miércoles, 30 de enero de 2019

El capitalismo real

Antonio Garamendi (Guecho, 1958) ha sucedido a Juan Rosell en la presidencia de la CEOE. Un vasco, que sucede a un catalán, se coloca al frente de la poderosa asociación patronal que representa a lo más granado del capitalismo español. Español, o sea, también vasco y catalán, unidos al resto en la defensa de sus intereses de clase, como desprende la entrevista publicada en El País el 26 de enero de 2019.. 
Mientras tanto, el PNV (y detrás Bildu y compañía) y el PDCat (ERC, la CUP y compañía) distraen a la gente con bailes regionales y secesionismo de salón, creyendo que son importantes porque se ocupan de resolver conflictos imaginarios con soluciones absurdas, sin ver cómo resuelven los grupos capitalistas sus problemas, que no es mediante himnos, banderas y lazos de colores, sino mediante intrigas, espionaje y apoyos políticos. 
Véase, como ejemplo, "FG: 20 años de gestión controvertida", el "culebrón" que ha publicado El País, los días 27, 28 y 29 de enero sobre la pugna entre grupos económicos por hacerse con el control del BBVA, entidad resultante de la privatización del Banco Hipotecario, el Banco Exterior de Crédito y la Caja Postal de Ahorros, fundidos en Argentaria, unida a su vez a dos bancos vascos -Banco de Bilbao y Banco de Vizcaya- reunidos. 
El señor Garamendi se ha dotado de un sueldo de 300.000 euros al año, suma que califica de "humilde" y cuya discusión la parece demagógica. 

"Represento a los presidentes de las empresas del Ibex. Ese debate es absurdo, no es un debate de CEOE. Es más, creo que es una retribución humilde en un ámbito empresarial de alto nivel. Mira dónde están las remuneraciones de cualquier empresa del Ibex de coste. Es un tema que me parece demagógico”. (del texto)

Ventanas indiscretas 3


Aupado en la movilización social, pero no emanado directamente de ella (el 15-M tuvo otras salidas políticas sin éxito), Podemos, sin poder institucional, escaso arraigo social y sin vínculos con el mundo laboral, contaba con los improvisados círculos surgidos al calor del movimiento y con notable habilidad para situarse en lo que Habermas llama la “notoriedad pública”; en la superficie de la actividad política, que es el ámbito de la comunicación.
Sus dirigentes, bien preparados y dotados de eficaz oratoria, expusieron la audacia de sus pretensiones con un lenguaje crítico y afán provocador, que suscitó expectación en unos grupos sociales, esperanza en otros y, desde luego, la enconada respuesta de sus adversarios, en particular de la farisaica derecha, a la cual se complacían en soliviantar, lo cual halló excelente acogida en los medios de información, ávidos siempre novedades -lo nuevo es el principio del periodismo- y dados a suscitar debates, para mantener la audiencia, a base de realimentar conflictos que luego eran replicados en las redes de Internet.       
Pero, “Spain is different”.
En España no es posible (ni recomendable) un populismo patriótico como el peronismo, que recorra transversalmente la sociedad y acoja en su seno desde peronistas de extrema izquierda a peronistas de extrema derecha, para que acabe gobernando la élite peronista de un modo u otro.
Tampoco suscita entusiasmo una suerte de populismo cívico-militar como el socialismo bolivariano, porque en España se recuerdan, con horror en la izquierda y con honor en la derecha, los 40 años de dictadura del Generalísimo, que ha sido un modelo para golpistas de todo el mundo.
El populismo de masas -la “mayoría natural” de Fraga- lo representa la derecha en el PP, con un populismo neoliberal, patriotero y clerical, conseguido con demagogia, jerarquía, disciplina, prebendas y clientelismo (patria y pasta).
Disputar esa hegemonía con un pensamiento alternativo es un trabajo que requiere años de esfuerzo, pero está reñido con el objetivo de llegar pronto al gobierno. La prisa es un rasgo de Podemos, al menos, en su primera etapa. 
Por otra parte, agrupar a la izquierda es tarea propia de cíclopes, porque aquí tiende fácilmente a la fragmentación.
Hay otro ingrediente propio de este país, que es la tensión periférica, contagiada por el nacionalismo burgués de Cataluña y el País Vasco, con la intención de ostentar en exclusiva el poder político en sus territorios pero compartiendo a la vez el mercado nacional y los beneficios de la proyección internacional de la economía española. Que este proyecto tenga lugar en dos de las regiones más ricas del país no ha sido óbice para que dóciles organizaciones de izquierda lo hayan asumido como propio, aún costa de desnaturalizar sus programas.
Por tanto, lo que ahí aparece no es la posibilidad de organizar a un pueblo en torno a un proyecto, sino la de unir diferentes “pueblos” con sentido nacional en torno a un proyecto, si es que se reconoce como un dato imprescindible la existencia de tales “pueblos” y de las fuerzas políticas que los representan, con las cuales hay que avenirse como sea para montar un proyecto político que tenga como primer objeto derribar el tambaleante “régimen del 78”.  
La consecuencia será comprobar que no es posible tomar el cielo por asalto, es decir, sin consenso, sino que este es imprescindible para conseguir elevarse y acercarse a él. Más aún, mantenerse políticamente vivo sobre el suelo va a depender de múltiples y trabajosos consensos. 
Un par de datos más sobre el análisis de la correlación de fuerzas, que revelan la impericia -la juventud de los dirigentes de Podemos- y les hace comportarse como turistas. Se tarda en conocer a fondo este país, que es moderno y dinámico en la superficie, pero tradicional y lento en lo profundo. 
En España, la derecha carece de principios morales y no es democrática, porque tiene una concepción patrimonial del país, pero es fuerte, tiene un sentido de clase arraigado y larga experiencia de gobierno, aunque no es buena gestora; está presente en la instituciones, dispone de poder local y autonómico, mantiene estrechos vínculos con los poderes económicos y financieros, con la Iglesia, la judicatura, cuerpos profesionales, con la jefatura de las fuerzas armadas y con organizaciones internacionales afines. Ha heredado y multiplicado el caciquismo más rancio y sostiene extensas redes clientelares. Es vengativa, pero no reconoce errores o excesos y es reacia a solicitar disculpas. Es un adversario desleal y un mal enemigo. Si asaltar el cielo era sacar del gobierno al PP, Podemos no lo tenía fácil.
Tampoco era fácil desplazar al PSOE al puesto de segunda fuerza de la izquierda, teniendo en cuenta que IU había fracasado en el intento.
A pesar de su crisis (no sólo de liderazgo), el PSOE, era un partido veterano, con casi 140 años de existencia, que había recuperado un lugar principal en la política española después de 40 años de dictadura y había cumplido un papel esencial en la fundación y funcionamiento del régimen parlamentario. Disponía de poder local y autonómico y tenía relación con actores sociales, políticos y culturales nacionales y extranjeros. Era una fuerza bastante sólida a pesar de su crítica situación y, por tanto, un rival con el que era difícil competir.   
Y los dirigentes de Podemos, aupados en el movimiento y en los medios de comunicación se dispusieron a pasar de la nada al gobierno en un par de años. Lo nunca visto, pero lo intentaron. 
Continuará.

domingo, 27 de enero de 2019

Ventanas indiscretas (2)

El “núcleo irradiador” -el grupo fundador de Podemos- tenía por delante una ingente tarea, pero en teoría estaba bien surtido de ideas políticas para ello. 
Entre otros autores y teorías -son doctos profesores universitarios-, una buena ración de marxismo figuraba en su equipaje, si bien en varias versiones; una más propia de la tradición comunista, incluso estaliniana, como se vería en el aspecto organizativo (una combinación de magma en ebullición y politburó). También el marxismo italiano, Gramsci, por su teoría de la hegemonía, exhibida en el primer momento, luego abandonada y recuperada ahora en Madrid por Errejón, y el postmoderno (y confuso) marxismo de Negri, formulador de la teoría del bíopoder en red, del imperio sin emperador y de la multitud -todos los explotados, todos los sometidos- como alternativa liberadora.  
No faltaba la versión populista del estructuralismo de Althusser, defendida por Laclau en la Argentina de los Kirchner ni la aportación, igualmente populista, del socialismo bolivariano cívico-militar. Contaban también en sus currículos con  viajes, becas y estancias en Europa y América Latina con el Centro de Estudios Políticos y Sociales, así como con ejercicios de “contrapoder” en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense y con la experiencia en materia de comunicación ideológica proporcionada por el programa “La tuerka”, en una pequeña emisora de televisión local.    
Con esto (y Lenin, Maquiavelo o Berlinguer) en la maleta, Podemos hizo su aparición pública despreciando el eje izquierda-derecha, por obsoleto, para hacer del eje arriba/abajo la palanca fundamental de la acción política. De ahí vendría la idea de la oposición entre el pueblo y la élite, pero como España no es América Latina, no existe el pueblo español sino “los pueblos” -para Podemos, España es un estado plurinacional-, de modo que la élite fue bautizada como “la casta” y el pueblo fue reemplazado por la gente, lo más parecido a la multitud de Negri y al uomo qualumque de Mussolini.
No faltaban unas dosis de optimismo histórico respecto a la situación: la crisis financiera y la corrupción habían deteriorado de tal manera el régimen del 78, que se tambaleaba y había que empujarlo para que cayera y reemplazarlo por otro -una república- salido de un proceso constituyente (de nuevo Negri). 
Aupado en la movilización social y en particular en el movimiento 15-M, del que se considera heredero, el lenguaje radical, el tono crítico cuando no crispado de sus dirigentes, así como despectivo con la izquierda -“no quieren ganar”-, En Podemos, mostraban músculo, saber (de forma bastante abstrusa) y suficiencia: tenían prisa y ansia de triunfo -“venimos a ganar”-, y además sabían cómo lograrlo. Y, preparados para ganar, se dispusieron a tomar el cielo por asalto, no por consenso.
Pero España es diferente y las teorías importadas chocaron con la realidad.
Continuará 

jueves, 24 de enero de 2019

Ventanas indiscretas 1

Desde el punto de vista político y social, en Europa, la crisis financiera fue como un movimiento telúrico, que en España aumentó de intensidad debido, primero, a nuestro peculiar modelo de crecimiento económico, muy basado en la especulación del suelo y el crecimiento inmobiliario facilitado por la mano de obra poco cualificada y el crédito barato, y debido, después, a la drástica reducción del gasto social aplicada con saña por el gobierno de Rajoy, implicado, además, en numerosas tramas de corrupción.  
A la indignación social provocada en la clase media y la clase trabajadora por la acusación de la derecha española y europea de que la causa de la crisis era haber vivido por encima de sus posibilidades recurriendo a un crédito desmedido, y, en consecuencia, merecer como castigo la reducción de salarios y pensiones, el empleo precario, el paro y el recorte de gasto público, se unía el hecho de que quien lo aplicaba era un gobierno autoritario y corrompido, que subía el sueldo de sus miembros de modo escandaloso en plena crisis y aceptaba sin rechistar las medidas de austeridad contra sus compatriotas dictadas por la Comisión Europea, el BCE y el FMI, mientras solicitaba el rescate de una banca ambiciosa y mal gestionada, pero se mostraba insensible a las protestas sociales y al daño infligido a las clases sociales económicamente más débiles (gobernar es repartir dolor, decía el ministro de Justicia Ruíz Gallardón).
Todo ello exigía una respuesta política enérgica, que ni IU ni el PSOE, paralizado en una débil oposición responsable, eran capaces de ofrecer.
La oleada de movilizaciones sociales iniciada en 2010 -tres huelgas generales, las coloreadas mareas, el cerco al Congreso, las marchas de obreros y mineros, el 15-M-2011, etc- mostraban una indignación y sobre todo un deseo de cambio que, ante la inacción de las izquierdas, se podía perder o ser captado por una derecha populista. Y ese fue el terreno abonado en el que germinó Podemos, que explicó su fundación como resultado de un análisis de coyuntura que ofrecía la posibilidad de intervenir decisivamente en política a una organización radical de izquierda.  
La crisis había abierto “una ventana de oportunidad” -fue el término empleado- para una fuerza política de izquierda, distinta, alternativa a las existentes, que supiera recoger la crítica negativa de la ola de malestar social y transformarla en impulso positivo para cambiar de gobierno o, en sentido más lírico, tomar el cielo por asalto.
Asomaba, ahí, una vieja idea de la izquierda radical: montarse en la cresta de la ola para dirigir el movimiento en la dirección adecuada.
Como respuesta extensa y en gran parte espontánea, la movilización era diversa y multiforme, intergeneracional, interclasista, interterritorial, gremial y social, pues agrupaba a personas sin distinción de edad, género, profesión o religión; personas de diferente origen y posición social, técnicos y profesionales de clase media, trabajadores fijos y precarios, parados, obreros sin cualificar, estudiantes, becarios, funcionarios, usuarios y profesionales de servicios públicos, estafados por la banca, afiliados sindicales, gente ya politizada, incluso organizada en partidos y grupos de izquierda, núcleos de activistas y asociaciones solidarias, y quienes recibieron en esas jornadas su bautismo político; era un totum revolutum movido por la indignación y la repulsa provocadas por el maltrato recibido desde el Gobierno.
Dar expresión política a todo eso era una empresa difícil; unir reclamaciones tan diversas y territorialmente dispersas en un propósito común y dar salida a situaciones tan distintas en un programa político era una tarea larga y compleja, pero el tiempo corría, pues el reloj político de las instituciones, que marcaba la fecha de las elecciones, era muy distinto del tiempo de los movimientos, marcado, en unos casos, por la urgente necesidad de satisfacer las demandas más apremiantes y, en otro caso, por la dificultad para coordinar y formalizar un proyecto compartido sobre una base social tan heteróclita.
A esta dificultad se añadía otra; no bastaba con ofrecer un programa alternativo al de la izquierda ensimismada -PSOE, IU-, sino que para llevarlo adelante había que fundar un tipo de organización distinto, que evitase el riesgo de reproducir los negativos efectos de una clase política -“la casta”- alejada del sentir de la ciudadanía.  
Las circunstancias habían abierto una ventana de oportunidad, pero sólo eso: pues tanta oportunidad había para acertar y tener éxito como para equivocarse y fracasar.
El “núcleo irradiador” de Podemos creyó que podía fundar un partido y conservar el movimiento coordinando los círculos locales con una dirección representativa y suficientemente centralizada como para resultar eficaz y ejecutiva; combinar la democracia de base, participativa, la discusión asamblearia a escala local, con la necesaria unidad de acción a escala regional y nacional.
Continuará.

lunes, 21 de enero de 2019

Izquierda engullida

En ese despiste de la izquierda y su deriva hacia el nacionalismo, hay otro ingrediente a tener en cuenta, que es la movilización social.
Después de los agitados años de la Transición y de lo que se podría llamar “pacificación subsiguiente” (o desencanto, atonía, etc) de la etapa de “normalización democrática”, es decir a medida que, en la práctica, entraban en funcionamiento las estructuras que reconocían los conflictos sociales, negados por el franquismo como tensiones inducidas desde el exterior (Moscú, Praga, la masonería, etc), y trataban de resolverlos política y jurídicamente dentro de las instituciones, una parte de la izquierda, que fundaba su existencia en la actividad del movimiento obrero, ya encauzado a través de los sindicatos, buscó la continuidad de su función opositora en la movilización de agentes sociales por objetivos alternativos a los del movimiento obrero, y uno de estos fue el movimiento nacionalista, al que la izquierda se sumó con la pretensión de llevar adelante, en unos casos, la ruptura regional con la reforma del régimen (Euskadi como último bastión para resistir al franquismo coronado), y en otros, de concluir lo que la Transición había dejado pendiente, que eran los derechos de las nacionalidades. 
El resultado lo sabemos: la izquierda fue engullida por el activo nacionalismo burgués y ha desaparecido como opción política para los trabajadores. 

Fascismo y similares

Ayer, en "Socialismo y barbaries" hablaba -escribía- sobre el fascismo sin precisar mucho. Ahora lo hago con algo más de detalle.
El actual no es un fascismo evidente, ostentoso, sino un fascismo incipiente, embrionario, que apunta rasgos y actitudes conocidas y un ideario político que lo anuncia de modo fragmentario, sin formar todavía un programa explícito.
Lo que va apareciendo es la opinión sobre temas diversos -problemas sociales- que va configurando un modo de pensar, pero sobre todo de sentir -el mensaje fascista se dirige a la emoción más que a la razón de los destinatarios- y de actuar; es imperativo, impele a actuar ante una situación definida por la urgencia, como la patria en peligro de romperse, de desnaturalizarse o de rendirse a fuerzas y culturas extrañas.
Es un fascismo sin uniformes, sin disciplina militar, sin camisas pardas o negras, sin gorras, botas y correajes, sin saludo a la romana ni paso de la oca; sin desfiles, estandartes ni bandas de música, sin escuadras de combate, piras de libros, ataques armados a sus adversarios y sistemática persecución de minorías, peyorativamente calificadas para facilitar su aislamiento, su neutralización política o, eventualmente, su destrucción o su expulsión del territorio nacional, pero las ideas y los actos que va surgiendo apuntan en esa preocupante dirección.
En cualquier caso, y al margen del término elegido para describir el fenómeno -populismo de derecha, neofascismo, postfascismo, prefascismo o protofascismo-, lo que se percibe es el aumento de sus seguidores, que ha llevado al gobierno, a través de elecciones, a personajes como los citados ayer

Hoy no hay fascios, uniformados y encuadrados, ni secciones de las SA, entre otras cosas porque no hacen falta para combatir a la izquierda, que bastante se combate ella sola. Pero antes de aparecer los fascios había un clima de opinión, sembrado con mucha antelación por relatos dispersos, que preparaba el terreno para su aparición. Y a eso es a lo que me refiero. Por otra parte, el fascismo fue un fenómeno típico de Europa, aunque el nacionalismo racial y violento prendió también fuera de ella y se expresó con formas particulares.

Lo de Cataluña puede parecer el fascismo de las SA, pero no es lo mismo ni equiparable. Lo que existe en Cataluña es una copia edulcorada de la kale borroka, sin bombas ni muertos detrás. Los CDR no son un cuerpo militar encuadrado, entrenado y sometido con disciplina a un mando único, sino una expresión revoltosa de los envalentonados hijos de la clase media, llevada a cabo con la impunidad que les otorga la posición social de sus papás y sobre todo la protección de la Generalitat, a cuyos fines sirven. Nada heroico ni muy preocupante, por ahora.


domingo, 20 de enero de 2019

Socialismo y barbaries (2)

Respuesta a Norberto, que dice:
"El dilema en que se ha debatido y se debate la humanidad, desde hace casi 200 años es: Socialismo o Barbarie. El sr Roca, por arte del birlibirloque lo ha cambiado por el de Capitalismo modelo UE o barbarie, como si el capitalismo, tenga el apellido que tenga, fuera algo diferente de la barbarie. Muy pobre argumento, sr. Roca, para llamar al pesimismo más humillante y resignado, puesto que, según vd, la humanidad jamás va a ser incapaz de construir un mundo justo y libre de barbarie. Por lo tanto, luchemos por el "mal menor": un inexistente e imposible capitalismo progresista y con rostro humano. En fin, a cada cual según sus míseras aspiraciones del justicia, igualdad y libertad en un capitalismo que nunca las podrá garantizar. Por mucho que la socialdemocracia lo diga, ese mensaje es sólo mera venta de humo".

Norberto. Pienso yo, claro que ingenuamente, que no es lo mismo el trabajo de los niños de siete años en las minas británicas en el siglo XIX, con castigos corporales incluidos, descrito por Engels, o el trabajo de los garimpeiros buscando oro en el barro de minas a cielo abierto en Brasil, o el trabajo infantil en las minas de coltán en el Congo, o el trabajo en las de diamantes de Suráfrica o en las de oro de Kolimá, en Siberia, que las condiciones de trabajo, al amparo de un convenio colectivo, en empresas europeas con fuerte representación sindical. 
No he pronunciado la palabra jamás. Y gracias por reconocerme aspiraciones de justicia, igualdad y libertad, aunque sean míseras.

Socialismo y barbaries

No hace tanto tiempo, cuando en Europa reinaba la rebeldía, el dilema esencial planteado a las izquierdas era elegir entre la democracia y la dictadura, entre el fascismo o la democracia, entre la reforma o la revolución.
Pero hoy no es el caso; las reformas tendentes a paliar los peores efectos de la recesión económica y los programas de austeridad apenas se están iniciando, carecen de la ambición y la profundidad necesarias y aun así tropiezan con la resistencia de la derecha y de las estructuras del poder económico y financiero. La palabra revolución ha desaparecido del lenguaje político habitual, incluso del repertorio de la izquierda, o se utiliza, desprovisto de carga política, en sentido general o comercial -la revolución de la moda, de la cosmética, de la telefonía o “de las sonrisas”-, tratando de rebajar el contenido dramático y políticamente reivindicativo que tuvo antaño.
Revolución -el impulso transformador de los de abajo contra los de arriba, para  instaurar un orden nuevo favorable de los primeros- es una palabra insoportable para las élites y las derechas políticas que las representan. Contrarrevolución, el impulso en sentido contrario para restaurar el viejo orden, lo es para las clases subalternas y para los partidos de izquierda que las representan.  
Hoy estamos bajo ese signo, el de la contrarrevolución o, para evitar un mensaje excesivamente dramático, bajo el signo de la involución, del retroceso. El dilema planteado en esta hora es resistencia o involución.
Ante la ofensiva de un capitalismo salvaje y descarnado, ufano de su poderío, expresado no sólo en el conservadurismo dominante desde hace décadas, sino en el ascenso de fuerzas políticas de ultraderecha, las desorientadas izquierdas deben optar entre resistir o claudicar (y suicidarse).
El impulso conservador viene de muy atrás, no sólo de las respuestas de las derechas a las movilizaciones sociales contra la crisis (indignados, mareas, 15-M, Ocuppy Wall Street, mujeres, etc) o al hundimiento de la URSS y el ocaso de su bloque de influencia, sino de la “revolución conservadora”, puesta en marcha políticamente por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, en los años ochenta, como reacción a la última oleada de rebeldía de los años sesenta y primeros setenta y a la crisis del modelo productivo de la segunda postguerra.
Desde entonces, con las izquierdas seducidas por terceras vías o por otras alternativas presuntamente modernas y eficaces, que han conducido a su desorientación y progresivo repliegue, estamos inmersos en una onda larga de conservadurismo y reacción, que adquiere un perfil aún más inquietante con el ascenso de una derecha extremada y exultante.     
Hoy, el fantasma que recorre Europa y parte del mundo no es el fantasma del comunismo, un impulso nuevo llegado para remover los cimientos de la sociedad (y de la historia) en favor de los desposeídos, sino el fantasma del viejo fascismo, neofascismo, postfascismo o un embrionario prefascismo, como también ha sido bautizado. En cualquier caso, y al margen del término elegido para describir el fenómeno, lo que se percibe es el ascenso de mensajes políticos de extrema derecha, fascistizantes o fascistoides, su creciente importancia en la opinión pública, el aumento de su apoyo electoral y la llegada a los gobiernos de sus representantes más genuinos.
Hace ahora cien años, en el contexto del agitado fin de la I Guerra Mundial y en vísperas de una revolución que fracasaría, Rosa Luxemburg, para desterrar el odio y el homicidio entre los pueblos, proponía el socialismo -el régimen de cooperación de trabajadores libres- como el único camino de la humanidad para salvarse.
En el folleto “¿Qué se propone la Liga Espartaco?”, escrito poco antes de su muerte en Berlín, resumió las tensiones de su tiempo en una frase: “Socialismo o hundimiento en la barbarie”.
Desde entonces, no nos hemos librado de la barbarie; una barbarie multiplicada por la tecnología de la muerte y la destrucción. Ella misma fue una de sus víctimas al ser asesinada brutalmente, en enero de 1919, por los “freikorps”, que pronto engrosarían las filas de los “camisas pardas” del partido nazi.
A pesar de existir zonas de paz, progreso y desarrollo, lo que ha predominado ha sido, por un lado, la barbarie política y militar, primero en una nueva guerra desatada en 1939, aún más extensa y más cruenta (62 millones de muertos, 35 millones de heridos y mutilados, 3 millones de desaparecidos y 30 millones de desplazados), librada a escala mundial, y luego las que han seguido a escala local o regional, y, por otro lado, la barbarie económica de un sistema productivo infrahumano, coronado por un desproporcionado reparto de la riqueza en favor de los más ricos, que, tras la gran crisis financiera, parece conducirnos hacia condiciones de vida y trabajo propias del siglo XIX para los asalariados.
Conocemos el socialismo con barbarie y el capitalismo con barbarie. Miremos con atención lo que tenemos en Europa y no nos engañemos: no podemos esperar mejoría alguna de la mano de gobernantes como Putin y Trump, que amenazan la Unión Europea, ni de sus émulos Orbán y Kacczinsky, Wilders, Le Pen o Salvini, ni de Casado y Abascal.
No sabemos cuándo y cómo podremos instaurar una sociedad más justa y más libre, ni si ello es posible teniendo en cuenta la historia de la humanidad, pero de ningún modo podemos quedarnos quietos ante propuestas políticas que refuerzan la barbarie. 

sábado, 19 de enero de 2019

Junqueras. Erre que erre.

Podría creerse que ha entrado en razón, pero no. Admite que la jugada les salió mal, (porque no recibió apoyo exterior, que era lo que ingenuamente esperaban; si la llegan a tener estaríamos hablando de otra cosa), pero mantiene la corrección y la oportunidad del procés: 
El "Gobierno no entiende el verdadero sentido de la democracia" (él sí), porque "reprime los derechos, como el derecho de Cataluña a decidir libremente su futuro", "la extrema derecha nos persigue en los tribunales. Somos una garantía de defensa de la democracia", "jamás hemos actuado contra la legalidad vigente, jamás la hemos vulnerado. Convocar un referéndum no es ilegal, fue excluido del Código Penal de forma explícita" "No estábamos modificando el Estatut en aquel momento (6 y 7 de septiembre). Y por tanto, carece de sentido invocar el artículo 222 para aquella coyuntura". "En Canadá, tras un referéndum convocado unilateralmente, el Tribunal Supremo lo que hizo fue vehicular la demanda, no castigarla, porque las cuestiones políticas se tratan políticamente" "Yo siempre tuve presente que el aparato del Estado no podría resistir la tentación de encarcelarnos". Y así sucesivamente.

Entrevista de M. Noger y X. Vidal Folch, El País, 19/1/2019, pp 16 y 17

viernes, 18 de enero de 2019

Guerras privadas

Sobre la privatización de la guerra

Claro, siempre ha habido condotieros y tropas mercenarias, pero la "privatización de la guerra" por empresas contratantes, surge como novedad cuando se habla del ejército como la nación en armas y servir a la patria con las armas se considera un honor y una obligación patriótica, que es lo propio de los estados modernos. 
El imperio británico utilizó tropas de las colonias -gurkas, cipayos, bengalíes- y el español -tropas nómadas, espais-, pero en ambos casos estaban sometidas al ejército regular, no eran cuerpos al margen dependientes de los intereses de una empresa privada. 
La oposición interna y la opinión pública -prensa y tv- que fueron factores importantes en el mal resultado de la guerra de Vietnam, que hizo cambiar en EE.UU. la estrategia de la guerra en dos aspectos importantes: reducir la información (se acabaron los reporteros que iban por libre, y se apostó por los periodistas "empotrados", es decir sometidos a los criterios de las necesidades de información y propaganda del mando,y reducir el número de bajas (recurso a la guerra tecnológica y aérea y a que los muertos los pongan otros).

lunes, 7 de enero de 2019

Greed is good

"La codicia es buena" (greed is good), le dice el veterano financiero Gordon Gekko (Michael Douglas) al aprendiz Charlie Sheen, en la película "Wall Street", rodada por Oliver Stone en 1987, es decir, mucho antes del petardazo de Lehman Brothers, que puso del revés el sistema de crédito surgido en Bretton Woods.
Antes, un exiliado alemán que vivía en Londres, pronosticó: "En los orígenes históricos del régimen capitalista de producción -y todo capitalista advenedizo pasa, individualmente, por esta fase histórica- imperan, como pasiones absolutas, la avaricia y la ambición de enriquecerse. Pero los progresos de la producción capitalista no crean solamente un mundo de goces. Con la especulación y el sistema de crédito, estos progresos abren mil posibilidades de enriquecerse de prisa" (Marx, El capital (I), cap XXII).
Y antes, la Iglesia había señalado la avaricia como el segundo de los pecados capitales y mucho antes, casi desde que el mundo es mundo, la leyenda, la historia y la literatura habían mostrado a dónde conduce el afán desmesurado de riqueza. Y parece ser que desde el relato del rey Midas hasta Rodrigo Rato, por poner un ejemplo cercano de desmedido gusto por "la pasta", el mundo no sólo ha aprendido poco sino que ha elevado la compulsiva pasión por acumular riqueza a la categoría de modelo de conducta individual y guía del sistema productivo, de modo que los resultados no pueden sorprender: según un estudio del Credir Suisse, de fines del pasado año, tras la aparente superación de la gran crisis financiera, el 10% más rico de la población mundial posee el 85% del patrimonio. No aprendemos.
Valga esta introducción para recomendar la lectura de este artículo de Joaquín Estefanía, y olvidarnos por un rato de las patéticas andanzas de Torra y Puigdemont.

https://elpais.com/elpais/2019/01/04/opinion/1546617361_021665.html