lunes, 19 de mayo de 2014

Velos y desvelos (2)



Como si no hubiera problemas más urgentes y más importantes que abordar en Cataluña, se va extendiendo la manía de legislar sobre el uso en lugares públicos de la burka y el nikab (ignoro si son velos o más bien túnicas), incluso en poblaciones donde su uso es episódico. Huelga decir que se trata de medidas con clara intención electoral, promovidas por grupos políticos que hacen bandera de una celosa defensa de la identidad rayana en la xenofobia.
Para que el uso de ciertas prendas en lugares públicos salga del ámbito de las creencias y no se convierta en un conflicto de índole religiosa, el asunto debe abordarse desde el doble punto de vista de la libertad personal, el derecho a vestir cada cual como prefiera, y de la seguridad colectiva. El problema no es prohibir o tolerar la burka, el nikab o el hiyab, como expresiones personales de una creencia religiosa, porque, en caso de prohibirse, supondría un agravio y, en caso de tolerarse, un privilegio hacia los grupos más intolerantes de la confesión islámica. La norma de aplicación general, para los seguidores de todas las religiones y de los que no siguen ninguna, debe ser la defensa de la confianza que proporciona ver el rostro de los demás, en muchos casos de los inmediatos interlocutores, y evitar amenazas a la seguridad, otro derecho que debe estar garantizado. 
Es difícil imaginar que una persona pudiera presentarse en la sucursal de un banco a efectuar una gestión llevando la cabeza cubierta con una capucha, o que para concederle una hipoteca le atendiera el director de la misma llevando un antifaz, aunque fuera a juego con la corbata. ¿Firmaría alguien un contrato con una persona a la que no se le pudiera ver la cara? ¿Compraría alguien un coche, una lavadora o una vivienda a un vendedor emboscado? Pensemos en la gran cantidad de transacciones comerciales y de relaciones que se establecen cada día y tratemos de imaginar que se hicieran con el rostro tapado: el compañero de oficina con un antifaz a lo Zorro, el jefe embozado como Luis Candelas, el colega del taller con una careta cerdito, el panadero con un capirote de nazareno penitente, la cajera del supermercado con un pasamontañas, como si fuera a subir al Himalaya, y el vecino de escalera cubierto como un verdugo medieval en ejercicio.
¿Podemos imaginar a los cargos públicos con el rostro tapado? ¿Daríamos crédito al portavoz del gobierno si apareciera enmascarado? ¿Podemos pensar en una campaña electoral con los candidatos con el rostro velado? Nadie lo admite como posible y recomendable; tampoco lo es en los países islámicos más intransigentes. Ahmadineyad dejaría de ser él si no mostrara la faz; la popularidad del ayatolá Jomeini, cuyo retrato exhiben sus seguidores en Irán, hubiera sido impensable con el semblante velado; Alí Jamenei perdería toda su autoridad si no pudiera mostrar su personalidad con la cara descubierta; el mismo Bin Laden dejaría de ser un icono venerado por los yihadistas si ocultase su rostro con cualquier artificio.   
En el momento en que las mujeres musulmanas seguidoras de los aspectos más estrictos de su religión, acepten que aquí pueden tener un papel activo, se darán cuenta de que no pueden ocultar su identidad velando el rostro. Hasta ahora, el velo integral ha sido la prueba de su infravalorada existencia social, de su nulo papel público, usurpado por los hombres de su familia (padres, hermanos, maridos), convertidos en celosos defensores de una tradición que afecta sólo a las mujeres y en portavoces de la voluntad femenina que ellos interpretan de manera exclusiva. Que, por otro lado, poco tiene que ver con la religión: la sinceridad o la profundidad de la fe no dependen de la ropa.    
Hasta ahora, las diversas respuestas dadas a este asunto han vuelto a mostrar que seguimos instalados en una secularización incompleta, a medio camino entre una confesionalidad manifiesta y una moderada tendencia laicista.
En el reciente caso de Najwa Malha, se derivó la niña a un instituto cercano para que siguiera estudiando el bachiller llevando velo, porque en el instituto donde antes estuvo matriculada el uso de la prenda parecía incompatible con aprender matemáticas o física y química. Como ya tenemos unas comunidades autónomas más católicas que otras (alguna como Navarra es criptoconfesional de manera descarada), con mucho esfuerzo hemos llegado a la taifa docente. Si sigue adelante la manía de legislar localmente sobre el uso de la burka, del nikab o del hiyab, dentro de poco tendremos reinos cristianos y no cristianos, y quizá barrios de moriscos y hasta juderías. Un adelanto.
17 de junio de 2010.

No hay comentarios:

Publicar un comentario