jueves, 27 de febrero de 2020

Bunge


Conocí, literariamente, a Bunge en los años ochenta; los años de la retirada de la tropa revolucionaria a los cuarteles de invierno -sin calefacción teórica-, tras los descalabros en las batallas políticas de la etapa precedente.
La derrota fue un sentimiento compartido por buena parte de la generación sacudida por el sarampión del 68, que, animada por el mayo francés, el otoño italiano y el vendaval americano, había decidido acabar con la dictadura y fundar en España una sociedad bien distinta. Así, como suena; una insensata opción de vida, teniendo en cuenta la desigual correlación de fuerzas, pero un impulso generoso, animado por una teoría infalible y buenas dosis de optimismo histórico, si se tiene en cuenta cuál era la situación general del país y, en particular, la que padecían los trabajadores y las clases subalternas.
Fracasado el intento, sobrevino una etapa de desconcierto y desencanto, propicia para analizar las causas del fracaso y resistir sin rendirse, al menos, ideológicamente; un tiempo para pensar y buscar a tientas unas herramientas teóricas con las que digerir el decepcionante resultado de la Transición, la disgregación del centro político y el declive ético y político de la socialdemocracia gobernante, a manos de la “beautiful people”. ¿De dónde había salido todo eso? ¿Cómo fue posible tal mutación? ¿Estábamos en el mismo país?
España se había transformado en un país desconocido; peor aún, el mundo se desconfiguraba a pasos de gigante.
Los ochenta y noventa fueron los años de la salida de la crisis por la derecha, los años de la reconversión (destrucción) industrial, la desregulación, el paro estructural, la desaparición del movimiento obrero, la atonía sindical y ciudadana y la crisis del Estado del bienestar en Europa, y de la limitada instauración del nuestro, sobre la base de enajenar bienes públicos para financiarlo. O, dicho de otra manera, los años de la reacción conservadora, de auge del neoliberalismo, de declive de las izquierdas, de la crisis del comunismo, de la socialdemocracia, del marxismo, de la caída del muro de Berlín y la desintegración del orden mundial establecido en 1945.
Después de haber creído poseer el secreto para transformar las sociedades, una parte de la izquierda se encontraba huérfana de profetas, carente de teorías fiables y obligada a empezar casi de cero; obligada a pensar, sinceramente, a la intemperie, sin un paraguas amigo que la resguardara del diluvio, que fue, por cierto, una figura estilística utilizada entonces -“Tras el diluvio. La izquierda ante el fin de siglo” (L. Paramio, 1988), “Después de la lluvia. Sobre la ambigua modernidad española” (E. Subirats, 1993)-, y otras, que, con títulos alegóricos similares, anunciaban la situación de la izquierda ante un mundo que tomaba un rumbo imprevisto.
“Después de la caída. El fracaso del comunismo y el futuro del socialismo” (R. Blackburn, 1993), “Todo lo sólido se desvanece en el aire” (M. Berman, 1991), “Marxismo abierto” (E. Mandel, 1983), “El marxismo y el futuro” (P. M. Sweezy, 1982), “El comunismo en la encrucijada” (A. Schaff, 1983), “Tras las huellas del materialismo histórico” (P. Anderson, 1986), “Anatomía de la izquierda occidental” (A. Heller & F. Feher, 1985), “Crítica de la impaciencia revolucionaria” (W. Harich, 1988), “La izquierda: desengaño, resignación y utopía” (R. Cotarelo, 1989), “La necesidad de revisión de la izquierda” (J. Habermas, 1991), “Política para una izquierda racional” (E. Hobsbawm, 1993; escritos de 1977-1988), “After Marxism” (R. Aronson, 1995), “Derecha e izquierda” N. Bobbio, 1995), “Espectros de Marx” (J. Derrida, 1995), “La izquierda. Trayectoria en Europa occidental” (E. Del Río, 1999) y otros.  
En esas circunstancias y llevado por lecturas tan diversas, me topé, no sé cómo, con Mario Bunge, en unos años en que estaban de moda los postmodernos, el pensamiento débil, la deconstrucción, el giro lingüístico, el fin de la historia y cosas por el estilo. La reflexión y el debate se habían alejado del mundo real, despegado de las fuerzas materiales, abandonadas a la gestión del rampante neoliberalismo, para ir a refugiarse en las alturas del pensamiento abstracto y versar sobre el discurso, la representación, los símbolos, los mitos, el lenguaje -la realidad es un texto-. 
En 1983, a los cien años de la muerte de Marx, varias universidades madrileñas y un par de fundaciones de izquierda celebraron un simposio sobre el filósofo de Treveris. Las intervenciones dieron lugar a un posterior volumen de casi 600 páginas, editado bajo la dirección de Román Reyes (“Cien años después de Marx”, Akal, 1986). Pues bien, entre las primeras páginas del libro me topé con un sugerente ensayo de Bunge. “El marxismo hoy”, se titulaba, en el que escribía cosas como las siguientes:  Si Marx fue un gigante en un siglo de gigantes (...) Original en cuanto pensó e hizo, resulta una ironía el que, un siglo después de su muerte, millones de personas resistan la originalidad y persistan en repetir acríticamente cuanto escribió.
Efectivamente; elemental querido Watson, la ortodoxia a hacer puñetas. Después se preguntaba “Qué tiene de científico el marxismo”, y, naturalmente se respondía y se despachaba a gusto. A partir de ahí, leí con bastante interés y algunas dificultades, “La ciencia, su método y su filosofía”, “Epistemología” y el muy interesante, es más, sugerente y refrescante “Materialismo y ciencia”, donde sentaba las bases científicas del materialismo de hoy y luego dirigía sus dardos críticos contra la dialéctica y la teleología, y finalmente contra Popper.
Bunge, desde la fría racionalidad del físico, abona el pesimismo de la inteligencia, porque advierte sobre las cualidades del mundo real y la resistencia que ofrece no sólo para ser conocido con cierta profundidad, sino también para ser transformado, con lo cual su obra es una vacuna contra el pensamiento dogmático, que modera también el optimismo de la voluntad; restablece el equilibrio entre la pasión y la mesura, que son dos rasgos que Weber atribuye a quienes se dedican a la política.
Bunge, a los que no estamos acostumbrados a la literatura científica, a veces nos resulta cansado de leer, porque es lógico y riguroso, pero transmite al lector la sensación de potencia y sensatez, de seriedad, frente a tanto discurso gaseoso.
Con más de cien años encima, nos ha dejado un físico, un gran filósofo y pensador de la ciencia; un humanista y una persona de izquierda. Es una gran pérdida. Para mí, lo es; ha sido un maestro a distancia, aunque yo no haya sido uno de sus mejores discípulos.

martes, 25 de febrero de 2020

La buena prensa del “procés”


Hay que admirar la habilidad y el tesón de los propagandistas del “procés” para que un proyecto reaccionario, autoritario y excluyente, que no hay por donde cogerlo desde un punto de vista medianamente cívico, haya logrado tener en el extranjero buena prensa no sólo entre gentes de izquierda, que deberían juzgarlo de acuerdo con valores propios de su credo, sino de personas bien intencionadas impulsadas por valores civiles, democráticos, igualitarios y solidarios.

Hace unos días, un artículo de Flores D’Arcais ”Una enorme y frágil esperanza” (El País, 6/2/2020), glosaba el programa del PSOE y Podemos en términos propios de la izquierda en los aspectos generales. Se podría decir que se mantenía en el marco de la ortodoxia desde el punto de vista de los valores tradicionales, pero, que, al final del texto, eran arrojados por la borda cuando se refería a la “cuestión catalana”, que merecía obviamente “un examen por separado”, que no aparecía, pero sí la conclusión.
“La permanencia en prisión de Junqueras y de todos los demás condenados sigue siendo una vergüenza y un obstáculo, y es de esperar que un Gobierno capaz de acrecentar rápidamente los consensos mediante su política social y de defensa de las libertades sepa encontrar las herramientas legales para ponerle fin. De lo contrario, la fragilidad podría derivar en desplome”.
Deduzco de sus palabras que algunas cosas de Salvini no le parecerán mal, ni tampoco el proyecto de la Padania.
Hace unos días, cenando con unos amigos franceses que estaban de paso, y hablando de todo, de la UE, de Francia, de Macrón, de los chalecos amarillos y, claro de España y del “procés”, me hablaron de la represión en Cataluña, de la violación de los derechos civiles, etc. 
Naturalmente, les saqué de esa percepción y les pregunté que dirían si los bretones decidieran de modo unilateral separar Bretaña de Francia. Eso es impensable, me contestaron sin dudar un minuto. Lógico. 
O sea que escindir una porción de un país es impensable en Francia, rechazable en Italia, injustificable en Alemania (Baviera), intolerable en Estados Unidos (les costó una guerra civil), pero es admisible es España. 
Debe ser que Spain sigue siendo different y que el independentismo es un producto "typical spanish".


Cómo hemos llegado...?


Respuesta a la pregunta de María José Peña ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Buena pregunta. las razones son muchas: ventaja institucional de origen (nacionalidad histórica, ley electoral); ventaja funcional (gobierno/régimen durante décadas); control de aparatos ideológicos (enseñanza, medios de información); ventaja coyuntural (sostener, bajo presión, gobiernos centrales); apoyo eclesiástico; control de la superestructura folclórica, deportiva, artística y cultural; victimismo y propaganda sistemática hacia dentro y hacia fuera; movilización de adeptos; pasividad de la sociedad civil catalana no soberanista; apoyo de la izquierda catalana y extracatalana; pasividad general ante el tema; errores de los gobiernos centrales.

Perdona que insista, María Maria Jose Peña, sobre un factor que no podemos olvidar, que es la voluntad de llevar adelante la separación. 
Tal como señala Carreras, "hoy paciencia y mañana independencia" es un propósito inquebrantable en Pujol y sucesores, que se han dedicado durante décadas a hacer país, es decir a hacer "nación", o sea nacionalistas e independentistas, que han constituido su base de maniobra, su tropa militante a la que han dirigido, desde la Generalitat, sin desmayo durante años. Y, en conjunto, ambos factores -base militante y dirección centralizada desde el poder institucional- suponen una ventaja sobre cualquiera que haya tratado de oponerse. Tengamos en cuenta, además, que los nacionalistas no han dejado el poder político -el Govern, la Generalitat- desde 1980, ni tampoco el poder cultural, mediático, etc.

jueves, 20 de febrero de 2020

Torra: nacido para estorbar


La mesa para abordar “el conflicto político” catalán, acordada por el PSOE y ERC, que era condición imprescindible para facilitar la investidura de Pedro Sánchez y aprobar los Presupuesto Generales, está atascada por la interferencia de Torra, que no quiere ejercer el papel de convidado de piedra.
La mesa fue una iniciativa de ERC, con la que Torra no se sintió comprometido, después quiso sumarse a ella pero infundiéndole un tono de confrontación, que desvirtuaba el espíritu e impedía el diálogo, después ha querido admitir en la mesa únicamente a los partidos independentistas (JunstxCat, ERC y la CUP) y a las asociaciones anejas ANC y Omnium, dejando fuera a los representantes de partidos que representan más de la mitad del electorado catalán.    
Pero, como President considera que no puede consentir que un socio de gobierno, con el que se disputa la hegemonía del secesionismo, le marque la agenda. Menos cuando tiene en su mano convocar las elecciones autonómicas, así que pretende actuar como si la mesa fuera una iniciativa suya.
En el PSOE tienen interés en que la mesa empiece funcionar para ver con qué se descuelgan en ERC, pues necesitan aprobar los Presupuestos cuanto antes. En ERC también tienen prisa por presentar sus demandas principales -amnistía y referéndum-, de difícil aceptación por la otra parte, pero Torra no tiene prisa y, además, por su condición de figura vicaria del “verdadero President”, carece de suficiente autonomía (y hasta de “verdadero” despacho) como para decidir sin consultar con el Gran Ausente. 
Tras la reciente entrevista de Sánchez y Torra, desde la Moncloa han propuesto el día 24 para la próxima cita, pero esa iniciativa, que no es una imposición, ha molestado a Torra, que la ha considerado una decisión “unilateral”, él que sabe tanto de actos unilaterales. Y ha propuesto, de entrada, los días 21 o 23, nunca el 24, por cuestión de agenda. Finalmente, Sánchez -acostumbrado a tragar sapos- ha aceptado la fecha del 26. Hay que fijar la composición de la mesa y aceptar o rechazar la figura de un relator, que es la última petición de Torra, por ahora, que no estaba en el acuerdo del PSOE y ERC.   
Claro que acordar algo con una persona como Torra requiere mucha paciencia. ¿Qué es Torra? ¿Qué ha hecho hasta ahora Torra para resolver alguno de los problemas de Cataluña o mejorar la vida de los catalanes? ¿O es que no se trataba de eso? ¿Cuál es el balance hasta ahora de su mandato como President de la Generalitat? ¿Con qué leyes, con qué actos, con qué disposiciones pasará a la historia de España, de Cataluña o de la hipotética república catalana?
Lo más leve que se puede decir de Torra como gobernante es que se trata de una nulidad. Aunque nadie debe llamarse a engaño, porque ya estábamos advertidos: él asumió el cargo de forma vicaria para impulsar la república catalana; es decir, para insistir en lo mismo y volver a la casilla de salida: “lo volveremos a hacer”.   
¿Y qué es lo que ha hecho? Gesticular y viajar a Waterloo, aprobar mociones a favor del “procés”, desobedecer las leyes, perder el acta de diputado, reprobar jueces, viajar a Waterloo, reprobar al Rey, proponer la celebración de un refrendo, viajar a Waterloo, poner lazos amarillos, poner pancartas amarillas, viajar a Waterloo, convocar una huelga general, viajar a Waterloo, apretar, apretar y agitar la calle, viajar a Waterloo, encabezar manifestaciones, cortar carreteras, amparar a los incendiarios, viajar a Waterloo, concluir la legislatura o quizá no, convocar las elecciones o no convocarlas hasta aprobar el Presupuesto en el Parlament, o quizá no…Y viajará a Perpiñan, a donde el Gran Ausente acudirá a un gran acto simbólico.
Hasta ahora, la labor legislativa de Torra ha sido estéril y la de oponerse al Estado español y hacer avanzar la república catalana se puede resumir en una sola palabra: estorbar, incluso a sus socios del Govern.

20/2/2020

sábado, 15 de febrero de 2020

Divide y no podrás


Se desconoce si la intención de Pablo Iglesias de tomar el cielo por asalto era haciéndolo todos juntos, en pandilla, o por “confluencias”, por grupos de gentes afines lanzándose a ocupar cada grupo la parte de un cielo único, o lanzándose al abordaje del paraíso autóctono, regional o, mejor aún, nacional, que le correspondiera en un cielo de cielos.
Esa duda, nunca aclarada expresamente, se fue disipando con la práctica y el tiempo, porque Podemos, una inestable confederación de grupos más que un partido que nunca se intentó formar como un solo grupo organizado y mucho menos centralizado, salvo el estricto grupo directivo -el núcleo irradiador-, se plegó muy pronto a la orografía política del país, al relieve ideológico del terreno, no sólo el establecido por el régimen autonómico, sino el acentuado por las demandas de los nacionalismos periféricos. 
Con lo cual, Podemos poco podía poner de su parte para resolver la tensión entre el centralismo y la periferia, o, mejor dicho, las tensiones entre comunidades autónomas y las de estas con la Administración central, sino al contrario, ya que, al plegarse a lo más hondo del terreno, a los valles profundos de la emoción identitaria, y solicitar, como solución a tales tensiones, la celebración de refrendos para ratificar la unión o justificar la separación respecto al Estado español de los territorios que lo demandaren, acentuaba la tendencia a la desintegración del país y del Estado; de ese mismo país y de ese mismo Estado que aspiraba a gobernar.
Lo que inicialmente sólo fue un ejercicio de oportunismo político, creyendo que así podría ampliar pronto y fácilmente su base electoral para reemplazar al PSOE como fuerza hegemónica de la izquierda -tarea que le sobrepasaba-, en poco tiempo se reveló que la maniobra, o la estrategia, que es peor, producía el efecto contrario.
Alimentando estas tensiones, y sin excluir errores de bulto en otros asuntos, en los territorios con un sentimiento nacional más profundo Unidas-Podemos ha ido perdiendo electores en favor de partidos autóctonos de larga tradición nacionalista y desapareciendo a ojos vista como fuerza independiente. 
Está sufriendo el proceso de desnaturalización y posterior absorción por los movimientos nacionalistas que sufrieron en su momento la izquierda comunista y los partidos de la extrema izquierda.
A las divisiones anteriores, ahora se añade la deserción de la taifa andaluza. 
Los anticapitalistas se separan de U-Podemos y se quedan en Adelante Andalucía, la coalición electoral convertida en un partido de tipo populista aún más apegado al terreno regional -confederal y andalucista-, que en el futuro será competencia electoral de Unidas-Podemos, para deleite de la coalición de derechas que ocupa la Junta de Andalucía.
El que la separación se haya alcanzado con un acuerdo "pacífico y empático" no impide considerarla una ruptura, una división, otra más de la izquierda y, peor aún, cuando se trata de una izquierda pretendidamente nueva, que, con muchas ínfulas y deseos de ganar -sus dirigentes sabían cómo hacerlo-, venía a superar los vicios y los errores de las anteriores izquierdas, acostumbradas a perder.  
La escisión andaluza perjudica a Unidas-Podemos como organización y debilita su posición en el gobierno de coalición con el PSOE; ahora es, sencillamente, un socio más débil en el Gobierno central -débil de nacimiento-, lo que aumenta su fragilidad y hace aún más difícil la legislatura.   
Pero lo ocurrido no es algo nuevo, sino la consecuencia lógica de su discurso: el partido de partidos es políticamente lo que mejor se corresponde con la nación de naciones. 
Teresa Rodríguez ha sido la última en decirlo. Y la moraleja es aterradora.

14 de febrero 2020


domingo, 9 de febrero de 2020

Raza superior

El nazismo transmitió a los alemanes, y convenció a millones de ellos, de que pertenecían a un pueblo elegido, a una raza superior, a un pueblo de señores destinado a gobernar a otros pueblos inferiores, y que esa misión dependía de que la raza superior se mantuviera pura, incontaminada, incluso que se perfeccionara en sus mejores cualidades, lo cual exigía eliminar a los inferiores, judíos, enfermos, discapacitados, locos, homosexuales y de paso a los adversarios políticos, es decir, a todos los que no compartieran ese programa. Esas ideas permitieron que mucha gente no precisamente rica, sino tenderos, zapateros, clase media baja, trabajadores en precario, miles de parados; gente pobre e incluso miserable sintiera el orgullo de pertenecer a una raza superior, aunque, desde el punto de vista de la clase, fueran inferiores, pero eso lo arreglarían las conquistas de la guerra, que traerían riqueza para todos los arios.

jueves, 6 de febrero de 2020

Kirk


Ha muerto Johnny Hawk. Descanse en paz, bajo una tosca cruz de madera, en algún rincón de las Montañas Rocosas.
No sé si se acuerdan ustedes de él: era el guía de una caravana de colonos que iba a donde van todas, al Oeste, atravesando, como siempre, un territorio indio que vivía en la precaria tregua de un tratado de paz a punto de romperse por la ambición de los rostros pálidos. En este caso dos fulanos malencarados (Walter Mathau y Lon Chaney, jr), que cambiaban a los indios oro por whisky barato.
Johnny se enamoraba de una india (Elsa Martinelli, que hacía su primer papel en Hollywood, antes de volver loco a Sean Mercer -John Wayne- por su manía de coleccionar elefantes en Hatari). Elsa era hija de un jefe sioux (el actor Eduard Franz, que, precisamente, hacía de doctor Sanderson en Hatari). La película se llamaba Pacto de honor (The indian fighter, André de Toth, 1955). Un entretenido western.
También ha muerto Dempsey Rae, vaquero sin rumbo y sin estrella, hábil en el manejo del revólver, amigo del whisky y enemigo acérrimo del alambre de espino (La pradera sin ley, King Vidor, 1955).
También ha fallecido una de las encarnaciones de John “Doc” Holliday, dentista y jugador, tísico y bebedor, y compadre de Wyat Earp (Burt Lancaster) y sus hermanos en el tiroteo del OK Corral, en Tombstone, en octubre de 1881 (Duelo de titanes, John Sturges, 1957).
Ha fallecido Matt Morgan, el sheriff de Pauly, cuya mujer -india cherokee- es ultrajada y muerta por Rick Belden, hijo del ganadero Craig Belden y cacique del lugar, y por Lee Smithers, otro insensato colega, actos que, naturalmente, pagan caros. En realidad, además de Lee, ambos Belden, padre e hijo (Anthony Quinn y Earl Holliman), mueren a manos del sheriff Morgan, que no quería matarlos, sino detener a los culpables del crimen para entregarlos al juez, pero la cosa se complicó. El último tren de Gun Hill (John Sturges, 1959).
También han encontrado su último atardecer el pistolero Brendan O’Malley, que en vez de un revólver colt lleva un pequeño derringer en la cintura (El último atardecer, Robert Aldrich, 1961), para enfrentarse al pertinaz y vengativo sheriff Stribling (Rock Hudson), y William Tadlock, el senador que antes de llegar a su destino moría despeñado, asesinado por una mujer enloquecida (Camino de Oregón, Andrew McLaglen, 1967), y el pistolero Lomax, compadre de Taw Jackson (John Wayne) en su Ataque al carro blindado (Burt Kennedy, 1967), donde finalmente no se hacían con el oro de Frank Pierce (Bruce Cabot).
Ha palmado Paris Pitman, el simpático ladrón con gafas (El día de los tramposos, Joseph Mankiewicz, 1970), que resulta serlo menos que el director de la cárcel (Henry Fonda). Y también ha fallecido el vaquero Jack Burns, en el western moderno Los valientes andan solos (David Miller, 1962).     
Y cambiando de género, si lo prefieren, ha muerto el arponero Ned Land (20.000 leguas de viaje submarino, Richard Fleischer, 1954), el legendario Ulises (Ulises, Mario Camerini, 1954), el canalla Whit Sterling (Retorno al pasado, Jacques Tourneur, 1947), el corredor de coches Gino Borgesa (Hombres temerarios, Henry Hathaway, 1955), el mismísimo Vincent Van Gogh (El loco de pelo rojo, Vincente Minnelli, 1956), Espartaco, el esclavo rebelde, (Espartaco, Stanley Kubrick, 1960), el honesto coronel Dax (Senderos de gloria, Stanley Kubrick, 1957), Einar, el vikingo tuerto (Los vikingos, Richard Fleischer, 1958) y tantos otros personajes en películas policiacas, bélicas, comedias o de aventuras, con entretenimiento asegurado.
Kirk Douglas, demócrata, contrario a la “caza de brujas” de McCarthy, solidario y defensor de los derechos civiles, era de esos actores que atraían al público a las salas (y a las mujeres a su cama, pues tenía fama de mujeriego) y aficionaban a chicos y grandes a ir al cine, cuando era una de las actividades, que, por poco dinero, permitían salir de casa en tiempos donde había pocas distracciones baratas y cómodas, pues, se podía viajar, conocer historias -y la propia Historia, reproducida en escayola y cartón piedra y amañada, claro, con aventuras, amoríos y traiciones-, vivir otras vidas y descubrir el mundo desde las raídas butacas de los cines de barrio. Y además comiendo pipas, que eran más baratas que las palomitas de ahora.  
Aunque parecía inmortal, ha muerto, con 103 años, el hijo del trapero -así titula Kirk sus memorias- ascendido a leyenda del cine desde la pobreza neoyorquina. Era el último de los hombres duros de una época dorada del cine, pero ahí quedan sus películas y los personajes a los que dio vida.
En su mayoría eran tipos de una sola pieza, voluntariosos y decididos, valientes hasta la temeridad -modelos varoniles- que él, favorecido por su físico y su actitud -su mirada y el gesto desafiante, casi iracundo-, supo representar muy bien, colocándose junto a Burt Lancaster, Robert Mitchum, John Wayne, Charlton Heston, Robert Ryan, Lee Marvin y tantos otros, en el Olimpo de los fardones. Era de los que han dado fundamento, con su arte y su trabajo, a la idea de Ilya Ehrenburg de que Hollywood es una fábrica de sueños, que con Kirk parecían realidades.    


domingo, 2 de febrero de 2020

Originalidad del "procés".

Por cierto, Santiago, sigo con tu libro "A golpes con el Estado". Pero no descarto del todo cierto parentesco de los hechos de 2017 con algunas versiones de los golpes de estado que alude Malaparte. Es cierto que no se trata de una conjura, de un golpe preparado en secreto, de tipo blanquista por unos activistas audaces, sino de algo promocionado larga y públicamente, y de una transubstanciación del poder del Estado en Cataluña. Pero, más que con el movimiento de los ayatolas en Irán, le veo semejanzas con el movimiento de masas mussoliniano, no del asalto al poder desde fuera, sino de apoyo desde fuera, a la transformación/usurpación desde dentro.
No se trata de un remedo de la marcha sobre Roma, sino de muchas marchas en Cataluña, para apoyar y empujar el desafío de la Generalitat. Lo curioso de este caso es que suma el prolongado adoctrinamiento de la población en la ideología de la minoría, la definición del objetivo con mucha antelación, el anuncio de los sucesivos pasos a dar, con la voluntad de desbordar la normativa legal por las buenas -iremos más allá de la ley- o de medidas sinuosas -hemos de burlar al Estado-, transformación interna del Estado y a la vez conspiración -leyes elaboradas en secreto y dadas a conocer a última hora y con el tiempo tasado, para abolir la Constitución y el Estatut- y medidas de excepción -amordazar a la oposición en el Parlament para impedir su reacción contraria-, confusión del ámbito público y el privado con asociaciones (ANC, OM) en la toma conjunta de decisiones políticas de las instituciones democráticas, y al mismo tiempo una continua movilización popular.
A mí, el "procés" me sugiere una gran originalidad, sin por ello dejar de percibir claramente sus objetivos. Y claro está, me asombra el triste papel jugado por los gobiernos centrales y los aparatos del Estado, sin verlo venir o sin querer actuar a tiempo.