miércoles, 10 de junio de 2020

Crónica del asedio. "Strange fruit"


“Southern trees bearing strange fruit
Blood on the leaves and blood at the roots
Black bodies swinging in the southern breeze
Strange fruit hanging from the poplar trees”.

“Árboles del sur con extraña fruta,
sangre en las hojas y sangre en las raíces,
cuerpos negros balanceados por la brisa sureña;
extraña fruta colgando de los álamos”.

Así empieza “Extraña fruta”, una de las canciones más dramáticas de la dramática trayectoria profesional y vital de Billie Holiday, denunciando el horrendo espectáculo, frecuente en los estados meridionales de Estados Unidos hasta las primeras décadas del siglo XX, de cuerpos de hombres negros colgando de los árboles, ahorcados, sin juicio, por racistas blancos que aplicaban la popularmente conocida “ley de Lynch”.
Charles Lynch, hacendado virginiano y expeditivo coronel de la milicia continental, presidía un irregular tribunal que juzgaba a los sospechosos de ser leales a Inglaterra durante los años de la guerra de la Independencia. Se dice, que, en 1780, un jurado popular no encontró pruebas para acusar a un grupo de personas del delito de rebelión a favor del rey Jorge III, por lo que declaró su absolución, pero Lynch ordenó que fueran ahorcadas igualmente.
Desde entonces, el “linchamiento” fue un modo abusivo de aplicar la máxima pena al margen de la ley, con el que turbas enfurecidas solían tomarse la justicia, o la venganza, por su mano, como hemos visto en tantas películas.
Un procedimiento arbitrario que no respetaba los requisitos legales para juzgar a la brava, delitos ciertos o supuestos y colgar por el cuello hasta la muerte, preferentemente, a personas de color. Lo que espantó al autor de la canción, Abel Meeropol, judío neoyorquino del Bronx y miembro del Partido Comunista.
En su libro “Poder Negro” (1967), Stokely Carmichael y Charles Hamilton indican que esa forma de mantener por el terror la sumisión de la población que había dejado de ser esclava, pero que realmente no era libre, se aplicaba también a hombres que habían mostrado su patriotismo luchando en la I Guerra Mundial en peores condiciones que los soldados de raza blanca.
Acabada la guerra, los veteranos negros regresaban a casa, pero debían hacer frente a otra guerra. Más de setenta fueron linchados durante el año siguiente al armisticio, algunos de ellos vistiendo todavía el uniforme militar. Cuentan, también, que, en la II Guerra Mundial, a veces los soldados estadounidenses negros eran peor tratados que los prisioneros alemanes blancos.
La “técnica” del linchamiento, que es provocar la asfixia, se ha convertido en un brutal método de la policía para inmovilizar a las personas que se puedan resistir a ser detenidas. Pero con George Floyd se ha aplicado sin motivo, pues no ofrecía resistencia, y con notable ensañamiento. Tanto que le ha producido la muerte.
Floyd no es una fruta extraña colgando de un árbol del sur, sino un ciudadano humillado en Minnesota, un estado del norte, aprisionado contra el suelo por un policía blanco, que hizo ostentación de su poder y su cobardía sobre un hombre negro, esposado e inmovilizado.
Como en otras ocasiones, ha sido la violencia de las fuerzas del “orden” la que ha provocado las protestas y desórdenes de los que Trump responsabiliza a la izquierda antifascista, cuando son decenas de miles de ciudadanos de todas las razas las que están en las calles de todo el país expresando su indignación y su pesar.
Debería recordar que el de Floyd no es un caso único, sino que viene precedido por una larga serie de casos análogos, que produjeron decenas de muertos y heridos y centenares de detenidos: Watts (1965), Detroit (1967), Luther King (1968), Amadou Diallo (1999), Trayvon Martin (2012) y Rodney King (2012), donde el abuso policial, amparado en una ciega confianza en la impunidad ante la ley, se ha disfrazado de exceso de celo ante la presunta peligrosidad de las víctimas. A veces, frutas extrañas pendiendo de los árboles en los caminos del sur; a veces, despojos humanos sobre el pavimento urbano.