Good morning, Spain,
que es different.
En los años de la dictadura franquista, cuando los tranvías
circulaban por las ciudades, había un dicho popular que aludía a cuando iban llenos -“el tranvía va hasta
los topes”-, porque la gente se subía dónde podía, incluso en los topes, sin
respetar el cartel de “completo”. Ese dicho -"hasta los topes"-, apocopado en "a tope", ha quedado en nuestros días como expresión de exceso, de la máxima cabida, de llegar hasta el límite de lo posible.
La España
de los tranvías, pocos y viejos, era entonces un país menesteroso y carente, casi
tercermundista, gobernado con mano de hierro sin guante de terciopelo por los
papás y los abuelitos de estos cachorros neoliberales que ahora nos
(des)gobiernan, y que se permiten el lujo de impartir lecciones de una democracia y de
una honradez de las que carecen a la hora de administrar bienes, que son, en teoría, de todos.
En
estos años de desafuero y despilfarro de dinero público, muchas frases han ido
acompañando o disimulando el expolio del Estado, la opacidad o la burla de los
concursos públicos para adjudicar sustanciosos contratos convertidos en “contratos
confidenciales”, fragmentar presupuestos para adjudicar a dedo, trocear
aparentes dádivas al partido para “pitufear en Valencia, que no era para colorear de azul, sino para blanquear poco a poco dinero negro, o para encubrir el uso de tarjetas de crédito tan
negras como el alma de los gerifaltes de Bankia, dirigida por un amigo del
Liderísimo y por un ex vicepresidente del Gobierno. Al tengo “un juez amigo,
más que amigo”, o aquella frase agradeciendo regalos a un “amiguito del alma”, o
aquella otra “niego la veracidad de esos papeles" (¡que eran los de Bárcenas!) o el afamado "finiquito en diferido”, se une ahora el grito triunfante del expolio huertano
-"¡Murcia a tope!"-, con que se celebra la adjudicación a dedo de contratos con espadachines
a sueldo para blanquear las biografías de cargos políticos dedicados a la gestión
opaca; es decir, para simular una honradez que no tienen.
Conciencia
laxa, mirada torva y mano larga parecen rasgos adecuados para gobernar desde
las filas de una derecha que no ha respetado límite alguno en su largo y
desaforado mandato; ni límites políticos, pues sus cargos públicos gobiernan
sin rendir cuentas, ni respetar los límites constitucionales y ahí están la ley
mordaza y otras leyes, fuera de la ley según la Unión Europea, ni límites
económicos, con un desmedido gasto en eventos, edificios, monumentos y obras inútiles,
ni, desde luego, morales, en quienes alardean de “valores”, que deben ser valores
mobiliarios (la campanita de Bankia).
El grito
de guerra de esta derecha depredadora de bienes públicos es ¡a tope! Para llevar
las cosas hasta el límite; ir a tope en
todo lo que se les antoje, y se les antoja mucho, hasta que alguien les pare -ellos
son incapaces de hacerlo (Born to "trinking")-, porque la corrupción no es cosa
del pasado, sino del presente y mucho me temo que del futuro. Pues además de los casos de corrupción municipal que casi a diario salen a la luz, ahí
tenemos al presidente de Murcia, Pedro Antonio Sánchez, pendiendo del hilo de
una moción de censura por un caso de (presunta) corrupción, al Director General
de Tráfico disfrutando de una vivienda de la Guardia Civil sin pertenecer a
este cuerpo y a Rodolfo Antuña, gerente del hospital de la Princesa de Madrid -otro
cargo a dedo, sin que se conozcan sus méritos, aunque se sospechen- y antes del
Hospital del Tajo, que, junto con su mujer y su cuñado, es socio de una empresa
del ramo de salud, que tiene la sede social en su propio domicilio. Lo cual es incompatible con el empleo que ejerce.
Episodios
que se unen a la larga lista de cargos públicos implicados en casos de
corrupción (presuntos y probados) del Partido Popular, que, como un viejo
tranvía, va hasta los topes de tanto mangante.
Spain
es un país donde tanto disparate impune parece ficción. ¡A tope!