jueves, 28 de abril de 2016

Otegui en Bruselas


A propósito de un post de F. Ovejero sobre al vista de Otegui al Parlamento europeo arropado por IU y por Podemos.

Ahí arriba (País Vasco) se parte de un terreno abonado, no ya por el carlismo y por el nacionalismo de Arana, sino de un error mucho más reciente, y que es el trato preferente dado a los partidos nacionalistas durante la Transición, como si hubieran sido las únicas o las pero tratadas víctimas de la dictadura, olvidando, en el caso muy flagrante en el País Vasco, de las facturas que tenían pendientes los gobiernos autonómicos históricos con el Gobierno de la II República. 
Pregunta, seguramente tonta: ¿Qué debía a los nacionalistas el Estado democrático de derecho que se estaba configurando tras la muerte de Franco? 
Parecía que el Estado, y el resto de los españoles en general, les debieran algo a los nacionalistas cuando debía ser al contrario. ¿Acaso no había intentando la Generalitat fundar de modo unilateral, aunque por pocas horas, un Estado independiente del de la II República? ¿Acaso no se rindieron por su cuenta los nacionalistas vascos a los italianos dando por concluida la guerra y dejando en la estacada a la II República? 
Gestos muy feos, que los nacionalistas han enmascarado a base de reescrituras de la historia y toneladas de propaganda. Y ahora a ver quién desmonta eso.

No entiendo por qué lo pasean, por qué lo avalan, por qué lo exhiben. Puede que el inmediato objeto sea captar algunos votos en el País vasco, pero, en general, para la izquierda es nefasto el giro al soberanismo. IU tiene la experiencia de la escisión de Oscar Matute en Ezker Batúa. Y antes la de Lertxundi.

martes, 26 de abril de 2016

La aspiración igualitaria (III)

Concluye aquí esta breve serie. Y recalco la fecha en que fue efectuado un dictamen tan pesimista, por los rasgos que entonces se apuntaban y hoy ya son plenamente reconocidos: 1992, el año de los fastos (y los gastos) de la Exposición Universal de Sevilla, el Centenario del Descubrimiento de América, los Juegos Olímpicos de Barcelona, y el año que en comenzó la crisis económica que marcó el declive del gobierno de Felipe González.

3. La democracia desigual

Hoy, en las postrimerías del siglo XX, tanto el llamado socialismo real, o el socialismo realmente existente, como el liberalismo triunfante han conseguido burlar el afán igualitario para generar nuevas formas de desigualdad social.
En el primer caso, la existencia del partido único y la ocupación del Estado por una nomenklatura sin control social alguno han supuesto la negación de uno de los principios fundacionales de tales sociedades, teóricamente formadas por sujetos política y económicamente iguales. 
En el segundo caso, el liberalismo ha dado lugar a democracias capitalistas, democracias burguesas, gobernadas por varias nomenklaturas que forman una clase con intereses particulares en el entramado del poder, y nuestro país, pese a su tardía instalación en tal modelo, no es una excepción.
Hoy la democracia es formal; carece de contenido moral, de ética. Ha quedado reducida a unas cínicas reglas para alcanzar el poder político y permitir sin sobresaltos la alternancia entre las élites. No es una forma de gobernar ni de pertenecer a la comunidad política. El aristotélico zoon politikón, que vive en comunidad y se ocupa de los asuntos de la comunidad (ese es el sentido primigenio de la política, cuando la polis es la comunidad), ha dado paso al zoon apolitikón, gobernado por una casta de profesionales en la gestión de los asuntos públicos, que son cada vez más los asuntos privados de una clase política ideológicamente indiferenciada. Así, habría que actualizar la vieja frase del Manifiesto Comunista que dice que "el gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la burguesía”, y añadir la idea de que el Estado es el lugar privilegiado donde hace negocios la clase política, como los hechos están demostrando cada día.
Si a lo largo de los dos últimos siglos las clases dominantes se han defendido como gato panza arriba del derecho al sufragio de las clases subalternas, para acabar reconociéndolo muy a su pesar, no por eso han cejado en su empeño de restaurar la desigualdad social y política, y no digamos ya la económica. 
En realidad, el vaciamiento que se ha producido en las reglas que conforman la democracia política mediante la interesada intervención de las élites en las leyes electorales y los reglamentos de las cámaras, la disciplina de partido, el papel del Ejecutivo, los supercentros de poder alejados del control ciudadano, etc, etc, muestran que se trata de una lucha de las oligarquías de cualquier ideología política contra el principio igualitario del sufragio universal. No contra la forma, que es intocable porque confiere legitimidad (incluso los dictadores la utilizan), sino contra el contenido igualador de la democracia. Así, de hecho, no son equivalentes los votos de todos los ciudadanos, ni todos los ciudadanos son realmente elegibles ni la política es una actividad de toda la politeia. Con ello se ha llegado a un sistema de representación irresponsable, por el cual los electores disponen de una capacidad muy limitada sobre sus representantes, tanto para designarlos como para deponerlos.
Si el fracaso del socialismo real muestra las dificultades para crear sociedades realmente igualitarias, en las que los individuos puedan disfrutar de los mismos derechos y oportunidades, el modelo defendido por la doctrina neoliberal muestra las dificultades para mantener la igualdad de los derechos individuales en las desigualitarias sociedades actuales.
En este modelo, la desigualdad como principio, incentivada por la penetración de las leyes del mercado en todos los rincones de la sociedad, ha generado un mundo hobbesiano donde la insolidaridad y la desigualdad se han convertido en patrones de vida.
La justificación de tales conductas parece encontrarse en el papel concedido por cada sujeto a su propio yo como suprema instancia para medir la relación con todos los demás. El éxito individual, medido en dinero y en poder, y el hedonismo buscado de manera compulsiva parecen ser la última y poderosa razón para olvidarse de los otros, que únicamente existen como ocasionales servidores -de usar y tirar- o como competidores en una sociedad concebida como una jungla, en la que, desterrada toda cooperación desinteresada, sólo cabe competir para vencer o ser vencido.
Como en otros momentos oscuros de la historia, la aspiración igualitaria descansa, pero no parece que vaya a ser por mucho tiempo, pues la gravedad de los problemas sociales y el rápido deterioro ecológico muestran que vivimos en un mundo cada vez más pequeño, más frágil, más inhumano y más injusto, en el que la actuación irresponsable de unos pocos conlleva consecuencias gravísimas para muchos. Pero no ha de tardar la respuesta de los muchos, defendiendo su vida y la del planeta, al imponer nuevos raseros que erosionen la desigualdad existente y la injusticia imperante.

Madrid, verano de 1992. 

Para Iniciativa Socialista, número 21, extra “Libertad, Igualdad y Solidaridad”, octubre de 1992. 
Aparecido en el libro colectivo: "Entre dos siglos (1989-2005)", Madrid. SEPHA, 2006, dentro de la selección de textos publicados por la revista Iniciativa Socialista (luego Trasversales) desde su fundación en 1989.

La aspiración igualitaria (II)

2. La emancipación colectiva. La igualdad
Junto a la anterior interpretación de la génesis de la sociedad moderna cabe otra. No opuesta, sino complementaria, que busca en el afán igualitario el otro polo de la tensión que ha forjado la sociedad de nuestros días.
La vocación igualitaria ha sido históricamente una aspiración de las clases subalternas, suscitada por la pobreza material y la carencia de derechos. Ha aparecido asociada con la demanda de equidad en la distribución de los bienes y de justicia en la interpretación y administración de las leyes, pues no ha sido casual que los más pobres hayan sido siempre los más injustamente tratados.
En la Europa moderna, la aspiración igualitaria tiene un largo recorrido, cuyo origen es el quiliasma revolucionario medieval, heredero a su vez de los relatos proféticos del judaísmo y del primer cristianismo. Dichas profecías son, para Norman Cohn[1], "mecanismos gracias a los cuales los grupos religiosos, primero judíos y después cristianos, se consolidaban, fortalecían y reafirmaban ante la amenaza o realidad de la opresión".
Las conmociones sociales de la Edad Media reavivaron en las clases más humildes la creencia de que habría de venir un reino que duraría un milenio, en el que todas las injusticias serían reparadas y donde los pobres encontrarían compensación a su desdicha. El milenarismo -según M. I. Pereira de Queiroz[2]- se ocupa siempre en imaginar una transformación del mundo profano; las esperanzas y aspiraciones que se encuentran en él son terrestres, pero los medios para tener acceso al mundo nuevo, así como ciertas características de éste, son sagrados". "Sin embargo -continua la misma autora-, el milenarismo no puede nacer en cualquier religión; no es viable más que en las religiones activas, que atribuyen al individuo el poder de transformar el mundo en que vive.
La lenta descomposición del orden medieval fue la base material sobre la que se revitalizaron las profecías milenarias que se propagaron por Europa desde fines de la alta Edad Media hasta el Renacimiento. En Flandes se extendieron entre el siglo XI y el XIV; en el centro y sur de Alemania, desde mediado el siglo XIII hasta el cisma protestante; en Holanda, Westfalia y Bohemia durante la Reforma.
La progresiva reducción de los grupos ampliados de parentesco, el crecimiento demográfico y la crisis de la economía rural que arrojaba del feudo a los que no podía alimentar, la sustitución de los lazos de solidaridad vertical entre señores y siervos por estratos horizontales basados en la posesión de la riqueza pero sin ningún tipo de compromiso asistencial, el crecimiento de las ciudades, el auge gremial del artesanado y la formación de una boyante burguesía mercantil trajeron nuevas relaciones sociales.
Junto a la riqueza que exhibían los grandes comerciantes y los nobles que los emulaban, coexistía la pobreza creciente de todos aquellos que, marginados de las estructuras sociales tradicionales, no encontraban acomodo en aquella sociedad que lentamente se iba polarizando. Mientras los lazos sociales propios de la era moderna (relaciones entre clases) se instalaban entre las capas altas y los habitantes de las ciudades, las relaciones tradicionales, basadas en el parentesco y en los pactos de vasallaje, se mantenían en los estratos sociales inferiores y en el extensísimo mundo rural.
En estas circunstancias, las guerras y las pestes no hicieron más que agravar las penurias de los desposeídos. Por ello no es de extrañar que las viejas profecías milenarias volvieran a encontrar eco en las masas de individuos cuya vida se había visto dramáticamente perturbada por la desaparición de las relaciones socioeconómicas a las que estaban habituados. A pesar de la  exasperación y la radicalidad de sus planteamientos, en estos movimientos, representados por múltiples sectas, aún no está presente un programa político. Sus reivindicaciones y su lenguaje están presos todavía de los presupuestos religiosos y de la idea de la redención; no obstante el afán igualitario es claro.
Frente al poder y la molicie de la nobleza y la riqueza de la burguesía y del alto clero se opone el ideal de vida sencilla, basado en la abolición de la propiedad privada y de la autoridad, en el disfrute de los bienes en común e, incluso, en la comunidad de mujeres. El abanico de idearios es tan amplio que va desde la simple propuesta de reformar la Iglesia para retornar a la pobreza evangélica, hasta formular postulados anarcocomunistas, como el caso de John Ball, en la Inglaterra del siglo XIV, el de Tomás Müntzer, en Alemania, en el siglo XVI, o el programa de los niveladores de Winstanley, en la convulsa Inglaterra de la guerra civil. 
Paralelamente, el afán igualitario también encuentra expresión escrita en un género literario que critica el mundo presente a través de la descripción de una sociedad armoniosa -la utopía-, que, a la vez que niega lo existente, adelanta una sociedad futura que oscila entre el comunismo de estado y el anarquismo.
La Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano viene a reconocer la igualdad como uno de los fundamentos legales de la nueva sociedad, pero bien pronto la marcha de la revolución señala la honda escisión que existe dentro del tercer estado, porque la Declaración de Derechos del Hombre de 1789 tiene su reverso en la Ley Le Chapelier,[3] del año 1791, que proscribe la huelga y la asociación de los obreros.
Tras el ocaso del período jacobino, la reacción del Thermidor viene a confirmar que el impulso popular e igualitario se ha agotado. Su último estertor lo exhala la fallida insurrección de Los Iguales, capitaneada por Babeuf, Marechal y Buonarroti en 1797, cuyo ideario es ya un embrión del programa comunista radical que más tarde será continuado por Blanqui.
La copiosa literatura utópica posterior a la revolución de 1789 abunda en la idea de la igualdad desde perspectivas diferentes, pero será sobre todo el proyecto comunista en sus dos versiones (comunismo libertario y comunismo autoritario) el que convierta la igualdad en uno de los pilares del programa de la clase obrera.
Efectivamente, el afán igualitario está tan presente en los primeros programas socialistas y en el efímero gobierno de la Comuna de París, como en las agitaciones campesinas andaluzas de finales del siglo diecinueve; en los primeros años que siguen a la revolución de octubre 1917, como en las colectivizaciones agrarias en la guerra civil española... pero es un impulso que no perdura. En el mejor de los casos, los procesos pronto se osifican y el poder se esclerotiza en una burocracia que huye del igualitarismo como de la peste. Los últimos coletazos del afán igualitario tienen lugar en China durante la oleada igualitarista de la revolución cultural, y en fecha más reciente, en el interior del Perú, en el ideario de Sendero Luminoso. Ambos casos penetrados por un gran componente autoritario, incluso despótico, y un fuerte culto a la personalidad de los dos máximos dirigentes -Mao Ze Dong y el presidente Gonzalo (Abimael Guzmán)-, que ejercen el papel que durante la Edad Media cumplían profetas y visionarios, como depositarios de la verdad e intérpretes de la historia, y, en el caso peruano -el de Sendero Luminoso-, se advierte un renacer del sentimiento milenario, aunque el viejo lenguaje religioso haya sido sustituido por otro secular pero con similar estilo doctrinario.




[1] Cohn. N.; En pos del milenio, Madrid, Alianza, 1981, 3. ed. 1985, p. 18.
[2] Pereira de Queiroz, Mª Isaura; Hiistoria y etnología de los movimientos mesiánicos, Méjico, Siglo XXI, 1969, p.20.
[3] La ley Le Chapelier, que prohibía la asociación de los obreros y la huelga, estuvo inspirada en los principios del liberalismo económico que pocos meses antes habían alumbrado la ley D’Allarde, que acabó con los gremios.  

lunes, 25 de abril de 2016

25 de abril

Good morning, Spain que es different
Grándola, vila morena, terra da fraternidade.
O povo é quem mais ordena dentro de ti, ó cidade.
Dentro de ti, ó cidade, o povo é quem mais ordena,
terra da fraternidade, Grándola, vila morena.
Em cada esquina um amigo, em cada rosto igualdade,
Grándola, vila morena, terra da fraternidade.
Terra da fraternidade, Grándola, vila morena,.
em cada rosto igualdade, o povo é quem mais ordena.
A sombra duma azinheira, que já nao sabia a idade,
jurei ter por companheira, Grándola, tua vontade.
Grándola, a tua vontade, jurei ter por companheira,
á sombra duma azinheira, que já nao sabia a idade.
(José Afonso)
Hay un bolero que canta que la distancia es el olvido y un tango que afirma que veinte años no es nada. Y los dos tienen razón, no porque el espacio y el tiempo sean categorías relativas, como sostenía Einstein en su endiablada teoría, ni porque sean formas a priori de la sensibilidad humana, como indicaba, de manera no menos enrevesada, Manuel Kant, sino porque el tiempo y el espacio se miden en la mente humana con instrumentos volubles.
Olvido y permanencia, recuerdo y amnesia, memoria y desmemoria dependen de los afectos, y los afectos traicionan; envilecen o ennoblecen los recuerdos, podan, aumentan, niegan, disminuyen o exaltan las relaciones para cumplir el papel fundamental de justificar nuestra existencia y hacerla soportable.
Unas cosas han quedado voluntaria o involuntariamente olvidadas y, sin embargo, otras permanecen todavía frescas, celosamente guardadas en el desván de la memoria, porque conservan ese sabor agridulce de lo apetecido y lo perdido, de lo que fue ambicionado y que se quedó en intento con toda su pureza.
Una de esas cosas que se resisten al olvido, quizá porque corresponden a momentos de la vida en que por encima del análisis frío está la conmoción causada por los hechos, es la revolución de los claveles, en 1974, la conmoción en el vecino Portugal, un país "todavía más atrasado que España", se decía entonces, y que, sin embargo, también nos adelantaba a los que, con la inexperiencia de los pocos años y escasa sabiduría, teníamos la intención de hacer más pronto que tarde una revolución en este país.
Un 25 de abril nos despertamos con la noticia de que ahí al lado, a un paso, en el silencio de la noche habían brotado unos cravos bermelhos; la revoluçao, así como suena. Había antecedentes, sí; sabíamos del malestar social, de un golpe militar fracasado en Caldas de Rainha... pero de eso al hundimiento de un régimen dictatorial más antiguo que el de Franco, que contaba con una policía secreta, la temida PIDE, que tenía en sus fichas a cuatro millones de portugueses, la mitad de la población, iba mucha distancia.
Ignorábamos que, mientras nosotros dormíamos, algunos lisboetas permanecían en vigilia. No dormía el comandante Otelo Saraiva de Calvalho, porque tenía que poner un telegrama con un extraño texto: Tía Aurora llegará el día 25 a las tres de la madrugada. Un abrazo. Primo Antonio.
No dormía el capitán Vasco Correia Lourenço cuando recibió, en las islas Azores, el telegrama del primo Antonio; ni dormía el capitán Delgado Fonseca en su unidad del norte de Oporto; ni dormían los conjurados de Santarem, ni los de Viseu, ni los de Estremoz, el pueblo de mármol...
Tampoco dormía esa noche del 24 al 25 de abril el locutor y periodista Leite Vasconcelos, que a las tres de la madrugada puso, con sumo cuidado y muchos nervios, el brazo del tocadiscos sobre un disco del cantautor José Afonso. La canción escogida estaba prohibida por la censura, pero una revolución no se detiene por un trámite administrativo. Y así, a las tres en punto de la madrugada, "Grándola, vila morena" salía al aire.
Inmediatamente en varios lugares de Portugal se pusieron en marcha los motores de los carros de combate y de los transportes de tropas.
Lisboa seguía durmiendo cuando los tanques del capitán Salgueiro Maia entraron en la ciudad a las cinco de la mañana. Y también cuando "O Século", un diario tempranero, alertado por los insólitos movimientos que había en la calle, se atrevía a sacar en la página de última hora un pequeño suelto, sin pasar por la censura, que decía: golpe de Estado militar en curso.
Tampoco habían dormido los soldados de patrullaban sobre un camión por una Lisboa que lentamente se desperezaba aquel día de abril. Estaban cansados y ojerosos y, detenido el camión, pidieron a Celeste Carmins un cigarrillo.
Ella no fumaba, pero llevaba en las manos un ramo de claveles rojos -cravos bermelhos- para celebrar el primer aniversario del restaurante en el que trabajaba. Y, a falta de pitillos, les ofreció los claveles, que los soldados colocaron en las bocachas de sus fusiles automáticos. Ese día habían amanecido una revolución y un símbolo. Después vendrían los días de euforia y las reformas, las huelgas, las tomas de tierras, la solidaridad, los forcejeos políticos, la presión de los que siempre han mandado, los golpes de fuerza de un lado y de otro. Y los retrocesos, la normalización, la rutina y el desencanto, porque las revoluciones duran poco tiempo. Son como una pasión ardiente y efímera que deja un recuerdo agridulce. En este caso, unos claveles y una canción.

domingo, 24 de abril de 2016

La aspiración igualitaria (I)

1. La emancipación individual. La libertad
Una de las interpretaciones sobre el mundo moderno que han tenido más fortuna ha sido aquella que coloca en lugar central la acción de los individuos. Desde esta perspectiva, el rasgo básico de la moderna sociedad occidental es el esfuerzo que, desde el Renacimiento hasta nuestros días, conduce al ser humano, primero, el hombre, más tarde la mujer, a alcanzar mayores cotas de autonomía.
El acento de esta emancipación recae sobre el individuo; el estamento, el grupo, el gremio pierden importancia ante el sujeto que individualmente amplía las condiciones para ejercer su albedrío; que pretende desarrollar todas sus potencialidades, incluso rehacerse totalmente a la luz de la razón y el concurso de su voluntad.
Este esfuerzo emancipador tiene su origen en el Renacimiento. "En esta época -escribe Agnes Heller en El hombre del Renacimiento (Barcelona, Península, 1980) - nacen como categorías ontológicas inmanentes la libertad y la fraternidad", las cuales son necesarias para entender el afán humano por librarse de las trabas del orden tardomedieval, cuya primitiva función integradora se ha vuelto opresiva y cuya organización estamental tropieza con unas relaciones sociales que ya no son solamente feudales, aunque formalmente lo sigan pareciendo. No en vano estamos asistiendo a "la primera etapa del largo proceso de transición del feudalismo al capitalismo" (Heller, ibid).
La Reforma protestante, aunque refuerza la mentalidad religiosa como muy bien advirtió Marx, en Los anales franco-alemanes -"Lutero venció, efectivamente, a la servidumbre por la devoción, porque la sustituyó por la servidumbre en la convicción. Acabó con la fe en la autoridad, porque restauró la autoridad de la fe. Convirtió a los curas en seglares, porque convirtió a los seglares en curas "- ayuda doblemente en este proceso. Por un lado, al destacar en materia de fe el valor de la conciencia individual frente a la opinión de la jerarquía eclesiástica. Por otro, al ayudar a organizar horizontalmente las iglesias reformadas, permitió que el principio democrático y nacional que las regía pasara luego al terreno de las doctrinas políticas .
La segunda gran singladura en esta marcha hacia la autonomía del sujeto tiene como base la razón. La crisis de la hegemonía católica causada por la Reforma protestante encuentra su continuación y alcanza su expresión máxima con la Revolución francesa, que para Gramsci (Cuadernos de cárcel, I, Méjico, ERA) supuso una ruptura "históricamente más madura, porque se produjo en el terreno del laicismo: no curas contra curas, sino fieles-infieles contra curas" . Con ello el debate se desplaza fuera del ámbito de la religión. La tradición, la voz de la jerarquía, los derechos estamentales y la legitimidad del poder son pasados por el tamiz de la razón.
Mediante la razón, el individuo puede entender y distanciarse de la naturaleza, separarse de Dios y poner límites al poder político. El súbdito, lleno de deberes y sometido al arbitrio de los estamentos privilegiados y en especial a la Corona, deja paso al ciudadano que reclama derechos, pone límites al poder y exige una legalidad a la que todos los ciudadanos se atengan, incluidos los que gobiernan, al mismo tiempo que se reserva un ámbito privado para los asuntos de su conciencia.
La enumeración de los derechos del hombre y del ciudadano recogidos en una Constitución es la gran aportación de las revoluciones del siglo XVIII. A partir de ahí, se abre otra etapa, que ocupa en Occidente todo el siglo XIX y buena parte del XX, por extender y ensanchar tales derechos, que tomados como un modelo se presentan como metas al resto del mundo.
El sujeto paradigmático surgido de estas transformaciones es el burgués, o mejor el empresario burgués, el hombre activo, cuyo ideal es desarrollar sin trabas su capacidad para producir y enriquecerse individualmente, razón por la cual precisa libertad ilimitada para mover y ampliar su capital. En otro orden de actividades, pero al final regido por las mismas reglas de concurrencia -las del mercado-, se halla el artista, que, emancipado ya del mecenazgo de la corte o de la iglesia, aspira a expresarse libremente dentro del campo de la cultura sin otros límites que los gustos del público.
Estos son los dos modelos del sujeto autónomo que las doctrinas liberales han ofrecido en el campo de la producción fabril y de la producción simbólica.
Madrid, verano de 1992.
Para Iniciativa Socialista, número 21, extra “Libertad, Igualdad y Solidaridad”, octubre de 1992.

España no existe

Comentario a post de Cotarelo, sobre la responsabilidad del PP y de Podemos en que no haya gobierno, mientras lo hay en Cataluña, que tiene un proyecto en marcha.

No hay gobierno, ni en activo, con el tancredismo en funciones, ni amago de que lo haya, ni hay proyecto, ni hay un relato sobre el hoy y lo que pudiera ser mañana, porque España como proyecto no existe, ni hacia dentro ni hacia fuera: lo que existe es una amalgama de proyectos, sueños, delirios y deseos locales, parciales, regionales, grupales o estamentales, pero como país estamos perdidos. Hace años que navegamos sin rumbo

viernes, 22 de abril de 2016

Sant Jordi

Good morning, Spain, que es different
Hoy es Sant Jordi, alanceador de dragones, día del libro y de Cervantes, y ¿qué mejor manera hay de empezar la jornada que leyendo algún pasaje de las aventuras y desventuras del Ingenioso Hidalgo?.
Ahí va un parágrafo del Prólogo, que suele ser omitido por los desocupados lectores, que van en derechura y a toda priesa buscando el célebre comienzo: En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo...
“En lo que toca el poner anotaciones al fin del libro, seguramente lo podéis hacer desta manera: si nombráis algún gigante en vuestro libro, hacedle que sea el gigante Golías, y con sólo esto, que os costará casi nada, tenéis una grande anotación, pues podéis poner: El gigante Golías, o Goliat, fue un filisteo a quien el pastor David mató de una gran pedrada, en el valle de Terebinto, según se cuenta en el libro de los Reyes, en el capítulo que vos halláredes que se escribe. Tras esto, para mostraros hombre erudito en letras humanas y cosmógrafo, haced de modo como en vuestra historia se nombre el río Tajo, y veréisos luego con otra famosa anotación, poniendo: El río Tajo fue así dicho por un rey de las Españas; tiene su nacimiento en tal lugar y muere en el mar Océano, besando los muros de la famosa ciudad de Lisboa, y es opinión que tiene las arenas de oro, etc. Si tratáredes de ladrones, yo os diré la historia de Caco, que la sé de coro; si de mujeres rameras, ahí está el obispo de Mondoñedo, que os prestará a Lamia, Laida y Flora, cuya anotación os dará gran crédito; si de crueles, Ovidio os entregará a Medea; si de encantadores y hechiceras, Homero tiene a Calipso, y Virgilio a Circe; si de capitanes valerosos, el mesmo Julio César os prestará a sí mismo en sus Comentarios, y Plutarco os dará mil Alejandros. Si tratáredes de amores, con dos onzas que sepáis de la lengua toscana, toparéis con León Hebreo, que os hincha las medidas Y si no queréis andaros por tierras extrañas, en vuestra casa tenéis a Fonseca, “Del amor de Dios”, donde se cifra todo lo que vos y el más ingenioso acertare a desear en tal materia. En resolución, no hay más, sino que vos procuréis nombrar estos nombres, o tocar estas historias en la vuestra, que aquí he dicho, y dejadme a mí el cargo de poner las anotaciones y acotaciones; que yo os voto a tal de llenaros las márgenes y de gastar cuatro pliegos en el fin del libro”.

Más sobre Lo lúdico...

Hola, Juan Manuel:

Algunas ideas para que se entienda la posición de partida. 1ª, Me preocupa más Podemos, como algo nuevo y distinto, que el resto de los partidos. No espero grandes cosas del PSOE, pero si tenía que haber un cambio de Gobierno que no fuera una reedición del de Rajoy o de centro derecha con C'S, tenía que pasar por el PSOE. Es así y no hay más vuelta de hoja. 2ª Una cuestión de principio es que el PP no podía volver a gobernar: por lo que es, un partido corrompido, y por lo que ha hecho en la legislatura. 3ª Esperaba que Podemos, tan crítico con la casta, con el régimen del 78, con la corrupción, etc, etc, fuera un partido que se mostrase más dispuesto que nadie a desalojar a Rajoy de la Moncloa y, por tanto, a dar los pasos necesarios para ello, poniendo en ello más empeño que nadie. Y, dejando claro en este empeño por desalojar a Rajoy, que representa la continuidad de todo lo criticado en la campaña electoral y antes, que Podemos se ha dejado en ello la piel. Es decir, le pido al partido que hacía un dictamen sobre una situación muy mala y la necesidad de cambiarla cuanto antes -emprender un nueva Transición- que sea coherente con lo dicho y que actúe en consecuencia hasta el desfallecimiento.
Es cierto, la cronología es incompleta, pero no faltan datos fundamentales, puesto que, para mí, lo esencial no es dejar claro que en el PSOE Podemos no cae bien, que algunos barones y Felipe González tienen a Iglesias una manía injustificada, que Sánchez estaba en un brete y tenía poco margen de maniobra, a pesar del referéndum interno respaldando lo que hiciera, sino los insuficientes esfuerzos de Podemos y de Pablo Iglesias en particular para atraerle a su terreno, en vez de empujarle a pactar con Ciudadanos y favorecer las tendencias derechistas de sus barones. Ya sé que era una labor difícil, que seguramente habría fracasado, pero también es cierto que la actitud soberbia a ratos, condescendiente y humorística, en otros, o falsamente lírica de Pablo Iglesias no han facilitado el encuentro. Y se ha visto públicamente, no sólo yo, que no lo ha facilitado, porque lo que reflejan las encuestas en el descenso en la intención de voto a Podemos. 
La prueba de que esta percepción también es clara dentro de Podemos está en A): la consulta a las bases para ratificar una decisión previamente adoptada por Pablo Iglesias, que es resultado de su equivocada táctica. B) el acercamiento a IU para a formar una coalición electoral o algo similar de cara a las elecciones, cosa que antes habían rechazado.  
A Podemos, yo al menos, le exijo que actúe con arreglo a todo lo que ha dicho antes. Y no lo ha hecho. No le juzgo sólo por los resultados, sino sobre todo por la actitud y por la coherencia, que veo poca. 
He enviado un segundo artículo sobre el tema, que en cuanto se publique te lo enviaré.
El tema de Otegui, del terrorismo y del nacionalismo merece tocarse aparte, aunque en esto también discrepo de Podemos.
un abrazo
 >emilio> enviado a Juan Manuel Valdivia 

El triunfo de la voluntad.

Reseña del libro: Sangre, votos, manifestaciones. ETA y el nacionalismo vasco radical 1958-2011, Gaizka Fernández Soldevilla y Raúl López Romo, Madrid, Tecnos, 2012.

El triunfo de la voluntad, esta puede ser una de las principales ideas que se extraen de la lectura del libro de los jóvenes investigadores Fernández Soldevilla y López Romo. Otra podría ser la conquista de la hegemonía. Ambas se complementan -actitud firme puesta al servicio de un propósito político- y definen el empeño que recorre la trayectoria de ETA desde su fundación, como un reducido grupo de jóvenes nacionalistas de clase media, hasta hoy, en que sus herederos políticos aspiran a convertirse en la mayor fuerza electoral del País Vasco y en el primer referente del nacionalismo, desplazando al PNV del puesto que ocupa desde hace un siglo.
La obra, que no es estrictamente otra historia de ETA o del nacionalismo vasco radical, está concebida más bien como un mosaico de trabajos, que, sin estar reñidos con la perspectiva cronológica, que en este caso es obligada, funciona como un conjunto de estudios temáticos, que a veces se solapan, dedicados a los criterios de exclusión étnica, a ETA y la transición, a la reunión de Chiberta, al origen de Herri Batasuna y de Euskadiko Ezkerra, a los movimientos sociales o a las víctimas. Lo que no obsta para que se perciba con claridad la intención de los autores de mostrar la trayectoria de ETA, desde Ekin, el grupo originario, hasta la última ETA, como la historia de un ambicioso proyecto -construir una nación para fundar un Estado soberano-, sostenido ideológicamente por la convicción proporcionada por los mitos y por una inquebrantable fe en la victoria. Proceso en el que el terrorismo aparece como principal recurso, porque otra de las cosas que en el libro quedan claras es el pesimismo antropológico de los dirigentes y seguidores ETA. Dado que la nación vasca se concibe como una comunidad homogénea poblada por abertzales, una de las tareas tácticas más importantes es ir creando a sus futuros habitantes, que serán los que nutran el movimiento abertzale (el embrión de la nación), lo cual exige transformar a los vascos existentes. Si se cree que los seres humanos pueden ser moldeados según la voluntad de un poder externo sobre todo por el temor, bastará con que se apliquen de manera persistente la fuerza, la coerción o la amenaza para conseguir la anuencia, la sumisión o el silencio de la mayoría. Así, la nación vasca será el resultado de haber transformado en abertzales a los vascos reales, bien por la persuasión o bien por la sabia administración del miedo -“la socialización del sufrimiento”, que prescribía la ponencia Oldartzen-.
Fernández Soldevilla y López Romo combinan la historia política con la perspectiva sociológica y cultural y prestan atención a fenómenos que han recibido una atención más reciente, como los elementos culturales y rituales del movimiento abertzale, abordados por Jesús Casquete (En el nombre de Euskal Herria. La religión política del nacionalismo vasco radical, Tecnos, 2009), como necesarios factores explicativos del persistente apoyo social a las actividades terroristas, y lo que se podría denominar seducción de la extrema izquierda marxista por el nacionalismo revolucionario, tema tratado en fecha aún más reciente por Javier Merino (La izquierda radical ante ETA. ¿El último espejismo revolucionario en Occidente?, Bakeaz, 2011).
El libro se publica cuando el abandono del terrorismo por parte de ETA permite esperar que la vida ciudadana, y no sólo la actividad política, en el País Vasco pierda el carácter dramático que ha tenido hasta ahora. Desde hace 70 años, esa tierra ha estado sometida a una situación excepcional que ha impedido la libre expresión de las preferencias políticas. Primero, porque la dictadura de Franco reprimía la opinión, no de todos los vascos, sino de los contrarios a su régimen, que también tenía partidarios en Euskadi, y luego, por la dictadura de hecho ejercida por ETA y las fuerzas sociales bajo su égida, que durante largos años ha intentado sofocar las expresiones públicas de quienes no comulgaban con el programa nacionalista. 
Sin embargo, la renuncia al terrorismo sin entregar las armas no prefigura la  pronta recuperación de una normalidad democrática semejante, al menos, a la del resto de España, dada la persistencia de hábitos autoritarios e intolerantes que los abertzales juzgan necesarios no sólo para negociar las condiciones de disolución del grupo armado -la vanguardia-, defender la legitimidad de un pasado poco presentable y mantener la vigencia de los mitos, sino para seguir ejerciendo una acción contenciosa mediante la movilización de masas como ineludible complemento de la actividad institucional. Combinación que tiene por objeto convertirse en la fuerza política hegemónica en Euskadi, como antesala de la fundación del estado soberano de Euskal Herría. 
ETA ha actuado como el estado mayor de un ejército -unidad de mando, jerarquía, órdenes precisas y disciplina incuestionada-, hasta conseguir dotarse de una potente herramienta para someter la actividad política a la estrategia militar y dirigir con muy pocas resistencias un dócil movimiento de masas. Eso es efectivo mientras dura, pero cuando se acaba no es fácil olvidarse de esos mecanismos que inducen a los seguidores a responder como resortes; por ello, hay ETA, disuelta o latente, para rato; no sólo por el recuerdo de las víctimas y de los agravios recibidos a lo largo de décadas, sino porque los hábitos forjados en los años de iniciación a la vida adulta y de formación de la personalidad están creados para más de una generación de personas, tanto en la creencia de los mitos propagados, como en la obediencia a la voz de mando como actitud política e incluso vital.
En este aspecto, el título del libro -Sangre, votos y manifestaciones- resume la estrategia de ETA, que combina terrorismo, penetración en las instituciones y movimiento de masas, para lograr, primero, la hegemonía sobre la izquierda radical vasca, es decir sobre la nube de grupos nacionalistas y de extracción marxista, y luego, para intentar arrebatar al PNV el liderazgo sobre toda la familia nacionalista. Esta larga marcha -50 años- de ETA desde el grupúsculo clandestino hasta hoy, es un proceso complejo al que no cabe regatear ambición ni habilidad, pues exige, además de mantener la ofensiva terrorista, que es el frente principal, dedicar atención a construir el frente de masas y a conservar su dirección ante la competencia de otras fuerzas, y al mismo tiempo a intentar levantar un frente nacionalista que incluya al PNV.
Propósito que queda bien relatado en el libro, cuyos autores, apoyados en una extensa y actualizada bibliografía, un gran aparato de notas y seis anexos, van desgranando las circunstancias en las que ETA aparece, formaliza su discurso y, por medio de una absoluta fidelidad al objetivo originario y de una continua presión sobre los grupos cercanos, consigue dar forma y dirigir lo que será el movimiento radical vasco o izquierda abertzale, subsumiendo en él a las fuerzas de la izquierda marxista radical, que habían estimado Euskadi como el último bastión desde el que resistir la implantación del régimen parlamentario acarreado por una transición considerada ilegítima, y el lugar donde hallar el sujeto que impulsara hacia adelante el proceso revolucionario, tras la deserción del proletariado español de su misión histórica.
El libro, ameno, suscita no pocas reflexiones y concluye con un oportuno epílogo, en el que se pregunta ¿Por qué ha prendido la violencia política en Euskadi? En cuya respuesta vuelve a aparecer de nuevo la palabra voluntad.


jueves, 21 de abril de 2016

Crónica de un desacuerdo anunciado

Good morning, Spain, que es different

A propósito de un comentario de Juan Manuel (de Vera) al artículo: Lo lúdico y lo fáctico. Las diferencias de opinión y las críticas son bienvenidas si se tiene buena intención, como en este caso, pero, según mis datos y mi memoria (puedo estar equivocado), la cronología de los hechos es la siguiente:

9-XII-2015: Artículo de P. Iglesias en El País: "Un nuevo compromiso histórico", en el que traza los 5 ejes de ese compromiso: 1) democracia real: reforma del sistema electoral, 2) justicia independiente, 3) garantías constitucionales contra la corrupción, 4) blindaje constitucional de los derechos sociales y medioambientales y 5) referéndum en Cataluña. Y termina diciendo que las elecciones del día 20 son un momento crucial de la nueva Transición que vive el país.

20-XII-2015. Elecciones generales: Podemos obtiene 42 diputados, y sus aliados En comú 12, Compromís 9, En Marea, 6 (total 69).

21-XII-2015: Pablo Iglesias afirma que para alcanzar acuerdos con Podemos será imprescindible asumir la hoja de ruta de sus cambios constitucionales, que incluyen el refrendo catalán.

23-XII-2015. Iglesias propone a una figura independiente para la presidencia del Gobierno, con tal de sustituir a Rajoy. 

21-I-2016: Tras la entrevista con el Rey, Iglesias ofrece al PSOE un gobierno de cambio sin líneas rojas, en el que él se reserva la vicepresidencia. Si Sánchez acepta demostrará que en el PSOE manda él y no Felipe González. El nuevo gobierno debe tener un Ministerio de la Plurinacionalidad, a cargo de X. Doménech.

5-II-2016: Iglesias a Sánchez: “O Ciudadanos o Podemos. Elige”.

16-II-2016: Irene Montero: En este momento y mientras no haya una propuesta mejor, el referéndum en Cataluña es irrenunciable”.

24-II-2016: El PSOE mantiene conversaciones con Podemos y Ciudadanos, pero firma el pacto con Ciudadanos.

3-III-2016. Iglesias: "A Sánchez le han prohibido pactar con nosotros". Alusión a la cal viva y al crimen de Estado.

5-III-2016. Iglesias rebaja el tono y propone a Sánchez el acuerdo del beso.

30-III-2016. Iglesias renuncia a la vicepresidencia en el futuro gobierno (aunque mantiene a los otros miembros de Podemos) si Sánchez rompe su pacto con Ciudadanos.

6-IV-2016. Reunión de PSOE, Ciudadanos y Podemos, que presenta un plan de 20 puntos, con una propuesta de gasto público de 60.000 millones de euros, refrendo en Cataluña y un gobierno PSOE-Podemos e independientes de consenso (pero sin Ciudadanos)   


14-16-IV-2016. Podemos: consulta a las bases sobre la ruptura del acuerdo con PSOE y CS, que ratifican la decisión de la dirección.

miércoles, 20 de abril de 2016

Lo lúdico y lo fáctico

Good morning, Spain, que es different

Se ha celebrado el referéndum interno de Podemos sin sorpresa en el resultado, como era de esperar. Los 150.000 participantes de los 394.000 inscritos en el censo han ejercido su derecho a decidir ratificando por amplia mayoría -el 88% ha dicho No a un pacto con PSOE-Cs; y el 92% Sí a un pacto con En Comú Podem y En Marea- lo que ya había decidido de antemano la Dirección y antes, su máximo dirigente.
El refrendo ha sido, en primer lugar, más un plebiscito sobre la decisión de Pablo Iglesias de no pactar con el PSOE y Ciudadanos, que una verdadera consulta sobre el camino a tomar, porque el camino ya estaba trazado desde el momento en que Iglesias, en una jugada digna de Juego de Tronos, tras visitar la Zarzuela se anticipó a Sánchez ofreciéndole en bandeja la composición de un gobierno en el que él, personalmente, se reservaba una importante parcela de poder.
El camino ya estaba emprendido, cuando Iglesias, en una desafortunada réplica en el Congreso, acusó al PSOE de tener las manos manchadas de cal viva aludiendo al asesinato de los etarras Lasa y Zabala a manos de los GAL, en tiempos de Felipe González, lo cual no predispone, precisamente, a negociar, aunque sea cierto que el venerable jarrón chino del PSOE muestra una particular inquina hacia Podemos. Y finalmente, el camino en solitario estaba no sólo emprendido sino avanzado, cuando tras mucha retórica, los dirigentes de Podemos se reunieron con los del PSOE y Cs y dieron por concluidas las conversaciones sin esperar siquiera la respuesta de sus interlocutores a las veinte cuestiones planteadas en la reunión.
El refrendo ha sido también un aval a la drástica intervención de Pablo Iglesias en los problemas internos de Podemos, depuraciones incluidas. Por lo cual, ante las inapelables decisiones del líder supremo, se echa de menos en el partido promotor de la nueva política la intervención de órganos colegiados propios de los partidos de la vieja izquierda, como el Comité Central, el Comité Ejecutivo o incluso el Politburó, ¡qué menos que un Politburó actuando de manera ejecutiva! Si la alternativa al denostado centralismo democrático es emular la figura del Gran Timonel, no hacen falta tantas alharacas sobre la renovación política.
Finalmente, la convocatoria del refrendo se puede interpretar como el intento de Iglesias de esconder sus errores a la hora de encarar la negociación para formar gobierno, endilgando a las bases del partido la responsabilidad que a él le corresponde.
Porque un error mayúsculo es no haber dado con el procedimiento adecuado para formar un gobierno que sustituya al de Rajoy. La estrategia basada en la retórica, en marcar unas intraspasables líneas rojas, que luego no eran tan rojas, en generar muchos titulares de prensa y en marear la perdiz, ha sido equivocada. Los amagos de tender la mano y los golpes de efecto para situarse bajo los focos se han quedado en eso, en golpes de efecto, en titulares de un día y en ruido en los foros y poco más. Tampoco las intervenciones entre la lírica y la ofensa,  entre amor y el desprecio, asumiendo el doble papel de policía bueno y de policía malo, porque la inicial propuesta de gobierno, con la reserva de la vicepresidencia, y la alusión a la cal viva marcaban un punto de difícil retorno.
La mención de la cal viva fue una equivocada maniobra naval de Juego de tronos que enardeció a las bases más fanáticas de Podemos y afectó, de momento, al adversario pero le enconó a largo plazo y, de rebote, obligó al propio Iglesias a quemar sus naves, pues, siendo coherente con lo dicho, en el hipotético caso de recibir la oferta  de participar en un gobierno de coalición con el PSOE, supondría tener que rechazar la vicepresidencia para no convertirse en cómplice de un Ejecutivo maculado con sangre.
Resumiendo; hasta ahora, la postura de Podemos de cara a formar gobierno ha sido un colosal error de estrategia, pues mientras Iglesias emulaba Juego de Tronos, el pragmático exempleado de banca trataba de cerrar una operación política amarrando a su socio por medio de un contrato leonino. Ante un Sánchez colocado por los suyos entre dos fuegos, Iglesias no le ha sabido atraer hacia su lado, obligando al PSOE a ceder en su programa en favor del de Podemos, sino a ceder en favor del de Ciudadanos; ha forzado tanto la jugada, que ha arrojado a su posible socio en brazos de su adversario, que ha recibido el regalo con los suyos bien abiertos.
Iglesias, entretenido en lo lúdico, ha subestimado lo fáctico, el hecho consumado del pacto firmado por Sánchez y Rivera, que convertía a esa coalición en la fuerza más votada en diciembre, y que después se ha revelado muy difícil de romper o de rehacer. Cierto es que luego ha intentado remediarlo, pero ya ha sido demasiado tarde. La primera intención es la que vale y se le había pasado el turno, con lo cual lo que le quedaba por hacer era aparentar que quería el pacto más que nadie, pero, en realidad, encaminarse hacia unas nuevas elecciones, con la esperanza de obtener más respaldo electoral del que hoy tiene. Lo cual no está asegurado.


lunes, 11 de abril de 2016

Religión e identidad

A propósito de un pst de Luis Roca Jusmet sobre una frase de Álvarez Junco sobre el nacionalismo como una religión que proporciona identidad. 

"La principal función de una religión es la identitaria, y por eso es comparable con una nación. Te da una identidad, te dice quién eres y te da autoestima." (José Álvarez Junco)

La religión, al menos la católica, proporciona sentido a la vida, ofrece normas, explica lo inexplicable, justifica el azar, ofrece consuelo ante la desgracia y promete una reparación a los agravios, un castigo a los malvados y un premio a los justos después de la muerte, es decir un reconocimiento a la labor de una vida y, sobre todo, remedia la angustia de la falta de trascendencia prometiendo una vida eterna y dichosa después de la muerte. Todo eso, que configura un estilo de vida personal dentro de un grupo, lo podemos llamar llamar identidad; los individuos saben lo que son, a qué grupo pertenecen y cual es su misión y su destino en esta vida.

domingo, 10 de abril de 2016

Leyendo a Polanyi

Releyendo a Polanyi en una tarde gris.

Como me ha sucedido en otras ocasiones, he pasado de los textos más antiguos pero de edición más moderna, recopilados en “Los límites del mercado” (Capitán Swing, 2014), a “La gran transformación”, el gran clásico, que es de 1944 (edición de La piqueta, 1989). La lectura es sustanciosa y sugerente, porque da pie a reflexiones y modestas apoyaturas. Ahí va una de ellas.

“En ambos casos (de las clases y de las razas), el contacto puede tener un efecto devastador sobre la parte más débil. La causa de la degradación no es, pues, como muchas veces se supone, la explotación económica, sino la desintegración del entorno cultural de las víctimas. El proceso económico puede, por supuesto, servir de vehículo a la destrucción y, casi siempre, la inferioridad económica hará ceder al más débil, pero la causa directa de su derrota no es tanto de naturaleza económica cuanto causada por un herida mortal infligida a las instituciones en las que encarna su existencia social. El resultado es siempre el mismo, ya se trata de un pueblo o de una clase, se pierde todo amor propio y se destruyen los criterios morales hasta que el proceso desemboca en lo que se denomina <conflicto cultural> o el cambio de posición de una clase en el seno de una sociedad determinada”.
Karl Polanyi: La gran transformación, La piqueta, 1989, p. 257.

Y un servidor, colocándose ante la ofensiva burguesa -tanto centralista como periférica- contra las clases trabajadoras y demás colectividades subalternas que caracteriza la coyuntura actual, añade: que tal situación puede conducir a la destrucción de la clase, cuando sus miembros, renunciando a la defensa de las aspiraciones comunes y los intereses colectivos, asumen que sólo existen salidas individuales, y que, ante un marco oportunidades escasas, alcanzar algún éxito para afianzarse como ciudadano, por modesto que sea este logro, depende del esfuerzo individual en un mercado adverso y competitivo, donde nada está asegurado, especialmente para los peor dotados por la naturaleza, por el origen familiar y social o por la suerte.
Y digo más: no habrá transformaciones profundas en este país, ni regeneración política, ni renovación institucional, ni profundización democrática, ni mejoras sustanciales para los colectivos más perjudicados por la crisis y por las medidas de austeridad adoptadas, en teoría, para salir de ella, sin un rearme ideológico de las clases subalternas y sin un programa político en el que la defensa de las condiciones de vida y trabajo de los trabajadores no tenga un peso importante ante las medidas que el próximo gobierno deba adoptar.

Pero no sé si este utópico objetivo lo contemplan los partidos de izquierda en sus cabildeos, al menos como objetivo estratégico, es decir, como ineludible tarea a largo plazo.   

viernes, 8 de abril de 2016

Dos debilidades

Good morning, Spain, que es different

Tengo, para mis adentros y ahora un poco para fuera, la convicción de que, detrás de la retórica, en el lío en que estamos metidos, catalán, por un lado, y "español" (o españolista), por otro, está la suma de dos fracasos, producto de dos debilidades. Uno es el fracaso de España, o mejor de la derecha española, porque ha marcado durante más tiempo el destino del país (pero también de la izquierda), en fundar un moderno Estado nacional, y con ella, el fracaso de la burguesía, pero sobre todo de las dos principales fuerzas actuantes, la Iglesia y la monarquía, ancladas en el Antiguo Régimen, y por tanto, reacias a lo que representa la Modernidad (un estado de derecho, territorialmente integrador, de corte liberal y formalmente democrático). En este aspecto, lo que podríamos llamar "construcción nacional" ha sido una larga chapuza, con su saldo de pronunciamientos militares, guerras civiles, guerras dinásticas, efímeros ensayos republicanos y una permanente involución eclesiástica.
Pero también es un fracaso de Cataluña, de sus élites, en formar a su vez su Estado nacional. Unas élites situadas entre la ambición política, que las ha llevado a intentar separarse de España (más poder), por un lado, y el interés económico, por otro, que las ha llevado a participar en la producción nacional (más mercado) y a ponerse del lado de la reacción cuando se ha enconado la lucha de clases.
Lo de la opresión de España, un Estado bastante débil e inconstante, aunque con muestras de fuerza, y la colonización no son más que retórica, ganas de rehacer una historia común a conveniencia y la tapadera de la derecha separatista catalana a la traición de sus propios ideales cuando le ha convenido por su propia seguridad, ante la amenaza de un proletariado insumiso.

sábado, 2 de abril de 2016

Nacionalismo neoliberal

A propósito del artículo de Joaquim Coll: "El referéndum de los egoístas" (El Periódico)

La versión neoliberal del nacionalismo conduce a la segregación de los ricos respecto a los pobres o menos ricos. Esta es la implacable lógica que guía los pasos de los económicamente mejor situados. No es una actitud de los ricos de aquí, sino una tendencia mundial. La gran cuestión que plantea el nacionalismo catalán no es separarse de España o seguir unidos, no es independentismo o españolismo, sino nacionalismo o solidaridad. Conducido por un partido (corrompido) de la burguesía neoliberal y ayudado por un partido de la pequeña burguesía étnicista y xenófobo, el nacionalismo catalán predica la ruptura con los desfavorecidos de España, pero también, aunque no lo dice, con los desfavorecidos de Cataluña. La burguesía catalana está dispuesta a compartir sus consignas, himnos, banderas y folclore con las clases subalternas catalanas, pero no su riqueza. Y las pruebas de esto son abrumadoras, aunque muchos no lo quieran ver, prensando que una clase propietaria, egoísta y rapaz se va a transformar en un colectivo generoso, solidario y angelical después de la independencia.

Fuentes de legitimidad del franquismo


Acogiéndose a los postulados del positivismo jurídico, que identifican los términos Estado y Derecho, en virtud de los cuales cualquier Estado -de hecho-, con independencia de sus características y de cuáles hayan sido sus orígenes, es, como conjunto de normas jurídicas, un Estado de Derecho, el general Franco consideraba que el Estado nacional-sindicalista surgido de la victoria de la alianza de las fuerzas conservadoras en la guerra civil constituía un Estado de derecho y que las Leyes Fundamentales, lo que con gran reserva podríamos denominar el sustrato legal de su Régimen, compendiaban, por lo tanto, una peculiar forma de Constitución; una Constitución abierta y en evolución, como gustaba definirla él mismo[1].
Quienes no se identifiquen con los principios del positivismo jurídico, y mucho menos con los fundamentos del régimen político instaurado por Franco, pueden hallar muy débiles las razones aducidas por el dictador. Y sin embargo, desde su punto de vista, la pretensión de que un Estado de derecho pudiera haber surgido de un hecho tan contrario al derecho, como lo fue la insubordinación militar del 18 de julio de 1936, que acabó por la fuerza de las armas con el Gobierno legal de la II República, no carecía de cierta lógica, pues ese Estado fáctico alumbrado por la insurgencia anticonstitucional remitía, según su fundador (Franco, 1975, 366), a las fuentes de una legitimidad distinta -Una nación en pié de guerra es un referéndum inapelable, un voto que no se puede comprar, una adhesión que se rubrica con la ofrenda de la propia vida. Por eso creo que jamás hubo en España un Estado más legítimo, más popular y más representativo que el que empezamos a forjar hace casi un cuarto de siglo-, que expresaba, por un procedimiento rápido y cruento pero necesario, el retorno a la verdadera esencia de España.
La España tradicional, católica, imperial e intransigente; la España constituida históricamente había sido restaurada por la vía guerrera de una nueva cruzada, después de atravesar, según la opinión del dictador, una prolongada, costosa y catastrófica experiencia, en la que, imitando formas políticas extranjeras y gobernando a través de los partidos -la política de partidos llevó a España en un siglo a tres guerras civiles y al estado gravísimo de que la sacamos (Franco, I, 130)-, el país había sido llevado al desastre. Con la guerra civil convertida en un viaje al pasado, el nuevo Estado español nacional-sindicalista había reencontrado sus genuinas y extraviadas legitimidades -Lo que con el Movimiento y la Cruzada surge (...) es una concepción política y una estructura estatal que por ser legítimas de origen y por estar insertas biológicamente en las entrañas de la tradición y ser conformes con los imperativos de nuestro tiempo, cristaliza desde el primer instante en un sistema político-social de derecho, españolamente original, superador, sin lastres ni taras, con un sentido de continuidad histórica (Franco, I, 85)-.
Así, pues, con la victoria de los sublevados, según Franco (ibíd, 80), España se había vuelto a encontrar consigo misma, después del errático camino emprendido en el siglo XIX -El siglo XIX, que nosotros hubiéramos querido borrar de nuestra Historia, es la negación del espíritu español, la inconsecuencia de nuestra fe, la denegación de nuestra unidad, la desaparición de nuestro Imperio, todas las degeneraciones de nuestro ser, algo extranjero que nos dividía y nos enfrentaba entre hermanos y que destruía la unidad armoniosa que Dios había puesto sobre nuestra tierra- con destino a una innecesaria y arriesgada modernidad.
Para Franco, la verdadera España, es decir la España estamental y piadosa, intolerante y clerical, políticamente conservadora y culturalmente arcaica, estaba adecuadamente representada por la monarquía autoritaria, cuyo despótico mandato, apoyado institucionalmente por la Iglesia católica, se inspiraba en una intransigente interpretación del credo cristiano, que convertía al gobernante no sólo en el poderoso administrador de las vidas y haciendas de sus súbditos, sino en un esforzado custodio de la salud de sus almas.
Teniendo en cuenta esta anacrónica visión del país y de sus moradores, el dictador encarnaba a la perfección la tradicional hostilidad de la oligarquía y de las clases acomodadas rurales a las consecuencias culturales -el libre pensamiento, la libre opinión y el laicismo- y políticas -el sufragio universal y el gobierno representativo- de la modernidad y el pánico de las clases altas al movimiento obrero, al que no habían sido capaces de integrar ni de entender. Así que detrás de la encendida retórica sobre la salvación de la patria, el verdadero fin de la conjura que condujo al 18 de julio y a la guerra civil fue deshacer la obra modernizadora de la II República, restaurar los antiguos privilegios de la Iglesia y de las clases altas y reconducir a su perpetua condición subalterna a las clases populares, cuyos representantes políticos habían tenido la osadía de asumir, si bien por poco tiempo, la dirección del Estado y de compartirla con partidos de la burguesía moderna y laica. 
Pero Franco, que consideraba lo moderno como una moda extranjerizante y, por tanto, inadaptada a las hechuras de una España siempre igual a sí misma, no era inmune a las formas políticas de su tiempo y sabía que la legitimidad de la Constitución de 1931 no podía ser sepultada exhibiendo únicamente el privilegio de que su persona gozaba del favor divino -caudillo por la gracia de Dios- y el amparo que la Iglesia católica había proporcionado a la rebelión militar, al haber convertido en una cruzada lo que era una guerra civil emprendida para expoliar a las clases económicamente más débiles.
Franco era consciente de que para luchar contra el recuerdo de la II República y la potencia legal de la Constitución de 1931 era preciso algo más que la retórica imperial falangista y la selectiva alusión a personajes y hechos de la historia de España (El Cid, Don Pelayo, los Reyes Católicos, Cisneros, el Gran Capitán, Flandes, América, Lepanto...) debidamente fantaseados, con los que su régimen se procuraba una legitimidad difusa y remota.
El Estado surgido de la insubordinación militar del 18 de julio necesitaba imperiosamente un sustrato legal, si no del todo homologable en sus contenidos con los textos constitucionales de los Estados del entorno (aunque esa era la ambiciosa e infundada pretensión de sus juristas), sí expresado en la terminología empleada por las modernas teorías constitucionales. La inmoderada pretensión de conceder a una serie de leyes promulgadas a lo largo del tiempo el rango de Leyes Fundamentales y de considerarlas una Constitución abierta responde a este deseo.
Este larguísimo y peculiar proceso constitucional abierto, que duró treinta años, se inicia, en 1938, con el Fuero del Trabajo; sigue con la Ley de Cortes, de 1942; el Fuero de los Españoles, de 1945; la Ley del Referéndum Nacional, de 1945; la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado, de 1947; la Ley de Principios del Movimiento Nacional, de 1958, y, finalmente, después de transcurridas tres décadas desde la fundación del Régimen, el dictador, en la presentación de la Ley Orgánica del Estado, de 10 de enero de 1967, considera llegado el momento oportuno para culminar la institucionalización del Estado nacional; delimitar las atribuciones ordinarias de la suprema magistratura del Estado al cumplirse las previsiones de la Ley de Sucesión; señalar la composición del Gobierno, el procedimiento para el nombramiento y cese de sus miembros, su responsabilidad e incompatibilidades; establecer la organización y funciones del Consejo Nacional; dar carácter fundamental a las bases por las que se rigen la Justicia, las Fuerzas Armadas y la Administración Pública; regular las relaciones entre la Jefatura del Estado, las Cortes, el Gobierno y el Consejo del Reino; señalar la forma de designación, duración del mandato y cese del Presidente de las Cortes y los Presidentes de los más altos Tribunales y Cuerpos consultivos, y abrir un cauce jurídico para la impugnación de cualquier acto legislativo o de gobierno que vulnere nuestro sistema de Leyes Fundamentales. Ese prolongado proceso responde a la idea de Franco (1975, I, 387) de que España es un país de Constitución abierta y no cerrada. Por ello, el perfeccionamiento de sus instituciones es constante y progresivo, y cada etapa se lleva a cabo en el momento que el mejor servicio a la Nación lo requiere, sin abrir con ello períodos constituyentes, de interinidad, ni menos revolucionarios.
Para el dictador, la interinidad de un proceso constituyente breve, democrático y verdadero quedaba superada con ventaja por una guerra civil y por la adición de sucesivas normas de tipo autoritario a lo largo de treinta años.
Esta fórmula de la constitución abierta, alejada, en su opinión, de una visión racionalista que quiere ofrecernos un modelo universal y abstracto de instituciones, válido para todos los países, y de la rigidez de una Constitución, obra exclusiva de un grupo o de un momento, brindaba, según Franco, una solución adecuada a los peculiares rasgos de una España en perenne proceso fundacional, cuando la verdad es que la violenta abolición de la Constitución republicana de 1931 y la instauración de un régimen dictatorial inspirado en la sociedad estamental supusieron una nueva ruptura del hilo constitucional, tantas veces suturado a lo largo del siglo XIX, y la negación de la acepción moderna del término constitución, estrechamente vinculada a la noción de proceso constituyente, el cual, adulterado también por la interpretación franquista, se imaginaba como la sucesiva adición de normas legales a los inamovibles principios del Movimiento Nacional -por su propia naturaleza, permanentes e inalterables-, a medida que el Régimen, según avanzaba su deterioro, precisaba nuevas operaciones legitimadoras. 
Sin embargo, ni una cosa ni la otra. Ni las leyes fundamentales franquistas pueden considerarse una verdadera constitución, pues, como advierte Loewenstein (1979, 218), no todas las leyes fundamentales amparadas en el nombre de constituciones lo son, sino que algunas de ellas no pasan de ser meras constituciones semánticas; ni el Régimen, a pesar de los deseos de su fundador, se hallaba en un permanente proceso de adaptación jurídica a una realidad social cambiante, sino todo lo contrario: permanecía anclado en un contumaz inmovilismo, sordo y ciego a las rápidas mutaciones, que, a pesar de todo, experimentaba la sociedad española.
En la presentación de la obra de C. Schmitt (1982, 13), F. Ayala se refiere al Estado constitucional en sentido estricto como al Estado liberal-burgués, el Estado de Derecho, con lo cual, las Leyes Fundamentales de la dictadura franquista, a fuerza de ser antiliberales, es decir políticamente antiburguesas, quedaban bastante alejadas de lo que es, en sentido estricto, una Constitución.
Entre otros autores, tampoco Tomás y Valiente (1989, 128) concede a las llamadas Leyes Fundamentales del Nuevo Estado creado y sostenido por el general Franco el rango de Constitución, porque, entre otras razones, el Fuero de los Españoles contenía más deberes que derechos y más retórica totalitaria que regulación jurídica inmediatamente aplicable a los pocos derechos allí reconocidos, y, porque según la propia legalidad franquista, Franco asumía todos los poderes del nuevo Estado, de los que respondía ante Dios y ante la historia, según reza la Ley de Principios del Movimiento Nacional, pero no ante instituciones jurídico-políticas de raíz y composición democráticas. 
Señala este autor (ibíd, 129) que treinta años después de la fundación del Régimen, Franco seguía conservando los mismos poderes extraordinarios, si bien, a la altura del año 1967, aparecían revestidos de nuevas coberturas lingüísticas.
Efectivamente, la función caudillista asumida por el fundador, la concepción orgánica de la sociedad y el origen militar del nuevo Estado estuvieron muy presentes en las cabezas de los juristas del Régimen cuando no señalaron, ni siquiera formalmente, la separación y la limitación de poderes, sino, muy al contrario, en la confección de la legalidad subsiguiente siguieron respetando el contenido del Decreto 138/1936, de 29 de septiembre de 1938, emitido, pues, en plena guerra civil, en virtud del cual los miembros de la Junta de Defensa Nacional, pensando no sólo en las necesidades de la guerra sino en lo que pudiere venir después, estimaron la alta conveniencia de concentrar en un solo poder todos aquellos que han de conducir a la victoria final y al establecimiento, consolidación y desarrollo del nuevo Estado y acordaron, en el artículo primero, nombrar Jefe del Gobierno del Estado Español al Excmo Sr. General de División D. Francisco Franco Bahamonde, quien asumirá todos los poderes del nuevo Estado. En el artículo segundo se le nombraba Generalísimo de las fuerzas nacionales de Tierra, Mar y Aire y se le confería el cargo de General Jefe de los Ejércitos y Operaciones.
El vasto poder de que disponía Franco se completaba en la Ley de 30 de enero de 1938, por la cual el Estado insurgente se organizaba ya en departamentos ministeriales. En el artículo 17º de dicha ley se atribuía al Jefe del Estado la suprema potestad de dictar normas jurídicas de carácter general. Con todo ello, respondiendo a los principios de unidad de poder y coordinación de funciones[i], en la persona de Franco, además de la iniciativa legislativa, se acumulaban las principales jefaturas del Régimen: del Estado, del Gobierno (hasta el nombramiento de Carrero Blanco en 1973), del Ejército, del Partido Único y casi del Sindicato Único, porque de él dependía, también, el nombramiento de su responsable, además de la designación de otros altísimos cargos del Partido y del Estado[2]
Esta concentración de poderes responde a una noción militar del ejercicio del mando, por la cual el gobernante es, antes que otra cosa, un comandante que imparte órdenes a una nación que se imagina formada por personas que obedecen como soldados, en vez estar poblada por ciudadanos activos que, como soberanos, son acreedores del poder, y entre cuyos derechos inalienables se encuentra el de vigilar su ejercicio. Ante población tan mansa, lo mismo da que el dictador se digne responder ante Dios y ante la Historia o que lo haga ante otra instancia imaginaria, y ese desprecio por lo que la ciudadanía pudiera opinar sobre quiénes y, sobre todo, sobre quién gobernaba en su nombre recorre, hasta sus últimos días de existencia, los textos fundamentales del Régimen y, por supuesto, las actitudes de Franco y de quienes gobernaban con él.

Comunicación publicada en: “Tiempos de silencio. Actas del IVº Encuentro de Investigadores del Franquismo”, Valencia, 17-19 de noviembre, 1999. Edita: Fundació d’Estudis i Iniciatives Sociolaborals, Valencia, 1999.
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BIBLIOGRAFÍA REFERIDA
La Constitución española. Leyes fundamentales del Estado (1971), Servicio Informativo Español, Madrid, Ministerio de Información y Turismo.
Franco, F. (1973): Tres discursos de Franco, Madrid, Ediciones del Movimiento.
Franco, F. (1975): Pensamiento político de Franco (I), Madrid, Ediciones del Movimiento.
Loewenstein, K. (1979): Teoría de la Constitución, Barcelona, Ariel.
Schmitt, C. (1982): Teoría de la Constitución, Madrid, Alianza.
Tomás y Valiente, F. (1989): Códigos y constituciones. 1808-1978, Madrid, Alianza.


[1] El tema de la constitución abierta, en Franco es recurrente. Véanse, por ejemplo, sus declaraciones a la agencia Associated Press, en 1946, (Franco, 1975, I, p. 387), su discurso en la sesión extraordinaria de las Cortes Españolas, el 22 de noviembre de 1966, al presentar la nueva Ley Orgánica del Estado (La Constitución española. Leyes fundamentales del Estado, Madrid, Mº Información y Turismo, pp. 19-37, p. 35-36) o el epígrafe "El Movimiento y el proceso institucional", del Discurso en la Sesión de Apertura de la X Legislatura de las Cortes Españolas, 18 de noviembre de 1971 (Tres discursos de Franco, Madrid, Ediciones del Movimiento, 1973, p. 19). 
[2] Véanse las amplísimas competencias que el Título II de la citada Ley Orgánica del Estado, de 10 de enero de 1967, confiere al Jefe del Estado.
[2].. Franco concentraba en su persona la Jefatura del Estado, del Gobierno, del Ejército y del Movimiento Nacional; ostentaba la presidencia del Consejo Nacional y de la Junta de Defensa Nacional, designaba a los presidentes del Consejo del Reino, de las Cortes Generales, del Tribunal Supremo, del Tribunal de Cuentas y del Consejo de Economía Nacional, nombraba a los ministros del Gobierno, a cuarenta Consejeros nacionales, a 25 procuradores en Cortes, al Jefe de la Organización Sindical, intervenía en el nombramiento de obispos, se reservó el privilegio de conceder títulos nobiliarios y designó a su sucesor con el título de rey.