Cada día que pasa hay menos dudas de que el PP recorre con prisa la senda de volver al pasado, siguiendo las instrucciones dejadas por el Liderísimo en “La segunda transición”, que, era, en realidad, desandar el camino recorrido por la primera, única e inconclusa transición, y regresar al origen; a la matriz clerical, tradicional y autoritaria, que conforma lo esencial de su identidad.
En ocasiones, el aroma rancio se percibe
en opiniones sobre asuntos de cierto calado, en otras por asuntos casi de
trámite o de protocolo, que brotan en comentarios espontáneos, que, sin filtro,
se lanzan al aire.
Uno de estos ha sido un comentario de la
secretaria de Comunicación del PP de Madrid, que, en un “gorjeo”, ha calificado
de “cumbre comunista” la audiencia papal concedida a la ministra de Trabajo. Lo
que revela varias cosas.
La primera es que califique así la entrevista
de una ministra española con el Papa, como si fuera algo excepcional. Teresa
Fernández de la Vega también se entrevistó con el Papa, como lo han hecho otros
cargos públicos del PSOE, llámense Francisco Vázquez, muy proclive a la Santa
Sede, o Gonzalo Puente Ojea, poco proclive. Y también, cargos públicos del PP
han acudido a Roma por diversas circunstancias, entre ellas a las ceremonias de
beatificación de los llamados mártires de la Cruzada (“víctimas de las hordas
republicanas”) efectuadas por Juan Pablo II, un pontífice reaccionario muy del
gusto de la derecha española. Pero eso, si lo hace el PP, está bien hecho; si
Dolores de Cospedal, tocada con mantilla, es recibida por el Papa, está bien
hecho, si es Yolanda Díaz, una ministra del gobierno del PSOE, la visita es
digna de burla.
En esto, como en otras cosas, hay dos
actitudes que explican la conducta del PP: una, es que, sintiéndose dueño del país,
sus dirigentes pueden actuar como quieran, y pueden conservar, en exclusiva, la
representatividad de sus instituciones. De lo cual se deriva una doble moral
para medir sus actos y para juzgar los ajenos.
La otra es considerar ilegítimo cualquier
gobierno que no sea del PP, en particular si es de la izquierda por moderada
que sea, y, en consecuencia, estimar como ilegítimas, arbitrarias o irrisorias sus
decisiones. España es del PP; lo que no es del PP no es España o, en la terminología
franquista, es la antiEspaña. ¿Extraña, por tanto, que Casado acuda -sin darse
cuenta- a una misa en la que se reza por el alma de Franco?
Pero hay algo más, que desvela la
profunda ignorancia con la que actúan las primeras figuras del PP, unos jóvenes
botarates (y botaratas) con un máster regalado, que, soltando disparates, dejan
ver claramente lo mucho que ignoran de este país, que aspiran a gobernar -ojalá
sea tarde- y sobre todo a reconducir siguiendo sus reaccionarias tendencias.
La aludida secretaria de Comunicación,
Macarena Puentes -me ahorro el chiste fácil con Los del Río-, seguramente adoctrinada
por los tópicos de la derecha, desconoce que no es extraña la relación de un
sector de la izquierda con la Iglesia católica.
Lejos del anticlericalismo, en ciertas
corrientes de la izquierda hay una tradición de entendimiento con la Iglesia,
sobre todo con la feligresía militante, con las comunidades de base, con los
curas de barrio, e incluso con algunos obispos. Durante la dictadura -esa en la
que, según algunos miembros destacados del PP, en España se vivía estupendamente-
la Iglesia acogió en templos y conventos a muchos perseguidos por el católico
gobierno de Francisco Franco, a muchos trabajadores y vecinos para que
celebraran asambleas, que en otra parte no podían celebrar porque estaban
prohibidas, o incluso para que partidos y sindicatos clandestinos celebraran reuniones
y congresos.
La deslustrada secretaria de
Comunicación no debe saber que el Sindicato Democrático de Estudiantes de la
Universidad de Barcelona (SDEUB) se fundó en marzo de 1966 en el convento de
los capuchinos de Sarriá, en unas jornadas memorables. Desbaratadas por la
policía del Régimen.
Igualmente ignora que la plana mayor de
Comisiones Obreras, condenada a penas que iban de 12 a 20 años de cárcel por
asociación ilegal, fue detenida por la policía mientras estaba reunida en el
convento de los oblatos de Pozuelo, en las cercanías de Madrid.
Del mismo modo, ignora, quizá porque en
los cursillos de formación neoliberal del PP se omiten, los luctuosos sucesos
de Vitoria, en marzo de 1976, donde se produjeron ochenta heridos y cinco personas
muertas por disparos de la policía, al desalojar por la fuerza a los
trabajadores reunidos en asamblea en la iglesia de San Francisco, y que
entonces, Manuel Fraga, fundador de Alianza Popular y cargo destacado del
Partido Popular, era ministro de Gobernación, es decir, responsable supremo de
las fuerzas del orden (o del desorden, según se mire).
Seguramente, la secretaria de
Comunicación, en su carpetilla de trabajo (el “dossier” con un escueto “back
ground”) no guarda ficha ni apunte sobre la distensión entre cristianos y
marxistas, que se produjo en toda Europa y en España, en los años sesenta,
después del Concilio Vaticano II, convocado por Ángel Jose Roncalli, Juan
XXIII, “el papa bueno”, ni le suenen los nombres de José María Díez Alegría, José María González
Ruíz, Enrique Miret Magdalena, Jordi Llimona, Josep Dalmau, Mariano Gamo,
Francisco García Salve, José María Llanos, Diamantino García, Vicente Couce, Jesús
Fernández Naves, José María Xirinachs, Gabriel Delgado o Pedro Casaldaliga.
Es también posible que no haya oído
hablar en Génova, 13, de Alfonso Carlos Comín, cristiano y comunista, miembro
del Comité Central del PSUC, filial del PCE en Cataluña, y autor de un libro titulado:
Cristianos en el partido, comunistas en la Iglesia. Tampoco le habrán dicho
que durante la dictadura hubo una cárcel en Zamora reservada a curas que eran
críticos con el gobierno de Franco, Caudillo de España por la gracia de Dios.