La
gigantesca estafa de 50.000 millones de dólares, perpetrada por el presunto hombre
de negocios Bernard Madoff a inversores de varios continentes, es, por ahora,
la guinda que colma el pastel de la crisis financiera norteamericana.
El
bien estudiado timo de Madoff revela con claridad meridiana cual ha sido el
espíritu con que diversos promotores financieros han colocado en un mercado
desregulado pero opaco, la variada gama de productos, subproductos o
infraproductos de alto riesgo y dudosa legalidad, que ha terminado con la banca
de inversiones, ha llevado a la quiebra al sistema crediticio, primero, y al
financiero, después, y amenaza con provocar una recesión mundial.
De
todas las explicaciones sobre lo ocurrido, la que más llama la atención es la del
ex presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, que ha dicho que el
mercado financiero se ha hundido por la codicia. Preguntado por qué no había intervenido,
ha contestado que pensaba que los brokers
y los traders se iban a limitar ellos
mismos.
La
respuesta sorprende por varias razones. La primera por su sinceridad, pero
también por la ignorancia sobre la conducta humana, mostrada por quien es
responsable de un organismo esencial no sólo para la economía de EE.UU. sino
para la del resto del mundo. Es un ejemplo de ignorancia supina, pues supone
desconocer la historia de la humanidad, no sólo la historia económica sino la
historia política, la historia de las religiones, la historia del derecho y la historia
de la literatura; es decir, de toda materia que trate de las pasiones humanas, de
describirlas o de contenerlas, porque la codicia es una de ellas. La confesión
sorprende aún más, pues, el neoliberalismo se jacta de propugnar un modelo
económico y político basado en los seres humanos tal como son y no en como
deben ser.
En
segundo lugar, detrás de esta ignorancia cierta o fingida, la opinión de
Greenspan revela una contradicción con las medidas políticas adoptadas por ese
y otros gobiernos de corte neoliberal y con el clima de opinión dominante, pues
no es coherente esperar que individuos que se lucran con la falta de límites, se
limiten ellos mismos cuando se suprimen los resortes que facilitarían ese
control. Cuando los agentes económicos actúan en un marco institucional
ultraliberal, legitimados por un discurso que coloca en el centro del sistema financiero
la especulación en bolsa, cuando el desarrollo económico depende exclusivamente
de la búsqueda del beneficio privado y cuando el interés particular de los más ricos
se pone como condición del interés general, con el hipotético objetivo de que
la riqueza se distribuya en cascada por toda la sociedad, es insensato esperar
que los codiciosos actúen en el mercado bursátil sin más límite que el que les
dicte su propia conciencia, máxime cuando la expansión financiera es uno de los
principales factores de la globalización. Y los especuladores codiciosos, devenidos
en imprescindibles agentes del nuevo y desregulado orden económico mundial, han
entendido perfectamente el mensaje que llegaba desde la Casa Blanca y la
Reserva Federal, que les indicaba que, movidos por su codicia, actuaban de modo
patriótico al favorecer la proyección estratégica de Estados Unidos.
En
tercer lugar, Greenspan expone de manera clara en qué ha quedado la noción liberal
del individuo, una vez desaparecida la contención calvinista que contribuyó a asentar
el capitalismo en Estados Unidos: un individualismo patológico, que coloca la compulsiva
búsqueda de riqueza como meta central de la vida y expresión del triunfo social,
y que ofrece como ejemplo al individuo que se jacta de haberse hecho a sí mismo,
sin deber nada a nadie, en una continua competencia con todos los demás. Un
esperpéntico ser humano
movido por
un egoísmo desenfrenado, que, contra la lógica y contra la experiencia, se ha
visto alentado por quienes están encargados de defender los bienes públicos y
los valores comunes de toda la sociedad, no los de unos pocos desaprensivos.
Los mandatarios de los
principales países del mundo están tratando de encontrar una solución a la
crisis financiera para evitar una recesión internacional, y quizá la
encuentren, pero el asunto es mucho más grave, pues se trata de una crisis de
civilización: las necesidades vitales de millones de personas no pueden
depender de los intereses privados del reducido grupo de afortunados poseedores
de la mayor parte de la riqueza mundial, y mucho menos, estar determinadas por
la ilimitada codicia de sus gestores.
Nueva
Tribuna, 28-I-2009
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