Ha muerto Miguel Artola, catedrático, investigador,
historiador.
Tenía 96 años y deja una extensa obra. De él sé
poco más; ignoro si es otra víctima del coronavirus o si le había llegado la
hora de abandonar este mundo. Y lo siento, porque era un notable historiador, director
de la Historia de España en siete volúmenes, de Alfaguara, y en
particular, historiador de la burguesía como histórica clase social, según queda
reflejado en el tomo V de la colección -La burguesía revolucionaria
(1808-1874)-; un libro magnífico centrado en las etapas más tensas del
complejo siglo XIX.
El siglo del que Franco renegaba -El siglo XIX, que hubiéramos querido borrar de
nuestra Historia, dijo-, porque no lo
conocía ni lo entendió, sin el cual es difícil entender la España del siglo XX
y singularmente el propio mandato de Franco, que fue una reacción contra él, e
incluso la España de hoy, todavía heredera del agotado impulso de la burguesía
revolucionaria y con parte de la clase dirigente apegada a usos y abusos del
Antiguo Régimen.
España, o el imperio
español, acaba el siglo XVIII con una guerra contra el Estado revolucionario
francés y luego, aliada con Francia, contra Inglaterra. Y empieza el siglo XIX,
defendiendo a Napoleón de los aliados ingleses, suecos, rusos y austríacos
-¡Ay, Trafalgar!-, para después, como un Jano bifronte, entregar el reino (y el
imperio) a Bonaparte y, a la vez, enfrentarse a sus tropas, con ayuda de
Inglaterra, en una guerra de seis años, que será al mismo tiempo una guerra
civil, la primera de otras tres, que fueron tanto guerras
dinásticas, luchas de clase y retardadas guerras de religión. Y concluye el
siglo XIX con otra guerra, esta vez contra una potencia emergente, que será el
gigante del siguiente siglo, en la que pierde las últimas colonias de ultramar
-¡Ay, el 98!-.
Así, a lo largo de un siglo, España, aún atada
por los pactos con Francia, incapaz de buscar su propio lugar en una Europa que
se moderniza con velocidad, duda, titubea, pierde un imperio y se vuelve
introspectiva, tratando de afrontar agudos problemas internos que no aparecen
claramente planteados, pero que son efecto del agotamiento del Antiguo Régimen
y de las dificultades de pasar a uno nuevo y aún impreciso, el mundo moderno,
que aparece, en el ámbito económico, con la revolución industrial, y en el plano
político, con el primer ciclo de revoluciones atlánticas -inglesa (1668), americana
(1776), francesa (1789) y haitiana (1804)-, al que España se incorpora
tardíamente, en 1808, cerrando el ciclo.
Es un siglo de avances y retrocesos políticos,
de tensiones entre liberales y conservadores y de ensayos para limitar el poder
real y establecer un poder civil, separar la Iglesia del Estado, dotar de
derechos a la ciudadanía, adaptar el aparato productivo a necesidades
planteadas por el nuevo tiempo, como lo expresan las sucesivas constituciones
-seis en vigor (1812, 1834, 1837, 1845, 1869 y 1876) y dos nonnatas (1856 y
1873) en menos de un siglo- y los cambios de gobierno y dinastía, los intentos
de cambiar de régimen, los pronunciamientos militares; etapas que muestran una
persistente inestabilidad política (décadas, sexenios, trienios, bienios),
difícil comprender.
En sus crónicas sobre la revolución en España, Marx
decía que Francia podía iniciar y concluir revoluciones en tres días, pero en
España los procesos eran más largos. Y tanto, pues la primera etapa de la
revolución burguesa, de la que Artola se ocupa, se prolonga hasta 1874, cuando
el general Pavía acaba con la efímera experiencia de la I República.
Con un
discurso denso y bien documentado, Artola ayuda a entender el azaroso siglo XIX
poniendo la base material sobre la que se erige el Estado, el ámbito de lo
político y, sobre todo, el ámbito de lo ideológico, tan importante en este
país.
Bajo las guerras, regencias, dinastías,
constituciones que se abolen y gobiernos que suben y caen, Artola llena de
contenido, de datos, de estructuras; de sustancia, en suma, los huecos que deja
la historia estrictamente política, y habla de demografía, de clases sociales,
de la nobleza, del clero, de censos, de rentas, de impuestos, de deudas, de
niveles de alfabetización, de propiedad de la tierra, del crecimiento de las
ciudades, de las diferencias provinciales y regionales, de legislación
económica y financiera, del crédito, la minería, la producción agraria, la
industria; de la moneda, del capital nacional y extranjero, de comunicaciones,
caminos y carreteras, de vías férreas, de la flota comercial, del vapor, el
telégrafo y la electricidad, del mercado, del proteccionismo, de la oferta y la
demanda y de cómo va cambiando la legislación para acomodarse a ese mundo
dinámico e incierto, que va apareciendo y que choca con las fuerzas sociales
apegadas a los privilegios que les dispensa el orden estamental del Antiguo
Régimen, a los cuales no quieren renunciar sin oponer resistencia.
Con la Restauración de la monarquía en la
figura de Alfonso XII, acaba la etapa revolucionaria de la burguesía. Ahí
concluye el libro de Artola, pero la historia sigue. Y tras una etapa de
estabilidad, el desastre del 98 y la reaparición de las tensiones sociales
generan la crisis del sistema canovista, que, en una especie de retroceso al
siglo XIX, la crisis se agudiza hasta llegar a la guerra civil.
Será la burguesía conservadora, la que, con el
dictatorial mandato de un general, no sólo antiliberal y antiburgués, sino
claramente reaccionario, lleve a cabo, en el campo económico, el proyecto
modernizador de la burguesía liberal del siglo XIX. El Plan de Estabilización
de 1959, los tres subsiguientes Planes de Desarrollo para industrializar el
país y la reforma del agro, culminarán, a la prusiana, es decir, desde arriba,
la revolución burguesa. Y un general, que ha legitimado su régimen como adalid
del anticomunismo, se comportará tal como Marx lo indica en el Manifiesto
de 1848: La burguesía suprime cada
vez más el fraccionamiento de los medios de producción, de la propiedad y de la
población. Ha aglutinado la población, centralizado los medios de producción y
concentrado la propiedad en manos de unos pocos. La consecuencia obligada de
ello ha sido la centralización política.
Hay que leer a Miguel Artola (DEP).