sábado, 31 de diciembre de 2016

Chung Times

Feliz año 2017
Se va 2016, un año malo para España; un año chungo; anómalo y frustrante, que amaneció prometedor y ha acabado traicionando las esperanzas y buenos augurios que permitió albergar; un año a la postre cansino, repetitivo, malo para mucha gente, en particular si pertenece a los grupos sociales política y económicamente más débiles. Y malo, claro está, en el mundo para los mismos estratos, especialmente si son mujeres, pero multiplicando las penurias y el número de afectados -las víctimas- por cien o por cien mil.
Un año en que han retrocedido los derechos civiles, las oportunidades de empleo y aún de vida, y ha aumentado de forma alarmante la desigualdad, concentrándose la riqueza en menos pero más poderosas manos. Un año en que el mundo ha sido un poco más inhumano, más canalla, donde parece que los buenos están condenados y que los malos salen ganando en todos los frentes y en todas las actividades que acometan por inicuas que sean.
Así, pues, quienes no compartimos ni el interés ni el gusto por ese inhumano desorden tenemos mucho trabajo por delante en 2017, para intentar, si no es posible torcer tan errático rumbo, al menos paliar sus peores efectos en nuestro radio de acción. Modesta tarea, pero las fuerzas disponibles no dan para más, y las recién llegadas no están bien dispuestas.
Llegarán otros tiempos y otras gentes que soñarán otras utopías y podrán plantearse empresas colectivas de mayor envergadura, mas, hoy por hoy, esto es lo que hay.
Pero mientras llega el nuevo año, disfruten lo que puedan de lo que queda de este.
Sean felices junto a los suyos.

viernes, 30 de diciembre de 2016

La tregua

Good morning, Spain, que es different

Como consecuencia del mensaje de Pablo Iglesias, desde hace un par de días reina la tregua en Podemos; han cesado los apoyos incondicionales a Iglesias y a Errejón y las descalificaciones en las mal llamadas redes sociales, en realidad  telerredes, instrumentos poco adecuados para facilitar el debate -con sólo 140 caracteres es difícil discutir de algo con un poco de rigor-, pero muy útiles para transmitir de inmediato el desahogo, el insulto y la opinión poco meditada.
La superficie de la polémica está en definir (y sobre todo en acordar) la forma que debe adoptar la asamblea del mes de febrero, Vista Alegre II, o como se llame finalmente el evento, pero el enconamiento despertado y la clara delimitación de dos grandes bandos casi empatados en apoyos revela que hay algo más, y no es otra cosa que la lenta digestión de los resultados electorales.
El año transcurrido desde las elecciones generales de diciembre de 2015, con el largo período en funciones del Gobierno de Rajoy, las expectativas suscitadas, los encuentros y sobre todo los desencuentros de la primavera pasada hasta llegar a las elecciones de junio, pero sobre todo, el resultado de estas, han supuesto una gran conmoción en los grandes partidos. Ni siquiera el ganador, el PP se ha librado de tensiones, y ahí está Margallo, que va por libre, o por bastante libre, y algunas rectificaciones, como en el caso de Cataluña, que llegan tarde, pero son rectificaciones, o la renuncia de Aznar, ante una victoria que le parece insuficiente y un presidente que le parece modesto e incapaz a asumir que la mejor manera de ser conservador es tener la audacia de un visionario como él.  
En el PSOE decidieron aliviar la pesadez de la digestión con la chapucera exoneración de Pedro Sánchez y la formación de una comisión gestora, que está adoptando decisiones que no son propias de un órgano provisional, pero ni aun así el Partido parece haber metabolizado los resultados electorales (malos, pero no ha sido superado y desplazado por Podemos) de un año anómalo. Mientras tanto, desde una posición vergonzante, ha vuelto a reeditar con el PP una versión más modesta del bipartidismo, dejando en segundo plano a aquellos -Podemos y Ciudadanos- que, no hace tanto tiempo, pretendían enviar a ambos a ese discreto lugar.  
Tampoco en Ciudadanos han digerido bien su cosecha de votos. Está planteada una redefinición del partido, pero, por ahora, la figura de Albert Rivera no está cuestionada.   
Donde la bronca es mayor es en Podemos, un partido surgido hace tres años con la pretensión de ganarse un puesto en la palestra política, superando a sus competidores en la izquierda -IU y PSOE- y colocándose en el gobierno del país o muy cerca de él para condicionar a quien gobernase. Aspiraba a ser una fuerza decisiva, determinante, para iniciar un cambio que debía terminar con el “régimen del 78” y abrir una etapa constituyente.
Lo conseguido hasta el momento en representación política, a escala local y autonómica y a escala nacional, no es poco para un partido con una existencia tan corta, pero está lejos de las expectativas suscitadas en sus militantes, en sus apoyos y en sus votantes. Por ello, está en cuestión, aunque no de forma expresa, la gestión no sólo del cuadro directivo sino de su principal dirigente, en una formación que se aleja del modelo clásico de los partidos pero que está excesivamente marcada por la personalidad del Secretario General.
Recordemos que “Podemos” se presentó públicamente con la efigie de Iglesias, que el lanzamiento fue calificado de “operación Coleta”, que Iglesias ha actuado en el Partido como una instancia inapelable, haciendo uso de un poder excepcional, que ha sido no sólo el principal portavoz sino quien directamente ha llevado las gestiones de lo hecho y lo no hecho con el PSOE, con Ciudadanos y con IU, y quien ha conducido al partido a la situación en que ahora se halla, aunque se haya desentendido de la pérdida de un millón de votos en las elecciones de junio.
De momento, parece que sólo hay un Podemos superficialmente escindido por asuntos de procedimiento, pero es posible que en la próxima asamblea afloren tensiones soterradas, que hoy están enmascaradas por apelaciones a la unidad y por zalameras demostraciones de amistad o de cariño.   
       

    

miércoles, 28 de diciembre de 2016

Pablo, Íñigo

¡Pablo!, ¡Íñigo! "no se puede fortalecer a uno sin debilitar al otro", protesta Rita Maestre, en un partido, o mejor, precaria confederación de grupos, pasionalmente escindida en torno a dos nombres: ¡Pablo!, ¡Íñigo! 
Parece que hablen de Lenin y Trotski, de Mao Tse Tung y Deng Xiao Ping; o de Jefferson y Adams; o de Carrillo y Claudín. 
Aparte de la postura tibia defendiendo el equilibrio perfecto, Pablo, Íñigo, tanto monta, monta tanto, eso que no admite el poder, porque esto es una lucha por el poder de un partido, la alusión a dos personas, que serán muy valiosas para las gentes de Podemos, pero para el resto de los mortales, incluyendo a sus votantes, a) son desconocidas sus aportaciones teóricas y políticas, que los hagan dignos de tal veneración, b) en caso de que existan, se distingue poco lo que dice uno y lo que dice otro respecto a los problemas de este país. Sus diferencias están en la estructura o ausencia de ella en el Partido y a cómo organizar las cosas de cara a su próximo congreso. 
Por cierto, ¿el programa Ikea, sigue vigente? ¿Han reducido la oferta? ¿Han señalado cinco o seis orientaciones estratégicas? ¿Han decidido, por fin, cual es su perfil ideológico?

domingo, 25 de diciembre de 2016

El "encaje" catalán

Desde mi modesta opinión, el quid de la cuestión no está en conseguir, por la vía que sea (mejor dialogada), el "encaje" de Cataluña en España, para que los catalanes se sientan "cómodos", al menos tan "cómodos" como los vascos, sino en conseguir que los nacionalistas de cuño étnico-lingüístico se puedan "encajar" en un proyecto no de naciones federadas, y mucho menos confederadas, sino de ciudadanos iguales en derechos y oportunidades, que es el ideal (aún bastante lejano) al que debemos aspirar.
La solución no es unir mediante un pacto -federal o confederal, múltiple, único o bilateral- naciones culturalmente homogéneas para conservar su pretendida identidad, sino admitir que, al menos en occidente, no existen tales naciones al margen de la diversidad social impuesta, por un lado, por la globalización, y por otro lado por las tendencias igualitarias impuestas por el desarrollo capitalista y el mercado único, y por la semejanza de los Estados. Hay que admitir que las tendencias son entrópicas y frente a eso sirve de poco negarlas y tratar de formar sociedades basadas en representaciones ideales del pasado.
La asignatura pendiente de España como conjunto es conseguir que algunas regiones den el paso para aceptar los retos de la Modernidad renunciando a las presuntas ventajas proporcionadas por un arcaísmo tildado, abusivamente, de democrático, y lograr ser contemporáneos de este tiempo, asumiendo las dificultades que eso entraña. El reto está en hacer que la Cataluña interior se parezca a Barcelona, y no al revés. Y que el Goyerri se parezca a Bilbao.

sábado, 24 de diciembre de 2016

Tácticas de los "indepes"

Sobre el seminario del CLAC

Estoy siguiendo (desde “España”) el seminario sobre “Populismo vs Ciudadanía”, que es muy interesante. Y al hilo del mismo, ahí van unos apuntes, que coinciden en parte con algunas de las ideas del seminario.
Parto de una posición de principio: Cataluña no es una nación (ni étnica, ni cívica, ni cultural), pero puede llegar a ser una nación política. Es una nación en proceso de formación. Los nacionalistas están construyendo la nación catalana, una nación a su imagen y semejanza (romántica). De momento, la nación es un bando, un bando político, los agrupados en torno a un programa, que tiene la misma importancia que cualquier otro y los mismos derechos sobre Cataluña que cualquier otro, pero los nacionalistas se han arrogado una legitimidad especial al afirmar que ellos representan en exclusiva a Cataluña. Lo cual está lejos de la realidad; no se puede representar a Cataluña, teniendo el 48% de los votos de unas elecciones que consideraron plebiscitarias, y con el 35% del censo.  
De ahí vienen los esfuerzos para formar la nación, y a la vez para mostrar a los propios y a los adversarios  (a España, a Madrid, al Gobierno), que la nación ya existe y está viva.
Lo primero es conquistar el lenguaje. Dice Faye (“Los lenguajes totalitarios”), que lo primero es el relato. Y aquí hay un relato romántico sobre la Cataluña ancestral (la Arcadia perdida). El lenguaje adecuado al fin perseguido hay que acuñarlo imprimiendo un determinado sentido a las palabras. Hacer que el lenguaje nacionalista señale los límites del mundo perceptible, del único mundo posible (Wittgenstein). Hacer creer a los partidarios y sobre todo a los adversarios, que lo imaginario es lo real. Los nacionalistas viven en otro país, en un país imaginario, que sufre una agresión imaginaria, y la Generalitat se comporta como un imaginario gobierno soberano. De ahí la importancia de la propaganda; de la senso-propaganda (Tchakotin), de la propaganda dirigida a los sentimientos y a las emociones, más que a la razón (ratio-propaganda). Para ser eficaz, el mensaje de debe ser: sencillo, simple, asertivo, recogido en un formulario reiterativo y tautológico. “Exaltación, repetición, exageración”, dice Winckler, en “La función social del lenguaje fascista”. El lenguaje es directamente instrumental para conseguir creencia y obediencia, que son lo contrario de la duda, la reflexión y la crítica. No importa que el mensaje nacionalista no coincida con la realidad, que no aporte pruebas, ni cifras ni datos fiables (ahí está el libro de Borrell desmontando tópicos sobre las cuentas y los cuentos,) o que se manejen de forma falsaria y abusiva. Lo importante no es lo real, lo importante es la persistencia del discurso, tan ampuloso y exagerado como el objetivo que pretende, sobre lo imaginario, para sostener la fe de los seguidores y hacer desistir a los adversarios.   
Lo segundo es la reclamación contenciosa (Tarrow). La persistencia en aludir a un conflicto enquistado, a unas reclamaciones nunca atendidas, a unas viejas cuentas pendientes. España debe saldar de una vez con Cataluña, las cuentas acumuladas de viejas facturas (desde 2014, desde 2010, desde 2006, desde 1939, desde 1714 o desde 1469), naturalmente a favor de Cataluña y en las condiciones que los nacionalistas prescriben.
El tercer paso es la ofensiva incesante, de cualquier modo, pero siempre avanzando, mediante nuevas peticiones imposibles de satisfacer, suscitando nuevos choques, provocando para sentirse agredidos; con amagos, con trucos o con trampas, cambiando de planes, de fechas, aplazando o modificando decisiones pero dando la impresión de que se tiene la iniciativa y de que España (Madrid, el Gobierno) se opone a todo.
El cuarto paso es mantener enardecidos a los seguidores. Gran parte de las decisiones adoptadas no pretenden ser atendidas por el Gobierno, sino rechazadas para alimentar el victimismo y la frustración de los seguidores. La agitación deber ser continua y en esta función tiene gran importancia el trabajo diario del aparato de “comunicación” de la Generalitat y de las organizaciones adyacentes.
El quinto paso es la movilización. La ocupación de los espacios públicos, tanto de calles y plazas, como manifestaciones “oceánicas”, como las banderas en los balcones o en las fiestas, todo debe estar teñido de nacionalismo. Igual las audiencias de radio, prensa y tv, que reciben el mensaje único, sempiterno. Hay que unir a los partidarios como una piña y obligar a mostrar el compromiso con la causa, y obligar a los adversarios a esconder sus opiniones (espiral de silencio, Noelle Neumann).
Se trata de mostrar la omnipotente voluntad del pueblo catalán, arrolladora, total; nada debe quedar al margen en su intención uniformizante. En Madrid deben darse cuenta de que existe un poder alternativo en movimiento; una nación catalana en marcha.

Felices Fiestas

Good morning, Spain, que es different

Que todos los hombres son por naturaleza igualmente libres e independientes, y tienen ciertos derechos inherentes, de los cuales, cuando entran en un estado de sociedad, no pueden ser privados o postergados; en esencia, el gozo de la vida y la libertad, junto a los medios de adquirir y poseer propiedades, y la búsqueda y obtención de la felicidad y la seguridad.
Declaración de Derechos del Buen Pueblo de Virginia (12 junio de 1776).

Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creado iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables, que entre estos están la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad.
Declaración de Independencia de Estados Unidos (4 de julio de 1776).

Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales sólo pueden fundarse en la utilidad común.
La meta de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre. Estos derechos son: la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión.
Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano (26 de agosto de 1789).

La mujer nace libre y permanece igual al hombre en derechos. Las distinciones sociales sólo pueden estar fundadas en la utilidad común.
El objetivo de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles de la Mujer y del Hombre; estos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y, sobre todo, la resistencia a la opresión.
Declaración de Derechos de la Mujer y de la Ciudadana (1791).

Decidimos que todas aquellas leyes que sean conflictivas de alguna manera con la verdadera y sustancial felicidad de la mujer, son contrarias al gran precepto de la naturaleza y no tienen validez, pues este precepto tiene primacía sobre cualquier otro.
Declaración de sentimientos” o Declaración de Séneca Falls  (1848).

Damas y caballeros:
En nombre de los derechos que les corresponden y de la dicha que ustedes merecen, desde este rincón del ciberespacio les deseo que, en estas próximas fechas, sean moderadamente felices.

(No se admiten propinas ni aguinaldos).

miércoles, 21 de diciembre de 2016

Anales de Cataluña

Mi hermano Fausto me ha enviado la fotografía de la portada de un librote aparecido en la biblioteca de mi difunto padre. Se trata, nada menos, que el tomo II de los Anales de Cataluña, editado en castellano, en Barcelona en 1709. Es un dato curioso que los Anales de Cataluña se editen en una lengua que hoy muchos catalanes ignorantes motejan de "extranjera y opresora". La fecha de edición indica que antes de 1714 y, por supuesto, antes de que naciera Francisco Franco, en Cataluña se usaba el castellano, pues nadie imprime un libro para el que no hay lectores.

martes, 20 de diciembre de 2016

¿Un hara kiri?

 Las Cortes franquistas no se hicieron el hara kiri, ese es uno de los tópicos felices de la inmaculada Transición, sino que se cambiaron de chaqueta para aparecer como demócratas de toda la vida. 
Las Cortes aprobaron la Ley de Reforma Política y su ratificación en un referéndum, el 15-12-1976 ("Habla, pueblo, habla"). La campaña se hizo sin oposición, con los disidentes perseguidos, la policía disolviendo manifestaciones (creo recordar que hubo algún muerto) y utilizando, además de la prensa y la radio privadas, los medios de propaganda del Régimen: RNE, TVE, cadena de prensa del Movimiento (45 diarios provinciales y 90 revistas), el diario de los sindicatos Pueblo, las agencias EFE y Pyresa, la Cadena Azul de Radiodifusión, la Cadena de Emisoras Sindicales, la Red de Emisoras del Movimiento, que disponían de más de 100 emisoras que cubrían todo el territorio nacional. El Gobierno utilizó el Estado sin recato para ganar el refrendo, y lo ganó. 
La siguiente jugada fu preparar una ley electoral (aún vigente) que les permitiera ganar las elecciones convocadas para el 15 de junio de 1977 (con todos los partidos a la izquierda del PCE sin legalizar). Montaron un chiringuito, que era UCD y ganaron las elecciones, y en las nuevas Cortes democráticas se sentaron 77 miembros de las Cortes que habían respaldado el delirio de los últimos años del franquismo, y como ya eran demócratas y las elecciones resultaron constituyentes de rebote, participaron en la elaboración de la Constitución.

lunes, 19 de diciembre de 2016

Bilbao, lejos del caserío


En Patriotismo constitucional

“Si tienen la suerte de pasear por Bilbao disfrutarán de edificaciones maravillosas, muchas tienen más de cien años, pero, al mismo tiempo no dejen de disfrutar de la modernidad de las construcciones del tudelano Rafael Moneo como la Biblioteca de la Universidad de Deusto, o del japonés Arata Isozaki, complejo de edificios Isozaki Atea; verán el puente del valenciano Santiago Calatrava; o los gusanos del británico Norman Foster en el metro; o el edificio Meliá del mexicano Ricardo Legorreta.  Juan Coll Barreu y Daniel Gutierrez diseñaron la espectacular sede de la Sanidad Vasca, Osakidetza. También verán la nueva catedral, el Palacio Euskalduna realizado por un madrileño y una bilbaína, Federico Soriano y Dolores Palacios; aparece visible desde todas partes, La Torre Iberdrola, obra de Cesar Pelli, argentino norteamericano; Philip Stark diseña la Alhondiga, Alvaro Siza la UPV, Krier y Breitman el precioso edificio Artklas, etc. etc.
El Guggenheim ha sido la llave utilizada por las instituciones para modernizar Vizcaya. Y no duden que influirá en sus gentes como toda gran catedral hizo siempre, el proyecto no trata solamente de un componente arquitectónico, todo él contiene fundamentalmente una filosofía que influirá en el entorno social, en el cual ya se nota su iteración. Podemos interpretar que su realización fue posible porque las formas utilizadas, los sistemas, las pretensiones, quedaron totalmente alejados de las ideas nacionalistas.
Desde entonces Bilbao despegó con nuevas construcciones y proyectos situándose en otro nivel. El éxito ha sido innegable, llevó a Bilbao, Vizcaya y País Vasco al escaparate del mundo moderno y ello fue posible al romper el anclaje con ideas que privilegian el localismo nacionalista, buscando fuera de sus fronteras otras realidades, otra calidad que no se encontraba en el País Vasco, Basque Country, así se definen ellos en su publicidad internacional-. 
El proyecto no buscó en el territorio de la tribu las ideas o los materiales que utilizarán en la construcción, encontraron en el mundo lo que consideraban necesario para avanzar mirando más allá del terruño, anclaje de los ideales nacionalistas. Así la piedra caliza de los revestimientos de suelos y fachadas proceden de Huescar, Granada; el famoso recubrimiento exterior que le otorga personalidad mundial muestra el proceso de globalización, realizado tras la protección de aislantes antihumedad y térmicos, el recubrimiento con miles de placas de titanio laminadas, utiliza el Rutilio, un mineral procedente de Australia , se funde en Francia antes de su laminación en Pittsburgh, y recibe un tratamiento especial en el Reino Unido antes de su colocación”.

Aún hay más; pasen y lean en http://arian-seis.blogspot.com.es/

domingo, 18 de diciembre de 2016

Odio y victimismo

En el foro de Patriotismo Constitucional

El nacionalismo sólo puede crecer teniendo un adversario. Y si no lo tiene, lo crea, y lo hace fomentando simultáneamente el victimismo entre los propios y el odio hacia los ajenos. Y provoca para sentirse provocado con la respuesta recibida y agrede para sentirse agredido. El proceso de separar lo que está junto es muy complejo y requiere una labor persistente, cada vez más audaz y violenta. Es una espiral. Lo decía un mando militar de los serbios, que habían sido necesarios mucho odio y mucha violencia para separar en grupos étnicos a los ciudadanos de Yugoslavia.

Partidos irreformables

Respuesta a Luis Roca Jusmet.

No tengo tan claros los efectos del optimismo de la voluntad. Que no debe faltar, claro está, pero me parece que es tarea casi imposible reformar partidos ya consolidados desde dentro. Y Podemos, aun nuevo, ya es un proyecto oportunista y burocrático. No hablo ya del PSOE y del PSC. 
Los intentos reformadores (regeneradores), si aspiran a ejercerse desde la cúspide del partido, suelen ser neutralizados por la burocracia o, si lo son desde la base, metabolizados por la inercia, la rutina y otros hábitos de la vida partidaria. Sólo cuando coinciden desastres electorales, que generan gran conmoción interna (con la consiguiente remoción de la élite o de una parte de ella), y una masa crítica que reflexiona, es posible la regeneración.

martes, 13 de diciembre de 2016

Peajes

Good morning, Spain, que es different
No es casualidad, es causalidad: en 1996, con la llegada del PP al Gobierno y con el PSOE hundido por los escándalos de la etapa “felipista”, en crisis y despistado (otra vez), la derecha política y económica puso en marcha una poderosa maquinaria para saquear el país de forma legal, alegal e ilegal. Nacía el patriótico capitalismo de amigotes y la democracia de parientes y clientes, tan parecida al franquismo que la derecha añoraba.
La España aznariana, que iba bien, era la España de las inmobiliarias, de los créditos, de la especulación del suelo y de la bolsa; la España de las grandes obras adjudicadas con contratos confidenciales; la España de las privatizaciones, la España de los edificios emblemáticos, de las obras faraónicas, de los grandes puertos (La Coruña, Laredo), de los aeropuertos (tenemos más de 50) con y sin aviones, de las autopistas de peaje sin coches, de los resorts y campos de golf, de las urbanizaciones en la costa y de los disparates como Marina D’Or, Polaris World o el Algarrobico; de las universidades (79 públicas y privadas), de los edificios emblemáticos de arquitectos famosos (y onerosos), de los parques temáticos y tecnológicos (algunos también rescatados), de los pabellones deportivos (Palma Arena, Caja Mágica), de la construcción de hospitales (primero vacíos, luego lleno de enfermos cautivos por la privatización), de las ciudades del arte (Valencia) y de la cultura (Santiago); de las bibliotecas sin libros y de los centros culturales vacíos.
España era el país con más kms de AVE de Europa (el segundo del mundo, después de China) pero con menos viajeros; el país del despilfarro, de los beneficios astronómicos y de los sueldos fabulosos de los directivos, de los políticos con dos o tres sueldos públicos; la España de los miles de asesores políticos contratados a dedo, de los tesoreros y los recaudadores (en blanco y en negro, no hay que hacer ascos). Entonces, el país se corrompió, ese era el efecto buscado por los corruptores, todos iguales en delincuencia, y se infló la burbuja inmobiliaria y financiera que Zapatero no quiso pinchar y que le estalló en la cara.
Hemos saneado los bancos y cajas de ahorros que participaron en aquella orgía, con más de 66.000 millones de euros de dinero público, quitado a la sanidad, a la educación, a investigación, a la dependencia, a la infancia. Y ahora, los mismos que promovieron la construcción de unas autopistas de peaje, que desde el principio ya se veía que eran un desastre económico, las quieren nacionalizar por un importe que supondrá un gasto para el Estado de 5.000 millones de euros, aunque pueden ser más.
No importaba que el cálculo del tráfico que iban a soportar pecara de optimista, o si iban a circular muchos o pocos coches, porque eso era secundario, lo decisivo era que circulara el dinero, el blanco, el negro y el gris; eran unas autopistas por las que circulaban a gran velocidad los sobornos, las dádivas, los regalos y las mamandurrias.   
Ahora nos toca pagar nuevos dispendios de un gobierno opaco y manirroto. Pero no nos confundamos, no vamos a pagar el rescate de unas autopistas en quiebra, sino que vamos a seguir pagando, y quien sabe durante cuánto tiempo más, el peaje por haber dejado gobernar al Partido Popular. 

lunes, 12 de diciembre de 2016

Baudrillard y el Estado


Amador Fernández Savater escribió: "La tarea fundamental del Estado actualmente es justificar su propia existencia. Para ello debe aniquilar la capacidad de la sociedad de sobrevivir por sí misma. Minar suavemente todas las regulaciones espontáneas, desregulando, desocializando, rompiendo los mecanismos tradicionales de cuerpos y anticuerpos, para sustituirlos por mecanismos artificiales: tal es la estrategia del Estado en su lucha sutil con la sociedad; exactamente como la medicina, que vive de las destrucción de las defensas naturales en favor de su sustitución artificial" (Baudrillard, *Cool memories*)

Respuesta: No lo tengo claro. En la medida en que el Estado renuncia a competencias y las transfiere (a instituciones provinciales y locales públicas o privadas -empresas, ongs-) o se desembaraza de la carga molesta de la protección social (vía recortes, entre otras), para llegar al Estado Mínimo, que defienden los neoliberales, el Estado se reduce, se aniquila, mientras traslada parte del poder coercitivo a empresas y particulares (Mercado Máximo). O tales funciones las ejercen las mafias, narcos, paramilitares, camorras, maras, sicarios, etc, cuando el Estado es muy débil o muy corrupto.

domingo, 11 de diciembre de 2016

Entre el silencio y el ruido

A propósito del "cierre" de Página Abierta, acompaño un artículo que escribí para un suplemento que la revista dedicó a la Transición (P. A. nº 57, enero 1996, pp. 18-21).

El aluvión informativo -verdadero ruido[1] para el que deseaba escuchar otra cosa- que ha rodeado el vigésimo aniversario de la muerte de Franco, y por ende, del inicio de la transición política, ha vuelto a mostrar, una vez más, que el uso social del tiempo y lo que debe ser recordado lo marca la clase o fracción dominante. Artículos en diarios y revistas, fascículos coleccionables, entrevistas, programas de radio y televisión, series, tertulias, una auténtica explosión editorial[2] y dos congresos sobre el tema -uno en Madrid y otro en Roma- han indicado a quien se haya acercado a un medio de comunicación o al escaparate de una librería que ha llegado, de nuevo, la hora de recordar lo que no debe olvidarse.
La ocasión, con el Gobierno del PSOE acosado por la crisis y los casos de corrupción y unas elecciones anticipadas a tres meses vista, ha sido verdaderamente propicia para rememorar el proceso fundacional de este régimen, añorar la perdida inocencia de la etapa infantil del Estado de derecho y oponer el acuerdo en favor de los objetivos generales del Estado -aquel mitificado consenso- al cinismo del actual Gobierno, encastillado en la defensa a ultranza de unos intereses que no son los de la ciudadanía.
Sin embargo, esta fiebre retrospectiva ha servido también para revisar el discurso vigente sobre la transición y tratar de hacer virar un poco más hacia estribor el rumbo de nuestra historia reciente.

1. A la derecha, el ruido
La falta de presión -social e intelectual- desde la izquierda, la actitud desfalleciente del PSOE y el envalentonamiento de la derecha política han permitido que desde diversos puntos haya aparecido un discurso que corrige la versión socialdemócrata de la transición con la que el PSOE -el gran ausente de la lucha antifranquista- legitimó su llegada al poder. Este discurso, satirizado por algunos autores como "la pizarra de Suresnes", vinculaba la victoria electoral de 1982 a la corrección de un análisis político que había previsto, mejor que nadie, el desenlace que habría de tener el régimen franquista poco tiempo después. El propio Alfonso Guerra[3] lo expresaba así: En los primeros años 70, la dirección del PSOE diseñó una estrategia de <salida del franquismo>, en la que se preveían las líneas generales del proceso que habría de desembocar en la instauración de la democracia. Aunque tal vez parezca pretencioso, lo cierto es que los sucesivos escenarios previstos en aquella estrategia se ajustaron con bastante exactitud al desarrollo real de la transición.
Según este discurso, hilvanado al rescoldo de la transición, de la cual se consideraba su último y lógico capítulo, la victoria electoral socialista de 1982 fue consecuencia de dos factores. Por un lado, del papel desempeñado por el PSOE en la lucha contra la dictadura y, por otro, de la latente oposición social al régimen de Franco. Una vez muerto éste, cuando las circunstancias lo hicieron posible, el pueblo recuperó su memoria histórica y entregó mayoritariamente su voto a quien mejor la representaba.
Pero hoy, pasada la euforia del "cambio", desvelada la verdadera dimensión de una reforma que iba a dejar a España "que no la reconocería ni la madre que la parió" y visto a dónde llevaba la "pasada por la izquierda", el discurso socialista sobre la transición ha perdido gas. Con el Gobierno contra las cuerdas y algunos de sus principales ideólogos tocados por la sombra de la corrupción o del terrorismo de Estado, el discurso sobre la transición ha cambiado. El programa de Victoria Prego emitido por la 2ª cadena de RTVE ha dejado en posición poco airosa al PSOE y a Felipe González, en tanto que ha concedido especial relieve -además de al Rey, el gran protagonista de la serie- a personas como Martín Villa, Alfonso Osorio, Utrera Molina o Colón de Carvajal. Adolfo Suárez es otro personaje de la transición hoy rehabilitado y sacado oportunamente a la luz por los medios de comunicación como un gran hombre de Estado, frente a un Felipe González errático y terco.
Mientras tanto, la figura de Franco se ha ido ablandando, los tintes más sombríos de su largo reinado se pierden, el contenido de clase de su política está olvidado, los dramas humanos sobre los que levantó y mantuvo su régimen hasta el final se perdonan y su figura se humaniza (produce estupor e irritación comprobar el escaso conocimiento que los jóvenes tienen del dictador), en tanto que, de su amplia base social, de la extensa red de apoyos y colaboradores, estas visiones retrospectivas conservan lo más caricaturesco -el búnker-, pero ¿y los otros, las fracciones, las clases sociales cuyos intereses representó? Queda la idea de que Franco estaba solo -él, su familia y la camarilla de El Pardo (la vieja tesis de Santiago Carrillo)-; de que su poder no precisaba del soporte de una clase; de que su régimen no representaba intereses y aspiraciones socialmente más amplios. Y, por otro lado, sus indecisiones y su estrechez de miras se presentan como aciertos de un gran estadista -su figura se agiganta con la historia, dijo en su día Cambio 16- y parece como si todo lo que ha venido después de su muerte estuviera ya contenido en su obra, como si lo que hubiera dejado "atado y bien atado" fuera un sistema democrático (que aborrecía y contra el que se levantó en armas) limitado e imperfecto y no la prolongación de su régimen.
Así, este discurso no contempla el franquismo como un régimen totalitario, propio de la brutal reacción de las viejas clases dominantes ante las incipientes reformas de la II República y las apremiantes demandas de las clases trabajadoras, sino como un régimen predemocrático, que, pese a todo, contenía en sí mismo el germen de la modernización política, puesto que ya había abordado la modernización económica y social, cuya mejor expresión era la aparición de una clase media, que nos asemejaba a los países neocapitalistas del entorno europeo. Con ello, este discurso busca la continuidad con el pasado, y la pequeña fisura que fue la Transición, en lo que tuvo de limitada movilización social, de efímero y localizado protagonismo de las gentes subalternas, tiende a rellenarse con el hilo de la continuidad legal, del acuerdo entre la vieja élite autoritaria y la nueva élite democrática, de la pactada sustitución de legitimidades y con el funcionamiento ordinario de las instituciones del Estado, con el que no hubo ruptura. Es más, destaca el papel prodemocrático que se asigna a las Cortes de la última legislatura franquista, la serenidad del ejército ante la reforma mientras era atacado por el terrorismo de ETA, la colaboración de la Iglesia en la reconciliación y la función oscura pero decisiva de algunos grandes hombres del franquismo laborando en la sombra a favor del cambio democrático.
En este precocinado discurso cuesta reconocer lo que fueron los últimos años de la dictadura, pues parece como si la muerte de Franco hubiera dejado, por fin, el paso libre a unas fuerzas democráticas contenidas a duras penas en los aparatos de su propio régimen.

2. A la izquierda, el silencio
Frente a la frondosidad informativa generada por el discurso conservador (del orden entonces instaurado) sobre la Transición, destaca el silencio desde la izquierda. Ni siquiera en estas fechas el PCE ha dicho algo distinto sobre aquella interesada colaboración en la que puso tanto y de la que recibió tan poco, aunque se perciben voces interiores que pueden ir en tal sentido. Si bien es cierto que los medios de comunicación de masas han servido de vehículo a la interpretación dominante y, en general y salvo pequeñas parcelas, han rechazado otros discursos -además de soporte, los media son elaboradores del discurso dominante; intelectuales casi orgánicos-, también lo es que, salvo honrosas excepciones (algunas publicaciones de escasa circulación y en fugaces apariciones en los grandes medios -columnas de opinión- y alguna obra sobre el tema), en lo tocante a un discurso medianamente crítico con la Transición el panorama es más bien desolador. Pero esta carencia viene de lejos, porque, en líneas generales, los grupos políticos que en su día formaron el ala izquierda del comunismo y adoptaron las posiciones críticas más acerbas con el rumbo del posfranquismo no dejaron otros análisis sobre la Transición que aquellos que fueron haciendo al hilo de unos acontecimientos sobre los que pretendían influir, pero, al margen de estos dictámenes políticos hechos sobre la marcha, faltó, en la mayoría de los casos, una reflexión posterior, en buena parte porque muchas de las organizaciones se disolvieron sin volver a recapacitar sobre ese tema y en otros casos porque retomar un pasado cuyos hechos habían supuesto el fracaso de la mayoría de las expectativas era demasiado doloroso. Y así, entre la aflicción del inmediato pasado, la confusión sobre el orden presente y el desconcierto[4] ante el futuro, se extendió entre la izquierda que sobrevivió al naufragio un silencio balsámico que dura hasta hoy, pues sin negar que existen reflexiones parciales, se echa en falta, sobre todo, una reconsideración global sobre lo que representó la transición para aquellas organizaciones que formaron una extrema izquierda sociológica, puesto que, por encima de las diferencias que acremente se exhibían en la mal avenida familia radical, se compartían muchos presupuestos teóricos y políticos[5].
Es curioso que después de muerto Franco y según se extendía el ejercicio de derechos fundamentales como la libertad de expresión, la izquierda radical fuera callando. Perdió progresivamente la voz; parecía que todo lo hubiera dicho gritando en las manifestaciones contra el régimen franquista o lo hubiera escrito ya en millares de panfletos o en la prensa clandestina. Llegado el momento de pensar en voz alta, de analizar libremente, de recapitular en conjunto venciendo el viejo sectarismo, calló. Cada una de las organizaciones del extenso universo de la izquierda radical había nacido para ganar, para transformar el mundo revolucionariamente en su particular guerra de clases, parecía incapaz de asimilar la primera derrota que fue la transición.
En líneas generales, la izquierda radical había previsto un corte abrupto con el régimen anterior y no fue así. Y en este país de extremos -somos o don Quijote o Sancho, pero no una mezcla de ambos- pasó del sarampión político al desencanto y de un discurso que pretendía tener el secreto de la evolución de las sociedades y la capacidad para arbitrar todo tipo de soluciones pasó en muy poco tiempo al más absoluto desconcierto y al mutismo público, cuando no al más oportuno pragmatismo.
Publicaciones no de partidos, aunque partidarias, como Triunfo, La calle, Cuadernos para el diálogo, Transición, El viejo topo, El cárabo o el diario Liberación, entre otras muchas, que podían haber ejercido de tribuna compartida, desaparecieron cuando más prometedor parecía el momento y eran más necesarias tribunas que facilitaran la reflexión conjunta. Se produjeron así, en el pequeño cosmos de la extrema izquierda, diversas reacciones: desde la negación de la propia derrota, la afirmación de la validez de los instrumentos de análisis y la espera de la pronta recuperación del movimiento obrero, hasta la búsqueda del impulso en nuevos agentes sociales o el retroceso hacia la subjetividad, el lirismo, la resistencia personal, el mutismo, la autoflagelación, la amnesia reconfortante, las fugas en diversas direcciones o intentos de retorno al fundamentalismo, pero nada que permitiera una reflexión en conjunto sobre la derrota común. Así, pues, mientras la crítica al régimen posfranquista desde una posición radical de izquierda languidecía, Franco, como un personaje cada día más lozano, regresaba una y otra vez (a los diez años de su muerte, en el centenario de su nacimiento, con ocasión de la muerte del padre del Rey o a los veinte años de su deceso), pero sobre los aspectos más terribles de su mandato se corría un tupido velo. Franco, el hombre, el estadista, el caudillo, el militar, salía de la tumba para gusto de la derecha y lucro de francófilos, con ello la historia reciente volvía a ser la de siempre: la historia de los reyes o de los grandes hombres y sus validos intrigando en la sombra -Torcuato Fernández Miranda influyendo sobre el Rey y sobre Suárez, Sainz Rodríguez haciendo lo mismo con su padre y con Franco (la tesis de Anson) y otros tantos personajes ejerciendo entre bambalinas el celestinaje político y la tercería democrática para bien de los ciudadanos-.
El aluvión de interesados libros de memorias y desmemorias ha reforzado esta idea, y a tenor de lo que cuentan, frente a la mediocridad de los gobernantes de primera fila, la trastienda política de este país aparece poblada de grandes pensadores, geniales estrategas y notorios estadistas que han logrado decisiones prodigiosas de aquellas primeras e inanes figuras a las que decían servir.  
Esta interpretación es la guinda del pastel del discurso que describe la transición como un proceso de negociación entre una élite autoritaria y una élite democrática que, renunciando ambas a cuotas sustanciales de su programa, consiguen un acuerdo que es satisfactorio para todos, lo que sucede es que en la versión palaciega se reduce el papel de las élites civiles y se acentúa el protagonismo del Rey y de sus consejeros. Una interpretación extrema y paradójica de esta versión reduciría la transición a una semana: el tiempo que transcurre entre la muerte del dictador, ocurrida el 20 de noviembre de 1975, y la proclamación de un rey demócrata, en las Cortes franquistas, el día 27 del mismo mes.
Ambos discursos tienen en común el haber sacado del escenario al principal protagonista de la erosión del franquismo y aquel en cuyo nombre hablan: el pueblo o la ciudadanía, o más exactamente, los sectores más activos de ella, sin cuya decisiva intervención la transición es impensable, pues por mucho talante europeísta, mucha actitud tecnocrática y mucha voluntad criptodemocrática que tuvieran los reformistas del Régimen, si no es por el desgaste que supuso la movilización popular en el franquismo tardío y una vez fallecido el dictador, el cambio de régimen hubiera sido impensable.
Lo que, ante sus propios ciudadanos y el resto del mundo occidental, convirtió al Régimen en impopular, en grotescamente anacrónico, en sanguinariamente represivo, en revanchista e incivil y en una supervivencia del pasado incapaz de evolucionar mientras Franco viviera, fueron las minoritarias demandas de sectores de la cultura y las localizadas y decisivas movilizaciones populares, que, con un elevado coste de muertos, heridos, detenidos, encarcelados y represaliados, constituyeron el principal factor de desgaste de la dictadura, el gran elemento deslegitimador del franquismo y, paradójicamente, el gran ausente del proceso constituyente del nuevo régimen.
De poco sirven los discursos que, en un intento por adjudicar méritos por igual a la clase política y a la ciudadanía[6] agradecen al pueblo, por medio de consabidas muletillas como "el pueblo español", "el conjunto de los pueblos de España", "todos los ciudadanos", etc, etc, su pasividad y su papel ratificante en aquel proceso. Los obstáculos a la iniciativa popular para promover refrendos o cambios de gobierno (la casi imposible moción de censura), el papel concedido a los partidos políticos en la Constitución, la expresa prohibición del mandato imperativo sobre los representantes o la ley electoral con las listas cerradas y bloqueadas a la intervención del pueblo soberano son parte del legado de aquel cambio, que confinó a la ciudadanía al lugar pasivo y políticamente impotente en el que se encuentra.
Urge, pues, hacer memoria y colocar en el recuerdo público a quienes desempeñaron oscuramente durante la transición una labor no reconocida pero esencial, y con ello devolver a la historia su carácter de obra colectiva, de resultado del hacer social.

3. Recuperar la memoria... y la voz
Aunque existen fragmentos dispersos[7] está pendiente de escribir la historia social de la Transición; la historia de los grandes y pequeños movimientos sociales, de las huelgas, de las luchas de los barrios, de las reclamaciones ciudadanas, de los medianos y pequeños dirigentes, de las personalidades locales y de los héroes anónimos, y junto con esta historia de la subjetividad subalterna o paralelamente a ella, falta la historia de quienes estuvieron incardinados en tales acciones, entre los cuales figuran las organizaciones comunistas, con el PCE, en primer lugar, y luego los grupos que a su izquierda trataron de disputarle la dirección de los movimientos, porque al igual que en Europa occidental, la izquierda radical surgió en España como una doble reacción contra el capitalismo como sistema económico y social -y su expresión política, el régimen franquista- y contra la burocratización de su adversario, el comunismo.
Ante la inanidad revolucionaria del PCE, que hegemonizaba la oposición al régimen de Franco, los grupos de extrema izquierda nacieron para ofrecer un programa revolucionario a las masas. Su gran desafío residió en concretar dichos programas y en hacerlos verosímiles a los trabajadores y a las clases populares. Es decir, que en origen, el problema que estas organizaciones se plantearon fue vincular un programa, elaborado por una vanguardia intelectual, destinado a cambiar la sociedad de manera revolucionaria, con los agentes sociales que debían realizar dicha transformación.
Este planteamiento partía del supuesto de que si la clase obrera hallaba dificultades para cumplir su papel de fuerza dirigente del proceso revolucionario, se debía a que, en el mejor de los casos, estaba influida por el reformismo del PCE y de su filial catalana, el PSUC, y, en el peor, alienada por la ideología dominante en la sociedad capitalista, que el franquismo políticamente representaba. Pero la prometeica tarea asumida por la izquierda radical de llevar la llama de la revolución a las masas obreras para que cumplieran el destino que la historia les tenía reservado se saldó con un notorio fracaso, de ahí viene la necesidad de reconstruir y evaluar el pasado, pues, por muy doloroso que sea este ejercicio, en el pasado residen las claves de la situación en que se halla la izquierda en el presente.

Aunque es cierto que se han realizado ya evaluaciones parciales, si este ejercicio de retrospección se hace colectivamente tanto mejor, porque se trata de analizar las causas por las que una serie de programas políticos -no uno o varios, sino todos-, orientados sinceramente a la drástica liberación de las masas, fracasaron de forma estrepitosa en tanto que otros, montados sobre el más urgente de los oportunismos para mantener el orden existente dentro de límites homologables a países del entorno, hallaron un amplio respaldo social. El asunto es más grave si se estima que la transición -por la concentración temporal de los acontecimientos, por la importancia que alcanzó la política en la vida cotidiana, por los niveles de movilización social, por su grado de incertidumbre, por la aparición de nuevas élites políticas, por la emergencia de nuevos agentes sociales y de la subjetividad de la población subalterna y, en definitiva, por la importancia de lo que se dirimía- es la batalla más importante de la moderna lucha social después de la guerra civil, y esta batalla se salda con el fracaso de todas las propuestas que solicitan cambios profundos en la sociedad española, incluso la oferta más moderada de las que nos ocupan, que es la del PCE, encuentra sólo un respaldo minoritario.
Hay que reconocer que la transición colocó a la izquierda radical ante una situación que no estaba preparada para afrontar, pero los sujetos -individuales o sociales- deben ser medidos por los retos que voluntariamente han aceptado. La extrema juventud de sus componentes, la falta de experiencia política y hasta vital, el idealismo y la impaciencia juvenil junto con elevadas dosis de sectarismo y de dogmatismo no fueron la preparación más adecuada para lo que se avecinaba.
Podría decirse sin mucho rubor que la muerte de Franco coge a la izquierda radical en pañales, en una etapa infantil o, si se quiere, mágica (la revolución puede ser cierta porque está escrito o basta con contar con los instrumentos adecuados), con escaso conocimiento de la sociedad real y del Estado, eminentemente opaco, y en donde prevalece la discusión doctrinal. Es una etapa eminentemente hermenéutica, en la que se busca la solución de los problemas reales en la interpretación de los textos considerados clásicos (¿sagrados?) y en la que se fomenta la lectura acrítica (¿devota?) de la obra de determinados autores buscando en sus textos las claves que conduzcan al triunfo y junto con él a la hegemonía del grupo, lo cual genera una serie de escuelas de seguidores incondicionales que mantienen entre sí relaciones muy sectarias. Es una etapa en la que las organizaciones profesan una fe ciega en alcanzar los objetivos finales y donde la defensa de unos principios, muy extensos e innegociables, conduce a posturas de gran rigidez. Todo ello no prepara para enfrentarse a una etapa eminentemente política, en la que se ventila, sobre todo, la cuestión de los medios (una cuestión de madurez), donde los acontecimientos se suceden con enorme rapidez, donde la realidad cotidiana obliga continuamente a someterse al terreno de los hechos y donde, y esto es lo más importante, son los adversarios quienes marcan las reglas del juego. Frente a lo cual, la izquierda radical está teóricamente mal armada, pero posee, en cambio, un gran voluntarismo.
El fracaso del proyecto radical, que no hay que dudar de calificarlo de colosal, no fue sólo político, sino particularmente teórico. En líneas generales, sobraron dogmatismo y fe del carbonero, y faltaron capacidad intelectual, originalidad, conocimiento teórico, experiencia en la prospección de la realidad social -que es esencialmente opaca, en particular en una dictadura- y un adecuado aparato metodológico. Es decir, madurez.

Pero, pensando en muchos de los que defendieron el proyecto radical, asumieron su fracaso como propio y se abandonaron al desencanto y, sobre todo, pensando en las generaciones más jóvenes, es posible, y necesario, hacer del pasado algo valioso y convertir una experiencia dolorosa en una información estable y dotada de sentido, pues la memoria o bien se codifica en un discurso y se plasma en un soporte físico o como tradición oral acaba perdiéndose. El soporte, en una sociedad sobreinformada, tiene que ser adecuado y asequible, porque miles de octavillas dispersas, de boletines y revistas de escasa tirada archivados aquí y allá, o libros ya agotados, tienen escaso valor para la función social de conocer, interpretar, conservar y transmitir esta parte del pasado que se nos quiere hurtar, porque "perder el pasado es perderse" escribía, no hace mucho tiempo, Eugenio del Río en un número de Exodo, y eso es terrible teniendo en cuenta la actitud eminentemente exploratoria[8] del futuro que caracteriza a la izquierda.
Todo ello plantea, a los veinte años de la muerte de Franco,  una serie de tareas que suponen, de alguna manera, el cierre razonado de toda una época. Labor que debiera ser abordada por protagonistas de aquellos eventos, aunque puede haber quien piense que la izquierda sólo debe mirar hacia adelante y que el trabajo de rata de biblioteca debe reservarse a algún anglosajón que dentro de unos años ofrezca, en una tesis doctoral, una visión académica de lo que pretendía y pudo hacer la izquierda radical durante la transición española.

Madrid, diciembre de 1995






[1] Para los teóricos de la comunicación, ruido es el mensaje que procede de una fuente indeseada. Un mensaje bien articulado en sus códigos, es decir inteligible, puede ser ruido para el que se esfuerza por descifrar los códigos que conforman el mensaje procedente de otra fuente. Por lo tanto, los mensajes procedentes de varias fuentes no deseadas aumentan el ruido. Para el lenguaje documental, ruido es la aparición de información no solicitada, en tanto que el silencio es la carencia o desaparición de la información deseada.
[2] Cerca de 30 títulos, algunos de los cuales son: Nosotros, la transición (J. Navarro), Lo que el Rey me ha pedido (P. y A. Fernández-Miranda), Así se hizo la transición (V. Prego), Manos sucias. El poder contra la justicia (J. Navarro), La sombra del Rey (S. Fernández Campo), Conversaciones sobre el Rey (T. Burns), Quien es quien en la democracia española (A. Sánchez), Lo que nos queda de Franco  (F. Jáuregui & M.A. Menéndez), Militares, civiles y democracia. La España postfranquista en perspectiva comparada (F. Agüero), Neonazis en España. De las audiciones wagnerianas a los skinheads. 1966-1995 (X. Casals), Jamaica o muerte (J. Ortiz), Juan Carlos I. La restauración de la Monarquía (J. Tusell), La memoria histórica de la guerra civil: un proceso de aprendizaje político (P. Aguilar), Reaccionarios y golpistas. La extrema derecha en España del tardofranquismo a la consolidación de la democracia (J.L. Rodríguez).
[3] A. Guerra, "Encuesta sobre la transición democrática en España", Sistema nº 68/69, noviembre, 1985, p. 219).
[4] En El proyecto radical. Auge y declive de la izquierda revolucionaria en España (1964-1992) sostengo que la izquierda radical atraviesa por varias etapas: 1964-1970: etapa de gestación; 1970-1975: etapa de consolidación programática; 1975- 1979: etapa de auge; 1979-1982: etapa de declive; 1982-1992: etapa de desconcierto.
[5] Entre las obras de publicación más reciente sobre las señas de identidad de la izquierda radical véanse el ya citado El proyecto radical. Auge y declive de la izquierda revolucionaria en España (1964-1992) y La lucha final. Los partidos de la izquierda radical durante la transición española (C. Láiz, Madrid, Los libros de la catarata, 1995).
[6] Véase, por ejemplo, el artículo de F. Tomás y Valiente "A vueltas con la transición" (El País, 31-X-1995, p. 11), en donde afirma: la hicimos entre todos (…), la transición fue una sinfonía coral sin partitura, que se interpretó en un concierto sin espectadores, porque nadie se quedó fuera del  escenario...  Aunque al final se ve obligado a reconocer que si la transición fue una obra colectiva no equivale a pensar, ni por un momento, que todos cumpliéramos el mismo papel.
[7] Además del material disperso en la prensa -legal o clandestina-recuerdo los libros del equipo de I. Fernández de Castro editados por Querejeta en los años 1976-1978 (Prueba de fuerza entre el reformismo y la ruptura, La clase obrera, protagonista del cambio), el último volumen de Crónica del antifranquismo, de F. Jáuregui y P. Vega, algunos números de la revista Ruedo Ibérico de aquellos años, en algunos folletos de Ediciones de la Torre, en los primeros números de Materiales y de Teoría y Práctica también se encuentran cosas y en la tesis doctoral (inédita, creo) de Ramón Adell "La transición en la calle". Sobre el movimiento obrero y de publicación reciente, pueden consultarse la Historia de Comisiones Obreras (1958-1988), dirigida por David Ruiz (Siglo XXI, Madrid, 1993) y El movimiento sindical en España (H.D. Köhler, Madrid, Fundamentos, 1995)
[8] Los personajes de las películas del Oeste ofrecen un modelo que ayuda a explicar la posición subjetiva de la izquierda. En tanto que el colono es un personaje sedentario, apegado a la tierra -al rancho o a la granja-, a la administración y defensa de sus bienes y al gobierno de las incipientes poblaciones, el explorador es un personaje viajero que necesita un territorio sin límites para cumplir su labor descubridora. La izquierda, y en particular, la revolucionaria, puede estar representada por el explorador, que siempre va más lejos buscando el horizonte, el confín, la frontera. Si la izquierda, por su sentido crítico debe ir más lejos que la derecha, y con frecuencia ha sido empujada por la fuerza de los hechos a ir más allá, también es cierto que en sus presupuestos hay una buena dosis de desprecio por el más acá; por la colonización, por la administración y la defensa del territorio descubierto, al dejar demasiadas cosas abandonadas a la gestión de los colonos, que sin duda van a imprimir un sello utilitario a su función roturadora del presente". (Roca, J.M. "Revolución: política y mito", Iniciativa Socialista nº 23, febrero, 1993, p. 68).

jueves, 8 de diciembre de 2016

La Inmaculada

El dogma de la inmaculada concepción de María es la pieza necesaria para hallar una mujer excepcional (libre de un pecado original milenario) que, en su momento, siendo virgen engendrara en su vientre un varón igualmente excepcional, que era hijo de Dios (el asexuado padre), en un paradójico caso de partenogénesis que no produjo un ser semejante a la madre, es decir, mujer, sino un varón, y además divino.

martes, 6 de diciembre de 2016

Historia constitucional de España

Good morning, Spain, que es different
No han faltado en España personas que se plantearon bien pronto la necesidad de dotar al país de un texto, que, a la luz de los principios de la Ilustración y del primer liberalismo, plasmara en un solemne documento lo que se llamaba la constitución social, la anatomía del país o la organización no escrita del cuerpo de la nación, como uno de los elementos fundamentales para salir políticamente del Antiguo Régimen y entrar en la Modernidad.
Tras la reforma inglesa de 1688, la Constitución norteamericana de 1787, las constituciones de la Francia revolucionaria (1791, 1793, 1795) y las que hubo desde el Consulado al Imperio (1799, 1802, 1804), España se incorpora, en 1810, a la segunda oleada de las revoluciones atlánticas, más moderada que la primera, que producirá su texto fundamental en 1812.
Pero España se suma a esta oleada revolucionaria de forma peculiar, con poca decisión, con morosidad en vez de con prisa, que es el sentimiento que suele alentar los procesos revolucionarios. Como advertía Marx en un artículo en el New York Daily Tribune (1970, 69), en España las revoluciones son lentas, a veces hasta la exasperación: España no ha adoptado nunca la moda francesa, tan al uso en 1848, de empezar y terminar una revolución en tres días. Sus esfuerzos en este terreno son más complejos y más prolongados. De tres años parece ser el plazo más breve a que se constriñe, si bien un ciclo revolucionario abarca a veces hasta nueve años. Así por ejemplo su primera revolución en lo que va de siglo se desarrolló desde 1808 hasta 1814, la segunda de 1820 a 1823 y la tercera de 1834 a 1843. Ni el más agudo político puede predecir cuánto durará la actual ni cuál será su desenlace.
Una burguesía feble y más propensa a avenirse con el clero y la alta nobleza que a enfrentarse decididamente con ambas y con la poderosa institución monárquica ha sido una de las causas determinantes del carácter tan inseguro y moroso de la modernización. El efecto de esta conflictiva relación entre la sociedad estamental y el mundo moderno, donde el súbdito no acaba legalmente de morir y el ciudadano no acaba políticamente de nacer, será un larguísimo e inacabado proceso constituyente, en el que los momentos de acuerdo se alternan con avances de tipo progresista, que duran poco tiempo, y con bruscos saltos hacia atrás, en los que el arcaísmo parece recuperar el terreno perdido frente a la modernidad.
Tampoco se puede afirmar que haya faltado celo reformador, que más bien ha sobrado tanto en un sentido como en otro -para renovar y para conservar-, sino que lo destacado ha sido la inestabilidad política provocada por estos intentos, que ha dado paso a lo que se podría calificar de desazón constituyente.
La Carta de Bayona de 1808, la Constitución de Cádiz de 1812, el Estatuto Real de 1834, la Constitución de 1837, la de 1845, la nonnata Constitución de 1856, los cambios constitucionales entre 1856 y 1868, la Constitución de 1869, el proyecto de Constitución federal de 1873, la Constitución de 1876, los proyectos de Primo de Rivera, la Constitución de 1931, las Leyes Fundamentales de Franco y, luego, la Constitución de 1978 son los jalones de una España necesitada de vertebración política -la orteguiana España invertebrada-, pero en la cual la organización del Estado y la articulación de las diversas corrientes ideológicas no ha podido durar mucho tiempo.
En la historia constitucional de España, los sucesivos procesos constituyentes pueden ser contemplados como si fueran las crestas de las olas que indican el movimiento profundo de las aguas sociales. Desde la limitada perspectiva que ofrecía el año 1836, la observación de esta azarosa existencia ya inspiró a Larra uno de sus ácidos epigramas: Aquí yace el Estatuto. Vivió y murió en un minuto.
Nuestra azarosa trayectoria constitucional puede entenderse con los nombres de otros acontecimientos, pero representa históricamente lo mismo: la entrada del ejército francés, huida de la familia Borbón y refugio en Francia, invasión francesa y guerra de la Independencia, reinado de José Bonaparte, primeras Cortes liberales, fin de la guerra, primera restauración borbónica (Fernando VII) y regreso del absolutismo, trienio constitucional (Riego), nueva restauración absolutista (Cien Mil Hijos de San Luis) y década ominosa, regencia (María Cristina) y guerra carlista, reforma liberal, bienio progresista, década moderada y segunda guerra carlista, revolución de 1854, etapa conservadora isabelina, gloriosa revolución de 1868 y caída de la monarquía (Isabel II, al exilio), nueva guerra carlista, sexenio revolucionario, cambio de dinastía y abdicación de Amadeo de Saboya, Iª República, segunda restauración borbónica (Alfonso XII), agonía del canovismo, dictadura (Primo de Rivera) y dictablanda (Berenguer), Alfonso XIII al exilio, IIª República, guerra civil, dictadura franquista, una transición y tercera restauración borbónica (Juan Carlos I). Y treinta y cinco años después, ante un régimen político exhausto, voces preclaras, y no precisamente extremistas, para alargar la vida de este régimen agónico solicitan cambios en la Constitución, que la derecha se niega por principio a discutir. 
En Estados Unidos, que para tantas cosas es el modelo predilecto de la derecha española, la Constitución de 1787 sigue vigente, pero reformada, claro está, por sucesivas enmiendas, doce de ellas en el siglo XX y la última aprobada en 1992. En España, en los 64 años que transcurren 1812 a 1876, sin contar el Estatuto de Bayona, el Estatuto Real de 1834, la non nata Constitución de 1856 y la abortada Constitución federal, hemos tenido cinco constituciones con plena vigencia (1812, 1837, 1845, 1869 y 1876). Y en el siglo XX, hemos aprobado dos constituciones, la de 1931 y la de 1978, sin contar las leyes del Directorio militar de Primo de Rivera ni las Leyes Fundamentales de la dictadura franquista.
Observando cómo se suceden los auges y las crisis, las luces, más bien cortas, y las sombras, más bien largas, en la historia del constitucionalismo español y, por ende, los altibajos en la modernización del Estado y de la sociedad civil, se extrae la idea de un permanente retorno o la impresión de hallarnos, como si se tratase del inalterable volteo de una incansable y consecuente noria, en un país donde no acaban de casar la democracia política con el desarrollo económico, ni la modernización con la tradición. Se percibe el drama de un país políticamente inestable, desgarrado por tensiones sociales que conducen a desplazamientos pendulares, en los cuales, los movimientos auténticamente fuertes han sido los movimientos de reacción, de restauración; las respuestas -en muchos casos  brutales- de las fuerzas sociales que representaban el arcaísmo y la tradición, frente a los movimientos progresistas o innovadores; es decir, el vigor de lo existente ante lo posible; de lo viejo (la España eterna) frente a lo nuevo (la España moderna), que ha sido débil e inseguro y no ha encontrado tiempo ni ocasión para afianzarse y mucho menos para madurar y dar sus frutos.
Otra de las enseñanzas que se extrae es el papel distorsionador de la monarquía, que, lejos de proporcionar estabilidad política por la mecánica sucesoria que pregonan sus partidarios -a rey muerto, rey puesto; el rey ha muerto, viva el (nuevo) rey-, ha sido motivo de graves tensiones sociales y de guerras civiles.
Hay que recordar que la dinastía reinante, la Casa de Borbón, se implantó en  España tras un conflicto bélico -la guerra de Sucesión-, algunos de cuyos efectos aún nos afectan en Cataluña, Gibraltar y el País Vasco; que mediante los pactos de familia enredó a España en los problemas de Francia, y que ha proporcionado buenas muestras de reyes ineptos y el peor ejemplo posible de rey felón en la figura de Fernando VII, cuyo reinado marca una de las etapas más sórdidas de nuestra historia, y su confuso desenlace propició tres guerras civiles entre los partidarios de su hija Isabel y los partidarios de su hermano Carlos. Tampoco nos fue mejor con sus sucesores, cuyo exilio casi parecía el obligado final de su reinado. Pero aun así, la Casa de Borbón nos parece destinada per seculam seculorum, como si existiera un contrato laboral permanente del pueblo español con esta dinastía de origen francés, pues, cada caída de la monarquía por la defección de sus partidarios parece tener asegurada una restauración años más tarde, promovida por una conspiración palaciega y llevada a cabo por un militar.
Respecto a nuestra azarosa historia constitucional, se pueden percibir claramente en ella dos lógicas, que han actuado de modo inexorable. La primera indica que las constituciones conservadoras son las que tienen una vigencia más larga, mientras que las constituciones progresistas duran poco tiempo.
Las que, en Códigos y constituciones. 1808-1978, Tomás y Valiente denomina constituciones efímeras y constituciones duraderas responden a las dos líneas divergentes que les sirven de inspiración: la del liberalismo radical, surgido en las circunstancias de las Cortes de Cádiz, que hace hincapié en la libertad y los derechos del individuo, y la del aristocrático moderantismo español (Martínez de la Rosa, Alcalá Galiano, Donoso Cortés y Cánovas del Castillo), que influido por los doctrinarios franceses (Royer-Collard, Guizot), defiende, en teoría, la libertad con orden, pero sobre todo el orden con poca libertad, establecido por un régimen fundado en la protección de la propiedad privada, el magisterio de la Iglesia y la marginación de las masas trabajadoras respecto al poder político. 
La segunda lógica indica que las constituciones españolas rara vez se reforman; como las crestas de las olas de los movimientos políticos que las acompañan, las constituciones se agotan, se abolen o se reemplazan por otras nuevas, que niegan las que estaba vigentes. Como los regímenes políticos que las alumbran. Y por los vientos que soplan, la de 1978 no va a escapar a ese fatal designio.
A pesar de que lo aconseja el deterioro de las instituciones y las circunstancias sociales y políticas ya descritas, de la intención de los partidos nacionalistas y de diversos partidos de la izquierda de abrir un nuevo proceso constituyente, por las dificultades técnicas que conlleva su reforma, por el moderado interés del PSOE, pero, sobre todo, por la negativa del Partido Popular a hablar del asunto, la  Constitución vigente más parece destinada a pudrirse que a reformarse.