Tras suscitar la previa
expectación que forma parte del habitual ceremonial de sus apariciones en
público, portavoces de Batasuna han anticipado algunas ideas sobre los
estatutos que van a presentar en el registro del Ministerio del Interior para
legalizar una nueva formación política que pueda concurrir a las elecciones del
mes de mayo.
Según dichos portavoces, se
trata de la decisión firme de apostar por vías exclusivamente políticas, no
sujeta a cambios coyunturales ni a variables tácticas. Es una opción que
rechaza la violencia, la amenaza de su uso o conductas que le sirvan de
complemento para alcanzar fines políticos. Por lo dicho, los estatutos recogen la
desvinculación del nuevo partido -Sortu-
respecto a ETA, al rechazar la violencia como instrumento político, incluso la
de ETA si la hubiere, y prever la expulsión de personas que sigan conductas sancionables
previstas en la Ley de Partidos.
No hay duda de que, de ser sincera
la intención, se trata de un paso adelante. De un paso adelante, para los
abertzales, en el camino de lograr la paz según los principios de Mitchell,
pero, para el resto, de un paso mucho más modesto como es la simple
normalización de Euskadi; de hacer normal, habitual, lo que es cotidiano en otras
partes, donde la lucha política no se dirime con bombas, amenazas o extorsiones.
Lo que ocurre es que este
anuncio nos pilla cansados y escarmentados. Desde ese mundo han llegado
demasiadas frustraciones, demasiadas conversaciones fallidas y demasiadas
treguas que han acabado de manera sangrienta. Ha habido demasiados comunicados
ambiguos, demasiada carga retórica, demasiado lenguaje calculado para afirmar
sin decir, para amedrentar sin aparentarlo, y para contentar a los que buscaban
una salida no violenta pero sin molestar a los violentos.
En pocos años hemos
asistido a un carrusel de falsas solemnidades y de actos en apariencia trascendentes, con los que
Batasuna ha querido ir señalando con hitos enfáticos su pequeña historia. Estella,
Anoeta, Loyola o Guernica forman parte de esta sucesión de actos, discursos y "espíritus" en los que los
verdaderos propósitos quedaban oscurecidos por un lenguaje sólo apto para
iniciados.
Por lo tanto, no es ocioso
preguntarse si se trata de un giro lampedusiano -hay que cambiar para que lo
esencial permanezca- o de una rectificaciónverdadera; si es la renuncia a un camino
desechado por inservible o un mero paso táctico -por imperativo legal-, que responde
a la prisa por llegar a tiempo de presentarse a las próximas elecciones y
tratar de obtener representación institucional, sin la cual no hay vida
política en este país; pues a los partidos sin representación institucional sólo
les queda llanto y crujir de dientes en las tinieblas exteriores.
Mientras
tanto, no sólo permanece el proyecto estratégico que Batasuna comparte con ETA,
sino que la propia organización armada sigue ahí, en tregua, pero considerando que la
“estrategia político militar es incuestionable”, y a la que podría volver si no
se alcanzase por medios pacíficos el programa máximo: la fundación del país
soñado, Vasconia o Euskal Herría, por unificación de las provincias españolas
de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya con las francesas Labort, Baja Navarra y Sola, y la
anexión de Navarra, como afirmaba en la despedida de su último comunicado: “ETA
no cejará en su esfuerzo y lucha por impulsar y llevar a término el proceso
democrático hasta alcanzar una verdadera situación democrática en Euskal
Herría”.
De momento, esta es la última palabra. Pero sería muy bueno que ETA
dijera algo más en consonancia con la apuesta de Batasuna. Sería muy bueno para
Sortu.
Y para los que no somos de Sortu.
Nueva Tribuna, 9-2-2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario