Quizá sea por la extraordinaria
habilidad que tienen los intelectuales franceses para promocionar sus ideas,
quizá por la vecindad o porque la generación de los sesenta sigue muy atada
culturalmente a Francia, lo cierto es que, en España, cuando se habla de
acontecimientos políticos y sociales del año 1968 la inmediata referencia es el
país vecino. Se habla incluso de mayo del
68, como de un fenómeno típicamente francés; es más, típicamente urbano y parisino,
pues, una vez más, la población de París volvió a levantar barricadas en la
calle como en 1830, 1848 ó 1871. Y así como el 69 es eminentemente italiano y
laboral, por el otoño caliente, y el 67 berlinés y estudiantil, el año 1968
también es checo, de agosto y en sentido contrario, por el final manu militari de la primavera de Praga, o
dramáticamente mejicano, por la matanza perpetrada también manu militari en la plaza de Tlatelolco, en el mes de octubre. Pero
para nosotros, el 68 sigue siendo particularmente francés, quizá porque desde la
España sumida en la dictadura de Franco, observábamos con envidia la cercana explosión
de libertad que conmovió Francia durante un mes, porque eso es lo que duró,
pero fue suficiente para empapar a la sociedad francesa durante una larga etapa,
a pesar del inmediato triunfo electoral de la asustada derecha, capitaneada por
De Gaulle.
Por la magnitud y la carga dramática
de los acontecimientos, lo ocurrido en los EE.UU. merece una reflexión aparte, porque más
que referido a un año, mucho menos a un mes, el 68 americano abarca una década o
quizá más. En primer lugar, porque a pesar de su importancia, lo sucedido en
1968 supone el clímax de una extensa movilización previa. Y en segundo, porque algunos
de los conflictos allí planteados dieron aliento a la oleada de insubordinación
juvenil que recorrió varios continentes. Es difícil imaginar los años sesenta y
en particular lo ocurrido en 1968 (las grandes movilizaciones, los grandes
asesinatos, la ofensiva del Tet), sin tener en cuenta los llamados
posteriormente movimientos reivindicativos
postmaterialistas, que allí fueron pioneros, y las reacciones suscitadas
por la guerra de Vietnam, que es el común telón de fondo sobre el que se van a
representar los dramas en los escenarios locales.
La sociedad desordenada
En los años sesenta y parte de los
setenta, en la imprecisa frontera temporal entre los efectos de la acción de
Rosa Parks en Montgomery (1955) y el fin de la guerra de Vietnam (1975), y en
el marco de una serie de convulsiones que desafían el orden surgido de la II Guerra Mundial,
la económicamente boyante sociedad norteamericana se ve sacudida por una
intensa agitación social, suscitada por la oposición a la guerra de Vietnam y por
la movilización a favor de los derechos civiles, a las que se unen otras reclamaciones.
La diversidad de problemas planteados,
de medios empleados y de objetivos marcados señala algo distinto respecto al
desasosiego de otras épocas, pues junto a la vieja demanda de poner fin a la
segregación racial y a la guerra, o la reclamación de derechos laborales,
aparecen nuevas causas promovidas por sujetos sociales hasta el momento
desconocidos, que reflejan nuevas inquietudes por medio de nuevos símbolos y
peculiares referencias. Es un adelanto, aún embrionario y en gran parte
simbólico, de lo que luego se llamará posmodernidad, pero ya crítico con las
carencias, insuficiencias y errores de la modernidad, expresado más allá del
campo de la producción y del ámbito del poder político, pero sin renunciar, sino
al contrario, a uno de los aportes fundamentales de aquella: la autonomía del
sujeto.
La profunda corriente
antiinstitucional que agita las aguas sociales, alcanza a los jóvenes de clase
media, a los airados beatniks, a los
tranquilos hippies, a los pacifistas
de todas las razas, a las mujeres, a los homosexuales, a los inmigrantes
latinoamericanos y a los parados; se hace violenta con los Weathermen, y en las barriadas negras con el Black Power, dando lugar a contradictorias demandas, porque unos pretenden
reformar el sistema, ensancharlo para que llegue a más gente pero otros quieren
abolirlo; unos desean volver a una vida sencilla, y otros, simplemente, que se
les dejen tranquilos para vivir a su aire.
Frente a quienes, como Ginsberg, que
en un verso (Howl) dice haber quemado
su dinero, abogan por marginarse, se encuentran quienes creen en el sueño del american way of life y solicitan empleo
estable, salario digno y poder consumir; otros defienden la indolencia -el
derecho a la pereza y vivir al sol, sin prisas- contra la producción
contaminante, el trabajo agotador, rutinario y mal pagado y el consumismo
alienante, y unos terceros, excluidos por el color de la piel y sometidos,
según Stokely Carmichael (Poder Negro),
a una explotación colonial, exigen las mismas oportunidades que la población
blanca en la, llamada por John K. Galbraith, sociedad opulenta, aunque de distinto modo.
El reverendo Martin Luther King
propugna la movilización con el pacifismo como principio, mientras los Panteras
Negras alegan la necesidad de armarse para defenderse de la brutalidad
policial. Pero la violencia, tanto la institucional como la social, no deja de
aparecer en las manifestaciones y motines que se producen en más de cien
ciudades, dejando un elevado saldo de muertos, heridos y detenidos, en su
mayoría negros. El dirigente negro, Malcolm X (Malcolm Little) es asesinado en
Harlem, en febrero de 1965, por un seguidor de la Nación del Islam. Entre 1961
y 1965, 26 defensores pacíficos de los derechos civiles mueren de forma violenta.
El propio King, premio Nobel de la Paz en 1964, muere asesinado en abril de
1968, un par de meses antes de que lo sea Robert Kennedy, ex Fiscal General y hermano
del presidente asesinado en 1963.
El alevoso asesinato de King desata
una oleada de protestas que produce otro medio centenar de muertos, mientras la
represión policial y el FBI se ceban en los Panteras Negras, provocando la
muerte violenta de varios de sus dirigentes y el encarcelamiento de su plana
mayor.
Un importante sector apoya la
resistencia al alistamiento militar obligatorio y la deserción de los soldados
que libran una guerra imperial en un frente muy lejano. Otros atizan la lucha social o racial; unos
hacen gala de un feroz individualismo y otros tratan de crear comunidades; unos
defienden la integración racial pero otros reafirman con orgullo la cultura nativa,
india o negra (black is beautiful), a costa de perder el empleo, la vida o la
victoria en los juegos olímpicos (John Carlos y Tommie Smith, en Méjico); unos pretenden
transformar la sociedad, pero otros intentan salir de ella consumiendo drogas
(marihuana, LSD, heroína o peyote) o ensayando formas de vida marginales, pues
son muchos los modos de mostrar la distancia con el sistema.
También son muchos los que desde el
ámbito de la literatura, la comunicación, el teatro, la política o la filosofía
muestran su personal inquietud, critican el sistema de forma general, denuncian
sus límites y carencias y proponen fugas, reformas o alternativas. Kerouac,
Goodman, Ginsberg, Burrouhgs, Laing, Leary, Rubin, McLuhan, Baldwin, Hoffman, Miller,
Marcuse, Mailer, Malcolm X, Luther King, Seale, Betty Friedan, Kate Millet o
Ángela Davies, entre otros, ejercen influencia sobre la juventud movilizada y
algunos se convierten en ideólogos políticos o en venerados profetas.
Los aires de cambio que, partiendo de
los barrios negros, las ciudades del sur y los campus universitarios, están en la calle, son sentidos o
presentidos por una legión de modernos juglares, que los difunden. Los tiempos
están cambiando es una canción de Bob Dylan del año 1964, La respuesta
está en el viento, otra balada, es del año anterior, Satisfaction,
de los Rolling Stones, también es de
1964; We shall over come, convertida
en himno a favor de los derechos civiles, de Joan Baez y otras composiciones de cantantes veteranos (Seeger -Where have all the flowers gone?- y
Guthrie -This land is your land) y
noveles, muestran similar inquietud. Fue
una época, indica Roszak, en la que
más gente aprendió su política del rock y de profetas beat que de cualquier
manifiesto.
La protesta de quienes por unos u
otros motivos se sienten insatisfechos en una sociedad que tiene como meta la
inmediata obtención de satisfacciones, invade las calles, sacude barrios y
universidades, promueve sentadas y multitudinarias marchas y ocupa primeras
planas en la prensa y programas de radio y televisión.
Estudiantes, mujeres, intelectuales,
artistas y gentes de la cultura, minorías raciales, sociales, sanitarias
(locos, minusválidos) y sexuales señalan de forma airada problemas económicos,
políticos, laborales, asistenciales, urbanísticos y ambientales sin resolver y
demandan cambios en la manera de gobernar, de trabajar, de educar, de curar y
de vivir. Pero son sobre todo los jóvenes quienes reaccionan, como señala
Roszak, en El nacimiento de una
contracultura, frente a la pasividad casi
patológica de la generación adulta. Con la
impaciencia propia de la juventud, la necesidad de expresarse y afirmar su
presencia y la urgencia de los excluidos del estilo de vida americano, o de sus críticos, se reclaman cambios
inmediatos o se ponen en práctica sin esperar autorización.
Indica este autor: Para bien o para mal, la mayor parte de todo lo que hoy aparece como
nuevo, provocativo o sugestivo en política, educación, artes, relaciones
sociales (amor, galanteo, familia, comunidad) es creación de jóvenes
profundamente e incluso fanáticamente, alienados de la generación paterna, o lo
es de quienes hablan sobre todo para los jóvenes.
Una ruidosa y festiva explosión de
vitalidad, en la que todo se pregunta, se discute, se plantea y se exigen soluciones
inmediatas para problemas sociales, laborales, raciales o sexuales, viene
acompañada por una actitud que incita a la exploración y por una heterogénea
propuesta cultural, que, por medio de una experimentación sin límites, desafía
a la cultura y costumbres vigentes, incluso en un terreno tan intrascendente
como el de la vestimenta, pero tan importante para los jóvenes por su función
simbólica (prendas informales, el color blanco, la moda pasada de moda y recargada para los hippies, el barroquismo
y los abalorios, el gastado pantalón vaquero, la minifalda o el chaquetón
militar llamado vietnamita) para
identificarse con un grupo o una idea. Es la afirmación a través de los signos
de los rasgos personales, de un aparente descuido en la indumentaria y de un
aire libertario en la conducta (pelo alborotado, cabellos largos, barbas,
bigotes, cintas, flores, senos sueltos, torsos desnudos o pies descalzos).
En el terreno del arte, el pop
(Rauschenberg, Warhol, Liechtenstein, Ramos, Jones), el arte óptico (Op Art),
la explosión de la cultura de masas, el ascenso de la música pop, de la ópera
rock (Hair, Jesucristo Superstar), la iconoclasta cultura underground, fenómeno antiburgués pero pequeño-burgués que quiere
crear un oasis de humanidad dentro de una
sociedad trágica (Maffi: Underground),
el teatro espontáneo y la experimentación con drogas para liberarse (aún a
costa de someterse a otras dependencias) y alcanzar alucinadas visiones que, a
través de la distorsión sensorial del tiempo y del espacio, sirvan de
inspiración para crear piezas musicales,
pictóricas o literarias. Psicodelia -o manifestación del alma- será una palabra
fetiche en comunas, happenings,
sentadas, movidas, marchas o acampadas en concurridos conciertos de rock
(Monterrey, Newport, Woodstock, Altamont), para quienes pretendan descubrir, en
un viaje astral, ignoradas potencialidades de su personalidad.
Junto al
viaje interior, otro modo de intentar hallar la verdadera personalidad,
dar sentido a la vida o paliar la
angustia ante la entrada en la sociedad adulta que se rechaza, es recorrer un
camino que descubra a la vez el mundo, empezando por el propio país -On the road, de Jack Kerouac y Easy Rider, de Dennis Hopper, responden
a esta intención- y terminando por algún lugar de Oriente, donde las técnicas aprendidas
de algún renombrado y bien remunerado gurú o del chamán de cualquier credo
exótico ofrezcan paz interior en medio de tanto bullicio.
Todo lo dicho configura una propuesta
cultural, una contracultura, que,
según Roszak, reemplaza la fría y cerebral visión del mundo ofrecida por la
ciencia y administrada por la tecnocracia, por otra, donde las facultades no
intelectuales de la personalidad nutridas por experiencias comunitarias,
sensaciones y visiones se conviertan en patrones de la verdad, de la bondad y
de la belleza.
Una de las mayores rupturas de la
época respecto a formas de vida inspiradas en la moral tradicional se produce
en las relaciones sexuales, que parecen recuperar el sentido libertino y
libertario de principios de siglo. Por empuje, sobre todo, de la gente joven,
se cuestiona el modelo imperante en las relaciones sexuales y, por ende, el
patriarcal modelo familiar basado en una drástica división del trabajo según
los sexos, en la incontestada autoridad del varón convertido en jefe de la
familia y en la incondicional subordinación de la mujer y de los hijos. Hay que
destacar en este movimiento las ideas de Betty Friedan y Kate Millet y la
fundación, en 1966, de la Organización Nacional de la Mujer.
La búsqueda de una sexualidad más
satisfactoria y menos sometida a reglas fijas y compromisos permanentes,
disfrutada en pareja o en grupo con personas del mismo o de otro sexo sin
sentimiento de culpa, atenta contra la trilogía básica de la moral burguesa
-matrimonio monogámico indisoluble, educación autoritaria, abstinencia sexual
de los jóvenes-, denunciada en los años treinta por Wilhelm Reich en La revolución sexual, autor cuya influencia
en los sesenta es innegable.
Uno de los factores que más contribuye
a propagar estas formas alternativas de vida es la liberación de las mujeres
respecto a sus tradicionales funciones sociales: la maternidad y el cuidado de
los hijos. La puesta a la venta de la píldora anticonceptiva (1961), barata y
fácil de administrar, y el derecho al aborto (legal desde 1973) facilitan a las
mujeres -e indirectamente a los hombres- el control de la natalidad y el
disfrute de una sexualidad sin el apremio de los embarazos.
Esta posibilidad permite establecer
nuevas relaciones entre hombres y mujeres no basadas en el tradicional modelo
de la familia nuclear y acentúa el aspecto experimental y hedonista de una
cultura -contracultura- menos
reproductiva pero más sensorial y emotiva. Junto con la defensa de una
sexualidad no encaminada sólo procrear, también aparecen propuestas destinadas
a cambiar las relaciones familiares desde el punto de vista de la relación con
los hijos.
En una época en la que se atribuye a
la cultura una función decisiva en la formación de la personalidad y en la
configuración de la sociedad, la educación cobra vital importancia. Y quienes
postulan un orden social distinto creen que debe estar formado por individuos
distintos, que orienten su vida hacia otros fines que no sean someterse a las
necesidades del trabajo alienante y del consumo compulsivo.
La educación se debe encaminar a
realizar a las personas y a lograr su felicidad más que a formarlas (o
deformarlas) para que ocupen resignadamente los puestos que la sociedad les
tiene reservados en su compleja división del trabajo. Siguiendo experiencias
educativas como la escuela de Summerhill, se postula una educación no
autoritaria que prepare a las nuevas generaciones para que sean felices y para
lo que decidan hacer de sí mismas, no para lo que la sociedad les tenga
destinado.
Reformas
legales
Desde el punto de vista político, las
reformas de la década siguen el inicial impulso de Kennedy de poner en marcha de nuevo al país
avanzando hacia una nueva frontera,
pero realizadas en la etapa de Johnson (noviembre 1963 - enero 1969), siguiendo
las directrices de su programa La gran
sociedad de extender la prosperidad, elevar la calidad de vida e implantar
la igualdad de oportunidades, que, si bien empieza a aplicarse, queda
neutralizado por las exigencias de la guerra de Vietnam.
Como resultado del programa Guerra a la pobreza, se promueve con
fondos federales un plan especial de educación para los niños pobres, la
formación profesional para los que han abandonado la escuela y el empleo en
servicios a la comunidad para los jóvenes de los barrios más deprimidos. El
resultado de estos programas, sostenidos por el crecimiento económico que
permitió ampliar los gastos sociales, es la reducción del porcentaje del número
de personas que vivían por debajo del umbral de la pobreza, que pasó del 25% en
1962 al 12% en 1970.
En 1963, el Tribunal Supremo declara
inconstitucionales las leyes que imponen el rezo en las escuelas públicas, y
entre 1961 y 1966, una serie de sentencias otorgan nuevos derechos a los
detenidos (a permanecer en silencio y contar con la asistencia de un abogado) y
se regulan los procedimientos de la policía en lo referido a la persecución y
captura de sospechoso y se revisan también los reglamentos de las cárceles. En
1964 se pone en marcha la discriminación positiva (Affirmative Action) para la población de color; se promulga la Ley
de Derechos Civiles que prohibe la discriminación racial en lugares públicos y
en instituciones que reciban fondos federales, y en 1965, se modifica la ley
electoral para permitir el voto a la población negra.
Respecto a la protección del medio
ambiente, la administración demócrata pone en marcha, en 1963, la Clean Air Act, la Federal Water Pollution Act y la Wilderness Act, en
1964, y en 1970, ya con Nixon en la presidencia, se crea la Agencia Federal de
Protección del Medio Ambiente.
En 1965 se deroga la prohibición
estatal de usar métodos anticonceptivos, en esos años se suavizan los criterios
que definen lo que es aceptable en el terreno del arte, del cine y de la
literatura.
En 1969, los tribunales amplían
también los límites de lo tolerable en materia de opinión. En 1967, se suspende
la aplicación de la pena de muerte, aunque no queda definitivamente abolida, lo
que permitió volver a aplicarla desde 1976.
En otro orden de cosas, se
facilitan fondos federales para apoyar la educación, las humanidades y las artes y para construir viviendas baratas, y se suprimen las cuotas de
inmigración, lo que permite la entrada de inmigrantes asiáticos. Se crea la
cobertura sanitaria, no universal pero sí para ancianos (Medicare) y para la
población más pobre (Medicaid). En 1971, se rebaja la edad para votar a los 18
años.
Revista Trasversales nº 11, verano 2008.
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