Son muchos los seguidores
que Don Giuseppe Tomasi tiene en el ancho mundo y, naturalmente, en Madrid, o
mejor dicho, en la derecha española afincada en Madrid, ciudad que ha
convertido en espejo del resto de España.
El anuncio de la
presentación en el registro del Ministerio del Interior de los estatutos de Sortu, el nuevo partido nacionalista
vasco heredero de Batasuna, ha sobresaltado a los dirigentes del Partido
Popular, que parecen creer en la sinceridad de los abertzales más que los
seguidores de la neonata formación vasca. De lo contrario no se entendería su desmesurada
reacción, pues, si Sortu fuera otro
de los disfraces políticos de (Herri) Batasuna, como lo fueron en su día Euskal
Erritarrok, Aukera Guztiak, Heritarren Zerrenda, Abertzale Sozialistak o
Askatasuna, entre otras “blandas marcas blancas”, bastaría con esperar al
dictamen del tribunal correspondiente para, de acuerdo con la Ley de Partidos, dejar
inútil el intento de concurrir a las próximas elecciones.
Para el Partido Popular, el
peligro reside en que estos abertzales (hay otros que no están en el brete) esta
vez sean sinceros y logren liberarse realmente de la oprobiosa tutela de ETA,
que, privada de base social, dejaría de poder considerarse la vanguardia armada
del pueblo vasco (del pueblo vasco que la sigue, claro) y se convertiría simplemente
en un grupo terrorista, cuyo único objetivo sería su propia supervivencia,
amparada ideológicamente en cualquier sofisma, y abocado tarde o temprano a
desaparecer ante la indiferencia general. Y esta es la posibilidad que aterra
al Partido Popular, por esa razón convocó el pasado día 5 de febrero, una
manifestación preventiva -¿les suena?- contra la “tregua trampa” y para
denunciar, de nuevo, una hipotética negociación secreta entre ETA y el Gobierno.
Trasluciendo la zozobra que
les invade por la posibilidad de que ETA desaparezca durante el mandato de
Zapatero, Mayor Oreja trasladó al Gobierno su temor cuando afirmó que Zapatero
necesita a ETA para hacer una segunda transición y ETA necesita a Zapatero para
avanzar en su proyecto rupturista, pues ETA nació, según Oreja, para quebrar
España.
Cuando aludo a la zozobra
del PP ante la posible desaparición de ETA no me olvido de las víctimas,
muchas de ellas militantes y simpatizantes del PP, ni supongo que este partido
no celebra el fin de los atentados, sino al contrario, pero una cosa es el fin
de los atentados y otra el fin de ETA como organización. Y como todo el mundo
recuerda, el PP no ha dudado en utilizar a ETA y al terrorismo como elementos
para desgastar a los gobiernos que no han sido de los suyos.
Si ETA desapareciera, en el
País Vasco cambiaría el espectro político, que ahora está desnaturalizado por
la presión del terrorismo. La presencia de ETA introduce elementos
extrapolíticos que condicionan la acción de los demás partidos y el
funcionamiento de la propia sociedad vasca; y aunque hace tiempo que perdió la
posibilidad de forzar cambios institucionales, todavía conserva una notable
influencia, aunque menguante, sobre el electorado, por adhesión o por el temor
que impone, y la capacidad de hacer de su opinión un obligado referente de las
fuerzas nacionalistas, incluido el PNV, y aun de las que no lo son.
Si el terrorismo
desapareciera y en el País Vasco se consolidara un opción independentista
pacífica y democrática similar a la que existe en Cataluña, el Partido Popular
perdería buena parte de su discurso y se vería obligado a enfrentarse con una fuerza
homóloga, burguesa, católica y de derechas, como es el PNV, sin la consabida
muletilla de que es el paraguas de los terroristas. Sin el drama del
terrorismo, el PP y el PNV serían dos partidos semejantes, enfrentados en
igualdad de condiciones -lo que no sucede ahora-, por la defensa de sus
respectivas opciones nacionales, ante unos ciudadanos igualmente liberados de
la amenaza terrorista.
Pero la pérdida aún sería
mayor. Si ETA desapareciera, fuera del País Vasco el Partido Popular perdería
uno de los ejes centrales de su discurso apocalíptico, como es el de la
balcanización de España, en esa hilvanada sucesión de términos que une
nacionalismo, terrorismo, independencia y destrucción de España, con la que
defiende la visión, de corte joseantoniano, de un país no unido, sino uniforme,
y no cohesionado sino homogenizado por la moral y la fe.
Perdería uno de sus
favoritos recursos ideológicos, que, junto con el aborto, el matrimonio gay, la
píldora del día siguiente, la asignatura de Educación para la Ciudadanía, las
clases de religión o la financiación de la Iglesia, han servido a sus
dirigentes para atacar al Gobierno, sin tener nada que decir sobre el problema más
urgente e importante de este país, que es la crisis económica.
Nueva Tribuna, 10-2-2011
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