Ya tenemos a Dios paseándose en autobús -Deus in omnibus- también por Madrid. No es que me molesten los paseos urbanos del Ser Supremo por esta ciudad infernal para que vaya tomando nota de cómo nos trata la derecha católica, pero, en tratándose de Dios (o de dios), preferiría no sacarlo a la calle, aunque sea para negarlo.
No
me acaba de gustar la idea de reafirmar públicamente la presencia de Dios
aunque sea promovida por sus detractores, pues creo que los ateos deben ser
fieles al lema: ni con Dios ni contra
Dios; sencillamente, sin Dios;
ser más ateos que antiteos, y tratar de vivir como si Dios no
existiera. Y, por tanto, que el espinoso asunto de la fe fuera un asunto de
conciencia, interior no público, y más que privado, íntimo; un asunto de
lectura y reflexión; de conversación a solas con al Altísimo o de simple
soliloquio, que viene a ser lo mismo. Pero en España llevamos siglos
practicando un catolicismo “ostentóreo”, según la bárbara expresión de aquel
presidente del Atleti, de cuyo nombre
no quiero acordarme.
El catolicismo español es, y lo ha sido mucho más, un catolicismo publicitado, propagandístico,
de novena y procesión, de genuflexión y sonoros golpes de pecho, de hábito, rosario
y escapulario y de mucho signo visible, propio de un país obsesionado con la
limpieza de sangre, cuyas gentes se veían obligadas a hacer públicos alardes de
fe para alejar a los seguidores de Torquemada, tan amantes, ellos, de utilizar la
tenaza, el potro y la hoguera para perseguir a flojos de fe, a herejes y relapsos, a presuntos
renegados y a conversos sospechosos.
Pero,
ya puestos a entablar la batalla callejera, donde la Iglesia católica lleva
siglos instalada, prefería ir a lo esencial del asunto y no perderme en
fantasías; criticar lo verdaderamente importante, que es la Iglesia y no Dios.
Dios molesta poco, mientras que los obispos incordian mucho. El lema exhibido en
los autobuses me parece correcto en parte, pero lo corregiría de la siguiente
manera: Probablemente Dios no existe,
pero los obispos existen realmente. O mejor así: Dios no existe; Rouco sí. O quizá éste, que también podría ser útil
a los creyentes moderados: Olvídate de
Rouco y de Cañizares, aunque creas en Dios.
No
entraría a discutir la existencia de Dios, un asunto secundario, sino a
cuestionar el papel, aquí y ahora, de los que dicen -lo dicen ellos, claro, no
Dios- ser los administradores de la hipotética voluntad divina en este mundo y
en el otro, porque su incansable celo llega hasta más allá de la muerte.
Repito, Dios no molesta; son
los obispos los que no nos dejan vivir ni morir en paz.
10 de enero de 2009.
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