Good morning, Spain, que es different
Otro
árbol que muere, seguramente por no estar bien plantado o mejor dicho,
trasplantado al lugar adecuado para su desarrollo, porque este es un árbol traído
de lejos.
La
historia de este árbol y todo lo que le rodea es un signo, otro más, de cómo y
por quiénes ha estado gobernado este país durante tantos años; un historia de
ignorancia, prepotencia y despilfarro de dinero público, que, desde el punto de
vista administrativo, acabó en los juzgados pero sin consecuencias para los
responsables del desatino, y desde el punto de vista botánico, con el árbol enfermo, apuntalado y recibiendo un
tratamiento contra los hongos que lo han atacado.
El
árbol en cuestión es un roble de los pantanos o roble americano (quercus palustris), un árbol de hoja
caduca y multihendida, que crece derecho hacia el cielo y es muy vistoso porque
adquiere unos colores bellísimos en otoño. Es un árbol que figura en los
escenarios de la literatura norteamericana del nordeste, en los relatos de la
primera colonización que transcurren en medio de una naturaleza poderosa, como
son los de Fenimore Cooper, Irving, Longfellow, Oliver Curwood, Jack London o
Zane Grey.
Entre
robles debía estar situado, y construido con su madera, Fort Henry, en densos
bosques de robles tienen lugar las aventuras Uncas y Ojo de Halcón, del
justiciero Wetzel y del joven Downs; entre robles es imaginable Hiawatha.
Seguramente fueron robles los árboles que rodearon la cabaña de Thoreau, en
Walden Pond, y quizá la del tío Tom, y los que servían de escondite al jinete
sin cabeza en las cercanías de Sleepy Hollow. Entre robles debió transcurrir el
largo viaje de los rangers del mayor
Rogers buscando el paso del noroeste y la expedición de Lewis y Clark y la
mujer shoshonee, Sacajawea, que les
ayudó a encontrarlo. Y seguramente, bajo un roble se conocieron John Smith y
Pocahontas.
Se
ignora si estas ideas u otras parecidas influyeron en la decisión de los
munícipes de Pozuelo de Alarcón de plantar un roble americano en el parque de las
Cárcavas, o si trataban de competir con el famoso árbol de Guernica -un roble-
o sólo de emular a Central Park, que tiene muchos y bien frondosos, pero el
alfoz de Madrid tiene un clima bastante distinto al de Nueva Inglaterra.
Según
una afirmación popular, el roble tiene fama de ser un árbol fuerte, pero el ejemplar
trasplantado al parque de Pozuelo o era un espécimen débil -y por su precio no
debía serlo- o no ha soportado el duro clima castellano.
En
2006, el alcalde Jesús Sepúlveda (exsenador del PP y exmarido de la ministra Ana
Mato, hoy imputado en el caso Gurtel),
quiso dotar a Pozuelo de una zona verde, que en principio tuvo un presupuesto
de 4,6 millones de euros, pero, como en otros casos de pésima administración, acabó
costando 9,6 millones de euros a los contribuyentes. En los gastos de este descomunal
desvío del presupuesto figuran el precio del árbol, 27.600 euros -parece que no
los había más baratos- y el viaje a Bélgica -no había un vivero más cerca- para
adquirirlo. Operación propia de jardineros, de ingenieros agrónomos o técnicos
en medio ambiente, pero que el Consistorio consideró muy importante porque
requirió el esfuerzo de siete personas, entre ellas el viaje del propio alcalde,
del que no se conocen especiales conocimientos de botánica, aunque sí la afición
a conducir coches caros y dotados de cierto misterio. El traslado del árbol
costó 7.000 euros, que, unidos a otros gastos difíciles de explicar, puso el
precio de adquisición del roble hoy agonizante, en 104.000 euros.
La
moraleja es simple: se siguen conociendo ejemplos de cómo han tirado el dinero
público quienes ahora acusan a los ciudadanos de provocar la crisis económica
por haber gastado por encima de sus posibilidades, y de quienes hablan ahora de
regeneración democrática y de transparencia sin dirigir una mirada autocrítica,
siquiera por mera cuestión estética, a su desastrosa gestión.
En adelante, y al menos en
Pozuelo, habrá que reformar el dicho popular, que no servirá para comparar la
fortaleza o la buena salud de alguien -fuerte
como un roble-, sino para comparar un dispendio con otro: caro como un
roble comprado por el Partido Popular.