jueves, 28 de abril de 2016
Otegui en Bruselas
A propósito de un post de F. Ovejero sobre al vista de Otegui al Parlamento europeo arropado por IU y por Podemos.
Ahí arriba (País Vasco) se parte de un terreno abonado, no ya por el carlismo y por el nacionalismo de Arana, sino de un error mucho más reciente, y que es el trato preferente dado a los partidos nacionalistas durante la Transición, como si hubieran sido las únicas o las pero tratadas víctimas de la dictadura, olvidando, en el caso muy flagrante en el País Vasco, de las facturas que tenían pendientes los gobiernos autonómicos históricos con el Gobierno de la II República.
Pregunta, seguramente tonta: ¿Qué debía a los nacionalistas el Estado democrático de derecho que se estaba configurando tras la muerte de Franco?
Parecía que el Estado, y el resto de los españoles en general, les debieran algo a los nacionalistas cuando debía ser al contrario. ¿Acaso no había intentando la Generalitat fundar de modo unilateral, aunque por pocas horas, un Estado independiente del de la II República? ¿Acaso no se rindieron por su cuenta los nacionalistas vascos a los italianos dando por concluida la guerra y dejando en la estacada a la II República?
Gestos muy feos, que los nacionalistas han enmascarado a base de reescrituras de la historia y toneladas de propaganda. Y ahora a ver quién desmonta eso.
No entiendo por qué lo pasean, por qué lo avalan, por qué lo exhiben. Puede que el inmediato objeto sea captar algunos votos en el País vasco, pero, en general, para la izquierda es nefasto el giro al soberanismo. IU tiene la experiencia de la escisión de Oscar Matute en Ezker Batúa. Y antes la de Lertxundi.
martes, 26 de abril de 2016
La aspiración igualitaria (III)
Concluye aquí esta breve serie. Y recalco la fecha en que fue efectuado un dictamen tan pesimista, por los rasgos que entonces se apuntaban y hoy ya son plenamente reconocidos: 1992, el año de los fastos (y los gastos) de la Exposición Universal de Sevilla, el Centenario del Descubrimiento de América, los Juegos Olímpicos de Barcelona, y el año que en comenzó la crisis económica que marcó el declive del gobierno de Felipe González.
3. La democracia desigual
Hoy, en las postrimerías del siglo XX, tanto el llamado socialismo real, o el socialismo realmente existente, como el liberalismo triunfante han conseguido burlar el afán igualitario para generar nuevas formas de desigualdad social.
En el primer caso, la existencia del partido único y la ocupación del Estado por una nomenklatura sin control social alguno han supuesto la negación de uno de los principios fundacionales de tales sociedades, teóricamente formadas por sujetos política y económicamente iguales.
En el segundo caso, el liberalismo ha dado lugar a democracias capitalistas, democracias burguesas, gobernadas por varias nomenklaturas que forman una clase con intereses particulares en el entramado del poder, y nuestro país, pese a su tardía instalación en tal modelo, no es una excepción.
Hoy la democracia es formal; carece de contenido moral, de ética. Ha quedado reducida a unas cínicas reglas para alcanzar el poder político y permitir sin sobresaltos la alternancia entre las élites. No es una forma de gobernar ni de pertenecer a la comunidad política. El aristotélico zoon politikón, que vive en comunidad y se ocupa de los asuntos de la comunidad (ese es el sentido primigenio de la política, cuando la polis es la comunidad), ha dado paso al zoon apolitikón, gobernado por una casta de profesionales en la gestión de los asuntos públicos, que son cada vez más los asuntos privados de una clase política ideológicamente indiferenciada. Así, habría que actualizar la vieja frase del Manifiesto Comunista que dice que "el gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la burguesía”, y añadir la idea de que el Estado es el lugar privilegiado donde hace negocios la clase política, como los hechos están demostrando cada día.
Si a lo largo de los dos últimos siglos las clases dominantes se han defendido como gato panza arriba del derecho al sufragio de las clases subalternas, para acabar reconociéndolo muy a su pesar, no por eso han cejado en su empeño de restaurar la desigualdad social y política, y no digamos ya la económica.
En realidad, el vaciamiento que se ha producido en las reglas que conforman la democracia política mediante la interesada intervención de las élites en las leyes electorales y los reglamentos de las cámaras, la disciplina de partido, el papel del Ejecutivo, los supercentros de poder alejados del control ciudadano, etc, etc, muestran que se trata de una lucha de las oligarquías de cualquier ideología política contra el principio igualitario del sufragio universal. No contra la forma, que es intocable porque confiere legitimidad (incluso los dictadores la utilizan), sino contra el contenido igualador de la democracia. Así, de hecho, no son equivalentes los votos de todos los ciudadanos, ni todos los ciudadanos son realmente elegibles ni la política es una actividad de toda la politeia. Con ello se ha llegado a un sistema de representación irresponsable, por el cual los electores disponen de una capacidad muy limitada sobre sus representantes, tanto para designarlos como para deponerlos.
Si el fracaso del socialismo real muestra las dificultades para crear sociedades realmente igualitarias, en las que los individuos puedan disfrutar de los mismos derechos y oportunidades, el modelo defendido por la doctrina neoliberal muestra las dificultades para mantener la igualdad de los derechos individuales en las desigualitarias sociedades actuales.
En este modelo, la desigualdad como principio, incentivada por la penetración de las leyes del mercado en todos los rincones de la sociedad, ha generado un mundo hobbesiano donde la insolidaridad y la desigualdad se han convertido en patrones de vida.
La justificación de tales conductas parece encontrarse en el papel concedido por cada sujeto a su propio yo como suprema instancia para medir la relación con todos los demás. El éxito individual, medido en dinero y en poder, y el hedonismo buscado de manera compulsiva parecen ser la última y poderosa razón para olvidarse de los otros, que únicamente existen como ocasionales servidores -de usar y tirar- o como competidores en una sociedad concebida como una jungla, en la que, desterrada toda cooperación desinteresada, sólo cabe competir para vencer o ser vencido.
Como en otros momentos oscuros de la historia, la aspiración igualitaria descansa, pero no parece que vaya a ser por mucho tiempo, pues la gravedad de los problemas sociales y el rápido deterioro ecológico muestran que vivimos en un mundo cada vez más pequeño, más frágil, más inhumano y más injusto, en el que la actuación irresponsable de unos pocos conlleva consecuencias gravísimas para muchos. Pero no ha de tardar la respuesta de los muchos, defendiendo su vida y la del planeta, al imponer nuevos raseros que erosionen la desigualdad existente y la injusticia imperante.
Madrid, verano de 1992.
Para Iniciativa Socialista, número 21, extra “Libertad, Igualdad y Solidaridad”, octubre de 1992.
Aparecido en el libro colectivo: "Entre dos siglos (1989-2005)", Madrid. SEPHA, 2006, dentro de la selección de textos publicados por la revista Iniciativa Socialista (luego Trasversales) desde su fundación en 1989.
La aspiración igualitaria (II)
2. La emancipación colectiva. La
igualdad
Junto a la anterior interpretación de la
génesis de la sociedad moderna cabe otra. No opuesta, sino complementaria, que
busca en el afán igualitario el otro polo de la tensión que ha forjado la
sociedad de nuestros días.
La vocación igualitaria ha sido
históricamente una aspiración de las clases subalternas, suscitada por la
pobreza material y la carencia de derechos. Ha aparecido asociada con la
demanda de equidad en la distribución de los bienes y de justicia en la interpretación
y administración de las leyes, pues no ha sido casual que los más pobres hayan
sido siempre los más injustamente tratados.
En la Europa moderna, la aspiración
igualitaria tiene un largo recorrido, cuyo origen es el quiliasma
revolucionario medieval, heredero a su vez de los relatos proféticos del
judaísmo y del primer cristianismo. Dichas profecías son, para Norman Cohn[1],
"mecanismos gracias a los cuales los grupos religiosos, primero judíos
y después cristianos, se consolidaban, fortalecían y reafirmaban ante la
amenaza o realidad de la opresión".
Las conmociones sociales de la Edad
Media reavivaron en las clases más humildes la creencia de que habría de venir
un reino que duraría un milenio, en el que todas las injusticias serían
reparadas y donde los pobres encontrarían compensación a su desdicha. El
milenarismo -según M. I. Pereira de Queiroz[2]- se
ocupa siempre en imaginar una transformación del mundo profano; las esperanzas
y aspiraciones que se encuentran en él son terrestres, pero los medios para
tener acceso al mundo nuevo, así como ciertas características de éste, son
sagrados". "Sin embargo -continua la misma autora-, el
milenarismo no puede nacer en cualquier religión; no es viable más que en las
religiones activas, que atribuyen al individuo el poder de transformar el mundo
en que vive.
La lenta descomposición del orden
medieval fue la base material sobre la que se revitalizaron las profecías
milenarias que se propagaron por Europa desde fines de la alta Edad Media hasta
el Renacimiento. En Flandes se extendieron entre el siglo XI y el XIV; en el
centro y sur de Alemania, desde mediado el siglo XIII hasta el cisma
protestante; en Holanda, Westfalia y Bohemia durante la Reforma.
La progresiva reducción de los grupos
ampliados de parentesco, el crecimiento demográfico y la crisis de la economía
rural que arrojaba del feudo a los que no podía alimentar, la sustitución de
los lazos de solidaridad vertical entre señores y siervos por estratos
horizontales basados en la posesión de la riqueza pero sin ningún tipo de
compromiso asistencial, el crecimiento de las ciudades, el auge gremial del
artesanado y la formación de una boyante burguesía mercantil trajeron nuevas
relaciones sociales.
Junto a la riqueza que exhibían los
grandes comerciantes y los nobles que los emulaban, coexistía la pobreza
creciente de todos aquellos que, marginados de las estructuras sociales
tradicionales, no encontraban acomodo en aquella sociedad que lentamente se iba
polarizando. Mientras los lazos sociales propios de la era moderna (relaciones
entre clases) se instalaban entre las capas altas y los habitantes de las
ciudades, las relaciones tradicionales, basadas en el parentesco y en los
pactos de vasallaje, se mantenían en los estratos sociales inferiores y en el
extensísimo mundo rural.
En estas circunstancias, las guerras y
las pestes no hicieron más que agravar las penurias de los desposeídos. Por
ello no es de extrañar que las viejas profecías milenarias volvieran a
encontrar eco en las masas de individuos cuya vida se había visto
dramáticamente perturbada por la desaparición de las relaciones socioeconómicas
a las que estaban habituados. A pesar de la
exasperación y la radicalidad de sus planteamientos, en estos
movimientos, representados por múltiples sectas, aún no está presente un
programa político. Sus reivindicaciones y su lenguaje están presos todavía de
los presupuestos religiosos y de la idea de la redención; no obstante el afán
igualitario es claro.
Frente al poder y la molicie de la
nobleza y la riqueza de la burguesía y del alto clero se opone el ideal de vida
sencilla, basado en la abolición de la propiedad privada y de la autoridad, en
el disfrute de los bienes en común e, incluso, en la comunidad de mujeres. El
abanico de idearios es tan amplio que va desde la simple propuesta de reformar
la Iglesia para retornar a la pobreza evangélica, hasta formular postulados
anarcocomunistas, como el caso de John Ball, en la Inglaterra del siglo XIV, el
de Tomás Müntzer, en Alemania, en el siglo XVI, o el programa de los
niveladores de Winstanley, en la convulsa Inglaterra de la guerra civil.
Paralelamente, el afán igualitario
también encuentra expresión escrita en un género literario que critica el mundo
presente a través de la descripción de una sociedad armoniosa -la utopía-, que,
a la vez que niega lo existente, adelanta una sociedad futura que oscila entre
el comunismo de estado y el anarquismo.
La Declaración de Derechos del Hombre y
del Ciudadano viene a
reconocer la igualdad como uno de los fundamentos legales de la nueva sociedad,
pero bien pronto la marcha de la revolución señala la honda escisión que existe
dentro del tercer estado, porque la Declaración de Derechos del Hombre
de 1789 tiene su reverso en la Ley Le Chapelier,[3] del
año 1791, que proscribe la huelga y la asociación de los obreros.
Tras el ocaso del período jacobino, la
reacción del Thermidor viene a confirmar que el impulso popular e igualitario
se ha agotado. Su último estertor lo exhala la fallida insurrección de Los
Iguales, capitaneada por Babeuf, Marechal y Buonarroti en 1797, cuyo
ideario es ya un embrión del programa comunista radical que más tarde será
continuado por Blanqui.
La copiosa literatura utópica posterior
a la revolución de 1789 abunda en la idea de la igualdad desde perspectivas diferentes,
pero será sobre todo el proyecto comunista en sus dos versiones (comunismo
libertario y comunismo autoritario) el que convierta la igualdad en uno de los
pilares del programa de la clase obrera.
Efectivamente, el afán igualitario está
tan presente en los primeros programas socialistas y en el efímero gobierno de
la Comuna de París, como en las agitaciones campesinas andaluzas de finales del
siglo diecinueve; en los primeros años que siguen a la revolución de octubre
1917, como en las colectivizaciones agrarias en la guerra civil española...
pero es un impulso que no perdura. En el mejor de los casos, los procesos
pronto se osifican y el poder se esclerotiza en una burocracia que huye del
igualitarismo como de la peste. Los últimos coletazos del afán igualitario
tienen lugar en China durante la oleada igualitarista de la revolución
cultural, y en fecha más reciente, en el interior del Perú, en el ideario de
Sendero Luminoso. Ambos casos penetrados por un gran componente autoritario,
incluso despótico, y un fuerte culto a la personalidad de los dos máximos
dirigentes -Mao Ze Dong y el presidente Gonzalo (Abimael Guzmán)-, que
ejercen el papel que durante la Edad Media cumplían profetas y visionarios,
como depositarios de la verdad e intérpretes de la historia, y, en el caso peruano
-el de Sendero Luminoso-, se advierte un renacer del sentimiento milenario,
aunque el viejo lenguaje religioso haya sido sustituido por otro secular pero
con similar estilo doctrinario.
[1]
Cohn. N.; En pos del milenio, Madrid, Alianza, 1981, 3. ed. 1985, p. 18.
[2] Pereira de Queiroz, Mª Isaura; Hiistoria
y etnología de los movimientos mesiánicos, Méjico, Siglo XXI, 1969, p.20.
[3] La ley Le Chapelier, que prohibía la
asociación de los obreros y la huelga, estuvo inspirada en los principios del liberalismo
económico que pocos meses antes habían alumbrado la ley D’Allarde, que acabó
con los gremios.
lunes, 25 de abril de 2016
25 de abril
Good morning, Spain que es different
Grándola, vila morena, terra da fraternidade.
O povo é quem mais ordena dentro de ti, ó cidade.
Dentro de ti, ó cidade, o povo é quem mais ordena,
terra da fraternidade, Grándola, vila morena.
Dentro de ti, ó cidade, o povo é quem mais ordena,
terra da fraternidade, Grándola, vila morena.
Em cada esquina um amigo, em cada rosto igualdade,
Grándola, vila morena, terra da fraternidade.
Terra da fraternidade, Grándola, vila morena,.
em cada rosto igualdade, o povo é quem mais ordena.
Grándola, vila morena, terra da fraternidade.
Terra da fraternidade, Grándola, vila morena,.
em cada rosto igualdade, o povo é quem mais ordena.
A sombra duma azinheira, que já nao sabia a idade,
jurei ter por companheira, Grándola, tua vontade.
Grándola, a tua vontade, jurei ter por companheira,
á sombra duma azinheira, que já nao sabia a idade.
(José Afonso)
jurei ter por companheira, Grándola, tua vontade.
Grándola, a tua vontade, jurei ter por companheira,
á sombra duma azinheira, que já nao sabia a idade.
(José Afonso)
Hay un bolero que canta que la distancia es el olvido y un tango que afirma que veinte años no es nada. Y los dos tienen razón, no porque el espacio y el tiempo sean categorías relativas, como sostenía Einstein en su endiablada teoría, ni porque sean formas a priori de la sensibilidad humana, como indicaba, de manera no menos enrevesada, Manuel Kant, sino porque el tiempo y el espacio se miden en la mente humana con instrumentos volubles.
Olvido y permanencia, recuerdo y amnesia, memoria y desmemoria dependen de los afectos, y los afectos traicionan; envilecen o ennoblecen los recuerdos, podan, aumentan, niegan, disminuyen o exaltan las relaciones para cumplir el papel fundamental de justificar nuestra existencia y hacerla soportable.
Unas cosas han quedado voluntaria o involuntariamente olvidadas y, sin embargo, otras permanecen todavía frescas, celosamente guardadas en el desván de la memoria, porque conservan ese sabor agridulce de lo apetecido y lo perdido, de lo que fue ambicionado y que se quedó en intento con toda su pureza.
Una de esas cosas que se resisten al olvido, quizá porque corresponden a momentos de la vida en que por encima del análisis frío está la conmoción causada por los hechos, es la revolución de los claveles, en 1974, la conmoción en el vecino Portugal, un país "todavía más atrasado que España", se decía entonces, y que, sin embargo, también nos adelantaba a los que, con la inexperiencia de los pocos años y escasa sabiduría, teníamos la intención de hacer más pronto que tarde una revolución en este país.
Un 25 de abril nos despertamos con la noticia de que ahí al lado, a un paso, en el silencio de la noche habían brotado unos cravos bermelhos; la revoluçao, así como suena. Había antecedentes, sí; sabíamos del malestar social, de un golpe militar fracasado en Caldas de Rainha... pero de eso al hundimiento de un régimen dictatorial más antiguo que el de Franco, que contaba con una policía secreta, la temida PIDE, que tenía en sus fichas a cuatro millones de portugueses, la mitad de la población, iba mucha distancia.
Ignorábamos que, mientras nosotros dormíamos, algunos lisboetas permanecían en vigilia. No dormía el comandante Otelo Saraiva de Calvalho, porque tenía que poner un telegrama con un extraño texto: Tía Aurora llegará el día 25 a las tres de la madrugada. Un abrazo. Primo Antonio.
No dormía el capitán Vasco Correia Lourenço cuando recibió, en las islas Azores, el telegrama del primo Antonio; ni dormía el capitán Delgado Fonseca en su unidad del norte de Oporto; ni dormían los conjurados de Santarem, ni los de Viseu, ni los de Estremoz, el pueblo de mármol...
Tampoco dormía esa noche del 24 al 25 de abril el locutor y periodista Leite Vasconcelos, que a las tres de la madrugada puso, con sumo cuidado y muchos nervios, el brazo del tocadiscos sobre un disco del cantautor José Afonso. La canción escogida estaba prohibida por la censura, pero una revolución no se detiene por un trámite administrativo. Y así, a las tres en punto de la madrugada, "Grándola, vila morena" salía al aire.
Inmediatamente en varios lugares de Portugal se pusieron en marcha los motores de los carros de combate y de los transportes de tropas.
Lisboa seguía durmiendo cuando los tanques del capitán Salgueiro Maia entraron en la ciudad a las cinco de la mañana. Y también cuando "O Século", un diario tempranero, alertado por los insólitos movimientos que había en la calle, se atrevía a sacar en la página de última hora un pequeño suelto, sin pasar por la censura, que decía: golpe de Estado militar en curso.
Tampoco habían dormido los soldados de patrullaban sobre un camión por una Lisboa que lentamente se desperezaba aquel día de abril. Estaban cansados y ojerosos y, detenido el camión, pidieron a Celeste Carmins un cigarrillo.
Ella no fumaba, pero llevaba en las manos un ramo de claveles rojos -cravos bermelhos- para celebrar el primer aniversario del restaurante en el que trabajaba. Y, a falta de pitillos, les ofreció los claveles, que los soldados colocaron en las bocachas de sus fusiles automáticos. Ese día habían amanecido una revolución y un símbolo. Después vendrían los días de euforia y las reformas, las huelgas, las tomas de tierras, la solidaridad, los forcejeos políticos, la presión de los que siempre han mandado, los golpes de fuerza de un lado y de otro. Y los retrocesos, la normalización, la rutina y el desencanto, porque las revoluciones duran poco tiempo. Son como una pasión ardiente y efímera que deja un recuerdo agridulce. En este caso, unos claveles y una canción.
Olvido y permanencia, recuerdo y amnesia, memoria y desmemoria dependen de los afectos, y los afectos traicionan; envilecen o ennoblecen los recuerdos, podan, aumentan, niegan, disminuyen o exaltan las relaciones para cumplir el papel fundamental de justificar nuestra existencia y hacerla soportable.
Unas cosas han quedado voluntaria o involuntariamente olvidadas y, sin embargo, otras permanecen todavía frescas, celosamente guardadas en el desván de la memoria, porque conservan ese sabor agridulce de lo apetecido y lo perdido, de lo que fue ambicionado y que se quedó en intento con toda su pureza.
Una de esas cosas que se resisten al olvido, quizá porque corresponden a momentos de la vida en que por encima del análisis frío está la conmoción causada por los hechos, es la revolución de los claveles, en 1974, la conmoción en el vecino Portugal, un país "todavía más atrasado que España", se decía entonces, y que, sin embargo, también nos adelantaba a los que, con la inexperiencia de los pocos años y escasa sabiduría, teníamos la intención de hacer más pronto que tarde una revolución en este país.
Un 25 de abril nos despertamos con la noticia de que ahí al lado, a un paso, en el silencio de la noche habían brotado unos cravos bermelhos; la revoluçao, así como suena. Había antecedentes, sí; sabíamos del malestar social, de un golpe militar fracasado en Caldas de Rainha... pero de eso al hundimiento de un régimen dictatorial más antiguo que el de Franco, que contaba con una policía secreta, la temida PIDE, que tenía en sus fichas a cuatro millones de portugueses, la mitad de la población, iba mucha distancia.
Ignorábamos que, mientras nosotros dormíamos, algunos lisboetas permanecían en vigilia. No dormía el comandante Otelo Saraiva de Calvalho, porque tenía que poner un telegrama con un extraño texto: Tía Aurora llegará el día 25 a las tres de la madrugada. Un abrazo. Primo Antonio.
No dormía el capitán Vasco Correia Lourenço cuando recibió, en las islas Azores, el telegrama del primo Antonio; ni dormía el capitán Delgado Fonseca en su unidad del norte de Oporto; ni dormían los conjurados de Santarem, ni los de Viseu, ni los de Estremoz, el pueblo de mármol...
Tampoco dormía esa noche del 24 al 25 de abril el locutor y periodista Leite Vasconcelos, que a las tres de la madrugada puso, con sumo cuidado y muchos nervios, el brazo del tocadiscos sobre un disco del cantautor José Afonso. La canción escogida estaba prohibida por la censura, pero una revolución no se detiene por un trámite administrativo. Y así, a las tres en punto de la madrugada, "Grándola, vila morena" salía al aire.
Inmediatamente en varios lugares de Portugal se pusieron en marcha los motores de los carros de combate y de los transportes de tropas.
Lisboa seguía durmiendo cuando los tanques del capitán Salgueiro Maia entraron en la ciudad a las cinco de la mañana. Y también cuando "O Século", un diario tempranero, alertado por los insólitos movimientos que había en la calle, se atrevía a sacar en la página de última hora un pequeño suelto, sin pasar por la censura, que decía: golpe de Estado militar en curso.
Tampoco habían dormido los soldados de patrullaban sobre un camión por una Lisboa que lentamente se desperezaba aquel día de abril. Estaban cansados y ojerosos y, detenido el camión, pidieron a Celeste Carmins un cigarrillo.
Ella no fumaba, pero llevaba en las manos un ramo de claveles rojos -cravos bermelhos- para celebrar el primer aniversario del restaurante en el que trabajaba. Y, a falta de pitillos, les ofreció los claveles, que los soldados colocaron en las bocachas de sus fusiles automáticos. Ese día habían amanecido una revolución y un símbolo. Después vendrían los días de euforia y las reformas, las huelgas, las tomas de tierras, la solidaridad, los forcejeos políticos, la presión de los que siempre han mandado, los golpes de fuerza de un lado y de otro. Y los retrocesos, la normalización, la rutina y el desencanto, porque las revoluciones duran poco tiempo. Son como una pasión ardiente y efímera que deja un recuerdo agridulce. En este caso, unos claveles y una canción.
domingo, 24 de abril de 2016
La aspiración igualitaria (I)
1. La emancipación individual. La libertad
Una de las interpretaciones sobre el mundo moderno que han tenido más fortuna ha sido aquella que coloca en lugar central la acción de los individuos. Desde esta perspectiva, el rasgo básico de la moderna sociedad occidental es el esfuerzo que, desde el Renacimiento hasta nuestros días, conduce al ser humano, primero, el hombre, más tarde la mujer, a alcanzar mayores cotas de autonomía.
El acento de esta emancipación recae sobre el individuo; el estamento, el grupo, el gremio pierden importancia ante el sujeto que individualmente amplía las condiciones para ejercer su albedrío; que pretende desarrollar todas sus potencialidades, incluso rehacerse totalmente a la luz de la razón y el concurso de su voluntad.
Este esfuerzo emancipador tiene su origen en el Renacimiento. "En esta época -escribe Agnes Heller en El hombre del Renacimiento (Barcelona, Península, 1980) - nacen como categorías ontológicas inmanentes la libertad y la fraternidad", las cuales son necesarias para entender el afán humano por librarse de las trabas del orden tardomedieval, cuya primitiva función integradora se ha vuelto opresiva y cuya organización estamental tropieza con unas relaciones sociales que ya no son solamente feudales, aunque formalmente lo sigan pareciendo. No en vano estamos asistiendo a "la primera etapa del largo proceso de transición del feudalismo al capitalismo" (Heller, ibid).
La Reforma protestante, aunque refuerza la mentalidad religiosa como muy bien advirtió Marx, en Los anales franco-alemanes -"Lutero venció, efectivamente, a la servidumbre por la devoción, porque la sustituyó por la servidumbre en la convicción. Acabó con la fe en la autoridad, porque restauró la autoridad de la fe. Convirtió a los curas en seglares, porque convirtió a los seglares en curas "- ayuda doblemente en este proceso. Por un lado, al destacar en materia de fe el valor de la conciencia individual frente a la opinión de la jerarquía eclesiástica. Por otro, al ayudar a organizar horizontalmente las iglesias reformadas, permitió que el principio democrático y nacional que las regía pasara luego al terreno de las doctrinas políticas .
La segunda gran singladura en esta marcha hacia la autonomía del sujeto tiene como base la razón. La crisis de la hegemonía católica causada por la Reforma protestante encuentra su continuación y alcanza su expresión máxima con la Revolución francesa, que para Gramsci (Cuadernos de cárcel, I, Méjico, ERA) supuso una ruptura "históricamente más madura, porque se produjo en el terreno del laicismo: no curas contra curas, sino fieles-infieles contra curas" . Con ello el debate se desplaza fuera del ámbito de la religión. La tradición, la voz de la jerarquía, los derechos estamentales y la legitimidad del poder son pasados por el tamiz de la razón.
Mediante la razón, el individuo puede entender y distanciarse de la naturaleza, separarse de Dios y poner límites al poder político. El súbdito, lleno de deberes y sometido al arbitrio de los estamentos privilegiados y en especial a la Corona, deja paso al ciudadano que reclama derechos, pone límites al poder y exige una legalidad a la que todos los ciudadanos se atengan, incluidos los que gobiernan, al mismo tiempo que se reserva un ámbito privado para los asuntos de su conciencia.
La enumeración de los derechos del hombre y del ciudadano recogidos en una Constitución es la gran aportación de las revoluciones del siglo XVIII. A partir de ahí, se abre otra etapa, que ocupa en Occidente todo el siglo XIX y buena parte del XX, por extender y ensanchar tales derechos, que tomados como un modelo se presentan como metas al resto del mundo.
El sujeto paradigmático surgido de estas transformaciones es el burgués, o mejor el empresario burgués, el hombre activo, cuyo ideal es desarrollar sin trabas su capacidad para producir y enriquecerse individualmente, razón por la cual precisa libertad ilimitada para mover y ampliar su capital. En otro orden de actividades, pero al final regido por las mismas reglas de concurrencia -las del mercado-, se halla el artista, que, emancipado ya del mecenazgo de la corte o de la iglesia, aspira a expresarse libremente dentro del campo de la cultura sin otros límites que los gustos del público.
Estos son los dos modelos del sujeto autónomo que las doctrinas liberales han ofrecido en el campo de la producción fabril y de la producción simbólica.
Este esfuerzo emancipador tiene su origen en el Renacimiento. "En esta época -escribe Agnes Heller en El hombre del Renacimiento (Barcelona, Península, 1980) - nacen como categorías ontológicas inmanentes la libertad y la fraternidad", las cuales son necesarias para entender el afán humano por librarse de las trabas del orden tardomedieval, cuya primitiva función integradora se ha vuelto opresiva y cuya organización estamental tropieza con unas relaciones sociales que ya no son solamente feudales, aunque formalmente lo sigan pareciendo. No en vano estamos asistiendo a "la primera etapa del largo proceso de transición del feudalismo al capitalismo" (Heller, ibid).
La Reforma protestante, aunque refuerza la mentalidad religiosa como muy bien advirtió Marx, en Los anales franco-alemanes -"Lutero venció, efectivamente, a la servidumbre por la devoción, porque la sustituyó por la servidumbre en la convicción. Acabó con la fe en la autoridad, porque restauró la autoridad de la fe. Convirtió a los curas en seglares, porque convirtió a los seglares en curas "- ayuda doblemente en este proceso. Por un lado, al destacar en materia de fe el valor de la conciencia individual frente a la opinión de la jerarquía eclesiástica. Por otro, al ayudar a organizar horizontalmente las iglesias reformadas, permitió que el principio democrático y nacional que las regía pasara luego al terreno de las doctrinas políticas .
La segunda gran singladura en esta marcha hacia la autonomía del sujeto tiene como base la razón. La crisis de la hegemonía católica causada por la Reforma protestante encuentra su continuación y alcanza su expresión máxima con la Revolución francesa, que para Gramsci (Cuadernos de cárcel, I, Méjico, ERA) supuso una ruptura "históricamente más madura, porque se produjo en el terreno del laicismo: no curas contra curas, sino fieles-infieles contra curas" . Con ello el debate se desplaza fuera del ámbito de la religión. La tradición, la voz de la jerarquía, los derechos estamentales y la legitimidad del poder son pasados por el tamiz de la razón.
Mediante la razón, el individuo puede entender y distanciarse de la naturaleza, separarse de Dios y poner límites al poder político. El súbdito, lleno de deberes y sometido al arbitrio de los estamentos privilegiados y en especial a la Corona, deja paso al ciudadano que reclama derechos, pone límites al poder y exige una legalidad a la que todos los ciudadanos se atengan, incluidos los que gobiernan, al mismo tiempo que se reserva un ámbito privado para los asuntos de su conciencia.
La enumeración de los derechos del hombre y del ciudadano recogidos en una Constitución es la gran aportación de las revoluciones del siglo XVIII. A partir de ahí, se abre otra etapa, que ocupa en Occidente todo el siglo XIX y buena parte del XX, por extender y ensanchar tales derechos, que tomados como un modelo se presentan como metas al resto del mundo.
El sujeto paradigmático surgido de estas transformaciones es el burgués, o mejor el empresario burgués, el hombre activo, cuyo ideal es desarrollar sin trabas su capacidad para producir y enriquecerse individualmente, razón por la cual precisa libertad ilimitada para mover y ampliar su capital. En otro orden de actividades, pero al final regido por las mismas reglas de concurrencia -las del mercado-, se halla el artista, que, emancipado ya del mecenazgo de la corte o de la iglesia, aspira a expresarse libremente dentro del campo de la cultura sin otros límites que los gustos del público.
Estos son los dos modelos del sujeto autónomo que las doctrinas liberales han ofrecido en el campo de la producción fabril y de la producción simbólica.
Madrid, verano de 1992.
Para Iniciativa Socialista, número 21, extra “Libertad, Igualdad y Solidaridad”, octubre de 1992.
Para Iniciativa Socialista, número 21, extra “Libertad, Igualdad y Solidaridad”, octubre de 1992.
España no existe
Comentario a post de Cotarelo, sobre la responsabilidad del PP y de Podemos en que no haya gobierno, mientras lo hay en Cataluña, que tiene un proyecto en marcha.
No hay gobierno, ni en activo, con el tancredismo en funciones, ni amago de que lo haya, ni hay proyecto, ni hay un relato sobre el hoy y lo que pudiera ser mañana, porque España como proyecto no existe, ni hacia dentro ni hacia fuera: lo que existe es una amalgama de proyectos, sueños, delirios y deseos locales, parciales, regionales, grupales o estamentales, pero como país estamos perdidos. Hace años que navegamos sin rumbo
No hay gobierno, ni en activo, con el tancredismo en funciones, ni amago de que lo haya, ni hay proyecto, ni hay un relato sobre el hoy y lo que pudiera ser mañana, porque España como proyecto no existe, ni hacia dentro ni hacia fuera: lo que existe es una amalgama de proyectos, sueños, delirios y deseos locales, parciales, regionales, grupales o estamentales, pero como país estamos perdidos. Hace años que navegamos sin rumbo
viernes, 22 de abril de 2016
Sant Jordi
Good morning, Spain, que es different
Hoy es Sant Jordi, alanceador de dragones, día del libro y de Cervantes, y ¿qué mejor manera hay de empezar la jornada que leyendo algún pasaje de las aventuras y desventuras del Ingenioso Hidalgo?.
Ahí va un parágrafo del Prólogo, que suele ser omitido por los desocupados lectores, que van en derechura y a toda priesa buscando el célebre comienzo: En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo...
Ahí va un parágrafo del Prólogo, que suele ser omitido por los desocupados lectores, que van en derechura y a toda priesa buscando el célebre comienzo: En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo...
“En lo que toca el poner anotaciones al fin del libro, seguramente lo podéis hacer desta manera: si nombráis algún gigante en vuestro libro, hacedle que sea el gigante Golías, y con sólo esto, que os costará casi nada, tenéis una grande anotación, pues podéis poner: El gigante Golías, o Goliat, fue un filisteo a quien el pastor David mató de una gran pedrada, en el valle de Terebinto, según se cuenta en el libro de los Reyes, en el capítulo que vos halláredes que se escribe. Tras esto, para mostraros hombre erudito en letras humanas y cosmógrafo, haced de modo como en vuestra historia se nombre el río Tajo, y veréisos luego con otra famosa anotación, poniendo: El río Tajo fue así dicho por un rey de las Españas; tiene su nacimiento en tal lugar y muere en el mar Océano, besando los muros de la famosa ciudad de Lisboa, y es opinión que tiene las arenas de oro, etc. Si tratáredes de ladrones, yo os diré la historia de Caco, que la sé de coro; si de mujeres rameras, ahí está el obispo de Mondoñedo, que os prestará a Lamia, Laida y Flora, cuya anotación os dará gran crédito; si de crueles, Ovidio os entregará a Medea; si de encantadores y hechiceras, Homero tiene a Calipso, y Virgilio a Circe; si de capitanes valerosos, el mesmo Julio César os prestará a sí mismo en sus Comentarios, y Plutarco os dará mil Alejandros. Si tratáredes de amores, con dos onzas que sepáis de la lengua toscana, toparéis con León Hebreo, que os hincha las medidas Y si no queréis andaros por tierras extrañas, en vuestra casa tenéis a Fonseca, “Del amor de Dios”, donde se cifra todo lo que vos y el más ingenioso acertare a desear en tal materia. En resolución, no hay más, sino que vos procuréis nombrar estos nombres, o tocar estas historias en la vuestra, que aquí he dicho, y dejadme a mí el cargo de poner las anotaciones y acotaciones; que yo os voto a tal de llenaros las márgenes y de gastar cuatro pliegos en el fin del libro”.
Más sobre Lo lúdico...
Hola, Juan Manuel:
Algunas ideas para que se entienda la posición de partida. 1ª, Me preocupa más Podemos, como algo nuevo y distinto, que el resto de los partidos. No espero grandes cosas del PSOE, pero si tenía que haber un cambio de Gobierno que no fuera una reedición del de Rajoy o de centro derecha con C'S, tenía que pasar por el PSOE. Es así y no hay más vuelta de hoja. 2ª Una cuestión de principio es que el PP no podía volver a gobernar: por lo que es, un partido corrompido, y por lo que ha hecho en la legislatura. 3ª Esperaba que Podemos, tan crítico con la casta, con el régimen del 78, con la corrupción, etc, etc, fuera un partido que se mostrase más dispuesto que nadie a desalojar a Rajoy de la Moncloa y, por tanto, a dar los pasos necesarios para ello, poniendo en ello más empeño que nadie. Y, dejando claro en este empeño por desalojar a Rajoy, que representa la continuidad de todo lo criticado en la campaña electoral y antes, que Podemos se ha dejado en ello la piel. Es decir, le pido al partido que hacía un dictamen sobre una situación muy mala y la necesidad de cambiarla cuanto antes -emprender un nueva Transición- que sea coherente con lo dicho y que actúe en consecuencia hasta el desfallecimiento.
Es cierto, la cronología es incompleta, pero no faltan datos fundamentales, puesto que, para mí, lo esencial no es dejar claro que en el PSOE Podemos no cae bien, que algunos barones y Felipe González tienen a Iglesias una manía injustificada, que Sánchez estaba en un brete y tenía poco margen de maniobra, a pesar del referéndum interno respaldando lo que hiciera, sino los insuficientes esfuerzos de Podemos y de Pablo Iglesias en particular para atraerle a su terreno, en vez de empujarle a pactar con Ciudadanos y favorecer las tendencias derechistas de sus barones. Ya sé que era una labor difícil, que seguramente habría fracasado, pero también es cierto que la actitud soberbia a ratos, condescendiente y humorística, en otros, o falsamente lírica de Pablo Iglesias no han facilitado el encuentro. Y se ha visto públicamente, no sólo yo, que no lo ha facilitado, porque lo que reflejan las encuestas en el descenso en la intención de voto a Podemos.
La prueba de que esta percepción también es clara dentro de Podemos está en A): la consulta a las bases para ratificar una decisión previamente adoptada por Pablo Iglesias, que es resultado de su equivocada táctica. B) el acercamiento a IU para a formar una coalición electoral o algo similar de cara a las elecciones, cosa que antes habían rechazado.
A Podemos, yo al menos, le exijo que actúe con arreglo a todo lo que ha dicho antes. Y no lo ha hecho. No le juzgo sólo por los resultados, sino sobre todo por la actitud y por la coherencia, que veo poca.
He enviado un segundo artículo sobre el tema, que en cuanto se publique te lo enviaré.
El tema de Otegui, del terrorismo y del nacionalismo merece tocarse aparte, aunque en esto también discrepo de Podemos.
un abrazo
>emilio> enviado a Juan Manuel Valdivia
El triunfo de la voluntad.
Reseña del libro: Sangre, votos,
manifestaciones. ETA y el nacionalismo vasco radical 1958-2011,
Gaizka Fernández Soldevilla y Raúl López Romo, Madrid, Tecnos, 2012.
El
triunfo de la voluntad, esta puede ser una de las principales ideas que se
extraen de la lectura del libro de los jóvenes investigadores Fernández
Soldevilla y López Romo. Otra podría ser la conquista de la hegemonía. Ambas se
complementan -actitud firme puesta al servicio de un propósito político- y
definen el empeño que recorre la trayectoria de ETA desde su fundación, como un
reducido grupo de jóvenes nacionalistas de clase media, hasta hoy, en que sus
herederos políticos aspiran a convertirse en la mayor fuerza electoral del País
Vasco y en el primer referente del nacionalismo, desplazando al PNV del puesto
que ocupa desde hace un siglo.
La
obra, que no es estrictamente otra historia de ETA o del nacionalismo vasco
radical, está concebida más bien como un mosaico de trabajos, que, sin estar
reñidos con la perspectiva cronológica, que en este caso es obligada, funciona
como un conjunto de estudios temáticos, que a veces se solapan, dedicados a los
criterios de exclusión étnica, a ETA y la transición, a la reunión de Chiberta,
al origen de Herri Batasuna y de Euskadiko Ezkerra, a los movimientos sociales
o a las víctimas. Lo que no obsta para que se perciba con claridad la intención
de los autores de mostrar la trayectoria de ETA, desde Ekin, el grupo
originario, hasta la última ETA, como la historia de un ambicioso proyecto
-construir una nación para fundar un Estado soberano-, sostenido
ideológicamente por la convicción proporcionada por los mitos y por una
inquebrantable fe en la victoria. Proceso en el que el terrorismo aparece como
principal recurso, porque otra de las cosas que en el libro quedan claras es el
pesimismo antropológico de los dirigentes y seguidores ETA. Dado que la nación
vasca se concibe como una comunidad homogénea poblada por abertzales, una de
las tareas tácticas más importantes es ir creando a sus futuros habitantes, que
serán los que nutran el movimiento abertzale (el embrión de la nación), lo cual
exige transformar a los vascos existentes. Si se cree que los seres humanos
pueden ser moldeados según la voluntad de un poder externo sobre todo por el
temor, bastará con que se apliquen de
manera persistente la fuerza, la coerción o la amenaza para conseguir la
anuencia, la sumisión o el silencio de la mayoría. Así, la nación vasca será el
resultado de haber transformado en abertzales a los vascos reales, bien por la
persuasión o bien por la sabia administración del miedo -“la socialización del
sufrimiento”, que prescribía la ponencia Oldartzen-.
Fernández
Soldevilla y López Romo combinan la historia política con la perspectiva
sociológica y cultural y prestan atención a fenómenos que han recibido una
atención más reciente, como los elementos culturales y rituales del movimiento
abertzale, abordados por Jesús Casquete (En
el nombre de Euskal Herria. La religión política del nacionalismo vasco radical,
Tecnos, 2009), como necesarios factores explicativos del persistente apoyo
social a las actividades terroristas, y lo que se podría denominar seducción de
la extrema izquierda marxista por el nacionalismo revolucionario, tema tratado
en fecha aún más reciente por Javier Merino (La izquierda radical ante ETA. ¿El último espejismo revolucionario en
Occidente?, Bakeaz, 2011).
El
libro se publica cuando el abandono del terrorismo por parte de ETA permite
esperar que la vida ciudadana, y no sólo la actividad política, en el País
Vasco pierda el carácter dramático que ha tenido hasta ahora. Desde hace 70
años, esa tierra ha estado sometida a una situación excepcional que ha impedido
la libre expresión de las preferencias políticas. Primero, porque la dictadura
de Franco reprimía la opinión, no de todos los vascos, sino de los contrarios a
su régimen, que también tenía partidarios en Euskadi, y luego, por la dictadura
de hecho ejercida por ETA y las fuerzas sociales bajo su égida, que durante
largos años ha intentado sofocar las expresiones públicas de quienes no
comulgaban con el programa nacionalista.
Sin
embargo, la renuncia al terrorismo sin entregar las armas no prefigura la pronta recuperación de una normalidad
democrática semejante, al menos, a la del resto de España, dada la persistencia
de hábitos autoritarios e intolerantes que los abertzales juzgan necesarios no
sólo para negociar las condiciones de disolución del grupo armado -la
vanguardia-, defender la legitimidad de un pasado poco presentable y mantener
la vigencia de los mitos, sino para seguir ejerciendo una acción contenciosa
mediante la movilización de masas como ineludible complemento de la actividad
institucional. Combinación que tiene por objeto convertirse en la fuerza
política hegemónica en Euskadi, como antesala de la fundación del estado
soberano de Euskal Herría.
ETA ha
actuado como el estado mayor de un ejército -unidad de mando, jerarquía,
órdenes precisas y disciplina incuestionada-, hasta conseguir dotarse de una
potente herramienta para someter la actividad política a la estrategia militar
y dirigir con muy pocas resistencias un dócil movimiento de masas. Eso es
efectivo mientras dura, pero cuando se acaba no es fácil olvidarse de esos
mecanismos que inducen a los seguidores a responder como resortes; por ello,
hay ETA, disuelta o latente, para rato; no sólo por el recuerdo de las víctimas
y de los agravios recibidos a lo largo de décadas, sino porque los hábitos
forjados en los años de iniciación a la vida adulta y de formación de la
personalidad están creados para más de una generación de personas, tanto en la
creencia de los mitos propagados, como en la obediencia a la voz de mando como
actitud política e incluso vital.
En
este aspecto, el título del libro -Sangre,
votos y manifestaciones- resume la estrategia de ETA, que combina
terrorismo, penetración en las instituciones y movimiento de masas, para
lograr, primero, la hegemonía sobre la izquierda radical vasca, es decir sobre
la nube de grupos nacionalistas y de extracción marxista, y luego, para
intentar arrebatar al PNV el liderazgo sobre toda la familia nacionalista. Esta
larga marcha -50 años- de ETA desde el grupúsculo clandestino hasta hoy, es un
proceso complejo al que no cabe regatear ambición ni habilidad, pues exige,
además de mantener la ofensiva terrorista, que es el frente principal, dedicar
atención a construir el frente de masas y a conservar su dirección ante la
competencia de otras fuerzas, y al mismo tiempo a intentar levantar un frente
nacionalista que incluya al PNV.
Propósito
que queda bien relatado en el libro, cuyos autores, apoyados en una extensa y
actualizada bibliografía, un gran aparato de notas y seis anexos, van
desgranando las circunstancias en las que ETA aparece, formaliza su discurso y,
por medio de una absoluta fidelidad al objetivo originario y de una continua
presión sobre los grupos cercanos, consigue dar forma y dirigir lo que será el
movimiento radical vasco o izquierda abertzale, subsumiendo en él a las fuerzas
de la izquierda marxista radical, que habían estimado Euskadi como el último
bastión desde el que resistir la implantación del régimen parlamentario
acarreado por una transición considerada ilegítima, y el lugar donde hallar el
sujeto que impulsara hacia adelante el proceso revolucionario, tras la deserción
del proletariado español de su misión histórica.
El libro, ameno, suscita no
pocas reflexiones y concluye con un oportuno epílogo, en el que se pregunta ¿Por qué ha prendido la violencia política
en Euskadi? En cuya respuesta vuelve a aparecer de nuevo la palabra voluntad.
jueves, 21 de abril de 2016
Crónica de un desacuerdo anunciado
Good morning, Spain, que es different
A propósito de un comentario de Juan Manuel (de Vera) al artículo: Lo lúdico y lo fáctico. Las diferencias de opinión y las críticas son bienvenidas si se tiene buena
intención, como en este caso, pero, según mis datos y mi memoria (puedo estar
equivocado), la cronología de los hechos es la siguiente:
9-XII-2015: Artículo de P. Iglesias en El País: "Un nuevo compromiso
histórico", en el que traza los 5 ejes de ese compromiso: 1) democracia
real: reforma del sistema electoral, 2) justicia independiente, 3) garantías
constitucionales contra la corrupción, 4) blindaje constitucional de los
derechos sociales y medioambientales y 5) referéndum en Cataluña. Y termina
diciendo que las elecciones del día 20 son un momento crucial de la nueva
Transición que vive el país.
20-XII-2015. Elecciones generales: Podemos obtiene 42 diputados, y sus
aliados En comú 12, Compromís 9, En Marea, 6 (total 69).
21-XII-2015: Pablo Iglesias afirma que para alcanzar acuerdos con Podemos
será imprescindible asumir la hoja de ruta de sus cambios constitucionales, que
incluyen el refrendo catalán.
23-XII-2015. Iglesias propone a una figura independiente para la
presidencia del Gobierno, con tal de sustituir a Rajoy.
21-I-2016: Tras la entrevista con el Rey, Iglesias ofrece al PSOE un
gobierno de cambio sin líneas rojas, en el que él se reserva la
vicepresidencia. Si Sánchez acepta demostrará que en el PSOE manda él y no
Felipe González. El nuevo gobierno debe tener un Ministerio de la
Plurinacionalidad, a cargo de X. Doménech.
5-II-2016: Iglesias a Sánchez: “O Ciudadanos o Podemos. Elige”.
16-II-2016: Irene Montero: En este momento y mientras no haya una propuesta
mejor, el referéndum en Cataluña es irrenunciable”.
24-II-2016: El PSOE mantiene conversaciones con Podemos y Ciudadanos, pero firma
el pacto con Ciudadanos.
3-III-2016. Iglesias: "A Sánchez le han prohibido pactar con
nosotros". Alusión a la cal viva y al crimen de Estado.
5-III-2016. Iglesias rebaja el tono y propone a Sánchez el acuerdo del
beso.
30-III-2016. Iglesias renuncia a la vicepresidencia en el futuro gobierno
(aunque mantiene a los otros miembros de Podemos) si Sánchez rompe su pacto con
Ciudadanos.
6-IV-2016. Reunión de PSOE, Ciudadanos y Podemos, que presenta un plan de
20 puntos, con una propuesta de gasto público de 60.000 millones de euros,
refrendo en Cataluña y un gobierno PSOE-Podemos e independientes de consenso (pero
sin Ciudadanos)
14-16-IV-2016. Podemos: consulta a las bases
sobre la ruptura del acuerdo con PSOE y CS, que ratifican la decisión de la dirección.
miércoles, 20 de abril de 2016
Lo lúdico y lo fáctico
Good morning, Spain, que es different
Se ha celebrado el referéndum interno de
Podemos sin sorpresa en el resultado, como era de esperar. Los 150.000
participantes de los 394.000 inscritos en el censo han ejercido su derecho a
decidir ratificando por amplia mayoría -el 88% ha dicho No a un pacto con PSOE-Cs; y el 92% Sí a
un pacto con En Comú Podem y En Marea- lo que ya había decidido de antemano la Dirección
y antes, su máximo dirigente.
El refrendo ha sido, en primer lugar, más un
plebiscito sobre la decisión de Pablo Iglesias de no pactar con el PSOE y
Ciudadanos, que una verdadera consulta sobre el camino a tomar, porque el
camino ya estaba trazado desde el momento en que Iglesias, en una jugada digna
de Juego de Tronos, tras visitar la Zarzuela se anticipó a Sánchez ofreciéndole
en bandeja la composición de un gobierno en el que él, personalmente, se
reservaba una importante parcela de poder.
El camino ya estaba emprendido, cuando
Iglesias, en una desafortunada réplica en el Congreso, acusó al PSOE de tener
las manos manchadas de cal viva aludiendo al asesinato de los etarras Lasa y Zabala
a manos de los GAL, en tiempos de Felipe González, lo cual no predispone,
precisamente, a negociar, aunque sea cierto que el venerable jarrón chino del
PSOE muestra una particular inquina hacia Podemos. Y finalmente, el camino en
solitario estaba no sólo emprendido sino avanzado, cuando tras mucha retórica,
los dirigentes de Podemos se reunieron con los del PSOE y Cs y dieron por concluidas
las conversaciones sin esperar siquiera la respuesta de sus interlocutores a
las veinte cuestiones planteadas en la reunión.
El refrendo ha sido también un aval a la drástica
intervención de Pablo Iglesias en los problemas internos de Podemos, depuraciones
incluidas. Por lo cual, ante las inapelables decisiones del líder supremo, se echa
de menos en el partido promotor de la nueva política la intervención de órganos
colegiados propios de los partidos de la vieja izquierda, como el Comité Central,
el Comité Ejecutivo o incluso el Politburó, ¡qué menos que un Politburó actuando
de manera ejecutiva! Si la alternativa al denostado centralismo democrático es
emular la figura del Gran Timonel, no hacen falta tantas alharacas sobre la
renovación política.
Finalmente, la convocatoria del refrendo se
puede interpretar como el intento de Iglesias de esconder sus errores a la hora de
encarar la negociación para formar gobierno, endilgando a las bases del partido
la responsabilidad que a él le corresponde.
Porque un error mayúsculo es no haber dado con el
procedimiento adecuado para formar un gobierno que sustituya al de Rajoy. La
estrategia basada en la retórica, en marcar unas intraspasables líneas rojas,
que luego no eran tan rojas, en generar muchos titulares de prensa y en marear
la perdiz, ha sido equivocada. Los amagos de tender la mano y los golpes de
efecto para situarse bajo los focos se han quedado en eso, en golpes de efecto,
en titulares de un día y en ruido en los foros y poco más. Tampoco las
intervenciones entre la lírica y la ofensa, entre amor y el desprecio, asumiendo el doble papel
de policía bueno y de policía malo, porque la inicial propuesta de gobierno,
con la reserva de la vicepresidencia, y la alusión a la cal viva marcaban un
punto de difícil retorno.
La mención de la cal viva fue una equivocada
maniobra naval de Juego de tronos que enardeció a las bases más fanáticas de
Podemos y afectó, de momento, al adversario pero le enconó a largo plazo y, de
rebote, obligó al propio Iglesias a quemar sus naves, pues, siendo coherente
con lo dicho, en el hipotético caso de recibir la oferta de participar en un gobierno de coalición con
el PSOE, supondría tener que rechazar la vicepresidencia para no convertirse en
cómplice de un Ejecutivo maculado con sangre.
Resumiendo; hasta ahora, la postura de Podemos de
cara a formar gobierno ha sido un colosal error de estrategia, pues mientras Iglesias
emulaba Juego de Tronos, el pragmático exempleado de banca trataba de cerrar
una operación política amarrando a su socio por medio de un contrato leonino. Ante
un Sánchez colocado por los suyos entre dos fuegos, Iglesias no le ha sabido atraer hacia su lado, obligando al PSOE a ceder en su programa en favor del
de Podemos, sino a ceder en favor del de Ciudadanos; ha forzado tanto la
jugada, que ha arrojado a su posible socio en brazos de su adversario, que ha
recibido el regalo con los suyos bien abiertos.
Iglesias,
entretenido en lo lúdico, ha subestimado lo fáctico, el hecho consumado del
pacto firmado por Sánchez y Rivera, que convertía a esa coalición en la fuerza más votada en diciembre, y que después se ha revelado muy difícil de romper
o de rehacer. Cierto es que luego ha intentado remediarlo, pero ya ha sido demasiado tarde.
La primera intención es la que vale y se le había pasado el turno, con lo cual
lo que le quedaba por hacer era aparentar que quería el pacto más que nadie,
pero, en realidad, encaminarse hacia unas nuevas elecciones, con la esperanza de obtener más respaldo electoral del que hoy tiene. Lo cual no está asegurado.
lunes, 11 de abril de 2016
Religión e identidad
A propósito de un pst de Luis Roca Jusmet sobre una frase de Álvarez Junco sobre el nacionalismo como una religión que proporciona identidad.
"La principal función de una religión es la identitaria, y por eso es comparable con una nación. Te da una identidad, te dice quién eres y te da autoestima." (José Álvarez Junco)
La religión, al menos la católica, proporciona sentido a la vida, ofrece normas, explica lo inexplicable, justifica el azar, ofrece consuelo ante la desgracia y promete una reparación a los agravios, un castigo a los malvados y un premio a los justos después de la muerte, es decir un reconocimiento a la labor de una vida y, sobre todo, remedia la angustia de la falta de trascendencia prometiendo una vida eterna y dichosa después de la muerte. Todo eso, que configura un estilo de vida personal dentro de un grupo, lo podemos llamar llamar identidad; los individuos saben lo que son, a qué grupo pertenecen y cual es su misión y su destino en esta vida.
"La principal función de una religión es la identitaria, y por eso es comparable con una nación. Te da una identidad, te dice quién eres y te da autoestima." (José Álvarez Junco)
La religión, al menos la católica, proporciona sentido a la vida, ofrece normas, explica lo inexplicable, justifica el azar, ofrece consuelo ante la desgracia y promete una reparación a los agravios, un castigo a los malvados y un premio a los justos después de la muerte, es decir un reconocimiento a la labor de una vida y, sobre todo, remedia la angustia de la falta de trascendencia prometiendo una vida eterna y dichosa después de la muerte. Todo eso, que configura un estilo de vida personal dentro de un grupo, lo podemos llamar llamar identidad; los individuos saben lo que son, a qué grupo pertenecen y cual es su misión y su destino en esta vida.
domingo, 10 de abril de 2016
Leyendo a Polanyi
Releyendo a Polanyi en una tarde gris.
Como me ha sucedido en otras ocasiones, he pasado de los
textos más antiguos pero de edición más moderna, recopilados en “Los límites del
mercado” (Capitán Swing, 2014), a “La gran transformación”, el gran clásico, que
es de 1944 (edición de La piqueta, 1989). La lectura es sustanciosa y
sugerente, porque da pie a reflexiones y modestas apoyaturas. Ahí va una de
ellas.
“En ambos casos (de las clases y de las razas), el contacto
puede tener un efecto devastador sobre la parte más débil. La causa de la
degradación no es, pues, como muchas veces se supone, la explotación económica,
sino la desintegración del entorno cultural de las víctimas. El proceso
económico puede, por supuesto, servir de vehículo a la destrucción y, casi siempre,
la inferioridad económica hará ceder al más débil, pero la causa directa de su
derrota no es tanto de naturaleza económica cuanto causada por un herida mortal
infligida a las instituciones en las que encarna su existencia social. El
resultado es siempre el mismo, ya se trata de un pueblo o de una clase, se
pierde todo amor propio y se destruyen los criterios morales hasta que el
proceso desemboca en lo que se denomina <conflicto cultural> o el cambio
de posición de una clase en el seno de una sociedad determinada”.
Karl Polanyi: La gran
transformación, La piqueta, 1989, p. 257.
Y un servidor, colocándose ante la ofensiva burguesa -tanto
centralista como periférica- contra las clases trabajadoras y demás
colectividades subalternas que caracteriza la coyuntura actual, añade: que tal
situación puede conducir a la destrucción de la clase, cuando sus miembros, renunciando
a la defensa de las aspiraciones comunes y los intereses colectivos, asumen que
sólo existen salidas individuales, y que, ante un marco oportunidades escasas, alcanzar
algún éxito para afianzarse como ciudadano, por modesto que sea este logro, depende
del esfuerzo individual en un mercado adverso y competitivo, donde nada está
asegurado, especialmente para los peor dotados por la naturaleza, por el origen
familiar y social o por la suerte.
Y digo más: no habrá transformaciones profundas en este
país, ni regeneración política, ni renovación institucional, ni profundización
democrática, ni mejoras sustanciales para los colectivos más perjudicados por
la crisis y por las medidas de austeridad adoptadas, en teoría, para salir de
ella, sin un rearme ideológico de las clases subalternas y sin un programa político
en el que la defensa de las condiciones de vida y trabajo de los trabajadores
no tenga un peso importante ante las medidas que el próximo gobierno deba
adoptar.
Pero no sé si este utópico objetivo lo contemplan los
partidos de izquierda en sus cabildeos, al menos como objetivo estratégico, es
decir, como ineludible tarea a largo plazo.
viernes, 8 de abril de 2016
Dos debilidades
Good morning, Spain, que es different
Tengo, para mis adentros y ahora un poco para fuera, la convicción de que, detrás de la retórica, en el lío en que estamos metidos, catalán, por un lado, y "español" (o españolista), por otro, está la suma de dos fracasos, producto de dos debilidades. Uno es el fracaso de España, o mejor de la derecha española, porque ha marcado durante más tiempo el destino del país (pero también de la izquierda), en fundar un moderno Estado nacional, y con ella, el fracaso de la burguesía, pero sobre todo de las dos principales fuerzas actuantes, la Iglesia y la monarquía, ancladas en el Antiguo Régimen, y por tanto, reacias a lo que representa la Modernidad (un estado de derecho, territorialmente integrador, de corte liberal y formalmente democrático). En este aspecto, lo que podríamos llamar "construcción nacional" ha sido una larga chapuza, con su saldo de pronunciamientos militares, guerras civiles, guerras dinásticas, efímeros ensayos republicanos y una permanente involución eclesiástica.
Pero también es un fracaso de Cataluña, de sus élites, en formar a su vez su Estado nacional. Unas élites situadas entre la ambición política, que las ha llevado a intentar separarse de España (más poder), por un lado, y el interés económico, por otro, que las ha llevado a participar en la producción nacional (más mercado) y a ponerse del lado de la reacción cuando se ha enconado la lucha de clases.
Lo de la opresión de España, un Estado bastante débil e inconstante, aunque con muestras de fuerza, y la colonización no son más que retórica, ganas de rehacer una historia común a conveniencia y la tapadera de la derecha separatista catalana a la traición de sus propios ideales cuando le ha convenido por su propia seguridad, ante la amenaza de un proletariado insumiso.
sábado, 2 de abril de 2016
Nacionalismo neoliberal
A propósito del artículo de Joaquim Coll: "El referéndum de los egoístas" (El Periódico)
La versión neoliberal del nacionalismo conduce a la segregación de los ricos respecto a los pobres o menos ricos. Esta es la implacable lógica que guía los pasos de los económicamente mejor situados. No es una actitud de los ricos de aquí, sino una tendencia mundial. La gran cuestión que plantea el nacionalismo catalán no es separarse de España o seguir unidos, no es independentismo o españolismo, sino nacionalismo o solidaridad. Conducido por un partido (corrompido) de la burguesía neoliberal y ayudado por un partido de la pequeña burguesía étnicista y xenófobo, el nacionalismo catalán predica la ruptura con los desfavorecidos de España, pero también, aunque no lo dice, con los desfavorecidos de Cataluña. La burguesía catalana está dispuesta a compartir sus consignas, himnos, banderas y folclore con las clases subalternas catalanas, pero no su riqueza. Y las pruebas de esto son abrumadoras, aunque muchos no lo quieran ver, prensando que una clase propietaria, egoísta y rapaz se va a transformar en un colectivo generoso, solidario y angelical después de la independencia.
La versión neoliberal del nacionalismo conduce a la segregación de los ricos respecto a los pobres o menos ricos. Esta es la implacable lógica que guía los pasos de los económicamente mejor situados. No es una actitud de los ricos de aquí, sino una tendencia mundial. La gran cuestión que plantea el nacionalismo catalán no es separarse de España o seguir unidos, no es independentismo o españolismo, sino nacionalismo o solidaridad. Conducido por un partido (corrompido) de la burguesía neoliberal y ayudado por un partido de la pequeña burguesía étnicista y xenófobo, el nacionalismo catalán predica la ruptura con los desfavorecidos de España, pero también, aunque no lo dice, con los desfavorecidos de Cataluña. La burguesía catalana está dispuesta a compartir sus consignas, himnos, banderas y folclore con las clases subalternas catalanas, pero no su riqueza. Y las pruebas de esto son abrumadoras, aunque muchos no lo quieran ver, prensando que una clase propietaria, egoísta y rapaz se va a transformar en un colectivo generoso, solidario y angelical después de la independencia.
Fuentes de legitimidad del franquismo
Acogiéndose a los
postulados del positivismo jurídico, que identifican los términos Estado
y Derecho, en virtud de los cuales cualquier Estado -de hecho-, con
independencia de sus características y de cuáles hayan sido sus orígenes, es,
como conjunto de normas jurídicas, un Estado de Derecho, el general Franco
consideraba que el Estado nacional-sindicalista surgido de la victoria de la
alianza de las fuerzas conservadoras en la guerra civil constituía un Estado de
derecho y que las Leyes Fundamentales, lo que con gran reserva podríamos
denominar el sustrato legal de su Régimen, compendiaban, por lo tanto,
una peculiar forma de Constitución; una Constitución abierta y en evolución,
como gustaba definirla él mismo[1].
Quienes no se
identifiquen con los principios del positivismo jurídico, y mucho menos con los
fundamentos del régimen político instaurado por Franco, pueden hallar muy
débiles las razones aducidas por el dictador. Y sin embargo, desde su punto de
vista, la pretensión de que un Estado de derecho pudiera haber surgido de un
hecho tan contrario al derecho, como lo fue la insubordinación militar del 18
de julio de 1936, que acabó por la fuerza de las armas con el Gobierno legal de
la II República, no carecía de cierta lógica, pues ese Estado fáctico alumbrado
por la insurgencia anticonstitucional remitía, según su fundador (Franco, 1975,
366), a las fuentes de una legitimidad distinta -Una nación en pié de guerra
es un referéndum inapelable, un voto que no se puede comprar, una adhesión que
se rubrica con la ofrenda de la propia vida. Por eso creo que jamás hubo en
España un Estado más legítimo, más popular y más representativo que el que
empezamos a forjar hace casi un cuarto de siglo-, que expresaba, por un
procedimiento rápido y cruento pero necesario, el retorno a la verdadera
esencia de España.
La España
tradicional, católica, imperial e intransigente; la España constituida históricamente había sido restaurada por la
vía guerrera de una nueva cruzada, después de atravesar, según la opinión del
dictador, una prolongada, costosa y catastrófica experiencia, en la que,
imitando formas políticas extranjeras y gobernando a través de los partidos -la
política de partidos llevó a España en un siglo a tres guerras civiles y al
estado gravísimo de que la sacamos (Franco, I, 130)-, el país había sido
llevado al desastre. Con la guerra civil convertida en un viaje al pasado, el
nuevo Estado español nacional-sindicalista había reencontrado sus genuinas y
extraviadas legitimidades -Lo que con el Movimiento y la Cruzada surge (...)
es una concepción política y una estructura estatal que por ser legítimas de
origen y por estar insertas biológicamente en las entrañas de la tradición y
ser conformes con los imperativos de nuestro tiempo, cristaliza desde el primer
instante en un sistema político-social de derecho, españolamente original,
superador, sin lastres ni taras, con un sentido de continuidad histórica
(Franco, I, 85)-.
Así, pues, con la
victoria de los sublevados, según Franco (ibíd, 80), España se había vuelto a
encontrar consigo misma, después del errático camino emprendido en el siglo XIX
-El siglo XIX, que nosotros hubiéramos querido borrar de nuestra Historia,
es la negación del espíritu español, la inconsecuencia de nuestra fe, la
denegación de nuestra unidad, la desaparición de nuestro Imperio, todas las
degeneraciones de nuestro ser, algo extranjero que nos dividía y nos enfrentaba
entre hermanos y que destruía la unidad armoniosa que Dios había puesto sobre
nuestra tierra- con destino a una innecesaria y arriesgada modernidad.
Para Franco, la
verdadera España, es decir la España estamental y piadosa, intolerante y
clerical, políticamente conservadora y culturalmente arcaica, estaba
adecuadamente representada por la monarquía autoritaria, cuyo despótico
mandato, apoyado institucionalmente por la Iglesia católica, se inspiraba en
una intransigente interpretación del credo cristiano, que convertía al
gobernante no sólo en el poderoso administrador de las vidas y haciendas de sus
súbditos, sino en un esforzado custodio de la salud de sus almas.
Teniendo en cuenta
esta anacrónica visión del país y de sus moradores, el dictador encarnaba a la
perfección la tradicional hostilidad de la oligarquía y de las clases
acomodadas rurales a las consecuencias culturales -el libre pensamiento, la
libre opinión y el laicismo- y políticas -el sufragio universal y el gobierno
representativo- de la modernidad y el pánico de las clases altas al movimiento
obrero, al que no habían sido capaces de integrar ni de entender. Así que
detrás de la encendida retórica sobre la salvación de la patria, el verdadero
fin de la conjura que condujo al 18 de julio y a la guerra civil fue deshacer
la obra modernizadora de la II República, restaurar los antiguos privilegios de
la Iglesia y de las clases altas y reconducir a su perpetua condición
subalterna a las clases populares, cuyos representantes políticos habían tenido
la osadía de asumir, si bien por poco tiempo, la dirección del Estado y de
compartirla con partidos de la burguesía moderna y laica.
Pero Franco, que
consideraba lo moderno como una moda extranjerizante y, por tanto, inadaptada
a las hechuras de una España siempre igual a sí misma, no era inmune a las
formas políticas de su tiempo y sabía que la legitimidad de la Constitución de
1931 no podía ser sepultada exhibiendo únicamente el privilegio de que su
persona gozaba del favor divino -caudillo por la gracia de Dios- y el
amparo que la Iglesia católica había proporcionado a la rebelión militar, al
haber convertido en una cruzada lo que era una guerra civil emprendida para
expoliar a las clases económicamente más débiles.
Franco era consciente
de que para luchar contra el recuerdo de la II República y la potencia legal de
la Constitución de 1931 era preciso algo más que la retórica imperial
falangista y la selectiva alusión a personajes y hechos de la historia de
España (El Cid, Don Pelayo, los Reyes Católicos, Cisneros, el Gran Capitán,
Flandes, América, Lepanto...) debidamente fantaseados, con los que su régimen
se procuraba una legitimidad difusa y remota.
El Estado surgido de
la insubordinación militar del 18 de julio necesitaba imperiosamente un
sustrato legal, si no del todo homologable en sus contenidos con los textos
constitucionales de los Estados del entorno (aunque esa era la ambiciosa e
infundada pretensión de sus juristas), sí expresado en la terminología empleada
por las modernas teorías constitucionales. La inmoderada pretensión de conceder
a una serie de leyes promulgadas a lo largo del tiempo el rango de Leyes
Fundamentales y de considerarlas una Constitución abierta responde a este
deseo.
Este larguísimo y
peculiar proceso constitucional abierto, que duró treinta años, se
inicia, en 1938, con el Fuero del Trabajo; sigue con la Ley de Cortes, de 1942;
el Fuero de los Españoles, de 1945; la Ley del Referéndum Nacional, de 1945; la
Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado, de 1947; la Ley de Principios del
Movimiento Nacional, de 1958, y, finalmente, después de transcurridas tres
décadas desde la fundación del Régimen, el dictador, en la presentación de la
Ley Orgánica del Estado, de 10 de enero de 1967, considera llegado el
momento oportuno para culminar la institucionalización del Estado nacional;
delimitar las atribuciones ordinarias de la suprema magistratura del Estado al
cumplirse las previsiones de la Ley de Sucesión; señalar la composición del
Gobierno, el procedimiento para el nombramiento y cese de sus miembros, su
responsabilidad e incompatibilidades; establecer la organización y funciones
del Consejo Nacional; dar carácter fundamental a las bases por las que se rigen
la Justicia, las Fuerzas Armadas y la Administración Pública; regular las
relaciones entre la Jefatura del Estado, las Cortes, el Gobierno y el Consejo
del Reino; señalar la forma de designación, duración del mandato y cese del
Presidente de las Cortes y los Presidentes de los más altos Tribunales y
Cuerpos consultivos, y abrir un cauce jurídico para la impugnación de cualquier
acto legislativo o de gobierno que vulnere nuestro sistema de Leyes
Fundamentales. Ese prolongado proceso responde a la idea de Franco (1975,
I, 387) de que España es un país de Constitución abierta y no cerrada. Por
ello, el perfeccionamiento de sus instituciones es constante y progresivo, y
cada etapa se lleva a cabo en el momento que el mejor servicio a la Nación lo
requiere, sin abrir con ello períodos constituyentes, de interinidad, ni menos
revolucionarios.
Para el dictador, la
interinidad de un proceso constituyente breve, democrático y verdadero quedaba
superada con ventaja por una guerra civil y por la adición de sucesivas normas
de tipo autoritario a lo largo de treinta años.
Esta fórmula de la
constitución abierta, alejada, en su opinión, de una visión racionalista que
quiere ofrecernos un modelo universal y abstracto de instituciones, válido para
todos los países, y de la rigidez de una Constitución, obra exclusiva de
un grupo o de un momento, brindaba, según Franco, una solución adecuada a
los peculiares rasgos de una España en perenne proceso fundacional, cuando la
verdad es que la violenta abolición de la Constitución republicana de 1931 y la
instauración de un régimen dictatorial inspirado en la sociedad estamental
supusieron una nueva ruptura del hilo constitucional, tantas veces suturado a
lo largo del siglo XIX, y la negación de la acepción moderna del término constitución,
estrechamente vinculada a la noción de proceso constituyente, el cual,
adulterado también por la interpretación franquista, se imaginaba como la
sucesiva adición de normas legales a los inamovibles principios del Movimiento
Nacional -por su propia naturaleza, permanentes e inalterables-, a
medida que el Régimen, según avanzaba su deterioro, precisaba nuevas operaciones
legitimadoras.
Sin embargo, ni una
cosa ni la otra. Ni las leyes fundamentales franquistas pueden considerarse una
verdadera constitución, pues, como advierte Loewenstein (1979, 218), no todas
las leyes fundamentales amparadas en el nombre de constituciones lo son, sino
que algunas de ellas no pasan de ser meras constituciones semánticas; ni
el Régimen, a pesar de los deseos de su fundador, se hallaba en un permanente
proceso de adaptación jurídica a una realidad social cambiante, sino todo lo
contrario: permanecía anclado en un contumaz inmovilismo, sordo y ciego a las
rápidas mutaciones, que, a pesar de todo, experimentaba la sociedad española.
En la presentación de
la obra de C. Schmitt (1982, 13), F. Ayala se refiere al Estado constitucional
en sentido estricto como al Estado liberal-burgués, el Estado de Derecho,
con lo cual, las Leyes Fundamentales de la dictadura franquista, a fuerza de
ser antiliberales, es decir políticamente antiburguesas, quedaban bastante
alejadas de lo que es, en sentido estricto, una Constitución.
Entre otros autores,
tampoco Tomás y Valiente (1989, 128) concede a las llamadas Leyes
Fundamentales del Nuevo Estado creado y sostenido por el general Franco el
rango de Constitución, porque, entre otras razones, el Fuero de los
Españoles contenía más deberes que derechos y más retórica totalitaria que
regulación jurídica inmediatamente aplicable a los pocos derechos allí
reconocidos, y, porque según la propia legalidad franquista, Franco asumía
todos los poderes del nuevo Estado, de los que respondía ante Dios y ante la
historia, según reza la Ley de Principios del Movimiento Nacional, pero
no ante instituciones jurídico-políticas de raíz y composición democráticas.
Señala este autor (ibíd, 129) que treinta años después de
la fundación del Régimen, Franco seguía conservando los mismos poderes
extraordinarios, si bien, a la altura del año 1967, aparecían revestidos de
nuevas coberturas lingüísticas.
Efectivamente, la
función caudillista asumida por el fundador, la concepción orgánica de la
sociedad y el origen militar del nuevo Estado estuvieron muy presentes en las
cabezas de los juristas del Régimen cuando no señalaron, ni siquiera
formalmente, la separación y la limitación de poderes, sino, muy al contrario,
en la confección de la legalidad subsiguiente siguieron respetando el contenido
del Decreto 138/1936, de 29 de septiembre de 1938, emitido, pues, en plena
guerra civil, en virtud del cual los miembros de la Junta de Defensa Nacional,
pensando no sólo en las necesidades de la guerra sino en lo que pudiere venir
después, estimaron la alta conveniencia de concentrar en un solo poder todos
aquellos que han de conducir a la victoria final y al establecimiento,
consolidación y desarrollo del nuevo Estado y acordaron, en el artículo
primero, nombrar Jefe del Gobierno del Estado Español al Excmo Sr. General
de División D. Francisco Franco Bahamonde, quien asumirá todos los poderes del
nuevo Estado. En el artículo segundo se le nombraba Generalísimo de las
fuerzas nacionales de Tierra, Mar y Aire y se le confería el cargo de
General Jefe de los Ejércitos y Operaciones.
El vasto poder de que
disponía Franco se completaba en la Ley de 30 de enero de 1938, por la cual el
Estado insurgente se organizaba ya en departamentos ministeriales. En el
artículo 17º de dicha ley se atribuía al Jefe del Estado la suprema potestad
de dictar normas jurídicas de carácter general. Con todo ello, respondiendo
a los principios de unidad de poder y coordinación de funciones[i], en la
persona de Franco, además de la iniciativa legislativa, se acumulaban las
principales jefaturas del Régimen: del Estado, del Gobierno (hasta el
nombramiento de Carrero Blanco en 1973), del Ejército, del Partido Único y casi
del Sindicato Único, porque de él dependía, también, el nombramiento de su
responsable, además de la designación de otros altísimos cargos del Partido y
del Estado[2]
Esta concentración de
poderes responde a una noción militar del ejercicio del mando, por la cual el
gobernante es, antes que otra cosa, un comandante que imparte órdenes a una
nación que se imagina formada por personas que obedecen como soldados, en vez
estar poblada por ciudadanos activos que, como soberanos, son acreedores del
poder, y entre cuyos derechos inalienables se encuentra el de vigilar su
ejercicio. Ante población tan mansa, lo mismo da que el dictador se digne
responder ante Dios y ante la Historia o que lo haga ante otra instancia
imaginaria, y ese desprecio por lo que la ciudadanía pudiera opinar sobre quiénes
y, sobre todo, sobre quién gobernaba en su nombre recorre, hasta sus últimos
días de existencia, los textos fundamentales del Régimen y, por supuesto, las
actitudes de Franco y de quienes gobernaban con él.
Comunicación publicada en: “Tiempos de silencio. Actas del IVº
Encuentro de Investigadores del Franquismo”, Valencia, 17-19 de noviembre,
1999. Edita: Fundació d’Estudis i Iniciatives Sociolaborals, Valencia, 1999.
* * *
BIBLIOGRAFÍA REFERIDA
La Constitución española. Leyes fundamentales del
Estado
(1971), Servicio
Informativo Español, Madrid, Ministerio de Información y Turismo.
Franco, F. (1973): Tres discursos de Franco, Madrid, Ediciones
del Movimiento.
Franco, F. (1975): Pensamiento político de Franco (I), Madrid, Ediciones
del Movimiento.
Loewenstein, K. (1979): Teoría de la Constitución, Barcelona,
Ariel.
Schmitt, C. (1982): Teoría de la Constitución, Madrid, Alianza.
Tomás y Valiente, F. (1989): Códigos y constituciones. 1808-1978,
Madrid, Alianza.
[1] El tema de la constitución abierta, en Franco es
recurrente. Véanse, por ejemplo, sus declaraciones a la agencia Associated Press, en 1946, (Franco, 1975, I, p. 387), su discurso en
la sesión extraordinaria de las Cortes Españolas, el 22 de noviembre de 1966,
al presentar la nueva Ley Orgánica del Estado (La Constitución española.
Leyes fundamentales del Estado, Madrid, Mº Información y Turismo, pp.
19-37, p. 35-36) o el epígrafe "El Movimiento y el proceso institucional",
del Discurso en la Sesión de Apertura de la X Legislatura de las Cortes Españolas,
18 de noviembre de 1971 (Tres discursos de Franco, Madrid, Ediciones del
Movimiento, 1973, p. 19).
[2] Véanse las amplísimas competencias que el Título
II de la citada Ley Orgánica del Estado, de 10 de enero de 1967, confiere al
Jefe del Estado.
[2].. Franco concentraba en su
persona la Jefatura del Estado, del Gobierno, del Ejército y del Movimiento
Nacional; ostentaba la presidencia del Consejo Nacional y de la Junta de
Defensa Nacional, designaba a los presidentes del Consejo del Reino, de las
Cortes Generales, del Tribunal Supremo, del Tribunal de Cuentas y del Consejo
de Economía Nacional, nombraba a los ministros del Gobierno, a cuarenta
Consejeros nacionales, a 25 procuradores en Cortes, al Jefe de la Organización
Sindical, intervenía en el nombramiento de obispos, se reservó el privilegio de
conceder títulos nobiliarios y designó a su sucesor con el título de rey.
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