“Southern trees bearing strange fruit
Blood on the leaves and blood at the roots
Black bodies swinging in the southern breeze
Strange fruit hanging from the poplar trees”.
“Árboles del sur con extraña fruta,
sangre en las hojas y sangre en las raíces,
cuerpos negros balanceados por la brisa sureña;
extraña fruta colgando de los álamos”.
Así empieza “Extraña fruta”, una de las
canciones más dramáticas de la dramática trayectoria profesional y vital de
Billie Holiday, denunciando el horrendo espectáculo, frecuente en los estados
meridionales de Estados Unidos hasta las primeras décadas del siglo XX, de cuerpos
de hombres negros colgando de los árboles, ahorcados, sin juicio, por racistas
blancos que aplicaban la popularmente conocida “ley de Lynch”.
Charles Lynch, hacendado virginiano y
expeditivo coronel de la milicia continental, presidía un irregular tribunal
que juzgaba a los sospechosos de ser leales a Inglaterra durante los años de la
guerra de la Independencia. Se dice, que, en 1780, un jurado popular no
encontró pruebas para acusar a un grupo de personas del delito de rebelión a
favor del rey Jorge III, por lo que declaró su absolución, pero Lynch ordenó
que fueran ahorcadas igualmente.
Desde entonces, el “linchamiento” fue un modo abusivo
de aplicar la máxima pena al margen de la ley, con el que turbas enfurecidas solían
tomarse la justicia, o la venganza, por su mano, como hemos visto en tantas
películas.
Un procedimiento arbitrario que no respetaba los
requisitos legales para juzgar a la brava, delitos ciertos o supuestos y colgar
por el cuello hasta la muerte, preferentemente, a personas de color. Lo que
espantó al autor de la canción, Abel Meeropol, judío neoyorquino del Bronx y
miembro del Partido Comunista.
En
su libro “Poder Negro” (1967), Stokely Carmichael y Charles Hamilton indican que
esa forma de mantener por el terror la sumisión de la población que había
dejado de ser esclava, pero que realmente no era libre, se aplicaba también a
hombres que habían mostrado su patriotismo luchando en la I Guerra Mundial en
peores condiciones que los soldados de raza blanca.
Acabada
la guerra, los veteranos negros regresaban a casa, pero debían hacer frente a
otra guerra. Más de setenta fueron linchados durante el año siguiente al
armisticio, algunos de ellos vistiendo todavía el uniforme militar. Cuentan,
también, que, en la II Guerra Mundial, a veces los soldados estadounidenses negros
eran peor tratados que los prisioneros alemanes blancos.
La
“técnica” del linchamiento, que es provocar la asfixia, se ha convertido en un
brutal método de la policía para inmovilizar a las personas que se puedan resistir
a ser detenidas. Pero con George Floyd se ha aplicado sin motivo, pues no
ofrecía resistencia, y con notable ensañamiento. Tanto que le ha producido la
muerte.
Floyd
no es una fruta extraña colgando de un árbol del sur, sino un ciudadano
humillado en Minnesota, un estado del norte, aprisionado contra el suelo por un
policía blanco, que hizo ostentación de su poder y su cobardía sobre un hombre
negro, esposado e inmovilizado.
Como
en otras ocasiones, ha sido la violencia de las fuerzas del “orden” la que ha
provocado las protestas y desórdenes de los que Trump responsabiliza a la
izquierda antifascista, cuando son decenas de miles de ciudadanos de todas las
razas las que están en las calles de todo el país expresando su indignación y
su pesar.
Debería recordar que el de
Floyd no es un caso único, sino que viene precedido por una larga serie de
casos análogos, que produjeron decenas de muertos y heridos y centenares de
detenidos: Watts (1965), Detroit
(1967), Luther King (1968), Amadou Diallo (1999), Trayvon Martin (2012) y Rodney
King (2012), donde el abuso policial, amparado en una ciega confianza en la
impunidad ante la ley, se ha disfrazado de exceso de celo ante la presunta
peligrosidad de las víctimas. A veces, frutas extrañas pendiendo de los árboles
en los caminos del sur; a veces, despojos humanos sobre el pavimento urbano.