Tal como está el patio, es probable que Alberto
Garzón contase con que su opinión sobre la ganadería intensiva publicada en un
diario inglés provocara la crispada respuesta de la oposición para hacerle
picadillo, pero es más difícil pensar que esperase la insólita actitud adoptada
por compañeros de gobierno.
Teniendo en cuenta que llovía sobre
mojado en el asunto de la carne y que el ministro de Consumo procede de
Izquierda Unida, partido calificado de bolivariano, se entiende que las
derechas hayan reaccionado como si Garzón hubiera ofendido directamente a los
ganaderos y al ganado patrio.
Algunos ministros se han desmarcado de
las declaraciones de su compañero, y el Jefe del Gobierno las ha encontrado inoportunas.
La carne de la cabaña española es de la
mejor calidad, ha asegurado García Page de modo bastante imprudente, pues hay
carne de diferentes precios y, por tanto, de distintas calidades -eso es el
mercado, señorías-, aunque las terneras, los corderos, los cerdos o los pollos
sean españoles y muy españoles.
El ministro de Agricultura, Luis Planas,
inspirado en la canción infantil de “Antón Pirulero, cada cual atienda a su
juego, quien no lo atienda pagará una prenda”, ha pedido a Garzón que se ocupe
de sus asuntos, separando la agricultura y la ganadería como negocios, cuya
protección parece ser la primera o quizá única competencia de su ministerio, del
destino de sus productos, que es el consumo humano, que compete al negociado de
Garzón y, además, al de la ministra de Sanidad.
Para la derecha, que ha montado una
escandalera sobre algo que el ministro ni dijo ni piensa, cualquier opinión que
suponga alguna limitación, por sensata que sea, al interés del capital privado
es una blasfemia, y ese es el meollo del asunto.
Lo que está sobre el tapete es el modelo
productivo que España debe impulsar, dentro de los acuerdos sobre el calentamiento
global y de las recomendaciones de la Unión Europea, que no es partidaria de
las macrogranjas. Y eso es lo que se debe discutir.
La derecha, que niega el cambio
climático, defiende, envuelto en palabrería, un modelo productivo depredador, que
aplicado a la ganadería concentra miles de reses en muy poco espacio -en esto
se asemeja al modelo inmobiliario para las personas-. Se trata de aprovechar al
máximo el terreno, concentrando en poco espacio mucho ganado para ser explotado
con técnicas industriales; es el taylor-fordismo aplicado a la ganadería, con
las reses, como los obreros en las fábricas, fijadas al puesto de trabajo con
la única misión de producir la mayor cantidad de leche o de carne -fábricas de
chuletas- en el menor tiempo posible; o sea, instalar en el establo la disciplina
fabril manchesteriana para animales, que tan buenos resultados ha dado al explotar
a los humanos.
Es un modelo con el que no pueden
competir las medianas explotaciones y, que, de extenderse, como parece ser la
intención de sus ardientes defensores, acabará con las granjas pequeñas, pues las
grandes explotaciones con miles de reses requieren grandes inversiones de
capital, en buena parte extranjero, moderna tecnología y, además, ofrecen pocos
puestos de trabajo. No ofrecen carne o leche de mejor calidad que las pequeñas
explotaciones, pues el rápido engorde está incentivado con hormonas y el estrecho
contacto de animales concentrados en muy poco espacio facilita el contagio de
enfermedades, que se intenta prevenir con la administración de fármacos, que afectan
al sabor y a la calidad del producto y se pueden traspasar a los consumidores.
Un ejemplo de esta posibilidad tuvo
lugar a principios del milenio con la encefalopatía espongiforme bovina transmitida
a las personas, en el caso de las llamadas “vacas locas”, que produjo casi trescientos
afectados y algunos muertos, obligó a sacrificar millones de reses y a prohibir
el consumo de ciertas partes de los animales, como el cerebro, la médula
espinal y las vísceras. Recuerden el consejo de la ministra Celia Villalobos
sobre el caldo sin hueso.
El modelo de ganadería intensiva genera gran
cantidad de residuos, que contaminan el suelo y el agua, y facilita la emisión
de gas metano. Y fomenta, claro está, el consumo de carne, un modelo de dieta
importado, que, además de acabar con la dieta mediterránea, es poco sano y
facilita la aparición de dolencias en el aparato digestivo y en el sistema
circulatorio.
Es, en suma, un tipo de negocio poco responsable,
que produce mucho beneficio privado a corto plazo, pero tiene un alto coste medioambiental
y sanitario, que se carga sobre la administración pública, obligada a soportar las
pérdidas contables de las empresas.
De todo esto hay estudios que el
Gobierno debería difundir, en vez de tratar de apaciguar las impostadas iras de
las derechas, que no se van a contentar con nada, pues lo que pretenden es que
dimita un ministro para desgastar a un gobierno que califican de ilegítimo.
Pero esa es la táctica de la derecha desde hace décadas: en España, cualquier
gobierno que no sea de derechas es ilegítimo por naturaleza.
Si el Gobierno no reacciona y asume su
papel como dirigente del país, dará por buenos tres supuestos que respaldan la
reacción de las derechas. El primero alude a un modelo de negocio ganadero que sólo
contempla el corto plazo, es depredador y social y climáticamente irresponsable.
El segundo es asumir la posición de la derecha respecto al cambio climático,
que es negarlo, como se puede comprobar hoy con la propuesta de la Junta de
Andalucía de legalizar la extracción de agua del parque de Doñana, que los
regantes de la zona realizan clandestinamente, pero sin molestias, desde hace
décadas. Legalización que sería un disparate cuando se anuncian sequías prolongadas.
Y ayer, con el impuesto al sol de Rajoy, o la indiferencia con que enviaron el “Prestige”
a que se hundiera mar adentro, sin importar mucho los “hilillos de plastilina”
que salían del petrolero y las playas inundadas de chapapote.
Y el tercero, es que se puede conceder la
dimisión de un ministro cargado de poderosas razones, para detener una campaña
de descrédito basada en bulos, mentiras y en la irracionalidad de dos partidos,
que, sin programa y enfrentados entre sí, compiten por ver cuál de los dos provoca
la caída del gobierno para alzarse con el caudillaje de toda la derecha.
Por estas razones, el Gobierno haría mal
en acceder a tan demagógica petición sirviendo a la oposición, como si fuera
una bandeja de carne picada, la dimisión del ministro de Consumo.
El obrero. 13 de enero de 2022