Fracasado el intento
del PNV de formar gobierno, le toca al PSE el turno de intentarlo, sin que este
derecho surgido de las urnas y del sistema electoral haya reducido en los jeltzales el intento de quitarle legitimidad.
En la Comunidad
Autónoma Vasca, como en el resto de España, los ciudadanos no eligen
directamente al presidente del gobierno. El sistema es indirecto: los diputados
nacionales y autonómicos y, en el ámbito local, los concejales, una vez
elegidos directamente por los votantes eligen al presidente, y en el caso de
los ayuntamientos, los concejales eligen al alcalde. En todos los casos se
estima (la ley no lo prescribe) que el primer nombre de la lista de candidatos
más votada será el presidente del gobierno central, autonómico o municipal,
pero si la lista no alcanza el quórum necesario para formar gobierno y designar
al presidente, entonces el gobierno lo forma quien puede agrupar la mayoría
suficiente. Y tan legítimo es un gobierno salido de la mayoría obtenida por un
solo partido como el que resulta de un acuerdo entre varios. La legitimidad
está en el respeto a la norma. Es legítimo el gobierno surgido de la norma. Y
la norma en este caso no se ha vulnerado. Esta es una de las formas de la
legitimidad habitual, racional o legal, según la terminología de Weber, en los
sistemas democráticos modernos. Lo que ocurre es que en el País Vasco han
venido actuando dos ingredientes premodernos -la tradición y el carisma- que
han atribuido a la norma un plus de legitimidad. Tanto es así, que se han
superpuesto a la norma de tal modo que la norma sólo es legítima si se
subordina a estos componentes. La norma sólo es válida si asume los elementos
de tradición y carisma representados por los nacionalistas; si no es así,
aparece un choque entre la legitimidad de la norma democrática y la otorgada
por la tradición y el carisma, que no lo es.
El carisma no reside en
los rasgos del candidato a presidente, Ibarretxe tiene poco atractivo personal, sino en el partido, que es el que
mantiene la pureza de los mitos y conserva las tradiciones históricas, que en
el ambiguo y exagerado discurso de los nacionalistas aparecen como milenarias.
El carisma expresa el elemento
natural, lo étnico, lo cultural y espontáneo, que se consideran anteriores a lo
artificial -la política y el Estado-, de modo que el sistema político sólo es
legítimo si se somete al carisma y a la tradición, que expresan lo natural y
permanente del pueblo vasco, frente a lo mudable que es la política, un
producto de las convenciones. Estos rasgos están representados exclusivamente
por los partidos nacionalistas, que aunque sean violentos gozan de más
legitimidad que los que no lo son, porque representan las esencias de lo vasco.
El nacionalismo disfruta de una legitimidad autoatribuida con la perversa intención
de gobernar en exclusiva; algo así como un traje a medida, confeccionado por
quien dicta la moda.
Eso
explica el tono plebiscitario que han tenido hasta ahora las campañas
electorales de Ibarretxe, en las cuales no se dirimía un cambio de gobierno más
que en apariencia, sino que el verdadero objeto era brindar al pueblo vasco la
oportunidad de ratificar la deriva soberanista y el frente nacionalista con que
ha gobernado el PNV. El lendakari actuaba no sólo como el jefe de un gobierno
democrático sino como un hombre excepcional en un partido con una misión
providencial: era el profeta que debía conducir al pueblo vasco a construir el
país prometido por Arana a todos los vascos y las vascas, naturalmente
nacionalistas.
Pero
lo que ha sucedido es que el resultado de las elecciones no ha mostrado la
inequívoca voluntad del idealizado pueblo vasco, sino las preferencias de los ciudadanos en la terca diversidad de la
sociedad vasca real, y sin que haya desaparecido el sentimiento nacionalista,
se abre por primera vez en muchos años la posibilidad de que el Gobierno de la
Comunidad Autónoma no responda exclusivamente a la motivación nacionalista.
Los
nacionalistas aseguran que el nuevo gobierno será antinacionalista, o españolista, pero eso, de
momento, está por ver. El nuevo gobierno, sea cual sea, debe tener muy presente
que la sociedad es muy compleja, que no puede gobernar contra los ciudadanos
nacionalistas, pero tampoco dejar en el desamparo a los que no lo son, que es
lo que ha ocurrido hasta ahora.
Nueva
Tribuna, 13 de marzo 2009
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