Por fin Mariano Rajoy ha podido asistir en calidad de presidente del Gobierno al desfile militar del día de la Fiesta Nacional, antiguo día de la Raza, luego de la Hispanidad.
Como parte de la estrategia de acoso y
derribo del Gobierno socialista, Rajoy llevaba varios años utilizando la
jornada del 12 de Octubre para enardecer a sus votantes y alardear de que el
Partido Popular era el único partido que defendía el interés nacional frente a
Zapatero, que era el causante de la crisis económica del país y, en
consecuencia, un mal gobernante y un mal español.
“Somos España” decían, y sus más
fanáticos seguidores se dedicaban, un año tras otro, a abuchear al Presidente
del Gobierno en el día, precisamente, de la Fiesta Nacional, pero lo hacían
porque, desde el 15 de marzo de 2004, ese era un gobierno ilegítimo. Vencedor
en las urnas dos veces, sí, pero ilegítimo, porque quien debería gobernar
España para siempre, por tradición, por credo y derecho de conquista, era la
derecha de siglos, hoy representada por el Partido Popular.
De tanto leer (y creer) la prensa
nacionalista, en el PP han acabado imitándoles
y, como los vascos, también han querido instaurar su día del partido, pero
en vez de buscarse una fecha adecuada a su doméstico propósito, han ocupado,
como es su costumbre, una fiesta, que, si es nacional, no debería ser sólo
suya.
Se apropian de todo; son ladrones de
símbolos, pero luego lamentan que exista gente que renuncie a ellos a causa de
su contaminación ideológica. Sin embargo, la fecha del 12 de octubre, por la
historia que tiene detrás, está bien escogida, pues es uno de los muchos lazos
simbólicos pero indestructibles, que unen al Partido Popular con el franquismo.
La jornada de la Fiesta Nacional nos coge
en plena bronca, que es lo nuestro; lo que une verdaderamente a los habitantes
de este desdichado país es la bronca, el deseo de herirnos, de hacernos sangre
(hasta para aprender a leer); somos hermanos de sangre más que de leche (de la
buena, hay poca, pues la producción nacional no cubre las necesidades del
consumo interno; y de la mala, sobra).
Cuando, con la colaboración de algunos
ministros, se torna más agrio el debate sobre la vigencia o el declive del
Estado autonómico por el desafío soberanista planteado por el Presidente de la
Generalitat catalana, el Gobierno convoca a la unidad de los españoles el día
de la Fiesta Nacional con un lema de manual, sugerido por algún perezoso y bien
remunerado asesor puesto a dedo, experto en latiguillos y frases manidas.
“Porque sabemos que la unión hace la
fuerza y que juntos llegaremos muy lejos” dice una cuña repetida estos días. Vale,
originalísima idea, en la que lo de llegar lejos está claro: además de a Berlín
y a Bruselas a pedir dinero (no un rescate, ¡ojo!, sino un abultado crédito), llegar
hasta Afganistán, si es preciso; y los parados, hasta Laponia para encontrar
empleo. Pero cabe preguntarse por qué saben que la unión hace la fuerza, si no
cultivan la unión. O dicho de otro modo: ¿Saben cómo se hace la unión?, ¿Saben cómo
se fragua la unidad de un país?, ¿cómo se genera una nación o cómo se suman
voluntades? Cabe dudarlo, porque su práctica habitual es la contraria.
Los popes del Partido Popular piden
unidad con el Gobierno frente a la crisis, pero atravesando la misma crisis no
concedieron ni un momento de respiro al gobierno anterior, porque les
interesaba más derribarlo para gobernar cuanto antes, que unir el país ante la
crisis. Y ahora, cuando podría unir al país ante la adversidad, el Gobierno de
Rajoy está firmemente empeñado en dividirlo, no sólo territorialmente por su
intransigencia, sino por la renta, al haber optado por defender sin condiciones
a la minoría formada por los ricos, los grandes empresarios, los inversores y
la banca, a costa de rebajar las condiciones de vida y trabajo de los
asalariados, los funcionarios, las pequeñas empresas, los autónomos, los
estudiantes, las mujeres, los enfermos y las personas que dependen de las
ayudas del Estado, que está endeudado hasta las cejas para salvar a los bancos
de sus locuras financieras.
Para el Partido Popular y para el
Gobierno, el patriotismo empieza por arriba y se queda en los estratos altos de
la población; España es pequeña y no caben todas las personas a los que sus
documentos de identidad dicen que han nacido en ella. La nación española la
forman los privilegiados, ya que patria y fortuna hacen buenas migas, en tanto
que la desprotección y la falta de oportunidades, cuando no la persecución
fiscal de las rentas más bajas, generan desafección.
Muchos jóvenes de los que acampan y
protestan en calles y plazas, serían más patriotas si la patria les tratara
mejor; bastaría con que les ofreciera la posibilidad de estudiar, formarse y trabajar
en este país, que también es su patria, una patria que no han elegido, como
tampoco la han podido elegir los afiliados del Partido Popular, pero creen que
alguien se la ha regalado.
A los jóvenes les bastaría con tener
oportunidades reales, no meras palabras, de acceder a una beca para estudiar, a
una vivienda (sin el riesgo de sufrir un desahucio y perder el dinero y la casa)
y poder formar una familia, de tener salarios decentes y posibilidades de
prosperar, no la seguridad de ir a peor. Mucho crecería el amor a España si
muchos jóvenes, y desde luego adultos, tuvieran cada mes ingresos que se
acercaran a la cuarta parte de los que perciben Rajoy, Camps, Zaplana, Aguirre
o Cospedal, por no hablar de los de los de Rato, Goirigolzarri y los altos
responsables de Bankia, de la Caja de Ahorros del Mediterráneo, o de las cajas
andaluzas, catalanas o gallegas quebradas, saquedas y saneadas con dinero
público.
Con el ajustado boato -no hay dinero, señores, predica Montoro-
preciso para dar lustre al acto de huera y poco comprometida exaltación
patriótica, Rajoy ha podido celebrar como Presidente su primer día de la Fiesta
Nacional.
Mientras hace oídos sordos a las causas de la aflicción de sus
moradores, olvidando el lamento de Bernardo López en sus versos sobre el Dos de mayo -Oigo patria, tu aflicción- ha dedicado la jornada, como defiende el
ministro de Educación y glosaría encantado el mismísimo García Sanchiz, a
españolear. Olé. Trasversales, 12 de octubre de 2012.
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