lunes, 19 de mayo de 2014

Reagan: gran comunicador (2)



El mago mormón
La llegada de Reagan a la presidencia de EE.UU. se debió a la venturosa combinación de carisma personal, apoyo económico y tecnología, pero sobre todo, a la habilidad de Richard Wirthlin, el hombre que supo combinarlas con acierto, pues percibió el agotamiento de los aires de renovación de los años sesenta, los efectos legales de aquellos años que desagradaban a una parte importante de la población, la degradación de las ciudades, el auge de la marginación, las secuelas del consumo de drogas, de la revolución sexual, el hedonismo y los cambios en las costumbres que denunciaban las asociaciones moralistas, así como el renacimiento de la religiosidad, el surgimiento de predicadores y la fundación de nuevas iglesias conservadoras. Había, pues, fuerzas que estaban maduras para la gran restauración, pero había que conocerlas en profundidad y detectar cuáles eran los temores, los deseos y las causas de su descontento para ofrecerles la respuesta política que Reagan podía encabezar. Y Wirthlin disponía de las ideas, de la experiencia y de la maquinaria necesaria para hacerlo posible.
Richard Wirthlin, doctor en Economía y Estadística, jefe del departamento de Economía de la Universidad Brigham Young de Utah y director del centro de investigación sobre métodos de sondeos de opinión, poseía una gran sagacidad analítica y una increíble facilidad para extraer consecuencias políticas de largas hojas de papel de ordenador cubiertas de cifras. Después de ejercer de profesor en varias universidades y de trabajar para un comité consultivo de la American Economic Association, había creado la empresa Decision Making Information (DMI), que contaba entre sus clientes, además de un gran número de firmas privadas, con tres ministerios y con la administración federal de Correos. Según cuenta Perry, a principios de los años sesenta, ninguna organización podía  superar a DMI en información sobre los ciudadanos de EE.UU. obtenida a partir de los treinta y ocho servicios federales de estadística.
Pero además, Wirthlin había creado el programa Political Information System (PINS), cuya función era simular las elecciones en un ordenador, combinando cientos de variables, y predecir el resultado meses, semanas u horas antes de la jornada electoral. El programa contenía datos sobre la población obtenidos a partir de miles de prolijas encuestas, sobre el historial de voto de cada condado y estado, sobre la evolución de la propia campaña, información sobre los últimos sondeos y además la valoración subjetiva de un grupo de expertos. El proceso del programa PINS era circular: los datos del ordenador se convertían en actos sobre los electores, cuyas respuestas eran analizadas y convertidas de nuevo en acciones de campaña en un proceso constante de realimentación. Wirhtlin se proponía conocer lo que pensaba y sentía la población más conservadora del país, la que Nixon había llamado en su apoyo con el nombre de mayoría silenciosa.
De la habilidad de Wirthlin Reagan tenía una prueba, pues durante la campaña a la reelección como gobernador de California, en 1970, le hizo la demostración de una simulación por ordenador partiendo de un modelo matemático. Había introducido en el programa datos como resultados de elecciones anteriores, composición demográfica y situación social del electorado, encuestas de actitud, preferencias de voto, opiniones sobre temas controvertidos y otras, y por otra parte, las ideas defendidas por el candidato para medir las reacciones del electorado. Y las predicciones del experimento fueron exactas: Reagan resultó reelegido.   
 Pero Wirthlin no era sólo un científico sino también un creyente, miembro de la iglesia de los últimos días, que entonces creía estar en los últimos días de los Últimos Días  (Perry, p. 32). Y como todos los mormones en un país donde se identifican fácilmente la nación y la religión, extremadamente leal al Gobierno.
Contaba, además, con un equipo de colaboradores en la mormona Universidad Brigham Young, en Utah, elegidos por sus conocimientos de economía, ciencia política, informática y análisis de sondeos. Según Perry (p. 90): El ordenador moderno, que suprime las decisiones emocionales e irracionales estaba hecho a su medida. Esta fue la mentalidad con la que eligió a su equipo de jóvenes mormones claros y precisos (...) Todo sería disciplinado y sistemático, y el equipo mormón -todos los técnicos importantes pertenecían a esa fe- era perfecto para tal operación. Sus mentes habían sido preparadas, en realidad adoctrinadas, para ser ordenadas y estructuradas. Habían excluido de su vida los vicios, como el alcohol o las drogas, o cualquier cosa que pudiera restarles eficacia en su vida privada o en el trabajo, y en este caso con los ordenadores, objetos de máxima perfección para el mormón moderno. Los ordenadores eran máquinas de lógica y disciplina infalibles. Si se utilizaban adecuadamente podían acelerar la marcha del <<progreso>> en la vida, los negocios e incluso la muerte y la religión.   
Como resultado, según Perry, Reagan se convirtió en el primer político programado para ganar. Había puesto sus dotes de actor y toda su experiencia en el cine y la televisión al servicio del minucioso guión que le había preparado su director de campaña, y la combinación alcanzó el resultado apetecido (aunque moderado en cifras, obtuvo el 26,7%): había actuado bien. No sé cómo se puede ser un buen presidente sin ser un actor, dijo en una de las últimas entrevistas de su mandato.
Además de a los factores citados, la victoria republicana se debió también al factor demográfico combinado con elementos culturales de los estados del sur. Reagan venció gracias a que los estados del sur y del oeste, más reticentes con el gobierno federal (confederalistas), más religiosos y conservadores, y donde los demócratas se habían desgastado al impulsar los programas de integración racial, al haber crecido en población habían aumentado en número de votos electorales, mientras que los estados del norte y del este los habían perdido.
Wirthlin fue aún más lejos: Para conseguir un auténtico liderato usted tiene que emprender una campaña perpetua, le dijo. Igual que si estuviera en campaña electoral, había que vender al electorado la gestión cotidiana del Presidente a través de una serie de actos programados, que habían de ser cuidadosamente medidos en las encuestas para verificar si producían el resultado apetecido.
Amanece otra vez en América, fue el lema de la segunda campaña, en la que se volvía a insistir en la inocente y laboriosa América de la clase media y de la pequeña propiedad, de los pueblos, de granjeros y buenos vecinos; de oración y cooperación, de visita semanal a la iglesia y de comida en familia; pero ése era ya un país que sólo existía en unos pocos rincones de EE.UU.
Unos edulcorados anuncios emitidos por televisión mostraban unos ciudadanos que admitían la existencia de problemas, pero confiaban en Reagan para resolverlos. Caras sonrientes de gentes en sus hogares, en su ratos de ocio o en sus centros de trabajo mostraban la seguridad y confianza en el futuro de felices americanos medios que decían que iban a votar otra vez a Reagan.
Como señala Perry (p. 190): la campaña era puro almíbar y más o menos tan profunda como los anuncios de Pepsi-Cola. En realidad, el mismo equipo que hacía los anuncios de Pepsi-Cola, sopas Campbell y comida para animales domésticos Purina, fue el encargado de producir los anuncios del tandem Reagan/Bush. Eran nostalgia plastificada de una América sin complicaciones, como la mayoría de las películas de la serie B que protagonizó Reagan Eran insulsas, hasta tal punto que contribuían a atontar a una audiencia de masas y a dejar en la sombra problemas más complejos que Reagan nunca abordó en su campaña. Las bombas, la delincuencia y la decadencia urbanas, etc, no aparecían ni un segundo en estos tributos fáciles de digerir al Presidente. Pero aunque eran un insulto a la inteligencia, no estaban dirigidos al corazón solamente (...) Cada secuencia y en ocasiones cada encuadre de los anuncios estaba pensada para aludir a los temores, los deseos, las aspiraciones, los sentimientos y las opiniones de los americanos que habían sido encuestados, interrogados y escuchados durante los cuatro años anteriores.
Reagan alcanzó un segundo mandato (con el 29,8%), pero la realidad, que no era tan amable como los anuncios electorales, las simplezas presidenciales como respuesta a complejos problemas reales (quizá ya estuviera enfermo) y el descubrimiento de varios escándalos -Irangate, y las amañadas compras del Pentágono-, aireados por una prensa tardíamente crítica, iban a erosionar carisma del gran comunicador y a dejar bajo mínimos su popularidad. Aunque se debe recalcar que las consecuencias de su mandato serían duraderas.

Iniciativa Socialista nº 73, otoño, 2004.
Este texto y el anterior, ampliados, forman parte de La reacción conservadora. Los neocons y el capitalismo salvaje, Madrid, La linterna sorda, 2009.

Referencias bibliográficas
Basterra, F. (1989): “Ocho años en la Casa Blanca/1”, El País, 9-11 de enero.
Birnbaum, N. (2004): “El legado de Reagan”, El País, 7-6-2004.
Chomsky, N. (1992): Ilusiones necesarias. Control del pensamiento en las sociedades democráticas, Madrid, Libertarias/Prodhufi.
Chomsky, N. & Herman, E. (1990): Los guardianes de la libertad, Barcelona, Crítica.
Jenkins, P. (1997): Breve historia de Estados Unidos, Madrid, Alianza.
Perry. R. (1986): Elecciones por ordenador, Madrid, Fundesco.
Thompson, E.P. (1983): Opción Cero, Barcelona, Crítica.
Thompson, E.P. (1986): La guerra de las galaxias, Barcelona, Crítica.
Wright Mills, C. (1956): La élite del poder, Méjico, F.C.E., 1978.

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