viernes, 27 de noviembre de 2015

Crédulos insurrectos


A propósito de la noticia: ICV, EuiA y Podemos apoyan la insumisión fiscal de la diputación de Barcelona propuesta por CDC, ERC y CUP.

Crédulos insurrectos. Parten de un axioma, que es falso: el dinero que hay en Cataluña es para los catalanes, luego, infieren, el dinero que hay en Barcelona es para los barceloneses y se debe administrar en Barcelona.
Pero, ¿el dinero que hay en Barcelona está realmente generado en Barcelona y no en Cataluña o en el resto de España (o de Europa)? ¿y reside en Barcelona? ¿O reside también en Suiza, Andorra, o más lejos?- y ¿de quién es, de dónde procede ese dinero que hay que administrar? ¿Quiénes contribuyen fiscalmente y en qué proporción? ¿Van a corregir, los insurrectos, la desproporción fiscal actual entre lo que aportan los salarios, un promedio del 22%, lo que aportan los autónomos, un promedio del 24%, lo que aportan las grandes empresas, un promedio del 6%, y lo que no aportan los que lo evaden? De lo cual resulta que quienes gritan "España nos roba" hacen tabla rasa de lo anterior.
Lo que en realidad sucede es una solidaridad entre asalariados de toda España, porque el sistema está montado así: la mayor parte de los impuestos recaudados por el Estado procede de las rentas del trabajo y de los impuestos indirectos, del consumo diario de la población, de la cual los asalariados son la parte mayor; las rentas altas están mimadas por Hacienda, que les da un trato de favor y tolera, además, el fraude fiscal, como un alivio adicional para los empresarios. Del dinero recaudado, el Estado destina una parte a las grandes empresas, a sanear bancos y a conceder subvenciones, por ejemplo el Plan PIVE, que beneficia, entre otras, a la SEAT, o a permitir subidas abusivas de tarifa, que benefician a las compañías eléctricas o energéticas (catalanas también).
Resumo: las empresas catalanas se benefician, igual que todas las demás, de la legislación vigente, que prima los intereses privados sobre los intereses públicos, el interés del capital sobre los intereses del trabajo, y en especial los intereses de los grandes capitales, que compiten a escala regional, nacional y mundial.

Lo siento, muchachos, el capitalismo es así: el capital no conoce fronteras ni otro objetivo que no sea multiplicarse. Los nacionalistas, y los locos que les siguen, podrán adoptar decisiones como la que nos ocupa, intentando controlar el aire, pero la conclusión es la siguiente: respecto al capital, en la nueva Cataluña independiente quedarán los tenderos, los talleres, los negocios familiares, las pequeñas empresas, el comercio local o regional y se marcharán las grandes empresas y todos aquellos profesionales y trabajadores que aspiren a competir en marcos más amplios, en España, en Europa o en el mundo.

jueves, 26 de noviembre de 2015

Hablar, ¿de qué?


A menos de un mes de las elecciones generales, no nos pilla por sorpresa la negativa de Mariano Rajoy de mantener un debate público con dirigentes de los partidos que aspiran sucederle en la Moncloa.
Deberíamos estar acostumbrados a los silencios del Jefe del Gobierno -tres años y medio callado-, a su aversión a debatir en el Congreso y a dar puntual cuenta de sus decisiones, y a su afición a gobernar con decretos y a reemplazar la información debida a los ciudadanos por una tenaz campaña de propaganda. 
Sin embargo, la cantidad y la magnitud de los problemas que tiene delante el  gobierno en funciones, y que recibirá el que le sustituya, merece un cambio de actitud por parte del Ejecutivo para celebrar no uno, sino varios debates sobre una recuperación económica que no afecta a las rentas medias y bajas del país, la persistencia del mismo modelo energético y productivo, el desempleo y el lacerante aumento de la desigualdad, el modelo educativo, el deterioro de las instituciones, que el Partido Popular no ha dudado en manosear en función de su interés, las insoslayables reformas de la Constitución, del Senado, de la ley electoral para hacerla más proporcional o de la ley de partidos, cuya financiación tiene tanto que ver con la corrupción política y económica. También es menester debatir sobre la estructura territorial del Estado y el problema de Cataluña, sobre una reforma fiscal que aproxime la presión fiscal a la media europea, así como qué hacer para mantener la reserva de las pensiones o cómo restaurar el maltrecho Estado del bienestar, tras cinco años de recortar el gasto público. Y por eso fuera poco, se añade el problema del terrorismo yihadista, sobre el cual, el Gobierno guarda silencio, después de haber cambiado precipitadamente de posición. Postureo no le falta.  
Todo ello merece un profundo debate público, para que los ciudadanos puedan decidir con conocimiento y responsabilidad a quién entregan su voto después de haber recibido de sus representantes la información que merecen. Y el facilitarla no debe ser una opción motivada por la afición o aversión del Jefe del Gobierno a dar explicaciones, sino una obligación de quien ha dirigido el país durante cuatro años y espera hacerlo durante otros tantos, y de quienes aspiran a reemplazarle.
Es una mala broma que, en tiempo de elecciones, el jefe del Ejecutivo pueda arrogarse el derecho de elegir con quien acepta debatir y con quien no, olvidando que es un servidor público.
Lo propio del caso debería ser que el Jefe del Gobierno, y más si aspira a seguir siéndolo con otro mandato, se avenga a discutir no sólo sobre los asuntos que a él le interesen, sino sobre todos aquellos que sus oponentes le quieran plantear. Y ese debate debería tener lugar en un medio de información público, con independencia de otros que pudieran celebrarse atendiendo solicitudes de los medios de información privados. Pero la discusión sobre lo público no debería faltar, al menos una vez, en un medio público como RTVE. El debate político, como otros asuntos referidos a la gestión de lo público, no puede ser una opción del gobernante, sino que forma parte de lo que se les debe a los ciudadanos, y que, por tanto, no debe ser sustituido por comparecencias, debates, tertulias o entrevistas en medios de información privados, que pueden darse sólo por añadidura, pero nunca en lugar del primero.
Con su negativa a debatir con Albert Rivera y con Pablo Iglesias, Rajoy pretende reducir el papel de Ciudadanos y Podemos como fuerzas opositoras, como si eso dependiera sólo de él, mientras se muestra dispuesto a discutir con Pedro Sánchez, dando la impresión de no dar por enterrado el bipartidismo antes de que lo proclamen las urnas.
Ninguneados Iglesias y Rivera, Pedro Sánchez parece así legitimado como el único adversario a la altura de Rajoy, y el PSOE como la única fuerza capaz de oponerse al Partido Popular. Pero tal decisión no se sabe si es un elogio o un demérito para Sánchez, demasiado escorado ya en sus apoyos al Ejecutivo, al que el Partido Popular considera el único adversario capaz de ser vencido por Rajoy en un debate cara a cara. Lo cual, teniendo en cuenta la mediocridad del Jefe del Gobierno, debiera preocupar a los estrategas del PSOE, si no están ciegos del todo.   
El escarnio aumenta cuando el Presidente del Gobierno acude a una emisora  privada, ideológicamente afín a sus ideas, a participar en una tertulia de fútbol.
Como recordamos lo que dijo Rajoy en la campaña electoral de 2011 y lo que luego ha hecho desde el Gobierno, y sabemos, sin más concreción, que promete más de lo mismo para la próxima legislatura, cabe sospechar, usando recursos retóricos de Javier Krahe, lo que Gran Jefe callar con lengua de serpiente.

26-11-2015.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Y la luz se hizo negocio

Good morning, Spain, que es different
Noticia de ayer: Reparto de beneficios
"Endesa repartirá todo su beneficio ordinario neto entre los accionistas, en efectivo, entre 2015 y 2019, según el plan aprobado ayer por el consejo de administración de la empresa. Esto supone que el reparto, que se aplicará “salvo cuando concurran circunstancias excepcionales”, supone que Enel se asegura el 70% de los beneficios obtenidos por su filial española" (El País, 24-XI-2015).
Noticia de hoy: En cuatro años la luz ha subido el 10%
"Para el pequeño consumidor, la evolución del recibo de la luz se asemeja a una cuesta arriba. Pese a las reiteradas promesas del Ejecutivo de abaratarlo y garantizar una gestión más transparente, el usuario todavía no ha visto ninguna modificación significativa de este capítulo de gasto. Al contrario, el precio de la electricidad ha ido creciendo en el último lustro: entre 2011 y 2015 ha subido más de un 10%, de acuerdo a la información hecha pública este martes por la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia". (El País, 25-XI-2015).
Noticia de 2009:
"Endesa ya es italiana. En pleno inicio del Carnaval 2009, la gran eléctrica española, que es también la primera compañía privada del sector en América Latina, ha cambiado de ropaje y se ha desprendido de la última prenda hispana. Tras 17 tormentosos meses de relación, en los que han salido a relucir hasta nombres de cuñadas, Acciona ha acordado vender al grupo italiano, participado en un 30% por el Estado, el 25% del capital de la eléctrica a 41,95 euros por acción. Eso suma 11.107,4 millones: 8.217,9 en efectivo y unos 2.889,5 millones en activos renovables, eólicos e hidráulicos. Enel, que protagonizó con Acciona la ofensiva contra la OPA de la alemana E.ON sobre Endesa, pasará a controlar el 92% de la eléctrica". (El País, 21-II-2009).

Desnacionalización de ENDESA


Después de un breve tira y afloja, el grupo italiano ENEL, que cuenta con el 30% de capital público, acaba de comprar el 25% del capital de ENDESA a la empresa española ACCIONA, con lo cual alcanza más del 90% del capital de la eléctrica. De este modo, una importante empresa pública española, que había dejado de serlo al ser privatizada, ha pasado a ser ahora una empresa pública italiana. Pero volvamos la vista atrás.
ENDESA fue una de las más grandes y con mejores resultados empresas públicas privatizadas. En 1995, junto con REPSOL y Telefónica obtuvo más de 500.000 millones de pesetas de beneficios (más de 3000 millones de euros). El PSOE la privatizó un 31%, en dos tandas, y luego, un 55%, lo hizo Aznar, que la puso en manos de un equipo de adeptos presidido, primero, por Martín Villa y después por Manuel Pizarro, el cual se opuso en 2005 a venderla a Gas Natural, apoyado por el PP, que, desde la oposición, armó la marimorena para impedir la operación.
Recordemos que Esperanza Aguirre, legitimando las demandas políticas de Carod Rovira, afirmó que si la catalana Gas Natural compraba ENDESA, la empresa saldría del territorio nacional. Claro que eso no impidió que tanto la eléctrica como el PP apoyaran la venta al grupo alemán E.ON. Antes alemana que catalana fue la consigna, y la oferta preferida por Pizarro, que al fracasar provocó su dimisión.
El Gobierno de ZP, careciendo de guión también en este caso, se enzarzó en un debate político-económico con el PP, con el Estatut al fondo, maniobró torpemente y acabó forzando una cogestión de ENDESA entre la española ACCIONA y el grupo italiano ENEL, alianza que acaba de deshacerse.
ENDESA ha pasado a manos de ENEL y ACCIONA ha obtenido 1.900 millones de euros de plusvalías por una venta que asciende a 11.000 millones, en números redondos, que servirán para enjugar las pérdidas y los créditos que acumula por sus fallidas operaciones como empresa constructora.
Con la venta de ENDESA, el grupo energético español ha perdido posiciones estratégicas en América Latina (Argentina, Brasil, Colombia, Chile y Perú) y ha dejado a su competidora italiana en posición destacada en el Mediterráneo. Así que, desde el punto de vista de los intereses nacionales, la operación puede calificarse de poco brillante, pues traiciona al menos dos de los objetivos explícitos -la expansión iberoamericana y el capitalismo popular- con que Aznar y su vicepresidente Rato justificaron aquellas privatizaciones.
Pero desde la OCDE parece que se solacen con operaciones de este tipo, pues nos han dado las gracias por abrir nuestros mercados. Un informe reciente señala que, en los últimos 10 años, España ha realizado un amplio, profundo y sostenido proceso de reformas para abrir más sus mercados a las presiones competitivas. España, que ha pasado del puesto 19º en 2003 al 7º en 2008, ha sido el país, de los 30 que son miembros, que más posiciones ha avanzado en reducir los límites a la adquisición de acciones de empresas públicas por extranjeros, superando en ocasiones con creces las exigencias de la UE. El Informe afirma que España ha hecho bien los deberes. Pues, ¡Qué bien! ¡Qué buenos alumnos somos! ¡Qué aplicados discípulos neoliberales!
Pero no hay que alegrarse demasiado por este afán liberalizador si atendemos las advertencias que Miguel Boyer, un reconocido adalid del mercado libre, ex ministro del PSOE, hoy en FAES, hacía en un reciente artículo (El País, 28-XI-2008), en el que apostaba por el Estado español antes que por la oferta de la rusa Lukoil para adquirir REPSOL: España ha ido a la privatización de empresas con una ingenuidad excesiva respecto a las prácticas de sus vecinos de la Unión Europea (con la excepción del Reino Unido). En efecto, tanto Francia, en Electricité de France, e Italia, con ENEL y el ENI, han mantenido participaciones estatales determinantes para orientar la gestión de sus grandes empresas del estratégico sector de la energía en el sentido de los intereses nacionales. Jugar con las reglas de un liberalismo puro, como si el sector de la energía estuviese compuesto por pequeñas empresas en libre competencia, en vez de ser un oligopolio de gigantes operando en un mercado que explota recursos naturales limitados y que, desde su origen a principios del siglo XX, ha sido un factor geopolítico clave, es un juego de una candidez inusitada. Más claro, el agua.
¡Qué cara de gilipollas se les debe de haber puesto a algunos de nuestros sinceros e ignorantes conversos al ultraliberalismo al leer a este maestro! Y qué cara de estafados se nos ha puesto a quienes hemos visto como Aznar disponía de bienes públicos, que son patrimonio colectivo, para enriquecer a sus amigos, que ahora se los venden al gobierno de Berlusconi.
"ENEL bote", Nueva Tribuna, 23-2-2009.

lunes, 23 de noviembre de 2015

La Transición. 2

Good morning, Spain, que es different

"El vigente régimen político surgió en unas circunstancias poco favorables para instaurar un sistema democrático acordado entre fuerzas políticas contrarias, y hasta hacía poco tiempo enemigas -una transición por transacción-, y menos favorables aún para la izquierda, que emergía a la luz pública -salía de las catacumbas, según una frase del momento- tras sufrir una larga etapa de exilio y persecución. 
A las dificultades políticas internas, como la resistencia de los inmovilistas del régimen (el bunker) atrincherados en los aparatos del Estado, las presiones del Ejército -el ruido de sables-, de los grandes poderes económicos, de la banca y de la Iglesia católica -los poderes fácticos-, del terrorismo -el ruido de bombas-, y teniendo como fondo omnipresente la crisis económica, se unieron las presiones externas. De Estados Unidos y la OTAN, en primer lugar, para evitar que el final de las dictaduras de Grecia, Portugal y España pudiera favorecer la llegada de gobiernos de izquierdas que alteraran la correlación de fuerzas en Europa a favor de la URSS y de los países del Este. Tampoco faltó la presión de Marruecos -la marcha verde-, ni la del Vaticano -la marcha púrpura, menos visible pero efectiva-, ni la más suave, procedente de la Europa democrática. 
Como elementos positivos, hay que señalar la perspectiva de hallar acomodo en el Mercado Común Europeo -la Europa de los Nueve era un horizonte cercano-, y el aliento de la cercana revolución de los claveles en Portugal, aunque también se debe apuntar el efecto desmoralizador del golpe militar patrocinado por la CIA, que derrocó, en 1973, al gobierno legítimo de Chile, presidido por socialista Salvador Allende; un serio aviso de Washington a las izquierdas. 
Con una correlación de fuerzas claramente desfavorable, la izquierda, bisoña y dividida en tres corrientes -socialdemócrata, comunista y revolucionaria- a su vez divididas, se comportó con una generosidad no correspondida por la derecha y se dejó llevar por la prisa de los reformistas del régimen, lo que alimentó el oportunismo y el olvido de algunos de sus postulados esenciales. 
A día de hoy, se puede aceptar que la Transición se hizo como se pudo, con más o menos acierto, bajo presiones nacionales e internacionales, ambigüedades, inexperiencia, abandonos y con el recuerdo de la II República y de la guerra civil en la memoria; que fue un apaño para salir del paso en una situación muy difícil, donde otra vez volvía a coincidir una crisis política nacional con una crisis económica internacional. 
Pero todo lo que vino después, que fue privando al régimen político democrático de apoyo ciudadano, no estaba previsto. No era obligatorio hacer las cosas como luego se hicieron, y en los cuarenta años transcurridos, se podían haber corregido algunas de sus limitaciones iniciales y conseguido, mediante las oportunas consultas populares, una legitimidad democrática que reemplazase aquella problemática legitimidad de origen, que lo vinculaba a la dictadura, haciendo buena la idea de Franco de que todo quedaba atado y bien atado. Se pudo haber hecho, pero no se hizo, y en vista de cómo sucedieron las cosas, donde no todo ha sucedido por accidente o impericia. Y donde los vicios de funcionamiento se han sumado a las carencias de origen, cabe sospechar de un sesgado diseño institucional, en el que espurios intereses de grupo pudieron prevalecer sobre las aspiraciones generales del país en los pactos del celebrado consenso".

R. Cotarelo & J. M. Roca: "Epílogo" de "La antitransición. La derecha neofranquista y el saqueo de España", Valencia, Tirant lo Blanch, 2015.

¿Clases sociales?

Good morning, Spain, que es different

Anoche, en "Salvados", Jordi Évole dedicó el programa a la conciencia de clase, de eso iba la cosa, aunque bajo el aspecto de hablar de la clase media y de la clase trabajadora, y de la ubicación social de las personas entrevistadas en una u otra. Buena parte del programa la dedicó a entrevistar a Owen Jones, autor de "Chavs", libro de obligada lectura, así como el propio programa de Évole que debería ser distribuido por todos los centros de enseñanza del país.
Jones, con un lenguaje sencillo pero muy preciso, habló del destructivo proyecto social de Margaert Thatcher, del despiste de la izquierda y del declive de los sindicatos, pero también de su esperanza en que los trabajadores escapen de la voluntaria subordinación a los valores del capitalismo y construyan un mundo más justo.
Acompaño una cita del libro de Jones: "El orgullo de ser de clase trabajadora se ha visto minado durante las últimas tres décadas. Ser de clase trabajadora se ha empezado a ver cada vez más como una identidad que hay que dejar atrás. Los lazos de la antigua comunidad que venían de la industria y de la vivienda social se han roto. Pero la identidad de la clase trabajadora antes era algo fundamental en la vida de gente que vivía en comunidades como Barking y Dagenham. Daba un sentido de pertenencia y valía, así como un sentimiento de solidaridad con otra gente del lugar. Cuando este orgullo fue arrancado, dejó un vacío que el despertar de la bestia del nacionalismo inglés ha llenado en parte".

Espantá

Good morning, Spain, que es different

Con el progresivo declive de la “fiesta nacional” (y regional) se van perdiendo en el lenguaje ordinario palabras y frases del léxico de la tauromaquia, que a veces suplen con ventaja términos utilizados para describir o analizar comportamientos políticos. 
Algunas sentencias taurinas son muy conocidas: hacer el paseíllo, estar al quite, lidiar, echar un capote, salir por la puerta grande, salir a hombros, cortarse la coleta, tirarse al ruedo, ver los toros desde la barrera, brindar al sol, enfrentarse a un miura, crecerse con el castigo, cargar la suerte, recibir un rejón, coger el toro por los cuernos (de tu padre, que decía un amigo, cuando se enfadaba), cambiar el tercio, torear de salón, hablar a toro pasado, ponerse la montera, saltar a la torera, rematar la faena, entrar a matar, dar la puntilla, dejar para el arrastre; hacer una faena de aliño, despachar con un natural, hacer un desplante o, entre muchas otras, dejar la lidia con una “espantá”, que es la vergonzosa fuga del diestro cuando certifica que el toro que le ha caído en suerte le tiene manía. 
Pues bien, eso es lo que ha hecho el Gobierno de un día para otro, desdecirse con una espantá de órdago, al corregir el ofrecimiento hecho al gobierno de Hollande de relevar a sus tropas en África central para permitir que el ejército francés pueda destinar más recursos a combatir al Daesh.  
Hace un par de días, Ramón Cotarelo decía en estas páginas (de Publicoscopia) que el Gobierno español había decidido ir a la guerra pero poco, como Gila cuando hablaba de pedir balas prestadas al enemigo y de matar flojito. Rajoy había decidido ir a la guerra pero a retaguardia, a cuidar las espaldas de los gabachos. Era un sí, pero no; un sí pero poco, un sí temeroso de que la decisión de ayudar a combatir al Daesh tras los brutales atentados de París, pudiera tener un efecto electoral tan negativo como el que tuvieron los atentados del 11-M sobre las elecciones de marzo de 2004, que Rajoy, entonces candidato a la presidencia del Gobierno, daba por ganadas.
Pero, hete aquí, que tras el reciente ataque terrorista en Malí, con el secuestro de 140 personas en un hotel de Bamako cuyo rescate ha dejado 27 muertos, el Gobierno español ha desautorizado al ministro de Asuntos Exteriores y ha dejado la oferta en suspenso.
Lo cual abunda en la idea de que somos un país de sainete y de que en el crucial problema de luchar contra el terrorismo, cuando parecía que Rajoy, dejando el papel de Don Trancredo, había saltado al ruedo para ligar un par de pases decentes, resulta que también carecemos de estrategia internacional en esa región del planeta y ofrecemos el triste espectáculo de una espantá.
El tema no es nuevo, pues hace cuarenta años, el gobierno español ordenó al ejército un precipitado avance sobre retaguardia ante la llamada “Marcha Verde”, una audaz maniobra del gran amigo de España, el monarca marroquí Hassán II, para quedarse con un territorio que nunca había sido suyo, aprovechando la confusión que suscitaba la enfermedad de Franco y el ocaso de la dictadura.
La pérdida de una provincia española, pues eso era, poblada por 70.000 personas según el censo de 1975, con una superficie de 266.000 kilómetros cuadrados, la mitad de la Península ibérica, no pudo ser compensada, ni siquiera simbólicamente, con el episodio de la reconquista del islote Perejil, poblado con cuatro cabras y seis gendarmes marroquíes, efectuada en tiempos del glorioso Aznar.  
No digo que volvamos a los tiempos del heroísmo patriotero del “más vale honra sin barcos, que barcos sin honra”, que nos valieron la estrepitosa derrota del 98, pero, ante tanto manotazo y tanta indecisión, un poco de seriedad ante asuntos de tanta trascendencia no nos vendría mal, si queremos que por ahí fuera nos tomen en serio. Y tiene que haber alguna posición intermedia entre el ardor guerrero mostrado por el gobierno francés y el ataque de disentería mostrado por el gobierno español. 

sábado, 21 de noviembre de 2015

La breve Transición

Good morning, Spain, que es different

En su interesada revisión de la historia reciente, la derecha hace tiempo que puso en circulación un discurso que describe la Transición como un proceso de negociación entre una élite autoritaria pero reformista y una élite democrática pero utópica, en el que, renunciando cada una a partes sustanciales de su programa, llegaron a un acuerdo -el celebrado consenso-, que fue satisfactorio para ambas y, en consecuencia, beneficioso para todos. 
"Lo que sucede es que en la nueva versión palaciega, difundida por el Partido Popular, se elimina la movilización popular, se reduce el papel de las élites civiles, en particular el de los partidos de la izquierda, y se acentúan la labor de la derecha, el protagonismo del Rey y la capacidad de sus consejeros para conocer e impulsar los elementos de cambio que permanecían latentes en el seno la dictadura, que la izquierda no quiso o no pudo ver. Bastó con que el Rey quitase el tapón representado por el gobierno de Arias y Fraga y los personajes más nostálgicos del franquismo, para que fluyera libremente el talante democrático del régimen, largo tiempo contenido.
Una interpretación extrema y paradójica de esta versión reduciría la Transición a dos días: el tiempo transcurrido entre la muerte del dictador, ocurrida el 20 de noviembre de 1975, y la insólita proclamación, dos días después, de un rey demócrata en las Cortes franquistas, las cuales, con la Ley de Reforma Política de 1976, abrirían el camino legal a las reformas que el régimen contenía. O sea, la historia de un país conducido por dos hombres de excepcionales cualidades: un caudillo y un rey; un par de titanes".

(J. M. Roca: "Desmemoria y reinvención del franquismo", La oxidada Transición, Madrid, La linterna sorda, 2013.

jueves, 19 de noviembre de 2015

20-N

Good morning, Spain, que es different
Hoy hace cuarenta años que murió Francisco Franco, Generalísimo de los Ejércitos y Caudillo de España "por la gracia de Dios"; el hombre que gobernó de modo despótico el país durante cuarenta años; el que retuvo en sus manos tanto poder como un monarca absolutista; el hombre que, con apoyo de la Iglesia, utilizó el símbolo cristiano de la cruz para combatir a los pobres contando con el beneplácito de los ricos; el hombre que en su escueto programa político resumió los miedos y los intereses de las tradicionales clases altas y de la Iglesia; el hombre que se creyó designado por Dios pero fue financiado por la banca; el hombre que se alió con Hitler y con Mussolini, pero sobrevivió a ambos dictadores; el hombre que negó la lucha de clases, pero impulsó la venganza les clases altas sobre las clases subalternas; el hombre que castigó con fiereza a los que, por breve tiempo, habían soñado ser dueños de sus condiciones de vida y trabajo; el hombre que dedicó su vida a impedir que los trabajadores pudieran luchar por sus derechos; el hombre que designó que el papel de la mujer era el de ama de casa y reposo del guerrero o bien servir a Dios como monja; el militar el que persiguió a sus enemigos hasta el exterminio; el hombre que hasta los últimos días de su vida estuvo recordando su victoria; el que no tuvo piedad con los vencidos; el que confundió España con su régimen y el país con sus fanáticos partidarios; el que consolidó los peores vicios de la vida política del siglo XIX; el militar que trajo la tercera restauración borbónica; el hombre obsesionado con la conspiración del comunismo, el judaísmo y la masonería; el hombre que odiaba la Reforma, la Ilustración y el mundo moderno y quiso retroceder al Antiguo Régimen; el hombre que aborrecía los partidos políticos pero asumió el mando del partido único; el hombre que creyó gobernar un imperio inexistente y quiso rehacer el país sobre el modelo de la sociedad barroca del siglo XVII; el hombre que representó de forma extrema a una derecha política incapaz de plantearse y resolver los problemas de su tiempo. 
El hombre cuya nefasta influencia no concluyó con su muerte hace cuatro décadas, sino que ha de pesar sobre el país durante cien años.

Islamismo y romanización 1

Comentarios al documento: 
Occidente contra el mundo islámico. Algunas claves para entender el conflicto, de Ramón Fernández-Durán

Ramón:
He leído el borrador de uno de los capítulos de tu próximo libro y me ha gustado. Hay ahí mucho trabajo invertido, un conjunto de ideas sugerentes sobre nuestra época, tan dramática como apasionante, y una interpretación bastante coherente de los últimos acontecimientos, en la que coincido a grandes rasgos con tu enfoque, especialmente en el asunto de la división de Palestina y en la putrefacción de la situación actual en el cercano Oriente, a la que veo difícil salida, como uno de los factores desencadenantes de la tensión de Occidente con el mundo islámico.
La creación, en 1948, del Estado de Israel, un régimen teocrático en sus fundamentos, montado sobre la interpretación más fanática -la sionista- de una religión monoteísta y dogmática por su propia naturaleza, me parece una de las decisiones más desafortunadas de la ONU y de las grandes potencias, las cuales, en el clima emocional de la segunda posguerra mundial, con un notable sentido de culpa por no haber sabido (o querido) parar los pies a Hitler cuando era el momento y con un loable deseo de reparar con los judíos los horrores del holocausto nazi, idearon una solución que no era tal.
José María Ridao lo ha llamado la realización de una de las utopías del siglo XX, que para mí no es más que una aventurada decisión política, sin ninguna base jurídica, y tomada con precipitación, prepotencia y mala conciencia.
Hacer caso de la idea sionista de que en Palestina existía una tierra sin pueblo y de que los judíos eran un pueblo sin tierra, para crear -de un plumazo- un estado confesional por el procedimiento de expulsar de un territorio a sus históricos habitantes, me parece un atropello y una mala solución.
La decisión de expulsar de su tierra a los palestinos, que componen una población homogénea -racial, lingüística y culturalmente-, para asentar en él a una población extraña y heterogénea -racial, cultural y lingüísticamente-, de gentes unidas por la misma religión pero de muy diversa procedencia, supone aceptar como válido el argumento aducido por los nuevos ocupantes de que son el pueblo escogido por Dios y, por lo tanto, perseguido por los enemigos de Aquel, los cuales, hace dos mil años, les expulsaron de la tierra prometida por Yavéh a Moisés, a la que en 1948 regresaron, creyéndose en posesión de inobjetables derechos. Por lo cual, me parece que fue no sólo un acto rapiña, que vulneró todos los principios políticos y jurídicos contemporáneos, sino, además, una solución bastante mala, como se ha visto después. Y quizá habría que ir pensado en deshacer esa utopía o al menos utilizar la idea como amenaza ante la intransigencia del Gobierno israelí (creo que hubiera sido mucho mejor crear el Estado de Israel en Minnesota; sus habitantes estarían allí más cerca de sus protectores del lobby judío de Washington y Nueva York, y compartirían con sus convecinos la devoción por el Antiguo Testamento, pues, al fin y al cabo, los puritanos ingleses creyeron hallar la tierra prometida en las Trece Colonias de América).
Pero, bueno, bromas aparte, no es de esto de lo que quería hablar, sino de algunas diferencias menores, pero sobre todo de cierta predisposición hacia las posiciones del Islam que advierto en el documento. La existencia de aquellas no es lo importante, porque pueden deberse a diferencias en el análisis de la coyuntura, a la adopción de determinada postura táctica o a la confianza en un programa político concreto, sino esa predisposición, que puede responder a una posición de la izquierda -en la que me incluyo, pues estamos bajo la influencia de unas bases culturales y epistemológicas que vienen de años- que ha sido poco analizada, porque se trata de una postura de principio, de una especie de acto reflejo que provoca respuestas casi instintivas, mecánicas, que nos llevan a definir los campos en conflicto de una vez y para siempre y a buscar razones históricas que justifiquen tal postura.
En el caso que nos ocupa, para mí está claro que los palestinos son víctimas de una opresión, que estamos recogiendo los resultados de la ocupación colonial sobre los países árabes y de cómo se hizo la descolonización, etc, etc, y que la solidaridad de la izquierda debe estar con los oprimidos de esa zona, pero eso no debe llevarnos a la idea de que los árabes o los musulmanes han sido siempre “los perdedores”, las víctimas de un occidente, primero, cristiano y feudal, y luego capitalista y colonial, pero idéntico a sí mismo. Por eso, creo que en tu documento, subtitulado “Algunas claves para entender el conflicto”, tomar las cruzadas como base de partida y como una de las claves para entender el actual conflicto me parece, por un lado, acudir a un precedente demasiado lejano, y, por otro, una muestra de esa actitud instintiva de la izquierda, a la que antes me refería, de buscar causas remotas a conflictos actuales. Más, si a renglón seguido hablas de la dominación colonial sobre el mundo árabe. Los dos hechos -las cruzadas y el colonialismo- son ciertos; son verdad, pero no son toda la verdad (aunque suene muy solemne) y lo que ocurre antes y, sobre todo, entre esos dos eventos tan separados en el tiempo es de suma importancia, porque corrige la impresión ofrecida por ese remoto punto de partida, que complica más que aporta[1] y que responde -creo-, entre las gentes de nuestro entorno, a una ruptura errónea e insuficiente -instintiva- con el legado cultural recibido. Tal ruptura trataría, por un lado, de repudiar ese legado, en el que la influencia de la Iglesia católica es abrumadora, y, por otro, de corregir la interpretación de que la razón y la civilización han estado en el campo de la fe católica (y de Europa). Así, pues, con un movimiento pendular del razonamiento -por hegeliana antítesis- nos colocamos en la posición opuesta: hartos de la intransigencia católica, nos deslizamos al campo contrario -al islamismo- y tendemos a embellecerlo al generalizar algunos de sus mejores aspectos. Con ello hemos cambiado de campo, claro, pero no nos hemos librado de la interpretación religiosa -teológica- del conflicto, que en ambos campos es esencial, y que en un país católico por tradición, como es el nuestro, ha sido la interpretación histórica que ha prevalecido, porque ha convenido a la vieja alianza de la Iglesia con los estamentos dominantes cubrir la desnuda conservación de privilegios sociales, intereses económicos y aspiraciones políticas con la capa de la defensa de la fe, de la moral y de la Verdad con mayúscula. Es decir, presentar una lucha por intereses materiales, y con propósitos a veces inconfesables, como una lucha espiritual por la interpretación de la palabra divina -de la Biblia contra el Corán-; como una lucha ideológica pura y, desde luego, dura, pero generosa y desinteresada. Así, pues, no todo debe explicarse como una vieja guerra entre religiones, una más intransigente que otra -la católica-, pues no es sólo un asunto de doctrina, sino algo más profundo.
Quizá la razón de ese desenfoque ha sido la notable influencia que en los dos bandos ha ejercido la religión -en uno la católica y en otro la islámica- y su explicación teocrática de la historia -o cruzada o yihad-, pero en ambos casos guerra santa, pues eso es lo que preocupa sobre todo a sus propagandistas, pero los que no somos creyentes sino laicos y descreídos, y además de izquierda, deberíamos buscar otras explicaciones menos sesgadas y salir del terreno acotado por esa interesada interpretación religiosa de las relaciones con el Islam, en la que, además de la Iglesia católica (y del Islam, en su campo), tanto han abundado los gobiernos conservadores y particularmente el régimen franquista, porque, al final, si respetamos ese marco de explicaciones, podemos acabar apoyando una u otra interpretación religiosa, aun sin ser seguidores conscientes de ninguna de ellas. Y con ello retorno al punto de partida, a las cruzadas.

Inspiradas en la campaña contra los persas[2] iniciada en el año 622, las cruzadas -la más grandiosa y más romántica de las aventuras cristianas o la última de las invasiones de los bárbaros (Runciman, 1973)-, como empresas colectivas que afectan a varios reinos y al papado, son un intento tardío, realizado entre los años 1096 y 1270, de arrebatar a los árabes la hegemonía en el Mediterráneo, conseguida mucho antes[3].
Para Runciman (Historia de las Cruzadas, Madrid, Alianza, 1973), las cruzadas son el hecho central de la Edad Media, pues considera que con la pérdida de la hegemonía del Islam y el desplazamiento de la civilización desde Oriente hacia Occidente comienza la historia moderna.
La primera cruzada, dirigida por Roberto de Normandía, Godofredo de Buillón, Balduino y Roberto II de Flandes, Raimundo de Toulouse y Boemundo de Tarento, tiene lugar entre los años 1096 y 1099; la IIª, inspirada por Bernardo de Claraval y dirigida por Conrado III y Luis VII de Francia, entre 1147 y 1149; la IIIª, dirigida por Federico I Barbarroja, Ricardo Corazón de León y Felipe II Augusto de Francia, entre 1189 y 1192; la IVª, dirigida por el dux de Venecia Enrico Dandolo y por Balduino de Flandes, entre 1202 y 1204. En 1212 se inicia la desventurada cruzada de los niños; Federico II dirige la Vª cruzada de 1228 a 1229, y la VIª (1248-1254) y la VIIª cruzadas (1270) las dirige Luis IX, rey de Francia.
Pero repasemos lo que había en la península ibérica antes del desembarco de Tarik, en el año 711, en la isla gaditana a la que llamaron Al Yazira (Algeciras). 
   
1. La romanización
Por causas que sólo puedo intuir y que sería interesante investigar -¿rechazo visceral de la historiografía franquista y de la tradición católica, arabofilia, preferencia por los cambios y olvido de lo que permanece, desinterés por la historia más remota y quizá menos utilizable con fines políticos...?[4]-, en una extensa porción de la izquierda se ha tenido poco en cuenta lo que existía en la cuenca mediterránea, y particularmente en la Península Ibérica, antes de la invasión de los musulmanes. Y lo que había antes en la Península Ibérica era el resultado de tres siglos de ocupación germánica -visigoda- y, sobre todo, de casi siete siglos de ocupación romana (del año 218 a. C. al 414 d. C.), que, imponiendo su superioridad política y cultural sobre las dispersas y primitivas culturas nativas, alumbraron la primera civilización de carácter peninsular, aunque extendida de desigual manera por el territorio y con diversos grados de profundidad.
Sin embargo, la entrada de los romanos en la península, en el año 218 a. C., estuvo bien lejos de perseguir objetivos de tipo cultural. La llegada de las legiones de Escipión en la segunda guerra púnica tuvo como fin combatir a los cartagineses para arrebatarles la hegemonía en el Mediterráneo, que con el tiempo quedaría como un mar propio -mare nostrum-, como un gran lago interior que comunicara el Imperio. Las fronteras romanas, señala Pirenne (1972)[5], en todos los puntos cardinales y algunas muy alejadas de la costa, tuvieron como misión defender aquel imperio surgido alrededor de un mar que era el centro de su vida y de sus comunicaciones comerciales, políticas, militares y culturales.
En el instante en que Roma va a penetrar en la península -señala Vicens Vives (1970, 44)-, ésta se presenta todavía como algo muy primitivo, con la excepción del área andaluza (o turdetana) y del área mediterránea (o ibérica), donde la influencia cultural y económica de los extranjeros ha sido más intensa. En todas partes se manifiesta un pujante cantonalismo, tanto entre los jefes de las ricas poblaciones ibéricas del litoral, como entre los príncipes celtibéricos y célticos del interior. Entre estos últimos descuellan los lusitanos por sus mayores posibilidades económicas y sus crujientes estructuras sociales. En cuanto al Norte cantábrico y galaico, se mantiene arcaico y desconfiado contra cualquier novedad. Hasta el siglo X, allí se mantendrán en reserva las fuerzas de recuperación del país
La resistencia de las tribus indígenas de la península a la penetración romana fue grande, tenaz e incluso heroica (Numancia, ante Escipión El africano), pero fragmentada y discontinua. No hay que buscar en las mismas un ideal patriótico singular; simplemente, fue la réplica del indígena ante las novedades y las expropiaciones impuestas por los extranjeros (ibíd, 45).
También se establecieron cambiantes alianzas de distintos caudillos locales con cartagineses o con romanos, incluso la participación en las guerras civiles de estos, como el apoyo de Sertorio a Mario en su enfrentamiento con Sila. Sin embargo, la conquista acabó consumándose, convirtiendo lo que había sido una península poblada por pueblos diversos en Hispania, una provincia de Roma, y la inicial resistencia dejó paso a una paulatina romanización, que fue particularmente profunda entre la aristocracia nativa identificada con los fines del Imperio. Con la conquista de Hispania -escribe Marcelo Vigil (1973, 274)- se extendió la organización socio-económica y político-jurídica romana. Junto a esta organización, que fue el elemento dominante dentro de la sociedad peninsular, se extendieron también formas ideológicas predominantes en el mundo antiguo grecorromano, que se expresaban por manifestaciones que abarcaban tanto a las artes plásticas y a la literatura, como al pensamiento filosófico y religioso.
La aparición, dentro de la Hispania romana, de un estamento dirigente vinculado a la administración política y jurídica de la provincia y a la actividad económica y comercial tuvo como resultado el surgimiento de personalidades cuyo prestigio rebasó el ámbito peninsular. Escritores, poetas, filósofos, geógrafos o historiadores como los Sénecas, Lucano, Columela, Marcial y Fabio Quintiliano, y dos emperadores -Trajano y Adriano- fueron  aportaciones hispánicas a la cultura romana y a la romanización de la península.
En el transcurso de siete siglos de dominio -escribe Vicens Vives (1970, 46)-, la presencia de los conquistadores y colonizadores romanos llegó hasta los últimos confines del país y se tradujo en hechos tangibles: renovación, construcción y embellecimiento de ciudades; apertura de vías de comunicación; aprovechamiento del suelo agrícola; explotación de minas. El entronque de la economía hispánica con el gran comercio mediterráneo de la época -metales, vinos, aceite, cereales- hizo posible el financiamiento de esa política de obras públicas. Para este autor, ni los emperadores, ni el Senado, ni los cubículos administrativos romanos tuvieron una visión particularista de los problemas hispánicos, pero en el transcurso de su gestión impulsaron una serie de resortes que habían de contribuir a desarrollar un cierto sentido comunitario entre los pobladores de Hispania (...) Las fuerzas unificadoras vinieron de los técnicos e ingenieros de comunicaciones, de los urbanistas y escultores, de los maestros y funcionarios que fue mandando Roma, y que se tradujeron en bellas ciudades, perfectas calzadas, puentes y viaductos, y en un cierto sentido de la administración. Todo ello, repetimos, al margen del mundo campesino, para el cual muchas de las cosas que se le enseñaban eran letra muerta: como el derecho y el idioma (que adulteró en seguida en formas propias, regionalmente diferenciadas).
No obstante, hay que señalar que de manera contradictoria la Iglesia fue la institución que asumió más profundamente la cultura romana y la que estuvo en mejor situación para transmitirla, aunque desde el punto de vista doctrinal actuó como un disolvente de los valores de la sociedad romana. En primer lugar, el cristianismo había surgido como una religión monoteísta y universal frente al culto a los dioses domésticos de la familia romana y al politeísmo sincrético del Imperio. En segundo lugar, era una religión igualitaria -tanto las personas libres como las esclavizadas eran iguales a los ojos de Dios- que atentaba contra la estratificación social del Imperio. En tercer lugar, surgida de los estratos sociales más humildes, exaltaba la pobreza y no despreciaba el trabajo manual. En cuarto lugar, reconocía una autoridad superior a cualquier poder temporal y, por tanto, negaba el culto al emperador. Sin embargo, la Iglesia se impregnó del espíritu administrativo y jurídico del Imperio[6].  
Señala Vicens que un cambio mental llevó a los obispos cristianos de Hispania a establecer la organización eclesiástica a imagen de la romana; a embeberse del espíritu estatal, jerárquico y cultural de Roma; y, en fin, a aceptar el hecho consumado de la cristianización del Imperio y de la protección oficial, tras el Edicto de Milán, en el año 313. Así, continua Vicens (1970, 51), la Iglesia cruzó a fines del siglo IV las orillas que antes la habían separado del Imperio y se convirtió en el reducto esencial de las ideas de autoridad y universalismo impuestas por Roma en los países mediterráneos. A través de esta concepción del mundo y de la experiencia directa de los obispos (que las invasiones iban a transformar en defensores de las ciudades), el Imperio se sobrevivió a sí mismo en Hispania.  

2.Las invasiones germánicas
Y así sucedió, en efecto. Con el declive del Imperio Romano, en tanto que hegemonía política y militar, la romanización quedó como el sustrato cultural que impregnaba a la población hispano-romana y como la forma práctica en que la Iglesia cristiana trató de entender el mundo y de organizar el precario orden cotidiano de una sociedad azotada por las invasiones germánicas y abandonada a su suerte a causa de la debilidad de las instituciones del bajo Imperio.
Las primeras invasiones se produjeron en el siglo III. Entre el año 264 y el 276, los francos y los suevos arrasaron extensas zonas y saquearon ciudades, pero a pesar de la decadencia del Imperio el país pudo recuperarse. No ocurrió otro tanto a partir del 409, cuando la invasión de suevos, vándalos y alanos no pudo ser contenida. La esperada salvación desde Roma, sometida a parecidos apuros, no llegó -Roma no era ya más que un mito, señala Vicens- y quienes consolidaron un nuevo y precario orden fueron los visigodos, que, expulsados de la Galia por los francos, expulsaron, a su vez, a los vándalos de Murcia y Andalucía, arrinconaron a los suevos en Galicia y se asentaron en la meseta fijando la capital en Toledo, mientras que el litoral de levante y del sur, desde Cartagena al Algarve, quedaba bajo influencia mediterránea, gracias al apoyo de Bizancio, formando una ancha franja cuyos habitantes habrían de producir muchos quebraderos de cabeza a los monarcas visigodos.
Las invasiones germánicas provocaron la destrucción del Imperio Romano como estructura política y militar y su fragmentación en reinos, pero, pese a todo, no pudieron impedir que los valores de la cultura latina, ayudados por el buen clima, la tierra fértil y el comercio marítimo hicieran mella entre las gentes del norte. El establecimiento de los germanos en la cuenca del Mediterráneo -escribe Pirenne (1972, 10)- no supone de ninguna manera el punto de partida de una nueva época en la historia de Europa. Por muchas consecuencias que tuviera, de ninguna manera hizo tabla rasa del pasado ni rompió con la tradición. El objetivo de los invasores no era anular el Imperio Romano, sino instalarse en él para disfrutarlo. Y hay que destacar dos elementos que favorecieron la seducción de los bárbaros por la cultura latina, que son la Iglesia y el Mediterráneo. A pesar del declive del Imperio en occidente, el mare nostrum romano todavía pudo servir de puente entre oriente y occidente, entre la declinante cultura latina y la pujante cultura bizantina, y entre las orillas del norte y las del sur, entre Europa, África y Asia, porque todavía era -lo fue hasta el siglo VIII- un mar tranquilo, transitado por comerciantes y viajeros. El Mediterráneo no pierde su importancia tras el período de las invasiones -indica Pirenne (ibíd, 11)-. Se mantiene para los germanos como lo que era antes de su llegada: el centro mismo de Europa, el mare nostrum. Por considerable que hubiera sido en el orden político la destitución del último emperador romano de Occidente (año 476), en manera alguna fue suficiente como para desviar la evolución histórica de su dirección secular.
En todo esto resalta con fuerza la continuidad del movimiento comercial del Imperio Romano tras las invasiones germánicas, que no acabaron con la unidad económica de la Antigüedad. Por el contrario, esta unidad se conserva, con una destacada nitidez, gracias al Mediterráneo y a las relaciones que mantiene con Occidente y Oriente. El gran mar interior de Europa no pertenece, como en otro tiempo, a un solo estado (...) En las costas del Mediterráneo se concentra y nutre todavía lo mejor de su actividad. Ningún indicio anuncia el fin de la comunidad de civilización establecida por el Imperio Romano, señala  Pirenne (1972, 19).
Por lo que hace a la Iglesia cristiana, definida como católica y romana, fue la institución más duradera y la más interesada en mantener el acervo cultural de la declinante Roma, porque, desde la conversión de Constantino, las fronteras de la cristiandad coincidían con las del Imperio, y fue la que dio soporte administrativo a la monarquía visigoda, sobre todo, después de la conversión de Recaredo al catolicismo en el año 587[7]. Según Vicens (1970, 55), una reducida oligarquía visigoda, compuesta por unas diez mil personas, detentaba el poder supremo del ejército y la administración, pero el país será llevado adelante por los hispanos. Estos son los que informan la legislación, la espiritualidad y el relativo esplendor económico de la monarquía visigoda durante el siglo VII (...) Gracias a los hispanos, la última etapa del dominio godo sobre la Península adquiere un marcado tinte unitario, cuyo recuerdo perdurará en algunos grupos diseminados después de la fácil y demoledora ofensiva islámica del siglo VIII. Por esta causa, si el epigonismo visigótico peninsular sobrevivió a su propia incapacidad, ello se debió al ancho apoyo social que le brindaron los hispanos y singularmente la Iglesia y la aristocracia latifundista. Más adelante, este autor señala que la Iglesia es el único cuerpo realmente libre de la época. Desde los monasterios y las sedes episcopales, los eclesiásticos emprenden su muda y tenaz labor de rehacer un mundo cuyas glorias perciben, pero que sólo interpretan groseramente. Son ellos, en todo caso, los que dan la forma legal definitiva al Estado visigodo, gracias a la obra de unificación legislativa iniciada por Chindasvinto y terminada por su hijo Recesvinto en 654. También alude Vicens (ibid, 59) a la función mediadora de la Iglesia: Entre la monarquía visigoda y los hispanos hay abismos insondables. Para colmarlos, para tender un puente, allí está la Iglesia. Representante calificada del pueblo ante el trono y del trono ante el pueblo, se inserta en el aparato del Estado como intermediaria legítima entre el rey y sus súbditos. Así la monarquía admite la autoridad legislativa de los Concilios de Toledo.
Con una estructura calcada y paralela a la del Imperio Romano, la Iglesia estuvo dotada de elementos permanentes que le permitieron no sólo seguir desempeñando funciones espirituales en una época plena de cambios -y se lo habrían de permitir durante los siglos venideros, y con esto proyecto hacia delante la acción de la Iglesia-, sino influir sobre los acontecimientos tratando de introducir, junto con su interpretación de los mismos, cierta estabilidad en el conmocionado Occidente que resultó de las invasiones germánicas, así como intervenir largamente en los asuntos de la oligarquía visigoda, apoyando unas veces a los nobles frente a los reyes y otras reservándose el privilegio de conceder al rey la legitimidad para gobernar. Contó para ello con una estructura piramidal, en cuyo vértice se hallaba un pontífice incuestionado, seguido de una jerarquía descendente de cardenales, arzobispos, obispos, arciprestes y párrocos, y con una organización adaptada a las divisiones administrativas imperiales. Según Pirenne (1972, 13), cada diócesis correspondía a una civitas y esa estructura orgánica no se vio alterada a causa de las invasiones, sino que permaneció.
Por otro lado, la Iglesia tenía un cuerpo doctrinal y dogmático en continuo desarrollo, cuya articulación estaba basada en el derecho romano, y que junto con su organización territorial, su aparato administrativo y su vocación expansiva, le permitió mantener en tiempos de creciente localismo un credo universal en todos los reinos, unificar las prácticas civiles, y las piadosas a través de la misma liturgia, como veremos más adelante.
Un elemento fundamental fue la lengua. La Iglesia conservó la lengua romana -el latín-, que siglos después fue la base de las lenguas romances y que, orillada luego como lengua popular, permaneció como idioma oficial de la Iglesia y como lenguaje litúrgico hasta muy entrado el siglo XX (Concilio Vaticano II). Por otra parte, contaba con una doctrina muy articulada y coherente, que se difundía desde Roma a todos los lugares del orbe cristiano a través de una extensa red de iglesias, catedrales, ermitas y capillas.
Por medio de este centralizado sistema de comunicación para las clases subalternas (Álvarez, 1985)[8], la Curia propagaba un elaborado repertorio de mensajes, debidamente plasmados en textos y adaptados a la liturgia de cada época del año, de tal manera que las complicadas verdades del dogma cristiano, muchas de ellas calificadas de misterios por su difícil explicación, llegaban a las parroquias expresadas en lenguaje popular, en los mismos términos en que debían ser expuestas a los feligreses[9], lo cual facilitaba su prédica por los clérigos más ignaros. Esta vertiente de la labor pública de la Iglesia se completaba con una serie de rituales para expresar la fe popular, que fueron creciendo en cantidad y prolijidad a lo largo del tiempo (misterios, milagros, procesiones, peregrinaciones, romerías, rosarios, jaculatorias, vía crucis, cánticos, refranes, reliquias, letanías, ángelus, novenas, triduos, vigilias, sermones, rogativas, ofrendas, colectas, oficios, etc), reforzados por todo tipo de representaciones artísticas alusivas a pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento (imágenes, grabados, estampas, vidrieras, capiteles, retablos, pórticos, pasos procesionales) y por libros piadosos (breviarios, devocionarios, cuaresmarios, catecismos, hagiografías, santorales, guías, epistolarios) o no piadosos (almanaques). Pero la mayor y más frecuente expresión colectiva de la fe compartida era la celebración de la misa dominical y de otras “fiestas de guardar”, cuyo complejo ritual representa la muerte de un dios, y que, según J. T. Álvarez (1985, 53), se trata de un espectáculo no superado, tal vez, ni por la tragedia griega.      
En el ámbito privado, la Iglesia contaba con un eficaz instrumento para ejercer su tutela sobre cada creyente de forma particular -la confesión-, que, al igual que el resto de las prácticas litúrgicas, contaba con las correspondientes guías, con las que Roma ponía al alcance de la clerecía todo su saber (y su poder) para dirigir correctamente las almas.
La desorganización, la decadencia de las ciudades por la disminución del comercio, la creciente feudalización y el declive de las instituciones civiles, agravado después por la invasión islámica, colocaron a la Iglesia cristiana en una posición preeminente. Aspecto sobre el que señala Pirenne (ibíd, 45): Durante los últimos años del Bajo Imperio, y aún más en la época merovingia, el poder de los obispos sobre la población de las ciudades no dejó de crecer. Aprovecharon la desorganización creciente de la sociedad civil para aceptar o para arrogarse una autoridad que los habitantes no pusieron en duda y que el estado no tenía ningún interés en prohibir, y ningún medio para hacerlo (...) A la jurisdicción eclesiástica que ejercían ya sobre el clero, se sumó, pues, una jurisdicción laica, que confiaron a un tribunal compuesto por ellos mismos y cuya sede fue fijada naturalmente en la ciudad donde tenía su residencia.
Cuando la desaparición del comercio, en el siglo IX, borró los últimos vestigios de vida urbana y acabó con lo que aún quedaba de población municipal, la influencia de los obispos, ya de por sí bastante amplia, no tuvo rival. Desde entonces tuvieron completamente sometidas a las ciudades (...) En resumen, no había dominio en la administración de la cité en el que, por derecho o por autoridad, (la Iglesia) no interviniese como guardián del orden, de la paz o del bien común. Un régimen teocrático había reemplazado completamente al régimen municipal de la antigüedad.

Como los seriales de la radio y los culebrones de la tele, continuará...
 Un abrazo. Pepe Roca
Madrid, abril de 2002.



[1] La primera dificultad reside en equiparar situaciones y fuerzas actuantes separadas por una distancia temporal de siglos. La Europa de hoy ¿es la misma que la Europa de las cruzadas? El Islam de hoy, aún el más integrista, ¿es el mismo que el de hace ocho o diez siglos? Y la Iglesia católica, ¿es la misma?
[2] Según Runciman (1973, pp. 25-26), los persas habían conquistado Anatolia, Siria y Palestina, y ocupado Jerusalén, tras degollar a unos 60.000 cristianos. Heraclio, desde Constantinopla, emprendió una guerra santa, que acabó con la toma de Nínive y la rendición de los persas en el 629. Las generaciones posteriores vieron en la campaña de Heraclio un antecedente de las cruzadas.
[3] La historia del Islam comienza con el viaje (hégira) que, en el año 622, lleva a Mahoma a Yatrib (luego Medina), con el cual rompe los lazos étnico tribales con su comunidad (árabe) de origen para predicar su doctrina, que se impuso sobre las creencias y costumbres existentes, a un nuevo pueblo. Como jefe político y militar de la comunidad de creyentes propuso un pacto (Carta de Medina) que reunía a las tribus árabes y hebreas en una especie de confederación. A partir de entonces comenzó la vertiginosa expansión del Islam.
[4] En este sentido también pueden obrar los recuerdos infantiles y el rechazo a una historia nacional mal explicada, orientada a difundir los valores del régimen político y reducida al sesgado relato de gestas patrióticas y a la enumeración de nombres de reyes, entre las cuales figura la interminable lista de los reyes godos. 
[5] Si se echa una mirada de conjunto al Imperio Romano, lo primero que sorprende es su carácter mediterráneo. Su extensión no sobrepasa apenas la gran cuenca del lago interior al que encierra por todas partes. Sus lejanas fronteras del Rin, del Danubio, del Éufrates y del Sahara forman un enorme círculo de defensas destinado a proteger sus accesos. Incuestionablemente el mar es, a la vez, la garantía de su unidad política y de su unidad económica. Sin esta gran vía de comunicación no serían posibles ni el gobierno ni la alimentación del orbis romanus (Pirenne, 1972., p. 7).
[6] Una temprana muestra de ello es el concilio de Nicea, en el año 325, donde la Iglesia, sólo unos pocos años después de haber conseguido del emperador Constantino el libre ejercicio de su culto en el imperio (Edicto de Milán, año 313), establece ya un preciso conjunto de dogmas y condena el arrianismo como herejía.
[7] En el año 589, el III Concilio de Toledo celebra el cambio de confesión de la monarquía visigoda, que abandona definitivamente el arrianismo.
[8] Así lo denomina  J. T. Álvarez: Del viejo orden informativo, Madrid, UCM, 1985, p. 50 y ss.
[9] El mensaje cristiano se codificó y cristalizó tanto en ciclos temporales como en lenguaje y simbología, de modo que, durante cientos de años, todo occidente ha recibido el mismo reiterado mensaje, en cada época del año; cada domingo, casi a hora idéntica, todos los occidentales escuchaban las mismas o similares palabras, repetían los mismos slogans y oraciones, respondían a la misma sensibilidad y mentalidad (ibid, 1985, p. 51).

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Identidad

A lo que dice Raúl López Romo sobre los autores de los atentados de París, que comparto, hay que añadir un factor, que considero esencial: la búsqueda desesperada de la identidad, un fenómeno moderno que no afecta sólo a los musulmanes. 
La concepción de la identidad depende de la maduración subjetiva de los individuos; es un problema derivado de la lucha por la autonomía del sujeto, que es un fenómeno característico de la modernidad. Hay individuos capaces de construirse su propia identidad en un mundo cambiante y lleno de transversales influencias ideológicas, políticas y culturales, aunque sea de forma superficial recurriendo a la moda,a los sucesivos ismos, al arte o a las últimas tendencias culturales o a baratijas pseudoculturales, pero otros individuos no son capaces de hacerlo y lo viven con inquietud, por lo que necesitan sentirse dentro de un grupo fuerte, cohesionado y autoritario (religioso o nacional), que les proporcione unas señas de identidad muy marcadas, que ellos no son capaces de adquirir por su cuenta. De este modo obtienen la identidad dentro de una comunidad cerrada, que proporciona seguridad y una guía en sus vidas, aunque sea a costa de la obediencia e incluso de la humillación. El tema lo trató Erich Fromm, en 1947, en "El miedo a la libertad", tras la experiencia del fascismo, y, en 2003, desde una perspectiva más cultural, John Gray en "Al Qaeda y lo que significa ser moderno".

¿Lucha de clases?

Good morning, Spain, que es different

Doctores tiene la Iglesia y cualificados politólogos la Comunidad Internacional, pero a uno en su ignorancia se le ocurre que en este maldito embrollo de la recrudecida cruzada contra el terrorismo yihadista falta un ingrediente. 
Es un conflicto poliédrico, cuyas múltiples caras se pueden observar desde otros tantos puntos de vista: el ambiguo de la guerra contra el terrorismo de Europa y EE.UU.; el del enfrentamiento entre religiones -de las tres grandes religiones (cristianismo, judaísmo, islamismo)-; el de la lucha en el interior del islam, entre sus versiones más fanáticas; el proyecto expansivo del islamismo salafista, que aspira conquistar el planeta; el enfrentamiento entre arcaísmo y modernidad; el de los intereses estratégicos de EE.UU., con Israel como pieza clave en el cercano Oriente, y Palestina como avispero permanente, más los intereses de Rusia sin olvidar los de Turquía (y los kurdos); el de la tensión entre Irán y Arabia Saudí por decidir la hegemonía de la región, y el no menos importante de la guerra civil en Siria, sobre la que, a falta de un vencedor adecuado (Bachar o el Daesh), Occidente dudaba, mientras se alarga el conflicto. Todo ello acentuado por los efectos de las fallidas primaveras árabes y las consecuencias de la desmembración de Iraq, tras el derrocamiento de Sadam Hussein por la intervención occidental.
Los atentados de París han precipitado las cosas y, además de los gestos de rigor, han provocado el acercamiento de fuerzas hasta ahora opuestas o poco concertadas (EE.UU., la Unión Europea, Rusia) y, por parte de Francia, una actuación como corresponde a su “grandeur”.  
El presidente Hollande ha anunciado una serie de excepcionales medidas de seguridad destinadas a combatir el terrorismo, pero me parece que faltan las adecuadas para prevenirlo en suelo francés, que corresponden a esa cara del poliedro velada por todo lo demás: la lucha de clases, la lucha suscitada por el desigual reparto del poder y la riqueza.
Como en el resto de la Unión Europea, en el interior de Francia se libra una lucha, en la que los ricos, la gran burguesía, los sectores hegemónicos del capital llevan la iniciativa para aumentar la parte de la riqueza nacional de la que se apropian, sin que hasta la fecha, salvando episódicas muestras de protesta, hayan aparecido fuerzas sociales capaces de resistir o de revertir ese colosal proceso de expropiación, efectuado en nombre de las medidas de austeridad para salvar el euro.
Además de mirar al territorio dominado por el Daesh, el Gobierno francés debe mirar hacia dentro, hacia los inclementes y empobrecidos barrios de la periferia de las grandes ciudades, donde se amontonan miles de jóvenes sin trabajo y sin futuro, que son presa fácil de la prédica de enfervorecidos imanes. Son hijos de inmigrantes magrebíes pero nacidos en Francia, sin una patria clara y sometidos a múltiples influencias culturales, para los cuales carecen de sentido las grandes palabras sobre la democracia y el desarrollo económico, y los principios de la Revolución francesa -libertad, igualdad, fraternidad- les parecen una burla.
A esos jóvenes sin oficio ni beneficio, ociosos todo el día o entregados a trabajos ocasionales y mal pagados o dedicados a todo tipo de trapicheos, los predicadores islamistas les ofrecen una patria, la nación del Islam, y una causa, continuar la lucha colonial y librar una guerra de liberación dentro de Francia.  
Como en otros momentos de la historia, la miseria y la marginación, animadas por la rabia largo tiempo contenida y por el odio de los desposeídos, están provocando una respuesta violenta, ciega, nihilista, pero no bajo la bandera roja, que la moribunda izquierda abandonó hace tiempo, sino bajo la bandera verde del islam o la negra de sus partidarios más fanáticos.     

martes, 17 de noviembre de 2015

Hipsters

A propósito de un texto de Carmen Vidal.

En España pasamos del sainete a los "hipsters" con facilidad, pero con medio siglo de retraso. Los hipsters americanos de los años cincuenta fueron los predecesores de los hippies de los sesenta, que en Spain imitamos en los setenta, y están pasados de moda hace años, aunque algunos lo hayan asumido como profesión o perpetua condición de vida. Ahora volvemos atrás, al antes del antes, a la precuela de la secuela, como en la saga-fuga, película-río, de "La guerra de las galaxias", cuando Obi Wan Kenobi era un amante padre de familia, que pintaba la valla del jardín mientras su mujer hacía tartas de manzana.

lunes, 16 de noviembre de 2015

CUP

Afinando el pensamiento:
“Me considero independentista catalán, pero yo no soy nacionalista, porque, como soy inmigrante, no me puedo sentir nacionalista”, afirma David Fernández Ramos, dirigente de la CUP, natural de Barcelona pero de padres de Zamora.
Pregunta: ¿Y por qué no es independentista en Zamora?
En vez de irse tan lejos del lar familiar, si quería disgregar el odioso Estado español podía haber resucitado la Comuna Antinacionalista Zamorana, fundada por Agustín García Calvo en 1970, cuyo primer manifiesto proclamaba "como su función inicial combatir de hecho y de palabra (y tanto mejor si los hechos y las palabras vienen a confundirse) por la desaparición del Estado español y del Estado en general y por la liberación de la ciudad y la comarca de Zamora, sobre cuya indefinición habrá de volverse en el curso del presente Manifiesto".

Pacto USA-Arabia

"El día 14 de febrero de 1945, el presidente Franklin D. Roosevelt y el rey Abd al Aziz Ibn Saud firmaron un pacto, a bordo del crucero "Quincy" anclado en el canal de Suez. Al otorgar su sanción política a las emprendedoras compañías americanas, que habían obtenido la concesión de los campos de hidrocarburos de Arabia, Roosevelt asentó la hegemonía de Estados Unidos en un reino hasta entonces leal a Gran Bretaña. Prometió el concurso de las armas americanas frente a cualquier amenaza contra los intereses conjugados, y desde entonces indisociables, de las majors agrupadas en Aramco, del <mundo libre> y de la dinastía saudí, garantizando así la continuidad de un frágil reino heterogéneo cuya proclamación oficial apenas se remontaba a 1942. El vínculo trinitario indisoluble entre petróleo, Occidente y monarquía local propició el contubernio saudí-americano: el 11 de septiembre rompió el nudo gordiano."
Gilles Kepel: "Fitna. Guerra en el corazón del islam", Barcelona, Paidós, 2004, p. 158.