Veo, en una fotografía publicada en la prensa de hoy, al nuevo presidente del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo, don Carlos Dívar, saludando al cardenal Rouco Varela en la ceremonia de apertura del año judicial. Y le veo excesivamente inclinado ante el arzobispo de Madrid. Se diría que el presidente del Poder Judicial, la máxima autoridad de la justicia civil, rinde pleitesía al presidente de la Conferencia Episcopal, representante de la justicia canónica, por no decir divina. Todo un gesto y todo un signo, que revela la persistente e interesada confusión que sigue reinando en el ámbito público entre lo civil y lo religioso.
El que la mayoría de los miembros del Consejo General del
Poder Judicial y del Tribunal Supremo sean católicos, o aunque lo sean todos,
no indica que hayan sido los conocimientos proporcionados por su credo el
motivo por el cual han sido designados para cumplir esas funciones civiles ¿o
sí lo indica?
Ni el que la mayoría de los magistrados fallecidos este año
sea católica, o incluso lo sean todos, debe servir de pretexto para que un
órgano público, encargado de administrar la justicia civil, no la religiosa,
ofrezca una misa por los fallecidos que figure entre los actos de apertura del
año judicial.
La ceremonia, celebrada en la iglesia de Santa Bárbara, dio
pie para que el cardenal Rouco Varela recordara en la homilía que la justicia
humana necesita el apoyo de la justicia divina, que es la buena. La fotografía
lo explica todo.
11 de enero de 2009
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