Efectivamente,
Paco, el problema no es nuevo. Recuerdo la consigna "Som una
nació..." y aquella otra “¡Llibertat, amnistía, estatut de autonomía!”,
pero también entonces Terra Lliure, de donde procede Carod Rovira, reclamaba la
independencia, con muy malos modos, por cierto. Pero el Estatut (de Sau) sólo fue una solución momentánea, convertida por
CiU en un forcejeo permanente con el Gobierno central, gobernase quien
gobernase, porque los centralistas son remisos a ceder poder y los nacionalistas
son insaciables en aumentar el suyo.
Una
vez admitida la ecuación: una lengua, una nación, un estado, sólo hay que ir
cubriendo etapas de un modo u otro, a las claras o a las oscuras, hasta el
objetivo final, que es lograr la independencia. Y esa es la trampa.
Es
cierto que el lenguaje es algo vivo, pero sirve para dos cosas: para que se
comunique la gente que tiene el deseo de comunicarse o para que no se
comuniquen quienes desean aislarse respecto a otros.
El
recientemente fallecido, José R. Lodares, en Lengua y patria (p. 51), escribe: Babel no es, como creemos, el mito de la confusión de lenguas. Es el
mito de la separación de la gente. Cada tribu, cuyo índice de pureza racial es
la lengua que habla, es una unidad pura, homogénea, conservable e inviolable,
constituida por el poder divino, o sea, una nación bíblica o babélica, que
camina hacia Yavéh guiada de su tribu predilecta, la de Abrahám, al que Yavéh
ha hecho riquísimo de bienes materiales. Ése es el mito. Ésa es la raíz de
nuestra concepción judeo-cristiana de los pueblos, las naciones y las lenguas.
Ahora
podemos aludir a dos políticos actuales que responden a dos filosofías del
lenguaje relacionadas con ese mito: uno es Lula, que piensa en el futuro de
Brasil en términos continentales, y que con la propuesta de que todas las
escuelas brasileñas ofrezcan el español como segunda lengua, trata de adaptarse
al entorno, donde el español es la lengua franca del continente.
El
caso contrario es el de Ibarretxe (o Arzalluz, tanto da) que obliga
a aprender el euskera o vascuence, una lengua (habiéndola normalizado
antes, porque era una suma de variables) que, según Unamuno, a finales del
siglo XIX estaba técnicamente muerta. Es decir; vamos a desechar la lengua
franca que ya existe para resucitar una lengua (dicen que materna, pero parece
que hay muchas madres y muchos hijos sin esa lengua) para que no nos entiendan
los españoles ni muchísimos vascos.
Es
la diferencia entre pensar en términos continentales y pensar en
términos provinciales, o mejor dicho, provincianos. Es una respuesta a la
globalización: una aldea global poblada por aldeanos.
Saludos.
28
de noviembre de 2006
Para Colectivo
Red Verde
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