dirigentes catalanas buscan una proyección económica más amplia, el catalán pierde terreno como idioma de cultura.
<De hecho, Cataluña se incorpora orgánicamente a España durante el siglo XVIII, por la prosperidad burguesa y por la aceptación, por parte de Madrid, de las aspiraciones económicas de la periferia> (P. Vilar).
Vicens Vives precisa que, en el siglo XVIII, <… los catalanes habían iniciado una verdadera colonización económica e industrial de España (…) Y ello, porque los catalanes pudieron gozar entonces de una situación imperial en el Nuevo Mundo, que beneficiaba sus intereses privados y les daba tono, a la vez, en el conjunto de los países europeos. Hubo, ciertamente, choques entre las concepciones de Madrid y Barcelona, pero todos fueron de tono menor. Los asuntos iban bien, la burguesía prosperaba y los intelectuales, como Capmany, se fundían en la vida cultural madrileña, más elevada que la barcelonesa>”.

J. Solé Tura: Catalanismo y revolución burguesa.

Luego la cosa se torció, pero fue en el siglo XIX, después de la guerra de la Independencia, la guerra contra el francés.

sábado, 8 de septiembre de 2018

Lazos y banderas

Respuestas a Mikel Arteta

No hay que quitar los lazos amarillos; hay que poner lazos de otros colores. No es bueno aparecer como censores de las libertades de otros, sino defender esa libertad para poner otros símbolos.

No es lo mismo la escuela que la calle. Los lazos no son manifestaciones de personas, ergo, no precisan autorización administrativa para concentrarse, son expresiones individuales en el espacio público, como lo son los carteles o las pintadas, que pueden incumplir alguna regulación municipal. La escuela es una institución para transmitir conocimiento y está sometida a normas y jerarquía.

Tampoco es lo mismo una pintada política o artística (grafiti), que las que forman parte de una campaña, como ha ocurrido durante años en el País Vasco por una estrategia similar. La colocación de lazos no es una expresión espontánea de los ciudadanos, sino una campaña promovida desde el comando (digámoslo así) independentista, esté situado en Barcelona o en Bruselas, amparándose en la libertad de expresión.
Por eso mismo, quitarlos parece una censura a ese ejercicio de libertad. No digo que sea un delito, digo que es un error político, porque, en la primera impresión, aparece como el intento de los partidos "españoles" de oprimir expresiones públicas del pueblo catalán. Y en este caso, los promotores de la iniciativa han provocado una reacción que les permite aparecer como víctimas.
Colocar lazos de otros colores o banderas de otro signo reduciría el impacto visual de los lazos amarillos y las banderas esteladas y obligaría a la otra parte a quitarlos, apareciendo así como censores de expresiones no concordantes con las suyas, que es lo que sucede en realidad. Los indepes son astutos y como llevan la iniciativa desde hace años marcan el terreno en que deben reaccionar los demás. Y con esto de los lazos, los no nacionalistas han vuelto a caer en "el lazo" de los indepes

viernes, 7 de septiembre de 2018

Solé Tura.La Lliga "revolucionaria"


La Lliga Regionalista surgió en un contexto de violenta lucha de clases (…) La Lliga era claramente regeneracionista, pero a diferencia del regeneracionismo de Costa (...) el regeneracionismo de los nacionalistas catalanes tenía un propósito muy concreto: llegar al poder, transformar el Estado español para influir en él de acuerdo con su verdadero peso específico, impulsar la transformación económica y política de España en sentido capitalista. Es decir, realizar la revolución burguesa.
Ahora bien, el intento revolucionario de la burguesía catalana padecía una serie de defectos internos y externos que viciaron desde el primer momento su propósito: la burguesía catalana era, de hecho, la única burguesía industrial del país (con excepción de la vasca…); era, además, una burguesía periférica, condicionada por un mercado interior pobre y miserable, pero indispensable; una burguesía presionada por un proletariado combativo y exasperado; una burguesía que necesitaba el Estado oligárquico para una hipotética expansión colonial y para conservar el orden público interior; una burguesía debilitada estructuralmente por la tensión interna entre el desarrollo urbano e industrial de Cataluña y la subsistencia de instituciones agrarias verdaderamente capitalistas.
Por lo demás, la propia burguesía entraba en la lucha con intereses no siempre coincidentes. Entre los industriales textiles (…) los algodoneros, más afectados por la crisis de 1898, constituyeron el núcleo del movimiento nacionalista, una gran parte de los laneros, bajo la dirección del conde de Egara, continuaron en el marco político de la Restauración. Ni siquiera hubo una dinámica uniforme entre los diversos sectores de la fabricación textil algodonera: entre los hiladores se tendía a la concentración de empresas y unas veinte o treinta familias controlaban el sector, con fuertes acumulaciones de capital; en cambio, entre los industriales tejedores predominaban la pequeña empresa y la propiedad familiar. Los grandes industriales querían a toda costa un arancel proteccionista y una política de compromiso con Madrid.    
Por otro lado, el campo catalán se recuperaba difícilmente de la tensión provocada por la crisis de la filoxera. Aunque el conflicto parecía apagado, no tardaría en estallar con redoblada fuerza.
Los grandes propietarios, representados por el Instituto Agrícola Catalán de San Isidro, constituyeron la correa de transmisión para hacer efectiva la hegemonía política de los hombres de la Lliga. Pero el precio que exigieron fue la intangibilidad de las relaciones agrarias y el respeto a las jerarquías tradicionales.
Todo esto daba a la alta burguesía catalana una gran inestabilidad política y doctrinal. Era una clase íntimamente reaccionaria que desempeñaba un papel revolucionario en el contexto hispánico; una clase conservadora y corporativista que se proponía europeizar, modernizar, liberalizar el país; una clase esencialmente urbana e industrial, profundamente vinculada a un campo conservador e inmovilista. Como veremos, la síntesis doctrinal de Prat de la Riba reflejó estas contradicciones.

J. Solé Tura: Catalanismo y revolución burguesa, Barcelona, El viejo topo, 2017, pp. 57-58.

miércoles, 5 de septiembre de 2018

Solé Tura.Revolución burguesa frustrada


Mi hipótesis de trabajo es que la historia del nacionalismo catalán, en sus diversas fases, es la historia de una revolución burguesa frustrada (…) El nacionalismo catalán nació, se desarrolló y dio de sí lo mejor de sus energías en el período en que el modo de producción capitalista pugnaba por elevarse en el plano hegemónico, sin conseguirlo plenamente. Al secular esfuerzo de la burguesía industrial catalana por ejercer su hegemonía en el bloque dominante, sin conseguirlo en ningún momento, corresponde en el plano político e ideológico un planteamiento que va del asalto directo al poder central (hasta el período revolucionario abierto en 1868, en líneas generales) al asalto periférico (fase nacionalista). La primera fase terminó con un compromiso inestable, de carácter oportunista (Restauración) y la segunda con otro compromiso a largo plazo y a nivel superior (cuyos comienzos podríamos situar en 1917), del que todavía no ha salido ni es probable que salga ya. El drama de la burguesía catalana es que en ninguna de estas fases ha conseguido alzarse con la victoria.

J. Solé Tura: Catalanismo y revolución burguesa, Introducción a la edición castellana de 1974, Barcelona, El viejo topo, 2017, p. 47.

Micronaciones

No percibo que la formación de nuevas repúblicas surgidas de la implosión de la URSS y del bloque de países del Este, sea un estímulo a los planes de los nacionalistas. Es al  contrario si preguntamos qué tipo de países son esas nuevas repúblicas.¿Qué sociedades han formado? Pues no parecen a salvo de tensiones étnicas o ideológicas. Además, ¿qué relevancia tienen entre las demás naciones, ante problemas de dimensión mundial? 
La formación de nuevos pequeños países revela la mentalidad provinciana de sus promotores, que se desentienden del contexto e ignoran que puedan verse afectados por lógicas que son mundiales. Los micronacionalistas creen que pueden construir países a su imagen y semejanza, que sean burbujas resguardadas de lógicas mundiales (cambio climático, energía, mercado, deuda, migraciones, etc, etc).

Nación imaginada

Para algunas personas imaginativas, las naciones son comunidades imaginadas, para otras personas con menos imaginación son entidades reales, físicas, corpóreas, materiales, con existencia propia al margen de la imaginación de sus miembros, de sus súbditos o de sus ciudadanos, asentadas sobre un suelo tangible, un territorio acotado, con un modelo productivo, una estructura social, un régimen político, un aparato administrativo y judicial y un reconocimiento por parte de otras naciones, que las reconocen como actores únicos y singulares en el contexto internacional. Lo que sucede es que en el mundo, las que cuentan son las naciones reales, tangibles, y cuanto más grandes sean, más potentes económica y culturalmente, y más poderosas sean militarmente, más cuentan. Las naciones imaginarias sólo cuentan para quienes creen en ellas, por eso los nacionalistas imaginativos quieren convertir sus naciones imaginarias en naciones reales. Ese es el tema.

Discrepo. Aquí, lo ocurrido en el pasado es relevante ante lo que decidan los ciudadanos de hoy, porque, en el caso de Cataluña, los ciudadanos de hoy no van a decidir sobre los problemas de hoy, sino sobre todo sobre los sucesos de ayer, de la historia, que es donde los independentistas han situado el debate y donde quieren fundar su legitimidad para emprender su aventura, porque de los problemas de hoy en la futura república no hablan; sólo hay vaguedades que amparan un optimismo desenfrenado, confiando en que todo irá mejor, como han prometido. Como no han definido, ni siquiera como esbozo, como apunte, el futuro inmediato de Cataluña, se han volcado en reescribir el pasado, como si con eso bastara. 
El trabajo de los indepes no se ha centrado el diseñar, con datos, con cifras siquiera aproximadas, el futuro de Cataluña, sino en escribir un relato lleno de agravios recibidos de España a los largo de siglos, cuantos más agravios, mejor, para ofrecer como alternativa, que cualquier cosa, por imprecisa que sea, será mejor para Cataluña que seguir vinculada a España, un país calificado de fascista.

martes, 4 de septiembre de 2018

Aspavientos y kabuki

Hace años, el ya fallecido Javier Tusell, comentando uno de los habituales rifirrafes del palenque político nacional, decía que los dirigentes o los portavoces de los partidos, en una costumbre que no se ha perdido sino al contrario, se enfrentan en los debates como si estuvieran representando un papel en una obra de teatro según el arte dramático japonés “kabuki”, en el cual los actores van maquillados de forma aparatosa o se esconden tras máscaras horripilantes.
Las máscaras de nuestros políticos, de unos más que de otros, todo hay que decirlo, son el exceso de gestos y sobre todo de palabras, a menudo extemporáneas, con las que parece que quieren asustar al oponente.
El abuso de las técnicas del kabuki, con declaraciones altisonantes y gestos ofensivos, acaba por cansar a los espectadores, que se acostumbran a esa distorsionada y teatral visión de la realidad nacional, y se requiere, entonces, el uso de máscaras cada vez más agresivas con las que impresionar al oponente y conservar, al mismo tiempo, el fervor de los seguidores propios. 
El “procés” independentista ofrece una buena muestra de representaciones teatrales de recio sabor ibérico, como el sainete y el esperpento, con las aportaciones del drama nipón, adobadas con actuaciones memorables de histriónicos actores, ellos y ellas, capaces de asumir un papel trágico por un quítame allá esas pajas.
La última o penúltima colocación de máscaras -mascarada-, en esta continua representación de kabukismo, corre por cuenta de Quim Torra, uno de los grandes actores (y los hay muy buenos) de la Generalitat y su compañía de coros y danzas, ante la cárcel de Lledoners -el escenario del día-, al decir: “No nos tenemos que defender de nada, hemos de atacar al Estado español”.
Una frase memorable, equiparable a “Mi reino por un caballo”, del Ricardo III de don W. Shakespeare, que podría pasar a la historia si no fuera un completo disparate, porque la institución que representa al Estado español en Cataluña es la Generalitat y su máximo responsable es el propio Quim Torra, que la preside, con lo cual la frase parece pronunciada por un ignorante o por un perturbado, que invita a los suyos a que le ataquen, ya que es la parte del Estado español que tienen más cerca.
Dicho lo cual, otros actores han salido escopetados a escena y se han puesto sus máscaras más feroces para exigir, kabukísticamente, al Presidente del Gobierno, que responda a las palabras de Torra aplicando de nuevo el artículo 155 de la Constitución, porque el Estado merece ser defendido sin demora. 
Es muy serio esto de atacar al Estado español, pero sólo son palabras que preparan la ofensiva política y teatral de otoño -la gran representación de la Diada, la Crida y el 1 de octubre- y no son más graves que las de Artur Mas, sobre engañar al Estado o ir más allá de la ley, o las de Homs, Junqueras, Tardá o Forcadell, la dama del verbo incendiario.
En todo este asunto ha habido un exceso de palabras irresponsables por parte de personas que representan las instituciones catalanas, pero también ha habido actos -quema de banderas y retratos del Jefe del Estado, agresiones a personas y partidos no independentistas, pintadas, insultos, destrucción de bienes públicos y mobiliario urbano, ofensas y desaires institucionales, etc-, que se han considerado propios de la libertad de expresión cuando gobernaba el Partido Popular y Rajoy dejaba hacer sin reaccionar, impertérrito detrás de la máscara taurina de Don Tancredo, pero basta que haya sido desalojado de la Moncloa para que los suyos exijan a Pedro Sánchez que de inmediato haga lo que el PP no ha hecho en años.
Hay que recordar que el 9 de noviembre de 2014 se celebró un refrendo ilegal, previamente anunciado a bombo y platillo, y no se aplicó el artículo 155. Que los incumplimientos de sentencias judiciales por parte de la Generalitat han sido muchos y no se ha aplicado el artículo 155, y que para aplicarlo, tras la declaración unilateral de independencia, el Gobierno de Rajoy, en un alarde de burocracia propia de un registrador, solicitó por escrito que Puigdemont lo ratificara, no fuera a precipitarse y a defender el Estado por un malentendido.
La idea es chusca sólo de imaginarla: “Señor Puigdemont, President de la Generalitat, por la presente le solicito que, por escrito y a vuelta de correo, me ratifique si es usted realmente un rebelde. Reciba un saludo de Mariano Rajoy, Presidente del Gobierno”. O sea, que el ataque de kabukismo de “míster máster” está poco justificado.  
Tampoco lo está por parte de Ciudadanos, cuyos dirigentes se rasgan ahora las vestiduras por las palabras de Torra cuando tuvieron en su mano evitar que llegara a President, pero, aun siendo el partido más votado en las elecciones de diciembre, parece que les asustó la posibilidad de gobernar la Generalitat, que era la manera más efectiva de defender al Estado de posibles ataques en Cataluña. Lo dicho: exceso de kabuki.

Publicado el 23 de agosto, en "El obrero".

lunes, 3 de septiembre de 2018

Engels, republicano y unitario (2)


(Después de la detención de Marx, en Bruselas, el 3 de marzo de 1848) Pronto volvimos a reunirnos todos en París. Aquí se redactó el siguiente documento, firmado por los miembros del nuevo Comité Central, documento que se difundió por toda Alemania y del que todavía hoy algunos podrían aprender algo:

Reivindicaciones del Partido Comunista de Alemania
1. Toda Alemania será declarada República, una e indivisible (…) 7. Las fincas de los príncipes y las demás posesiones feudales se convierten en propiedad del Estado (…) 8. Las hipotecas sobre las tierras de los campesinos se declaran propiedad del Estado; los campesinos abonarán al Estado los intereses de esas hipotecas (…) 11. El Estado tomará en sus manos todos los medios de transporte: ferrocarriles, canales, barcos, caminos, correos, etc, convirtiéndolos en propiedad del Estado (…) 15. Implantación de fuertes impuestos progresivos y abolición de los impuestos sobre artículos de consumo (…) 16. Organización de talleres nacionales. El Estado garantiza a todos los trabajadores medios de subsistencia y asume el cuidado de los incapacitados para trabajar (…) 17. Instrucción pública general y gratuita.
Firmado por C. Marx, K. Schapper, H. Bauer, F. Engels, J. Moll y W. Wolf.

F. Engels: Contribución a la historia de la Liga de los Comunistas, Londres, octubre, 1885.

En Marx y Engels: Manifiesto del Partido Comunista y otros escritos políticos, Méjico, Grijalbo, 1969.

Me quedé dormido


El otro día me quedé dormido leyendo a Marx. ¡A Marx! A Carlos Marx, claro, no al autor de “Memorias de un amante sarnoso”. Nunca me había sucedido; fue otro aviso del paso del tiempo.
De joven leía -a Carlos, no a Julius-, con pasión y con mediano aprovechamiento, esa es la verdad, sus escritos más políticos, sobre todo los que, por su inmediata utilidad para la prisa juvenil, conducían de manera casi directa a oponerse al (des)orden establecido; es decir, a meterse en camisas de once varas, según advertencia de mi señor padre, porque, entonces, los actos contrarios a los principios fundamentales de la dictadura franquista eran considerados ilegales y estaban severamente castigados.  
Desentrañar sus textos filosóficos -de Carlos, no de Julius, que también tenía los suyos, basados en principios cambiantes- me costaba más esfuerzo. En primer lugar, por la maldita terminología hegeliana, con la que tonteaba cuando era un joven demócrata radical, mientras ajustaba cuentas ideológicas y filosóficas con quienes habían sido sus maestros y condiscípulos e iniciaba un camino que le apartaría de una cátedra respetable y le convertiría en el comunista exiliado que sobrevivía, como un paupérrimo burgués, en el Londres victoriano.
En segundo lugar, por mi escaso conocimiento filosófico, proporcionado por anárquicas lecturas, de aquí y allá, en un contexto extremadamente confuso, como era entonces, a finales de los años sesenta, el que había, no al nivel del “establishment” académico o intelectual, que no sé si era mejor o más claro, a tenor de lo que escriben José Luis Abellán y Elías Díaz[1], sino a escala pequeña, en los círculos de la gente joven, ideológica y tempranamente inquieta y políticamente activa, a donde llegaban, a través de algunas revistas y de libros proporcionados por libreros de confianza, los ecos de las controversias que, más allá de nuestras fronteras, tenían lugar entre estructuralistas, humanistas y existencialistas, entre cristianos y marxistas, entre los propios marxistas y, con más encono aún, entre las tendencias de las nuevas izquierdas.
Tampoco estaban exentas de tensiones las filas de los católicos a consecuencia de la renovación dogmática y litúrgica emprendida por Juan XXIII, en el Concilio Vaticano II -una pedrada para la Curia española, según el cardenal Tarancón-, cuyas interpretaciones más extremas llevarían al diálogo y a la colaboración de los cristianos progresistas con izquierdistas e incluso con comunistas, apuntando ya lo que luego sería la teología de la liberación.
El antimperialismo, el tercermundismo, la desestalinización, la coexistencia pacífica o el “aggiornamento” eran términos en boga, resultado del complicado panorama mundial de los años sesenta, marcado, entre otros sucesos, por la guerra fría y la carrera espacial entre la URSS y EE.UU., la guerra de Vietnam, la crisis de Cuba, las guerrillas de América Latina y la descolonización de África. Todo eso revuelto, hechos e ideas, acontecimientos y explicaciones, llegaba a España a la vez, en tropel, facilitado por la tímida e incierta apertura del Régimen en el campo de la prensa, pero falto de las referencias políticas y temporales proporcionadas por la libertad de opinión e información, que en Estados Unidos o en Europa, en Italia o Francia, facilitaba el encaje de estos sucesos en una trayectoria que arrancaba del final de la postguerra mundial y proporcionaba una experiencia de la que, en España, sometidos a la ortodoxia del Régimen, carecíamos, de manera que era mucho más difícil orientarse en aquel galimatías, en el que cada suceso tenía su propia lógica y cada escuela su propia jerga.
En esta coyuntura, los textos políticos de Marx y Engels, leídos desde una perspectiva optimista -la historia está del lado de los oprimidos- ayudaban a “tomar conciencia”, que era la estereotipada fórmula que separaba a los iniciados en una teoría que afirmaba poseer el secreto de la evolución de las sociedades, de quienes, en términos de la época, permanecían -pobrecillos- alienados por la ideología burguesa.
Aquellos años pasaron y con ellos envejecieron bastantes ideas que fueron pujantes o, al menos, algunas de las más extremadas; el marxismo tampoco salió indemne de la cura del tiempo (y del esfuerzo de sus adversarios por acabar con él).
Empero, leído con otros ojos y desprovisto de su pretensión profética y de alzarse como la única explicación cabal del capitalismo, el legado de Marx sigue siendo un elemento necesario -no el único, pero sí necesario- para entender la deriva del alocado e injusto mundo en el que vivimos. Por eso, de vez en cuando, echo mano de los textos del viejo león de Tréveris, convertido ya en un clásico, y el otro día, en los “Manuscritos de economía y filosofía”, buscaba sus reflexiones sobre la humanidad como un producto de sí misma, pero, tras la lectura de la magnífica introducción de Francisco Rubio Llorente, en la edición de Alianza, me debí quedar dormido en las endiabladas páginas sobre el ser genérico, del primer manuscrito.
Eso me ocurre con frecuencia con otros autores, pero, hasta ahora, no con Marx, al que he sobrepasado en años de vida, aunque no en saber; he llegado a ser más viejo que él y nada más.
Hoy me cae encima otro año, que junto a los setenta y dos precedentes suman demasiados para mi edad.


[1] J.L. Abellán (1996): Historia del pensamiento español, Madrid, Espasa Calpe; E. Díaz (1974): Pensamiento español 1939-1973, Madrid, Cuadernos para el diálogo.

domingo, 2 de septiembre de 2018

Engels. Republicano y unitario 1


Si, en rigor, se puede evitar (incluir legalmente) la cuestión de la República, según mi criterio se debería y se podría incluir en el Programa la reivindicación de concentrar todo el poder político en manos de la representación del pueblo. Y esto sería suficiente, por ahora, si no se puede ir más lejos.
En segundo lugar -La reconstrucción de Alemania-. Por una parte es necesario terminar con la subdivisión en pequeños Estados -intentar revolucionar la sociedad mientras existieran derechos particulares en Baviera y Wurtemberg, así como la Carta de Turingia, por ejemplo, ofrecería el mismo lamentable aspecto que ahora-. Por otra parte, es necesario que Prusia deje de existir, que se descomponga en provincias autónomas, a fin de que el espíritu específicamente prusiano termine de pesar sobre Alemania. Subdivisión en pequeños Estados, espíritu específicamente prusiano: los dos polos de la contradicción en la que Alemania se encuentra encerrada hoy, y en la que cada uno de los polos sirve de excusa y justificación del otro. ¿Qué es preciso, pues, hacer?
En mi opinión, el proletariado no puede utilizar más que la forma de república, una e indivisible. En suma, en el inmenso territorio de los Estados Unidos, la república federal es todavía hoy una necesidad, si bien ya empieza a constituir un obstáculo para el Este. La república federal constituirá un progreso en Inglaterra, donde en las dos islas viven cuatro naciones y donde, a pesar de un Parlamento único, existen una junto a otra, todavía hoy, tres legislaciones diferentes. En la pequeña Suiza, la república federal hace tiempo que constituye un obstáculo, sólo tolerable porque Suiza se contenta con ser un pequeño miembro puramente pasivo dentro del sistema de los Estados europeos. Para Alemania, una organización federal sería un retroceso considerable.
Dos aspectos distinguen un Estado federal de un Estado unitario: primero, que cada Estado federado, cada cantón, posee su propia legislación civil y penal, su propia organización judicial; segundo, que junto a la Cámara popular hay una Cámara representativa de los Estados, en la que cada cantón, pequeño o grande, vota como tal. En cuanto al primer aspecto, nosotros lo tenemos bajo la forma de Consejo Federal, y bien podríamos prescindir de él -tanto más cuanto que nuestro “Estado federal” constituye ya la transición hacia el Estado unitario. No es de nuestra incumbencia hacer descender de su altura la revolución de 1866 a 1870; por el contrario, nosotros debemos aportar el complemento y la mejoría necesarios mediante un movimiento de base. Así, pues, República unitaria. Pero no en el sentido de la República Francesa actual, que no es otra cosa que el Imperio sin emperador fundado en 1798.
Federico Engels (1891): Crítica del Programa de Erfurt, Madrid, Ayuso, 1975, pp. 73-75.