sábado, 22 de julio de 2017

Ciudadanía

"Cuando se dice <soberanía del pueblo> es posible cualquier malabarismo ideológico. Sí, puesto que ya no se sabe muy bien qué es el pueblo (¿es el conjunto de individuos de una sociedad o bien aquéllos que son ciudadanos por excelencia?, ¿una minoría activa puede denominarse pueblo con más propiedad que una mayoría pasiva?); y puesto que en la ideología política existen toda clase de manipulaciones de la noción de pueblo, más vale dejar de lado nociones tan oscuras y partir de hechos más sencillos".
Raymond Aron (1999): "Introducción a la filosofía política".

"Lo que está en juego es el concepto mismo de ciudadanía. Ser ciudadano significa ser sujeto de libertades, de derechos, de obligaciones. Ser ciudadano supera el estadio de la identidad cultural, de la identidad lingüística. Lo que constituye al ciudadano no es una lengua ni una tradición cultural, ni una religión determinada, ni una pertenencia étnica. Pero la ciudadanía no niega radicalmente ninguno de esos elementos. Todos nacemos en una lengua, en una cultura, en una tradición. No existe otra forma de acceder a la humanidad concreta de cada uno de nosotros. Ser ciudadano implica reconducir lo que nos es dado inevitablemente al reino de la libertad y del derecho; sin negarlo, hacerlo posible con otras identidades, con otras lenguas, otras culturas, otras religiones. Ser ciudadano significa estar constituido por las garantías de libertad y de derecho aplicadas con independencia de la identidad de género, de clase, de raza, de religión, de lengua y de cultura".
Joseba Arregi, “Lo que está en juego”, El País (17/3/2005).

"La identidad es todo lo que queda cuando se despoja a los ciudadanos precisamente de su ciudadanía, la que proviene fundamentalmente de la concepción moderna e ilustrada del Estado de derecho y de la implantación contemporánea de los principios de la democracia social".
José Luis Pardo, “La dudosa modernización de la educación superior”, El País, 21/3/2005.

viernes, 21 de julio de 2017

Capitalismo y nación

Luis Roca Jusmet plantea: Una doble formulación a discutir
1) Considerar el capitalismo como un sistema de mercantización absoluta basada en una lógica de beneficio sin límite, con Estados nacionales en los que la oligarquía burocrática se alía con la oligarquía económica.
2) Todo lo que beneficia esta dinámica es capitalista y lo que va en contra anticapitalista.
A nivel ideológico, económico político.


Respuesta:
Comparto y añado: 
1) Podíamos decir estados "residualmente" nacionales, en los que el mercado, impelido por las grandes corporaciones y el sector financiero, ha desbordado el marco nacional para operar a escala mundial. El mismo proceso, pero con más retraso y dificultad, ocurre a escala política. Y otro tanto sucede con la producción no material de mercancías, con las dinámicas de la información, la comunicación, la producción cultural, etc, etc, que forman un flujo que Ramonet ("Un mundo sin rumbo") define como IIPP: inmediato, inmaterial, permanente y planetario, que desborda, de nuevo y con gran facilidad los marcos nacionales. Frente al cual, los valores nacionales en los cuales se sustenta una identidad, que falazmente se quiere presentar como permanente, van perdiendo eficacia y se convierten en folclore, que merece ser conservado, claro, como un producto del pasado, pero que no es capaz de alumbrar el futuro, por mucho que se esfuercen algunos. 
2) Teniendo en cuenta que hoy, y quien sabe durante cuanto tiempo, el capitalismo es el modo de producir y de vivir dominante, cualquier proyecto político, de partido grande o pequeño, de izquierdas o de lo que sea, de país grande o pequeño, que no tenga en cuenta este fenómeno y lo coloque en el centro de su estrategia, fortalece el actual estado de cosas.

jueves, 20 de julio de 2017

La deuda pública de Cataluña

Good morning, Spain, que es different

Libertad, soberanía, independencia son bellas palabras; palabras solemnes, emocionantes, si se pronuncian con seriedad y sinceridad; palabras falaces, vacías, si se pronuncian para suscitar acríticas adhesiones a proyectos políticos poco claros o claramente oscuros, porque tales palabras, para no ser emitidas con el deliberado propósito de engañar o confundir, exigen estar respaldadas por contundentes y poco retóricas realidades.
Hablemos de la soberanía, que en nuestra mercantilizada sociedad (¡qué le vamos a hacer!) tiene que ver con la capacidad de un país para mantenerse o financiarse de manera autónoma. El ideal es poder hacerlo sin demasiados compromisos, sin grandes deudas ni onerosas condiciones y con una reconocida capacidad para financiarse y devolver lo prestado con garantías para los prestamistas. Cuestión de confianza, en suma.
En el primer trimestre de 2017, la deuda catalana ha sido de 75.443 millones de euros (y sigue creciendo). Es la comunidad autónoma con la deuda más alta. Supone el 35% del PIB de Cataluña. Una deuda de 10.000 euros por habitante. Con respecto al mismo trimestre de 2016, la deuda catalana ha crecido en 2.764 millones de euros; se diría que al mismo ritmo que la prisa del “procés”.
En 2008, el primer año de la crisis, la deuda era de 20.825 millones de euros, el 10% del PIB catalán. Y en el año 2006, el año del Estatut, la deuda era 14.873 millones de euros, el 7,80% del PIB catalán. La deuda habla, naturalmente, de la gestión de la Generalitat, pero no vamos a entrar ahora en ello, sólo a señalar que es uno de sus resultados.
La deuda catalana se reparte en: 50.037 millones de euros de préstamos del Estado (Fondo de liquidez autonómica y otros), 8.849 millones de entidades financieras nacionales y 6.147 millones de entidades financieras extranjeras.
Ante las dificultades de la Generalitat para devolver o refinanciar la deuda, agencias internacionales han calificado el bono catalán de “bono basura” y lo han colocado a la altura de las emisiones de deuda pública de Bangladesh.
Así, cualquier españolito, o catalanet, que haga cuentas llega a una conclusión opuesta a la de los soberanistas, pues en vez de confirmar la tesis nacionalista -“España nos roba”- debe admitir “¡qué cara nos sale Cataluña!”.
Salvo un hecho milagroso, es de suponer que el día 2 de octubre la deuda seguirá ahí -como el dinosaurio del cuento de Monterroso- y que la hipotética república catalana seguirá atada financieramente al denostado Estado español, como primer acreedor del nuevo país. ¿Seguimos hablando de soberanía?

miércoles, 19 de julio de 2017

Malestar en Cataluña (2)

Good morning, Spain, que es different

A esta dinámica, que ya tiene unos lustros, se une la crisis financiera de 2008, la nuestra y la ajena, que es una manifestación perversa del curso de la economía mundial, y los ciudadanos, a su perplejidad, suman el miedo a las consecuencias de la recesión económica, que ha abierto un abismo bajo sus pies por lo fácil que es descender en nivel o en calidad de vida, por la amenaza del paro, por el empleo precario y la amenaza de un posible despido, por los salarios que bajan y los impuestos que suben, por el pago de la hipoteca y los plazos del coche, por la quiebra de bancos y empresas que parecían eternos, por la pérdida de los ahorros o incluso de la vivienda, por las pensiones (¿habrá para todos?), por el deterioro del sistema sanitario, por los recortes en educación, por la almoneda de los bienes públicos entregados a la privatización que reducen el Estado del bienestar, por el incierto futuro de los hijos, por la amenaza de los foráneos, por la delincuencia, por el aumento de los tráficos ilegales, por la burocratización de la administración pública y privada, por la falta de un horizonte despejado de todos estos temores; por la complejidad de la sociedad actual, en suma, en la que parece que todos los problemas son urgentes y carecen, al mismo tiempo, de solución.
Esta visión está agravada por lo que sucede en el ruedo ibérico, por la crisis de la clase política, por el desgaste del régimen surgido de la Transición, por la corrupción, por los dimes y diretes de los partidos, por las luchas intestinas, por la obsesiva visión a corto plazo, y claro está, en Cataluña, por el Estatut, por la sentencia del Tribunal Constitucional, por la deriva política y delictiva de CiU, por la ofensiva de ERC y por la desorientación de la izquierda, que hace años perdió el rumbo en este tema.
Tan faltos de referencias, de valores firmes, de instituciones estables como los ciudadanos españoles, los catalanes se sienten perdidos (“Perdidos. España sin pulso y sin rumbo”) entre un presente, que según Muñoz Molina (“Todo lo que era sólido”), es “una niebla de palabras arcaicas, himnos viejos y banderas obsoletas, un guirigay de trifulcas políticas” y un “porvenir de dentro de unos días o semanas (que) es una incógnita llena de amenazas y el pasado es un lujo que ya no podemos permitirnos”.
Pero, ante los problemas económicos y políticos propios de España, mezclados con los del resto del mundo, los nacionalistas han buscado un solo motivo que explique el malestar de los catalanes y canalice su indignación, un solo principio que explique las aludidas dinámicas contemporáneas; una sola causa eficiente que dé cuenta, de modo sencillo, del problema y que facilite la solución. Y han dado con ella, expresada en una frase de gran eficacia propagandística: “España nos roba”. 
Así, el malestar en Cataluña se debe a una sola causa, al expolio al que España, desde hace siglos, somete a Cataluña, y la salida a esta situación es sólo una, sencilla y radical: la independencia. Una vez fuera de España (pero cerca de su mercado), los rasgos peculiares del carácter catalán -laboriosidad, seriedad, sensatez, ahorro-, libres ya de la opresiva tutela castellana, volverán a producir los resultados de antaño y Cataluña, triunfante, volverá a ser rica y plena.
Al malestar del ciudadano actual, incrementado por un victimismo sembrado a lo largo de décadas, los nacionalistas le han buscado una salida, que es participar en el proyecto colectivo de formar una nación y fundar un Estado independiente. Una meta que parece fácil de alcanzar y que se presenta como solución a los problemas de los catalanes, planteada y resuelta por ellos mismos.
Todo lo fían a la pretendida capacidad de una raza que es superior a la española, como ya señalaron los padres fundadores del nacionalismo, creyendo que así podrán escapar a las lógicas de la globalización, cuando lo que proponen es acentuarlas, perfilando un horizonte aún más inestable. Pues, aun cuando nieguen su existencia, las tensiones del mundo moderno seguirán estando ahí; los independentistas se las llevarán con ellos, más allá del Ebro o del Jordán.

martes, 18 de julio de 2017

Malestar en Cataluña (1)

El oasis catalán y el resto del mundo
Hay malestar en Cataluña. Eso está fuera de discusión, pero ¿a qué responde ese malestar? Los nacionalistas señalan la causa, la relación con España, sin vincularla con los cambios generados por la globalización, de los cuales lo que acontece en España y en Cataluña es la manifestación doméstica de una lógica mundial.
Los nacionalistas, y quienes les siguen, han eliminado de su horizonte teórico fenómenos que caracterizan las sociedades occidentales haciéndolas similares en sus anhelos y tensiones, y han imaginado Cataluña como una burbuja aislada del mundo e inmune a sus trastornos, que llegan a través de su relación con España como un vendaval, que, desde la península, agita la vida tranquila, ordenada y productiva del oasis catalán.
Es un discurso que, por un lado, desprecia la existencia del capitalismo en expansión como una causa de inestabilidad general, y del asentamiento de la modernidad, con sus lógicas contradictorias -entre ellas no sólo la económica, sino la política y la cultural-, con todo lo que representa, con lo que ofrece y lo que exige. Y por otro lado, ha puesto los ojos en una Cataluña premoderna, idealizada y falsamente soberana, a la que propone regresar incorporando los elementos actuales que sean compatibles con ese sueño.
No es muy original decir que el capitalismo expandido a escala planetaria genera malestar aún en las sociedades mejor situadas, como muestran antecedentes tan sonados como los sucesos de los años sesenta, expresando un primerizo y juvenil rechazo al orden mundial creado en 1945, que ya entonces empezaba a tambalearse y al que la restauración conservadora de Reagan y Thacher dio el definitivo empujón.
Los signos aparecieron primero en las sociedades más avanzadas, sobre todo en Estados Unidos, y autores de distintas tendencias (Herbert Marcuse, Marvin Harris, Daniel Bell, Alvin Tofler, Theodore Roszak, John K. Galbraith, Anthony Giddens, Richard Sennet, Jeremy Rifkin, Manuel Castells o Naomi Klein, entre otros muchos) se han ocupado de ello.
El mundo ha ido perdiendo el perfil establecido tras la IIª Guerra mundial y se desdibuja por medio de conflictos políticos, económicos, militares y culturales, que no permiten atisbar cuál será su nueva configuración, si es que no hemos entrado en una era de inestabilidad permanente. Fruto de ello son los modelos políticos que hacen agua, las formas de gobierno obsoletas, los Estados incapaces de asumir sus tareas, las instituciones que fracasan, el ocaso de las viejas ideologías políticas, la pérdida de sentido de la historia y la constatación de que un capitalismo sin adversarios avanza a trompicones, con una crisis tras otra, impelido por un sector financiero desbocado, ante la perplejidad de los ciudadanos.
Estamos en “La era de la incertidumbre” (Galbraith), en “La sociedad del riesgo” (Beck) o inmersos en “La Modernidad líquida” (Bauman), dotada de una gran dinamismo, en la que todo se acelera y se transmuta -“todo lo sólido se desvanece en el aire” ante la presión del mercado, advirtió Marx- y nada parece destinado a permanecer mucho tiempo (el empleo, la profesión, la educación, la familia, los amores, las filiaciones políticas, la noción de la propia vida o la visión del mundo), pues los viejos valores morales, políticos y religiosos han perdido su función aglutinante y el dejar de ofrecer modelos de comportamiento y normas estables y de definir horizontes ha facilitado la emergencia de un individualismo insolidario, acrítico y deseoso, necesario para sostener un mercado que precisa continua renovación y crecimiento para atender al creciente consumismo, causa y efecto de esa necesaria renovación de la sociedad, al menos como apariencia, pues parece impelida por la moda como principio dominante; es “el imperio de lo efímero” (Lipovetsky) al servicio de incesantes deseos, incentivados por la producción masiva de mercancías, el crédito y la publicidad, y por la propaganda que sobre sí mismo genera este modelo, orgulloso de mostrarse como la única forma de vida posible. 

domingo, 16 de julio de 2017

¿Tercera vía?

Certero. Comparto (Felix Ovejero: "La tercera vía (de la izquierda) no es la solución". 
Los nacionalistas conciben el orden político formado por naciones étnicamente homogéneas (y cuanto más homogéneas más pequeñas), de ahí que su empeño sea no sólo construir esa nación catalana (o vasca) presuntamente homogénea, sino que tales naciones proliferen y acaben con la idea de la nación española. El resultado seria, en el mejor de los casos, una confederación de estados independientes, y en el peor la formación de micropaíses, nunca un Estado federal.

Proyecto nebuloso

Pau Gassol está preocupado por el cómo, pero sin preguntarse el para qué. 
Votar, votar, votar, repiten como un mantra, pero, ¿se han preguntado que hay detrás de esa hipotética independencia? Hay un proyecto nebuloso, fabuloso, que ofrece soluciones mágicas, sostenido por fuerzas políticas que no sólo son disímiles sino que son antagónicas. ¿Qué proyecto de país, por muy independiente que sea, puede salir de PDcat y de la CUP? Sólo inestabilidad política, en el mejor de los casos, y nuevas tensiones como lo más probable, pues, una vez lograda la separación de España, que es lo fundamental en este asunto, se acabará el consenso y la lucha por imponer el modelo que cada uno tiene será encarnizada. Eso sin contar con que, el nuevo gobierno, y el resto de los ciudadanos, tendrán que someterse a las consecuencias de la ruptura económica con España y a la subsiguiente salida de la UE. Sin hablar de las reacciones de los catalanes no nacionalistas, porque entonces la presión ideológica se acentuará. Un futuro muy oscuro que no quiero para España, ni, como catalán, tampoco para Cataluña.

Dominar el relato

“Se les ha dejado dominar el relato. Desde las escuelas, han hecho barbaridades y se ha manipulado la educación. Lo de Puigdemont en Cataluña es algo esperpéntico”, afirma Teresa Freixes (entrevista en la COPE, 15-7-2017). 
Efectivamente, los nacionalistas han conseguido imponer durante años un relato histórico falseado sobre escolares que carecían, y carecen, de elementos para ponerlo en duda o criticarlo. 
La duda está desterrada en la enseñanza de la historia en Cataluña, porque así lo exigen los mitos nacionalistas, en cuya difusión el cuerpo docente ha ejercido una función muy importante, como la ha tenido, como agente muy activo, en llevar adelante, mediante la continua agitación, introduciendo en las aulas las consignas de la Generalitat, y la movilización del alumnado, el proceso hacia la independencia.

Lakoff. Think tanks

Gracias al trabajo de sus think tanks -escribe Lakoff (2007, 130)-, de sus profesionales del lenguaje, de sus escritores, de sus agencias publicitarias y de sus especialistas en los medios, los conservadores han impuesto una revolución en el pensamiento y en el lenguaje durante treinta o cuarenta años. Utilizando el lenguaje, han tildado a los liberales[1], cuyas políticas son populistas, de elitistas decadentes, de despilfarradores no patrióticos, de liberales de limusina, de liberales frívolos, de liberales de muchos impuestos y de mucho gasto, de liberales holliwoodienses, de liberales de la Costa Este, de élite liberal, de liberales inconsistentes, etc. Al mismo tiempo, han calificado a los conservadores, cuyas políticas favorecen a la élite económica, de populistas
Lakoff, G. (2007): No pienses en un elefante, Madrid, UCM

Según Lakoff (2008, 61), en los últimos treinta años, los conservadores se han gastado más de 4.000 millones de dólares en formar una red de think tanks y de institutos de opinión y formación.
Lakoff, G. (2008): Puntos de reflexión. Manual del progresista, Barcelona, Península.





[1] Lakoff utiliza aquí el término <liberales> en sentido americano; es decir, progresistas o demócratas.

Trump. ¿Descerebrado?

Trump no es un descerebrado. Es un producto genuino, pero con los rasgos más acusados, del sistema económico (e ideológico) norteamericano. Un ejemplo viviente del comportamiento despótico del capital llevado al terreno de la política, donde sus desafueros están contenidos a duras penas por los contrapesos institucionales. Imaginemos a Trump gobernando sus empresas sin tener que dar cuentas a nadie. 
Y desde luego Lakoff, que nada tiene que ver con Trump, no es un descerebrado, sino alguien a quien conviene leer. También, y como complemento necesario, ¿Qué pasa con Kansas? Cómo los ultraconservadores conquistaron el corazón de Estados Unidos, de Thomas Frank (Acuarela & Machado, 2005), que, además, lleva un epílogo de Slavoj Zizek, el filósofo de moda, o uno de ellos, de la progresía postmoderna.

sábado, 15 de julio de 2017

Trump y Lakoff

Muy interesante, Lakoff, que, desde el punto de vista político, matiza y desmenuza la vieja tesis de la ideología dominante (desde Marx, Gramsci, Althuser, Habermas... hasta Abercrombie), con alusiones a W. Reich (el padre autoritario) y la sociología del conocimiento (Mannheim. Sus libros "No pienses en un elefante. Lenguaje y debate político" (2004, 2007 en español) y "Puntos de reflexión. Manual del progresista" (2006, 2008 en español) deberían ser de obligada lectura para los progresistas. Recomiendo los once consejos que les da ("No pienses", p. 58 y 59), continuados en doce trampas que hay que evitar, en "Puntos de reflexión, p. 34 y ss).

http://blogs.elconfidencial.com/mundo/mondo-cane/2017-07-10/donald-trump-es-vulgar-e-inculto-pero-no-tonto_1412289/?utm_source=facebook&utm_medium=social&utm_campaign=BotoneraWeb

viernes, 14 de julio de 2017

El obrero.es

Good morning Spain, que es different

¿El obrero? ¿Un diario digital que se llama “El obrero”? Sí, el obrero, o sea el trabajador, treballador, trabalhador, traballador, obrer, worker, arbeiter, ouvrier, operaio, langilea, “currante” o “currelante”, como cantaba Carlos Cano en una célebre murga, en la que quería obsequiar a los caciques con un pico y una pala para ponerlos a “currelar”.
Pero, ¿cómo puede editarse un periódico que se llame “El obrero”, en la España posmoderna? Si parece un nombre del siglo XIX o como mucho de la primera mitad del XX. Como publicación evoca la época de la prensa clandestina, las huelgas contra la dictadura, las luchas de los trabajadores aún de más atrás; las internacionales obreras…
En la España mariana que ha superado la crisis -Rajoy dixit- y que está llena –dicen los suyos- de oportunidades para los emprendedores, ¿puede tener cabida un diario que se llame “El obrero”?
Hoy nadie habla de obreros; los políticos más radicales hablan de la clase media, pero de los obreros nadie habla, quizá ¿porque ya no existen? Si todo viene de China…, pero que China sea la fábrica del mundo no elimina los obreros de otras latitudes. Con la expansión del capitalismo a escala planetaria, los obreros no han desaparecido del mundo, al contrario, ni tampoco de España.
En medio de la ola de neoliberalismo que nos invade y de sus aparentemente incuestionables verdades, como el carácter científico de la economía y como ser la única forma de gobernar el planeta, la presunta racionalidad del “homo economicus”, la competencia en todas los niveles como medio y el éxito personal, medido en dinero, fama o poder, o mejor las tres cosas, como meta, la exaltación del individuo insolidario, la defensa de lo privado y excluyente y el desprecio de lo público y compartido, el exagerado tamaño del Estado mínimo y las ventajas del mercado máximo y el culto a los empresarios como únicos creadores de riqueza, el nombre de “El obrero” viene a incomodar, pues evoca situaciones injustas, desigualdad, propuestas colectivas, clases sociales y, al fin, el viejo y persistente conflicto entre el capital y el trabajo -¡maldito Marx!, que no acaba de morir-, la tensión entre los intereses patronales y las necesidades sociales y la pugna, siempre presente, entre salarios y beneficios. O sea, algo de mal gusto; una grosería que viene a desmentir el mantra de que todos estamos unidos por un interés común, que es producir riqueza por el bien del país, pero sin atender a cómo se produce ni cómo se reparte, ni a la renta de cada cual y a las condiciones en que la percibe. 
El trabajo rudo, el empeño físico, el trabajo manual, ingrato, peligroso, la obligación rutinaria y alienante, la sujeción disciplinaria a la máquina, al ritmo establecido, a la productividad prescrita no han desaparecido, ni tampoco los contratos leoninos, las largas jornadas, los bajos salarios y los obreros parados. Esos son los rasgos del proletariado de hoy día, de los proletarios sin prole, porque, a pesar de tener un gobierno católico, que dice defender a la familia, España es un país disuasorio para tener y criar hijos. Eso y el color de la piel, porque el proletariado moderno, también en España, es multicolor. No hay negros, mulatos ni mestizos en los círculos directivos de la economía y las finanzas, ni en los consejos de administración de las empresas del Ibex 35. Mujeres hay pocas -se quejan con razón-, pero ningún hombre que no sea blanco (y rico). La acogida, la integración, la fusión racial, social y cultural se hace por abajo, por la base de la sociedad, trabajando y compartiendo fatigas, no cobrando dividendos. A eso añádase la proletarización de las profesiones, la general salarización, y veremos que todo, absolutamente todo, está producido, generado, creado por trabajadores, por obreros, por asalariados en un proceso creciente.
Por eso, sacar a la luz sus condiciones de vida y trabajo, sus necesidades y sus aspiraciones es una labor que parece pasada de moda pero hoy absolutamente necesaria, si se quiere dar a conocer cómo es este país y entender un poco mejor cómo anda el mundo.
Larga vida a “El obrero” (https://elobrero.es).

lunes, 10 de julio de 2017

Responsabilidades

El tema es complejo y difícil de abordar ya que cuentan las circunstancias personales, pero eso no lo tienen en cuenta los indepes, que están realizando una ofensiva brutal, para dejar de ser una opción minoritaria y convertirse en mayoría. La ofensiva es larga y persistente (y lo que queda todavía hasta octubre) y la llevan acabo a costa de lo que sea: se rompió CiU, se perdió Unió, y todos los partidos catalanes y no catalanes están divididos por esta cuestión, que apela, también, a cada uno de los ciudadanos, pues se trata, nada menos, que de hacer otro país de prisa y corriendo. Y las consecuencias serán para todos. La presión es tan brutal que todos los ciudadanos están llamados a pronunciarse de una manera o de otra. Hasta el momento, la parte activa ha sido la independentista, y mucho menos, aunque también y de modo más reciente, la "unionista", y depende de estos desorganizar el discurso de los indepes que presentan a Cataluña como un bloque homogéneo contra España. El Gobierno tiene, naturalmente, su cuota de responsabilidad en lo que suceda, pero eso no evita la responsabilidad de cada ciudadano. Así lo han decidido los independentistas con su envite, y hasta ahora ese es el problema más importante de Cataluña, pues las izquierdas, rotas por el desafío, han renunciado a colocar el primer término los problemas sociales.

viernes, 7 de julio de 2017

El silencio de Rajoy

Good morning, Spain, que es different

Es difícil entender la postura reservada de Rajoy y del Gobierno ante el desafío de los nacionalistas catalanes. Los silencios del Presidente son conocidos, así como tancredismo -aguantar hasta que escampe- y su aversión a rendir cuentas; estando como parece que está a hacer lo que le manden desde Berlín o Bruselas, la palabra iniciativa está desterrada de su repertorio sin que el llamado problema -problemón- catalán le haya hecho cambiar de actitud.
El Gobierno está constitucionalmente obligado a defender la soberanía nacional y la unidad territorial, pero se refugia en lo obvio: en que hay que respetar la ley y la Constitución, sin más razones. Es una posición más propia de un gendarme que de un político y para eso no hace falta un gobierno. La defensa de la ley sin más argumento es una posición debilísima, porque lo que se opone a la ley es otra ley, surgida de otra (aparente) legitimidad; ley contra ley, nación contra nación. Ahí está el debate teórico, jurídico, político e ideológico que hay que librar con los nacionalistas, pero Rajoy se empecina en repetir que hay que respetar la ley y la Constitución, como si fuera portador de las Tablas de Moisés, que todo el mundo debe acatar sin discusión. Pero hay gente que no las quiere acatar.
La alusión a la necesidad de aplicar la ley debería ser la última razón para disuadir a los nacionalistas catalanes de su aventura, pero no la única razón, porque lo que ha faltado por parte del Gobierno son razones, argumentos en contra del discurso de los secesionistas, desmontando, en primer lugar, los dislates más gruesos de su relato y aportando, en positivo, con la abundante información que posee, argumentos que lleven a reflexionar sobre la conveniencia, económica y también política, para Cataluña de permanecer en España; es decir, explicar las ventajas de la unión y las posibles desventajas de la secesión, pero este trabajo lo han hecho otros, no el Gobierno.
En segundo lugar, para un partido que está siendo investigado por corrupción, por financiación ilegal y por utilizar los resortes del Estado para combatir a sus adversarios políticos, es decir por vulnerar la ley de manera continua a lo largo de décadas, refugiarse en la estricta aplicación de la ley es sencillamente suicida y denigra a la propia ley de que dice defender y a las instituciones que deben aplicarla.
El que calla, otorga. El gobierno desde hace demasiado tiempo ha venido callando y otorgando, y la alusión de la ministra de Defensa, Dolores de Cospedal, a la función de las fuerzas armadas de garantizar la soberanía y la integridad territorial es imprudente -y obvia- y no suple el trabajo de argumentar  que no se ha hecho hasta ahora.
Ante el silencio del Gobierno, queda en manos de los catalanes no nacionalistas defenderse de los planes de quienes, en 48 horas, les quieren convertir en ciudadanos de otro país.  

miércoles, 5 de julio de 2017

El "papel"

Good morning, Spain, que es different

Con la fanfarria acostumbrada el President Puigdemont públicamente ha presentado otro anuncio -de anuncio en anuncio y tiro porque me toca- sobre el referéndum de autodeterminación, que debe celebrarse, según sus cuentas, el próximo 1 de octubre.
Es un anuncio sobre la proposición de ley, hasta ahora un papel, realizado con gran solemnidad en el Teatro Nacional de Cataluña, en un acto para amigos incondicionales y de cara a la galería, porque no se trata de una ley, ni siquiera de un proyecto de ley, puesto que no ha entrado en el Parlament a través del registro y no ha sido aprobado ni siquiera debatido. Eso se deja para más adelante, para hacerlo a última hora, con prisas y lectura única, con la intención de que el Gobierno no tenga tiempo de recurrir lo acordado en el Parlament. Van dados si creen que Rajoy se va a estar quieto.   
Se conoce la fecha del refrendo y, desde luego, la intención de celebrarlo, pero no se conoce el censo de posibles votantes, y hasta ahora no hay urnas, no se sabe si habrá funcionarios o serán voluntarios quienes se ocupen de la mecánica, ni de cuantos locales dispondrán los organizadores, aunque parece que las dependencias están garantizadas en pueblos y localidades pequeñas y en Gerona. El “papel” tampoco fija un porcentaje mínimo de participación para declararlo válido, pero basta con que el número de votos afirmativos sea superior al de negativos por un solo voto, para que el resultado se considere válido y, por tanto, para que Cataluña sea declarada un país independiente, suponemos que por Puigdemont y su Gobierno (¿o también por voluntarios?), en el plazo de dos días. Una chapuza escasamente democrática.   
Mucha prisa, ninguna pausa; improvisación, grandielocuencia y una base legal muy poco fiable, pues ni las leyes nacionales ni las internacionales, tampoco la Unión Europea, que lo ha reiterado, ni la ONU, respaldan la secesión de Cataluña, porque no está en un Estado autoritario, aunque el Gobierno sea proclive al centralismo y en este caso no se haya distinguido por sus explicaciones, ni bajo dominación colonial. Y ahí va una pregunta que deberían plantearse los anticapitalistas que apoyan el “procés”. ¿Es posible que las normas laborales de la “metrópoli” hayan sido inspiradas por representantes de la “colonia” oprimida?
Con iniciativas propias o apoyando las del Gobierno central, CiU ha estado siempre dispuesta a restringir derechos laborales, moderar salarios y flexibilizar la contratación de trabajadores en toda España, no sólo en Cataluña. El gobierno de CiU, en Cataluña, ha sido pionero, antes que el de Rajoy, en aplicar recortes al Estado del Bienestar y en externalizar servicios públicos (y pionero en corrupción, ¡ojo! Banca Catalana).
Otro dato: el primer presidente y confundador de la patronal española, Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), fue el catalán Carlos Ferrer Salat (1977-1984), procedente de la patronal catalana Fomento del Trabajo Nacional, y el actual, desde 2010, es Joan Rosell, también catalán. Recuérdese el programa fundacional de la CEOE, recogido en parte en la Constitución y en sucesivos pactos sociales y aplicado en las empresas de todo el país: defensa del capitalismo (léase economía de mercado) y de la competitividad, homologación de la legislación laboral española con la europea, rebaja de impuestos a las empresas y de las cotizaciones a la Seguridad Social, reducción del tamaño sector público. Y hoy comprometida hasta el tuétano con la globalización neoliberal y el capitalismo salvaje, que salta fronteras territoriales y morales, mostrando, una vez más, que el capital no tiene patria.
Recuérdese también que Francesc Cambó, fundador de la Lliga, diseñó el sistema bancario de la monarquía alfonsina, de la república, de la dictadura franquista y que pervivió hasta la gran reforma de la banca en los años ochenta ¿Cataluña, una colonia?