miércoles, 25 de enero de 2023

Sei notti a ricordare (2)

La serie de televisión “Exterior noche” muestra la postura del gobierno de la Democracia Cristiana, que, presionado por Estados Unidos y por el Vaticano, está atrapado entre la razón de Estado, que rechaza negociar con terroristas, y los principios cristianos que prescriben la liberación del político secuestrado para salvarle la vida.

De este modo, mientras el ministro del Interior -Francesco Cossiga-, amigo y protegido de Aldo Moro, trata en vano de localizar el lugar donde lo mantienen encerrado, y Pablo VI solicita públicamente su liberación, pero prepara dinero para pagar el rescate por si hiciera falta, la dirección de la DC espera que suceda un milagro, algo ajeno a su voluntad -que la policía lo rescate o que las Brigadas cambien de opinión-, que evite tomar la terrible decisión; percibe que Moro es una molestia y lo califica de enajenado por el secuestro, después rechaza una negociación indirecta con los terroristas, sugerida en una de sus cartas -“Moro escribe mucho”, dice Moretti-. Ahí se percibe ya que el cautivo está condenado, pues, las Brigadas tampoco aceptan la negociación, que debe ser abierta, pública, pues al pueblo, en cuyo nombre hablan, nada se le debe ocultar. Por otro lado, la notoriedad de la negociación supone que el Estado reconoce como interlocutores a las Brigadas Rojas y admite la existencia de presos políticos.

En medio de tales intereses está la familia de Moro, los hijos y, sobre todo, su mujer, Eleonora, que quiere facilitar la liberación de su marido, pero percibe que, abandonado por el Gobierno y la DC, su suerte está echada.

Son interesantes las reflexiones de Moro sobre los cuestionables y piadosos amigos, sobre los conciliábulos en la DC y la aversión que le produce Andreotti, el hombre hermético, frío, manipulador e intrigante, instigador de su muerte. En una carta, sospechando cual va a ser su suerte, pide que nadie de la DC acuda a su funeral.

Moro permaneció recluido en una “cárcel del pueblo” -un “zulo” construido detrás de un armario-, en un piso de la vía Montalcini, 8, en Roma, comprado el año anterior con dinero obtenido por el secuestro del naviero Costa. Allí estuvo 55 días, custodiado por cuatro brigadistas, pero sólo tuvo trato con Moretti y Gallinari, que llevaron puesta una capucha cuando hablaron con él.

La negativa de la Democracia Cristiana a negociar suscitó una controversia en las Brigadas Rojas sobre un desenlace imprevisto de la operación y, por tanto, sobre la suerte que debía correr el prisionero.

En abril de 1974, secuestraron a Mario Sossi, un juez temido por su dureza -“doctor esposas”, le llamaban-, que finalmente fue liberado, pero con Moro la mayoría de los brigadistas se decantó por no hacerlo, a pesar de las acciones de repulsa en la calle y las peticiones de clemencia que llegaron incluso desde la extrema izquierda.

En la serie, la chica brigadista -Adriana Faranda- sostiene que es un error matar a Moro (también lo creyó Curcio) y mantiene una discusión con su compañero Valerio Morucci sobre la revolución, a la que ella está entregada, renunciando incluso a su hija, y en la que él no cree. Podemos matar y podemos morir, pero no podemos ganar, le dice. ¿Entonces para qué matar a los escoltas?, responde ella. Él arguye que no cree que sea posible una república socialista en Italia y que no le mueve la revolución, sino la rebeldía, la transgresión, la lucha contra el Estado. Tú quieres ser un héroe perdedor, como los de “Grupo salvaje”, que muere matando fascistas, le espeta ella.

Más que un revolucionario comunista, Morucci se comporta como un anarquista o un nihilista antisistema, no como un constructor de otro sistema. Claro que entonces las alternativas al capitalismo ofrecían un aspecto poco boyante, pues, además de la degeneración de la URSS, que, otra vez , en 1968 había mostrado en Checoslovaquia su oposición a las reformas en los países bajo su férula, en China, muerto Mao en 1976, se iniciaba la desmaoización, Cuba, bloqueada, seguía un camino burocrático y autoritario y muchas de las revoluciones y guerras anticoloniales iniciadas en países del Tercer Mundo habían degenerado en satrapías, dictaduras militares y guerras tribales.

Había pasado el momento de auge de las movilizaciones de protesta de los años sesenta y primeros setenta y lo que inicialmente parecía un principio prometedor fue realmente el crítico final de una época. En Italia; la última oleada radical, formada por el difuso y confuso “movimiento del 77, decaía rápidamente, y dejando aparte los efectos culturales del 68, los resultados electorales posteriores al célebre año habían sido decepcionantes, pues, salvo en Alemania Federal, los partidos de la derecha vencieron en Estados Unidos, Francia, Inglaterra e Italia; en Chile, el golpe militar de Pinochet en 1973 acabó con la vía pacífica al socialismo y el golpe de Videla en Argentina, en 1976, culminó el proceso militarización del Cono Sur americano, que tuvo su contrapunto en Europa con el fin de las dictaduras de Grecia, Portugal y España. La época de las revoluciones de tipo comunista parecía agotada y se iniciaba la época de las “transiciones” desde feroces dictaduras a moderados regímenes democráticos “homologables” con el orden económico internacional.   

En una sociedad cerrada a las expectativas juveniles, el agotamiento de la lucha de masas dio paso a la minoritaria lucha armada, emprendida a la desesperada contra el resistente Estado burgués, con el que no había posibilidad convivir. Con el desengaño, para muchos había llegado la hora de tanatos y de morir con una pistola en la mano o con una jeringuilla en el brazo.

Curcio dice: Ante la noticia de la muerte de Moro, fui aquejado de un verdadero desconsuelo. Primero, porque verificaba que la intuición que tuve inicialmente, que las BR había puesto en pie una acción superior a sus capacidades políticas, era exacta. Luego, porque empecé a comprender que los efectos organizativo-militares habían sido desastrosos (…) Las BR no han nacido, no están preparadas ni organizadas para afrontar un nivel de enfrentamiento de este género. No se trata de adaptarse a una nueva situación de enfrentamiento militar, sino de cerrar la historia de nuestra Organización.  

Efectivamente, la represión del Estado sobre las Brigadas Rojas y las demás organizaciones de la extrema izquierda fue terrible; el precio pagado, también.  

Luego, en los años ochenta, se produjo la gran restauración conservadora, la ofensiva del capital, el sometimiento de los trabajadores, la claudicación de los grandes sindicatos, la corrupción de los partidos y los abandonos en la extrema izquierda, el desguace de los grupos armados, las renuncias, los llamados “arrepentidos” (que colaboraron con la policía), los disociados (conscientes del daño causado, pero no colaboradores), la reflexión personal, la confesión interna sin absolución posible, el trato de algunos militantes con los familiares de sus víctimas y la posible expiación: “Yo tenía una casa -dice Faranda-. Cuando recuperé la facultad de comprar y vender, como algunas familias de víctimas sufrían dificultades porque el Estado no había pagado aún las indemnizaciones, pensé que era justo ayudar (…) Vendí la casa y repartí lo que obtuve entre las víctimas a través de un sacerdote. Entregué la suma a Cáritas, que la distribuyó de forma anónima entre las familias”. Pero esa ya es otra historia y quizá otra serie.

“Exterior noche” recuerda algunos episodios de “La mejor juventud”, una serie para la televisión, convertida en dos películas largas dirigidas por Marco Tullio Giordana (2003), sobre la historia reciente de Italia centrada en una familia políticamente dividida.

Además del citado, otros libros aluden a esos años: La horda de oro (1968-1977) (Balestrini & Moroni, 2006), Brigadas Rojas (Mario Moretti, 2002), El caso Moro (Leonardo Sciascia, 2011), Renato Curcio. A cara descubierta (Mario Scialoja, 1994), A colpi di cuore (Anna Bravo, 2008), 68. L’anno che ritorna (Franco Piperno, 2008), I movimenti del ’68 in Europa e in America (Peppino Ortoleva, 1988), Quando la Cina era vicina (Roberto Niccolai, 1998), La strage di stato (Giovanni & Ligini, 2000) y ’68 Vent’anni dopo (Massimo Ghirelli, 2000), que recoge entrevistas, entre ellas a un joven Marco Bellocchio, director de la serie que comentamos. Y un par de artículos: “Próspero Gallinari, secuestrador y carcelero de Aldo Moro”, El País 17/1/2013; “Adriana Faranda. Ex dirigente de las Brigadas Rojas”, El País 26/11/2006.   

24/1/2023. Para El obrero.es y Trasversales


lunes, 23 de enero de 2023

Sei notti a ricordare: Aldo Moro (I)

Han sido las noches dedicadas a ver los seis episodios de la serie de televisión “Exterior noche”, dirigida por Marco Bellocchio, sobre el secuestro y posterior asesinato del ex primer ministro y presidente de la Democracia Cristiana, Aldo Moro, por las Brigadas Rojas, en la primavera de 1978.  

Un salto atrás en el tiempo, que me ha hecho evocar con bastante exactitud el fatal suceso, ocurrido en unos años densos, que guardo en la memoria como un caótico y coloreado torbellino político de manifiestos, pancartas y banderas.

Recuerdo la fotografía de Aldo Moro, muerto, en la parte posterior de un “cuatro latas” rojo (Renault 4L), aparcado, adrede como una advertencia, en la vía Caetani, entre las sedes del Partido Comunista y la Democracia Cristiana. Y recuerdo, claro, el debate suscitado por su secuestro y su muerte, en unos años de violencia y terrorismo de distinto signo político; años de plomo en Italia, y también aquí, en plena Transición, que serían una de las derivas políticas de los agitados años sesenta y de las acciones ilegales del Estado, que, en Italia, culminarían en 1990 con el descubrimiento de la “Red Gladio”, una especie de ejército secreto preparado inicialmente para resistir una posible invasión soviética, convertido después en instrumento de la guerra sucia contra partidos y sindicatos de la izquierda.  

El asesinato de Aldo Moro se inscribe en el contexto de aquellos años, difícil de entender desde hoy, pero descrito con fidelidad por Nanni Balestrini y Primo Mororni, en 1988, en L’orda d’oro 1968-1977, del que hay una versión revisada (1997) en español, La horda de oro (1968-1977), publicada en 2006. Al final del artículo se indican otros libros sobre el tema.

Tras asesinar a cinco policías de su escolta, Moro fue secuestrado el día 16 de marzo de 1978 por un comando formado por Valerio Morucci, Raffaele Fiore, Próspero Gallinari, Franco Bonisoli y Mario Moretti, y ejecutado el 9 de mayo. Aquel día de marzo se elegía un nuevo gobierno de la Democracia Cristiana presidido, otra vez, por Giulio Andreotti; uno más, en que los mismos políticos se iban alternando en los cargos en gobiernos breves, pero que mantenían la hegemonía del partido católico durante décadas. El naciente gobierno no evitó a esa tendencia; duró hasta enero de 1979.

En esta ocasión era diferente, la crisis era más seria y, por otro lado, el Partido Comunista, crecido electoralmente y dirigido por Enrico Berlinguer, aceptaba el “compromiso histórico” de apoyar a la Democracia Cristiana. El artífice de esta operación, que a una parte de sus compañeros les parecía un acuerdo “contra natura”, había sido Aldo Moro. Con su secuestro, las BBRR querían golpear a la Democracia Cristiana -“el epicentro del sistema; el enemigo absoluto de la lucha obrera”, según Moretti (“Brigadas Rojas”, 2002), impedir el pacto para desestabilizar al gobierno y canjear la liberación de Moro por la excarcelación de 13 de sus militantes. Además, era un acto de afirmación ante los otros grupos de la extrema izquierda, pero un gesto que a algunos de sus dirigentes les parecía desproporcionado. Renato Curcio, uno de sus fundadores, preso entonces en la cárcel de Turín, indica: “Tuve la sensación clara de que la acción realizada representaba ir más allá de nuestras posibilidades” (“Renato Curcio. A cara descubierta” (Mario Scialoja, 1994).  

La serie relata los días transcurridos entre el secuestro y el asesinato del dirigente católico, dedicando cada episodio -Moro; Cossiga; el Papa Pablo VI; los terroristas; Eleonora, la mujer de Moro; y el final- al punto de vista de los personajes. La duración de los capítulos -casi una hora- el formato monográfico y el carácter de reflexión interna, de monólogos, dan un tono lento que a veces merma el interés a la serie, que está bien realizada e interpretada.

Golpe de togas (y 3). Los caminos de Feijoo

Además de la lógica a largo plazo, ya aludida en la entrega anterior, debemos tener en cuenta los factores que, a corto plazo, concurren en la táctica del Partido Popular, debiendo señalar, de entrada, el fracasado intento, imputable a Casado, de acabar con el Gobierno de coalición, calificado de “ilegítimo” y de “Frankenstein” por su diversidad política; y de “comunista”, “bolivariano” y “criminal”, por Vox.

Arrinconados los cien días de cortesía, el mismo día de la investidura empezó la ofensiva para echar a Sánchez de La Moncloa, que se incrementó, de modo insensato, en los primeros meses de la pandemia, en un esfuerzo contra él, contra su partido, su socio mayoritario y sus apoyos, que no ha cejado con la crisis energética y con los efectos de la guerra en Ucrania. Pese al denuedo invertido, no ha tenido el efecto apetecido de provocar un adelanto electoral, que era una de las hipótesis para congelar la renovación del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo, cuya hegemonía conservadora se quería mantener desde el gobierno de Rajoy hasta el de Casado o de Feijoo.

El Gobierno, con tensiones entre sus socios, ha resistido la embestida, a veces con muchas dificultades, con titubeos, con demoras y prisas, con errores y costes, pero deja, por ahora, una abultada cosecha legislativa -190 leyes- de tipo progresista. Ha logrado aprobar el Presupuesto de 2023, aunque con la elevada factura de los insaciables y poco agradecidos nacionalistas, con lo cual es probable que la legislatura cumpla íntegramente su ciclo. Mientras, en Madrid, modelo de gestión ultraliberal del PP, ni Ayuso en la Comunidad ni Almeida en el Ayuntamiento han logrado aprobar sus presupuestos para el año entrante.

La amenaza de presentar una moción de censura, promovida por Vox, seguido por Cs, ha sido una baza en la ofensiva de la derecha, pero hasta el momento no ha cristalizado, porque el PP no la apoya, ni existe un candidato idóneo a ser el presidente de un gobierno alternativo. Y aquí se percibe que el golpe de togas ha sido un gesto de Feijoo para marcar su terreno ante la iniciativa y el discurso de Vox. Con esto llegamos a otro de los factores, el electoral.

En un año con tres elecciones -municipales, autonómicas y generales-, que la derecha espera utilizar para acabar con el experimento del primer gobierno de coalición, las encuestas no dan, por el momento, un holgado ganador, sino un empate técnico o una ligera ventaja del PP sobre el PSOE, que le obligaría a gobernar con apoyo de Vox.

Feijoo ha perdido el posible encanto que le reportó la novedad de suceder a Casado y la expectativa sobre su potencial capacidad como dirigente nacional. Pronto se desvaneció la gran esperanza blanca, pues la flema gallega dio paso a la táctica habitual: no a todo y bronca perpetua, aunque en voz más baja. Ha rechazado el acuerdo de Casado y el Gobierno para renovar el CGPJ, por lo cual, no parece dispuesto a salir del carril de su predecesor ni de la estrategia de oposición diseñada por Aznar. 

Otro factor digno de tener en cuenta es el cambio en la correlación de fuerzas entre los partidos de la derecha. Vox crece y Ciudadanos se deshace, por lo cual, en el PP prescinden de él y esperan que los militantes del grupo en extinción soliciten la admisión en sus filas de uno en uno y en la clase de tropa.

El ascenso de Vox muestra la pugna de dos derechas convergentes surgidas del mismo tronco ideológico y biológico -el franquismo-, que utilizan similar táctica de acoso y derribo de cara al Gobierno y que, en ciertos segmentos y ante ciertos temas, cuesta distinguir, a pesar de las constantes invocaciones de los genoveses a la Constitución, a la moderación y al centrismo, actitudes que, según algunos expertos, existen dentro del Partido, aunque públicamente no se perciban. Pero haberlas, haylas, dicen.

Realmente, la presunta moderación de Feijoo es una táctica digna de la finura vaticana -moderar la forma y mantener el dogma-, que requiere un reparto de papeles: el comedido Feijoo aparenta una mesura en la que no cree, pues cuenta con la misma portavoz de Casado en el Congreso y con el coro de camorristas en la bancada para mantener inalterable la tríada ideológica que define la identidad del PP: autoridad, propiedad y desigualdad.

Cuando existía Cs, el PP debía competir con él por el voto centrista, pero ahora, Feijoo se enfrenta al dilema de atraer a una parte importante de sus votantes, que se han quedado sin partido útil, y a la vez competir con Vox por el voto más derechista, cediendo a la presión del sector más duro representado por Ayuso. Por tanto, debe actuar mirando con un ojo a la extrema derecha y con el otro a su propio partido, pues sabe que Vox está dentro, y que a él se le pasa el arroz, por eso pide con insistencia un adelanto electoral. Y en esa táctica en la que todo vale, Gamarra siembra dudas sobre las elecciones, sean las inducidas por su táctica obstruccionista o las celebradas cuando se agote la legislatura, si el resultado de ellas no es favorable al PP. Trump y Bolsonaro como santos de cabecera.

Queda otro factor, que es el cambio de orientación en la oposición al Gobierno, dado que seguir predicando la hecatombe económica es poco útil, entre otras razones por la escasa consistencia del programa del PP y porque se notan los efectos de las reformas: la inflación es alta, pero se modera (España 5,6%; media de la UE 9,2%), la “excepción ibérica” en el precio de la energía, que, según Gamarra, iba a salir muy cara, ha supuesto un horro de 4.000 millones y es imitada por otros países; los ERTE han dado resultado y el paro se reduce, aunque en Génova los datos no gusten; los fondos de la UE llegan, a pesar de los intentos del PP de boicotearlos viajando a Bruselas; los planes contra la crisis se van aplicando, a veces con dificultad, la bajada del IVA, las ayudas a las clases más débiles y la subida de pensiones no han quebrado el Estado, la subida del salario mínimo no ha hundido a las empresas, sino que ha salvado a otras (el Banco de España y el FMI se han visto obligados a revisar ese credo neoliberal), los intereses de los oligopolios se pueden tocar y fiscalmente se puede gravar un poco más a la banca; la recesión se aleja y el crecimiento económico del año es probable que supere lo previsto, así que, aun admitiendo  que queda mucho para acabar con la desigualdad, los datos no avalan la demagogia destructiva, so pena de pasar por tonto o por ciego.

Feijoo, que ha cedido ante los sofismas con los que Ayuso tapa el pésimo resultado de su gestión, ha intensificado la lucha ideológica con la letanía de la dictadura de la izquierda, los vínculos con Cuba y Venezuela, las concesiones al feminismo exacerbado, al nacionalismo, al separatismo, las alusiones a ETA, como si aún existiera, y la inminente la balcanización de España. Con lo cual, el PP se acerca al discurso de Vox, carne de su carne y sangre de su sangre, pues ambos proceden de la misma placenta ideológica, pero, al mismo tiempo, compite con él por dirigir la gran coalición de la derecha española, que oscila entre ser extrema o sólo una derecha sin complejos. Y en esa disputa, el golpe de togas ha sido una machada de Feijoo para mostrar, al otro alfa, quien es más capaz de obstaculizar los planes del Gobierno.

El día 27 de diciembre se corrigió, con un rápido acuerdo, quizá inducido por el discurso regio, parte de la anomalía y el Tribunal Constitucional, renovado aunque falto de presidente, podrá acometer el trabajo pendiente y decidir, entre otros, sobre los siguientes asuntos: los recursos del PP y Vox sobre las leyes del aborto, eutanasia, educación, trans y Sí es sí; el uso del castellano en las escuelas catalanas, la Reforma Laboral, el recurso de Ayuso a las medidas de ahorro energético, el de Alberto Rodríguez, privado de su escaño de diputado, los del PP, Cs y Vox sobre la fórmula para acatar la Constitución, los del PP contra la ley que impide hacer nombramientos al CGPJ estando en funciones, los referidos a las dos enmiendas que el Constitucional paralizó el día 21 de diciembre y los que pudieren surgir hasta el final de la legislatura. 

Pero el Consejo General del Poder Judicial, controlado por la derecha desde hace nueve años y del que pende el nombramiento de 72 magistrados para cubrir plazas de altos cargos en el organigrama del aparato judicial (Tribunal Supremo, tribunales superiores de justicia, Audiencia Nacional y audiencias provinciales), sigue esperando a que los dirigentes del Partido Popular decidan acatar la Constitución y accedan a desbloquear su renovación, sólo porque actúan como si el país les perteneciera y, con él, los órganos supremos de la administración de justicia. Lo peor de todo es que, en ellos, hay magistrados políticamente afines que también lo creen y actúan en consonancia con lealtad militante.

9 de enero de 2023

https://elobrero.es/opinion/102649-golpe-de-togas-y-3-los-caminos-de-feijoo.html

lunes, 9 de enero de 2023

Golpe de togas (2). La democracia según “Génova 13”.

¿Qué fue y a qué respondía el “golpe de togas” del día 21 de diciembre?

En primer lugar, fue un acto de deslealtad institucional del Partido Popular, pero sobre todo una exhibición de poder, ejercido por encima de previos acuerdos, de la ley y de la propia Constitución, para forzar a un órgano fundamental del Estado a actuar de modo torticero y disciplinado, a instancia de un partido de la oposición con objeto de imponer su voluntad al Legislativo y, por ende, al Ejecutivo.

Recuérdese que el minoritario partido, que, al sentirse “desamparado” recurrió al amparo del Tribunal Constitucional para que “desamparase” a la mayoría de las Cortes, ostenta 89 escaños, frente a los 182 escaños de la coalición gobernante. El Partido Popular paralizó la función de las Cortes al solicitar al cauteloso Tribunal Constitucional, con mandato caducado, la aplicación de una medida cautelar ante una ley que reformaba la renovación del propio Tribunal, bloqueado por la testarudez del partido demandante de amparo y por la rebeldía de la mayoría conservadora del Consejo General del Poder Judicial, porque podía generar un “daño irreparable”.  

Así que el “golpe de togas” fue otro gesto de desafección del Partido Popular hacia el Congreso y de desafío hacia el Gobierno, con intención de interferir en el poder legislativo, como si aún conservara la mayoría absoluta de la etapa de Rajoy.

Que el partido político que dice representar a la “mayoría natural” del país, se obstine en rechazar el papel institucional que corresponde a su respaldo electoral no es sólo un problema político para el sistema representativo, porque revela una deslealtad profunda respecto a las reglas del régimen democrático, que sólo se aceptan cuando dan la victoria, sino también un problema sicológico de sus dirigentes, instalados en negar y falsear la realidad, que sus afiliados y votantes deben tener en cuenta.

El PP, al frente de un recalcitrante grupo de magistrados conservadores, con el que pretende determinar la actividad jurídica y legislativa del país, el día 21 realizó una maniobra sin riesgo para sus promotores y ejecutores, preparada en la trastienda del poder judicial, cuyo prestigio, por su docilidad, ha quedado manchado con la cacicada de Feijoo y, antes, de Casado.

Y, finalmente, ha sido un órdago; un acto de afirmación y prepotencia de Feijoo, con una exhibición de fuerza ante los suyos, ante Vox, ante Ciudadanos y ante el Gobierno, para mostrar quien manda, de verdad, en el poder judicial, lo que revela un ánimo ventajista, sin respeto alguno con el funcionamiento ordinario de las instituciones representativas. Un gesto casi desesperado ante una coyuntura difícil, que tiene explicación cuando se examina desde la perspectiva del cruce de dos lógicas.

Una es la lógica estratégica, que guía a largo plazo la intervención del Partido Popular en la vida pública, derivada de su asentada noción patrimonial del poder político, que le lleva a rechazar la alternancia en el gobierno y, en consecuencia, la representación democrática.

Según esta presunción, cualquier otro gobierno salido de las urnas es calificado, por principio, de ilegítimo, por lo cual debe ser depuesto de inmediato. Así, la labor principal del PP en la oposición es acabar con el “gobierno usurpador”, con el “gobierno intruso”, con una ofensiva que le impida llevar a cabo su programa y le obligue a adelantar las elecciones, incluso en una situación difícil para el país por una crisis económica, bélica o sanitaria.

La estrategia es simple: en España, nadie, que no sea el Partido Popular, puede gobernar, en particular si es un partido de izquierda, y cuando las urnas -la molesta democracia- no responden a esta expectativa, el gobierno alternativo, legal y legítimo, se topa con la deslealtad y la permanente obstrucción del partido de la derecha convertido en su enemigo.

Esta ha sido la estrategia de Aznar, Rajoy, Casado y ahora de Feijoo, de la que se deriva una peculiar noción del régimen democrático, cuya liturgia respeta (a medias, pues acude a las urnas financiado ilegalmente), con la condición de que la oposición no pueda gobernar por el bloqueo del poder judicial y por la pérdida de función del parlamento, inutilizado por la crispación y la bronca, con el secreto objetivo de pervertir su función y privar de prestigio el debate político, para llevar a la ciudadanía, con ayuda de la prensa afín, la idea de que la excitada polaridad se debe al (ilegítimo) intento de gobernar por quien ha ganado las elecciones y no a la contumaz obstrucción de quien las ha perdido. Tal situación sólo se puede corregir volviendo, cuanto antes, a un gobierno que represente de verdad a toda España, a todo el país, no a los parciales objetivos de la izquierda movida por intereses espurios. Es decir, volver a un gobierno del Partido Popular, el único que es legítimo, el único que sabe gobernar, porque carece de la ideología extrema de su antagonista y sólo piensa en el bien y en la unidad de la patria. 

7 enero, 2023, para FB y El obrero

¿Saber o creer?

 Respuesta al "posteo" de Luis Roca Jusmet 

"Los hombres fabricamos constantes ilusiones. Freud hablaba de la ilusión ñ los hombres de contar las cosas no tal como son, sino como quisieran que sean" dice Spinoza. Los hombres no tienen deseo de saber sino de creer, dice Castoriadis. Nos cuentan, nos contamos, contamos. "Que no nos cuenten más cuentos" decía el poeta León Felipe. Aquí se refería a lo que Marx llamó, en un lenguaje más técnico, ideología. La verdad no es ni un deseo de la mayoría de los humanos ni de los gobernantes. Cuando una ilusión, un engaño, un cuento se estructura en forma de discurso en un delirio. "Todos deliramos" decía Lacan. Es cierto. Todo creyente ( en una religión, en una ideología, en sí mismo, en un grupo) delira. La línea que separa a un humano normal (o neurótico) de un psicótico no es tan evidente como pensamos. La diferencia es hasta que punto la certeza en tu delirio es tan absoluta que te tiene atrapado por completo"

Respuesta: Querido "primo", hay días en que estás sublime. Menuda cuestión planteas.

Modestamente pienso en el papel -importante, creo- que juega la cantidad de sueños o ilusiones o la proporción de "delirio" en la vida de cada cual; en la tensión entre la realidad material que nos ata, nos obliga a vivir con ella, sobre ella o inmersos en ella, y el deseo de escapar de ella, mediante la imaginación, la ilusión, la ideología o la utopía, para poder soportarla o darle algún sentido. ¿Saber o creer? Pero, ¿Cuánto hay de creencia en lo que sabemos? ¿Y cuánta sabiduría puede haber en la creencia? Ni yo mismo lo sé respecto a mi; depende, a veces soy pragmático, otras descreído y con frecuencia un creyente, o peor aún, un crédulo, que busca un terreno firme sobre el que asentar su existencia material y sus ideas. 

viernes, 6 de enero de 2023

Entierro de Benedicto XVI

A propósito, ahí va un artículo publicado  hace años

El estratégico viaje de Benedicto

El tercer viaje de Benedicto XVI a España hay que situarlo en el contexto de la involución doctrinal de la Iglesia impulsada por los dos últimos papas, que tiene como objetivo estratégico restaurar lo sagrado como principio preeminente en la sociedad y, sobre todo, en el ámbito de la política. Es un proceso contrario a la evolución del mundo en los tres últimos siglos, contrario a lo que significó la Modernidad: la autonomía del sujeto, el ciudadano como soberano, la autoridad civil, la capacidad legislativa de los parlamentos, el gobierno no vinculado a la moral religiosa, los derechos civiles, el principio no confesional de lo público, el voto, la información y la libre opinión, la investigación científica, el derecho no canónico y la religión como un asunto de la conciencia personal, no como una cuestión de Estado, que chocan con la estructura, las relaciones internas y los órganos de decisión de la Iglesia, que son medievales.

En este intento de retornar a los tiempos de la contrarreforma católica surgida del Concilio de Trento, no sólo hay que ver el afán altruista de preocuparse por la salud del alma de los habitantes de este mundo, que se podría compartir, sino una ofensiva del cuerpo sacerdotal para restaurar un orden social que justifique su poder a la sombra del presunto poder de Dios. Pero el resultado de este proceso no depende sólo de los clérigos, sino, en especial, de la actividad de los seglares, de ahí vienen los esfuerzos de la Curia para convertirlos en militantes activos a favor de restaurar lo sagrado como principio rector de la sociedad y, con ello, recuperar el poder que antaño tuvo la clerecía.

El Sínodo de los Obispos (Roma, octubre, 2005) criticó la tibieza de los políticos católicos que en su actividad pública no dan testimonio de su fe.

Dios está proscrito de la vida pública (…) La tolerancia que admite a Dios como opinión privada, pero lo niega públicamente en la realidad del mundo y en nuestra vida, no es tolerancia sino hipocresía, afirmó el Papa en el discurso de apertura.

El presidente del Consejo Pontificio para la Familia, el cardenal colombiano López Trujillo, apostilló el razonamiento del Papa: No puede ser un problema privado aceptar leyes que ponen en peligro del futuro de la sociedad. El hombre no se puede separar de Dios, ni la política de la moral. Es contrario al derecho divino, al mandato de Dios, y una negación de la ley natural.

El norteamericano monseñor Levada, sucesor de Ratzinger en la Congregación para la Doctrina de la Fe, señaló la responsabilidad que contraen los católicos cuando eligen a sus representantes políticos: Es pecado votar a políticos que no combaten el aborto o ignoran doctrinas morales fundamentales.

En esta reafirmación doctrinal, la actitud de la Iglesia católica no es mística, sino épica. Los mensajes del Papa no apelan al recogimiento y a la meditación de los católicos, ni a renunciar a las pompas de este mundo, buscando, con la reflexión interior, la comunicación con Dios. Sus discursos no son llamadas a la introspección interna, a la perfección individual, a cultivar una fe íntima y ascética mediante la lucha interior, sino a lo contrario: apelan a la cruzada, a la apostólica reconquista. Son toques a rebato, llamadas al compromiso militante para salir del ámbito privado y ocupar el espacio público en gobiernos, centros económicos, parlamentos, instituciones, universidades, medios de información, asociaciones, colegios profesionales y también en la calle.

Los mensajes del Papa son instrucciones pastorales -órdenes- para que los creyentes ocupen lugares destacados en la sociedad y sobre todo en los centros de poder, con el fin de gobernar el mundo según el dogma católico. Por eso ha formado sus tropas de choque con gente que, por edad o convicción, no ha conocido o renunciado al ideal ilustrado del individuo autónomo, plasmado en el lema kantiano -Sapere aude!- de atreverse a saber, a entender por sí mismo, sin tutelas. Son personas obedientes a las que la Curia inculca una fe intransigente y con frecuencia fanática -Dios no se equivoca, afirma el Papa-, de ahí el apoyo del Vaticano a congregaciones nuevas, pero no más modernas, moralmente más dogmáticas y políticamente más conservadoras, como los Legionarios de Cristo, Comunión Neocatecumenal, los Focolares o Comunión y Liberación, además del Opus Dei (un pilar del pontificado de Juan Pablo II), que, ante la marcha de un mundo difícil de entender, creen que Sólo de Dios puede venir el cambio decisivo del mundo.

En manos de los laicos está el hacerles comprender que no debe ser así. 

Nueva tribuna, 20 agosto de 2011.

 

Montaigne. Retórica

 Las repúblicas que se mantuvieron en un estado regular y de sana política, como la cretense o la lacedemonia, dieron poca importancia a los oradores. Aristón, discretamente, definía la retórica como “el arte de embaucar y lisonjear”. Y los que niegan esto como definición general, lo confirman luego en todos sus preceptos (…) La retórica es un instrumento inventado para manejar y agitar una turba y una comunidad desordenadas, y sólo se emplea, como la medicina, en los Estados enfermos.

Montaigne: Ensayos (I), LI, “De la vanidad de las palabras”, Barcelona, Orbis, 1984, p. 248.   

Día de Reyes

 En esta fecha del año me siento triplemente monárquico, pues son tres las majestades que, en el breve y laborioso reinado de una noche, suscitan sueños en la gente pequeña y en la grande, que también sueña, y reparten regalos, pero, sobre todo, fantasía.

No puedo imaginar la jornada sin la llegada de tres misteriosos hombres sabios de Oriente, montados en dromedarios, seguidos por un cortejo de pajes y animales cargados de regalos, sobre un fondo de dunas y palmeras.

Respeto la tradición de otros lugares, que cuentan con otros donantes, como el leñador vasco, las brujas buenas como la Befana italiana, el Papá Noel francés, el gordito Santa Claus americano, el san Nicolás de los países nórdicos, pero no es lo mismo, los Reyes Magos son tres reyes de diferente raza, que proceden de un exótico reino, no sabemos si del mismo, pues cuesta imaginar tres reyes en el mismo país, a no ser que se alternen en el trono o que uno tenga contrato fijo y los otros dos sean eméritos, como ha habido un papa emérito o, incluso, tres papas pontificando simultáneamente, uno de ellos en España, con residencia en la costa levantina.

No, esta tradición no admite interpretaciones y reformas, es así; ya sé que procede de la ancestral hegemonía del oprobioso heteropatriarcado, pero no me puedo imaginar la cabalgata con tres reinas o tres empoderadas princesas, rompedoras o postmodernas, ni tampoco, con estricto tono laico y civil, con tres estirados presidentes de república o tres adustos y ateos comisarios políticos; no puede ser, definitivamente no encajan y no serán más verosímiles -si es que hace falta que lo sean- que estas mágicas majestades.

Así que tengan ustedes un buen día de Reyes, con sorpresas y regalos, espero que merecidos por buen comportamiento, y quienes no se han portado del todo bien, no diré que mal, sino medianamente mal, que reciban la ración de carbón correspondiente a su descuido, pero carbón negro, como el que antes se vendía en las carbonerías para encender cocinas, estufas y braseros; carbón de encina o antracita de Fabero.

¿Y quién será este Fabero, que produce un carbón tan duro y tan negro?  Me preguntaba yo, de pequeño, hasta que supe que no era una persona sino un pueblo de la provincia de León, con levantiscos mineros, que proveían de materia prima a sus majestades para sancionar el comportamiento anual de niñas respondonas y niños mal criados, que se resistían a hacer los deberes del colegio y a recoger los juguetes tras haber jugado con ellos.

Pobrecillos, no sabían que años después una generación de adultos dejaría las bicicletas y los patinetes de alquiler tirados de cualquier manera y en cualquier parte de la ciudad, por lo que merecen, no carbón, sino una multa bien gorda y bien negra, que no acaba de llegar porque el señor alcalde no hace los deberes, razón por la cual los Reyes Magos, en el mes de mayo, le deberían llenar, no el zapato o el calcetín, sino las urnas, de votos bien negros.   

6 de enero de 2023.   

jueves, 5 de enero de 2023

Montaigne. Vanidad y tontería

 No creo que haya en nosotros tanta desgracia como vanidad, ni tanta malicia como tontería. No estamos tan llenos de mal como de inanidad, ni somos tan miserables como viles.

Montaigne (1588): “L. De Demócrito y Heráclito”. Ensayos (I), Barcelona, Orbis, 1984, p. 247.

lunes, 2 de enero de 2023

A propósito de la muerte de Benedicto XVI

Que no vuelva

Las aventuradas opiniones del Papa Ratzinger sobre la situación de la religión católica en España dejan ver que su habilidad como mareador de dogmas es perfectamente compatible con un gran desconocimiento del país que visita y con una impropia falta de tacto con un Gobierno que, de manera obsequiosa, le ha recibido con honores (y gastos) de jefe de Estado. Lo cual permite advertir que las declaraciones basadas en la hipotética talla intelectual de Benedicto XVI coinciden con las apocalípticas e interesadas opiniones propaladas por el rústico cardenal Rouco Varela, que encabeza una Curia local añorante de los privilegios de la Iglesia durante la dictadura franquista.

Bastante lejos de un anticlericalismo agresivo similar al de los años treinta, que Joseph Ratzinger dice percibir en la España de hoy, la situación es justamente la contraria. No se priva a la Iglesia del negocio educativo, ni se incendian templos ni se persiguen curas, ni se expulsan órdenes religiosas; no se obliga a los católicos a divorciarse, a abortar o a contraer ningún tipo de matrimonio, ni se utiliza el credo religioso para discriminar laboral o políticamente ni para coartar la libertad de expresión, sino que nos topamos con una Iglesia que conserva privilegios inaceptables, generosamente subvencionada con dinero público, regida por una Curia intransigente y belicosa que se entromete en las labores del Congreso, desafía al Gobierno, deslegitima instituciones civiles, alienta el incumplimiento de las leyes, incentiva el conflicto social y no duda en sacar a sus seguidores a la calle, no a cumplir la liturgia o a rezar sino a atacar al Gobierno. Es una Iglesia que, sin el temor de verse juzgada en las urnas, ha adoptado un decidido papel político al colocarse al frente de las fuerzas sociales más retrogradas del país y arrastrar al partido de la derecha en su estrategia de enfrentarse al poder civil. Es la jerarquía católica la que aspira a conquistar y transformar el Estado civil en una teocracia más o menos declarada, y la que con un uso permanente de la propaganda alude a los años treinta para presentarse como víctima de una persecución no igualada en dos mil años, según la atrevida opinión del secretario de la Conferencia Episcopal. Por lo tanto, en la España de hoy, el laicismo es una actitud de defensa ante la ofensiva de una Iglesia, que, incapaz de asimilar los cambios habidos en la sociedad y de adaptar su abstrusa doctrina a las necesidades de los creyentes de hoy, ha decidido “iluminar” la vida de los católicos del siglo XXI con las oscuridades de una reafirmación dogmática propia del siglo XVI. Es una Iglesia que, obediente al mandato de Roma de renunciar a los avances del Concilio Vaticano II, vuelve los ojos a los tiempos del Concilio de Trento, en un país donde el proceso de modernización ha sido lento, tardío y con frecuencia interrumpido por retrocesos arcaizantes, a los cuales la Iglesia no ha sido ajena. El último de ellos fue la rebelión militar del 18 de julio de 1936, que dio lugar a una guerra civil, la tercera en menos de un siglo, en las cuales no faltó la instigación de la Iglesia, que guardó para la última el calificativo de cruzada. Luego, la jerarquía católica apoyó la cruenta posguerra y una larga dictadura que todavía sigue añorando, porque el general Franco llevó a cabo, manu militari (pero ¿cuándo le ha importado eso a la Curia?), el programa político de la Iglesia, que, en los años veinte y treinta, se extendió por Europa con ayuda de otros dictadores. 

En fechas posteriores hemos visto que la Iglesia ha seguido enfeudada con nuevas dictaduras, tan atroces como católicos eran sus dirigentes, y que sin embargo ha perseguido, con un rigor acentuado por el celo con que Ratzinger ha ejercido su labor de gran inquisidor, a los miembros de su grey -como los seguidores de la Teología de la Liberación- que tenían la osadía de enfrentarse a ellas y poner, naturalmente, en entredicho el lamentable papel que ejercían las jerarquías locales y las autoridades de la Curia romana que lo consentían.

Es más, el Papa, como jefe de gobierno, debería medir mejor sus opiniones, pues, el Vaticano, por la estructura autoritaria del poder, la opacidad de sus órganos de decisión, la ausencia de usos democráticos, la marginación de las mujeres y la exigencia a sus funcionarios de renunciar a su capacidad sexual de manera ordenada (aunque se tolera y protege que se haga de forma desordenada) es un estado que no cumple los requisitos que se exigen a otros  para formar parte de la comunidad de naciones respetables. Por lo anterior, no sólo ignora los derechos humanos, sino que los critica precisamente porque son humanos y, por tanto, inferiores a los mandatos divinos en los cuales dice inspirar sus normas de conducta.

Así que menos lecciones de historia y de moral, que nadie le ha pedido. Que se vaya Benedicto XVI o Benet Setze, el Papa inquisidor, y que no vuelva. Y a ver si el Gobierno de Zapatero aprende la lección de una vez y actúa en consecuencia.

Nueva Tribuna, 7 de noviembre, 2010