Presentación del libro: La
izquierda a la intemperie. Dominación, mito y utopía,
Madrid, La catarata, 1997.
Saludos.
Agradecimientos. Presentación de la mesa.
Antes que nada, es necesaria una aclaración: el
libro es una obra colectiva, mi papel de editor es una simple formalidad,
porque cada uno de los autores, aquí presentes, ha escrito sobre lo que más le
ha interesado, aunque impulsado por inquietudes que son compartidas y bajo el
denominador común de hacerlo desde una posición de izquierda, o de izquierdas
(en crisis, como delata el título del libro) y de escribir a la intemperie.
El libro reúne una colección de artículos en
tono de ensayo, pero sin el carácter serio y académico que se suele atribuir a la
palabra ensayo y recurriendo, más
bien, a la acepción teatral del ensayo, como acto de probar, de hacer cosas imperfectas
a puerta cerrada, casi para nosotros, en un tono de exploración, de tanteo
reflexivo y, por tanto, abierto y sincero; sin público, sin votantes, sin
cargos orgánicos que disputar, ni más murallas que defender que las propias
ideas, que el libro recoge. Son unas reflexiones a la intemperie, sin el
paraguas de la doctrina aceptada ni el protector abrigo de la ortodoxia. Son
casi unas reflexiones al desnudo, propias de una izquierda en pelota (una izquierda
“full monty”).
Algunas reflexiones son revisiones de viejos
presupuestos, pero no tememos que nos llamen “revisionistas”, al menos en mi caso. Revisionista es una palabra que antaño era definitiva para calificar un texto o una conducta, y para alguien
acusado de serlo solía ser preludio de consecuencias terribles, pero ese tiempo
ya pasó, o al menos para nosotros, los autores del libro, pasó. Por otra parte
si hablamos en términos que hagan alguna referencia a la ciencia, carece de
sentido sentirse ofendido por eso, pues la ciencia, las ciencias son saberes en
permanente revisión.
Pero aclaro que tampoco hablamos de ciencia, no
queremos, no quiero, escudarme en la buena prensa de esa palabra solemne,
porque, en la tradición de la que venimos -el marxismo o alguna de sus
interpretaciones- mucha doctrina y casi diría mucha teología se han presentado
amparadas en la legitimidad de ser elaboraciones científicas, cuando lo cierto
es que encubrían lo que eran simplemente productos (o subproductos) ideológicos.
Así
que dejaremos lo que se ofrece en el libro en simples reflexiones (que no en
reflexiones simples), en un conjunto de ideas, que esperamos sean sugerentes,
agrupadas en cuatro epígrafes: El capital, El mito, La utopía, La dominación.
Estos cuatro apartados están recorridos por un
hilo que enlaza la introspección, la revisión de algunas señas de identidad de
la izquierda comunista en el pasado con la proyección o la propuesta de algunas
ideas sobre el papel de la izquierda en el futuro. La reflexión sobre unas
señas de identidad que se diluyen, de un perfil que pierde nitidez y se hace
borroso, hasta unas propuestas, también incipientes, que apuntan al papel que
debería desempeñar la izquierda, o las izquierdas, en un futuro, que estimamos
debe estar del todo abierto a la acción humana, en particular a aquellos
colectivos, convertidos en fuerzas sociales, que, desde nuestro punto de vista,
representan los mejores caracteres de lo que entendemos por humanidad.
A grandes rasgos, el hilo conductor del libro
enlaza una crítica de la ideología -un refugio para evitar la duda o para encubrir la ausencia de un saber que no se tiene- de la izquierda comunista revolucionaria, de
sus elementos, de sus ritos y de sus mitos; una crítica de la utopía, entendida
como el refugio de la izquierda en una hipotética sociedad perfecta, que exime de intervenir políticamente sobre el insatisfactorio mundo presente,
salvo de manera testimonial para dar fe de las verdades que custodia. Pero a la
vez, algunos asertos, y el mismo espíritu del libro, pueden calificarse de
utópicos, pues, ante la oleada neoliberal y conservadora que nos vapulea, es
una utopía imaginar un mundo no presidido por la presión del dinero, la imparable
extensión del mercado y por los dictados del pensamiento único. En esta medida
somos tan utópicos como Espartaco, que, en el corazón del imperio romano,
concibió una sociedad sin esclavos y pensó que merecía la pena luchar por hacerla
realidad.
Así,
pues, frente a la utopía de la derecha neoliberal (a ella aludo en el artículo
“La adoración del mercado”) -una utopía disfrazada de ciencia económica, de
sociología, de lógica matemática o de inexorables leyes sobre la invariable
naturaleza humana-, que profetiza el fin de la Historia y el reinado inacabable
de un capitalismo cada vez más salvaje, en el libro se apuntan algunas
propuestas sobre cómo deberían ser las relaciones sociales en el futuro, no
desde el punto de vista de una arcadia feliz, mágicamente instalada, sino desde
la perspectiva de que, además de ser un proyecto justo, es necesario construir
una sociedad, imperfecta, eso sí, pero menos desigual, injusta e inhumana que
la presente.
Dos de mis artículos -“Identidad política,
lenguaje y mito” y “Marxismo y posmodernidad”- están más volcados en reexaminar
el pasado que en atender al futuro, y enlazan, de alguna manera, con ideas ya
vertidas en El proyecto radical,
aunque la intención no es “hacer añicos del pasado”, como dice una estrofa de
la Internacional, sino aprender y buscar en el pasado las posibles causas de la
penosa situación del presente. Porque parto de la idea de que la izquierda
radical, de la izquierda comunista como conjunto, padece los efectos de un
fracaso, pues resultó derrotada en toda la línea -en todas las líneas y
programas- en su primera gran batalla política después de la guerra civil, que fue la Transición.
Otro
asunto es ver si su esfuerzo por acabar con la dictadura y forzar la ruptura con
el franquismo sirvió para algo o para alguien, o no sirvió, pero resultó
derrotada en la mayoría de sus propuestas y, sobre todo, en aquellas que
pretendían realizar el programa máximo de inmediato. Y aunque que es innegable
que su impulso -generoso impulso- tuvo como efecto llevar más lejos el
inicialmente moderado proyecto continuista de prolongar la dictadura en un
franquismo sin Franco, los que participamos en aquel intento no siempre supimos
ver el aporte de nuestro esfuerzo plasmado en unos resultados que entonces nos
parecieron frustrantes.
Pues
bien, en la búsqueda de las causas de aquella derrota, me he detenido en
examinar en papel del lenguaje en la delimitación de sus señas de identidad.
Una parte importante de los elementos que
configuran la identidad de un partido político se funda en palabras; un
programa o una línea política se pueden considerar un relato, una colección de
palabras que configuran una determinada percepción de la realidad y delimitan
unos propósitos sobre qué hacer ante ella o sobre ella, esto es, percibir,
analizar y actuar en consecuencia. Son palabras que organizan discursos
racionales, pero también suscitan emociones, evocaciones y apelaciones que invitan a la
acción.
En el caso de los partidos de la izquierda
revolucionaria, muchas palabras utilizadas para dotar de forma y contenido a
sus programas eran palabras que habían sido tomadas prestadas -en realidad,
todo el lenguaje es “prestado”, desde las partículas más simples hasta la
fonética y las reglas de pronunciación y articulación más complejas; es usado
de forma individual, pero es de “propiedad” colectiva-; palabras tomadas de otras
situaciones históricas, a veces muy alejadas de aquí, en el tiempo y en el
espacio, y fruto de circunstancias que poco tenían que ver con el sentido que se les ha atribuido después..
Eran palabras con una gloriosa tradición, que un día
habían servido para describir una determinada situación social, interpretar una
correlación de fuerzas, suscitar adhesiones, despertar entusiasmo o movilizar
voluntades, pero que en la España de los años sesenta y setenta ya no poseían
socialmente el mismo significado, o no todo el que en origen habían tenido.
Eran palabras fetiche, que se invocaban de manera casi ritual para representar
en el presente circunstancias del pasado.
La
izquierda radical, en tanto que nueva izquierda, heredó, a través de textos y
de la transmisión oral, un discurso y un lenguaje, y junto con ello la representación
del mundo de quienes lo habían elaborado, pero no heredó el mundo real que
había sido representado con aquellas palabras. De este modo, la elaboración de
programas utilizando el mismo lenguaje, el lenguaje común de la izquierda,
permitió la continuidad de los significantes, lo cual fue muy importante para
mantener la liturgia política y los vínculos con la tradición revolucionaria, pero
no consiguió que los significados fueran los mismos, aunque, en virtud de una
posición reverencial ante la doctrina -el miedo a la heterodoxia-, las palabras
clave se conservaron a pesar de que las circunstancias habían cambiado.
Y es aquí donde, a pesar de la pretensión científica que exhibían como fundamento la
mayoría de los programas, las palabras sirvieron para construir mitos, pues no
se advertía que mientras el tiempo había pasado y el mundo se había movido, los
conceptos habían quedado petrificados, congelados. Surgía entonces el culto a
la palabra, al signo, como representación de una situación ideal, pero con un
sentido perpetuo. Y de ahí es de donde, pienso, que debemos salir para seguir
siendo útiles en el tiempo presente.
Muchas
gracias.
Madrid,
5 de marzo de 1997.
Escuela
de Relaciones Laborales