El mago mormón
La llegada de Reagan a la presidencia
de EE.UU. se debió a la venturosa combinación de carisma personal, apoyo
económico y tecnología, pero sobre todo, a la habilidad de Richard Wirthlin, el
hombre que supo combinarlas con acierto, pues percibió el agotamiento de los
aires de renovación de los años sesenta, los efectos legales de aquellos años
que desagradaban a una parte importante de la población, la degradación de las
ciudades, el auge de la marginación, las secuelas del consumo de drogas, de la
revolución sexual, el hedonismo y los cambios en las costumbres que denunciaban
las asociaciones moralistas, así como el renacimiento de la religiosidad, el
surgimiento de predicadores y la fundación de nuevas iglesias conservadoras.
Había, pues, fuerzas que estaban maduras para la gran restauración, pero había
que conocerlas en profundidad y detectar cuáles eran los temores, los deseos y
las causas de su descontento para ofrecerles la respuesta política que Reagan
podía encabezar. Y Wirthlin disponía de las ideas, de la experiencia y de la
maquinaria necesaria para hacerlo posible.
Richard Wirthlin, doctor en Economía y
Estadística, jefe del departamento de Economía de la Universidad Brigham Young
de Utah y director del centro de investigación sobre métodos de sondeos de
opinión, poseía una gran sagacidad analítica y una increíble facilidad para
extraer consecuencias políticas de largas hojas de papel de ordenador cubiertas
de cifras. Después de ejercer de profesor en varias universidades y de trabajar
para un comité consultivo de la American Economic Association, había creado la
empresa Decision Making Information (DMI), que contaba entre sus clientes,
además de un gran número de firmas privadas, con tres ministerios y con la
administración federal de Correos. Según cuenta Perry, a principios de los años
sesenta, ninguna organización podía
superar a DMI en información sobre los ciudadanos de EE.UU. obtenida a
partir de los treinta y ocho servicios federales de estadística.
Pero además, Wirthlin había creado el
programa Political Information System (PINS), cuya función era simular las
elecciones en un ordenador, combinando cientos de variables, y predecir el
resultado meses, semanas u horas antes de la jornada electoral. El programa
contenía datos sobre la población obtenidos a partir de miles de prolijas
encuestas, sobre el historial de voto de cada condado y estado, sobre la
evolución de la propia campaña, información sobre los últimos sondeos y además
la valoración subjetiva de un grupo de expertos. El proceso del programa PINS
era circular: los datos del ordenador se convertían en actos sobre los
electores, cuyas respuestas eran analizadas y convertidas de nuevo en acciones
de campaña en un proceso constante de realimentación. Wirhtlin se proponía
conocer lo que pensaba y sentía la población más conservadora del país, la que
Nixon había llamado en su apoyo con el nombre de mayoría silenciosa.
De la habilidad de Wirthlin Reagan
tenía una prueba, pues durante la campaña a la reelección como gobernador de
California, en 1970, le hizo la demostración de una simulación por ordenador
partiendo de un modelo matemático. Había introducido en el programa datos como
resultados de elecciones anteriores, composición demográfica y situación social
del electorado, encuestas de actitud, preferencias de voto, opiniones sobre
temas controvertidos y otras, y por otra parte, las ideas defendidas por el
candidato para medir las reacciones del electorado. Y las predicciones del
experimento fueron exactas: Reagan resultó reelegido.
Pero Wirthlin no era sólo un científico sino
también un creyente, miembro de la iglesia de los últimos días, que entonces
creía estar en los últimos días de los Últimos Días (Perry, p. 32). Y como todos los mormones en
un país donde se identifican fácilmente la nación y la religión, extremadamente
leal al Gobierno.
Contaba, además, con un equipo de
colaboradores en la mormona Universidad Brigham Young, en Utah, elegidos por
sus conocimientos de economía, ciencia política, informática y análisis de
sondeos. Según Perry (p. 90): El ordenador moderno, que suprime las
decisiones emocionales e irracionales estaba hecho a su medida. Esta fue la
mentalidad con la que eligió a su equipo de jóvenes mormones claros y precisos
(...) Todo sería disciplinado y sistemático, y el equipo mormón -todos los
técnicos importantes pertenecían a esa fe- era perfecto para tal operación. Sus
mentes habían sido preparadas, en realidad adoctrinadas, para ser ordenadas y
estructuradas. Habían excluido de su vida los vicios, como el alcohol o las
drogas, o cualquier cosa que pudiera restarles eficacia en su vida privada o en
el trabajo, y en este caso con los ordenadores, objetos de máxima perfección
para el mormón moderno. Los ordenadores eran máquinas de lógica y disciplina
infalibles. Si se utilizaban adecuadamente podían acelerar la marcha del
<<progreso>> en la vida, los negocios e incluso la muerte y la religión.
Como resultado, según Perry, Reagan se
convirtió en el primer político programado para ganar. Había puesto sus dotes
de actor y toda su experiencia en el cine y la televisión al servicio del
minucioso guión que le había preparado su director de campaña, y la combinación
alcanzó el resultado apetecido (aunque moderado en cifras, obtuvo el 26,7%):
había actuado bien. No sé cómo se puede ser un buen presidente sin ser un
actor, dijo en una de las últimas entrevistas de su mandato.
Además de a los factores citados, la victoria
republicana se debió también al factor demográfico combinado con elementos
culturales de los estados del sur. Reagan venció gracias a que los estados del
sur y del oeste, más reticentes con el gobierno federal (confederalistas), más
religiosos y conservadores, y donde los demócratas se habían desgastado al
impulsar los programas de integración racial, al haber crecido en población
habían aumentado en número de votos electorales, mientras que los estados del
norte y del este los habían perdido.
Wirthlin fue aún más lejos: Para
conseguir un auténtico liderato usted tiene que emprender una campaña perpetua,
le dijo. Igual que si estuviera en campaña electoral, había que vender
al electorado la gestión cotidiana del Presidente a través de una serie de
actos programados, que habían de ser cuidadosamente medidos en las encuestas
para verificar si producían el resultado apetecido.
Amanece otra vez en América, fue el lema de la segunda campaña,
en la que se volvía a insistir en la inocente y laboriosa América de la clase
media y de la pequeña propiedad, de los pueblos, de granjeros y buenos vecinos;
de oración y cooperación, de visita semanal a la iglesia y de comida en
familia; pero ése era ya un país que sólo existía en unos pocos rincones de EE.UU.
Unos edulcorados anuncios emitidos por
televisión mostraban unos ciudadanos que admitían la existencia de problemas,
pero confiaban en Reagan para resolverlos. Caras sonrientes de gentes en sus
hogares, en su ratos de ocio o en sus centros de trabajo mostraban la seguridad
y confianza en el futuro de felices americanos medios que decían que iban a
votar otra vez a Reagan.
Como señala Perry (p. 190): la campaña
era puro almíbar y más o menos tan profunda como los anuncios de Pepsi-Cola.
En realidad, el mismo equipo que hacía los anuncios de Pepsi-Cola, sopas
Campbell y comida para animales domésticos Purina, fue el encargado de producir
los anuncios del tandem Reagan/Bush. Eran nostalgia plastificada de una América
sin complicaciones, como la mayoría de las películas de la serie B que
protagonizó Reagan Eran insulsas, hasta tal punto que contribuían a atontar a
una audiencia de masas y a dejar en la sombra problemas más complejos que
Reagan nunca abordó en su campaña. Las bombas, la delincuencia y la decadencia
urbanas, etc, no aparecían ni un segundo en estos tributos fáciles de digerir
al Presidente. Pero aunque eran un insulto a la inteligencia, no estaban
dirigidos al corazón solamente (...) Cada secuencia y en ocasiones cada
encuadre de los anuncios estaba pensada para aludir a los temores, los deseos,
las aspiraciones, los sentimientos y las opiniones de los americanos que habían
sido encuestados, interrogados y escuchados durante los cuatro años anteriores.
Reagan alcanzó un segundo mandato (con el 29,8%),
pero la realidad, que no era tan amable como los anuncios electorales, las
simplezas presidenciales como respuesta a complejos problemas reales (quizá ya
estuviera enfermo) y el descubrimiento de varios escándalos -Irangate, y
las amañadas compras del Pentágono-, aireados por una prensa tardíamente
crítica, iban a erosionar carisma del gran comunicador y a dejar bajo mínimos
su popularidad. Aunque se debe recalcar que las consecuencias de su mandato
serían duraderas.
Iniciativa
Socialista nº 73,
otoño, 2004.
Este texto y el anterior, ampliados, forman parte de La reacción conservadora. Los neocons y el capitalismo salvaje, Madrid, La linterna sorda, 2009.
Referencias
bibliográficas
Basterra, F. (1989): “Ocho años en la
Casa Blanca/1”, El País, 9-11 de enero.
Birnbaum, N. (2004): “El legado de
Reagan”, El País, 7-6-2004.
Chomsky, N. (1992): Ilusiones
necesarias. Control del pensamiento en las sociedades democráticas, Madrid,
Libertarias/Prodhufi.
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Jenkins, P. (1997): Breve historia
de Estados Unidos, Madrid, Alianza.
Perry. R. (1986): Elecciones por
ordenador, Madrid, Fundesco.
Thompson, E.P. (1983): Opción Cero,
Barcelona, Crítica.
Thompson, E.P. (1986): La guerra de
las galaxias, Barcelona, Crítica.
Wright
Mills, C. (1956): La élite del poder, Méjico, F.C.E., 1978.
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