lunes, 28 de octubre de 2019

Cuelgamuros


Lucía Manuela Roca

El conjunto monumental de Cuelgamuros, o Valle de los Caídos, formado por la basílica, la gran cruz, la extensa explanada de acceso y la abadía, es admirado, aún hoy, por un número de personas, afortunadamente menguante, como un ostentoso signo de la victoria en la guerra civil del bando alzado contra la II República, y al mismo tiempo es denostado y repudiado por mucha gente, por idéntico motivo.
Ha sido y sigue siendo una obra tan monumental en su construcción como en la controversia suscitada sobre su origen y su destino.
Se puede considerar, por un lado, como una colosal expresión de los estrechos vínculos que mantienen, todavía, la Iglesia y el Estado. Y por otro, como un símbolo que remite a una época convulsa de la reciente historia de España.
El posible cambio de orientación respecto a la función que cumplía hasta ahora, como desmesurado panteón de Francisco Franco y del fundador de la Falange,  así como de común sepultura de treinta y tres mil combatientes de ambos bandos en la guerra civil, le ha devuelto actualidad sobre su hipotético futuro, una vez que los restos de Franco han sido exhumados y trasladados, no sin polémica, hasta el cementerio de El Pardo.  
Desde el punto de vista histórico y arquitectónico, hay que señalar su azaroso recorrido, desde el primer esbozo, en 1936, su construcción en la etapa “azul” del régimen franquista, hasta su inauguración en abril de 1959, veinte años después, coincidiendo con el fin de la etapa económicamente autárquica.
Su construcción se debe a la idea de Franco de levantar un monumento que desafiara el “tiempo y el olvido”, recordara la victoria y honrara a “los héroes y  mártires de la Cruzada”, tal como cuenta Daniel Sueiro, en “La verdadera historia del Valle de los Caídos”.
Inicialmente se pensó en un arco de triunfo situado en los aledaños de Madrid,  luego en una gran pirámide, en un cuartel con un lago en forma de cruz y en un monasterio, también con una cruz. Un arco -Arco de la Victoria- fue erigido después (1953-1956) con el mismo propósito, a instancias del Ministerio de Educación. Ubicado en la Moncloa, dando acceso a la Ciudad Universitaria, imita el estilo romano y está rematado por una cuadriga de briosos corceles dirigida por Minerva, la diosa romana del saber y de la estrategia militar. Pero la idea del gran monumento nacional persistía, aunque el proyecto no se acababa de concretar en cuanto a tamaño, ubicación, diseño y estilo, que debía ser imperial y muy español, pues se pretendía que fuera la culminación de otros monumentos a los caídos, fruto de iniciativas locales y repartidos por el país. Finalmente se pensó en una basílica presidida por una gran cruz, ubicada en Cuelgamuros, un valle de la sierra madrileña cercano a El Escorial.
Las obras, dirigidas por el influyente arquitecto Pedro Muguruza, empezaron en 1941, con la intención de que duraran cinco años, pues Franco tenía prisa en concluirlas, pero las dimensiones y complejidad del proyecto, empezando por una imprescindible vía de acceso, que enlazara el valle con la carretera que une Guadarrama y El Escorial, y las dificultades que entrañaba horadar el risco de la Nava, atravesado por abundantes vías de agua, para albergar en su interior la cripta, la basílica y el columbario, así como la situación económica de posguerra, con la carencia de maquinaria, materiales, cemento, energía, enseres y víveres para los trabajadores y el personal técnico y administrativo de la obra, alargaron su construcción. 
Lo que no faltó fue esfuerzo humano, ya que junto con trabajadores a sueldo, participaron presos políticos y comunes, que podían reducir su condena (por cada día de trabajo redimían dos de pena). Entre otros, allí estuvieron Francisco Rabal, Gregorio Peces-Barba, Manuel Lamana y Nicolás Sánchez-Albornoz, estos dos lograron fugarse en 1948. En una obra que se realizaba con picos, palas y explosivos, fue especialmente útil para horadar la roca contar con la experiencia de prisioneros que habían sido mineros y dinamiteros.
Otro problema era resolver el estilo del conjunto, que debía evocar el pasado glorioso con que el Régimen se legitimaba, al mismo tiempo que recordar la victoria militar y la condición católica, pero sin olvidar el carácter funerario de su destino como panteón.
Como muestras a imitar estaban el estilo clasicista, más que neoclásico, utilizado por Albert Speer en Alemania, en una arquitectura colosalista que servía como plataforma de propaganda del III Reich, y el estilo más moderno de Giovanni Guerrini en Italia, para gloria del régimen del Duce. Pero, por muy imperial que fue su intención, no eran estilos arquitectónicos puramente nacionales, que era lo que Franco deseaba, sino expresiones de lo que se podía denominar, con algún abuso, arquitectura fascista.
Muruguza admiraba el estilo herreriano, el sobrio estilo español de la época imperial, que coincidía con el espíritu austero, militar y católico, que Franco quería ver representado en el monumento. Pero Muguruza enfermó, falleció en 1952, y la obra se encargó a un alumno suyo, Diego Méndez, que había dirigido las obras de reconstrucción de varios inmuebles pertenecientes al Patrimonio Nacional, por lo cual el proyecto definitivo del Valle de los Caídos se puede decir que es de su factura.
Dada la importancia política de la obra, se hizo todo lo posible para asegurar el suministro de lo necesario y se dividió el proyecto en tres fases. Primero se construyó el serpenteante tramo de carretera que lleva hasta el cerro, entregado a la dirección del empresario catalán José Banús, uno de los contratistas del Régimen y constructor, entre otras obras grandes, del barrio de la Concepción de Madrid y de la urbanización Nueva Andalucía y de Puerto Banús en la Costa del Sol. La perforación del risco de la Nava para hacer la cripta, de 262 metros de largo, 22 de ancho y 42 de alto en el crucero, se encomendó a una filial de Agromán, otra importante empresa de entonces. El mosaico que remata la cúpula de la basílica, de 40 metros de diámetro, con más de 5 millones de teselas (piezas), fue encomendado al mosaísta catalán Santiago Padrós, que se inspiró en la Capilla Sixtina. Fue autor también de mosaicos de la Abadía de Montserrat, del Teatro Real y de la Basílica de Jesús de Medinaceli en Madrid, y del panteón de la Familia Franco en el cementerio de Mingorrubio (El Pardo), donde ahora se conservan los restos del dictador.
La construcción de la cruz, que fue muy costosa por su ubicación, en la cima del risco para recordar al Gólgota, y por sus dimensiones (150 metros de altura, 24 metros de longitud cada brazo y 182.000 toneladas de peso sin las esculturas) se adjudicó a Huarte, empresa que hoy forma parte del grupo OHL (Obrascón, Huarte, Lain).
Pero la cruz tenía otro problema, que no era fácil de resolver porque dependía del gusto del Caudillo y del estilo, inicialmente relamido, manierista, de Juan de Ávalos, a quien se confió la construcción de las gigantescas estatuas de piedra de las cuatro virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza), representadas por hombres de pie, y de los cuatro evangelistas sentados, que forman el sólido pedestal de la cruz, así como de la colosal Piedad, situada sobre el pórtico de la basílica, y de los cuatro arcángeles del presbiterio. Todo lo cual, en su diseño final se debe al empeño de Méndez, que deseaba que las estatuas dieran sensación de sobriedad, dureza y fortaleza, de acuerdo con las pétreas formas de la naturaleza circundante.
El conjunto fue inaugurado el 1 de abril de 1959, vigésimo aniversario del día de la Victoria, y casi dos décadas después de haberse iniciado las obras. El coste sobrepasó los mil millones de pesetas de la época, razón por la cual se conocía popularmente como “Cuelgaduros”.

27 de octubre de 2019




jueves, 24 de octubre de 2019

Juliá. Guerra y transacción

“(…) el moderado conde de Toreno había respondido que las guerras civiles no podían concluirse exterminando, porque la historia enseñaba que siempre habían concluido por transacción, aun venciendo. Así ocurrió, en efecto, con la primera guerra del siglo XIX: acabó en un famoso convenio por el que los oficiales del ejército carlista pasaron con armas, grados y sueldos al ejército cristino. Tal vez no faltaron en el lado de los republicanos quienes pensaron que un final semejante sería posible para acabar la guerra civil del siglo XX; no de otra manera pueden entenderse las iniciativas del coronel Casado. Pero se trataba de una guerra de principios, y esta vez no hubo, del lado vencedor, ninguna herencia moderada para aclarar a los generales que una guerra civil sólo podía acabar por transacción, que era imposible exterminar al enemigo.
En la guerra civil del siglo XX hubo un vencedor que exterminó al perdedor y que no dejó espacio alguno para un tercero que hubiera negociado una paz que hubiera servido de árbitro entre las dos partes. La guerra civil redujo la complejidad y múltiple fragmentación de la sociedad española del primer tercio del siglo XX a dos bandos enfrentados a muerte, con el resultado de que el vencedor nunca accedió a ningún tipo de reconciliación que mitigara los efectos de la derrota de los perdedores y volviera a integrarlos en la vida nacional. Desde 1939, España quedó brutalmente amputada de una parte muy notable de sus gentes y de su historia; hasta 1975, España vivió de la guerra o de las consecuencias de la guerra, que aún habrían de extender su sombra durante todo el período de transición a la democracia”.

(Santos Juliá: Historias de las dos Españas, Madrid, Taurus, 2004, pp. 287-288, 

El valor heurístico de un adoquín


Durante un tiempo, la pesada losa de piedra berroqueña que sella la tumba de Franco sirvió de metáfora para explicar el éxito del cambio político acometido en España después de su muerte. 
La lápida de granito pulido, de tonelada y media de peso, que cubre el sepulcro del dictador en la basílica de Cuelgamuros, se convirtió en la imagen que mejor mostraba el final de una dictadura de cuarenta años. El colosal adoquín arrancado de la sierra madrileña, que guardaba el cuerpo del tirano, sepultaba para siempre su sueño de gobernar después de morir. Su deseo de asegurar el porvenir de la dictadura, expresado en la frase “atado y bien atado”, parecía refutado por el peso del pedrusco. Su voluntad quedaba debajo, y su régimen, caído y bien caído, soterrado en el valle del mismo nombre. Pero el vigor explicativo de esta imagen ocultaba lo engañoso del mensaje que intentaba difundir, pues alimentaba la equivocada impresión de que una vez enterrado Franco quedaba enterrado el franquismo, y que, por tanto, quedaba despejado el camino para instaurar un régimen parlamentario homologable con los del  entorno europeo, proceso conocido como transición a la democracia, transición democrática o simplemente como la Transición.
No obstante, la fuerza de la mezcla de cuarzo, feldespato y mica, útil para taponar los pestilentes efluvios de un cuerpo maltrecho que ya se descomponía en vida, y mostrar el boato de la última morada del dictador en el Valle de los Caídos, no era la metáfora adecuada para aludir a la consistencia democrática de la restaurada monarquía, pues el nuevo régimen, erigido en teoría sobre un lecho de piedra, ofrecía una base democráticamente feble. Pero durante mucho tiempo una parte importante de la población española creyó en esta metáfora, y desde luego la mayor parte de la clase política, que, si no la creyó, al menos, fingió creerla y no escatimó esfuerzos para hacer creer a la gente que hubo una ruptura, si bien acordada, con el régimen franquista, y que la suprema expresión legal de la ruptura era la Constitución. Interpretación que ha dado lugar al relato hegemónico sobre la Transición.  (Trasversales nº 28, febrero, 2013)

Hoy, cuando, levantado el pesado adoquín, los restos de Franco se trasladen desde la basílica de Cuelgamuros al panteón de su familia en el cementerio de Mingorrubio, habremos dado un paso más para romper con aquel régimen dictatorial. Hemos tardado 44 años, pero es que en España, tan dada a los movimientos pendulares, para avanzar en línea recta se necesita mucho tiempo y mucho esfuerzo.



[1] El tema de la Transición lo he abordado antes en otros artículos de Trasversales: “La transición inconclusa”, Trvs nº 5, invierno 2006; ”Memoria histórica y cálculo político”, Trvs nº 18, primavera 2010; “Érase un país desorientado”, Trvs nº 27, octubre 2012.      

Aquella afable colonización catalana


Cuando oigo o leo opiniones de independentistas catalanes asegurando que les odia el resto del país o aludiendo a la conquista y colonización de Cataluña por España desde hace siglos, recuerdo mi niñez y adolescencia, no ya de infante catalán residente en Madrid, sino de simple jovenzuelo entregado horas y horas, como tantos otros colegiales y bachilleres, a leer ávidamente libros y tebeos, que, curiosamente, llegaban de Barcelona.
La Ciudad Condal, como decía el narrador del NO-DO, era entonces la capital de la edición, y creo que sigue siendo una potencia editorial, que, no sé si con ánimo de colonizar al resto del país y neutralizar la cultura de los emigrantes, que, según un bulo que circula con cierto éxito entre las almas más crédulas del nacionalismo, enviaba Franco a Cataluña para desnaturalizarla en vez de para trabajar, o por el simple afán de hacer negocio (la pela es la pela) distribuía periódicamente toneladas de coloreado papel impreso, en forma de historietas y de novelas baratas.
Salidos de la imaginación y de los lápices de Cifré, Vázquez, Ayné, Peñarroya, Escobar, Ibañez, Conti, Benejam, Jorge, Coll, Estivill, Nadal, Raf, Panella, Muntañola o Enrich, entre otros, las bodegas de Editorial Bruguera, de Toray, de Cliper, de Hispano Americana de Ediciones o de Editorial Juventud volcaban semanalmente la abigarrada turbamulta de los personajes habituales de revistas ilustradas para niños como TBO, Pulgarcito, El DDT, Tío Vivo, Yumbo o Pinocho, y los jóvenes lectores se deleitaban con las aventuras y desventuras de “La familia Ulises”, “Morcillón” (amito Mochilón) y Babalí, “Las hermanas Gilda”, “El profesor Franz de Copenhague”, cuyos inventos han servido de inspiración a muchos políticos, “El repórter Tribulete”, “Zipi y Zape”, “Carpanta”, “Don Pío”, “Doña Urraca”, “El loco Carioco”, “El doctor Cataplasma”, “Petra, criada para todo”, “Pascual, criado leal”, “Mortadelo y Filemón”, “Anacleto agente secreto”, “13 Rue del Percebe”, “La familia Cebolleta”, “Pepe Gotera y Otilio”, “Blasa, portera de su casa”, “Mi tío Magdaleno”, “Apolino Tarúguez, hombre de negocios” (y su secretario Celedonio), “Don Berrinche”, “La familia Churumbel”, “El botones Sacarino”, “Ángel Siseñor”, “El caco Bonifacio” y tantos otros personajes, además de las colecciones de los llamados cuentos de hadas (Azucena, Alicia, Graciela) y de las revistas Sissí, Blanca, Lily y, sobre todo, Florita, para las chicas.  
Del mismo caladero procedían El cachorro (y su fiel Batán), El jabato (y el forzudo Taurus), El capitán Trueno (con Crispín y Goliat), El sheriff King, Tarzán, Dick Norton, Flash Gordon (con Dale Arden y los chicos del espacio), El hombre enmascarado (el duende que camina) y los personajes de los relatos situados en la II Guerra Mundial y la guerra de Corea ofrecidos en Hazañas bélicas, donde gobernaban los guiones y los lápices de Boixcar, Alan Doyer y Alex Simons.
Todos ellos debían disputar las preferencias infantiles con héroes como Jeque Blanco, Mendoza Colt, Doc Savage, Aventuras del FBI (de tres agentes: Jack, Sam y el joven Bill), de la madrileña Editorial Rollán, con Diego Valor (“de los cielos caballero, de malvados el terror”) de Buylla y Bayo, el Coyote y Dos hombres buenos (Guzmán y Silveira) de José Mallorquí, para Editorial Cid, también de Madrid, y con El guerrero del antifaz y Roberto Alcázar y Pedrín, de la Editorial Valenciana.
Para la gente menuda y para los bachilleres de toda laya y condición, los tebeos y novelas baratas (del Oeste, policíacas, de piratas y de aventuras en general), junto con los programas de radio y las sesiones de cine de barrio, suponían la necesaria y liberadora alternativa a los deberes escolares y a las plúmbeas clases dedicadas a memorizar, que no a comprender, el hermético mensaje del dogma católico y el no menos abstruso de la Formación del Espíritu Nacional (FEN), que compendiaba el ideario político franquista, con el que instructores  falangistas intentaban inculcar los principios políticos que sostenían la dictadura a las nuevas generaciones, que, perplejas entre las tres personas divinas de un solo dios verdadero -“uno en esencia y trino personas”- y “la unidad de destino en lo universal”, que decían que era España, dejaban volar su imaginación con las aventuras de los tebeos.
La verdadera patria es la infancia, decía Rilke, y puede que sea cierto, porque en la infancia se configura la personalidad, se adquieren los códigos que insertan al individuo en determinada cultura y se adquieren los valores morales, que, en buena medida, van a guiarle el resto de su vida.
En este aspecto, miles, millones de niños y jóvenes españoles, chicas también, naturalmente, fueron educados durante décadas no sólo por sus familiares, por maestros, por inevitables curas, monjas y profesores de FEN, sino también y con mucha ventaja por los tipos humanos y los estereotipos sociales suministrados por divertidos relatos elaborados en Barcelona.
¿Cómo sería posible odiar a los catalanes desde cualquier lugar de España, sin renunciar a una parte de la infancia?    
23/10/2019


La furia de la clase media

A lo largo de una semana, Cataluña, y en particular la zona céntrica de Barcelona, se han visto sacudidas -y sorprendidas- por una larga serie de actos de protesta que han mostrado el carácter potencialmente violento que escondía la “revolución de las sonrisas”.  
La anómala situación política que atraviesa Cataluña desde hace años ha sido agravada por los efectos de los preparativos y la inercia de una jornada de huelga general de carácter político, decidida por el Govern y las asociaciones civiles anexas, para protestar por las condenas impuestas a los dirigentes del “procés”, en la sentencia del Tribunal Supremo hecha pública el pasado 14 de octubre.

En tales actos, se ha visto a Quim Torra, President de la Generalitat -apreteu, apreteu-, acompañado del exlendakari Ibarretxe, caminando al frente de una multitud que cortaba el tráfico rodado en una autovía nacional, mostrando el acuerdo de medios y fines entre las autoridades políticas catalanas y los activistas. 
De todo ha habido en estos días y estas noches, desde el ejercicio pacífico de derechos civiles, pasando por el abuso de estos por parte de los activistas del independentismo, en detrimento de los derechos de los no nacionalistas y en perjuicio del normal desarrollo de la vida cotidiana, de terceras personas, viajeros y población no participante, hasta reiterados actos incívicos y violentos.   

Junto a las marchas que han confluido en Barcelona para sumarse a la pacífica concentración de 500.000 personas en el centro de la ciudad al grito de libertad, ha habido cortes de carreteras, cierre de la frontera con Francia, ocupación del aeropuerto del Prat (con la suspensión de medio centenar de vuelos), de estaciones de ferrocarril, corte de vías férreas y líneas de transporte terrestre y marítimo, en un intento de paralizar Cataluña, perjudicar la economía de la “puta Espanya” y, de paso, acabar con el régimen dictatorial español, si se hace caso de lo escrito en algunas pancartas. 
Esta nueva versión de los derechos humanos, que, según los independentistas, el Gobierno español niega a los independentistas, ha merecido como respuesta lo ocurrido cada noche después de las concentraciones pacíficas, en unos actos que más que protestar contra la sentencia del Tribunal Supremo parecían pensados expresamente para dar la razón a los jueces, indicando que se habían quedado cortos en su apreciación de los hechos.

Una legión de jóvenes, con sobrada vitalidad -hay que ser joven para pasar varias noches de brega con la policía correteando por las calles de Barcelona- y preparación follonera conseguida en los años del “procés”, más algunos otros -pocos- con otro tipo de adiestramiento y propósitos, han producido, según el Ayuntamiento, daños en el mobiliario y enseres urbanos por valor de 2,7 millones de euros, de ellos 200.000 euros en daños a coches estacionados en las calles. Más de 70 terrazas de cafeterías han sufrido desperfectos y varias tiendas han sido saqueadas. Las empresas productivas y de servicios y los comerciantes aprecian un 40% de pérdidas por lucro cesante (dejar de ganar), con lo cual el monto provisional de la protesta asciende, según fuentes gubernamentales y patronales, a unos 10 millones de euros.
Por otra parte, hay que contabilizar casi 600 personas heridas, de ellas 288 son agentes del orden, trece hospitalizadas, dos muy graves, una de ellas un policía, y 4 manifestantes con un ojo posiblemente perdido por impacto de bolas de goma. Hay 202 detenidos, 24 ya en prisión preventiva y otros 76 en libertad con cargos, pero bajo medidas cautelares.  

Conviene advertir a los ingenuos, que lo ocurrido la semana pasada en Cataluña no ha sido un episodio de la lucha de clases; no hemos asistido a un motín de los miserables, ni a una revuelta del proletariado empobrecido o de las clases sociales más golpeadas por la crisis y los subsiguientes recortes; no ha ocupado las calles la famélica legión, exigiendo, con el puño alzado y la bandera roja, pan, trabajo, libertad, salario digno y jornada laboral de ocho horas, como sucedió en Cataluña en las primeras décadas del siglo XX, sino lo promovido por una nutrida representación de la juventud de las clases media y alta, razón por la cual no se entiende que algunos sindicatos de trabajadores -sindicatos de clase- se hayan unido a la convocatoria de huelga general decidida por una parte de las clases privilegiadas catalanas y llevada a cabo con entusiasmo por su vástagos.
Pero, tratándose de jóvenes, muchos en edad de formarse -estudiantes- y otros en edad de emanciparse y de formar familias, hubiera sido de esperar que, en las concentraciones, junto a las consignas políticas habituales -independencia, libertad, democracia, república catalana, libertad de los presos del “procés”, etc- hubieran aparecido las reclamaciones típicas de su estado y condición como estudiantes -más becas, tasas universitarias más bajas, menos alumnos por clase, más y mejores profesores, libros más baratos, mejores instalaciones, más prácticas- o como jóvenes, ya formados y dispuestos a ingresar en el mercado laboral, solicitando lo necesario para asegurarse un futuro estable y entrar en la vida adulta con algunas garantías -menos abusos en los contratos de formación, más empleo fijo, mejores salarios para los jóvenes, vivienda pública, alquileres asequibles, más guarderías y escuelas públicas, etc-.
En ausencia de estas demandas, cabe suponer que los activistas son jóvenes de familias pudientes, con los gastos cubiertos y el porvenir despejado, o bien que tales demandas, cuando afectan a las competencias de la Generalitat se ocultan arteramente detrás de consignas independentistas, banderas estrelladas y lazos amarillos, cargando al Estado la responsabilidad de incumplir lo que debe ser atendido por el gobierno autonómico. O bien que quedan pospuestas hasta el día en que la hipotética república independiente catalana las atienda con largueza y prontitud.

22/10/2019





sábado, 19 de octubre de 2019

Hacia el choque


Después de tres días de disturbios y tres noches de insomnio en Cataluña, estamos llegando al temido o ansiado choque de trenes, que tendrá lugar, según la agenda de los nacionalistas, el próximo fin de semana, cuando coincidan en la gran manifestación de Barcelona las marchas llegando desde las otras provincias, con la huelga general, en realidad un patriótico lock-out del Govern, que se une al aleatorio cierre de facultades universitarias, institutos, empresas y comercios a causa de los cortes de carreteras y vías férreas. Si es que no han preparado alguna acción en Madrid, porque el intento de bloquear el aeropuerto de Barajas ha sido un fracaso y la manifestación de apoyo tuvo poco éxito.
El motivo aducido, paralizar Cataluña y hundir España, más parece querer dar la razón a los jueces, que protestar porque la sentencia del Tribunal Supremo no coincide con el veredicto absolutorio que la Generalitat y el oficioso estado mayor del “procés”, habían decidido para los dirigentes encarcelados.
La desmedida reacción -ocupaciones de calles, lugares e instituciones públicas, el bloqueo de carreteras y vías férreas, las decenas de incendios, las agresiones y provocaciones a ciudadanos “no afectos” y a policías, que están actuando con “perfil bajo”, como se dice ahora- ha acabado de forma drástica con la mística impostación de pacifismo y revelado que quienes deseaban trocear un país y convertir en extranjeros, al menos, a la mitad de sus  conciudadanos, poco tenían que ver en sus medios y en sus fines con figuras como Rosa Parks, Luther King o con Mahatma Ghandi. La revolución de las sonrisas ha mostrado los colmillos. 
Dejando claro que les asiste el derecho a manifestarse pacíficamente, pero no más, era una ilusión creer que una sentencia condenatoria del Tribunal Supremo habría ayudado a paralizar o reconducir la situación, dada la intención del Govern y de las organizaciones del movimiento de persistir en lo mismo -lo volveremos a hacer-, pero tampoco lo habría logrado una sentencia  absolutoria, que hubiera ratificado la legalidad y la legitimidad de todo el “procés”, juzgando y absolviendo sólo los últimos actos de sus dirigentes. Así que el problema sigue, pero más enconado.
Lo cierto es que antes de conocerse la sentencia y desde el momento de tomar posesión de su cargo, el President Torra, que se considera vicario del verdadero President que reside en Waterloo, ha señalado su intención de avanzar hacia la independencia como prioritaria (y al parecer única) función de su mandato, y la tensión con el Gobierno central no ha dejado de alimentarse para mantener en estado de alerta a las fuerzas propias, pues al fin y al cabo se trata de avanzar hacia la victoria definitiva sobre el Estado español, que, según Torra, ya fue derrotado el 1 de octubre de 2017, al celebrarse un referéndum ilegal y carente de garantías, cuyos resultados ningún país reconoció y que acabó con unos dirigentes en la cárcel y otros huidos. También los hechos de estos días los pueden considerar una victoria, al mantener en guardia al Estado español y a los vecinos en vela, pero los hay que se conforman con poco con tal de creer que van ganando.     
Así, pues, debemos prepararnos, con paciencia y sin excesivo dramatismo, para el gran choque, al que se va a llegar según la estrategia señalada por Artur Mas en 2010, cuando anunció que Cataluña iniciaba un proceso de transición nacional y fijaba el rumbo de colisión, que fatalmente llegará el fin de semana.  
Lo sucedido estos días y lo que está por suceder, revela un aspecto, negado por la propaganda y manifestado hasta ahora de modo episódico pero constante en el “procés”, que ha sido el uso progresivo de las demostraciones de fuerza, si bien de forma pacífica y multitudinaria, y también en ocasionales, y cada vez más frecuentes, casos de amedrentamiento y violencia de diverso grado, pero la evolución de los acontecimientos y el apremio de la Generalitat a los activistas -apreteu, apreteu- ha hecho que la violencia ocasional e individual ya aparezca organizada y ejercida colectivamente. Ya no son actos aislados de hinchas descerebrados o de “infiltrados”, como afirma Torra, que los tiene en su propia casa, sino una táctica gubernamental llevada a cabo con juvenil empeño por unos seguidores que han sido engañados, una y otra vez desde el primer momento, sobre la facilidad con que se habría de realizar el tránsito desde el opresivo Estado español hasta la idílica y nebulosa república catalana.
La sentencia del Tribunal Supremo ha señalado la falacia de describir el proceso de desmembrar un país mediante una artera, oportunista e inadecuada metáfora: la “desconexión”, pues cuando se intenta accionar el interruptor, da calambre. 

17/10/2019



martes, 15 de octubre de 2019

“Podemos” rescata el referéndum pactado


En vísperas de conocerse la sentencia del Tribunal Supremo sobre las penas impuestas a los dirigentes del “procés”, Unidas-Podemos, con su habitual don de la oportunidad, rescata para el programa electoral del 10 de Noviembre, la petición de un referéndum pactado en Cataluña (de autodeterminación, se supone), que había arrinconado para facilitar la negociación con el PSOE, finalmente fallida. 
El “rescate” del refrendo es una decisión desafortunada por varias razones.
La primera es que apoya la propuesta nacionalista, numéricamente grande y ostentosamente visible, pero minoritaria, pues, en las tres últimas elecciones autonómicas en Cataluña las fuerzas nacionalistas han obtenido el 48% de los votos frente al 52% de los no nacionalistas. Así que no veo que, ni siquiera numéricamente, les asista más razón.
La segunda es que apoya la propuesta de una región rica, pero insolidaria, frente al resto de regiones que no lo son, o que lo son menos. A eso se debe añadir que la propuesta ha surgido del estrato social más acomodado de Cataluña y que ha sido llevada adelante por un partido que se ha caracterizado por tener una clarísima política de clase y que además está corrompido en los niveles más altos de su aparato directivo, con lo cual cabe sospechar, que entre las razones del “procés” está la de eludir la acción de la justicia y las responsabilidades en las antisociales medidas de austeridad adoptadas frente a la crisis, que han sido el origen de la indignación popular en Cataluña, luego astutamente reorientada hacia España.
La tercera razón es que se trata de una propuesta electoral que desconoce los usos políticos del país e ignora la dinámica que presidió la formulación y puesta en marcha del Estado autonómico, que, según Podemos, ha fracasado.
La fórmula del “café para todos” derivó en una tensión constante entre las administraciones autonómicas para dotarse de los fondos y las competencias de las que tuvieran más. Y ese ha sido el origen del “procés”: la promesa de Artur Mas de dotar a Cataluña de un concierto económico como el del País Vasco. Es decir, lograr un trato de privilegio como el de los vascos.
Puesto a apoyar la celebración de un referéndum pactado en Cataluña, ¿con qué razones Podemos se lo negaría a los nacionalistas vascos? Más teniendo en cuenta, que por definición de su dirigente Nagua Alba, Podemos en Euskadi es abertzale, y que la susodicha ha defendido el cupo vasco, eso sí, a condición de que su negociación no fuera opaca. Así, pues, podemos dar por sentado que después del refrendo en Cataluña, inmediatamente vendría una reclamación de los nacionalistas vascos en el mismo sentido. ¿Se podría, después, negar a los nacionalistas gallegos celebrar el suyo? Y después de apoyarlo en Cataluña, en el País Vasco o en Galicia, tres “nacionalidades históricas”, ¿se podría negar su celebración en regiones, igualmente “históricas”, que, desearan, de este modo, convertirse en naciones tan “históricas” como las anteriores? Con lo cual en el curso de relativamente poco tiempo, podríamos estar empantanados en una sucesiva celebración de refrendos de autodeterminación, que acabarían no sólo con el país, sino con los nuevos países, que habrían quedado profundamente divididos interiormente. Sin hablar de las consecuencias en la Unión Europea, que no está en de sus mejores momentos. 
A esta situación kafkiana podríamos llegar si se aceptase el disparate, pero parece que es lo que pretende Pablo Iglesias cuando habla de “repensar la España plurinacional” (título de un libro escrito con Xavier Domenech, Xosé Manuel Beiras, Ana Domínguez y otros) y de construir un proyecto colectivo  mediante “un patriotismo republicano plurinacional”. Es decir, primero troceamos el país con una serie de refrendos para fundar nuevas naciones, que sean, ante todo, republicanas, y después tratamos de unirlas de nuevo en un solo Estado mediante un patriotismo republicano y plurinacional. Lo importante para Iglesias es “conectar España” de forma democrática y republicana, esa España de la que Artur Mas pensaba desconectar a Cataluña, rápida y fácilmente, de modo unilateral.  
Ignoro si la propuesta de apoyar un refrendo pactado en Cataluña es una opción meditada o una ocurrencia de última hora en vista de lo que dicen los sondeos electorales, pero en cualquier caso parece, y opino modestamente, la feble piedra angular del discurso político de Unidas-Podemos; el débil cimiento que soporta el edificio de los demás puntos del programa. Pues, las propuestas ecológicas y salariales, las pensiones, la reforma laboral, la “reforma fiscal justa”; en definitiva, el contenido económico, ecológico, laboral, asistencial, fiscal o civil de su programa, por muy justo, radical o razonado que sea, deja de tener sentido en cuanto alguien pregunte: ¿Todo esto se aplicará antes o después de los refrendos? Y si se hace antes, ¿con qué fin?

Madrid, 14 de octubre de 2019


La secesión se intentó

La secesión se intentó, y se preparó con años de antelación mediante proclamas, declaraciones, desobediencia, movilización social y actos consumados, porque los nacionalistas la creían posible y trataron de hacerla posible, desde la Diada del año 2012. Dieron el primer paso adelante con la declaración del Parlament de enero de 2013 y desde ahí todo fue en progresión.
Su Estado Mayor, institucional y extrainstitucional, oficial y oficioso, era consciente de la dificultad de vencer al Estado español en un pulso claro, por eso la estrategia consistió en dar pasos adelante y en ceder en apariencia, en sembrar la confusión entre bromas y veras, con afirmaciones y desmentidos, manifestaciones y elecciones (que no les daban la mayoría que querían), por un lado, y por otro, en apostar fuerte en el exterior con la propaganda y las embajadas, pues sabían que el respaldo de cualquier país o institución extranjera era fundamental.
De ahí vino la intoxicación, para sus seguidores, de que la UE les apoyaba y de que la nueva república seguiría siendo miembro de la Unión. Hubiera bastado el apoyo a la secesión de un país de la UE, u otro país importante, o el apoyo de cualquier loco o déspota de los que tenemos cerca, para que el intento hubiera dado como resultado colocar al apocado Gobierno español en situación de tener que negociar de igual a igual con la Generalitat, al menos, la fecha y condiciones de celebrar un referéndum de autodeterminación pactado y bajo vigilancia internacional, que ratificara el ilegal del 1 de octubre. Por fortuna, nadie avaló la aventura, y de ahí vino la excusa de que se trataba de "un farol" o de un acto simbólico, para eludir las responsabilidades en las que sabían que incurrirían cuando pusieron en marcha “el procés”.

Dos almas


Joségabriel, el nacionalismo tiene dos almas, una arcaica, rural, comunitaria y precapitalista; otra moderna, insolidaria, capitalista y competitiva; una simbólica y sentimental, y otra pragmática y calculadora.
Los secesionistas modernos -CiU, Junts y las clases alta y media que les siguen- quieren: A) dejar de contribuir al Estado (español) para ayudar con sus aportes a las regiones más pobres (que lo son por su aportación a las más ricas; es el desarrollo del subdesarrollo del que hablaba Gunder Frank para América Latina). B) Competir por su cuenta en el mercado español (como privilegiada nación extranjera), europeo y mundial.
La idea de la plurinacionalidad de España abunda en la lógica competitiva del capitalismo, que aquí agudizaría la competencia existente entre las comunidades autónomas (¿quién evitaría, por ejemplo, que alguna de las más pobres se convirtiera en paraíso fiscal, emulando a Andorra o a Gibraltar?).
Cuando lo que hace falta, según mi modesta y seguramente errada opinión, es trabajar en sentido contrario: en vez de egoísmo local, generosidad general; en vez de interesado mercadeo, la ayuda desinteresada; en vez de la competencia, la cooperación, y en vez de apoyar la disputa entre territorios por ver cual acumula más riqueza, ponerse como objetivo prioritario mejorar el reparto de la riqueza dentro de los territorios.
Resumo en dos palabras: en vez de reparto territorial siguiendo, de una u otra forma, la lógica del capital, lo prioritario es emprender políticas de clase que sean trasversales a todos los territorios, y unificar los intereses y aspiraciones de los de abajo, de las clases subalternas y, en particular, de los asalariados, para ir equilibrando, no por regiones, sino por estratos sociales, empezando por los más necesitados de ayuda. Pero eso necesita partidos y sindicatos de izquierda que tengan otra visión del país y de sus problemas. Pero ya sé que esto suena a muy antiguo.


sábado, 12 de octubre de 2019

Día del Pilar o día de las dos leyendas

No es que haya querido hacer algo especial en esta fecha tan dicotómica, en la que parte de la población celebra una historia de España tan falseada como la de la otra parte, que no la celebra sino que la padece. 
Son dos historias falsas, que expresan posiciones políticas enfrentadas: la leyenda blanca (o azul), que dibuja un país civilizador, evangelizador, generoso y sin mácula, y la leyenda negra, en la que nada hay destacable, salvo el culto a la muerte.
No me voy a extender en argumentos que ya he dado en los artículos "América y la España eterna" 1 y 2, publicados en la revista "El viejo topo" nºs 376 y 377, en mayo y junio de este año, pero sí aportar unos datos que matizan ese manido genocidio perpetrado por los españoles en América.
Y en el día de la Hispanidad, en vez de sumarme a alguno de los dos bandos, pues discrepo de lo que ambos afirman, me he acercado, con una de mis hijas, al Museo de América.
Después de entretenernos en la sala de la cartografía, pues sin tener en cuenta la geografía es difícil hablar del tema del descubrimiento -sí, descubrimiento- de América, no sólo por España, sino por Europa, por África y por Asía, nos hemos dirigido a la parte de la exposición dedicada a la población y de allí hemos sacado las fotografías, que adjunto, sobre la población en América Latina y América del Norte a principios del siglo XIX.
Espero que les gusten, pero sobre todo, no dejen de visitar el museo, que es el mejor antídoto contra la infección mental provocada por las falsas leyendas.




jueves, 10 de octubre de 2019

El prior


Un alcalde manda mucho, un ministro o ministra, todavía más, y mucho más el presidente del Gobierno. Pero a la luz de los hechos, hoy día quien más manda en España es un prior benedictino.
El prior benedictino de la abadía del Valle de los Caídos, aclárese, que, duro como la piedra berroqueña del colosal monumento, se empeña en impedir la exhumación de los restos de Franco para que reciban sepultura, también cristiana, en el panteón familiar, a pesar de la decisión del Congreso y del Tribunal Supremo en tal sentido. 
¿Y cuáles son los resortes que permiten al prior hacer un uso tan ostentoso del poder como para desafiar una decisión del Gobierno, un acuerdo del Congreso y una sentencia del Tribunal Supremo?
Él dice que tiene el mandato de custodiar ese cuerpo en ese lugar sagrado, sin que se sepa de dónde le viene orden tan suprema, a no ser que, como falangista en ejercicio, se sienta compelido a montar eterna guardia en la tumba del Generalísimo de los Ejércitos y Jefe indiscutido del partido único.   Además aduce que le asiste la Providencia Divina. Mientras tanto, ahí sigue, impasible el ademán y riéndose de las instituciones.
En realidad lo que le ampara son las garantías del Estado de derecho, que le permiten expresarse libremente y ejercer, si bien con abuso y poco acierto, su minúsculo poder sobre una limitada parcela, también el cuidado exquisito del Gobierno en ejecutar la decisión, ladinamente interrumpida con recursos y artimañas jurídicas impuestas por los herederos del dictador, por la subvencionada Fundación Franco, por las dilaciones de un juez que ignora en qué siglo vive y por las de este insensato o trasnochado prior, que fue falangista antes de ser fraile, y parece encarnar el ideal joseantoniano de ser mitad monje y mitad soldado, y en este caso mitad monje y mitad fascista, o ambas cosas al completo.
Le ampara también la Conferencia Episcopal que en casos menos graves ha intervenido con celeridad y contundencia, pero que, en este, en vez de atizarle una episcopal colleja y enviarle a hacer guardia sobre los luceros, está, en el fondo, de acuerdo con él, a pesar de su postura farisaica, pues el hecho brinda a la Iglesia una excelente ocasión para desgastar a un Gobierno de izquierda, por moderado que sea. Y finalmente le ampara el renovado Concordato, que hace las veces de Providencia Divina.
Ya que la celestial no ha podido ser hallada, la última instancia terrena que ampara jurídicamente la pertinaz conducta del fraile falangista son los Acuerdos con la Santa Sede, negociados secretamente por el gobierno de UCD mientras se discutía públicamente la Constitución y emergidos mágicamente, completos y firmados, el día 3 de enero de 1979, cinco días después de haber entrado en vigor la Carta Magna, en la cual no tienen cabida.
La Conferencia Episcopal debería indicar al relapso que se olvide del espíritu de cruzada que brotaba de la carta colectiva del episcopado español del 1 de julio de 1937, que aquel tiempo por fortuna ya pasó, y recomendarle que, como fraile, aplique con esmero la regla de San Benito: Ora et labora… et colabora.


miércoles, 2 de octubre de 2019

Lo hicimos y ganamos


Si hacemos caso a la versión de los nacionalistas, ayer, día uno de octubre, se celebró el segundo aniversario triunfal del triunfal referéndum de autodeterminación de la nueva, ma non nata, república catalana. Lo ratificaba una marcha, también triunfal, convocada bajo el lema “Lo hicimos y ganamos” (“Ho vam fer i vam guanyar”), que reunió en Barcelona a unas 20.000 personas (18.000 según la Guardia Urbana; 100.000 menos que el año pasado) para celebrar el fausto acontecimiento.
No son muchas personas, si es Barcelona la capital de la nueva república, aunque quizá la capital espiritual está en Waterloo y la capital ideológica deba buscarse en lo más profundo de Gerona, pero, como hubo manifestaciones similares en otras localidades, es de suponer que la nueva y menguante nación catalana se echó a la calle.
Eran pocos respecto al número de habitantes de Cataluña (7.565.000), pero eran la nación verdadera; la nación diversa -mujeres y hombres, jóvenes y viejos, adolescentes y niños, familias y amistades, ricos y pobres, capitalistas y obreros, empleados y parados, propietarios y proletarios, seglares y clérigos, católicos y no católicos, urbanos y rurales, de izquierda y de derecha-, pero animada por la misma voluntad y la misma, aunque decreciente, rebeldía.
Un texto, aprobado en el Parlament para los actos del día, que considera injusta cualquier sentencia del Tribunal Supremo que no absuelva a los procesados por “falsa sedición o rebelión”, suscrito por Junts per Catalunya, ERC y la CUP y apoyado por OMNIUM y la ANC, expresa el objetivo común de la diversidad política de la nación, un imaginario país en miniatura, que avanza, según el President Torra, sin excusas hacia la república catalana. Y avanza, añadamos, dirigida por Junts per Catalunya, enésima metamorfosis de CiU, el corrompido partido de la burguesía catalana nacionalista y católica, luego devenido independentista, escorado hacia la extrema derecha y con una preocupante deriva hacia el supremacismo de la raza, que lo acerca a la peor versión del fascismo.   
Cualquier otra sentencia, indica el texto pactado, sólo “se entenderá desde la lógica autoritaria” y la intención del Estado español (cuya cabeza visible en Cataluña es el President de la Generalitat, aunque esto no lo dice el texto) de “criminalizar el derecho de autodeterminación”, cuyo ejercicio “no es un delito, es un hecho”.
Pero, un hecho, un acto, sin un derecho que lo respalde, o contra un derecho que lo prohíba, puede ser un delito. Pero dejemos el derecho y vayamos a los hechos de ayer.
El discurso del nacionalismo catalán se mueve continuamente entre dos planos -el de la realidad y el de la ficción; entre lo que es y lo que pretende ser; entre los deseos y los derechos- y los mezcla, saltando de uno a otro, para confundir al oyente o para enunciar la confusión del hablante, pero lo que la gramática permite afirmar, la realidad lo puede desmentir.
Ayer, el President afirmó que la nación catalana avanza hacia la república independiente -un deseo-, pero los congregados en la calle celebraban un hecho victorioso -“Lo hicimos y ganamos”- que parecía desmentirlo. Sin embargo los hechos que triunfalmente se celebraban desmienten a unos y al otro: unas leyes que vulneraban el Estatut, aprobadas con trampas y sin tener mayoría suficiente, fueron la base de un referéndum declarado fuera de la ley por el Tribunal Constitucional, celebrado por la fuerza, sin censo, garantías, compromisarios, ni recuento de votos, y cuyo resultado no fue reconocido por ningún país. Ese es el balance de aquel día: la lectura correcta es: lo hicimos pero no ganamos. Y además nos costó caro.
Y el President reconoce el fracaso en cuanto tiene ocasión, cuando dice: “Lo volveremos a hacer”. Enuncia un deseo, otra cosa será el hecho y otra más, el derecho que le asista.