sábado, 23 de enero de 2021

ETA. Hechos y "relato"

A propósito de un enlace de L. Roca Jusmet 

Sin diferencias de criterio ni existiría la política, claro. Ni la humanidad tal como la conocemos. Pero reconocer la existencia de diferencias políticas no supone avalar todas las formas de resolverlas, precisamente porque algunas formas de acabar con las diferencias y establecer o restablecer un criterio común es acabar con la vida de quienes difieren. Lo cual suponer acabar con una de las finalidades de la política, que es tratar de resolver de forma pacífica, las diferencias de criterio en torno a los asuntos tenidos como comunes. La otra forma es la guerra, que acaba con los criterios discrepantes acabando con las personas que los mantienen. La guerra es la política por otros medios, decía el barón Von Clausewitz. La política es la guerra por otros medios, venía a afirmar Carl Schmitt, cuando establecía que la distinción fundamental en política era la distinción entre amigo y enemigo. 

Y respecto a Bildu, que se hayan aceptado los hechos, que son difíciles de negar (número de atentados, de víctimas, de muertos, de heridos, de exiliados, de encarcelados, valor de los daños materiales, respuesta policial, atentados de extrema derecha, GAL, torturas, etc, etc), no equivale a justificar su necesidad. Precisamente ahora la pugna está en el llamado "relato", que no es la escueta relación de los hechos, sino una valoración de la trayectoria de ETA y su justificación como organización necesaria hasta 2011.


miércoles, 20 de enero de 2021

"El manantial" (película)

 El manantial (King Vidor, 1949), película basada en la novela de Ayn Rand The Fountainhead (1943). La película, cuyo guion vigiló atentamente la autora, es un alegato en favor del individualismo de un arquitecto rebelde, convencido de su obra, contra la opinión de los demás, producto de la filosofía de Rand, que en su novela queda expuesta en el siguiente parágrafo:

El problema básico del mundo moderno es la falacia intelectual de considerar que la libertad y la coerción son opuestas. Para resolver los gigantescos problemas que agitan el mundo de hoy, debemos esclarecer nuestra confusión mental. Debemos adquirir una perspectiva filosófica. En esencia, libertad y coerción son la misma cosa. Les daré un ejemplo: los semáforos restringen su libertad de cruzar la calle cuando lo desean. Pero esa restricción les da la libertad de no ser atropellados por un camión. Si se les diera un trabajo y se les prohibiera abandonarlo, se restringiría la libertad de sus carreras, pero se les daría la libertad de no temer al desempleo. Siempre que se impone una nueva coerción sobre nosotros, automáticamente ganamos una nueva libertad. Las dos son inseparables. Sólo aceptando la coerción total podemos conseguir nuestra libertad total.

Claro que Rand se olvida decir quién controla el semáforo, que, en definitiva, es la metáfora del poder que administra el tiempo de paso en uno u otro sentido. Pero el mundo no está regido por mecánicos semáforos, ni tampoco el ejemplo es acertado, porque, en la realidad el semáforo (el poder) señala tiempos de paso diferentes para unos u otros peatones, y así, dependiendo de la clase social, unos siempre tienen el paso expedito hacia sus objetivos, con la luz del semáforo en permanente color verde, mientras otros están detenidos, sin quererlo, por la prohibitiva luz roja.   

Mucha nieve

Ayer, el triunvirato que detenta el empoderamiento femenino en la república de mi casa me levantó el arresto domiciliario y me permitió salir a la calle, pero debidamente equipado con botas de montañero, recio bastón de madera, (comprado en un pueblo del camino de Santiago, aunque no soy peregrino de ese camino, sino de otros), gorro de lana, guantes y mascarilla de reglamento, para seguir un itinerario trazado -por ahí no, papá, que hay hielo-.

Tras unas noches gélidas, la verdad es que había hielo por todas partes, pero en algunos lugares, muy pisado y prensado era realmente peligroso, además de feo, por lo que, a pesar del sol y de una temperatura soportable, por ciertas calles no era recomendable el paseo de jóvenes y aún menos de viejos, aunque los hay muy audaces de ambos sexos.

La belleza de los primeros días de la nevada se había perdido. El extenso manto blanco que desdibujaba los accidentes de las calles y el perfil del barrio, dándole a todo un aspecto uniforme, redondeado y luminoso, se había roto aquí y allá, sin orden ni concierto, a causa de los paseos de los adultos y los juegos de los niños en las jornadas inmediatas a la nevada, y de la acción de los vecinos, que transcurridos unos días sin recibir auxilio de los servicios públicos, habían abierto estrechas veredas en las aceras donde era posible y caminos algo más anchos en las calzadas para permitir el paso de los vehículos municipales, que no pasaban, o de los conductores más osados.

La nieve no recogida, sumada a la apartada para dejar paso a los coches, había formado espontáneas medianas en las calles anchas, y en algunas esquinas se podían ver informes montones de hielo ennegrecido de hasta dos metros de altura, que entraban en competencia con los montones de bolsas de basura y rebosados contenedores de papel, rodeadas de cajas de regalos del día de Reyes, que las empresas recicladoras aún no han recogido.     

El espectáculo era lastimoso, porque parecía que después de la “Filomena” había pasado el “Katrina”, por la cantidad de ramas rotas y árboles tronchados que había caído sobre cualquier parte, en las aceras, intransitables por la nieve endurecida, sobre coches aparcados y todavía clavados en la nieve o sobre casas y jardines del parque. El suelo era un irregular amasijo de nieve sucia, prensada y dura, que formaba irregulares hileras a los lados de la calzada, donde el vecindario había hecho el camino justo para permitir el paso de un solo vehículo en las dos direcciones, eso en calles donde no hubiera sombra.  La nieve amontonada limitaba aún más el posible rescate de los coches aparcados desde hace días, unos cientos sólo en mi barrio.

En la vía principal, dotada de abundante arbolado, unos operarios con escaleras mecánicas y motosierras acometían el saneamiento de ramas rotas y de pinos, que, vencidos por el peso de la nieve, se habían tronchado. El temporal había venido a señalar el tiempo transcurrido desde la última poda. El destrozo arbóreo ha sido monumental. Tanto, que los parques están cerrados al público hasta que los árboles se puedan sanear, que no se sabe cuándo será, dados los precarios recursos humanos y materiales de los que disponen tanto el excelentísimo Ayuntamiento como la, no menos excelentísima, Comunidad, cuya gestión no entro a valorar por ahora, para no estropear esta crónica costumbrista. Me pasa un poco lo que a Iñaki Gabilondo, que estoy “empachao” de política nacional.

Hoy, con más temperatura, el sol está venciendo a la nieve y más lentamente al hielo, a pesar de que todavía hay mucho. Y debe ser que nos ha tocado el turno, pues he visto una brigadilla de operarios en el barrio y un par de máquinas. Una excavadora levantando unas placas de hielo que parecían llegadas de Groenlandia y un camión con una cuña quitanieves ensanchando en las calzadas el paso de los coches. Pero debe haber cientos de toneladas de hielo en el barrio. Ya veremos qué ocurre cuando empiece a llover.   

18 de enero, 2021.   

jueves, 7 de enero de 2021

La tentación gatopardesca


Cuando los cambios parecen inevitables, puede surgir en la clase política el recurso a la solución “gatopardesca” para conservar el orden establecido. El fenómeno fue expuesto por Lampedusa en su novela Il gatopardo, cuya acción se sitúa en la época de la unificación de Italia. El príncipe de Salina, un terrateniente siciliano, ante los cambios que se avecinan (se acerca Garibaldi, con sus camisas rojas), decide adelantarse a ellos proponiendo su idea de cambiar para que, al final, todo siga igual, que es lo que de verdad le importa. Impulsa una mutación ficticia.
En España estamos viviendo una situación parecida, pero sin un Garibaldi a la vista, aunque algunos, en sus pesadillas, ya lo ven con coleta al frente de una airada legión de frikis armados con teléfonos móviles.
Cuando la gente en la calle reclama de manera pertinaz que se acometan las reformas pertinentes para adaptar el país oficial al país real, las instituciones políticas y económicas a las necesidades de los ciudadanos, está surgiendo en los miembros más avisados de la clase política la tentación gatopardesca, en otros ni eso, afectados como están por la parálisis. 
La tentación del recambio es grande -reemplazar una pieza por otra- y se proponen las reformas por arriba, la sustitución de personas para no afrontar la reforma de las instituciones, con el objeto de seguir conservando el control de los resortes del Estado, el poder de los aparatos y a la postre, la docilidad de los órganos de la representación ciudadana. Se trata de mantener a flote el régimen político surgido de la Transición, que tiene abiertas varias vías de agua, colocando los parches necesarios para que siga navegando un par de décadas más, ahora pilotado por otro timonel.
Pero, ¿servirán las superficiales reformas que se apuntan, el uso de los repuestos previstos y la sustitución de nombres para evitar los cambios en profundidad que reclama la gente en la calle?

El 18 “brumario” de Donald Trump

El asalto al Capitolio norteamericano por una muchedumbre que intentaba boicotear el último trámite legal para designar a Joe Biden y a Kamala Harris como presidente y vicepresidenta de Estados Unidos, previo a la protocolaria transmisión de poderes del día veinte, es un insólito hecho político en la historia de Estados Unidos, como lo sería en cualquier otro país dotado de un sistema democrático el intento de invalidar el resultado de unas elecciones mediante un acto de fuerza.

Las imágenes de la variopinta barahúnda de manifestantes forcejeando con la policía que custodiaba el Capitolio, que fue finalmente desbordada, y la entrada en tromba en el edificio repartiéndose a su antojo por salones y despachos, sugieren el inmediato recurso a un hecho semejante que ayude a comprender este extraordinario suceso en la primera república democrática de la era moderna. Y la figura política que inmediatamente acude a la mente para calificar el hecho es la de un intento de golpe de Estado, que, por la participación de la muchedumbre enardecida, sugiere cierto parecido con la marcha sobre Roma, de 1922, promovida por Mussolini para ocupar el gobierno italiano apoyándose en la movilización de las masas.

Sin embargo, la similitud no es acertada, pues, si bien existe movilización de masas, no se trata de un asalto al Estado desde fuera del Estado, con el fin de ocuparlo para cambiar su orientación y funciones, sino de un acto inducido desde dentro del propio Estado, por su máxima representación, que es el Presidente de la República, con la complicidad de senadores republicanos decididos a reventar el acto y el apoyo exterior de sus partidarios, cuyos ánimos han sido enardecidos con incendiarias acusaciones de fraude desde el mismo día de las elecciones, sin haber detectado ningún indicio de ello ni aportar prueba alguna de irregularidad en el escrutinio de los votos o de manipulación interesada.

En realidad, se trata de una profecía autocumplida, de un desenlace anunciado antes de que comenzase la campaña electoral, porque Donal Trump, que se considera un ganador nato, había advertido de que, si no ganaba las elecciones, se debería a un fraude perpetrado por los demócratas.

Desestimadas por los jueces sus reclamaciones de fraude por falta de pruebas, sus crédulos seguidores, que muestran uno de los fenómenos más claros de enajenación de masas, siguen creyendo ciegamente los cotidianos mensajes de Trump, que actúa como un dirigente mesiánico, alegando que le han robado las elecciones y a ellos, que los demócratas les han privado de un dirigente político que, por fin, les iba a ofrecer lo que por ahora no ha cumplido, ni puede cumplir, que es revertir la historia del país hasta volver a situarlo en los años cincuenta.

Trump no es sólo un político populista ultraliberal y conservador, sino el dirigente de un movimiento reaccionario, que no es nuevo, sino que está arraigado en la América profunda y abonado con mimo por el Partido Republicano desde, al menos, los tiempos de Ronald Reagan. Basta acordarse de Ross Perot, de Sara Palin, del Tea Party y de los halcones conservadores de Bush jr. para comprobar que el “trumpismo” no es un fenómeno repentino, explicado por el talante colérico y narcisista de un especulador inmobiliario devenido aventurero de la política, sino un resultado del viaje de la derecha norteamericana hacia el nacional populismo y la deriva del Partido Republicano arrastrado por un sector con manifiestas tendencias parafascistas. Y un fruto del errático camino del Partido Demócrata, que también tiene que ver en esta situación.       

El asalto al Capitolio ha sido un intento de autogolpe promovido por un presidente que se salta el orden instituido para dotarse de poderes excepcionales, pasando por encima del resultado electoral para mantenerse en el poder, que recuerda la reflexión de Marx, en “El 18 brumario de Luis Bonaparte”, sobre el autogolpe del presidente de la República francesa, el 2 de diciembre de 1851, para convertirse en el emperador Napoleón III, emulando el golpe del 18 brumario (9 de noviembre de 1799), con que su tío Napoleón Bonaparte instauró una dictadura militar antes de convertirse en emperador.

El parangón es oportuno no sólo por los rasgos con que Marx, en el prólogo de 1969, describe a Luis Bonaparte -“La lucha de clases creó en Francia las circunstancias y las condiciones que permitieron a un personaje mediocre y grotesco representar el papel de un héroe”-, que recuerdan a Trump, sino por la heteróclita y subalterna base social en cuya movilización se apoya, en cierto modo semejante a la marginal hueste de Bonaparte, seducida con champán, salchichón y cigarros puros.  

El intento, por ahora, ha fracasado. Quedan todavía unos días de mandato de Trump hasta la jura del cargo de Joe Biden, sin que se pueda desechar otro ensayo para impedir el relevo en la Casa Blanca por quien ha asegurado que nunca reconocerá su derrota electoral. Y queda, después, el mandato de Biden, que tiene que hacer frente a un país cuya población ha sido sometida a un largo y persistente proceso de enajenación y polarización política, incentivado desde la Casa Blanca los últimos cuatro años, que merece un análisis más detenido para detectar y comprender los muchos factores que han actuado en la conducta de 74 millones de personas que han entregado su voto a un personaje como Donald Trump, cuya vida y aspiraciones están en las antípodas de la inmensa mayoría de sus votantes, afectados por la creciente desigualdad que divide cada vez más el país en una minoría de ricos muy ricos y un crecida masa de gente recientemente empobrecida por la crisis financiera, que se une a los llamados pobres de la globalización. 

7/1/2021

martes, 5 de enero de 2021

Fiestones

El fiestón, “la rave” o “delirio” montado en una abandonada fábrica de ladrillos de Llinars del Vallés (Barcelona) por una pareja de desaprensivos, es, por la duración, en principio tres días, por el número de asistentes, alrededor de 400, y por la concurrencia de tarados internacionales, el último gran ejemplo, por ahora, de un fenómeno recurrente. Tras la denuncia de unos vecinos, el jolgorio fue interrumpido por la policía autonómica, que, tras 40 horas de cerco, le puso fin practicando la identificación de los asistentes. La tardía intervención mostró la dificultad de ERC y Junts en el Govern para ponerse de acuerdo y actuar con más presteza.

Otro fiestón en Madrid, en un chalet de Leticia Sabater, así como otros jolgorios clandestinos celebrados a lo largo del país durante la pandemia suponen un claro desafío a las medidas de caución adoptadas por las autoritarias sanitarias y revelan un fenómeno preocupante. Ya lo sería en otras circunstancias, igual que los botellones, que, desde hace, al menos, una década, se han convertido en una forma de ocio juvenil, que merece escasa atención de familias, educadores y autoridades sanitarias, pero cuando el virus comienza su tercera oleada de contagios, el tema exige una solución urgente, porque va contra la lógica sanitaria de atajar los efectos de la pandemia.  

Las causas últimas de esta actitud suicida son difíciles de encontrar. Quizá se deban a una pulsión instintiva, que responde a la sabiduría de la naturaleza para depurarse de los especímenes más nocivos para la supervivencia de la especie humana, como ocurre con otras especies. O quizá respondan a una visión más lógica de la historia humana, en la que la razón, actuando de manera astuta, va liberando, a través de fiestas y botellones, a la sociedad de sus componentes menos útiles -ancianos, enfermos y jóvenes insensatos- a través de los actos irresponsables de los elementos más estúpidos, movidos por un individualismo patológico, ejercido en nombre de la libertad.

En cualquier caso, un problema para el resto.    

Ponga un anglosajón en su vida

A estas alturas del año, y de la vida, buscando unos papeles, me he topado con este: 

Ponencia para las II Jornadas de Radio Cero (15-17 de mayo, 1987).

“La americanización del mundo es nuestro destino” (Teodoro Roosevelt).

En “Los condenados de la tierra”, cuenta Frantz Fanon que, durante la guerra de Argelia, la radio pasó de ser un instrumento al servicio de la administración colonial -hablaba en francés para los franceses- a ser un vehículo de información para las masas analfabetas argelinas. “Desde 1956, la compra de un receptor de radio en Argelia significó no sólo la adopción de una técnica moderna para conseguir información, sino el acceso a uno de los pocos medios para recibir comunicación de la revolución”. 

Consciente del peligro, la administración francesa prohibió la venta de aparatos de radio y de pilas a la población autóctona para impedir la difusión de los mensajes del Frente de Liberación Nacional y ordenó a las tropas destruir todos los receptores de radio que encontrasen en sus incursiones, además de crear interferencias para obstaculizar las emisiones de La Voz de Argelia Libre. “De repente, la radio llegó a ser tan esencial como lo fueron las armas para el pueblo en sus acciones contra la administración colonial”.

El ejército norteamericano, que conocía muy bien la función de los medios de información en la propaganda, durante la guerra de Vietnam efectuó uno de los más insólitos bombardeos que se conocen: dejó caer 10.000 aparatos de radio de transistores sobre las dos zonas del país (el norte y el sur), con la particularidad que dichos aparatos estaban sintonizados con las frecuencias norteamericanas que emitían programas en la lengua del país.

Si Fanon creía que la radio era un instrumento que podía servir a la revolución, como también lo había hecho en Cuba el Ejército Rebelde emitiendo desde Sierra Maestra, las autoridades militares norteamericanas la habían puesto al servicio de la contrainsurgencia.    

De la importancia de los medios de información y comunicación en nuestras sociedades y, claro está, de la radio, que es el medio que nos ocupa, dan cuenta las transacciones, ventas y fusiones de estos medios que se están realizando a ambos lados del Atlántico, entre compañías francesas, inglesas y norteamericanas. Parece que en las bolsas internacionales se ha despertado un inusitado interés por las inversiones de capital en empresas de información y comunicación, que progresivamente se van concentrando y dando lugar a gigantescas empresas “multimedia”, que controlan prensa, radio, televisión, cine y compañías discográficas.

De todo ello puede esperarse una intensificación de la cultura anglosajona que ya padecemos, que en el campo musical va en detrimento de la producción de países europeos (Francia, Italia, Portugal, Alemania, Grecia…), y favorecida, además, por la resaca de la campaña pro atlantista, puesta en marcha de cara al referéndum de permanencia en la OTAN el año pasado.    

Para que no se diga que en casa del herrero el cuchillo es de palo, el refuerzo de la cultura anglosajona empieza en los Estados Unidos. El presidente, siguiendo la consigna “América, primero”, ha suprimido los programas de educación bilingüe y ha dejado sin clases en español a los niños de una minoría de 15 millones de hispano parlantes más unos 7 millones de residentes clandestinos, que forman la colectividad con el crecimiento más rápido del país (se calcula que para el año 2000 habrá superado a la población negra).

Aquí, en esta remota provincia del imperio parece que no sólo se tienen que acatar a rajatabla los criterios del amo, sino que una caterva de locutores, programadores, pinchadiscos, directivos de radio y televisión, distribuidores de cine, literatos de cordel y filosofastros a sueldo se esfuerzan para que seamos cuanto antes un estado de la Unión.

Respecto a nosotros y a la radio, que es lo que nos ocupa y preocupa, voy a ofrecer algunos botones de muestra de esta influencia anglosajona en nuestra programación. En la franja nocturna, que suele ser la más musical, he elegido, un día cualquiera de la semana, tres emisoras de frecuencia modulada y he escuchado la música que ofrecían en programas de madrugada, con el siguiente resultado:

Radio 80. De 4 a 5 de la madrugada: 12 canciones en inglés, 1 en castellano, 1 en griego.

Radio El País. De 5 a 6 de la mañana. 11 canciones en inglés, 1 en castellano y 2 en otras lenguas.

COPE. De 6 a 7 de la mañana. 12 canciones en inglés y 1 en castellano, en la españolísima cadena de los obispos.

Es sólo una muestra aleatoria, pero la proporción no está mal: 1 por docena. Durante el día los programas son diferentes, más hablados y, por tanto, con menos música, pero la proporción no creo que varíe mucho.

Para que veamos la importancia de la influencia anglosajona, en RNE, durante la última quincena del mes de abril, se han incorporado al archivo sonoro 92 grabaciones en inglés (73,6%), 15 en castellano (12%) y 18 (14,4%) en otras lenguas, de producción propia, procedentes de grabaciones en directo de festivales, conciertos, recitales de música, etc. No se han producido en ese tiempo, sino que ha sido en esa fecha cuando se han puesto a disposición de los usuarios.

En lo referido a las adquisiciones en discos de vinilo y compactos de música ligera y moderna, es decir, no clásica, la proporción es la siguiente: en lengua inglesa 149 unidades (64,5%), en castellano 68 (29,4%) y en otras lenguas 14 (6,1%).     

Hablemos de nosotros. En el folleto impreso con la parrilla de programas de “Radio Cero. La radio AntiOtan”, de las 33 horas semanales dedicadas a programas musicales, un promedio de 20 horas semanales se dedica a emitir música anglosajona (diversas variedades de rock, pop, punk, heavy metal, folk, country). He excluido los informativos, tertulias, magazines y otros programas hablados, que también incluyen música como complemento y descanso (por cierto, en uno de ellos he llegado a escuchar seis canciones en inglés seguidas).

Por otro lado, constato la inclinación de la emisora con la música de las nacionalidades, con preferencia del País Vasco (en particular, el horrible rock borroko), pero no debemos olvidar que, dada nuestra escasa potencia, emitimos sólo para Madrid, y que, aquí, mientras no se demuestre lo contrario los oyentes son hablantes de castellano. Y con esto no abogo por la música de Bertín Osborne o de Rocío Jurado, pero creo que debemos echarle más imaginación a la cosa, porque ahí reside el problema: vamos mucho a lo que ya tenemos, que es consecuencia del modelo musical hegemónico en que hemos sido educados y por comodidad, ignorancia o por pereza, no salimos de él.

En la cuenca mediterránea tenemos una veta cultural y musical riquísima, con verdadera melodía (cosa perdida en la música anglosajona, basado en ritmos cada vez más ratoneros y en el uso de la electrónica). Y en el norte de África y más abajo, un caudal inmenso de ritmos y armonías que está ahí esperando que alguien lo difunda.

Con lo dicho, sólo quiero llamar la atención sobre dos cosas. La primera es la contradicción formal entre nuestra definición como radio AntiOtan y la música que, en excesiva proporción, ofrecemos. La otra, es que como emisora alternativa deberíamos abrirnos a otro tipo de música, lo cual pone en evidencia las limitaciones de nuestra discoteca.

……………    

Nota: Radio Cero fue una emisora de frecuencia modulada, que formaba parte de la Coordinadora de Radios Libres de la Comunidad de Madrid y de la Coordinadora Estatal (nacional). Una de las jaulas de grillos más creativas de aquellos años, que fue suprimida por real decreto, cuyas frecuencias se adjudicaron, en subasta, a las emisoras comerciales o eclesiásticas, que emitían con más medios y, desde luego, con más potencia. La frecuencia de Radio Cero la ocupó la ONCE, que utilizó hasta el nombre: Onda Cero.