viernes, 23 de mayo de 2014

El renovado mito de Babel



Efectivamente, Paco, el problema no es nuevo. Recuerdo la consigna "Som una nació..." y aquella otra “¡Llibertat, amnistía, estatut de autonomía!”, pero también entonces Terra Lliure, de donde procede Carod Rovira, reclamaba la independencia, con muy malos modos, por cierto. Pero el Estatut (de Sau) sólo fue una solución momentánea, convertida por CiU en un forcejeo permanente con el Gobierno central, gobernase quien gobernase, porque los centralistas son remisos a ceder poder y los nacionalistas son insaciables en aumentar el suyo.
Una vez admitida la ecuación: una lengua, una nación, un estado, sólo hay que ir cubriendo etapas de un modo u otro, a las claras o a las oscuras, hasta el objetivo final, que es lograr la independencia. Y esa es la trampa.
Es cierto que el lenguaje es algo vivo, pero sirve para dos cosas: para que se comunique la gente que tiene el deseo de comunicarse o para que no se comuniquen quienes desean aislarse respecto a otros.
El recientemente fallecido, José R. Lodares, en Lengua y patria (p. 51), escribe: Babel no es, como creemos, el mito de la confusión de lenguas. Es el mito de la separación de la gente. Cada tribu, cuyo índice de pureza racial es la lengua que habla, es una unidad pura, homogénea, conservable e inviolable, constituida por el poder divino, o sea, una nación bíblica o babélica, que camina hacia Yavéh guiada de su tribu predilecta, la de Abrahám, al que Yavéh ha hecho riquísimo de bienes materiales. Ése es el mito. Ésa es la raíz de nuestra concepción judeo-cristiana de los pueblos, las naciones y las lenguas.
Ahora podemos aludir a dos políticos actuales que responden a dos filosofías del lenguaje relacionadas con ese mito: uno es Lula, que piensa en el futuro de Brasil en términos continentales, y que con la propuesta de que todas las escuelas brasileñas ofrezcan el español como segunda lengua, trata de adaptarse al entorno, donde el español es la lengua franca del continente.
El caso contrario es el de Ibarretxe (o Arzalluz, tanto da) que obliga a aprender el euskera o vascuence, una lengua (habiéndola normalizado antes, porque era una suma de variables) que, según Unamuno, a finales del siglo XIX estaba técnicamente muerta. Es decir; vamos a desechar la lengua franca que ya existe para resucitar una lengua (dicen que materna, pero parece que hay muchas madres y muchos hijos sin esa lengua) para que no nos entiendan los españoles ni muchísimos vascos.
Es la diferencia entre pensar en términos continentales y pensar en términos provinciales, o mejor dicho, provincianos. Es una respuesta a la globalización: una aldea global poblada por aldeanos.
Saludos.   

28 de noviembre de 2006
Para Colectivo Red Verde

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