El año 2020, bisiesto, inquietante y luctuoso, se va dejando un rastro de muerte, desconcierto y dolor. Llegó con la noticia de que una región de China se había visto afectada por un virus con gran capacidad para propagarse y, en un abrir y cerrar de ojos, la epidemia china devino pandemia mundial.
El año concluye con la llegada de la
vacuna que puede acabar con ella o, al menos, mantener el virus en límites
soportables para la vida que tenemos concebida. Ojalá sea así, pero en la
historia inmediata, 2020 será el año de la pandemia del coronavirus.
En nuestra civilización, romana y cristiana,
acaba un año y la primera veintena del siglo XXI, pero ignoramos si concluye o
empieza algo más. Los libros de historia suelen elegir determinados hechos
relevantes, a modo de hitos en el camino de la humanidad, para señalar el
comienzo o el ocaso de una época. A veces son calamidades, como guerras, batallas,
invasiones o pestes, pues el recuerdo de los muertos sirve bien para conservar la
memoria. Otras veces son proezas, viajes, descubrimientos, comienzos o acuerdos
de paz y pocas veces avances en la ciencia; hitos que arbitrariamente separan
unas etapas de otras y señalan los siglos políticos o económicos, que no suelen
coincidir con las fechas de inicio y fin marcadas por el calendario
El siglo XIX, siglo de la burguesía y el
capitalismo, fue un siglo muy largo, pues empezó con el ciclo revolucionario yanqui-francés
y acabó en 1914-1918, con la primera guerra entre potencias imperialistas. Efectos
de dicha guerra, la revolución de 1917, el Estado soviético y la expansión del
comunismo como gran adversario del capitalismo, dieron paso al que Hobsbawn llama
siglo corto, que acaba, en 1989-1991, con el ocaso del imperio soviético y la mutación
de Rusia. Luego se abre una etapa, que, con el anuncio del nuevo orden mundial,
proclama la renovación de la hegemonía norteamericana, que será breve, confusa e
impotente, ante la emergencia de otros poderes y los retos que plantean la
globalización y la declinante salud del planeta.
La pandemia, como antes la gran recesión
económica, nos ha colocado delante un espejo que refleja el preocupante estado
del mundo; lo que, por encima de nuestras hipócritas e inmoderadas pretensiones,
somos realmente, con nuestras excusas, limitaciones y miserias, y ha señalado la
falla entre lo que proclaman nuestros solemnes y humanitarios principios y su modesta
puesta en práctica, incluso en las sociedades más igualitarias, que son pocas.
No sabemos si estamos en un interregno,
en una época aún sin datar y sin catalogar, en un tiempo simplemente post, en
un tormentoso limbo temporal, aún sin definir, pero con preocupantes signos,
que indican que no vamos por buen camino. Es posible que la pandemia, como uno
de esos signos negativos llenos de drama, esté cerrando una etapa de barbarie e
irracionalidad y colocándonos ante el umbral de un nuevo comienzo para la
humanidad como especie.
Ignoro si sacaremos las oportunas consecuencias
de este doloroso aviso y si rectificaremos a tiempo dando paso a una nueva era,
distinta y más humana, o si seguiremos fatalmente como estamos -como somos- hacia
un mundo cada día un poco peor.
En todo caso, cualquiera que sea la
etapa o la era en la que salgáis o entréis con el cambio de año, o el siglo en
que os sintáis ubicados, os deseo un año 2021 bastante mejor que el que
agoniza.
Un abrazo.