No
se alarmen sus señorías por el titulo sensacionalista de esta nota, que parece
comparar lo que, para algunos, es incomparable, y sigan leyendo.
Para
ir despejando dudas y aliviando sustos, vaya por delante que carezco de la
mínima dosis de empatía con los movimientos nacionalistas en general y con el
vasco en particular, que desapruebo los medios de los que se ha servido su ala
más fanática, así como su noción clerical de la política al servicio del
sagrado fin de construir un Estado independiente para un pueblo elegido,
étnicamente superior, según el designio de sus profetas de izquierda y derecha,
algunos muy de derecha.
Bildu
no es santo de mis devociones, pero no es ETA, ni el brazo político de un
terrorismo que fue derrotado; es una coalición electoral independentista con
diversos componentes, algunos bastante moderados y otro bastante desnortado,
pero ese es “su” problema. Mientras no suceda otra cosa, Bildu es, a su pesar,
una coalición electoral tan española como las del Partido Popular en Navarra.
Acude a las elecciones según la legalidad española, respeta los resultados del
sistema electoral, está financiada en parte con fondos -¡Ay!- del Estado
español y sus representantes elegidos prometen sus cargos aceptando la
Constitución; por imperativo legal, dicen, como si no se pagaran las multas de
tráfico por el mismo imperativo, pero sin tanta alharaca.
No
parece, pues, que existan impedimentos legales para que una formación política con
representación parlamentaria legítimamente obtenida pueda apoyar, en principio,
que los Presupuestos Generales del Estado se discutan, aunque en su programa
máximo pretenda escindir territorialmente ese mismo Estado.
Lo
curioso del caso -Spain is different- es que partidos autotitulados, con
notable abuso del término, constitucionalistas y defensores del Estado que
ahora juzgan en riesgo de ser entregado a los independentistas, dejen que se
cumpla su agorera profecía en vez de acudir a socorrerlo con el apoyo
parlamentario que sea necesario.
Pero
no se trata de apoyar al Estado y aprobar los presupuestos para que pueda
funcionar, sino de derribar al Gobierno, tarea en la que están empeñados desde la
investidura de Pedro Sánchez, cuando el complejo ejecutivo resultante era el
único posible por el dictado de las urnas.
Nada
nuevo bajo el sol, porque para el Partido Popular y su actual escisión, todos
los gobiernos no “populares” -populistas- han sido ilegítimos, desde el de Felipe
González hasta el de Pedro Sánchez, y el objetivo prioritario ha sido echarlos
abajo cuanto antes. Uno de los motivos esgrimidos para hacerlo ha sido el apoyo
recabado y recibido de los partidos nacionalistas vascos y catalanes.
Hasta
ahora, las críticas del PP se habían centrado más en el apoyo de ERC al
Gobierno, con el tema de fondo de la famosa mesa de negociación, con o sin
relator, exhibido chulescamente por el portavoz de Esquerra, como un chantaje,
en un mensaje dirigido a sus atribulados seguidores por el fracaso del “procés”,
pero el tema de los Presupuestos es más serio, porque puede permitir que
Sánchez acabe la legislatura -a ver si mientras corrige el rumbo o lo
encuentra- y por eso hay que evitar, como sea, que reciba los apoyos necesarios
para aprobarlos. Y además está la difícil situación de Casado entre Vox, Ayuso
y la inacabable corrupción del PP, que explica, en parte, su mal humor, pero ese
es otro asunto.
Un
marciano recién llegado a España, desconocedor de los vericuetos por los que
discurre la política nacional, podría pensar que el partido que pone tales objeciones
a que los partidos nacionalistas permitan discutir los Presupuestos Generales,
en vez de tumbarlos con una enmienda a la totalidad, es un partido que nunca ha
pactado con ellos. Y viendo los aspavientos y el comportamiento histriónico de
Casado, el marciano podría pensar que el partido que alardea de ser el único
defensor de la unidad de España y que exhibe el monopolio de los sentimientos patrióticos,
nunca ha recurrido al interesado -porque ha sido y es interesado, y caro- apoyo
de los partidos nacionalistas. Claro que el marciano atribulado ignora cuál ha
sido el comportamiento de la derecha en este lado de la galaxia. Y merece
conocerlo.
José
María Aznar obtuvo su primera investidura con el apoyo de los nacionalistas
vascos y catalanes y Coalición Canaria. Sobre el pago de estos apoyos, hay que
recordar las palabras de Xabier Arzalluz deshaciéndose en elogios a Aznar, de
quien dijo que había hecho más por Euskadi en un mes que los demás gobiernos en
veinte años. Por paradójico que parezca, el apoyo que el PNV dio a Aznar se lo
negó a Zapatero.
Respecto
a los catalanes, debe saber nuestro buen marciano que, tras el Pacto del
Majestic (abril de 1996) con Jordi Pujol (sería muy largo poner al día a
nuestro “ET” sobre la andadura de este prócer catalán), por el cual, CiU
apoyaba al PP en el Congreso y el PP a CiU en el Parlament, Aznar fue visitado
por el espíritu de Valentí Almirall, que le concedió el don de hablar la lengua
catalana, si bien en la intimidad -los aparecidos tienen estos caprichos-, pero
antes, en 1993, en Navarra, el PP negoció el presupuesto de la comunidad foral
con Herri Batasuna (antecedente de Sortu, una parte de Bildu) cuando ETA aún
estaba activa, es decir, cuando mataba.
Y
vamos con el tema de ETA, del acercamiento de presos y del terrorismo, tan del
agrado del PP, que figura como un argumento permanente en su labor de oposición
cuando sus dirigentes olvidan lo que hacían cuando gobernaban.
El gobierno
de Aznar inició la negociación con ETA en una situación peor que la de ahora,
cuando ETA no sólo no actúa, por fortuna, sino que se ha disuelto, y el
separatismo vasco más radical parece haber optado, al fin, por los medios
institucionales para defender su programa. Por lo cual, para ilustración de
marcianos y recuerdo de desmemoriados, conviene traer a colación las sensatas palabras
de Aznar en diciembre de 1998 -“Tomar posesión de un escaño siempre es
preferible a empuñar las ramas”.
El 10 de
julio de 1997, ETA secuestró al concejal del PP de Ermua, Miguel Ángel Blanco,
para forzar la reunificación de los presos. El Gobierno no accedió y ETA, en uno
de los actos que precipitaron su fin, asesinó al muchacho.
En
septiembre de 1998, se firmó el Pacto de Estella, un frente nacionalista que
pretendía dejar fuera del juego político al PSOE y al PP en el País Vasco. Y ETA
declaró una tregua.
El 11 de
octubre, Aznar dijo que sería generoso si los terroristas abandonaban las
armas. El 3 de noviembre reconocía el contacto con el Movimiento Vasco de
Liberación (hasta entonces, ETA había sido una banda terrorista). Antes de
las elecciones autonómicas, el Gobierno trasladó cuatro presos etarras enfermos
a cárceles del País Vasco.
En diciembre,
21 presos se trasladaron a la península, traslados que siguieron hasta
septiembre de 1999. Entre dicho mes y el del año anterior, el Gobierno ordenó
acercar más de 120 presos al País Vasco y permitió el regreso de más de 300
personas exiliadas, de modo que cuando se produjo el encuentro de los enviados
del Estado español con representantes de ETA, el gobierno de Aznar había hecho
bastantes entregas a cuenta de los hipotéticos resultados de la negociación,
que finalmente fracasó.
El 19 de
mayo de 1999, ocho meses después de declarada la tregua, una delegación del
Gobierno se entrevistó con Mikel Albizu y Belén González. No hubo más tratos y
no fue por voluntad del Gobierno, según opinión de Aznar (10/9/1999): “Si no
se producen contactos es porque ETA no quiere. No hay ninguna otra razón”.
La ruptura
de la tregua por ETA llevó al PP a ensayar otra política contra el terrorismo,
favorecida por la mayoría absoluta en las elecciones generales del año 2000 y por
las consecuencias políticas, jurídicas y policiales de los atentados del 11 de
septiembre de 2001, en Estados Unidos.
Durante los
mandatos de Aznar se produjeron 311 excarcelaciones de etarras, de las cuales
64 correspondieron a terroristas condenados a penas superiores a 20 años de
cárcel, algunas superiores a los 200 años. Un caso muy significativo fue el de
Iñaki Bilbao, excarcelado en septiembre del año 2000, que, en marzo de 2001,
asesinó al concejal socialista Juan Priede. Arrepentido no estaba.
Acebes y
Rajoy, dos voces del PP contra el diálogo con ETA y la excarcelación de presos etarras,
eran entonces ministros de Justicia y de Interior y algo debían saber de estas
idas y venidas. Y debemos
hablar de Fraga, aunque sólo sea para saciar la necesidad de saber del buen
marciano.
Fraga,
junto con otros fundadores del Partido Popular, el primigenio PP, fue ministro
de Información y Turismo entre 1962 y 1969, y de Gobernación en 1975 y 1976.
Fue ministro de la dictadura, eso no es cualquier cosa, y estuvo presente en
los consejos de ministros que autorizaron el fusilamiento del comunista Julián
Grimau y el agarrotamiento de los anarquistas Granados y Delgado en 1963, y
declararon varios estados de excepción ante las movilizaciones de estudiantes y
trabajadores.
Como ministro de Gobernación fue el último responsable de los
sucesos de Vitoria, en marzo de 1976, donde el desalojo por la policía de los
trabajadores que estaban encerrados en una iglesia provocó la muerte de cinco de
ellos y heridas a casi un centenar. Pero,
asentado el régimen democrático, los cargos públicos que ha ostentado Fraga a
lo largo de muchos años han estado respaldados por la misma legalidad que la de
los diputados de Bildu y de ERC.
El
joven Casado, con su máster regalado, desconoce estos pormenores de la historia
reciente del país que, por ahora vanamente, pretende gobernar. Si los tuviera
en cuenta, seguramente, como el caballero español que, se me figura, cree ser,
imitaría el generoso gesto de un caballero francés, de apellido catalán -Manuel
Valls-, y le brindaría a Pedro Sánchez el número de votos necesario para aprobar
los Presupuestos prescindiendo de tan molesta compañía.
No lo haría
por Sánchez, ni por el PSOE, ni por el vicepresidente bolivariano, sino por un
gesto de sublime patriotismo para evitar que España se despeñe por donde él y
otros como él vaticinan; por patriotismo y coherencia. Y
es que no conviene olvidar la historia cuando se tiene tan cerca. Lo digo sin
acritud, sólo con la esperanza de que se enteren en Marte.