Dos
días de tregua, aceptando unos servicios mínimos abusivos en medio de la huelga
total, desmienten las aseveraciones de Esperanza Aguirre sobre la intención
política de la “huelga salvaje” en el Metro
madrileño. En primer lugar, porque es un gesto cívico de los sindicatos hacia
la resolución del conflicto, mientras el gobierno autonómico se mantiene en sus
trece, y en segundo lugar porque pone en evidencia que el calificativo de
salvaje, lanzado por Aguirre y utilizado
con profusión por la prensa cavernícola, es sólo propaganda de cara a la
opinión pública.
Durante
dos días la huelga no ha sido salvaje, sino total; los trabajadores del Metro no se han comportado como
salvajes, sino todo lo contrario, pero han reaccionado contra unos servicios
mínimos que pretenden reducir los efectos de la huelga, que, recordémoslo, es
un derecho de los trabajadores que han utilizado hasta los jueces.
No obstante, la huelga es
política, pero no en el sentido que Aguirre le atribuye, de estar secretamente
inducida por el PSOE, con ayuda de una IU siempre dispuesta a la bronca, para
desgastar al PP en Madrid. Como ilustración, la Presidenta ha traído de los
pelos una cita de Lenin para acusar a los sindicatos de ser correa de transmisión
de los partidos. Pero Aguirre utiliza a Lenin sin necesidad, porque ella sabe muy
bien lo que es una correa de transmisión: su partido ha sido una dócil correa
de transmisión del Partido Republicano de EE.UU. (no olvidemos la foto de las
Azores, cuando Aznar quiso pasar a la historia de los grandes estadistas y
quedó retratado como el monaguillo de los infames), ha utilizado como correa de
transmisión a la Asociación de Víctimas del Terrorismo cuando le ha convenido y
sigue siendo una correa de trasmisión de las decisiones del Vaticano, y ahí
está, como otra prueba más, el reciente recurso ante el Tribunal Constitucional
de la nueva la ley del aborto, que tanto molesta a los obispos.
La huelga es política porque
es una respuesta a la larga serie de medidas con que el Gobierno de la Comunidad de Madrid
viene agrediendo a los ciudadanos madrileños como trabajadores y como usuarios
de unos servicios públicos en constante deterioro desde hace años. Aguirre es
una enemiga de los servicios públicos, y se le podría preguntar qué hace
administrándolos si no supiéramos que su intención es reducirlos, trocearlos y
privatizarlos. Podría parecer una contradicción lógica que Aguirre, que se
declara partidaria de la empresa privada y del Estado mínimo, no esté al frente
de una empresa y que toda su vida laboral se reduzca a la de una profesional de
la política, cobrando de ese Estado que tanto denigra y que tan bien la trata,
pero es una estrategia para utilizar el Estado a favor de los mejor situados.
Desde
hace años, Aguirre es una de las caras visibles de un tipo de capitalismo
parásito y salvaje, en el que pueden hacerse negocios fáciles al amparo de la
administración autonómica y en el que la patronal puede imponer sus reglas sin
cortapisas con ayuda del gobierno regional. La huelga del Metro, cuyo servicio se deteriora día a día, responde a esta
situación: es una huelga total en respuesta a un capitalismo salvaje. Es, como
se decía antes, una expresión de la lucha de clases, que la derecha no admite
-Franco la prohibió por decreto- como respuesta a sus agresiones a los
trabajadores. Otra cosa es que el motivo principal de este conflicto: rechazar
una rebaja en el salario pactado en el convenio y el recurso a la huelga no
hayan sido bien explicados por los sindicatos, pues la huelga, más que a los
políticos del PP, que utilizan poco el Metro,
ha perjudicado a los usuarios habituales, la mayoría trabajadores, que en algún
momento pueden verse obligados a recurrir a ella, así que bien merecen una explicación.
Pero en este asunto hay otro
aspecto a tener en cuenta, que tiene que ver con los planes de Esperanza
Aguirre y las tensiones dentro del Partido Popular. Mariano Rajoy es un líder
de perfil bajo, que ofrece poca confianza incluso a parte de sus votantes; en
los sondeos de opinión es un cateador nato, que va de suspenso en suspenso. Es
un dirigente indeciso y discutido, al que Aguirre ha desafiado en alguna
ocasión, pero sin llevar el enfrentamiento hasta el final. Ahora, frente a la
huelga de los trabajadores del Metro,
la lideresa, con una postura dura,
emula a Margaret Thatcher ante los mineros y trabajadores portuarios británicos
y se presenta como la dirigente firme y decidida que necesita la derecha
española. Aguirre quiere ser la spanish
Thatcher que ponga en evidencia la inconsistencia de Rajoy. Quiere presentarse
como la legítima heredera de Aznar.
Nueva Tribuna, 1-7-2010.
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