domingo, 31 de enero de 2016

Periodismo catalán

 "El consumo de información se ha convertido, con las compras, en la principal forma de ocio contemporáneo. Y en todas partes, para alimentar la máquina, se precisa mano de obra no cualificada. Como en el deporte, la falta de fundamentos técnicos se aprecia cuando los practicantes se ven sometidos a la presión y a la exigencia. El agobiante cerco de la política separatista podrían haberlo resistido periodistas articulados, que hubiesen leído y pensado sobre su oficio, con independencia de sus convicciones. La fragilidad intelectual ha sido la condición previa e inexcusable de la devastación moral. En Cataluña la política ha arrasado al periodismo y lo ha puesto humillantemente a su servicio". Escribe A. Espada ("Periodista catalán, oximoron" El mundo, 31-1-2016), pero no sólo se produce en Cataluña, sino en todo el país, pues en realidad vivimos en un régimen general de propaganda, con versiones locales en cada taifa.

Deslealtades

A la vista de la deslealtad (por ser suave) de los nacionalistas vascos y catalanes (aunque Cataluña resistió hasta el final de la guerra al lado de la República, es decir, del gobierno legal de España), mal se entiende que en la Transición se les diera un trato de favor como "comunidades históricas" y que el nuevo régimen democrático asumiera el pago de unas facturas de las que no era precisamente deudor, sino, en todo caso, acreedor. Es de locos haber aceptado el discurso nacionalista de haber sido los territorios peor tratados por el franquismo (que no es verdad) y merecedores, por tanto, de un trato especial, por parte de un régimen que trataba de restaurar los valores democráticos del régimen derribado por el golpe militar de 1936. Y lo gordo del caso, es que esos eternos ofendidos siguen reclamando el pago de una factura que no deja de crecer.

sábado, 30 de enero de 2016

El olvido de Pompey


En la filmografía de John Ford hay películas con secuencias memorables, pero una de las que mejor recuerdo por su contenido explícito, por su simbolismo y por la actualidad que conserva, es de la película “El hombre que mató a Liberty Valance” (Ford, 1962).
Liberty Valance (Lee Marvin) es un bandido brutal y pendenciero, que va seguido de dos facinerosos de poca monta, uno es Lee van Cleef, haciendo uno de sus papeles de matón (como en “Sólo ante el peligro”, por ejemplo), antes de ser protagonista o coprotagonista en los westerns de Sergio Leone (“La muerte tenía un precio” o “El bueno, el feo y el malo”), y el otro, interpretado por el también estupendo secundario en papeles de matoncillo de tres al cuerto, es Strother Martin (“Misión de audaces”, “Hannie Caulder” o “Grupo salvaje”). Ambos facinerosos secundan a Valance en los atropellos con los que tiene amedrentados a los habitantes de Shinbone, un villorrio cercano a la frontera de Méjico, al que un día llega el abogado Ransome Stoddard (James Stewart), armado sólo con sus libros, dispuesto a imponer la ley sin utilizar la violencia. Tarea imposible de concluir con éxito, según la opinión del ranchero Tom Doniphon (John Wayne), experto tirador.
La película narra las tensiones entre la fuerza bruta y una legalidad que se va imponiendo lentamente en el Oeste, entre la democracia y la representación política (en medio de dudas, pues, creyendo haber matado a Valance, Stoddard llega a senador), y entre el periodismo y la leyenda (“Cuando la leyenda llega a ser realidad, hay que publicar la leyenda”), pero la secuencia a la que me refiero tiene lugar en la escuela, instalada en la oficina de la estación de diligencias Overland, regentada por otro eficaz secundario (Denver Pyle: "El Álamo", "Misión de audaces"), anexa a la imprenta y redacción del “Shinbone Star”, la gaceta local dirigida por el Dutton Peabody (estupendo Edmond O’Brien), ex empleado de Horacio Greeley (“Ve al Oeste, joven”), como se encarga de recalcar en cuanto tiene ocasión. En tan precaria dependencia, Hallie (Vera Miles) enseña a leer y a escribir a chicos y grandes, mientras Stoddard imparte clases de historia, derecho y política, todo junto. 
La escena es muy hermosa: en la escuela hay niños y niñas blancos y mestizos, y adultos, hombres y mujeres, vaqueros y peones, y Pompey (Woody Strode), un hombre negro, empleado de Doniphon, que casualmente está sentado delante de un retrato de Abraham Lincoln colgado en la pared. 
Stoddard habla de la fundación de Estados Unidos utilizando un artículo del “Shinbone Star” y pregunta si alguien conoce la ley fundamental de la nación. Pompey dice que lo sabe: “Fue proscrita -escrita, le corrige Stoddard-, escrita por Thomas Jefferson de Virginia y la llamó Constitución”. No, Declaración de Independencia, le vuelve a corregir Stoddard. ¿Y qué dice? “Dice -Pompey titubea- que considerando… que estas verdades… son evidentes por sí mismas, y que todos…” -Pompey se detiene-, "que todos los hombres son iguales", dice Ransome concluyendo la frase.
-Lo sabía, señor Ransome, pero se me olvidó de repente.
-No tiene importancia, Pompey; la gente olvida esa parte…  
También la han olvidado los miembros de la Academia del Cine de Hollywood, que, por segundo año consecutivo, sólo han tenido en cuenta a actores y actrices blancos entre los seleccionados a recibir un Oscar. Ante una ceremonia excesivamente “blanca”, Spike Lee, Jada Pinkett, Will Smith y otros actores negros han manifestado que no acudirán a la entrega de los premios.
¿Ves, Pompey, con qué facilidad la gente olvida esa parte…?

miércoles, 27 de enero de 2016

Teatro

Good morning, Spain, que es different

Tras la contenciosa formación de los grupos en la cámara, sigue la guerra de posiciones, el postureo, el metafórico juego de tronos, o mejor dicho el juego de poltronas, pero no en sentido metafórico, sino por ocupar un lugar u otro en el hemiciclo.
La adjudicación de los escaños en el Congreso ha sido resuelta por la Mesa más bien a la brava, utilizando un criterio ideológico antes que atendiendo al número de diputados obtenido por cada partido. El PSOE y el PP, a izquierda y derecha de la presidencia, siguen ocupando los lugares tradicionales en el hemiciclo, así como los escaños del Gobierno, pero la aparición de Podemos y Ciudadanos ha desbaratado la colocación del resto. La Mesa ha estimado que C’S, como un partido de centro, merece ubicarse entre las bancadas del PP y del PSOE, justo enfrente de la presidencia, con acceso a la platea, lo mismo que el PNV y DIL (CiU), y en cierta medida ERC, mientras que el grupo de Podemos, con más diputados, ha sido desplazado a las últimas filas, a las alturas del llamado “gallinero”, donde están situadas las localidades más baratas de los teatros. Decisión que los podemitas han tomado como una afrenta cuando en realidad es un mérito, pues ocupan el lugar de los “montagnards” en la Asamblea francesa durante las jornadas revolucionarias. Como premio a sus audacias, el criterio ideológico manejado por el PSOE, PP y C’S los ha enviado al lugar propio del tercer estado, a hacer compañía a los espectros de Dantón y Robespierre, si se dignan visitar este país. 
Fuera de las cámaras, la vida sigue igual. El Congreso es un plató, afirmaba el otro día un amigo (García Tojar, El País, 23-1-2016), y las deliberaciones, si es que se pueden llamar así los tanteos para formar un nuevo gobierno, puro teatro, en el que los actores ensayan sus papeles y se mueven cautelosamente por el escenario.
Rajoy, que no quiere dejar de ser el protagonista de la función, asume el papel que mejor le va, que es no hacer nada. Sigue su costumbre, que es no hacer y dejar pasar, con esa marcha a paso de caracol, que está entre el liberalismo gandul (“laissez faire, laissez passer, passer, passer”) y el pasotismo castizo. Su táctica en esta batalla por el gobierno es la del general romano Fabio Cunctator, que desgastaba las fuerzas de Anibal con escaramuzas, pero evitaba el enfrentamiento directo en una batalla campal.
En el polo opuesto se encuentra Podemos, cuyos dirigentes tienen prisa. Iglesias, adiestrado en el Actor’s Studio es más dado al histrionismo, y parece un Astérix tras haber ingerido una dosis excesiva de poción mágica, lo que le impele a ensayar golpes de efecto con tal de tener la iniciativa. Más cautelosos se muestran en el PSOE y en Ciudadanos en sus tanteos, más libre Rivera que Pedro Sánchez, atenazado por sus barones y baronesas, pero tanto ellos, como los barones del PP, ensayan con suerte diversa los trucos y efectos del teatro japonés con las horrendas máscaras kabuki, para infundir miedo antes que confianza a sus posibles aliados. El argumento principal es la advertencia sobre los males que sobrevendrán si los posibles aliados no se avienen a lo que desean quienes se esconden detrás de las máscaras -No te juntes con ese o con el otro-, más que gestos amistosos, para lo cual hace falta acercarse y hablar, lo cual se toma como un demérito –“que me llame”, “si me llama, le atenderé”-, un paso que siempre debe dar otro.
En España, los dirigentes de los partidos políticos no discuten; se arrojan titulares de periódico o declaraciones, se critican a través de entrevistas y ruedas de prensa, pero no se enfrentan directamente sino que lo hacen a través de los medios de información (medios que parecen los fines), pues lo importante es aparecer en televisión, estar en primera plana, en las tertulias, antes que sentarse a hablar cara a cara las veces que hagan falta para atender los problemas del país, algunos muy urgentes

“Teatro, lo tuyo es puro teatro, falsedad bien ensayada, estudiado simulacro” -cantaba La Lupe con voz desgarrada- en uno de sus mejores boleros. “Fue tu mejor actuación destrozar mi corazón”, decía una de sus estrofas. Pues, eso.

sábado, 23 de enero de 2016

Empieza el juego

Good morning, Spain, que es different

Luego del mes transcurrido desde las elecciones, plagado de expectativas alimentadas por declaraciones o por silencios clamorosos, las cosas se mueven con cierta rapidez. Diríase que los jugadores se arriesgan a mover sus piezas siguiendo el plan secretamente trazado durante este tiempo. Hasta hace pocos días la táctica era el tanteo, servido a base de declaraciones generales de intenciones, buscando situarse en la posición más favorable en el tablero, pero ahora el tiempo apremia y comienzan los movimientos.
Rajoy ha decidido salir de su habitual mutismo, y apenas dos días después de haber afirmado que aspiraba a ser investido Presidente del Gobierno comunica al Rey que, falto de apoyos, retira su candidatura. Pero no se retira de la liza; no dimite, sino que queda a la espera de que le llegue una ocasión más propicia para sus planes. Cede el turno a Pedro Sánchez, con la esperanza de que fracase en su intento de formar gobierno a causa de la presión interna de sus barones y a la externa de sus posibles aliados, en particular de Podemos. Después, Rajoy podría intentar salir de su pertinaz aislamiento y explorar más a fondo el apoyo de Ciudadanos y quizá de alguno de los partidos nacionalistas o regionalistas, y si ese empeño resultase fallido, en el peor de los casos llegaría a unas nuevas elecciones con el respaldo de la Unión Europea, de la troika y de los poderes económicos nacionales y con el aval de la estabilidad ante el fracaso de las alternativas de izquierda, que habrían mostrado, una vez más, su incapacidad para gobernar y su nulo sentido de Estado.
El tranquilo Rajoy, que sabe hacer las cosas como Dios manda, regresaría al Gobierno para consolidar la desigual recuperación económica, pero tendría en contra, claro está, los juicios por corrupción del caso Noos, de Gurtel, la imputación del PP por la destrucción de los ordenadores de Bárcenas, el caso de los diputados comisionistas con que despidió la legislatura y el de las sucias aguas de AcuaMed, con que ha empezado el nuevo año, que afecta a varios cargos técnicos y a una persona de confianza de la vicepresidenta.  
Hasta ahora, el movimiento más audaz lo ha realizado Podemos, con una iniciativa, contada al Rey por Pablo Iglesias, que, buscando el golpe de efecto de la sorpresa, parece pergeñada a espaldas de su partido 
Iglesias ha ofrecido al PSOE iniciar un diálogo constructivo para formar de un gobierno plural, junto con IU, con un plan de medidas urgentes destinadas a paliar las situaciones de emergencia social, y un programa de reformas de la Constitución y del régimen político (reforma de la justicia, de la ley electoral, blindar las garantías sociales y buscar el encaje territorial, reformas ratificadas en un referéndum nacional), así como una serie de ejes de actuación (reversión de los recortes y las privatizaciones, derogación de la reforma laboral y de la ley mordaza, reforma del estatuto de RTVE, entre otras) y de áreas de intervención, desde Economía hasta Defensa y Exteriores.
Iglesias ha mostrado sus cartas, pero lo ha hecho con poca elegancia, que es lo menos que se puede pedir a quien solicita colaboración, pues ha indicado los ejes de trabajo al futuro gobierno, en el que se reserva la vicepresidencia única, incluso ha señalado plazos y podría decirse que incluso ha repartido carteras, pero ha expresado además la poca confianza que le merecen las élites del PSOE, de las que no espera palabras, sino hechos. Da la impresión de que Iglesias ha tomado la iniciativa de ofrecer al PSOE un precocinado plato de lentejas, lo tomas o lo dejas, con la intención más bien de que lo rechace.
Queda, así, el PSOE cogido entre dos fuegos, colocado en primer lugar, por la decisión de Rajoy, para formar alianza y presentar la investidura de Pedro Sánchez en el Congreso, y la oferta, dicen que envenenada de Podemos, su potencial aliado y mortal adversario, con la oposición interna de barones y baronesas y, las consejas de la vieja o viejísima guardia, partidaria de llegar a un acuerdo con PP y Ciudadanos para formar un gobierno estable y duradero, a imitación de la “grosse koalition” germana, que mantenga la confianza de los inversores y de los aliados internacionales.
En el PSOE no parecen haberse enterado de que las cosas han cambiado y de que, en poco tiempo, pueden dejar de ser el partido determinante de la izquierda, pues tienen delante un rival que intenta desplazarles, pero no un rival acartonado como IU, sino un ente político mucho más ambicioso, con vigor y con prisa, con apariencia más moderna y unos rasgos -maleable, flexible, sincrético y proteico- que lo hacen más temible que la esclerótica organización comunista; un rival que puede ser un aliado y a la vez un mortal adversario.
Les han lanzado un reto, que algunos consideran un guante arrojado a la cara, al que tienen que responder. No será fácil, pero es necesario a pesar del poco tacto y de las prisas del novato.


viernes, 22 de enero de 2016

Aron.Proletarios

Reflexiones que hoy día están fuera del discurso político.

“El proletariado en reposo, como ser objetivo, es pluralidad, dispersión conflicto internos, esclavización de las praxis libres no sólo ante el empresariado, sino ante el conjunto práctico-inerte en el que se insertan inevitablemente los innumerables individuos que lo componen. ¿Cómo podría ser de otro modo? Cada proletario nace en una condición que no ha escogido y se hace a sí mismo proletario, asume su condición objetiva; no ya porque haya perdido su ser libre sino porque no puede ejercer de otro modo su libertad.
Mientras permanecen dentro de las estructuras existentes, los proletarios tienen parcialmente un ser común pero están divididos, por las mismas divisiones de la sociedad entre las ramas de la industria o entre las unidades de producción.
Sólo en una empresa común las acciones individuales consiguen superar su aislamiento, sus rivalidades, su esclavización entre sí misma y ante el conjunto de lo práctico inerte. La empresa común es el proyecto colectivo, el fin único al que tienden las conciencias unidas en una misma voluntad. La cola de viajeros en una estación de autobuses simboliza los tipos de colectivos seriales, la muchedumbre que toma la Bastilla, los grupos. De un solo golpe cambia el sentido de los significados: el número, que en los colectivos provocaba dispersión, soledad, servidumbre, se torna factor de confianza, dinamismo de acción La muchedumbre que toma la Bastilla no tiene sino un alma, una fe y, por así decirlo, una conciencia (…) Así, la fusión de los individuos en una muchedumbre revolucionaria se convierte en el símbolo de una liberación colectiva”.   

Raymond Aron, en su crítica a J. P. Sartre: “La lectura existencialista de Marx” en Los marxismos imaginarios, Caracas, Monte Ávila, 1969, pp. 33-34. 

miércoles, 20 de enero de 2016

Juego de (pol) tronas

Good morning, Spain, que es different

Confieso que no me han sorprendido las dificultades para constituir las mesas del Congreso y del Senado y configurar los grupos en las cámaras. Acompañadas de inoportunas declaraciones de unos y otros, de desmentidos, de veladas amenazas y de intraspasables líneas rojas, que al parecer no lo son tanto, a los ojos y oídos de los ciudadanos las negociaciones para configurar las cámaras han estado mezcladas con hipotéticos apoyos (o seguros vetos) a la investidura del Jefe del Gobierno y a las mismas presiones sobre un posible gobierno, necesariamente de coalición. Eran de esperar, aunque hubiera sido deseable otro comportamiento de nuestros políticos, dada la coyuntura.
Lo que sí me ha chocado, aunque no en demasía, debo reconocerlo, es la rapidez con que los novatos han aprendido las malas mañas de los partidos viejunos y han entrado en el mercadeo de puestos, promesas y advertencias a la hora de definir su presencia en los órganos de las cámaras.
Los últimos en llegar pueden intentar cambiar los reglamentos, claro está, como un signo de regeneración democrática y de su vocación transformadora, pero lo que no es aceptable, en quienes se proclaman portadores de una nueva forma de hacer política, es que al llegar a las instituciones traten, en la medida que puedan, de utilizarlas a su favor, comportándose como lo han hecho hasta ahora, los vilipendiados partidos de la “casta”.
Los reglamentos pueden y deben cambiarse para mejorar la representación de los electores y dotar de más vitalidad a las cámaras, que parecen ahogadas por la ortopedia, pero en tanto llega ese momento, los reglamentos se deben  respetar. No es un acto revolucionario ni una muestra de rebeldía el estirarlos a conveniencia o retorcer su sentido según componendas y favores, pues tales mañas crean precedentes y con ellos, su práctica abolición o la interpretación que imponga en cada momento el partido que más peso tenga en la cámara, que es lo que ha venido ocurriendo.

El mercadeo de prestarse diputados para completar grupos es una práctica viciosa, que adultera la voluntad de los electores y fomenta el transfuguismo. ¿Por qué razón debe considerarse que un diputado, que, por las circunstancias que fueren (algunas poco nobles, la verdad), abandona el grupo parlamentario del partido en el que ha sido elegido para integrarse en otro o en el grupo mixto, incurre en la conducta denigrante del “tránsfuga” y no incurre en la misma conducta un partido que cede diputados a otro grupo? ¿Y por qué razón deben aceptar tal decisión los diputados “transferidos”, traicionando el programa y las listas que les llevaron al Senado o al Congreso?

En ambos casos -por decisión personal (fuga) o por decisión del partido (préstamo)- se trata de renunciar al programa y a la lealtad con los electores.

lunes, 18 de enero de 2016

Naturaleza de Podemos

A propósito de un post de Josegabriel Zurbano.

Pues yo no tenga clara la naturaleza de Podemos; me tiene bastante despistado. Carece de una trayectoria semejante a la del PCE (y los grupos a su izquierda), que es la lucha antifranquista, y me refiero a los vínculos estables con el movimiento obrero, el estudiantil y el vecinal logrados en aquellos años de lucha. El movimiento estudiantil hoy prácticamente no existe, ni el vecinal, y Podemos tiene pocos lazos con el mundo laboral, en particular con los sectores obreros y asalariados peor pagados, ni tampoco con los sindicatos; en esto se aleja también del PSOE (->UGT), pero en su origen es una vanguardia autoproclamada, formada en uno de los aparatos ideológicos del Estado, que es la universidad, que percibe "una ventana de oportunidad" para convertirse en un partido de la clase media urbana con un proyecto multiclasista (recuérdese que querían cubrir el espectro que va de la izquierda hasta el centro, incluso robando votantes al PP). Atribuye su origen al 15-M, pero sólo es una de sus consecuencias cuando la movilización ya ha cesado. Con todo ello, su aparición es un fenómeno positivo, porque ha desbaratado la correlación de fuerzas

Menos señeras

Good morning, Spain, que es different
Por imperativo legal (conyugal), estoy sometiendo el contenido (léase libros, revistas, papeles, archivadores, carpetas y otros nidos de ácaros y arácnidos) del territorio vital del que dispongo en la república de mi casa, a un proceso de inspección y ordenación que conducirá a la papelera, a la donación o al exilio (al cuarto trastero), a una parte del material que conservaba al alcance de la mano, "por si me hacía falta", con la intención (vana a todas luces) de escribir sobre esto o sobre aquello disponiendo de la documentación necesaria.
Quimeras, pues ni con 50 años más de vida extra podría dar cumplimiento a la suma de proyectos que uno va incorporando a su existencia de manera tan voluntariosa como insensata.
Y haciendo un rápido repaso de los índices de la revista "Iniciativa socialista" para dejar una lista cronológica de los números que han de partir hacia el subsuelo, me he topado con un artículo de Joaquim Pisa, que contiene un párrafo que no puedo dejar de transcribir.
Dice así: "Basta de concesiones a la ideología de la burguesía catalana. Devolvednos nuestro imaginario colectivo, el propio de las clases trabajadoras y populares de la ciudad y de todas partes; ya estamos hartos de símbolos y mitos burgueses impuestos. Dicho más gráficamente; más banderas rojas y menos senyeres. Cada cual es hijo de su clase social, hecho que condiciona de modo decisivo su cosmovisión y la actuación vital y política que se puede esperar de él. Por tanto, basta de dirigentes de extracción burguesa. En los barrios de clase trabajadora no podemos entender que seáis los hijos de la burguesía catalana quienes interpretéis nuestras necesidades y nuestras esperanzas, y los que gestionéis nuestras organizaciones políticas. Queremos dirigentes que sean como nosotros y piensen como nosotros".
Joaquim Pisa: “Carta a Joan Clos”, revista "Iniciativa socialista/Trasversales", nº 69, verano, 2003.

viernes, 15 de enero de 2016

Aclarémonos

Good morning, Spain, que es different
1.  Los nacionalistas catalanes desean dotarse de un Estado propio.
2.   Dado que no existen las razones que en otros momentos de la historia europea pudieron dar paso nuevos estados, los nacionalistas estiman verosímil fundar un nuevo Estado en la Unión Europea, a expensas de la secesión de territorio español,  apoyándose en la existencia de una nación con una lengua distinta de la mayoritaria hablada en España, si bien amparándose en la dogmática afirmación de que cada nación debe tener un Estado, lo cual no refleja lo que sucede en el mundo (5.000 lenguas y 194 estados), ni en Europa, donde el promedio es de cuatro lenguas por país.
4.  En consecuencia, para fundar un Estado antes debe existir una nación, o hay que crearla. Y en esas estamos, en un proceso que se divide en dos: A) afirmando lo que no existe: Cataluña es una nación, que, por tanto, necesita su Estado para alcanzar la plenitud. B) Negando lo que existe: España no existe, lo que existe es el Estado español, una estructura política, jurídica, administrativa y militar, que se superpone a una serie de pueblos o naciones; unos aceptan de buen grado esa pertenencia al Estado común, pero otros la rechazan.
5. Con lo cual, siguiendo a los nacionalistas, llegamos a dos procesos de construcción: la construcción de naciones y la deconstrucción de España o construcción de un Estado plurinacional o nación de naciones; una especie de pequeño imperio español, o quizá el reconocimiento de los restos del viejo imperio, cuyos estertores no se exhalaron en 1898, con la pérdida de las últimas colonias de América y Asia, sino ahora, con los intentos de emancipación de las “naciones históricas” respecto del estatal yugo centralizador (castellano).
6. La construcción de la nación se basa en la búsqueda de particularidades que permitan distinguirla de la sociedad preexistente. Es un proceso político de selección interna, de separación de individuos mediante la delimitación de diferencias -amplificando las pequeñas, exaltando las grandes o creando otras si es preciso- y creación de afinidades, del que va emergiendo la nueva nación, que se configura sobre el modelo negativo proporcionado por la nación opresora, cuyo perfil se construye también según las necesidades del imaginario nacionalista.
7.  La nación en formación surge, sobre todo, contra la vieja nación, la nación considerada oponente, la nación opresora en la imagen bipolar del modelo del amigo y el enemigo (Carl Schmitt). Para construir la nación, los nacionalistas se miran en el espejo de la nación opresora, definiendo en positivo los rasgos negativos que a ella le atribuyen. La nueva nación es buena, productiva, solidaria, honesta y democrática, sus ciudadanos son trabajadores y ahorrativos, sus dirigentes son honrados y sensatos, que son rasgos de los que carece la nación opresora. Y si la nueva nación todavía no ha alcanzado el grado máximo de esas cualidades es porque lo impide su situación subyugada. El Estado independiente dejará aflorar  todas las potencialidades de la nueva nación; así, la independencia es condición indispensable de su perfección. La nueva nación es mejor, es superior. Por eso merece separarse de la nación vieja y emprender sola su camino.
8.  La construcción de la nación sigue el modelo con que los nacionalistas la imaginan, que se funda, por un lado, en una idealizada visión de su historia, efectuada por una sesgada selección de episodios del pasado; en la defensa de las tradiciones, algunas ciertas y magnificadas y otras inventadas; en la difusión de tópicos y estereotipos, algunos de ellos más propios del siglo XIX que del XXI; en la proliferación de gestos, desplantes y ofensas con el fin de provocar reacciones que alimenten el victimismo y la emotividad de los catalanes. La política de los nacionalistas ha estado, y aún lo está, necesitada de gestos. El proceso soberanista está plagado de aspectos teatrales, y Artur Mas ha sido sobre todo un dirigente pródigo en gestos, un líder gesticulante, un histriónico actor dirigiéndose enfadado a la platea.
9.  En la construcción de la nación catalana no faltan el componente étnico, basado en la lengua y en la pretendida superioridad racial, amenazada por la afluencia de emigrantes del resto de España (charnegos, colonos, invasores), ni el componente de clase social. El nacionalismo es un discurso falsamente igualitario, pues la pertenencia a la nación no iguala a sus miembros, aunque la misma lengua pueda equipararlos en apariencia, sólo en apariencia pues los códigos de uso dependen del origen social y condicionan la educación recibida y la percepción de la realidad. Lengua, cuya hegemonía se defiende ante la pretendida imposición del castellano (el “genocidio lingüístico” del catalán), lo cual es difícil de creer tras casi cuarenta años de régimen autonómico, 28 años de gobiernos nacionalistas confesos y otros siete de nacionalistas vergonzantes.
10. Pero tampoco iguala a los ciudadanos en niveles de renta y en oportunidades vitales. El nacionalismo esconde una posición de clase, un sentimiento de élite y desprecio por las poco refinadas clases subalternas, aún por las propias catalanas, pero, sobre todo, por las foráneas. Además del desprecio racial, palabras como “charnegos” o “colonos” expresan el desdén por los trabajadores, por la mano de obra, por los trabajos manuales y de ejecución (las funciones de dirección corresponden a la élite), que delatan el extendido prejuicio de que los empresarios son los creadores de la riqueza, mientras los trabajadores son sólo piezas necesarias e intercambiables en el proceso productivo.
11. En este aspecto es donde se muestran las diferencias de visión y de intereses entre los nacionalistas idealistas (tipo CUP y similares) y los nacionalistas pragmáticos, representantes de la burguesía catalana de CiU y ahora de CDC, capitaneados por Mas, que perciben, precisamente en el campo económico los fuertes vínculos de unión que Cataluña mantiene con España, formados por una lengua franca, una cultura política y administrativa común, una red de infraestructuras que permiten un solo sistema productivo, un solo mercado, un sistema financiero y un sistema monetario compartido con parte de Europa, un régimen laboral favorable al empresariado y un sistema fiscal favorable al capital y vinculado además al mercado europeo, entre otras ventajas a las que los nacionalistas pragmáticos no desean renunciar. De ahí viene la propuesta de Artur Mas, como antes de Ibarretxe, de fundar un Estado independiente pero asociado al español, en el que los catalanes mantendrían sus derechos, por gozar del privilegio de tener doble nacionalidad. Es decir, los nacionalistas desean un Estado propio, pero también conservar el mercado español y tener acceso al mercado europeo.
12. Es curioso que sindicatos catalanes y partidos de izquierda no se hayan percatado de ello y que sigan navegando en la estela del nacionalismo pragmático, que es un nacionalismo de ricos que no desean compartir su riqueza con quienes tienen menos; un nacionalismo desigualitario, insolidario y neoliberal, como mandan los tiempos.

jueves, 14 de enero de 2016

Problema catalán

Controversia con unos lectores de un post de Félix Ovejero sobre el juramento de Marcelo Expósito (Podemos) en la constitución de la Mesa del Congreso, que se ha confesado neoliberal, inspirado en von MIses: "Sí, lo prometo, para trabajar en esta cámara por un proceso que reconozca la diversidad de soberanías y facilite la relación fraterna de los pueblos del Estado, que la gente mande y el gobierno obedezca".

No creo que haya "una forma" de resolver (¿definitivamente?) el entuerto soberanista, al menos una sola, pero ayudaría el tener ciertas predisposiciones y cumplir algunos requisitos, que en el "procés" no se han dado; pues según mi parecer ha sido, está siendo, un camino lleno de trampas, movido por argucias, donde el fin, que no comparto, ha quedado desacreditado por los medios empleados, que han sido arteros uno tras otro. Lo correcto o si se prefiere lo honesto es la claridad en los fines y en los medios, la lealtad a los ciudadanos (a todos) y el respeto a las instituciones, la información abundante y objetiva, permitir la circulación de ideas, fomentar la controversia sin crispar ni excluir y aceptar lo que digan las urnas, que es justo lo que no ha sucedido hasta ahora. La decisión en las urnas es lo último que hay que hacer, pues llegar a votar sin haber conocido todos los argumentos, en particular los de la parte contraria,  y sin haber debatido es falaz.

Jose María, ni el estado ni la soberanía son factores inmutables, ni tampoco la nación. No hay naciones eternas, ni imperios eternos, aunque hayan durado 3.500, como el de Egipto. Estamos ante la polémica entre Burke y Paine (y Jefferson) sobre si las naciones pertenecen a los vivos, a los muertos o a los que han de nacer. No existen los rasgos identitarios permanentes, mucho menos en esta época de cambios y de influencias culturales, ni en personas ni en colectividades, salvo que estén aislados; ni los espíritus del pueblo, inmutables a lo largo de siglos; tampoco el "ser" de España ni el "genio" de España. No es malo negociar ni llegar a acuerdos de convivencia, que vayan conformando las naciones, pues mejor es el "contrato social" o el "pacto originario" (sin trampas), que la voluntad del emperador o del monarca absolutista a la hora de decidir qué es y cómo es la nación.

Ave, people

Apunta, nene:
Ave, people, los que van a legislar te saludan.

Jornada memorable, la de ayer en el Congreso, que tuvo mucho de teatral y de cinematográfica, con la presentación de los diputados y la constitución de la Mesa. Con ella arranca la XI Legislatura, que no sabemos si será larga o corta, pero seguro que será distinta por la renovación política y generacional.
La cámara se renueva el 62% y pierde diputados históricos (Llamazares, Alfonso Guerra, que poca guerra ya daba), y deja de ser el coto en el que dos grandes partidos (PP y PSOE) partían y repartían el bacalao a su gusto; ya se han acabado las mayorías mecánicas y se espera una legislatura con acuerdos más difíciles de conseguir y, por tanto, con negociación y más debates.
Tras largos forcejeos, la Mesa del Congreso quedó constituida según el modelo señalado por Raoul Walsh, en 1956, en “Un rey para cuatro reinas”, con Patxi López en el papel de Clark Gable, y Celia Villalobos, Micaela Navarro, Gloria Elizo y Rosa Romero, en las vicepresidencias, y que cada una elija con quien se identifica (Eleanor Parker, Bárbara Nichols, Jean Willes y Sara Shane). En todo caso, es una Mesa que deberá hacer encaje de bolillos con lo que tiene por delante.
Junto con antiguos diputados, veteranos de varias legislaturas, algunos de ellos individuos coriáceos, con más conchas que un galápago, receptores de sobres marrones y de comisiones clandestinas, individuos con la mano larga, el bolsillo grande y el corazón de piedra, entró en el Congreso otra generación de políticos, que conoce de oídas la Transición y llega con claro afán reformista e incluso con la pretensión asaltar los cielos, pero pasando por el escaño, como hoy haría el malogrado Rudi Dutschke; nueva legislatura, nuevo Congreso y también nuevos tiempos. Así es o va siendo el país.
Los neófitos y los veteranos se han de conocer en el futuro, pero de entrada quedaron retratados por las formas, pues los primeros asombraron a los segundos por su moderada audacia, tampoco hay que exagerar. Los viejunos vieron cómo los “nuevos” se saltaron algún protocolo, hicieron gala de cierto desenfado y tuvieron que contemplar como entraba un bebé en el Congreso en brazos de su madre, diputada, naturalmente; un hecho tan inusual como ver un bebé en un acorazado de la Royal Navy, como en aquella comedia de Jay Lewis (1956), con unos agitados y entonces jóvenes marineros Richard Attenborough, John Mills y Lionel Jeffries.
Siguiendo con el símil cinematográfico, la llegada de Pablo Iglesias y los diputados de Podemos y huestes afines parecía la entrada de Demetrius y sus gladiadores en el Coliseo romano -¡Ave, people!- con ganas de dar guerra o por lo menos dar la nota y, desde luego la vara, que a veces son muy cansinos, por lo que protestan.
Para los diputados de la derechona, con ellos llegó el escándalo (pero sin Robert Mitchum): juramentos imaginativos, puños en alto, prendas informales, mochilas, chupas y camisetas (pero, ¡hombre, si Carmena se llama el sastre!), diputados en bicicleta como si fueran pobres, otro con pelos de rastafari, como si fuera Bob Marley, y el sempiterno Coleta, una madre se acomoda en el escaño con su retoño, al que le enchufa la teta. ¡Esto es el fin del imperio…! Que diría Phileas Fogg, si fuera español y tuviéramos imperio.
Y eso era lo que pensaron muchos diputados de la derecha, los hombres del traje gris y la corbata de color pastel para intentar suavizar su ideología chillona y extrema. Señoras y caballeros que añoraban el poder perdido y la uniformidad de la pasada legislatura, cuando el Congreso de los Diputados se asemejó a las Cortes franquistas por la lealtad inquebrantable mostrada al plúmbeo Jefe del Gobierno, tan plúmbeo en sus explicaderas como los discursos del Caudillo. Sólo faltó, en esos años aciagos, la presencia de algunos obispos en el hemiciclo para que en vez de diputados parecieran procuradores; incluso sin la presencia de obispos, lo parecían, pues varios diputados del PP llevan un obispo bajo el traje, y alguno incluso un Papa. Así que no es de extrañar que ayer se asombraran de lo que sus ojos veían.

Terminada la jornada, Podemos y PSOE presentaron dos proposiciones de ley que deberían ser atendidas con urgencia. Sus señorías tienen que ponerse a trabajar, pero también tendrán que ponerse de acuerdo, que en eso también irá el sueldazo que perciban. 

lunes, 11 de enero de 2016

Esperpento

Good morning, Spain, que es different

Hay días en que me gustaría ser inglés o francés, o americano, o de cualquier otro sitio, menos español y catalán, que también lo soy.
Esta mañana, España parece un país grotesco, un teatrillo de títeres movidos por un escondido y perverso maese Nicolás, un país valleinclanesco, un esperpento.
La infanta Cristina de Borbón, hermana del Rey, se sienta en el banquillo de los acusados, junto con otros 17 imputados, en un gran proceso para juzgar un supuesto desvío de fondos públicos, promovido por su marido Iñaki Urdangarín y su socio Diego Torres a través de una maraña de contratos del Instituto Noos con los gobiernos autonómicos de Baleares y Valencia y el ayuntamiento valenciano presidido por Rita Barberá, durante los años de auge económico (la crisis, ¿qué crisis?; el déficit, ¿qué déficit?; la deuda, ¿qué deuda?).
Es posible que la infanta -miembro del Instituto, aunque, en 2014, en su declaración ante el juez, afirmó que no recordaba nada de su labor en él- eluda responder de sus responsabilidades en el caso, si, como intentan sus abogados defensores, resulta agraciada por la llamada doctrina Botín, una indulgente interpretación jurídica que benefició a un ejemplar representante de la nobleza del dinero y que ahora se intenta aplicar en provecho de la nobleza de sangre.
El esperpento político catalán imita fielmente al español, pues, no en balde sus clases dirigentes están cortadas por el mismo patrón, forman parte de la misma clase política y comparten la misma noción patrimonial del poder público, puesto al servicio de sus propios intereses y de los de sus allegados más selectos, sea de manera legal, alegal o ilegal. Cataluña ya tiene President de la Generalitat.
El resultado de las elecciones plebiscitarias del 27 de septiembre se ha saldado, con prisa y a última hora, con un apaño o con una faena de aliño, como se dice en el léxico taurino. Aunque Barcelona sea una ciudad donde están vetadas las corridas de toros (¡la terra de Balañá!), los gobernantes  catalanes dominan las suertes del arte descrito en el Cossío.
El presunto plebiscito -“el voto de tu vida”- no tuvo el resultado esperado, pues los partidos independentistas sólo obtuvieron el 48% de votos, aunque, por la ley electoral, alcanzaron el 72% de los escaños. A pesar del resultado, decidieron acelerar la marcha hacia la independencia, que ya no precisaba de referéndum ni de negociación alguna con el gobierno central  ni de acuerdo en el Congreso, sino que debía decidirse por medio de una declaración unilateral, aprobada por el Parlament de una Generalitat con un gobierno en funciones, y alcanzarse en el plazo de un año y medio.   
El obstáculo a tantas prisas era que 10 de esos 72 escaños eran de la CUP, que ya había advertido que no facilitaría la investidura de Artur Mas como President. Y con estas disquisiciones han pasado tres meses y han llegado a un curioso acuerdo a pocas horas de expirar el plazo legal.
Recordemos que la lista del President, de cara a las elecciones “plebiscitarias”, se convierte en la lista de Junts pel Sí (Convergencia, ERC e independientes), encabezada por Raúl Romeva (ex ICV), en la que Artur Mas ocupa el cuarto lugar, pero es quien debe ser investido y al que la CUP le niega el placet. Para salir del atasco, Mas (el cuarto de la lista) nombra candidato, no a Romeva (el primero de la lista), que era lo esperable, sino a Carles Puigdemont, alcalde de Gerona y presidente de la Asociación de Municipios por la Independencia, que iba en tercer lugar en la lista por Gerona, y que resulta investido. Artur Mas resume la operación con una frase antológica -“Hemos logrado lo que las urnas no nos dieron”-, que le acredita no como un demócrata, sino como un astuto maniobrero.

El esperpento alcanza también a lo más alternativo de las fuerzas de la izquierda catalana, la CUP. Una coalición de pequeñas agrupaciones radicales, que se declara anticapitalista, independentista, democrática y asamblearia y partidaria de romper cuanto antes y a la brava la relación con España, con la Unión Europea y con la OTAN. Pero en una sorprendente finta, y sin conocer aún las verdaderas causas que la han impulsado a ello, si descartamos la enajenación de sus portavoces, la CUP acepta la renuncia de Mas y apoya la investidura de Puigdemont, a costa de renegar de su papel opositor y apoyar durante toda la legislatura al nuevo gobierno de la derecha neoliberal catalana, continuador del de los recortes, de las privatizaciones y de la corrupción, al que no han cesado de criticar y frente al cual la CUP se proponía como alternativa ética y política.
Sinceramente, el suicidio político parece un precio excesivo para lo conseguido, que es privar a Mas de la Presidencia, pero dejarle vivito y coleando para que siga dirigiendo la política catalana desde la tramoya.


domingo, 10 de enero de 2016

¿Qué cultura política tenemos?

Good morning, Spain, que es different

Hace dos días Fernando Vallespín ("Cultura de partidos", El País, 8-1-2016) escribía sobre las semejanzas de los partidos políticos en España, aquejados de parecidas dolencias internas. El problema, decía, no sólo está en que falta una cultura de pactos entre partidos, sino en lo que ocurre en el interior de los partidos, un asunto de la gestión interna.
No sólo es que los partidos se muevan con parecidas lógicas internas, y en esto la nueva política se parece demasiado a la vieja, con la misma tendencia al personalismo (herencia quizá del modelo de la monarquía, antes que del modelo republicano), por un lado, en el culto al máximo dirigente (liderazgo no sólo fuerte, sino casi despótico), donde cada secretario general es una especie de Rey Sol (el partido soy yo) difícil de remover de su sitial y aún de ser criticado por los órganos supremos de los partidos, convertidos en camarillas de prebendados o en cortes de aduladores, y por otro, en la fortaleza de las baronías territoriales, donde los líderes regionales reproducen a menor escala pero con igual ambición, el estilo monárquico del partido a escala nacional. Los partidos nacionalistas no escapan a esta enfermiza tendencia, véase como ejemplo el caso del rey Arturo (Mas).
Así que difícilmente podremos esperar que quienes gestionan de tal manera sus partidos puedan hacerlo de otra forma cuando lleguen a la gestión del Estado.
El quid del asunto no está en que falte cultura de pactos, sino que falta cultura política democrática (republicana) en general, no sólo en los ciudadanos, sino en sus representantes, cortados todos ellos por parecido patrón y adaptados al vigente modelo del Estado de partidos, donde los verdaderos protagonistas de la política no son los ciudadanos, sino los partidos políticos, que disponen de un poder difícilmente controlable, especialmente cuando llegan al gobierno. Y teniendo en cuenta lo anterior, el Estado de partidos, se reduce al Estado de los comités ejecutivos o de las juntas nacionales de los partidos, o aún peor, a los secretarios generales, que en virtud del poder recibido y de la adulación de sus incondicionales (otro vicio nacional, que no distingue fronteras, ni regiones, ni "pueblos" ni "naciones"), gobiernan como monarcas. Es decir, que, en España, la grandes decisiones políticas se adoptan entre muy pocas personas.

sábado, 9 de enero de 2016

Provincianos y cosmopolitas


Respuesta a Luki, a propósito de un artículo de R. Argullol: "Provincianos y cosmopolitas" 

Que va; al contrario, el artículo tiene interés, pero mi punto de vista, que no sé si quedó claro, es opuesto, creo, al del autor. Una cosa son las tendencias del mercado, que llegan hasta donde llegan, pues creo que la globalización es un fenómeno incipiente, pero, en buena parte, un discurso, una profecía que precede a los intentos de que se cumpla (y que en cierta parte de la izquierda se ha tomado ya como un hecho). Y otra la realidad de las sociedades, todavía llenas de novedades y sorpresas, de cosas poco entendibles para los occidentales y de costumbres exóticas y también bárbaras. Algunas de las cuales estaría bien que desaparecieran y fueran reemplazadas por la defensa de los derechos humanos. Sí, ya sé que eso forma parte de la influencia occidental, pero, hasta ahora, me parece que no han sido superados como propósito universal por ninguno de los discursos sobre las bondades de la multiculturalidad y la sobre equivalencia entre unas y otras culturas.  
El autor refleja el temor ante una globalización que haga homogéneas las sociedades y borre las diferencias entre unas culturas y otras. No hay que preocuparse por eso, pues también asistimos al fenómeno contrario, a la expansión de culturas adversarias (ahí tenemos la expansión del Islám, al indigenismo) o la exaltación de las pequeñas culturas, de las variedades lingüísticas y culturales locales, comarcales, de tradiciones que no merecen conservarse, cuando no son lamentables o han sido directamente inventadas en nombre de unos valores identitarios, presuntamente ancestrales, para hacer sociedades también homogéneas pero a pequeña escala.        
Por otra parte, el autor destaca las bondades del viajero, que puede solazarse en solitario, con tiempo y dinero a su disposición, para conocer con cierta profundidad las tierras que visita, frente al turista, al visitante rápido, acogotado por un tiempo y un dinero limitados, sometido a los usos laborales y comerciales del capitalismo. Pero a mí me parece bien que la gente viaje, aunque sea en grupo y poco tiempo, y que conozca, aunque sea superficialmente otros países, otras ciudades, que abra los ojos a otras costumbres. Sí, ya sé que es no es lo ideal, pero para la inmensa mayoría de quienes viajan, que son una minoría respecto a quienes no se mueven, es lo posible. La diferencia entre la vida de las élites, aunque sean culturales, y las masas, que también mueven el mundo.  

miércoles, 6 de enero de 2016

Predisposiciones (2)

Good morning, Spain, que es different


La quinta predisposición deseable en los partidos de la izquierda sería la de negociar, la cual parte, por un lado, de reconocer su debilidad teórica y social, y de que, en una situación tan grave y tan compleja como la actual, nadie dispone de un dictamen completo y acertado de lo que sucede ni, en consecuencia, de todas o de las mejores soluciones. Y por otro lado, reconocer que nadie atesora en exclusiva los genuinos valores de la izquierda. Hay que huir de la pretensión de que un solo partido dispone de la única legitimidad y de la fuerza suficientes para actuar en solitario o imponerse a los que son sus afines; de que alguien, a estas alturas del desastre, puede reclamarse como el ungido custodio de los valores de la verdadera izquierda y constituirse en guardián del paraíso de la unidad popular o en el único augur autorizado del destino de las clases subalternas.
La situación exige, precisamente, lo contrario: huir de la prepotencia y asumir con humildad que quien tiene la hegemonía en España y en Europa es la derecha, y que, por tanto, hacerle frente con posibilidades de éxito requiere la cooperación de quienes se consideran sus oponentes más consecuentes.
Humildad y cooperación serían actitudes deseables en las izquierdas para buscar afinidades con los partidos políticamente limítrofes, más que ahondar las diferencias y entrar en competencia con la intención de cada cual de arrebatar votos a los más cercanos. Frente a la tentación de poner en primer término las necesidades de cada partido o las satisfacciones de los líderes, la promoción de la propia “marca” o de las siglas que confieren (presuntamente) el marchamo de lo auténtico, la unanimidad o el acuerdo en todo, hay que buscar puntos en común, aunque sean pocos, y eso sólo puede venir de poner la atención en lo que necesitan quienes carecen de casa, de empleo, de subsidio, de escuela pública, de tarjeta sanitaria o de porvenir; de atender, primero, a los que no pueden esperar. La esperanza de la regeneración de la izquierda y la piedra de toque de la sinceridad de sus intenciones están en atender de manera prioritaria a los desesperados.
La previsible correlación de fuerzas resultante de las elecciones sin un claro partido vencedor, más aún si la derecha resulta agraciada con una mayoría suficiente, va a exigir de las fuerzas de la izquierda más imaginación, más altura de miras, más valentía, más audacia y generosidad, mucha más generosidad para llegar a acuerdos, si desea que los cambios sean profundos y duraderos. Sería triste que el permanente acuerdo entre los dos grandes partidos diera paso al permanente desacuerdo entre varios, que se presentan como alternativa al bipartidismo, y que los silencios de Rajoy y los titubeos del PSOE dejaran oír la jaula de grillos.
La alternativa al bipartidismo no puede ser ni el bloqueo ni la bronca entre las fuerzas de la izquierda, porque ya habrá suficiente con la que arme la derecha si pierde poder institucional. La consigna debería ser reformar y gobernar. O mejor dicho, gobernar para reformar y recuperar lo más posible de lo perdido, de lo arrebatado y, si es posible, ir aún más lejos, ampliando la importancia de los servicios públicos y de los bienes del Estado, que son la riqueza colectiva de los que carecen de patrimonio personal.
La conclusión para las fuerzas de la izquierda más decididas a reformar es huir de las etiquetas y de apriorísticas clasificaciones sobre los más afines y buscar acuerdos con quienes estén comprometidos con la regeneración del país, en particular con los sectores sociales más afectados por la crisis y con la población asalariada; atención que pueden fingir pero no sentir quienes están vinculados a empresas transnacionales, a los oligopolios, a la especulación financiera, a la inversión a corto plazo o a los paraísos fiscales, porque sus intereses están situados fuera del país, anidando aquí o allá, buscando la máxima rentabilidad a sus inversiones. Su patria es el mercado globalizado y a él se deben, como lo demuestran cada día.
Lo deseable sería llegar a una serie de reformas políticas y económicas sin un final determinado de antemano por los que tienen la capacidad de imponer los límites por encima de los deseos de los ciudadanos, y sin importar la etiqueta que merezca ese proceso. Lo importante es cambiar, no dilucidar desde antes si se trata de una reforma o de una ruptura, de un proceso constituyente o reconstituyente, pues es indiferente el término con que se quiera bautizar, que en cualquier caso quedará como tarea para los historiadores, mientras contenga un profundo sentido democrático y pretenda aumentar la soberanía de los ciudadanos sobre su país, sobre sus representantes, sobre sus instituciones y, en definitiva, sobre sus propias vidas. Entonces veremos si hemos entrado en una etapa que se distingue de la anterior por una forma nueva de entender la política o si seguimos empantanados en la vieja. 
A propósito de esto último y como despedida, permitan los lectores que les “arrime” un par de citas, una es del filósofo español José Ortega y Gasset, escrita hace justamente cien años, en Vieja y nueva política. Dice así: Dos Españas que viven juntas y que son perfectamente extrañas. Una España oficial, que se obstina en prolongar los gestos de una edad fenecida, y otra España aspirante, germinal, una España vital, tal vez no muy fuerte pero vital, sincera, honrada, la cual, estorbada por la otra, no acierta a entrar de lleno en la historia.
Ahí están las dos tendencias, los dos relatos que revelan la España antigua y moderna, la España escindida, repetitiva y cansina.
La otra cita es el párrafo con que Santos Juliá concluye su libro Historias de las dos Españas, donde afirma: Es posible que la ciencia, como sostiene Lyotard, sea incompatible con los grandes relatos: es seguro que la democracia los destruye. Cuando se habla el lenguaje de la democracia resulta, más que embarazoso, ridículo remontarse a los orígenes eternos de la nación, a la grandeza del pasado, a las guerras contra invasores y traidores; carece de sentido hablar de unidad de la cultura, de identidades propias, de esencias católicas; los relatos de decadencia, muerte y resurrección, las disquisiciones sobre España como problema o España sin problema se convierten en curiosidades de tiempos pasados. El lenguaje de la democracia habla de Constitución, de derechos y libertades individuales, de separación y equilibrio de poderes y, entre españoles, de integración en el mundo occidental, de ser como los europeos. Nada sobre lo que se pueda construir un gran relato
Podría creerse que, en este momento, por la ausencia de un relato verosímil sobre este país, nos encontramos más cerca de lo que sostiene Juliá en ese parágrafo, pero la crisis institucional, el descrédito de la clase política, el deterioro de la vida pública y la desafección de los ciudadanos, incluso respecto a Europa, indican que esa etapa ha quedado atrás o más bien que no habíamos llegado a ella.

Marzo de 2015.


Perdidos. España sin pulso y sin rumbo. Epílogo. (La linterna sorda, 2015).

Predisposiciones (1)

Good morning, Spain, que es different


En la nueva etapa, sería bueno que las fuerzas políticas más comprometidas con las reformas, mostraran determinadas predisposiciones.
La primera predisposición sería la intención de salir de la situación actual. A veces vale casi tanto el resultado obtenido como la intención de alcanzarlo, y en esta coyuntura es un valor a destacar el haber tenido la intención de salir de ella, aunque el resultado no alcance las dimensiones previstas.
Lo importante en esta coyuntura es romper con el abatimiento y la resignación y transformar la indignación -el cabreo- de buena parte de la ciudadanía en un impulso para cambiar este injusto estado de cosas, oponiendo a la confianza en presuntos expertos, a la pasividad y a la resignación predicadas por el Gobierno, la movilización, la participación y la creatividad política de la ciudadanía. 
El Gobierno, volcado en el discurso económico como el único posible, afirma que no hay alternativa a las directrices marcadas por la Unión Europea, una consigna que conduce a la conformidad y a la parálisis de quienes la acepten. Pero hay que romper por algún lado el círculo vicioso de la austeridad para pagar una deuda, que, como no deja de crecer, no permite otro horizonte que aceptar más austeridad. Somos socios y clientes de la Unión Europea, pero parecemos obedientes servidores del poder de la troika bajo la batuta de Ángela Merkel.
Claro está, que el grado de corrupción del Partido Popular es conocido fuera de nuestras fronteras, y con ese currículo el Gobierno no puede exigir en Bruselas mejor trato para España, de la que es una pésima muestra; el Gobierno hace lo que le mandan y obedece sin rechistar para que no le saquen los colores, y además, porque la austeridad que despoja de riqueza y de derechos a las clases subalternas coincide con su programa. La consecuencia es que mientras sigamos ofreciendo la imagen de un país dirigido por presuntos, y en excesivas ocasiones, por reales delincuentes, no podemos esperar otro trato de la Unión Europea. Al revés de lo que afirma Rajoy, con el Partido Popular hay salida a la crisis para la mayoría.
Hay maneras diferentes de “estar” en la Unión Europea: no todos los países asociados se hallan en la situación de España, Portugal o Grecia. Hay grados de dependencia y subordinación respecto al centro de decisiones y se puede -se debe- intentar cambiar de status aún dentro de la eurozona, pero hace falta decisión para cambiar, no sumisión, que es lo que caracteriza al gobierno de Rajoy, encastillado en el propósito de empobrecer España y otros países del sur, cuyos asalariados deben ser los trabajadores asiáticos de Europa, con sueldos bajos, empleo precario, largas jornadas laborales y servicios públicos residuales. Quizá sea ese el destino que la derecha alemana (con la complacencia de la española) nos reserva como país, pero no debe serlo para la izquierda española, al menos sin librar una batalla para intentar evitarlo. Europa no es sólo Alemania, ni los intereses de los países asociados, y mucho menos los de sus trabajadores, coinciden con los del Bundesbank y el partido de Merkel.
Hay que romper por algún lado una situación tan desfavorable, y cuando el gobierno griego ha empezado a moverse en la dirección correcta para aliviar el dogal, hay que sumarse a ese intento.
La segunda predisposición debería funcionar como brújula de la orientación política, en la que el Norte señalaría a los colectivos sociales más necesitados de atención.
Los sujetos preferentes de la acción transformadora de la izquierda deberían ser los peor tratados por las políticas de ajuste aplicadas desde mayo de 2010. Invirtiendo el sentido del interés seguido hasta ahora por el Gobierno del PP, la izquierda, con un plan de emergencia social o algo similar, debería prestar atención preferente hacia las personas situadas en los grados inferiores de la escala social, empezando por los perceptores de rentas más bajas (o de ninguna renta) para ir hacia arriba, restituyendo los derechos perdidos y restaurando condiciones decentes de existencia para todos aquellos cuya vida transcurre en precario (enfermos, dependientes, niños, mujeres con hijos o maltratadas, parados de larga duración, ancianos, jóvenes sin empleo, inmigrantes, desahuciados, infraempleados y asalariados mal remunerados).
Las prioridades de la izquierda deben ser diametralmente opuestas a las de la derecha: primero, atender a los más pobres, a los más precisados de ayuda. Hay que dar la vuelta al lema que utilizó Ronald Reagan -los pobres tienen demasiado y los ricos demasiado poco- para impulsar la llamada revolución conservadora, que llenó de manjares la mesa de los ricos, incluso arrebatando las migajas a los pobres (“La reacción conservadora”, Roca, 2009). 
Todos los estudios sobre la creciente desigualdad en el mundo occidental, en Europa y, desde luego, en España muestran que los ricos tienen cada día más y los pobres cada día menos; los ricos tienen demasiado, para lo que necesitan, y los pobres demasiado poco para vivir con decencia. Por ello la izquierda o las izquierdas no deben renunciar a su mayor ambición, al programa máximo, pero tampoco perder de vista cual debe ser hoy el objetivo inmediato de su acción, que es aliviar la situación de los que peor viven, o sobreviven.
La tercera disposición sería reconocer que no existen soluciones perfectas, aun alcanzables en un futuro lejano. Hay que desconfiar de las soluciones en un futuro perfecto o luminoso -esa es la utopía neoliberal que vende Rajoy para justificar la presente austeridad-, porque hay mucha gente que hoy no puede atender sus necesidades más apremiantes, gente que no puede esperar, para la cual los cambios ya llegan tarde. Por ello no se deben oponer las soluciones perfectas y lejanas a las soluciones medianas e inmediatas, que mejoren la situación actual de millones de personas, aunque no resuelvan del todo el problema de la desigualdad.

La cuarta predisposición alude a la claridad. En circunstancias en que la propaganda y la demagogia provocan tanta confusión, la izquierda debe hacer el esfuerzo de definir su programa y salir de las ambigüedades, en particular en el terreno de los principios que la animan, para señalar claramente con quién está y por qué, y contra qué está y por qué; debe tratar de delimitar los campos y precisar donde se encuentra ubicada, señalar la tendencia que seguirá en sus reformas y la lógica que las preside, es decir debe mostrar con nitidez los valores morales que defiende y los principios políticos que la guían; el alfa y el omega, el origen y el destino de su existencia como alternativa política. No es posible derrotar políticamente a la derecha para efectuar reformas en profundidad sin librar la batalla de las ideas; sin lucha ideológica no es posible disputar la hegemonía al pensamiento neoliberal y conservador. Ni tampoco las reformas son duraderas sin plantear esta lucha. Ese ha sido uno de los errores de la socialdemocracia antes de rendirse al neoliberalismo: hacer reformas pero ceder en el terreno de las ideas y de los valores, el resultado ha sido que los debates con la derecha han sido choques de regate corto, escaramuzas dentro del mismo campo, controversias por el grado, la intensidad o el momento de aplicar ciertas medidas, pero evitando discutir sobre el fondo de las cosas.
En esta situación de desconcierto, que ha llevado a la gente a ciegas a vivir peor como se conducen las reses al matadero, es importante que los ciudadanos perciban el rumbo de los programas de las izquierdas, o el deseable programa de la izquierda, si se lograra acordar uno, pues la nueva política no debe distinguirse sólo por la presunta honestidad de los dirigentes y de los candidatos, que es lo mínimo exigible, sino por la claridad y las metas del programa, por el compromiso de cumplirlo y por mostrar los obstáculos que, en su caso, impidan llevarlo a cabo, que son otras formas de ser honestos y leales con los ciudadanos.

Marzo, 2015.

Perdidos. España sin pulso y sin rumbo. Epílogo (La linterna sorda, 2015).

lunes, 4 de enero de 2016

Fracaso y triunfo de Artur Mas

Good morning, Spain

La negativa del Consejo Nacional de la CUP de facilitar la investidura de Artur Mas como President de la Generalitat es un ejemplo típico del lance del alguacil alguacilado, en este caso del abrasador abrasado por las consecuencias de sus propias acciones. Artur Mas ha recogido un efecto perverso al haber forzado la lenta marcha del proyecto pujolista para dejar España -con paciencia hacia la independencia-, por la de pisar el acelerador y avanzar con prisa y sin pausa (ni prudencia) hacia la república catalana independiente.
Desde que llegó a la Presidencia de la Generalitat en 2010, Mas, ayudado por las instituciones paragubernamentales creadas ex profeso, ha sometido a la política catalana a una presión brutal para provocar una reacción favorable a sus planes en el Gobierno central. Entre el desafío y las quejas victimistas, las amenazas, fintas, argucias, simulacros, metáforas de marinos o de electricistas (“la desconexión”), decisiones tramposas y lecturas sesgadas de los sucesivos reveses electorales, Artur Mas ha pasado, con velocidad de vértigo, de reclamar un pacto fiscal a plantear un órdago con la declaración unilateral de independencia, espoleado por un competidor, ERC, y por su peor adversario, la CUP.
En esta carrera enloquecida, Mas ha convertido las instituciones del Estado en Cataluña (eso son la Generalitat y el Parlament) en apéndices de su proyecto, ha fundado con dinero público una serie de sectarios organismos que han funcionado como un alegal Estado paralelo, ha instaurado un régimen de propaganda que ha intoxicado a miles de ciudadanos catalanes (y no catalanes) hasta la obnubilación, ha colocado a sus colaboradores más fanáticos al frente de una utopía que se ha ido montando sobre la marcha, ha crispado y dividido a la sociedad catalana, ha hundido a su partido, CiU, ha recogido la postrera derrota electoral de su nuevo partido Democracia i Llibertat, que con 8 diputados, queda por detrás de ERC (con 9), y ha puesto su investidura a merced de la decisión de los “cupaires”, sus más radicales adversarios.
Salvo en la aplicación rigurosa de las medidas de austeridad, las “retalladas” de Mas llegaron a Cataluña antes que los recortes de Rajoy al resto de España, han sido cinco años tirados por la borda, que concluyen en una legislatura de tres meses sin legislación, pero con una pomposa declaración de independencia, luego trocada en una ilusionada expresión de deseos digna de unos juegos florales, y presumiblemente con la convocatoria de elecciones autonómicas, que serán las terceras en cinco años.
El rumbo de colisión ha quedado en naufragio; el coste de la aventura ha sido muy alto, incluso para el propio Artur Mas, pero quizá para él y para los nacionalistas la apuesta haya valido la pena, pues han conseguido que toda España gire en torno a Cataluña.
Han logrado colocar como primer problema del país, el que requiere atención prioritaria, la demanda casi dos millones de personas, el 48% de los votantes que, el 27 de septiembre, apoyaron las listas de los partidos independentistas. La opinión de quienes representaban el 37% del censo electoral catalán, pasa por encima de lo que opinó el 52% de los electores catalanes que apoyaron otras opciones, y que carecen de expresión en los medios de comunicación públicos y de representación en el Gobierno autonómico, pues la Generalitat hace tiempo que apostó por ser el gobierno de los nacionalistas, primero, y de los independentistas, después.     
Mas, al frente de los independentistas, ha obligado a definirse (y a dividirse) a todos los demás partidos sobre este tema, empezando por CiU, pasando por las diversas fuerzas de la izquierda catalana, y acabando con el PSOE, Izquierda Unida y Podemos.

Pero se han acabado las aventuras; llegó el momento de hablar en serio. Y sería deseable la sensatez.

sábado, 2 de enero de 2016

Prioridades de las izquierdas (1)

Good morning, Spain, que es different

Aliviar de inmediato el sufrimiento cotidiano de millones de personas y sacar el país del pozo de desigualdad y confusión en que se halla deben ser tareas prioritarias para un gobierno que se declare no sólo de izquierda o progresista, sino únicamente seguidor de los derechos humanos. Pero satisfacer de modo duradero las necesidades de tanta gente cansada, hastiada y empobrecida, y dotarla de expectativas de vida no es posible sin acometer profundas reformas políticas, porque su penosa situación es un efecto de su escaso peso político en un sistema de representación institucional inclinado, por carencias de origen y por vicios de uso, hacia el lado de las clases propietarias, en particular hacia la gran propiedad.
El desigual reparto de la riqueza nacional, el diferente trato salarial, institucional o fiscal que reciben del Estado ciudadanos del mismo país, es decir, con los mismos derechos, no es un resultado aleatorio de la economía de mercado ni una consecuencia de la fatalidad, sino un efecto de una configuración del poder institucional (y extrainstitucional) en la que predomina la asimetría a favor de las clases altas, y en particular, de sus estratos más altos. Los estratos medio e inferior de la clase media han sufrido una importante merma en sus rentas, los asalariados han perdido capacidad adquisitiva y los pobres son cada día más pobres no porque los miembros de estas clases sociales carezcan de méritos o de ganas de salir una situación precaria o de la pobreza, como aducen quienes justifican su despojo o abandono, sino porque, ante el poder público (léase lo de público con todas las reservas), sus necesidades han perdido relevancia frente a los grupos sociales más ricos, que exigen -y consiguen- que el Estado dedique casi exclusivamente su atención y sus recursos a proteger sus intereses.
Los asalariados y los pobres no tienen menos capacidades naturales ni menos ganas de trabajar que los ricos, sino menos poder político. Por ello es necesaria una renovación democrática, pues la recuperación económica es excluyente. Y en caso de concluirse con éxito, ad calendas graecas, puede traer un aumento de la producción, del PIB, de la renta nacional, pero sin una profunda reforma democrática y, por tanto laboral y fiscal (igualdad de cargas y derechos), que aumente el poder de las clases populares, no existe garantía alguna de que la riqueza producida se reparta mejor que ahora.
Si mantiene este camino, la recuperación económica hará crecer la brecha entre las rentas de los más ricos y los más pobres, así que la renovación democrática no es sólo una exigencia para mejorar el enrarecido ambiente político y la gestión administrativa, que sería adelantos respecto a lo que hay, sino una condición para dotar de mayor poder político a los ciudadanos y corregir la tendencia a aumentar la desigualdad. Es más, la recuperación económica y la regeneración democrática están impulsadas por tendencias contrarias, pues mientras la recuperación económica, tal como va, tiene como objetivo prioritario aumentar el beneficio empresarial (aumentar el empleo o los salarios son efectos secundarios), la regeneración democrática, a través de la equidad fiscal, busca recuperar el bienestar y la seguridad que la mayoría de la población ha perdido. 
Pero no hay correcciones igualitarias ni reformas sociales que no cuesten dinero, que se debe pedir a quien lo tiene y más provecho ha obtenido con este estado de cosas, y especialmente a quién más tiene, algo inédito en este país. Este es el momento de recordar a los que alardean de patriotas, que el mejor patriotismo no se demuestra llevando el dinero a Suiza, a Andorra o a las islas Caimán, sino dejándolo en la patria y pagando impuestos, que, por cierto, para los ricos son escandalosamente bajos. Por ello, para convencer a los patriotas tercos, hay que luchar, de verdad, contra el fraude fiscal y la corrupción, como formas aceleradas e ilícitas de enajenar patrimonio nacional y transferir rentas desde las clases asalariadas a las clases altas, y proponer un reparto más equitativo de las cargas fiscales, que ahora recaen excesivamente en las rentas del trabajo y muy poco en las rentas del capital y las grandes fortunas.
La reforma fiscal directamente proporcional a las rentas percibidas debería ser sólo la primera de una serie de medidas tendentes a equilibrar las cargas y las ventajas, tan desigualmente repartidas, que conlleva vivir en esta sociedad y establecer iguales oportunidades de educación y empleo, de derechos y de vida, para acabar con los privilegios por el origen social, de clase, y por la función desempeñada, de “casta”.

(Marzo 2015).

Perdidos. España sin pulso y sin rumbo. Epílogo.