sábado, 28 de octubre de 2017

El triste canto de “Els segadors”

Con el canto de “Els segadores” con voz triste y el semblante serio culminaba, ayer, la proclamación de la nueva república catalana.
El acto tenía lugar en la escalera del Parlament, donde concluyó la ceremonia de la confusión que presidió una jornada que, para sus protagonistas, debería haber sido festiva, valiente, arrogante, con el convencimiento propio de quienes han planteado un desafío y desean llevarlo hasta sus últimas consecuencias, convencidos de obtener la victoria. Pero faltó moral de triunfo.
La ceremonia respondió plenamente a los chapuceros estándares -atropello, prisa, improvisación y vulneración de las propias normas- a los que nos tiene acostumbrados la Generalitat. Se presentó una resolución, leída, que finalmente se recortó, es decir, que se votó una parte y otra, no. No se dejó intervenir a los portavoces de los partidos de la oposición, se alteró la forma del voto y se optó por el voto secreto, lo cual era inconcebible en el momento fundacional de un nuevo país, en que se debería conocer la identidad de los padres fundadores. ¿Se imaginan la fundación de Estados Unidos sin conocer los nombres de Adams, Franklin, Jefferson, Jay, Washington, Madison, Hamilton, Henry y otros? ¿O, en la Revolución francesa, se podría ignorar a Mounier, Robespierre, La Fayette, Sieyés, Brissot o Danton?
En el caso de la república catalana, lo que podrán escribir los historiadores, si es que escriben algo, es que fue proclamada por 70 diputados, escondidos en el anonimato.
Sin embargo lo más relevante es que el President de la Generalitat no habló, no intervino en el pleno en que formalmente se decidía la independencia de Cataluña, que se aprobó por 70 votos a favor, 10 en contra y 2 en blanco, el resto de diputados se abstuvo y abandonó la cámara. Así que la república se proclamó con el hemiciclo semivacío y con las caras largas de los diputados presentes. Después Puigdemont, Forcadell y Junqueras se reunieron con los suyos en la escalera, pronunciaron las arengas propias del momento y cantaron rutinariamente “Els segadors”.    
Era el colofón de una aventura insensata, que puso en marcha un señor que llevó, impunemente, un banco a la ruina mientras se alzaba como estandarte de la moral pública, y defendía la patria catalana mientras depositaba en un banco andorrano una ingente cantidad de dinero de dudosa procedencia, y que han llevado hasta las últimas consecuencias un partido anegado en casos de corrupción, con sus sedes intervenidas judicialmente, y un gobierno que ha dilapidado dinero público para poner en marcha el proceso independentista, ha privatizado bienes públicos y ha recortado con saña derechos de los asalariados.
Llegar hasta aquí ha sido posible, porque, sin hallar resistencia o con muy poca, los nacionalistas han podido difundir a lo largo de años una fábula, que no por increíble para espíritus críticos, ha dejado de surtir efecto en la hasta hace poco adormecida población catalana, despertada con sobresalto por el toque a rebato para salvar a la patria de un inminente peligro.
Sobre la base de una historia de Cataluña groseramente falseada, impartida como asignatura en los centros educativos, se ha divulgado machaconamente por los bien engrasados medios de propaganda un repertorio de mensajes simples y categóricos -"Madrid es la causa de nuestros problemas", "España nos roba", "Somos un solo pueblo", "Somos una nación", "No nos dejan votar", "Cataluña independiente será más próspera", "Cataluña tendrá reconocimiento internacional y estará en la Unión Europea", "Cataluña será como Dinamarca" (¿quién no quiere ser danés después de haber visto “Borgen”?)-, atribuyendo a la independencia la mágica solución de todos los males reales e imaginarios que padece Cataluña.
Con estas fábulas, los dirigentes del “procés” han logrado aglutinar una apreciable masa de maniobra y ser seguidos, además de por el núcleo de incondicionales e interesados nacionalistas, por personas adultas crédulas y poco informadas, por masas de alegres escolares, con la bandera estelada a la espalda, y por una multitud de chicos y chicas, contentos de haber recibido a edad temprana su bautismo político para participar en el proyecto colectivo de fundar una nación. Pobrecillos; han creído ser protagonistas de una festiva epopeya cuando en realidad han sido víctimas una estafa colosal.

viernes, 27 de octubre de 2017

Ignorancia en ERC

Acabo de escuchar sin sorpresa la intervención de la diputada de ERC, Marta Rovira, en el Parlament acusando a España de subir el precio de la electricidad, para aducir como solución una república independiente en Cataluña que controle su propia energía. Desconozco la profesión de esta señora, aparte de la de demagoga, pero ha mostrado una vasta ignorancia en este asunto. 
ENDESA es una de las tres grandes empresas que forman un oligopolio eléctrico junto con Gas Natural e Iberdrola, que impone uno de los precios de la luz más caros de Europa. ENDESA está formada, entre otras empresas, por la fusión de Hidroeléctrica de Cataluña, por la Empresa Nacional Hidroeléctrica del Ribagorzana (ENHER) y por Fuerzas Eléctricas de Cataluña (FECSA), fundada en Barcelona, en 1951, por Juan March, uno de los financiadores del golpe del 18 de julio y beneficiario de la dictadura.

miércoles, 25 de octubre de 2017

¿Cómo hemos llegado a esto?

Al examinar la grave situación política en Cataluña, mucha gente se pregunta, con razón y preocupación, cómo hemos llegado hasta aquí. Y la respuesta es sencilla: hemos llegado hasta aquí porque, de modo consciente o inconsciente, hemos seguido el camino más adecuado para llegar hasta aquí.
Hemos alcanzado esta situación porque los medios que, por acción u omisión, han utilizado los actores políticos implicados en este proceso, han conducido paso a paso, durante décadas, a este fin, que no es, en principio, el preferido por cada uno de ellos en particular, pero es el resultado general de las acciones (o inacciones) de todos; algo así como el producto de una suma de vectores.
Agrupando las fuerzas en liza en grandes tendencias, los actores han sido tres: los partidos nacionalistas, operando como fuerzas centrífugas, por un lado; los partidos no nacionalistas (o españolistas), en particular los dos grandes partidos -PSOE y PP- actuando como fuerza centrípeta desde el Gobierno central, por otro, y finalmente, la izquierda (las izquierdas) como tercer actor, sin una estrategia clara ante la presión nacionalista, cuya causa se ha convertido en motivo de controversia en todo el país y, desde luego, de conflicto en todos los partidos y, particularmente, en los partidos de la izquierda.
El actor más consecuente o, mejor dicho, él único actor consecuente con sus fines ha sido el bloque nacionalista, cuya táctica, aún con errores y divisiones, ha estado subordinada a su fin estratégico, que es alcanzar la independencia. La lógica de exigir siempre más en las negociaciones con el gobierno central ha ido aproximando a los nacionalistas al objetivo final, al programa máximo, a la secesión, devenida en permanente amenaza a la hora de negociar y, llegado el momento oportuno, en el paso inexcusable y decisivo. Ya sucedió, en 2004, con el plan del lendakari Ibarretxe de convertir Euskadi en un estado independiente asociado a España. Fracasó, pero se intentó.
Y esto ha estado claro para los nacionalistas catalanes más radicales durante  los tiempos de la Transición -hoy paciencia, mañana independencia- y, sobre todo, desde que Pujol llegó a la presidencia de la Generalitat, cuando comenzó un permanente tira y afloja con el Gobierno central. En parte explicable por la resistencia del Gobierno a ceder parcelas del poder del Estado en favor de una descentralización y por la prisa de los partidos nacionalistas en asumir más competencias.
En los treinta años de gobierno nacionalista (CiU), el resultado de tales tensiones ha sido, por un lado, la pérdida de presencia pública del Estado español en Cataluña, al haber logrado los nacionalistas transmitir a los ciudadanos la idea de que la Generalitat no es parte del Estado español sino un poder casi soberano emanado de la ciudadanía catalana, cuya función es oponerse al Estado antes que representarlo. Tendencia comenzada en los mandatos de Jordi Pujol (1980-2003) y acelerada, tras el Gobierno Tripartido (2006-2010), por Artur Mas y Carles Puigdemont, que es donde estamos ahora.
Por otro lado, gracias a la ley electoral, que concede a los partidos nacionalistas una desproporcionada representación parlamentaria en relación con el número de votantes que les respaldan, los partidos nacionalistas catalanes y también los vascos se han convertido en imprescindibles apoyos del PSOE y del PP cuando estos no han obtenido mayoría absoluta en las elecciones generales, pactando con uno u otro, cobrando el favor, según lo aconsejara la coyuntura y deviniendo, por tanto, en árbitros de la situación. Circunstancia que los nacionalistas suelen olvidar en sus quejas.
Desde el final de la Transición y durante casi cuarenta años, en España no se ha dejado de percibir el esfuerzo constante de los nacionalistas catalanes (y de los vascos) para hacerse oír. Un bien propagado victimismo ha unido una queja continua a la exigencia de satisfacer pasadas afrentas, como si el resto del país e incluso una parte de la población de los territorios gobernados por ellos hubiera contraído una deuda histórica imposible de pagar. De ahí vendría la permanente reclamación de más gobierno y mejor financiación y el sentimiento de padecer un continuo agravio si tales demandas no eran atendidas.
Durante décadas, los nacionalistas catalanes y vascos han podido imponer su voz en la opinión pública sobre otros colectivos más numerosos, al lograr que buena parte de los debates nacionales y los temas preferentes en los medios de información hayan girado en torno a los intereses de una minoría, pero de una minoría estruendosa.
La disposición contraria ha presidido los actos del Gobierno central, quien quiera que haya sido el inquilino de la Moncloa, pues, desde el punto de vista ideológico, la actuación ha sido ideológicamente pacata y con frecuencia políticamente tosca, aunque ha atendido, claro está, hasta derrotarla, la manifestación más fanática del nacionalismo vasco, como ha sido el terrorismo, fenómeno que ha condicionado las respuestas políticas y sociales al nacionalismo en general. Pero, en lo referente al discurso nacionalista, a lo que ahora se llama el “relato” de los hechos, lo que ha existido es la apelación al diálogo y a respetar la ley y las normas de la democracia, pero ha faltado la respuesta a los argumentos más pertinaces de los partidos nacionalistas, a las últimas y más profundas razones para justificar la secesión, tanto desde el punto de vista de la situación actual como desde una perspectiva histórica notoriamente falseada.
En no pocas ocasiones, ha dado la impresión de ser un Estado acomplejado ante la inculpación de centralismo, cuando hemos asistido a una descentralización acusada y a la pérdida de soberanía estatal en beneficio de los gobiernos autonómicos y de la Unión Europea, aspecto en el que Estado español ha reducido su poderío en fuerzas y competencias en favor de terceros.
En otras ocasiones ha parecido que, preso de una visión a corto plazo, el Estado central se conformaba con hacer concesiones para ir calmando las demandas de los partidos nacionalistas, demandas que por la propia naturaleza del nacionalismo son difíciles de colmar. Y en otros casos ha actuado con tosquedad y con brutalidad.
En los últimos diez años, a las dudas del PSOE (y de sus baronías) ante el incremento de la pulsión nacionalista en Cataluña, se han sumado dos tácticas, las dos igual de equivocadas, del Partido Popular.
La primera, estando en la oposición y como un factor de desgaste del gobierno de Zapatero. Cuando el Govern tripartit acometía, entre grandes tensiones, la elaboración del Estatut, el Partido Popular incentivó el sentimiento nacionalista al desatar una campaña no sólo contra CiU y ERC (y el PSC), sino claramente anticatalana. Después, finiquitado el Govern en 2010 y con CiU de nuevo en la Generalitat, la posición del Partido Popular fue la contraria. Habiendo llegado al  Gobierno central en diciembre de 2011, recibió el apoyo de CiU en el Congreso para sacar adelante las drásticas medidas de austeridad contra la crisis y, a su vez, prestó apoyo a CiU en el Parlament, y desde 2012 ignoró desdeñosamente lo que estaba sucediendo en Cataluña, a pesar de los claros avisos, incluso desde Unió Democrática de Catalunya, sobre lo que se preparaba, como si el Gobierno (y el Partido) hubiera sido atacado por el virus de un liberalismo suicida, que, en este tema, cuando CiU se había colocado, según Artur Mas, en “rumbo de colisión”, le aconsejara “dejar hacer, dejar pasar”. Pero, en política, dejar hacer es dejar la iniciativa a otros y además sancionarla con el silencio, porque no actuar también es decidir, y no actuar es ceder y conceder.
El último factor es la defección del tercer actor, las izquierdas, que han concedido a los partidos nacionalistas un plus de legitimidad en sus proyectos.
El caso viene de atrás, de los tiempos de la Transición, cuando las izquierdas de diversas tendencias decidieron asumir el derecho de autodeterminación y con él la parte fundamental de los programas nacionalistas hasta quedar subsumidas por ellos. Pero este tema, que es largo y complicado, queda para otro día.  

25 de octubre de 2017





domingo, 22 de octubre de 2017

Nacionalismo, utopía y pragmatismo.

En todo lo que está sucediendo en Cataluña, que es muy grave, es difícil entender la actitud de las izquierdas, que parecen confundidas, obnubiladas, desbordadas. Unas, que no se han opuesto con suficiente contundencia al discurso nacionalista, dudan; otras parecen seducidas por el relato victimista del  pueblo oprimido, sin ver más lejos; otras oscilan continuamente entre unas posiciones y otras y unas terceras están entregadas al proceso de fundar una república, aunque guarden reservas sobre el contenido final de ese proyecto. 
Unas y otras no parecen haber valorado con suficiente claridad las tendencias contradictorias que internamente animan el movimiento secesionista, que, a la hora de ponerse en práctica, otra cosa son los discursos, parecen muy difíciles de combinar.
Por un lado, existe una tendencia contemporánea, actualísima, propia de las sociedades urbanas, desarrolladas y competitivas, impelidas por la lógica de un mercado global y dinámico, como es la general falta de solidaridad instalada como principio universal. En este caso, de las regiones ricas hacia las que no lo son o lo son menos, tan característica del neoliberalismo imperante, que impone el egocentrismo como norma de conducta personal, social, económica y política. Tendencia que responde a los intereses del capital que, en aras de aumentar el beneficio, acepta la lógica de la competencia y del mercado con las mínimas restricciones y, de ser posible, con ninguna.
Así, una parte del independentismo, bajo los conocidos lemas del patriotismo más ingenuo y desinteresado (somos una nación, queremos decidir, etc, etc), esconde la divisa del individualismo, la competencia y mercado libre, creyendo que Cataluña, sin el lastre de las regiones pobres de España, sería un país como Dinamarca, que estaría en mejores condiciones para poder competir en el mercado internacional.
Podría decirse que esta es la tendencia pragmática del nacionalismo.
Por otro lado, se encuentra la tendencia opuesta: la intención de restaurar los lazos sociales que neutralicen la insolidaria tendencia anterior, promoviendo una nueva comunidad de aspiraciones e intereses, que supere las diferencias internas de la sociedad catalana luchando colectivamente por llevar adelante un proyecto común. Intento que, según el discurso nacionalista, está lastrado por España. Pero se trata de construir el futuro mirando al pasado, a la tradición, a una Cataluña arcaica, foral, preindustrial o instalada en la pequeña producción, en el comercio local y en el proteccionismo económico.
Esta sería la tendencia utópica. Si la primera tendencia está inspirada en el moderno neoliberalismo, la segunda encuentra su inspiración remota en la Cataluña rural y clerical y en el carlismo.
Modestamente, creo que si la izquierda (o las izquierdas) pretende sobrevivir a este momento de crisis, debería recuperar su autonomía respecto a la derecha, a la derecha nacional, centralista, españolista, y respecto a las derechas locales, regionales, nacionalistas, que no son menos derechas; olvidarse de la disgregación del Estado y de su conquista por parcelas, nefasta consecuencia de su dogmatismo e inviable empresa hasta ahora, y plantearse su conquista o en su defecto la reforma del Estado en beneficio de las clases subalternas.
Y, en tanto llega ese día, que por ahora no se atisba en el horizonte, plantearse, como tarea ineludible, disputar la hegemonía a las derechas para alcanzar la mayoría social suficiente con la que poder neutralizar sus rancios proyectos, centrales y periféricos.

sábado, 21 de octubre de 2017

Felipe González. España

Good morning, Spain, que es different

Para empezar la mañana, ahí van un par de citas que me han salido al paso cuando buscaba otra cosa:
Hay quien habla de <Estado español>; nosotros también muchas veces hablamos de <Estado español>. Eso es una abstracción. El Estado español es una superestructura. Hay una realidad histórica, política, socioeconómica que se llama España. Que a algunos les puede gustar y a otros no, pero que el concepto está ahí, cristalizado, y que en realidad lo que no podemos hacer es dejar que ese concepto lo utilicen las fuerzas reaccionarias y centralistas. Y un concepto que corresponde a algo, que no es una invención de hoy y de ahora. Pero hay que reconocer que esa España se ha utilizado por las fuerzas centralistas y dictatoriales para aplastar la plurinacionalidad que encierra, para aplastar a Cataluña, para aplastar el País Vasco y para aplastar a Galicia (…).
Cuando se habla del imperialismo castellano, yo creo que realmente la gente no se ha dado un paseo por Segovia o Ávila, o por Ciudad Real, si ustedes quieren,  o por cualquiera del entorno de Castilla, porque el realidad, en cualesquiera de esos sitios se ve claramente, se palpa, que la altivez imperial del castellano pertenece al tiempo de los Reyes Católicos, que si hay una región deprimida, explotada, marginada social, política y económicamente es en mucho casos esa región a la que acusan de ser una región imperial que oprime a las nacionalidades, cuando en realidad son ellos mucho más deprimidos en muchos caso, aunque la opresión de la cultura o de la identidad como pueblo no exista.   


Felipe González, intervención en la Iª Escuela de Verano del PSOE (agosto, 1976)

jueves, 19 de octubre de 2017

Hechos no diferenciales

En las manifestaciones a favor de la independencia de Cataluña no se han visto personas llevando barretinas en la cabeza ni calzando espardenyes, como hubiera sido lo esperado en ocasiones donde tanta importancia se concede a las señas de identidad, a los llamados “hechos diferenciales”, señalados con machacona insistencia por los promotores del nacionalismo catalán.
Muy al contrario, la vestimenta de los asistentes a estos actos de afirmación nacional puede calificarse de cosmopolita, de nacionalmente indiferenciada, de similar a la del resto de España y de Europa (y quizá del mundo); es decir, la propia de la clase media urbana, ropa informal, cómoda y moderna, impuesta por las normas del consumo de masas y las modas dictadas por las grandes marcas de ropa y calzado. Camisetas y sudaderas, pantalón vaquero, por lo general en chicos y chicas, o faldas actuales, calzado cómodo, sandalias y sobre todo, zapatillas deportivas de marca extranjera; cabezas con gorras, incluso con la visera hacia atrás “american style”. O como la llevan las “top models influencers”. Todo ello confeccionado en China, la fábrica del mundo.
Los más radicales han adoptado una estética batasunizante, pero igualmente moderna, nada de gorra, sino pelo cortado con hacha, camisetas superpuestas, imitando a Sheldon Cooper (otro “influencer”), pantalón vaquero y zapatillas deportivas de marca extranjera, todo ello confeccionado en el mismo lugar, así que de diferenciarse, pues más bien poco, pues lucen el uniforme universal dictado por la globalización.
El único signo distintivo eran las banderas esteladas -confeccionadas ¿dónde? Adivinen-, el propósito y las consignas, porque quitando eso, las concentraciones han sido semejantes a las de cualquier otro lugar de España donde concurran multitudes por los motivos más diversos.
También es distintivo el cántico de “Els segadors”, un himno que alude a unos hechos pretéritos y a una profesión que ya no existe, porque ahora segar, trillar y empacar el cereal lo hace, sin tradición ni poesía, una sola máquina, que trabaja destajo sin parar para comer, dar sombra al botijo y mucho menos para rezar el ángelus -¿Qué haría hoy el pintor Jean Millet?- cuando tañe la campana de la iglesia más cercana, porque las cosechadoras, que tienen alma de metal y sangre de hidrocarburo, no creen en Dios, como los cipreses de Gironella. No, el campo ya no es lo que era.
Hace siglos, con un cop de falç se podía degollar al adversario, a un cacique, a un terrateniente, o a un mensajero del Conde Duque, pero hoy para proclamar la república hace falta un cop de sort i sobretot un cop de seny. I d’aixó hi ha molt poc.

miércoles, 18 de octubre de 2017

El nacionalismo y sus creencias

Good morning, Spain, que es different

El nacionalismo, que aduce inspirarse en la historia y en la naturaleza (en los vínculos con la tierra, en comunidades originarias, en sentimientos primigenios y en tradiciones ancestrales), parte de varios supuestos que son históricamente falsos.
El primero es creer que la existencia de las naciones genera en sus habitantes el sentimiento nacional, lo cual no siempre es cierto, y en particular en los nacionalismos emergentes de naciones sin Estado, como el catalán o el vasco (o el padano o el bretón), donde el sentimiento nacional precede a la nación, sirve para fundar la nación (aglutinar a los adictos) y después para sustentar la reclamación de un Estado propio en nombre de la nación fundada. Lo señala Anthony D. Smith: primero, el nacionalismo; luego, la nación.
El segundo error es creer que a cada nación le corresponde un estado propio e independiente, que responde a la idea de la nación soberana.
El tercero es creer que los grandes estados surgidos en el Renacimiento (Austria, España, Francia, Inglaterra, Rusia, Suecia) son estados nacionales, montados sobre la base de un sentimiento nacional previo.
Así, los nacionalistas imaginan que su pretensión de fundar un estado propio sigue el camino que antes emprendieron los estados o países hoy existentes.   Pero están equivocados, pues tales estados (término renacentista que alude a lo estable, a lo que permanece como aparato de dominación y administración por encima de las circunstancias vitales de los dirigentes) no se fundaron sobre la base de un solo pueblo, ni étnica ni lingüísticamente puro, sino, tras guerras y uniones dinásticas y matrimoniales), sobre la lealtad de los súbditos a la religión y a la corona; de ahí la importancia que cobraron las dinastías (y las luchas dinásticas) y la religión (las luchas religiosas), pues si la religión era una de las bases del Estado, el individuo que profesase otra religión no sólo era un hereje, era un desafecto, un súbdito desleal; tan traidor como el que conspirase contra el rey.
“Cuius regio, eius religió” es el lema por el cual la confesión religiosa del príncipe debe ser la de sus gobernados, que estuvo vigente hasta el Tratado de Westfalia, que, en 1648, puso fin a la guerra de los 30 años en Europa y a la de los 80 años entre España y los Países Bajos, y dejó sentados dos principios (en letra grande, digamos) -la religión dejó de ser causa de guerra y la integridad territorial como fundamento de la soberanía-, que estuvieron en vigor hasta las revoluciones y movimientos nacionalistas del siglo XIX.
Por otra parte, dada la vocación imperial de todas estas monarquías, lo de menos era la raza o la lengua de sus habitantes, pues lo que importaba era la extensión del territorio a dominar y la cantidad de súbditos que contuviera, para trabajar, nutrir las huestes reales en caso de guerra y pagar impuestos.
Pero aunque el origen de los estados citados hubiera sido la nación étnica, que no lo fue, hoy, en Europa, fundar una nación sobre tal supuesto no sería posible, pues las gentes están mezcladas en sociedades muy complejas, a no ser que se haga una depuración interna de individuos para formar la nación pura, la nación nacionalista. Es decir, desagregar a los grupos, deshacer los lazos y las relaciones existentes, romper la sociedad, en suma, y separar lo que lleva unido muchos años para volver unirlo con otros criterios. Pero tal operación, realizada siempre con tensiones y a veces brutalmente (limpieza ética), no es natural ni  históricamente lógica, ni tampoco lo es desde el punto de vista económico, sino la aplicación de un programa político y, por tanto, tan artificial como cualquier otro programa político aplicado sobre la sociedad.
El nacionalismo así entendido es como una ortopedia social, como un molde, una depuración en la sociedad existente y la reconfiguración de otra, montada sobre el modelo de sociedad homogénea que los nacionalistas tienen en mente, que Milosevic llevó a cabo de forma brutal en Yugoslavia. 
Esta concepción del nacionalismo es heredera del modelo de construcción de naciones de los años sesenta, surgido de las guerras de descolonización en África y Asia, después de la IIª Guerra Mundial. Modelo que durante años ha inspirado a los partidos de izquierda, entre ellos a los españoles, que conviene revisar para analizar el fenómeno del nacionalismo desde otra perspectiva, que, al menos, tenga en cuenta lo siguiente.
Primero. Las dificultades para definir de modo preciso el concepto “nación”, en términos que permitan discutir sobre el problema político de la autodeterminación Lo mismo sucede con la palabra “pueblo”, de validez en el campo de la antropología pero poco útil como concepto político.
Segunda. La compulsiva búsqueda de identidad, tanto personal como colectiva, que, con un sentido fuerte y duradero, cobije a las personas del individualismo imperante, como uno de los fenómenos de las sociedades actuales, en las que existe una añoranza de los valores de grupo, de comunidad, de sentimientos compartidos ante la soledad establecida por la competencia en todas las escalas, donde la sociedad parece que ha sido “ocupada” por el mercado.
Tercera. El análisis de las consecuencias sociales y políticas de la globalización y, en suma, de la evolución de un capitalismo extendido a escala mundial, agresivo y desbocado, impulsado por el dinámico sector financiero.   

Gobiernos "plurinacionales"

Aviso a plurinacionalistas
A veces se cansa uno de tanta palabrería sobre las naciones y nacionalidades de España, perdón, del Estado español, así que para “gobiernos multi o plurinacionales”, los de Franco. Vean la procedencia de algunos ministros de los gobiernos del Jefe del Estado Español.
Francisco Franco (El Ferrol, La Coruña), Ramón Serrano Suñer, ministro de Asuntos Exteriores (Cartagena, Murcia), Luís Carrero Blanco, almirante, Presidente del Gobierno (Santoña, Santander), Francisco Gómez-Jordana y Pozas, ministro de Asuntos Exteriores (Madrid), Fidel Dávila Arrondo, general, ministro del Ejército (Barcelona), Severiano Martínez Anido, ministro de Gobernación (El Ferrol, La Coruña), José Antonio Suanzes, ministro de Industria y Comercio (El Ferrol, La Coruña), Raimundo Fernández Cuesta, ministro Secretario General del Movimiento (Madrid), José Enrique Varela Iglesias, general, ministro del Ejército (San Fernando, Cádiz), Juan Yagüe Blanco, general, ministro del Aire (San Leonardo, Soria), Luis Alarcón de Lastra, ministro de Industria y Comercio (Sevilla), José Ibañez Martín, ministro de Educación Nacional (Murcia), Joaquín Benjumea Burín, ministro de Hacienda (Sevilla), José Larraz López, ministro de Hacienda (Cariñena, Zaragoza), Esteban Bilbao y Eguía, ministro de Justicia (Bilbao), Agustín Muñoz Grandes, general, vicepresidente del Gobierno (Madrid),  Valentín Galarza Morante, ministro de Gobernación (Puerto de Santa María, Cádiz), José Luis Arrese y Magra, ministro de Vivienda (Bilbao),  Blas Pérez González, ministro de Gobernación (Santa Cruz de la Palma, Canarias), Demetrio Carceller Segura, ministro de Industria y Comercio (Parras de Castellote, Teruel), José Félix de Lequerica, ministro de Asuntos Exteriores (Bilbao), Alberto Martín Artajo y Álvarez, ministro de Asuntos Exteriores (Madrid), Eduardo Aunós Pérez, ministro de Justicia (Lérida), Eduardo González Gallarza, ministro del Aire (Logroño), José María Fernández Ladreda, ministro de Obras Públicas (Oviedo), Joaquín Planell Riera, ministro de Industria (La Habana, Cuba), Antonio Iturmendi Bañales, ministro de Justicia (Baracaldo, Vizcaya), Gabriel Arias Salgado, ministro de Información y Turismo (Madrid), Jesús Rubio García Mina, ministro de Educación Nacional (Pamplona), Camilo Alonso Vega, militar, ministro de Gobernación (El Ferrol, La Coruña), Fernando María de Castiella y Maíz, ministro de Asuntos Exteriores (Bilbao), Antonio Barroso Sánchez-Guerra, general, ministro del Ejército (Marín, Pontevedra), Felipe Abarzuza Oliva, almirante, ministro de Marina (Cádiz), Jorge Vigón Suerodíaz, ministro de Obras Públicas (Colunga, Asturias), Alberto Ullastres Calvo, ministro de Comercio (Madrid), Cirilo Cánovas García, ministro de Agricultura (Requena, Valencia), Fermín Sanz Orrio, ministro de Trabajo (Pamplona), José Solís Ruíz, Delgado Nacional de Sindicatos y ministro Secretario General del Movimiento (Cabra, Jaén), Pedro Gual Villalví, ministro sin cartera, presidente del Consejo de Economía Nacional (Tarragona), José Lacalle Larraga, ministro del Aire (Valtierra, Navarra), Manuel Lora Tamayo, ministro de Educación Nacional (Jerez, Cádiz), José María Martínez y Sánchez Arjona, ministro de la Vivienda (Navalmoral de la Mata, Cáceres),  Jesús Romeo Gorría, ministro de Trabajo (Bilbao), Faustino García Moncó, ministro de Comercio (Santander), Adolfo Díaz-Ambrona Moreno, ministro de Agricultura (Badajoz), Antonio María Oriol y Urquijo, ministro de Justicia (Guecho, Vizcaya), Laureano López Rodó, ministro comisario del Plan de Desarrollo (Barcelona), Federico Silva Muñoz, ministro de Obras Públicas (Benavente, Zamora), Manuel Fraga Iribarne, ministro de Información y Turismo (Villalba, Lugo), Tomás Garicano Goñi, ministro de Gobernación (Pamplona), José Luis Villar Palasí, ministro de Educación, (Valencia), Juan Castañón de Mena, general, ministro del Ejército, Adolfo Baturone Colombo, almirante, ministro de Marina (San Fernando, Cádiz), Julio Salvador Díez Benjumea, general, ministro del Aire (Cádiz), Enrique Fontana Codina, ministro de Comercio (Reus, Tarragona), Tomás Allende y García Baxter, ministro de Agricultura (Madrid), Vicente Mortes Alfonso, ministro de Vivienda (Paterna, Valencia), Alberto Monreal Luque, ministro de Hacienda (Madrid),  Licinio de la Fuente, ministro de Trabajo (Nuez, Toledo), Alfredo Sánchez Bella, ministro de Información y Turismo (Tordesilos, Guadalajara),  José María López de Letona, ministro de Industria (Burgos), Torcuato Fernández-Miranda Hevia, ministro Secretario General del Movimiento (Gijón, Asturias), Enrique García-Ramal y Cellalbo, ministro delegado Nacional de Sindicatos (Barcelona), Gonzalo Fernández de la Mora y Mon, ministro de Obras Públicas (Barcelona).
Perdonen la broma y disculpen las molestias


lunes, 16 de octubre de 2017

Construyendo pero poco

Como respuesta a Jesús, con el tiempo y la dedicación que merece, aclaro, para tranquilidad de los presentes, que no estoy "construyendo" nada sobre la izquierda ("construyendo el partido", como se decía antes, o un sucedáneo), nada que tenga que ver con aspectos organizativos o con programa alguno. En el sentido de "construir" no hago nada útil; sólo me estoy reconstruyendo trabajosamente yo, a base de "desconstruir" con dificultad lo que alegremente construí hace 35 o 40 años, cuando creía que, además de la Razón y las razones de los trabajadores y de los pobres, tenía a la Historia a mi favor (¡ay! hegeliano de mí; ¡ay, infelice!). Lo cual, como aportación social a cualquier causa es de escaso valor; irrelevante.
Pero hay otras maneras, evidentemente modestas, de ayudar o apoyar a la izquierda, a la que sea; a la causa en general de la izquierda (que está por volver a definirse en gran parte), como es, primero, criticar a la derecha. Esa derecha que Luis ha descrito muy bien en su último correo. Esa derecha tremenda, que nos ha tocado en (mala) suerte. Esa derecha arriscada a la que hay que domar para que, al menos, pueda ser tratable. Y en eso estoy.
En su día, verano del 2003, propuse a varios miembros de Red Verde escribir algo sobre (contra) la derecha, pero hubo una alternativa más teórica, que se concretó en la edición de la revista Cuadernos de Ecología Política, de la que salió un número. Como no soy un experto, ni siquiera un lego en la materia, yo seguí con el proyecto inicial, y con otros colegas publiqué, publicamos, hace un año el libro La derecha furiosa. Y los mismos estamos ahora trabajando en otro libro pero dedicado a la Iglesia, pues no se entiende a la derecha política sin tener en cuenta a la santa madre. Tanto monta, monta tanto, Zaplana como Losantos, o Rajoy como Rouco.
Por lo que respecta a la izquierda, estoy, como tantos, sin partido y, a tenor de lo que se está viendo, así seguiré. Sigo la evolución de las izquierdas y me encuentro entre los votantes desesperados de IU, aunque no sé si será por mucho tiempo, pues, a lo mejor me oriento, en las próximas generales, hacia el voto útil (menos inútil), porque lo que no puede ocurrir es que esta derecha montaraz, a la que no le importan el país, sus habitantes, sus instituciones, ni nada que no sean sus intereses, pueda obtener, como premio a su comportamiento golpista y mendaz, una victoria electoral. Y tiene bemoles, por no decir otra cosa, que quienes fuimos críticos con la Transición y lo seguimos siendo con esta democracia imperfecta, con esta Constitución salida de un consenso que obligaba a muchas cosas y con este régimen de libertades presidido por un monarca, tengamos que exigir a la derecha, que se llena la boca hablando Estado de derecho, que los respete.
Veo en las izquierdas, especialmente, en las más radicales, preocupantes tendencias, que, so capa de enfrentarse al imperialismo (ahora la globalización) las llevan a apoyar proyectos muy diversos, impulsados, a veces, por sujetos o agentes sociales poco presentables.
Y habiéndose extraviado, integrado o desertado el proletariado, cuantitativamente reducido, que era el sujeto que, con el esfuerzo de liberarse él mismo, debía liberar a toda la humanidad, veo en estas izquierdas la ansiosa búsqueda de otro, u otros sujetos, que lo reemplacen en la revolucionaria tarea de transformar el mundo de manera drástica y abrupta, sin que exista una reflexión seria y meditada sobre la transformación del mundo en un solo sentido y a partir de un proceso tenido como modélico (la revolución).
Según mi modesto entender, la izquierda revolucionaria o transformadora, debe afrontar a la larga o a la corta (quizá haya quienes lo hayan hecho ya), el problema teórico planteado por:
a)   La <vieja> revolución rusa de 1917, que instauró el primer Estado obrero del mundo, pero acabó degenerando en un régimen despótico y burocratizado, que se pinchó como un globo entre los años 1989-1991. Lo que siguió, al menos en el terreno de la subsistencia cotidiana de la gente, no fue mejor, pero ese es otro asunto.
b)   La dificultad para arraigar y desarrollarse que encuentran los procesos revolucionarios en los países industriales de occidente, cuyos regímenes democráticos o democrático burgueses se muestran políticamente muy estables a pesar de las crisis económicas.
c)   La degeneración de las revoluciones acaecidas en países del Tercer Mundo después de la II Guerra mundial y su transformación en regímenes despóticos y con frecuencia corruptos. El caso de los países descolonizados, de Vietnam, Laos, Camboya, etc, y el de China, con la revolución popular y las teorías de Mao Tse Tung como renovada alternativa al modelo soviético, es aún más chocante y muestra parecido camino a las anteriores. Casi se diría que sigue la misma maldición.
De todo ello, se pueden extraer una serie de preguntas y conclusiones, que dejo para otro momento, para no ser un coñazo.
Y en eso estoy. No sé si construyo algo o no. En todo caso no mucho, pero no puedo dejar de buscar respuestas a preguntas que me inquietan.
Saludos cordiales,
Fray Pepe

7-X-2006

domingo, 15 de octubre de 2017

Adulteraciones 2

2.2.- El tratamiento que se da a la lengua en la enseñanza, sin respetar la cooficialidad del español y catalán e incumpliendo las sentencias judiciales, tanto del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, como del Tribunal Supremo. No es extraño eso, señorías, en un lugar donde se predica públicamente, por parte de los gobernantes, que la “ley no puede constreñir a la democracia”, enfrentando a los ciudadanos y pretendiendo que no se cumplan las leyes españolas. Casos concretos:
– Ha habido padres, por ejemplo, en Balaguer, que han tenido que escolarizar a sus hijos en Lleida por el estigma, la presión y el boicot a que han sido sometidos en su lugar de residencia.
– Tengo el testimonio de una persona, profesor numerario de Lengua y literatura española a quien, la inspección le hizo la pertinente visita cuando se incorporó a su instituto y lo único que le preocupó fue como hablaba catalán, distinguiendo los acentos y las distintas formas de pronunciación de las vocales, sin importarle el método de enseñanza o los contenidos de la misma.
– Se da el caso de familias que no se van a reunificar, queriéndolo, por el problema de la lengua, ya que no quieren exponer a sus hijos a “perder” curso por la adaptación lingüística.
– Se ha favorecido explícitamente la emigración de cualquier lugar que no fuera Latinoamérica, para poder escolarizar e “integrar” mejor lingüísticamente a los extranjeros, ya que los latinoamericanos hablan español y, por lo tanto, mantienen la lengua.
– He visto “notas” en las que el profesor dice a los padres, castellanohablantes con todo su derecho, que su hijo progresa bien en cuanto a conocimientos, pero que, en el patio, todavía habla en español, y les recomienda que en casa hablen catalán y vean la televisión en catalán para que así todos estén mejor “integrados”. ¿Se vigila en qué hablan los niños en el patio?
– Se insiste machaconamente en la idea de que la “lengua propia” de Cataluña es el catalán, escondiendo deliberadamente la co-oficialidad de las lenguas.
– Vemos cómo, yo lo he visto personalmente, niños de 4 a 6 años pintan en sus cuadernos “l’autobús de 1714 que ens portarà a la independencia”…..
– La bandera “estelada”, símbolo de la independencia, se ha impuesto en los materiales escolares, en vez de la bandera oficial no ya española, sino catalana.
– Se han hecho representaciones teatrales en las escuelas, reproduciendo el sitio de Barcelona en 1714, en las que se insta a los escolares a “eliminar” españoles.
Muchas de estas cosas están documentadas en vídeos.
¿Pueden Vds. imaginar qué dominio lingüístico del español tienen los estudiantes catalanoparlantes, que en su casa hablan catalán, que prácticamente sólo ven TV en catalán y cuyo conocimiento del castellano se limita a 2 horas semanales? ¿No son constitucionalmente co-oficiales ambas lenguas? ¿Estamos preparando así a nuestros estudiantes para que puedan ejercer una profesión en cualquier lugar de España y, también, de América, no sólo latina, puesto que en muchos lugares de Estados Unidos el español es también lengua de trabajo? ¿Queremos someterlos a un reduccionismo lingüístico que les condicione también mentalmente?
Este sistema, señorías, no sólo perjudica a los castellano parlantes, también a aquellos cuya lengua materna es la catalana.
Señorías, en Cataluña se ha querido hacer de la lengua un instrumento de dominación política para una pretendida “construcción nacional”. Y no les cuento lo que sucede en el ámbito cultural, no estrictamente educativo, especialmente en el adoctrinamiento de menores. Los que somos bilingües y ejercemos públicamente el bilingüismo, como es nuestro derecho constitucional, somos considerados (esto también aparece en materiales educativos) “colonos”, aunque tengamos, como es mi caso, no ocho, sino más de 16 apellidos catalanes. No digamos, pues, lo que les ocurre, a los ciudadanos que llegaron a Cataluña desde otros lugares de España
https://teresafreixes.wordpress.com/2017/07/25/la-educacion-a-debate/

Adulteraciones 1

A partir del análisis de los libros de Historia de 7 editoriales de gran difusión, se muestran las siguientes “afirmaciones”:
– No se cita a las provincias y sí sólo a las comarcas (las provincias son “malditas” en la tradición nacionalista)
– La ley más importante en Cataluña es el Estatuto de Autonomía (no se cita la Constitución, a la que el Estatuto está sometido)
– No se nombra a España (otro concepto “maldito”) sino al “estado”. Cataluña sí es nombrada por su nombre.
– Se inserta la historia en la “Corona catalano-aragonesa”, entidad que nunca existió como tal.
– Se crea una nueva “entidad”, al referirse a los Reyes Católicos, que es Castilla más Cataluña-Aragón, para evitar mencionar a España.
– Se afirma que en Castilla el monarca había conseguido imponer el absolutismo pero no en Cataluña donde el rey (no se dice cual) compartía el poder con la Generalitat y las Cortes.
– La Guerra de Sucesión es presentada como una rebelión de los catalanes que no querían someterse a los borbones (no tiene en cuenta el contexto internacional ni las alianzas o disensiones internas).
– Cuando se explica la organización política de Cataluña se omite cualquier relación con la española. Vds., señorías, no existen como representantes de los catalanes.
– Se afirma que en Cataluña se aplican las leyes aprobadas por el Parlament, sin referencia a que también se aplican las españolas y europeas, cada una en su debido marco competencial.
– El tratamiento que se da a Cataluña es como si fuera un Estado, comparándola con otros estados europeos, no con otras regiones, länder, etc.
– Felipe V es presentado como un rey injusto que odiaba a Cataluña.
– Se presenta a Cataluña como una nación similar a los territorios americanos que obtuvieron la independencia.
– La Guerra Civil es presentada como una guerra de la oligarquía conservadora española contra Cataluña.
– Se pretende construir el imaginario de que estamos no en la España de las autonomías sino en un Estado español en el que se encuentran distintas naciones.
– Cuando se explican los derechos de los ciudadanos sólo se citan los del Estatut de 2006, sin referencia alguna a los derechos de la Constitución.
– En relación a los símbolos, se describen los catalanes y los europeos, sin referencia a los símbolos españoles.
– El Tribunal Constitucional aparece como institución opresora de las libertades de Cataluña.
Y otras muchas cosas, relacionadas página a página, libro a libro, editorial a editorial (se adjunta el informe publicado por AMES). Parecidas conclusiones se derivan del estudio realizado por el profesor Francisco Oya, de la Asociación de profesores por el bilingüismo, sobre los libros de Historia de la ESO en 2015 (se adjunta el estudio).

https://teresafreixes.wordpress.com/2017/07/25/la-educacion-a-debate/

miércoles, 11 de octubre de 2017

¿Español? Sí.

Has puesto la cosa interesante, Josegabriel Zurbano, y estoy de acuerdo contigo pero vayamos por partes. Un país no son sólo sus leyes, ni su aparato jurídico y político, ni su Carta Magna; es más cosas, su historia, sus tierras, sus paisajes, sus gentes, sus costumbres, sus tradiciones, su gastronomía y, claro está, su riqueza y sus oportunidades de vida. No siempre coinciden unas cosas y otras. Por ejemplo, España por su ubicación geográfica, su clima, sus tradiciones y sus gentes, acogedoras y en general amables y abiertas, es un buen sitio para vivir, lo dicen todos los extranjeros, que están de paso o jubilados pero no están obligados a vivir aquí de su trabajo. No voy a decir con esto que me siento español porque me gusta la paella, como me gusta la butifarra, el bacalao al pil pil, el pulpo a feira, las migas con chorizo o el pescaíto frito, y me gustan la mayoría de sus regiones, salvo aquellas en que son excluyentes y hacen que me sienta como un extraño en mi propio país, tan mío como de Rajoy, ojo.
Me siento excluido y poco español en lo referido a la riqueza colectivamente producida y desigualmente repartida, a la falta de oportunidades, no de hacer negocios, que es en lo que piensa la derecha, sino simplemente para vivir con dignidad que padecen muchas personas; a la dificultad de encontrar un empleo digno y bien pagado y más aún, de conservarlo, a las dificultades para tener y educar hijos (las bajas tasas de natalidad y fertilidad hablan de ello); a las dificultades para innovar, cambiar, experimentar, inventar e investigar y así sucesivamente. 
Este es un buen país salvo cuando se habla de economía y de política, y ahí te doy la razón; el sistema representativo está sesgado, es poco democrático, la gobernación es opaca y el parlamento no cumple las funciones de control del Ejecutivo que debería y la Constitución está leída de forma interesada y se aplican unos artículos y otros son papel mojado, pero es lo que tenemos. No hablo de mantenerlo tal cual, y muchos menos de abandonarlo a manos de nuestros incompetentes y corruptos gestores, sino de reformarlo profundamente, para acercar las condiciones de vida y trabajo de la mayoría de la población a las posibilidades vitales que ofrece el clima y la situación geográfica. 
Yo no renuncio a este país, que es tan mío como de la derecha más recalcitrante, y eso que no poseo latifundios, ni empresas, ni bancos ni nada por el estilo, no lo poseo materialmente, pero lo considero tan mío, que no quiero que me lo roben los que lo administran en su casi exclusivo provecho, ni los que no miran por su futuro, ni se ocupan de los problemas a largo plazo o son serviles ante terceros países. Ni tampoco los que lo quieren dividir, pensando en que como este país parece irreformable, lo mejor es dividirlo, repartirlo y que cada cual se arregle como pueda a ver si consigue mejorar. Por eso no soy separatista, y soy contrario a la secesión de Cataluña, como lo sería de Andalucía o de Madrid, porque pienso que este país, a pesar de su historia aciaga, con sus muchas dificultades para insertarse en la edad moderna, tiene solución y esa solución sólo puede venir de la izquierda, no de la derecha que lo lleva parasitando desde hace al menos dos siglos, pero de una izquierda que mire por todo el país, que lo vea en conjunto, que piense en soluciones globales y a largo plazo, no en tácticas a corto y en enredarse por partes o regiones. Hay que recuperar este país, con los signos que son de todos, y que le hemos regalado simbólicamente a la derecha, aunque materialmente lo considera suyo en exclusiva. 

Respuesta a JG Zurbano.

No se trata de comparar, pero podemos hacerlo. Los objetivos de Rajoy en estos años eran nefastos, pero eso no mejora los de Puigdemont, que no van bien y pueden ir a peor. De momento, las sedes sociales de las empresas, que son como comités centrales, mueven bastante gente y requieren instalaciones grandes, lo cual desplaza capital hacia el lugar donde están y además tributan allí impuestos locales y autonómicos. Y siendo sedes grandes en lugares céntricos ya quisiera saber lo que tributan, por ejemplo, de IBI.
Pero además, la fuga de capitalistas de Cataluña refuerza el efecto "colonial", no porque envíe más xarnegos allí, sino porque los centros decisorios del capital se sitúan fuera de Cataluña, con lo cual se ubican en otros lugares, por ejemplo, Madrid, que hacen las veces de metrópoli. Y además se alejan del poder político catalán del que ahora habían estado tan cerca. La marcha de empresas no es una buena noticia para los "indepes", y seguramente es una de las causas del frenazo de ayer.

Luigi Bobbio

Ha muerto repentinamente en Turín Luigi Bobbio (1944-2017), uno de los tres hijos del filósofo italiano Norberto Bobbio. Luigi fue militante y fundador en su juventud de “Lotta Continua”, una de las organizaciones que, con “Potere Operaio”, “Avanguardia Operaia”, “Unitá Operaia”, “Falcemartello” y unas cincuenta más, formaban la izquierda radical italiana en los años sesenta y setenta.
“Lotta Continua”, alejada del mundo del trabajo y dirigida por Adriano Sofri y por él mismo, se apoyó en lso estudiantes y los grupos sociales más radicales y se colocó en seguida contra el Estado italiano y en particular contra la policía y los grupos terroristas de extrema derecha, y en lo que luego se desvelaría como la red “Gladio”.
Bobbio fue también fundador del periódico que lleva el mismo nombre que el partido, cuyo número uno se publicó en noviembre del 1969, que sirvió a la estrategia de enfrentarse al Estado en lo que llamó la “contrainformación militante”, que desvelaba las relaciones entre los poderes políticos y económicos y entre la policía y los grupos fascistas.
Diez años más tarde, desaparecida ya la organización, escribió “Storia di Lotta Continua”.

Licenciado en Derecho y doctorado en Sociología, años después se dedicó a la docencia y a la investig
ación política, en particular en el campo de la aplicación pública.

Otra broma

Good morning, Spain, que es different (and Catalonia too much)

Cataluña ha tenido buenos humoristas, no en vano ha sido cuna de geniales dibujantes y estupendos guionistas de historietas que han generado durante décadas un mundo divertido para entretenimiento de chicos y grandes, pero era difícil pensar que pudieran ser superados en ingenio por unos aficionados como los promotores del “procés”. ¡Qué derroche de imaginación hubo ayer en el Parlament! ¡Gracia a raudales! Ni un redivivo “Papus” les aventajaría en humor político.
Porque no se puede negar que la verbal declaración de independencia -euforia de sus fans-, seguida de su inmediata suspensión -estupor de sus fans- en espera de abrir una negociación con el Gobierno -decepción de sus fans-, es digna de figurar entre los mejores “inventos del TBO”.
En lenguaje taurino, fue un pase natural de Puigdemont en traje de luces, para dar salida al “embolao”, pero, para la CUP fue un derechazo, que en el mismo lenguaje así se llama a la misma suerte, y a la vez fue un desplante ante el respetable público -olé, maestro- que llenaba la plaza y la calle, tras lo cual, el primer espada y la cuadrilla volvieron al burladero a firmar, con mucha pompa y ceremonia, lo que no se atrevieron a votar en la cámara, con lo cual quedaba proclamada y suspendida “ipso facto” la nueva República de Cataluña en un documento casi solemne, que no es otra cosa que un manifiesto político dirigido al orbe o un brindis al sol.
No sorprende que los radicales de la CUP, que habían quedado como Juan Charrasqueado, dijeran que el maestro se había “rajao” como Jalisco, ni que la bien orquestada ceremonia de la confusión tuviera efectos inmediatos en las propias filas, pues alguno de los prebostes del “procés” dijo anoche que ya estaban en la república. Vale.   
Después de cinco años de esperar que el rumbo de colisión marcado por Artur Mas topara, al fin, con un obstáculo, no se produjo la colisión. No hubo choque de trenes, sino que el maquinista y sus fogoneros se apearon del tren y esperan la mediación de los guardagujas para trata de hallar, mediante el diálogo, una vía, legal y pactada, hacia un destino incierto pero más seguro, que les evite perder acaudalados viajeros por el camino.
Sólo queda esperar a ver qué sale del tan esperado diálogo, pero para dialogar hacen falta interlocutores reconocidos y, en nombre de qué y de quiénes puede dialogar Puigdemont, si en el día de hoy, horas después del acto no se sabe lo que es y lo que representa. ¿Es Presidente del Gobierno de la Comunidad Autónoma de Cataluña? ¿O es el Presidente, suponemos que interino, de la “non nata ma proclamata” nueva república catalana? ¿Es las dos cosas o tal vez ninguna y se encuentra suspendido en una dimensión extralegal, que merece ser explicada por una nueva teoría del derecho?
Porque la legalidad del Estatut derogada, abolida, arrinconada o reemplazada por la Ley de Transitoriedad, suspendida por el Tribunal Constitucional, y la legitimidad del refrendo, votado sin garantías, es nula, no sólo por el azaroso procedimiento para votar y contar los votos, sino porque estaba expresamente prohibido por la judicatura y la ley que lo amparaba suspendida por el Tribunal Constitucional.
Por lo tanto, ¿a quién representan ahora Puigdemont y los 72 firmantes del manifiesto secesionista?
Los únicos datos fiables, obtenidos con garantías democráticas, proceden de las últimas elecciones autonómicas, calificadas por ellos de “plebiscitarias”, y esa consulta ofrece resultados inapelables: 72 diputados claramente favorables a la secesión, una mayoría no cualificada que representa al 48% de los votos válidos y al 35% del censo. Y esos son los datos que los independentistas han querido soslayar a base de manifestaciones en la calle y trampas y bromas como la de ayer en el Parlament.
Sencillamente, no son serios, pero el asunto es muy serio: se lo han dicho los diputados catalanes de la oposición, se lo dijeron el domingo cientos de miles de ciudadanos catalanes en la calle y se lo están diciendo empresarios y banqueros catalanes trasladando sus catalanas empresas fuera de Cataluña.    
Hay que esperar a ver qué hace don Tancredo en la plaza de Madrid.



martes, 10 de octubre de 2017

Cordura

Respuesta a varios comentarios a mi sugerencia de leer el artículo de MUñoz Molina

He vuelto a leer el artículo de Muñoz Molina "Defender la cordura" y lo veo sensato. Dice: "Ahora lo urgente, lo imprescindible, no es pertrecharse cada uno en sus convicciones, por muy de sentido común que le parezcan, por muy cargado de razón que se crea (...) Lo urgente es establecer, improvisar , un espacio de concordia, por precario que sea, empezando por el logro mínimo de esforzarse en no decir o hacer nada que pueda agravar el encono ". 
Hay otra frase admirable, que va más allá de la función del escritor de ficción y entra de lleno en el campo del intelectual y del ciudadano: "Estamos tan cerca y estamos tan mezclados desde hace tanto tiempo que hasta con la separación más belicosa no dejaremos de estar juntos, de hacer negocios, de comprar y vender cosas, de tener amigos, socios, lazos familiares (...) Los alemanes y los franceses lo hicieron después de más de un siglo de guerras cada vez más espantosas y así dieron origen a la Unión Europea que ahora nos ampara a todos".

lunes, 9 de octubre de 2017

Se va la “pasta”

Good morning, Spain, que es different

Para un país capitalista hay algo peor que la fuga de capitales, y es la fuga de capitalistas. Y la inminente república catalana, hasta que la CUP decida lo contrario, es, o hipotéticamente puede ser, un nuevo país capitalista, republicano, sí, pero capitalista. Mas, Puigdemont y Junqueras no representan otra cosa que distintas versiones, dimensiones y aspiraciones del capital, por si algunos o muchos todavía no se habían dado cuenta.
Así que la “nueva república” está a punto de venir al mundo con una importante pérdida de líquido amniótico, con lo cual, si a las dificultades de un parto prematuro, como ya lo ha advertido el doctor Mas, que fue quien dirigió la fecundación “in vitro” (in vitriolo, como luego se ha visto), se añade la falta de oxígeno, las posibilidades de que el neonato sobreviva son escasas, más aún cuando no podrá recibir ayuda de la incubadora europea.  
En pocos días varias grandes compañías como Gas Natural, Oryzon, Eurona, Dogi y Agbar, han decidido fijar su sede social fuera de Cataluña. Sólo en este año, casi 600 empresas lo han hecho. También los dos grandes bancos catalanes, La Caixa y el Sabadell, siguiendo el silencioso camino que muchos depositantes habían ya iniciado trasladando de sus fondos.
Incluso fuera de Cataluña, personas que hasta ahora eran clientes de estos dos bancos están abriendo cuentas en otras entidades, por miedo a un “corralito” o a perder sus ahorros. No hay que olvidar que venimos de una burbuja financiera cuyo pinchazo se ha llevado por delante muchas economías domésticas. Venimos de una ruina y nos encaminamos, si esto no se para, a otra. Demasiadas pérdidas en tan poco tiempo.
Las decisiones de las empresas se han demorado, pero eran de esperar. Sólo la estulticia de quienes se creen superiores al resto de españoles y se han creído las falacias de su propio discurso, han podido pensar que esto no iba a ocurrir. No hace falta ser un vidente para atisbar lo evidente, pero es que, en todo este asunto del “procés”, sus promotores han partido de negar lo evidente y de creer, también, que iban a convencer no sólo a España, sino a Europa, de las oportunidades económicas que el nuevo reino de Jauja iba a ofrecer al capital. ¡Qué ilusos!

Claro, que los empresarios que han adoptado tales decisiones lo podían haber advertido con tiempo suficiente como para haber parado esta lamentable aventura antes de llegar hasta aquí; a las vísperas de la declaración de independencia.

domingo, 8 de octubre de 2017

Octubre 1917

Este otoño se han cumplido cien años del suceso que conmocionó el naciente siglo XX: la Revolución de octubre de 1917, que, en medio de la Iª Guerra Mundial, puso fin al imperio zarista e instauró un nuevo régimen político.
Pareció entonces que empezaba el principio del fin del mundo conocido y en gran medida así fue, pues, con el desenlace de la guerra, otros imperios siguieron el camino del zarista -el alemán, el austro-húngaro y el otomano-. El imperio británico permanecía, el francés se resentía y el americano emergía como la futura gran potencia que llegaría a ser. En China, el imperio manchú, bajo la dinastía Ching (o Qing) había caído poco antes, en 1911. Concluía políticamente el siglo XIX y el mundo cambiaba.
En la enorme Rusia, se había erigido, por la fuerza pero con escaso vertido de sangre, el primer gobierno obrero del mundo, el primer sistema económico alternativo al capitalismo, que inauguraba la gran oposición ideológica y política entre los dos sistemas -capitalista y socialista- que habría de marcar el siglo.
Era una idea llevada a la práctica; una utopía con visos de ser realizada. El mundo civilizado, el mundo capitalista, la sociedad burguesa la veían con estupor y se resistieron a permitirlo. Del temor a que el ejemplo se extendiera y pusiera en peligro el orden dominante vino el apoyo de la burguesía internacional al ejército de los blancos para tratar de derribar el poder soviético. Después de tres años de participar en la I Guerra Mundial, la guerra civil supuso una gran sangría para el pueblo ruso y el primer gran obstáculo para la Revolución. 
La Revolución de Octubre tuvo consecuencias internacionales, pero también internas en países contendientes o neutrales, hubieran resultado vencedores o sido vencidos en la guerra, pues uno de sus efectos fue señalar que el enemigo podía estar dentro de cada país.
Octubre indicó a las clases dominantes el potencial peligro que residía en las clases subalternas, en las clases menesterosas, ahora peligrosas, en la posible rebelión de los pobres y de los trabajadores. Avisaba que la revolución podía estallar dentro de cada país, movida por fuerzas interiores animadas por el nuevo poder soviético, que pretendía extender esa rebelión a escala internacional, tal como trabajadores, soldados y campesinos habían hecho en Rusia, volviendo las bayonetas contra sus amos. Se preparaba la revolución mundial y se había fundado en 1919 la organización que la haría posible, la Internacional Comunista o Komintern, y los instrumentos para promoverla y llevarla a cabo, los partidos comunistas, dirigidos por ella.
Octubre desató el miedo en las clases poseedoras de todo el mundo, el temor a la súbita politización de los trabajadores, de los sindicatos, de los funcionarios, del ejército, que podían ser captados por el comunismo, como había sucedido en Rusia, un imperio dirigido, desde 1613[i], con mano de hierro por la dinastía de los Romanov, apoyada por una nutrida aristocracia. Si eso había sucedido en un régimen dictatorial con abundantes residuos feudales, era lógico pensar que pudiera repetirse con más facilidad en los regímenes parlamentarios, donde las clases subalternos disfrutaban de más libertad. Con el miedo a los “rojos” se desató el “terror blanco” y se instauró en los gobiernos la obsesión por la seguridad interna, por la vigilancia, la persecución de agentes subversivos, la búsqueda y captura de comunistas y el deseo de acabar, como fuese, con el experimento soviético y con intentos similares que pudieran aparecer en el futuro. Había nacido una nueva versión del Congreso de Viena, pero lo cierto es que el recuerdo de Octubre contuvo el capitalismo durante décadas.
Decir que desde entonces ha pasado un siglo no es ocioso, porque en estos cien años han sucedido muchas cosas, y una de las más importantes es el fracaso de aquella revolución en su principal objetivo -liberar a los oprimidos, permitir el gobierno de los trabajadores y ofrecer una alternativa al modo de producción capitalista-, fracaso que llevó, en 1991, a la implosión del sistema económico, político y militar (la URSS, el COMECON y el Pacto de Varsovia) generado por ella.
Durante mucho tiempo, en las filas de la izquierda se creyó que la instauración del socialismo era un proceso irreversible hacia el futuro, una etapa a superar sin posible vuelta atrás; no ha sido así.
En el siglo soviético -no llega a un siglo, sólo 70 años-, el mundo ha estado influido por el comunismo, ese temible adversario del sistema capitalista surgido en Rusia y continuado después en otros lugares, como China, Cuba, Vietnam o Camboya. Revoluciones que, a pesar de haber promovido el crecimiento económico mediante una industrialización acelerada, también han degenerado en colectivismo burocrático, en el poder de un nuevo estamento social, en la dictadura de un partido y en despotismo estatal; justo lo opuesto de lo que pretendían ser. Grotescas deformaciones de una teoría que pretendía liberar de sus cadenas a los trabajadores y, como efecto, a toda la humanidad. Y algo semejante ocurre con el pasado.
A la vista de los acontecimientos ocurridos en Rusia (y en otros lugares, claro) desde la destrucción de la URSS, se puede afirmar que la idea de totalidad que acompañó a la Revolución de Octubre (y a otras) no ha resistido la prueba del paso del tiempo.
La revolución no fue total, no inauguró un mundo completamente nuevo, pues no pudo borrar del todo el pasado; lo atemperó, lo modificó, lo constriñó o lo sepultó, pero no lo pudo suprimir, porque no logró borrarlo de la imaginación colectiva, aunque en la forma política, legalmente, quedase abolido.
Más difícil que transformar el sistema económico y las estructuras políticas ha sido el cambiar mentalidades. La gran ambición de los revolucionarios había sido fundar un orden nuevo poblado por ciudadanos nuevos, pero la tarea se mostró más ardua de lo pensado, pues es muy difícil cambiar, y más si es con prisa y en medio de grandes dificultades, las costumbres y las cabezas. Ni aún con el apoyo de una dictadura, el hombre nuevo (y la mujer nueva) salen del horno a demanda.
La vieja Rusia emergió en 1991, porque en realidad siempre había estado allí, disfrazada en los despóticos modos imperiales de la nomenklatura, de la oficialidad zarista de los boyardos del PCUS, de la nueva aristocracia obrera y funcionarial y de los ciudadanos llanos tratados como nuevos siervos, bajo la atenta mirada de la policía política en sus distintas versiones a lo largo de los años, la Vecheka, GPU, NKVD y KGB, no tan alejadas en su propósito de la Ojrana zarista.




[i] Comenzó la dinastía Miguel I, nieto de Iván IV, el Terrible.