Otro atentado de ETA ha producido un
muerto real y cuatro heridos reales, además del destrozo social y los
habituales daños materiales, también reales. Y señalarlo no es una afirmación
inútil, sino del todo necesaria para tratar de atisbar a dónde pueden conducir
los sueños, los malos sueños.
Decía Goya que el sueño de la razón
produce monstruos, pero el maestro aragonés se refería a su tierra y a su
tiempo, o en todo caso al terreno de las artes. En el País Vasco la cosa es distinta
-Euskadi is different-, porque son
los sueños de los monstruos los que provocan pesadillas a quienes no les dan la
razón.
Una razón que, desde luego, los
pistoleros no tienen. Tienen un sueño, viven por y para una ensoñación, que es
la de creer que están luchando en una guerra imaginaria para liberar de la
ocupación extranjera a un país imaginario, en nombre de un pueblo también
imaginario.
Demasiada imaginación aplicada a la
actividad política cuando ésta se apoya en el uso ilegítimo de las armas,
cargadas, en este caso, no por el diablo sino por la imaginación, que viene a
ser lo mismo, pues el resultado es infernal para una parte de los ciudadanos de
Euskadi.
Mozalbetes que apenas han llegado a la
edad adulta se sienten herederos del presunto mandato de un pueblo milenario
-10.000 años le atribuye Arzalluz, que debe pertenecer a una familia muy
antigua- para liberar un país, que como entidad política no ha existido hasta
el siglo XX. Sobre la base de una mentalidad mágica que permite creer en los
mitos, la escasa experiencia vital y una ignorancia supina de la historia, a
estos jóvenes se les calienta la cabeza con una mezcla de ideas de Arana y
Stalin y se les pone una pistola o una bomba en la mano para convertirlos en
heroicos gudaris, que creen que luchan contra la dictadura franquista desde las
laderas de Roncesvalles.
Lo malo es que todavía queda gente en
el País Vasco, afortunadamente cada día menos, que está de acuerdo con esta
pesadilla y con la manera de hacerla realidad. La solución del problema va,
pues, para largo, porque no se trata sólo de desactivar las armas, lo cual es
absolutamente necesario, sino de desactivar la imaginación.
Trasversales, 27 de enero de 2009
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