Recuerdos de viaje y de cine
And steps around the heart of it, New York, New York.
I wanna wake up in a city, that doesn't sleep,
And find your king of the hill, top of the heap.
(“New York, New
York”, Frank Sinatra).
1.
Soñar en Manhattan
Nueva York existe, ya lo comprobarás
cuando estés allí.
En la España de cuando yo era niño, cómo
no viajábamos al extranjero y éramos un poco paletos, creíamos que Nueva York
no existía. Bueno, que existía pero que no era una ciudad de verdad, sino un
montaje de escayola y cartón piedra: un montón de decorados con banda sonora;
unas maquetas, una irreal ciudad de película, hecha para artistas -tipos duros
y mujeres guapas, a veces fatales- con telones y tramoya sin algo sólido detrás;
una mágica cinta de celuloide salida de “La fábrica de sueños”, como llamó Ilyá
Ehremburg a Hollywood; un lugar ficticio para estimular la fantasía de los
asombrados espectadores de los cines de barrio, con películas como “La ciudad
desnuda”, “Brigada 21”, “West Side Story”, “La ley del silencio”, “Panorama
desde el puente”, “La tentación vive arriba”, “Cómo casarse con un millonario”,
“Chantaje en Broadway”, “Mientras Nueva York duerme”, “Taxi driver”, “Érase una
vez en América”, “Manhattan” o “El padrino”, entre tantas otras.
Más tarde, fue la televisión la que hizo
de la ciudad que nunca duerme -según canta Frank Sinatra- un gigantesco estudio
para rodar sus series y entretener a la audiencia estimulando su imaginación
con personajes que buscan, y a veces
consiguen, ver realizada su particular versión del sueño americano.
Así que cuando te plantes en sus calles
y mires a tu alrededor, creerás que estás soñando o dentro de una película,
como el personaje de Jeff Daniels, que entraba y salía de la pantalla, en esa
genial metáfora del cine dentro del cine o del cine dentro de la vida, que es “La
rosa púrpura de El Cairo”.
Nueva York, como ejemplo de ciudad moderna
y como “plató” de cine, tiene mucho que mostrar; hay, pues, que procurarse buen
calzado, tener a mano un plano, una guía, la tarjeta City Pass y trazarse unas
rutas para aprovechar el tiempo y no fatigarse en exceso. Aunque se puede
intentar ver lo más posible en poco tiempo, yendo a lo loco, como Frank
Sinatra, Gene Kelly y Jules Munshin, tres marineros con permiso, que, en un día
-“Un día en Nueva York”-, con una cartografía simple -“Arriba el Bronx, abajo
Battery Park”- y mucha curiosidad, recorrían la ciudad y además encontraban
novia, cada uno la suya.
Manhattan es uno de los cinco barrios
que forman la ciudad de Nueva York. Por la configuración, una isla de 21
kilómetros de largo por casi cuatro de ancho, bordeada por dos ríos inmensos -el
East y el Hudson-, es fácil orientarse; calles numeradas y paralelas que van de
Este a Oeste y 12 avenidas que van de Norte a Sur -elemental y pragmático-, con
manzanas regulares y recorrida diagonalmente de norte a sur por Broadway, el
viejo camino de los indios lenape,
que vendieron Manhattan (“isla de muchas colinas”) a los holandeses que
fundaron Nueva Amsterdam, antes de ser Nueva York.
La orografía de la ciudad invita a
caminar -la ciudad se conoce andando-, pero las distancias son grandes y para
cubrirlas están los autobuses y el Metro, que es rápido, y no es fácil que unos
malhechores secuestren un tren, como sucedía en “Pelham 1,2, 3”.
Si paseas por la 5ª Avenida, la calle de
las tiendas más caras y pijas, creerás que estás, por ejemplo, en “Desayuno con
diamantes”, como Audrey Hepburn, que no desayunaba allí, pero ahora es posible,
aunque los precios deben ser prohibitivos.
Si subes por esa avenida hacia arriba,
siguiendo la numeración ascendente de sur a norte de los nombres de las calles,
llegarás a la esquina con Central Park, donde están el gigantesco y elegante
Hotel Plaza (ahora en obras, creo), una estatua dorada del general Sherman -el
destructor de Atlanta (“Lo que el viento se llevó”)- y el comienzo del Upper
East Side, una zona donde residen ricos y famosas (y viceversa), que hacen del
selecto barrio un lugar exclusivo (“Diario de una niñera”, “El diablo se viste
de Prada”). Siguiendo por ahí, bordeando el parque, se llega a una zona de
museos; imposible verlos todos, pero si se viaja con niños o adolescentes es
imperdonable no entrar en el Metropolitan Museum (a la altura de la calle 82),
y en el Guggenheim, un poco más arriba, que interesa, al menos, por el edificio
en sí, con su rampa circular que recuerda a la del Vaticano. En una fiesta en el
“Guggen”, Claire Gregory (Mimi Rogers) se topó con el asesino de su amigo, en
“La sombra del testigo”.
Al otro lado del parque, en el Upper
West Side, un barrio algo más bohemio pero con mucho encanto, hay otro paseo
interesante desde Columbus Circle. A la izquierda queda Lincoln Center, donde
está el Metropolitan Opera House, y, frente al parque, el siniestro edificio
Dakota (“La semilla del diablo”), donde vivía Lauren Bacall y algún otro
artista, y donde asesinaron a John Lennon. A esa altura, dentro del parque está
Strawberry Fields (“… for ever”), luego las torres San Remo y después el Museo
de Historia Natural (“Una noche en el museo”), que para niños y adolescentes es
de visita obligada, pero la agradecen los mayores (la sección dedicada al
espacio es impresionante).
Central Park, apropiado para secuencias
románticas (“Cuando Harry encontró a Sally”, “Annie Hall”), merece un paseo o
varios, sobre todo al atardecer. Y siguiendo hacia arriba, después de la calle
110, la Universidad de Columbia y Harlem, el “gueto” negro, escenario de dramas
reales y de películas como “Malcolm X”, “American gangster” o de las aventuras
de Shaft, el detective negro de los años setenta. El barrio ha ido cambiando,
pero conserva parte de su viejo sabor. Si se puede, hay que asistir a un
concierto de música “godspell”. Y cruzando el río, hacia el noreste, está el
Bronx, un barrio más “problemático”, en particular la zona sur (“Las pandillas del Bronx”, “Una historia del
Bronx”, “Distrito apache”), pero, al menos, la parte que yo vi estaba más
limpia que el centro de Madrid.
Manhattan no es sólo un lugar para
millonarios y gente fina, para ladrones (“Plan oculto”, “Supergolpe en
Manhattan”), para neurasténicos (“El prisionero de la 2ª Avenida” o cualquiera
de los personajes de Woody Allen) o para siquiatras, que no faltan (“Una
terapia peligrosa”). Es uno de los centros de decisión más importantes del mundo
en el ámbito económico y financiero, que requiere legiones de empleados para hacer
funcionar su imperial maquinaria y ejercer su influencia sobre el resto del orbe.
Miles de personas se desplazan cada día
desde Queens, el Bronx, Brooklyn, Staten Island y aún más lejos para trabajar
en Manhattan, como se veía en “El hombre del traje gris”, “El apartamento”,
“Enamorarse” o “Armas de mujer”; si tienen su empleo en el campo de la
publicidad lo harán en Madison Avenue (“Mad Men”), bien como abejas (Doris Day
en “Pijama para dos”) o como zánganos (Rock Hudson en la misma película). Claro
que tú no has ido a trabajar, pero percibirás el ajetreo de la ciudad, y
tampoco vas a jugar a la Bolsa para ganar dinero a espuertas, como hacían como
Michael Douglas y Charlie Sheen en “Wall Street” y De Caprio en “El lobo de
Wall Street”, con arriesgadas operaciones de compra y venta de acciones, pero
la zona financiera también merece darse un garbeo hasta allí.