La
tensión entre Sumar y Podemos no disminuye, sino que aumenta con el apremio de dirigentes
de este grupo a Yolanda Díaz para que responda a nuevas cuestiones, que van envueltas
en el coloreado papel de celofán de la unidad con que los “morados” acompañan las
condiciones para llegar a un acuerdo.
Pero
tirar del cordel para ver quién cede primero o comprobar quien es el valiente
que frena más cerca del abismo es un juego peligroso a la luz de los
pronósticos de los sondeos de opinión sobre intención de voto, que no dan la
mayoría que cabría esperar como recompensa a la labor del gobierno de coalición
en una situación nacional e internacional bastante adversa.
No es
este el espacio adecuado para realizar un balance detallado de su gestión, que
legislativamente ha sido intensa -más de cien leyes-, pero, aun teniendo en
cuenta errores notorios, como el pago de elevadas “facturas” por el apoyo de
sus aliados o la misteriosa decisión sobre el Sahara, es positivo el saldo
resultante en medidas para paliar los efectos encadenados de la herencia del
gobierno de Rajoy, con el “problema catalán” al rojo vivo y el desastre social
de las medidas de austeridad como principales cargas, seguido de la pandemia de
la covid, de la crisis energética provocada por el oligopolio eléctrico y de la
guerra en Ucrania, y no merece estar a la par en preferencia de voto con
quienes, mostrando un patriotismo impostado en una situación de excepcional dureza,
se han dedicado a poner zancadillas y a decir a todo que no. Triste país es
este, en que suscitan la misma confianza quienes hacen y se esfuerzan por
gobernar, que quienes lo entorpecen desde la oposición utilizando recursos
arteros, y donde parece que la calidad de la actividad política se mide por un
audiómetro, donde tienen menos crédito quienes presentan proyectos de reforma
que quienes hacen subir los decibelios en el Congreso con la crispación de sus
diputados, aunque no aporten otra cosa, porque carecen de programa.
En
resumen, las elecciones no están ganadas, ni las de mayo, que posiblemente serán
un barómetro de las de otoño, ni las generales, que, en esencia están ahora en
el fondo de las diferencias entre Sumar y Podemos. Por tanto, el nudo del
asunto no está en sumar más o menos apoyos o restarlos a un hipotético gobierno
de coalición de izquierda, que sería el único posible, frente al otro formado
por la coalición de los dos partidos de la derecha, dada la segura desaparición
de Ciudadanos en su última disputa electoral.
El
quid del asunto, más que en sumar o restar, está en dividir o en multiplicar, o
lo que es lo mismo, en persuadir o en disuadir a los votantes. En disuadir, si
los votantes de izquierda consideran que una inexplicable división entre sus partidos
hace poco útiles sus votos ante la seguridad de la derrota, o en multiplicar,
si las izquierdas presentan un frente lo suficientemente compacto como para
concurrir con posibilidades de éxito y dar validez al voto de sus seguidores.
La izquierda debe arrastrar, transmitir sensación de utilidad para arrastrar a
los indecisos a subirse al carro del vencedor para derrotar a las fuerzas de la
reacción, que, no sólo no merecen gobernar por la carencia de propuestas, aunque
van sobradas de ocurrencias, y por la falta de visión de lo que ocurre en
Europa, sino porque su actividad como oposición ha sido desleal y en algunos casos
inconstitucional. Por lo dicho y por lo hecho, las derechas no merecen una
victoria electoral como premio, aunque puede suceder que la obtengan, dada la
desinformación reinante sobre la estructura del poder en España y el reparto de
las competencias autonómicas y la escasa cultura política -una asignatura
pendiente- de gran parte de la población votante. Y si persiste, claro está, la
división de la izquierda.
Algunos
politólogos y periodistas dan por definitivamente rota la relación entre Sumar
y Podemos, pero aquí, desconociendo los planes de los estrategas de ambos
partidos, que suponemos en su sano juicio, no vamos a apostar por eso, porque
sería tirar por la borda lo conseguido en esta legislatura, en la que se ha
avanzado, a veces a trompicones, en reducir la desigualdad y mejorar en algún
grado la suerte de las clases subalternas, pero queda mucho por hacer para
remontar casi quince años de retrocesos en esta materia. Por eso sería un
desastre que Sumar y Podemos no llegaran a un acuerdo que permitiera reeditar
el gobierno de coalición con el PSOE.
Tienen
otra razón para limar sus diferencias, pues, a pesar de lo que crean algunos de
sus dirigentes, Sumar y Podemos se necesitan porque son fuerzas que
políticamente compiten, hasta en temas que comparten (el feminismo, por ejemplo),
pero socialmente se complementan. Sumar, que ahora recoge apoyos periféricos
que antes fueron a Podemos, ofrece, además de la novedad, que es un valor
efímero, pluralidad y el enlace de políticas regionales, por un lado, con el
mundo del trabajo y la actividad sindical, por otro. Sumar, sobre todo su
portavoz, muestra un talante templado y dialogante, un discurso animado por
buenas intenciones y un tanto zalamero, pero aún vago, impreciso, que debe
concretar en un programa, y presenta, con el aval de algunos logros importantes,
las dosis necesarias de pragmatismo y capacidad para negociar.
Podemos
es la expresión española de la izquierda postmoderna, un proyecto típico de la clase
media urbana, de estudiantes, profesionales de mediana edad del ámbito de la
cultura y los medios de información, de empleados del sector servicios y de jóvenes
becarios, graduados sin empleo o con contratos precarios y de un entorno de
gente con cierta ilustración, que comparte un ideario que se podría describir
como alternativo, urbano, ecológico, pacífico y feminista, pero no exactamente
un programa político sino más bien una amalgama impresionista de
reivindicaciones preferentemente identitarias, animada por una clara posición
reformista, no exenta de demagogia y cierta deriva utopista.
No se
puede negar en Podemos la intención de cambiar las cosas, pero peca de prisa,
intransigencia y tendencia a establecer nuevas ortodoxias. Entre las
debilidades más notables en un partido que aspira a ser hegemónico está la de
ofrecer un proyecto poco claro de país.
Para
concluir: lo importante son las expectativas que Sumar y Podemos susciten con
su actitud a la hora de ir a votar, bien para continuar la labor reformista de
esta legislatura o para dejar que las derechas acaben con ella.
El
hecho de acudir unidos a las elecciones, con la confianza de ganar, puede
arrastrar a los indecisos; concurrir divididos, con la sensación de haber
perdido de antemano, puede disuadir incluso a los convencidos, que se pueden
sentir tentados de castigar a los suyos con la abstención para no hacerse
cómplices de su estupidez.
15.4.2023, para El obrero.es