miércoles, 19 de mayo de 2021

15-M-2011. Una pacífica rebelión de las clases subalternas

Con la crisis económica de 2008, llegó el ataque de los bárbaros, que no eran gentes incultas, sino financieros y empleados suyos, graduados en selectas escuelas de negocios y universidades de prestigio, que formularon, con prisa y sin atisbo de piedad, el programa solicitado por los acreedores de la banca y que aplicaron con disciplina serviles gobiernos. Países enteros se entregaron al brutal saqueo decidido por el FMI, la OCDE, Berlín y Bruselas para sanear con dinero público las cuentas de bancos privados, haciendo recaer sobre la población, acusada de vivir por encima de sus posibilidades, los funestos efectos de la codicia de unos pocos. “La codicia es buena” (greed is good) afirmaba Gordon Gekko, en la película “Wall Street”, como eje de su filosofía de vida, dedicada a vaciar los bolsillos de la gente para llenar el suyo.

Las izquierdas, acomodadas a la marcha del país, no supieron reaccionar. Enarbolando banderas desteñidas, vivían acomodadas al mundo existente y eran incapaces de acometer cambios profundos en su estrategia. Ideologías confusas, programas caducos y estructuras fosilizadas las habían convertido en parte del mobiliario institucional. El PSOE, agotada su contradictoria etapa reformista, estaba perdido en la tercera vía (muerta); un comunismo retórico y arcaico y una estructura rígida habían convertido Izquierda Unida en un partido incapaz de sobrevivir fuera de las instituciones.

Por fortuna, había gente, especialmente los jóvenes, que rechazaba tal estado de cosas y estaba dispuesta a resistir las embestidas del capital más salvaje. Eso fue el movimiento del 15-M en Madrid, extendido luego a otras ciudades y países, que respondía tanto a lo que ya había, al deterioro presente, como al deterioro presentido, anticipando lo que llegaría con el gobierno de Rajoy.

En un breve resumen, estos son los hitos de la época. En 2008 revienta la burbuja inmobiliaria, en julio cae Martinsa-Fadesa, la primera de las empresas constructoras; el 10 de octubre la Bolsa cae más del 9%; el Banco de España ratifica el retroceso; en noviembre se lanza el Plan E contra el desempleo; la Encuesta de Población Activa anuncia 800.000 nuevos parados; comienza la recesión: caen los precios y las ventas de pisos.

En mayo de 2010, presionado por la Unión Europea, Zapatero da un giro a su política. El 29 de septiembre hay una huelga general contra la reforma laboral y el anuncio de la reforma de las pensiones, y otra, el 27 de enero de 2011, en Cataluña, el País Vasco, Galicia y Navarra. El 15 de mayo de 2011, una manifestación concluye en una acampada en la Puerta del Sol -“No es una crisis, es una estafa”-. El 27 de septiembre, PSOE y PP aprueban la reforma “exprés” del artículo 135 de la Constitución, que antepone la devolución de la deuda a las necesidades sociales. El 20 de noviembre, el PP resulta vencedor en las elecciones generales. En diciembre, el gobierno de Rajoy anuncia los primeros recortes, que tendrán como respuesta la movilización de las mareas, distinguidas por sus colores.

El 29 de marzo de 2012, se celebra una huelga general contra la reforma laboral de Rajoy. El 10 de julio, la “marcha negra” de los mineros llega a Madrid y el día 11 hay una gran manifestación de acompañamiento hasta el Ministerio de Industria. El 14 de noviembre de 2012, se celebra en Europa el primer paro internacional del siglo XXI. El 23 de febrero de 2013, todas las mareas de unen en la marcha con el lema: “Marea ciudadana contra el golpe de los mercados”.

El 21 de marzo de 2015, tiene lugar la “Marcha de la dignidad” y el 22 de octubre la Euromarcha. El 30 de marzo de 2015, el Congreso aprueba la Ley Orgánica 4/15, conocida como la “ley mordaza”.

En 2008, año en que se declara la crisis, se producen en España 16.118 manifestaciones de protesta; en 2010 son 21.941; en 2011, 21.297; en 2012 ascienden a 44.233, en 2013 son 43.170, en 2014 descienden a 36.679. 



sábado, 1 de mayo de 2021

Ni tonta ni loca

 Ignorante, autoritaria y ambiciosa, sí. Populista, oportunista y lenguaraz, también.

En el Madrid azotado por la pandemia y sacudido por la campaña electoral, brilla con fulgor propio una estrella de la política -una supernova-, que, entre las laxas medidas diurnas y el toque de queda, encandila en terrazas y cafés. O quizá sea más adecuado decir que los madrileños asisten a un espectáculo de pocas luces y mucho ruido en continua representación: Producciones Ayuso.

La artista principal es figura de primera plana y de primeros planos, incluso en su partido, en su afán por aparecer como protagonista absoluta en la escena matritense.

Desde su ebúrnea torre en la antigua Casa de Correos, critica (a Sánchez), amonesta (a Sánchez), advierte (a Sánchez), provoca al recién llegado Iglesias (que cae en sus trampas), intenta burlar la ley con sobrevenidos intrusos en las listas, enardece a sus huestes, ignora a la oposición, desprecia a su socio, promete a los ingenuos, visita, inaugura, corta cintas, aparece y comparece, ríe, llora, hace mohines, ladea la cara y frunce la boca, según lo requiera la ocasión, en una exhibición de expresión corporal digna del Actors Studio.

Su apretada agenda política es un permanente “casting” de telenovela, mostrando los tópicos de la versión femenina de la derecha neoliberal -la mujer hecha a sí misma por su trabajo y sus méritos- con que suelen adornarse tantas mujeres mediocres, nacidas en buena cuna y criadas entre algodones, que han pasado por la política. Un alarde de fantasía, imitación de Esperanza Aguirre, hispánica versión de Margaret Thatcher, de infausta memoria para las clases subalternas británicas (véanse Tony Judt, Owen Jones, Naomi Klein o Ken Loach), que da como resultado una versión feminizada del falso liberalismo del PP, difícil de conciliar con su noción patrimonial y patriarcal del poder y con el estilo autoritario y clerical de gobernar, que le vienen de origen.

Ayuso reúne los requisitos necesarios para medrar en el PP: ha sido becaria en FAES, y afiliada obediente, o sea, políticamente nula; es devota de la Curia, es decir, de la administración eclesiástica, pero ignora el mensaje cristiano; está avalada por Aguirre y suponemos que por su perro “Pecas”, al que “le llevó” la cuenta de tuiter (¡qué frivolidad se gasta la marquesa!) y presenta un currículo cuajado de cursos y seminarios sin acreditar, y tan apretado en presuntos méritos que coinciden las fechas de unos y otros, en un historial de portentosa ubicuidad, apresuradamente embuchado como una morcilla con poca sustancia.

Como otras personas mediocres que llegan a ocupar puestos de relieve, Ayuso ha creído que las carambolas que la han llevado a la presidencia de la CAM son resultado de su innata capacidad para gobernar.

En su trayectoria garbancera, ostenta un cargo que le viene grande, ya que carece de cualificación profesional, de experiencia en la gestión y, sobre todo, de interés en defender los bienes colectivos -lo común y compartido, cuya gestión es el alma de la política-, pues, por el partido al que pertenece, es enemiga del patrimonio público, cuyo inexorable destino es pasar a manos privadas cuanto antes y al precio más bajo posible, pero dejando por el camino el correspondiente peaje, como acreditan las tramas, no casos, de corrupción (Gurtel, Lezo, Púnica, Kitchen…), aunque para ella “Mucha de la corrupción, resulta que no es tanta”. Así que no pretende gestionar nada que no sea en provecho de su partido y de sí misma, sino reducir el menguado papel asistencial que aún le queda a la Comunidad de Madrid.

Está aquejada de laborofobia -aversión a los trabajadores-, sobre todo, a los sanitarios, a los que somete a jornadas extenuantes, y de aporofobia, aversión a los pobres, a los migrantes menores no acompañados (“Atender a los “menas” no es darles una casa con pista de pádel”), a las colas del hambre  (“subvencionadas por la izquierda”) y los okupas (“Un día os iréis de vacaciones y cuando volváis Podemos habrá dado la casa a sus amigos okupas”), que es lo que hizo el PP en el Ayuntamiento, con Ana Botella, y en la Comunidad, con Cristina Cifuentes, pero a lo grande, vendiendo a precio de saldo, a fondos especulativos, no una vivienda pública, sino casi tres mil.

Ayuso sigue al pie de la letra el lema reaganiano de que los pobres tienen demasiado y los ricos demasiado poco, y trata de compensar esta presunta anomalía privatizando bienes y servicios públicos y manteniendo un adecuado nivel de paro, para mostrar a los trabajadores quienes son los que mandan.

Es populachera, inculta con ansia y como tal atrevida en sus opiniones, y aporta la correspondiente cuota de corrupción familiar (caso Aval Madrid) para no desentonar en Génova, pero mental y sentimentalmente está en Vox, aunque Casado lo ignore.

Recita como un loro la letanía que le preparan sus asesores, pero aporta algo propio, que muestra con desparpajo de pijachoni: es una supuesta “identidad” madrileña, un provincianismo rancio, basado en el ocio, el jolgorio nocturno y el consumo de bebidas alcohólicas (la bandera de la Comunidad, en vez de siete estrellas, debería tener unas “birritas”, pues la caña parece el símbolo de la libertad made in Ayuso).

Con el cultivo patológico de esta singular diferencia como fundamento político, Ayuso se ha colocado junto al catalanísimo Torra para oponerse a lo decidido por el Gobierno central y el Consejo Interterritorial de las Comunidades contra la pandemia, adaptando de forma laxa las medidas y posponiendo siempre la hora del toque de queda, de modo que, si, según sus palabras, “Madrid es España dentro de España”, según su práctica Madrid es España, pero sanitariamente menos que España y una hora más tarde que en España.

Madrid is different es el lema, de raíz fraguista, que distingue Ayusistán del resto del orbe.

30/4/2021

El obrero 1 de mayo, 2021