A
pesar de haber sido el partido más votado, con 4,055 millones de votos y 16
diputados, no había más que ver anoche las caras de Cospedal y de Cañete
anunciando los datos que les daban la victoria, para imaginar que en el Partido
Popular la procesión iba por dentro. Rajoy no salió a decir esta victoria es
mía, pues tuvo bastante con aparecer, anteayer en Lisboa, en el partido final
de la Champions, como buen lector del “Marca”. Tampoco salió a la palestra la
marisabidilla de la Vicepresidenta, pues no convenía asociar al Gobierno con la
imagen de un retroceso electoral importante, así que dejaron el lance a
Cospedal y a Cañete, que cumplieron como pudieron recitando la consabida jaculatoria
de que, a pesar de la herencia recibida, su política ha traído la recuperación
y eso ha merecido la confianza de quienes les han votado. Triste consuelo.
El
partido más votado ha perdido la tercera parte de sus escaños, 8, y 2,6
millones votos. Aún así, para el daño que ha hecho y el que le queda por hacer,
los 4.055.000 votos recibidos son muchos votos, porque exceden el número de
millonarios, empresarios, banqueros, altos cargos, clientes, amigos y parientes
agradecidos, presuntos, corruptos, mangantes y afanantes, que le han votado. Cuenta
con una bolsa fiel de voto muy ideológico, en parte popular y de la pequeña
burguesía del interior, de la España profunda y católica, poblada por gente de
orden, muy mayor y escasamente instruida y, por tanto, fácilmente manipulable
por párrocos y demagogos.
Junto con el PSOE, que es su
gran cómplice y adversario en el desgastado modelo canovista, suma el 49% de
los votos emitidos (atesoraban el 81%), pero el 26% obtenido, comparado con el
censo, que es de 36.546.000 electores, representa el 11%. En este momento el
Gobierno tiene el respaldo electoral explícito del 11% de los electores. Ni por
lo que ha hecho, ni por lo que dijo que iba a hacer y no hizo, este gobierno es
legítimo. Y ahí está la prueba contable.
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