viernes, 16 de mayo de 2014

Les gustan las mujeres


¿Por qué odian a las mujeres? Se pregunta Pilar Gassent, en Nueva Tribuna, ante las reiteradas opiniones de los obispos sobre las féminas, y no es difícil apuntar una respuesta: porque les gustan mucho. Y los hombres, también les gustan. De ello procede su homofobia.
Los seres humanos nos atraemos unos a otros, y unos a otras y viceversa, y no de manera caprichosa ni accidental sino de modo permanente, porque estamos genéticamente programados para ello. La naturaleza, en la que dice la Curia inspirar los principios morales católicos, ha establecido un imperativo mandato en los seres vivos, que gobierna de manera absoluta su comportamiento, como es asegurar la continuidad de cada especie, la cual se consigue mediante la supervivencia y la reproducción singular de los individuos, cuya existencia queda condicionada por dos actividades instintivas: sobrevivir y reproducirse. Y aunque contamos con medios para tratar de acometerlos con cierto orden y de encauzarlos en el tiempo, todos los seres humanos, que somos a la vez racionales y emocionales, sentimentales y sexuales, estamos condicionados por tales mandatos. Bueno, todos no: los obispos y los sacerdotes católicos han decidido voluntariamente desafiar estos imperativos de la naturaleza (e ignorar de paso, el mandato de su dios de multiplicarse), para adoptar una moral absurda en el ámbito sexual, que les lleva a vivir contra natura, pero que, en el colmo de una interesada tergiversación, llaman moral natural.
De esa elección profesional -ellos la llaman vocacional, pero la exige su empleo- que ha determinado su vida en función de esa renuncia vital, no puede salir un comportamiento mental y sicológicamente equilibrado. Y lo que resulta es una morbosa obsesión por la sexualidad y por quienes representan -hombres y mujeres, adultos y niños- con su atracción el permanente peligro de dar al traste con su extravagante elección. Es como si quisieran vivir desafiando cada día la ley de la gravedad, en un esfuerzo tan torturante como inútil de mantenerse en el aire sin tocar el suelo.
Lo malo de nuestros prelados no es que hayan decidido que la sexualidad no forme parte de sus vidas, ellos se lo pierden (y lo pagan con la tortura de sus mentes), sino que quieran convertir sus obsesiones en pautas de conducta para todos los demás, proponiendo una castrante moral que no es la adecuada para este tiempo, para esta especie y para este planeta. Y tampoco para ellos.

17 de enero de 2010.

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