viernes, 25 de marzo de 2022

Daniel Boone (película de 1936)

Para compensar la aparente "desviación" rusófila y como apoyo al asunto del Western, que poco a poco estoy abordando, ayer tarde dediqué un rato a ver las aventuras y desventuras de un grupo de colonos camino de Kentucky dirigidos y organizados por el pionero Daniel Boone, en una película de 1936, en riguroso blanco y negro, y mala fotografía (quizá por la deficiente calidad de la copia), dirigida por David Howard. 

George O'Brien encarna a Daniel Boone y el padre de los hermanos Carradine asume uno de esos papeles de fementido. 



El acorazado Potemkin

Como estoy metido de hoz y coz en el tema de Rusia, he creído conveniente dedicar un rato a ver esta película, ya clásica, de Eisenstein.   



miércoles, 23 de marzo de 2022

Libro de Faraldo

 

“Tras la invasión de Crimea en 2014, hubo voces en Rusia que afirmaron que la ciudad rusa de Volgogrado debería cambiar su nombre por el de la gloriosa Stalingrado. En 2019, la encuesta de Levada arrojó datos escalofriantes: hasta un 70% de ciudadanos rusos juzgaba positivamente a Stalin, el dato más alto desde que este centro empezó a preguntar por ello en 2001.

Bajo el presidente Putin se rehízo la mitología de la II Guerra Mundial y se recuperó el himno nacional estalinista (con un texto diferente). Los aniversarios del final de la guerra se celebraban con desfiles militares y recreaciones con espectáculos de artillería pesada. Se utilizó también el recuerdo del conflicto como un arma contra otras naciones: se acusaba a Alemania de tratar de borrar el pasado y a Polonia y los países bálticos de ingratos por no reconocer que Rusia -identificada con la URSS- les había liberado del fascismo. La identidad política antifascista específica formada en tiempos de Breznev siguió siendo esencialmente la base de la memoria histórica rusa.

La situación en Ucrania era un poco diferente. Mientras este país había sido parte de la Unión Soviética, había participado en la misma forma de recuerdos antifascistas de la guerra. Sin embargo, después de 1991 se había producido un cambio radical en la política oficial hacia la guerra…”   

José M. Faraldo: El nacionalismo moderno ruso, Báltica Ed., 2020, p. 102. 



 

sábado, 19 de marzo de 2022

Ucrania, Siria. Solidaridades

Se perciben en la prensa y las redes alusiones a la distinta acogida que Europa dispensa a los refugiados ucranianos y a los sirios, teniendo en cuenta que, en ambos casos, se trata de población no combatiente que huye de la guerra. No obstante, respecto a los primeros, la solidaridad ampliamente entendida, tanto la organizada y, sobre todo, la espontánea, han desbordado cualquier previsión. 

En esta alusión, aún está presente el recuerdo del trato vejatorio que huidos del régimen de Bachar al Asad recibieron en la frontera húngara, con la voluntariosa participación de ciudadanos tratando de impedir con empujones y zancadillas que hombres, mujeres y niños entraran en el país.

En algunos casos, este trato diferente se esgrime como una indiscriminada acusación contra los europeos en general y, sobre todo, contra las autoridades políticas en particular, en una especie de requisitoria contra la hipocresía de los países ricos y democráticos, señalando que la injusticia que anega al mundo, en buena parte de responsabilidad occidental, merece, en unos casos, atención y en otros, indiferencia. Pero esa reiterada pontificación de base moral ayuda poco a entender las cosas.

Es cierto que existe no sólo un trato institucional diferente, sino periodístico y popular, o ciudadano, si se prefiere, debido, en parte, a la diferente naturaleza de ambos conflictos, sin negar que existen también ciertas dosis de racismo o de xenofobia en algunos grupos de población o quizá de desconfianza respecto a los sirios, por su procedencia de un país donde se libra una guerra en la que actúan facciones muy fanáticas del islamismo. Pero sin renunciar al principio general de que, como migrantes obligados por la guerra, sirios y ucranianos merecen, por un principio universal de solidaridad, la misma atención para ser acogidos en terceros países, hay que apuntar algunas diferencias entre ambos conflictos armados que pueden ayudar a entender estas desequilibradas y mediocres reacciones de los limitados seres humanos.

En primer lugar, hay que señalar la percepción de los hechos en el tiempo y en el espacio, y sin recurrir a Kant, con sus endiabladas definiciones, el tiempo y la distancia actúan sobre la mente a la hora de percibir y juzgar los hechos, más aún sobre la mente de la gente corriente, que, en general, dispone de flaca memoria y de escasos conocimientos de geopolítica.

Respecto al espacio, Ucrania es un país europeo, si admitimos que Europa termina, como se aprendía en el bachillerato, en los montes Urales. Desde Europa occidental y mirando hacia el este, Ucrania está situada después de Moldavia, que está en la cara oeste de los Cárpatos, pero mucho antes de los Urales. Mientras que Siria es un país de Asia, del Asia más próxima o del cercano Oriente (Oriente Medio para los americanos), ubicado en una región con historia, cultura, religión y tradiciones diferentes a las de Europa. Cabe inferir ahí que actúe cierta solidaridad continental con los refugiados ucranianos como europeos.

Esta “distancia cultural” tiene su correlato geográfico. Madrid, como capital del país, está más cerca de Kiev, capital de Ucrania, que de Damasco capital de Siria. Por carretera, 3.649 kilómetros y 37 horas de viaje en coche separan Madrid de Kiev; en el caso de Damasco, los kilómetros a recorrer son 5.037, que ocuparían 51 horas utilizando el mismo medio de transporte.

Otro ingrediente que explica la diferente percepción de ambos conflictos es la novedad, un valor esencial del periodismo. La guerra en Ucrania es noticia, es novedad, hoy; la guerra en Siria lo fue en su día; ahora sigue habiendo guerra, pero ya no es noticia, o noticia de primera plana y, como otros, es un conflicto sin resolver; una guerra enquistada a lo largo de 11 años, y cuyo final no se percibe.

Ahí tenemos la dimensión temporal, que actúa fatalmente sobre la percepción de los hechos, influida por la acumulación de acontecimientos ofrecidos por “la rabiosa actualidad”; por hechos nuevos que aparecen cada día, que pronto quedan viejos y son sepultados por otros, en una renovación constante de noticias que nos hace vivir en un presente continuo, atentos sobre todo a lo que está por venir.

Esta permanente atención hacia el futuro deprecia, sin pretenderlo, el pasado, que queda pronto “amortizado” como conocimiento anticuado, poco útil, cuando el pasado es necesario para explicar el presente. Pero nuestra atención a los sucesos nos lleva a olvidar los procesos, la acumulación de los hechos que van quedando atrás, no guardados o archivados, sino involuntariamente olvidados.   

Una visión esquemática dada por uno de sus efectos -violencia, guerra y gente que huye- tiende a equiparar dos casos -Ucrania y Siria-, que son distintos por la coyuntura y por la entidad de cada uno de ellos.

En el caso de Ucrania, además de la cercanía, es más fácil percibir el origen de la guerra y quiénes son los contendientes: un país (grande) agrede a su vecino (pequeño), lo invade y lo destruye para obligarle a aceptar las condiciones de existencia que convienen al agresor. En este esquema bipolar, es más sencillo interpretar el conflicto y decantarse moralmente por un bando.

El caso de Siria es más complejo, pues se trata de un conflicto viejo mantenido hasta ahora, provocado por una oleada de protestas que tuvo su origen lejos -en Túnez, en 2010- y acentuado por los efectos de otro -Iraq- iniciado en 2003 e, igualmente, sin concluir.

En diciembre de 2010, en Túnez tuvo lugar una masiva protesta que, en pocos días, logró la dimisión del presidente Ben Alí. Animada por diversas causas, desde el paro y la carestía a la demanda de democracia y derechos civiles, la protesta se extendió con diferente intensidad a los países limítrofes -Argelia, Marruecos Libia- y más allá -Egipto, Sudán, Jordania, Irán, Irak, Kuwait, Yemen y Siria-, transformada en lo que se llamó “primavera árabe”, que, a lo largo de unos dos años, tuvo resultados muy diferentes, en general frustrantes y en algunos casos catastróficos para el equilibrio de la región, y en Siria degeneró en una guerra civil.

En ese proceso no se pueden olvidar los efectos de la intervención de fuerzas de Estados Unidos y sus aliados en Iraq, en 2003, que acabó con el régimen de Sadam Hussein, pero desintegró el país, desestabilizó la zona y provocó el surgimiento de un poderoso movimiento islamista que extendió su dominación sobre un amplio territorio -un pretendido califato con capital en Mosul- llamado Estado Islámico de Iraq y Levante (Dáesh), que se extendió a Siria, donde sus tropas combaten al ejército leal a Al Asad, a otras facciones islámicas y a las milicias kurdas, sin contar la presencia de otras fuerzas extranjeras. Una guerra de la que se cumplen once años, que ha provocado hasta la fecha casi 400.000 muertos y más de cinco millones de desplazados (algunas fuentes indican que se acerca al doble de esta cifra); personas escapadas de un conflicto muy complejo, que merecen la misma solidaridad que las huidas de la guerra de Ucrania, más fácil de entender.

Otro asunto, ante el cual no se deben cerrar los ojos, es el reverso de la solidaridad, es decir, los efectos positivos y negativos que la presencia, sobre todo si es numerosa, de refugiados plantea en los países de acogida. Pero ese problema merece un comentario aparte; hoy lo importante es prestar la ayuda que esos miles, ya millones, de personas vulnerables necesitan.  

J. M. Roca

 

16/3/2022  


viernes, 11 de marzo de 2022

La venganza de los siervos

Acuciado por las dramáticas noticias de la invasión y por la gran cantidad de información recibida sobre lo que ocurre y puede ocurrir en Ucrania, pero, sobre todo, por la necesidad de dar salida a mis reflexiones con alguna opinión fundada, también, en antecedentes que puedan explicar la actual actitud de Rusia, he tenido necesidad de repasar la historia de la URSS, que conozco poco, mal y a grandes rasgos por los libros leídos apresuradamente en los años, digamos, juveniles o rebeldes, asimilados desde aquella particular y urgente perspectiva, en un clima bipolar y tan poco propicio a la ponderación como el de la “guerra fría”.  

Por huir de la escolástica de la izquierda, que aún queda, y, a la vez de la erudición de, por ejemplo, “La Revolución Bolchevique” de Edward H. Carr, tres tomos publicados en los años setenta (¡con Franco vivo!), necesitaba -con prisa- algo más conciso y actual, que no fueran las nuevas/viejas biblias de feroz anticomunismo, estériles desde el punto de vista del saber, pero no del de la propaganda, pues suelen ser apologías del neoliberalismo o de cosas aún peores, ni tampoco quería insustanciales y posmodernas revisiones de la historia, producto del llamado pensamiento débil. Pero, hete aquí, que ha venido en mi auxilio “La venganza de los siervos. Rusia 1917”, de Julián Casanova.

Este libro; pequeño por su precio y formato (de bolsillo, 9 euritos), pero grande por su calidad, resume en apenas 200 páginas, los principales acontecimientos de la etapa más convulsa de la Revolución rusa -el año 1917-, señala sus rasgos más característicos, incluyendo opiniones de autores y puntos de vista de la reciente historiografía, los antecedentes en la anquilosada autocracia, los efectos de las últimas derrotas del ejército zarista -la guerra de Crimea, la librada contra el Japón-, los fracasados intentos de reforma ante la dureza de los Romanov, las semillas de la revolución, el intento de 1905, la desdichada participación en la I Guerra mundial, la revolución de febrero de 1917, las razones del éxito de los bolcheviques en octubre y en la caótica situación de 1918, el coste de la paz de Brest-Litovsk, los persistentes efectos de la guerra civil y la resistencia a la primera colectivización, como grandes obstáculos a la continuidad del poder soviético, cuya consolidación reposará en una autoritaria noción del ejercicio del poder, que será una de las causas de la degeneración del régimen soviético.

“De la revolución a la dictadura” es el epílogo, en el que Casanova ofrece una reconsideración general y apunta las tendencias totalitarias, las que persistían del zarismo y las nuevas, que tendrían desmesurada y abominable expresión en los años de Stalin.

La obra concluye con una oportuna reflexión -“Cien años después”-, hecha desde nuestros días, y se acompaña con una cronología, que abarca desde 1861, año de la abolición de la servidumbre, hasta 1924, en que muere Lenin, con un comentario bibliográfico, un índice de nombres y otro analítico. Una pequeña joya. Por 9 euros.

No se la pierdan y que la disfruten.        



Hoy es 11 de marzo.

 18º aniversario de los atentados terroristas de 2004.



martes, 8 de marzo de 2022

Ocho de marzo

Un libro ameno e ilustrado con dibujos y fotografías, necesario, o quizá imprescindible, y desde luego recomendable para iniciar su lectura en el día de hoy, resultado del largo trabajo de investigación y divulgación de Ana Muiña.

Rebeldes periféricas del siglo XIX, ofrece un extenso retrato de mujeres españolas de toda condición -trabajadoras, artesanas, burguesas, empleadas, escritoras, novelistas, poetisas, etc,-, que fueron pioneras en la lucha feminista, así como un capítulo dedicado a mujeres de otros países que participaron en la misma causa.

La primera edición, de 2008, dio pie a no pocas sugerencias y abrió el camino a otras investigaciones, en muchos casos, sin citar expresamente a la autora ni aludir a este fecundo manantial.

Agotada hace tiempo la primera edición, la ilustración que aquí se ofrece corresponde a la cubierta de la segunda edición, del año 2021.

Que ustedes lo disfruten.

      


 

 

Defender a Ucrania (3)

Una amistad peligrosa

Ucrania, el granero de Rusia, sufrió un proceso de rusificación ya en tiempo de los zares, y después del gobierno soviético. La hambruna decretada por Stalin para forzar la entrega de cosechas, que mató de inanición al menos a dos millones de personas (quizá más de cuatro) en los años más intensos de la colectivización agraria (1929-1934), coincidió con una depuración del gobierno soviético local, en una región que ya había conocido la represión contra la guerrilla del anarquista Néstor Makno y la reaccionaria banda independentista de Grigoriev. La incautación de cosechas se completó con el masivo traslado de población rusófona.

Ucrania, la región más rusificada de la URSS, fue un ejemplo de la ingeniería social de la era estaliniana, consistente en trasladar miles o incluso millones de personas de unas regiones a otras para neutralizar las tendencias nacionalistas y la resistencia a la industrialización acelerada y a la colectivización y, al mismo tiempo, ayudar a erigir el tipo de Estado necesario para dirigir la gigantesca tarea de pacificar y transformar la Rusia agraria y atrasada en una potencia capaz no sólo de competir con el capitalismo occidental, sino de superarlo en todos los terrenos.

La población fue “educada” en la sumisión mediante la aplicación de un terror arbitrario e indiscriminado, y el Estado, continuamente depurado de elementos desafectos en las altas instancias, se nutría con una legión de funcionarios, que, por convicción y, sobre todo, por interés, fue la adicta base social de la nueva élite gestora -la nomenklatura-, que se reservaba la administración de los bienes públicos y la dirección política del país. La dictadura del proletariado y de los soviets, que apenas conoció una breve e intensa etapa de gobierno -la dictadura del proletariado son los soviets y la electrificación, decía Lenin-, se transformó en dictadura de la burocracia, dirigida por una reducida camarilla dotada de un poder omnímodo, en cuyo seno, por medio de intrigas y conjuras, se decidía el destino del país.

El Holodomor ucraniano (el holocausto por hambre) fue uno de los episodios de ese proyecto y un precedente de las purgas de 1936-1938 y de la deriva expansionista que adoptaría el Kremlin tras el pacto de Molotov y Ribbentrop, en 1939, para repartirse Europa central y oriental.

El acuerdo con los nazis, que desconcertó a la izquierda de todo el mundo, permitió a Rusia ocupar parte de Polonia, de Ucrania y Bielorrusia, parte de Rumanía (Moldavia y Bucovina) y Estonia, Letonia, Lituania y penetrar en Finlandia, pese a la resistencia de los fineses.

En fechas recientes, la retención de la franja de Transnistria en Moldavia (sede del XIV Ejército exsoviético), fijando una frontera rusa al oeste de Ucrania, que puede formar parte del cerco por el sur y cerrar su salida al mar Negro, y los sucesos similares en el Cáucaso y en repúblicas de Asia central muestran que, tras el desconcierto de 1991, con la implosión de la URSS y el final del glacis europeo, Putin ha asumido como programa reeditar el viejo sueño zarista, al restablecer en Rusia un poder despótico, un país de súbditos y la expansión imperial, rodeándose de gobiernos vasallos y ocupando territorios que hasta ahora no han sido extensos, en lo que un amigo llama argucias de glotón para comerse un salchichón entero, rajita a rajita, sin llamar la atención. Aunque el bocado de Ucrania puede resultar demasiado grande para poderlo engullir.

Para cierta izquierda, que aún conserva restos del relato romántico de la Revolución de Octubre, Rusia cuenta con una especie de plus de confianza, a pesar de todo. Un hecho difícil de explicar, teniendo en cuenta que hace mucho tiempo dejó de ofrecer un proyecto de sociedad superior y alternativo al capitalismo, del que muestra una de las versiones más salvajes y oligárquicas. Así que es hora de ponerse al día sobre su verdadera naturaleza y admitir que, tanto para los ciudadanos rusos como para sus vecinos, el orden político de Putin y su ambición imperial tienen poco que ver con los intereses de la clase trabajadora y del socialismo o con el propósito de fundar una sociedad con cierto respeto por los derechos civiles, un capitalismo medianamente regulado y un régimen político más representativo que el actual, que es una verdadera ficción (democrática con polonio).

Es posible que parte del error dependa de examinar la guerra en Ucrania sólo desde el enfoque de la vieja disputa entre Estados Unidos y la URSS por ejercer su hegemonía sobre el mundo, cuando la situación del mundo ha cambiado, ambos actores también y otros han entrado en liza, de modo que no  se trata de la lucha final entre dos oponentes para decidir quién impone su orden sobre el mundo en un choque definitivo, porque no lo habrá, y si lo hay, dará lo mismo quien haya vencido, porque será el último conflicto humano sobre el planeta, y lo que venga después sólo interesará a las cucarachas.

No se trata, pues, de dirimir de una vez y para siempre -como otros, también se equivocó Fukuyama al anunciar el fin de la historia cuando se hundió la URSS- la orientación del mundo con la derrota definitiva del adversario, porque, en realidad, hay varios contendientes en una pugna multilateral, sino de situar la guerra en Ucrania en un juego estratégico, con jugadas ofensivas y defensivas, conquistas locales o regionales, como ha ocurrido desde 1945 hasta ahora, buscando modificaciones parciales, en vez de lanzarse a la conquista definitiva con la derrota total del adversario.              

En este juego, Putin, que por deformación profesional es un experto en jugar sucio, ha asumido el papel del loco, ya adoptado por Nixon, para mostrar que es capaz de hacer cualquier disparate con tal de vencer. Pero hay que verlo como un estratega que juega con los condicionados apoyos de otros actores -China, Corea del Norte, Nicaragua o Eritrea- y con las debilidades de sus oponentes de Europa y Norteamérica. La Unión Europea, dividida y lenta al decidir, es un gigante económico, pero un enano militar, y Estados Unidos, aún la primera potencia militar, es un imperio en declive, en retirada en Iraq, Siria y Afganistán, y además dividido política y culturalmente por el activismo populista de un admirador de Putin, al que Rusia prestó ayuda para ganar las elecciones.

Teniendo en eso en cuenta y contando con el presunto apoyo de la población ucraniana, Vlady cogió su fusil y se encaminó a la frontera para comerse el resto del salchichón. 

J.M. Roca, 7 marzo, 2022

El Obrero y Trasversales

Defender a Ucrania (2)

 ¿No a la guerra?

Dado el curso de los acontecimientos en Ucrania, que empeoran día a día, como si Putin, desmintiendo su excusa de presentarse como un libertador, deseara quedar como el verdugo de un país arrasado, lo más urgente, como deber solidario y como táctica política, es ayudar a los ucranianos a detener el avance de las tropas rusas, combinando presiones de todo tipo desde el exterior y aportando recursos humanitarios y militares para reforzar la resistencia en el interior. Sin embargo, esa posición, no es la de las izquierdas, digamos postmodernas, que discrepan de la decisión del Gobierno de enviar armas a Ucrania y lo fían todo a la diplomacia, al diálogo con Putin, que fracasa una y otra vez, y a los llamamientos a favor de restablecer la paz, pero una paz cuyas condiciones no se precisan: ¿Una Ucrania que recupera las fronteras de 2014? ¿Una Ucrania invadida? ¿Una Ucrania partida? ¿Una Ucrania privada de establecer alianzas económicas y militares a su conveniencia? ¿O qué?   

Leyendo comunicados, viendo los circunloquios de sus representantes en el Congreso y sus opiniones en los medios de información, parece que están confusos sobre el origen y los principales actores de esta agresión, o que, por medio de una nebulosa argumentación soslayan condenar la guerra desatada por Putin y se sitúan en el plano de un enfrentamiento global entre Estados Unidos y Rusia, que hay que evitar a toda costa por sus consecuencias.

Otro argumento es advertir que el envío de armas acentúa la violencia y multiplica el número de muertos y heridos. Que puede que se cumpla, pero serán muertos de los dos bandos y no sólo del bando agredido. Dicho sea, sin inicial animadversión hacía las tropas rusas -tantas veces usadas como carne de cañón-, que probablemente han sido engañadas por la propaganda sobre los verdaderos propósitos del Kremlin y sobre la pasividad o incluso la buena acogida que iban a hallar por parte de los ucranianos, a tenor de la escasa resistencia encontrada en la ocupación de Crimea y el Donbas.

Por otra parte, la resignada aceptación de la invasión con el pacifismo como bandera no garantiza la ausencia de violencia del ocupante sobre los reductos que ofrezcan algún tipo de resistencia, ni la ausencia de represalias sobre los vencidos después de la contienda.

Hace días, cuando Pablo Iglesias aludía a la desproporción de las fuerzas en pugna y hablaba de ancianos armados con escopetas intentando hacer frente a los tanques rusos, daba la impresión de que, animado por la misericordia, recomendaba la rendición de Ucrania al invasor y la formación de un gobierno como el de Vichy en Francia o el de cualquier república bananera en América. En otro programa, acusaba de cobardes a quienes aprueban el envío de armas a Ucrania, pero no van allí a combatir. Claro que también es fácil ser pacifista lejos de las bombas.

Otros portavoces de la izquierda posmoderna recomiendan el diálogo a toda costa, refugiándose en un pacifismo franciscano que es contrario a la voluntad del gobierno de Kiev y de las tropas y milicias ucranianas de resistir como sea la invasión, por lo cual demandan a la comunidad internacional el envío de todo tipo de ayuda, incluida la militar. Es decir, la izquierda postmoderna practica un abstracto pacifismo a ultranza que es contrario a la voluntad de los agredidos, mientras oculta malamente una posición previa favorable a Rusia y critica a Estados Unidos, convertido ahora -y siempre- en el principal agresor.

Esta izquierda conserva el dictamen de la guerra fría, con un escoramiento antinorteamericano cuando conviene, pero ese esquema no sirve para siempre. Y las consignas, tampoco.

El grito “No a la guerra”, que movilizó a miles de personas en España, cuando el trío de las Azores decidió invadir Iraq, buscando unas armas de destrucción masiva que nunca existieron, fue correcto porque se emitía desde uno de los países que apoyaron la invasión. Que es lo mismo que hoy dicen los rusos contrarios a Putin. Pero esa consigna no responde realmente a la situación actual ni ayuda al país agredido, cuyo gobierno solicita ayuda urgente para defenderse del invasor, que, con una estudiada estrategia, no se va a detener -y ahí están los hechos- sólo con las propuestas de paz y diálogo, sino ante los costes financieros, económicos, comerciales, culturales, deportivos y también militares, que le pueda reportar su intento de hacer de Ucrania un estado títere o, de no ser posible, conquistar una parte del territorio mayor de la que ahora domina y hacer del resto un estado más pequeño y desmilitarizado. Si es que su imperial aventura se detiene ahí.   

La imagen difundida por televisión de un miliciano ucraniano levantando el puño mientras dice en español “No pasarán”, es más adecuada al momento presente, que recuerda el ejemplo de la II República española, abandonada a su suerte por las democracias occidentales, en un inútil intento de aplacar a un insaciable Hitler, que probó sobre nuestro suelo tácticas militares que utilizó después sobre otros países, entre ellos los que no advirtieron que, ayudando a la República, se ayudaban a sí mismos. Al negar su apoyo al legal gobierno republicano, con el pretexto de mantener la neutralidad y reducir la mortandad, fortalecieron a Hitler con otra victoria y facilitaron la existencia de una dictadura en el sur de Europa durante cuarenta años. Y no evitaron los miles de muertos provocados por la represión posterior a la contienda.   

Tampoco es ahora pertinente la consigna “OTAN no”, que se añade como los dos huevos duros que pedía Groucho Marx con cada modificación del menú, porque la OTAN no ha intervenido en este conflicto, aunque Putin, en su propaganda, la exhibe como origen de su decisión. La Alianza, que Trump dio por muerta, parece recuperar su utilidad ante el agresivo comportamiento del Kremlin.

Mejor sería que no hubiera ejércitos ni alianzas militares, claro está, pero así es el mundo -violento, injusto; imperfecto- y es de temer que siga así por mucho tiempo. En vista de ello y percibiendo la necesidad de escapar de la presión sobre Europa ejercida desde Estados Unidos y Rusia, en la Unión Europea empieza a calar la idea de contar con una fuerza militar acorde con su poder económico.  

Como apoyo argumental a la testimonial posición de defender ante todo la paz -pero una paz sin precio, sin condiciones- frente a los llamados abusivamente “partidos de la guerra”, circulan en los foros de la izquierda listas de agresiones de Estados Unidos a otros países, desde Cuba, Panamá o Vietnam a Iraq y Afganistán, mientras se omite la trayectoria de Rusia en ese aspecto, que no es corta, y, en concreto, en su compleja relación con Ucrania.

 J.M. Roca, 6/3/2022

El Obrero y Trasversales

Gracias, colegas (respuesta en Face book):

Gracias por la acogida que habéis dado al texto “Defender a Ucrania 1” y por las sugerencias, aportaciones y críticas recibidas sobre él. Sin embargo, debo advertir que sólo es el primer artículo de una serie y que, por tanto, no todo lo que pienso está contenido ahí. Así que solicito un poco paciencia y añado lo que se podrían llamar precisiones metodológicas, que no tienen por qué ser aceptadas, pero que expresan mi posición de partida. 

La primera es ceñirme al conflicto, teniendo en cuenta el contexto general, claro, pero sin diluir en él la cuestión principal: la invasión de Ucrania por tropas rusas, ni perder de vista a sus actores.

La segunda es señalar la disparidad de estos actores. Rusia, el país más extenso del mundo 17.125.000 km2 y 145 millones de habitantes, frente a Ucrania 603.600 km2 y 45 millones habitantes, sin entrar en consideraciones sobre su historia, su desarrollo industrial, su potencia económica, su capacidad defensiva o las riquezas naturales del suelo y el subsuelo, que, claro que tienen que ver, pero sin olvidar el punto de partida de estas reflexiones, que es el problema de hoy, de ahora.

La tercera es señalar la importancia de este conflicto respecto a otros choques armados, que algunos me habéis apuntado, recordando situaciones injustas, agravios, agresiones, invasiones, golpes de estado, etc, etc en conflictos y actores de distinta entidad, preferentemente con intervención norteamericana, pero en este caso el actor principal es el país más grande del mundo, la dictadura -creo que lo es- más grande del mundo, y la segunda potencia en armamento convencional y nuclear. Subrayo el rasgo del tamaño y la potencia, porque para mí es definitorio, como en su momento lo fue, por ejemplo, la desproporción entre Estados Unidos y el Vietnam agredido.

La cuarta, y relacionada con lo último -Estados Unidos y Vietnam-, que no considero pertinente porque contribuye a confundir el problema, es la obligada jaculatoria de criticar negativamente a Rusia y simultáneamente hacer lo propio con Estado Unidos, para tratar de compensar el presunto desliz de criticar a Rusia. Por lo cual, si el problema es la invasión de Ucrania por tropas rusas, voy a dejar al margen, el napalm en Vietnam, la Bahía de Cochinos en Cuba, la Contra en Nicaragua o la invasión de Iraq, porque desvían la atención del tema principal. Y lo hago con el convencimiento de que, en las manifestaciones contra la invasión de Iraq en 2003, era oportuno que las alusiones a Rusia y a su trayectoria imperial quedaran al margen

Creo que tengo clara mi posición sobre Estados Unidos, y como la tengo dicha y escrita, me faltan ganas para volver a repetirla.

Quien la quiera conocer, puede consultar dos libros: “Nación negra. Poder Negro” (2008) y “La reacción conservadora. Los neocons y el capitalismo salvaje” (2009), y los siguientes artículos: “Reagan: el gran comunicador”, “Estados Unidos: vigorosa involución”, “Afganistán: de la información a la propaganda”, “Afganistán: talibanes y dólares”, en “Iniciativa Socialista”; “Iraq: cinco años de guerra”, “El 68 en Estados Unidos”, “Bye, bye Bush”, “Obama”, “Montgomery: la chispa que incendió la pradera”, “Trump: Dios castiga a América”, “América, sola y partida”, “Cine, poder blando y guerra fría” en la revista “Trasversales”; “Codicia sin freno”, “Empezar a volver”, “El fardo económico de Bush”, “Los misterioso papeles de Guantánamo” y “Quiebras” en el diario digital “Nueva tribuna”; “Dios y el destino americano”, “El imperio del mal”, “La permanente revolución conservadora” y “Arrepentidos: los primeros neocons” en la revista “El viejo topo”; El negro corazón de Wall Street” y “La reacción conservadora, el persistente legado de Ronald Reagan” en la revista “Tiempos salvajes”; “Think tanks” en la revista “Fusión” y algunos más, que no recuerdo dónde y cuándo se publicaron. Pero leyendo lo indicado, quedará clara mi postura.

4 de marzo, 2022

Defender a Ucrania (1)

 ¿David amenaza a Goliat?

La decisión del presidente Putin de invadir militarmente Ucrania es un hecho extraordinario, que ha desplazado la atención mundial de otros conflictos, pues Rusia es el estado -o la dictadura- más grande del planeta y la segunda potencia en capacidad militar convencional y nuclear.

Dado el trato amistoso que recibe de políticos populistas de derecha y extrema derecha, el motivo aducido por el nuevo zar para justificar la ocupación de Ucrania no deja de ser pintoresco: evitar el genocidio de la población rusófona, decretado por un gobierno de nazis y drogadictos.

La unilateral resolución de Putin ha obligado a definirse a los gobiernos y los partidos políticos de los demás países, a responsables económicos y sociales y a ciudadanos en general. Y también a los partidos políticos que se consideran de izquierda, algunos de los cuales, al menos en España, han dado muestras de incomodidad al tener que explicar su posición.

No es fácil emitir un dictamen ante el hecho consumado de asistir a la invasión de un país por tropas de su vecino, en una región de Europa que es una encrucijada de etnias, religiones y culturas y escenario de viejos y recientes conflictos, agitado además por las tensiones de un proceso de reordenación del mundo, que no tiene visos de acabar a corto plazo.

El orden bipolar de la guerra fría, acordado, sobre todo, entre dos grandes actores -Estados Unidos y la URSS- se está deshaciendo desde hace años, pero no se atisba un nuevo orden que lo reemplace, más cuando han surgido nuevos y poderosos actores, que pugnan por hallar una situación ventajosa en el futuro orden, donde, desde el punto de vista político, se enfrentan regímenes formalmente democráticos con regímenes populistas o claramente dictatoriales, y el de Putin es uno de ellos o, mejor dicho, el caudillo de todos ellos.

En este contexto, en que caben análisis muy distintos de la realidad y en el que prevalece la tensión bipolar de la guerra fría -Estados Unidos/Rusia-, que suele ser dominante en la izquierda, no es fácil determinar cuál es la cuestión más importante y la que requiere, en consonancia, la adopción de medidas más urgentes. Sin embargo, hay hechos -no opiniones ni intenciones- que pueden ayudar a situarse.

Ucrania no es una amenaza para Rusia; David no amenaza a Goliat. Ucrania no pertenece a una alianza militar occidental como la OTAN ni a la Unión Europea, aunque mantiene con ella intercambios comerciales. Rusia pertenece a la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, una alianza militar con Armenia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán, que reemplaza al extinto Pacto de Varsovia.

Ucrania no ha ocupado zonas de Rusia, sino al revés; desde 2014 Rusia ha ocupado Crimea, Lugansk y Donets, ya convertidas en repúblicas populares, y antes ejerció su influencia en Ucrania a través del gobierno de Yanukovich, obligado a dimitir tras los sucesos de Maidán, en 2013, después de tres meses de movilización social que tuvo como coste 125 muertos, 65 desparecidos, más de 1.200 heridos y cientos de detenidos.  

El gobierno de Ucrania no ha ido acumulando tropas en la frontera con Rusia con intención de ocupar el país después. El ejército de Ucrania no ha entrado en Rusia, destruyendo lo que encuentra a su paso, y provocando la huida de miles de personas en dirección a la Unión Europea, ni ha amenazado a países como Suecia y Finlandia, ni al resto del mundo con el hipotético recurso a las armas nucleares.

En consecuencia, lo que parece razonable es apoyar políticamente a Ucrania, el país agredido, y enviar toda la ayuda humanitaria posible para atender a los desplazados y a la población civil residente, y, además de las medidas de tipo financiero, económico, comercial, deportivo o cultural contra Rusia, hacer llegar ayuda militar para reforzar la defensa nacional y tratar de impedir, o al menos dificultar, el avance de las tropas rusas y la consiguiente destrucción del país. Como deber solidario y como táctica política, lo inmediato es ayudar a David a defenderse del ataque de Goliat.

 José M. Roca, 3/3/2022

Publicado en El Obrero y Trasversales

miércoles, 2 de marzo de 2022

Relevo en el PP

Un error de cálculo llevó a Pablo Casado a enfrentarse a Isabel Ayuso, tratando de acabar con su competencia al destapar el turbio asunto de los contratos de su hermano con la CAM, aunque sin querer llevar la presión hasta el final.

Creyó que con un amago bastaría y se equivocó. La presidenta de la CAM reaccionó como suele hacer, primero, atacando, porque Ayuso ataca siempre que habla, pues es incapaz de decir lo que hace o quiere hacer sin criticar a alguien, preferentemente a Pedro Sánchez. Después, fingiéndose víctima de una persecución hacia ella y su familia –“Me han robado la presunción de inocencia”-, logró movilizar a sus bases y obtener el apoyo de los barones del Partido. Entonces Casado se dio cuenta de que, salvo tres leales, estaba solo, y tiró la toalla.

El miércoles 23 de febrero, en la sesión de control al Gobierno, Casado se despidió con un discurso breve y medido, que no logró hacer olvidar lo dicho desde el mismo escaño durante dos años, pero se le puede perdonar por la importancia del momento. Quien tenga memoria recordará que Casado no se ha distinguido por entender “la política desde la defensa de los más nobles principios y valores”, ni tampoco “desde el respeto a los adversarios y la entrega a los compañeros”, como afirmó en su intervención, pero se admite la invocación a esos teórico principios, al menos como gesto de cortesía, con quien se despide empujado por aquellos hasta hace escasamente una semana le consideraban su máximo dirigente.

Por su parte, Sánchez le deseó lo mejor en el terreno personal, pero le recordó lo que ha sido la labor de la oposición y aseguró que no convocará elecciones anticipadas para no aprovechar la debilidad del contrario. Un gesto.

Acabada la breve alocución, con que cerraba su breve etapa como presidente del PP, Casado recibió el aplauso de quienes le habían abandonado unas horas antes, para apostar por un presunto ganador aún sin confirmar, porque lo que estaba claro era que no le querían a él. Todo fue bastante patético, incluso miserable, en la bancada de la oposición.

La defenestración de Casado coincide con la renuncia de otros dos jóvenes, que llegaron a la actividad política para arreglar las cosas con mucha prisa en el cuerpo, pero ideas confusas en la cabeza. Rivera, Iglesias y ahora Casado son fracasados dirigentes que venían a remozar la clase política, pero han abandonado pronto tal empeño; son tigres de papel, que dirían los maoístas de antes.

Concluido el episodio, la crisis en el PP se ha resuelto de modo lampedusiano con el acuerdo general de cerrar la brecha y buscar a toda prisa un nuevo presidente, que se pretende sea Feijoo, al quien no se le han ahorrado loas y parabienes, con tal de que acepte lo que ya parece un designio popular.  

Hoy, reunida la Junta Directiva Nacional, Casado ha dejado formalmente la presidencia del PP, que se encamina hacia un congreso en el que se espera que el presidente gallego salga elegido con facilidad.

Feijoo, un cacique en tierra de caciques (recuerden a Baltar en Orense, a Cacharro en Lugo y a Rajoy en Pontevedra), tiene el mérito de haber logrado cuatro victorias electorales en Galicia, aunque está por probar su influencia en el resto del país, que es distinto, y tiene en contra una trayectoria no exenta de irregularidades y unas amistades bastante peligrosas, aunque ninguna de esas circunstancias ha sido hasta ahora un serio obstáculo para los votantes del PP.

Dada la prisa por cerrar la crisis con un nuevo presidente del Partido, cabe preguntar si habrá unas elecciones primarias, en las que varios candidatos se midan por sus méritos, o si la coyuntura exige una unanimidad a la coreana en torno a un líder indiscutido. Se atisba, pues, la llegada de un nuevo dirigente por aclamación, para cerrar la crisis y que todo siga igual mediante un pacto de vasallaje suscrito por una temporada. En tanto dure, todo el poder a Feijoo.

Pacto que durará hasta que Ayuso, una vez haya arreglado las cosas para salir indemne del asunto de su hermano, decida que ya es hora de encabezar el partido a escala nacional y postularse como la primera mujer que puede llegar a la Moncloa.

Entonces, Feijoo estará perdido, la ciudadanía con menos posibles, también, y los ancianos se pondrán a temblar.

Publicado en El Obrero el 1 de marzo de 2022

Ucrania y Rusia, un apunte

 Comentario a un apunte de María José Peña sobre Ucrania y la historia de Rusia.

Estupenda crónica sobre la vida desgraciada y desgraciante de Iván IV, el Terrible, primer zar de Rusia, dotado de un carácter infernal y de un poder descomunal, pero constructor de un imperio, que ha ejercido una gran influencia en posteriores gobernantes rusos, en su día, en Stalin y hoy, en Putin, cuyo programa político es la reconstrucción del imperio zarista sin reparar en los medios. 

Respecto a la película de Eisenstein, "Iván el Terrible", tenía continuación en "La conjura de los boyardos", esa nobleza intrigante que has relatado tan bien. El papel principal creo que lo interpretaba Nikolai Cherkasov, que también interpretó a don Quijote en una producción posterior, que no sé si estaba dirigida por Eisenstein. 

Respecto a la Oprichnina, tiene toda la pinta de ser uno de los antecedentes de la Ojrana, la temible policía secreta zarista. Hay un libro interesante sobre este tema: "Ochrana. Memorias del último director de la policía rusa", editado por Espasa Calpe en 1930, pero creo que hay una edición reciente. Y está la versión contraria, la de Víctor Serge (Víctor Lev Kibalchich), "Lo que todo revolucionario debe saber sobre la represión", editado en Méjico, a finales de los sesenta, por el Fondo de Cultura Económica. 

La azarosa vida de Serge merece una lectura por sus vicisitudes, como revolucionario, primero, y perseguido por el estalinismo después. La policía secreta zarista desapareció, pero sus funciones las ejerció la político política del nuevo régimen, la Vecheka, la Cheka, la GPU, la NKVD y la KGB, de donde procede Putin. De modo que si se rasca un poco bajo la camiseta del musculoso jerarca, salen los despóticos modos del estalinismo y del imperio zarista  que se remontan a Iván IV, y más atrás, a la época del dominio de los mongoles.