martes, 28 de febrero de 2023

Moción de censura 1. El "viaje" de Tamames

Cuando se le suponía metido entre sus libros como corresponde a un catedrático retirado, reaparece Ramón Tamames desempeñando un “papel estelar” en una disparatada operación política.

Hablar de Tamames es hablar del ayer; del lejano, o cercano ayer, porque en este país no logramos despegarnos del ayer, que nos persigue como una sombra leal, pero fatídica, y a veces nos precede, como en este caso.

Tamames pertenece a la arqueología política de España, cuando germinaban la oposición a la dictadura, las luchas obreras y estudiantiles, las organizaciones clandestinas. Si alguien tenía la pretensión de conocer el país para cambiarlo, debía pasar necesariamente por Tamames, así como por otros economistas de la época, como Ros Hombravella, José Luis Sampedro, Santiago Roldán, José Luis Delgado y Juan Muñoz, entre otros.

Con escasos conocimientos académicos de economía -Pirla y alguno más-, recuerdo que estando en la “mili” leí “Los monopolios en España”, que, en seguida, me solicitaron en préstamo algunos “rogelios”, que por allí había.

“Los monopolios” es una magnífica y prolija descripción de los intríngulis de la oligarquía, que, como en este país están muy unidas riqueza y religión, se correspondía muy bien con “La prodigiosa aventura del Opus Dei: génesis y desarrollo de la Santa Mafia”, de Jesús Ynfante, que estuvo prohibido, y con el dedicado a la otra rama de la burguesía confesional “La ACNP. La otra ‘Cosa Nostra’”, de Sáez Alba, igualmente vetada.

Había que leer a Tamames, por lo menos sus artículos. Creo que aún tengo por ahí, un número extraordinario de “Cuadernos para el diálogo” -“El otoño de la economía española”-, donde apuntaba los rasgos de la crisis económica en el franquismo agonizante. Años después leí su “Introducción a la economía española”, la “Introducción a la Constitución”, que publicó con Laura Tamames, y “La República. La era de Franco”, tomo VII de la Historia de España de Alfaguara, También de obligada lectura, con abundancia de datos económicos y perspectiva social.

De modo que tengo una deuda teórica con el profesor Tamames, del que había seguido, tras su salida del PCE, su viaje político hacia el centro, pero le había perdido la pista, y hete aquí que retorna a la palestra política cogido de la manita -Pepe Lui- de Abascal, para encabezar, en teoría, el breve gobierno surgido, hipotéticamente, de una innecesaria moción de censura, que debe convocar elecciones generales en mayo, ante la presumible situación catastrófica que sacude al país, que no puede esperar hasta otoño.  

Siendo un poco burlón podría decirse que el profesor Tamames aplica de forma extemporánea y excesiva la consigna carrillista de la “reconciliación nacional”, porque lleva el intento hasta la extrema derecha, defensora irreductible del franquismo, que, según Carrillo, quedaba fuera del círculo de fuerzas (y debilidades) políticas que formalizarían el cambio de régimen por “consenso”. 

Hoy, el llamado “búnker”, actualizado en sus propuestas y actitudes, es extenso y está repartido entre Vox y el sector más extemporáneo del PP, que, desde FAES, lleva la voz cantante y la actitud crispante de la derecha conservadora desde hace décadas. Y no quieren reconciliación de nada, simplemente, recuperar el Gobierno de un país que consideran suyo. Eso es todo.

Ignoro cómo una persona de la formación de Tamames se ha podido dejar enredar por semejante aventura, urdida por Vox para poner en apuros al PP, pues, justo es señalar la enorme distancia entre el profesor y esos iletrados que le utilizan en uno de esos esperpentos tan propios de la derechona nacional, con la excusa de servir (mal) al país.

Ni el país sufre un cataclismo, ni económicamente va peor que otros de la UE, y mejor que muchos de los más cercanos. Ni España corre el peligro de romperse, ni parece razonable que la alarma ante tal eventualidad venga de aquellos que han hecho tanto por atizar las diferencias entre regiones. Con esto no quito la parte de responsabilidad -mucha- que corresponde a los nacionalistas catalanes y vascos por hechos recientes y remotos. El “procés” está desbaratado y dividido, aunque el independentismo seguirá existiendo. Y las medidas de gracia de Gobierno hacia los máximos responsables de la aventura secesionista son muy discutibles y personalmente no me gustan, pero de alguna manera forman parte de las facturas que Sánchez ha tenido que pagar -como las pagó Aznar y las pagó Rajoy- para sacar adelante leyes de profundo contenido social, que tratan de paliar una desigualdad que no ha dejado de crecer desde el año 2008, como efecto de las medidas de austeridad del gobierno de Rajoy. Seguramente eso es lo que las derechas no pueden soportar, porque va contra sus principios, que son: autoridad, propiedad y desigualdad.

domingo, 26 de febrero de 2023

Ucrania. Sobre la “Europa democrática”.

Respuesta a Agus Salva

1.Cierto. En la UE no estamos para tirar cohetes, además de Hungría y Polonia, crece una deriva autoritaria y conservadora, pero quedan cosas, instituciones, formas, valores, principios que merecen conservarse y defenderse, precisamente, contra quienes quieren acabar con ellos e incluso frente a quienes pretenden ser sus únicos administradores (“El gentil monstruo de Bruselas” como llamaba Enzensberger a la tupida burocracia).

2. La UE no puede librarse, por ahora, de su origen: un Mercado Común y en ciertos sectores un oligopolio privado, que se imponen sobre las decisiones de los ciudadanos, mal representadas, por otra parte, en las instituciones ante una burocracia muy poderosa, influida por poderosos lobbies. Ni puede librarse del neoliberalismo que la ha guiado desde hace 30 años, impulsado por las tres mayores economías (Inglaterra, Alemania y Francia) y seguidas dócilmente por las demás.  

3. Conocemos las dificultades que tienen las sociedades sometidas a gobiernos totalitarios para desprenderse de su inercia y de sus vicios (Alemania o Italia, por ejemplo, y España para desprenderse del franquismo ideológico). Por tanto, es fácil suponer que Ucrania esté pasando por un trance semejante (corrupción, oligarquías). Pero también cabe suponer que, si el sentir democrático no era muy profundo, ahora, frente a lo que Putin ofrece, lo será más. Una guerra es un momento excepcional para repensar las cosas; es como una colosal fragua donde se templa el país del futuro. Y además está la presión de la UE y las condiciones para aceptar a los nuevos miembros, que deberían de aplicarse, con más rigor si cabe, a algunos de los viejos para ponerlos en la puerta de salida

4. Pero en el artículo no me refiero sólo a las instituciones políticas y a su representatividad. Me estoy refiriendo sobre todo a las formas culturales, a la producción cultural no dirigida por el Estado, a la expresión individual grupal y a la posibilidad de emitir, crear, reproducir y divulgar, de los países que sea capaz de influir sobre otros. A la capacidad de exportar ideas, mitos, modos, y costumbres, que puedan ser aceptados por otros países; en definitiva, me refiero, al llamado ”poder blando”, en el que Occidente lleva mucha ventaja a Putin, cuya principal preocupación es la ubicación estratégica de Rusia en un orden mundial multipolar, donde el poder duro, las correlaciones exteriores de fuerzas, se apoya en correlaciones interiores de fuerza fundadas también en el poder duro (o durísimo). Y en eso Rusia tiene larga experiencia.   

sábado, 25 de febrero de 2023

Putin, rancio

 Se cumple un año -ojalá sea el último- del comienzo de la invasión de territorio ucraniano por tropas rusas. Invasión no culminada, es decir, sólo iniciada y detenida por la resistencia del ejército y la ciudadanía de Ucrania.

Podría pensarse que las tropas rusas han conquistado el territorio que, en verdad, pretendían dominar, que son las provincias orientales, pegadas a la frontera rusa, pero no es así: el objetivo de la “operación militar especial” era conquistar todo el país. Putin lo ha repetido a lo largo de este año y lo ha recalcado en una larga alocución especial con motivo del aniversario: Ucrania es territorio histórico de Rusia.

De momento no lo es; no sabremos si lo será y ni lo que resultare de la guerra, más destructiva que otra cosa, pues la evolución de los hechos hace dudar del verdadero motivo de la ofensiva, con nula persuasión y mucha destrucción de objetivos civiles, como si el fin expreso -la conquista para “desnazificar”- tuviera un plan B, mantenido en secreto, que fuera reducir el país a escombros en caso de no poder conquistarlo. Algo así como establecer que Ucrania será territorio ruso o dejará de existir, que coincide con las “soluciones” de algunos ideólogos rusos sobre la suerte que espera al país vecino en caso de ser derrotado, que debe ser “desnazificado por completo”, perdiendo todos sus rasgos e incluso el nombre, para ser engullido por el nuevo orden ruso, que se parece tanto al viejo. Esa será la recompensa del vencedor.

Como confirmación de ese propósito, Putin anunció que dejaba en suspenso el último acuerdo sobre el control de armas nucleares que mantiene vigente con Estados Unidos y ordenó reanudar los bombardeos sobre objetivos civiles. No se puede vencer a Rusia en el campo de batalla, recalcó en la sesión.

Pero hay otra parte de sus discursos de los últimos días, quizá guardada para el aniversario, que se refiere a asuntos que desbordan el ámbito de la guerra y aun de la política y caen de lleno en el terreno de la vida civil, de la conducta individual, de la moral privada y de la moral pública, o, mejor dicho, de la vigilancia pública de la moral privada, atribuyendo al Estado unas funciones que en países teocráticos ejercen policías y juzgados especiales. En esa parte tan rancia, cuesta separar al político del fanático religioso, al presidente del patriarca, al Papa del zar, en palabras del viejo Manifiesto. Lo cual es un exponente de la profunda crisis de identidad que atraviesa la sociedad rusa y, en particular, su clase dirigente, la nueva y vieja “nomenklatura”, desorientada ante un mundo que no entiende y un futuro impredecible -hace tiempo que se acabó el éxito del optimismo histórico del manual estaliniano-, al que no sabe como hacer frente ni qué papel puede jugar en él, y recurre al pasado imperial en busca de referencias.     

Putin se erige no sólo en libertador de una Ucrania sometida por un “gobierno de nazis”, sino en defensor de la moral tradicional, de la familia patriarcal, de la religión y de Dios, ante las degeneradas costumbres de Occidente, donde, según él, se obliga a los sacerdotes a celebrar matrimonios de personas del mismo sexo y la pedofilia es norma de vida.

Ante una Europa degenerada, Rusia aparece como reserva espiritual de Occidente. En consecuencia, en Ucrania, no se libra únicamente una guerra por defender la independencia de un país de la agresión de un vecino más poderoso, sino también la defensa de un modo de vida, de un régimen político, un modelo de sociedad y de gobierno.

Quizá, estemos asistiendo, en un lugar concreto del mapa mundial, al choque de dos civilizaciones; una en franca y larga descomposición y otra despuntando de forma tan rápida como confusa.

Frente a una Ucrania europea, “contaminada” por la modernidad, las libertades civiles, la democracia, la tolerancia y el laicismo, el viejo agente de la KGB, sin Estado estaliniano al que servir, encuentra su razón de existir defendiendo, con otros nombres, la vuelta a la Rusia ancestral, clerical y envejecida, agraria y autoritaria, de siervos y boyardos, de kulaks y de mujiks, que Lenin odiaba.

Ideológicamente, Putin habla como un talibán eslavo, defendiendo los valores de la Rusia eterna, que es la de los popes y los zares.

23/2/2023 para El obrero.es