miércoles, 8 de junio de 2022

El cercano Oeste

 El viajero, un jinete solitario, llega a la agitada Wichita el mismo día en que concurren dos importantes sucesos relacionados entre sí. Uno es la llegada del primer tren, que enlazará, por la recién inaugurada vía férrea, la pequeña población de Kansas, en el Medio Oeste, con otras ciudades del Este de Estados Unidos.

El otro es la llegada de la primera manada de vacas procedente de Tejas, que, una vez vendidas, serán enviadas por tren a Chicago, donde están ubicados los grandes mataderos que suministran carne a gran parte del país. Sobre el tema, recuérdese la novela de Upton Sinclair.

La venturosa unión de ambos acontecimientos promete un halagüeño porvenir a la ciudad como receptora y expedidora de reses, que, en grandes manadas, llegan desde el sur.

No obstante, el pingüe negocio deberá hacer frente a un problema de orden público, como es la presencia de rudos vaqueros que, después de soportar las incomodidades y peligros de una travesía de varios meses arreando ganado, desean gastarse la paga divirtiéndose a sus anchas.  

Esa noche, el viajero asiste al lamentable espectáculo que ofrece la diversión de los vaqueros borrachos, peleándose entre ellos o recorriendo el pueblo a caballo y disparando sus revólveres sin mirar hacía donde van sus tiros. Uno de ellos mata a un niño que, atraído por el alboroto de la calle, estaba asomado a una ventana.

El viajero solicita la insignia del pasivo sheriff y armado con una escopeta y su Colt 45 sale a la calle dispuesto a poner fin al tumulto. Esa noche Wyatt Earp encarceló a los vaqueros y logró que las autoridades prohibieran el uso de armas de fuego dentro de la ciudad. En Wichita cumplió su primer cometido como agente de la ley, que luego desempeñó en Dodge City y en Tombstone.

Así lo cuenta Jacques Tourneur, en Wichita, una película del 1955, pero hay otras películas del mismo género, que, con otros protagonistas, relatan sucesos semejantes inspirados en la historia del Salvaje Oeste, contada entre otros por el longevo Wyatt Earp, que fue asesor de directores y guionistas del primer Hollywood. Y parece cierto, que, en turbulentas ciudades ganaderas o mineras, como Abilene, Topeka, Dallas, Laredo, Santa Fe, Sacramento o Silver City, las autoridades lograron limitar el uso de armas de fuego por parte de particulares, amparadas en disposiciones legales bajo la misma Constitución de 1787 y bajo la misma Segunda Enmienda, de 1791, que reconoce, si bien con un propósito definido, el derecho a usar y a portar armas.

Si la muerte de un niño provocada involuntariamente por el acto irresponsable de un adulto borracho fue motivo suficiente para prohibir el uso de armas de fuego en un centro urbano, en una etapa en que el país estaba territorial, jurídica y políticamente en construcción, mal se entiende que hoy no se pueda limitar el uso de armas de guerra mucho más evolucionadas y eficaces, como los fusiles de asalto automáticos, que provocan la muerte de niños por docenas en sucesos cada vez más frecuentes ocurridos en colegios e institutos, donde son utilizados como blanco por compañeros suyos para vengar viejas ofensas o injusticias, ciertas o presuntas, cometidas por profesores, o se utilizan por racistas blancos para dar rienda a su odio contra personas que no son blancas o por cualquier exaltado que quiera resolver a tiros una afrenta, una disputa familiar o vecinal o mostrar su disconformidad con criterio de un abogado o con el diagnóstico de un médico. Lo cual ofrece, en lo que va de año, la alarmante cifra de 7.600 personas muertas a tiros, sin contar los suicidios, de las cuales 600 eran menores. Desde 2012, en que un joven, después de asesinar a su madre, mató a 20 niños y seis profesores de una escuela primaria en Sandy Hook, antes de suicidarse, se han producido 3.500 tiroteos masivos y 900 ataques a colegios.

Ahora, resulta que la incierta frontera del Salvaje Oeste, que definía un extenso territorio sin civilizar en un país en construcción, estaba jurídicamente más avanzada que las modernas ciudades de los Estados Unidos de hoy. Claro que entonces, a nadie se le había ocurrido asaltar el Capitolio con un tocado de cuernos de bisonte en la cabeza, seguido por una atrabiliaria patulea de individuos que estaban disconformes con el resultado de las elecciones a la presidencia de la República.